Mi suegro y mi cuñado 2
Steve va a una zona de cruising y se encuentra con el hermano pequeño de su mujer
Han transcurrido dieciséis años desde que mi suegro Youssef y mi cuñado Ibrahim me violasen. A día de hoy, todavía seguía masturbándome con el recuerdo de aquel día en el descampado, después de hacer botellón con mis amigos, cómo mi familia política me dio una paliza y después me folló.
Ese día también descubrí que mi novia, ahora mi mujer, Azi estaba embarazada. Nuestro primer hijo, Kamal, tenía ya quince años, era todo un hombrecito. A pesar de los intentos de su abuelo por que se criase en la cultura y religión árabe, y a pesar de llamarse Kamal, el niño había salido a su padre. Yo quería llamarlo Steve como yo, pero mi suegro se impuso y, a decir verdad, me daba miedo y me ponía cachondo a partes iguales, así que cedí y le pusimos el nombre que él eligió. Esto me dolió, me daba igual que mis hijos llevaran un nombre árabe, pero mi orgullo de hombre y de padre se vio dañado cuando no pude, ni siquiera, decidir los nombres de mis hijos, porque sí, el segundo que ahora tiene siete años se llama Mohammed, también elegido por mi suegro.
No estoy casado con Azi, y aquello solo trajo más y más problemas. Deshonramos a su familia cuando se demostró que, al estar embarazada, había mantenido relaciones sexuales antes del matrimonio, y su padre estaba decepcionado. Tanto que llegó a dar por perdida a Azi, ¿no queríamos casarnos? Le daba igual.
El mayor problema era que si queríamos casarnos, y no queríamos, ella tendría que hacerse cristiana o yo musulmán. Ninguno quería dar su brazo a torcer, pero si a algo se negaba Youssef era a que su hijo se casase con un cristiano. Sabíamos que si ella se convertía al cristianismo, definitivamente, su padre ignoraría nuestra existencia y la repudiaría, y a pesar de que me daba igual, no quería que mis nietos se criasen sin familia por parte de su madre, por lo que decidimos hacer vida de matrimonio sin estar casados.
Con lo puta que es, no se si ha mantenido dicha vida de matrimonio, quién sabe si Mohammed es mi hijo, porque no se parece en nada a mí, pero a estas alturas me da igual. Soy feliz con mi trabajo, mis dos hijos y el tiempo que tengo para mí. Mentiría si dijera que no he hecho mis cosas fuera del “matrimonio”. No me he follado a nadie, pero de vez en cuando he dejado que una tía me la coma, siempre a cambio de dinero, por lo que he comprado mamadas mejor dicho, pero quitando eso he sido fiel a Azi, aunque no debería.
Resumiendo, para mi suegro y mi cuñado eso éramos. Azi una puta y yo una kahba.
Tras ser violado y que no parasen de repetir aquella palabra, kahba, investigué y descubrí que significaba puta. Me veían como eso, como una puta. Veían al padre de sus nietos y sobrinos, al marido de su hija y hermana como una puta. Me ponía mucho pensar que eso era para ellos.
Tras el nacimiento de Kamal, las cosas entre la familia de mi mujer y nosotros fueron frías. Bueno, no demasiado, teníamos la relación de cualquier familia normal. De vez en cuando organizábamos alguna comida juntos, para ponernos al día de nuestras vidas, pero no era nada comparado con la relación que teníamos con mis padres, con los que nos íbamos de viaje, comíamos cada fin de semana juntos, etc.
He de decir que con Kamal y Mohammed siempre fueron muy buenos. Los trataban como tratarían a cualquier otro nieto, y es que eran sus únicos nietos. Ibra, a sus 36 años, seguía dedicado a vivir la vida. No tenía una mujer fija nunca, y tampoco hijos. Todo lo contrario a su hermana, que parece que tuvo prisa por ser madre.
Youssef ya tenía sus buenos 61 años. Era ya un viejo, pero su cuerpo y su cara se mantenían exactamente igual que la primera vez que lo vi con 45 años. Nada había cambiado, seguía teniendo ese amago de barriga cervecera que estaba fuerte, al igual que sus brazos y piernas, que parecían de hombre que curraba en el campo, fuertes y musculadas. Aquella barba frondosa que acompañaba al pecho, la polla y los huevos. Todo lleno de pelo, y todo exactamente igual.
Ibra, por otro lado, lucía más maduro. Ya no era el chaval de 20 años que me violó, ahora era el tío sexy de mis niños. Seguía estando buenísimo, pero ahora era más grande. Siempre había sido alto, pero cuando lo conocí tenía el cuerpo de adolescente fibrado. Ahora era un adulto como dios manda, musculado y potente. Si quería podía partirme en dos con un brazo, y yo sería feliz como una puta.
Ayer, mi mujer llegó a casa de trabajar y me informó de una noticia que, sin duda, cambiaría la semana.
-Mis padres se van de viaje.
Azi soltó aquello como esperando una reacción por mi parte que no llegaba. ¿Qué me importaba a mí que sus suegros se fueran de viaje? Esperé unos segundos más a que dijese algo pero vi que se mantenía muda. Extraño.
-¿Y qué pasa? -pregunté por fin.
-Nos tenemos que quedar con Hassan.
El hermano pequeño de mi mujer, Hassan, tenía ya dieciséis años. Se llevaba genial con mi hijo mayor Kamal. Salían juntos por ahí, jugaban a videojuegos juntos e incluso un par de veces los había escuchado hablar de tías a los dos. Eran amigos, y la familia se mantenía unida mediante ellos en cierto modo, así que no me caía mal el chaval. Dicho esto, y si sois padres me entenderéis, nadie quiere quedarse con los niños de nadie mientras los padres están por ahí de fiesta.
-¿Qué pasa con Ibra? -pregunté.
-¿En serio crees que Ibra, que no pasa una noche en su casa, es la opción ideal para cuidar a un adolescente?
Tenía razón, niños cerca de Ibra no.
-Coño, que se quede solo, a esa edad yo ya me quedaba solo en mi casa.
-Y con 18 tuviste a tu primer hijo -me respondió.
De nuevo, tenía razón.
Un chaval de dieciséis no debería dar demasiados problemas, ya era mayorcito, además así me quitaría un rato del medio a Kamal también y a ver si convencía a Azi para follar, que cada vez tenía menos ganas.
-Bueno, vale, ¿cuánto tiempo?
-Una semana.
Me cago en la puta. Me arrepentí de decir que sí antes de preguntar el tiempo, pero ya no podía decir que no.
-Pues tendremos que prepararle la cama -dije sonriente para complacer a mi mujer.
Pasaron un par de días, y el solo pensamiento de ver a mi suegro cuando viniese a dejar a Hassan me ponía cachondo.
Decidí bajarme el calentón.
Creo que ya he dicho que, desde aquel día en el descampado hace dieciséis años, no he vuelto a hacer nada con ningún hombre. Esa fue mi primera y última experiencia gay. Así que, al saber que iba a volver a ver a mi suegro, todo aquello me vino a la cabeza. Sí, cada vez que veía a Youssef me pasaba lo mismo, pero nunca me había decidido a actuar y solucionar el calentón que me provocaba.
Yo siempre me he considerado hetero, a pesar de lo que pasó aquel día y de todas las veces que me he masturbado haciéndolo. Yo soy hetero, o eso quiero pensar, por eso no iba en busca de hombres cuando me ponía cachondo, pero no sé qué me pasó aquel día antes de ver a mi suegro, que decidí hacer algo que nunca había probado.
Cruising.
Mi amigo Juan me dijo hace tiempo que entre gays exhibicionistas hay una práctica muy común, el cruising, y que él lo hacía siempre que podía. Él sabía lo que había ocurrido con mi suegro y mi cuñado, así que me recomendó un sitio un mi ciudad al que podía ir si alguna vez me daba por experimentar.
Decidí ir a aquel lugar. Dejé a mis hijos con mi mujer, cogí el coche y fui hasta donde Juan me recomendó.
Estaba nervioso, pero en el recorrido mi polla no se me puso flácida. La tenía dura como una piedra. Mentiría si dijera que no veía porno gay, sobre todo amateur, así que sabía qué tenía que hacer.
Cuando llegué, aparqué. Era una especie de claro que había al lado de la carretera, estaba oculto, pero no lo suficiente como para no fijarse en él al pasar por la carretera principal. Cerré la puerta con seguro y subí la ventanilla, no quería que me robasen, pero inmediatamente me saqué la polla. Estaba ardiendo, emanaba tanto calor que casi quemaba al tocarla. Estaba húmeda por el trayecto en coche, sudando todo el rato, y solo me hicieron falta dos meneos para hacer que mi polla empezase a echar líquido preseminal. Me lo restregué por la polla y empecé a pajearme en condiciones. Me encantaba el sonido húmedo y pegajoso que hacía la polla al estar lubricada, me recordaba a aquel día que me violaron la boca. Cerré los ojos. Levanté mi camiseta.
Mientras me pajeaba con la mano derecha, con la izquierda comencé a pellizcarme los pezones. Joder, estaba cachondísimo. Inspiré y, de nuevo, me llegó aquel olor a hombre que tanto me gustaba. ¿Por qué seguía pensando que era gay si me pajeaba imaginándome a mi suegro y mi cuñado violándome y pensando en el aroma de un hombre sudado? Ni idea.
Seguía cascándomela cuando alguien pegó un par de golpes en la ventana del coche. Me sobresalté e intenté cubrirme con ambas manos. Miré a la ventana y se me cortó la respiración.
Mi cuñado pequeño, Hassan, estaba a mi lado mirándome y sonriendo.
Ya había visto lo que estaba haciendo, pero aún así me guardé la polla y me bajé la camiseta. Antes de abrir la ventanilla lo observé bien.
Una fina capa de sudor cubría su frente, y en ese momento reparé en la bicicleta sobre la que se sentaba. Aquella carretera era concurrida por ciclistas, pero no creía que mi cuñado pequeño fuera a salir de su barrio a dar una vuelta con la bici. Habría reconocido mi coche y, pensando que estaban aquí sus primos, se acercó a mirar.
Hassan tenía un cuerpo de escándalo. Imaginad al típico chaval de dieciséis que va todo el día en chándal, lleva cadenas, hace todos los deportes posibles y, aún así, parece que tiene uno o dos años menos. Típico chaval de instituto que pone loco a cualquier treintañero gay. Era un chaval muy guapo. Si tuviese que elegir quién era más guapo entre él, su padre y su hermano, sin duda sería él. Tenía los ojos grandes y almendrados, como si tuviese algo de sangre asiática, de color verde. Las pestañas largas. Los labios gordos y gruesos, de un tono un poco más oscuro que su piel. De nuevo, de entre su padre, su hermano y él, Hassan era el que tenía la piel más clara, pero aún así era mucho más moreno que mis hijos y yo. En una mejilla tenía una pequeña cicatriz que se hizo con siete años y que, ahora, solo le daba un toque sexy, como si fuese un tirado de barrio que se mete en peleas y no hace nada más. Aunque era todo el contrario. Si el futuro de aquella familia dependía de alguien era de Hassan y de mis hijos, porque Azi e Ibra ya estaban perdidos.
Borró la sonrisa y volvió a pegar en la ventana, haciendo un gesto que me indicaba que la bajase. Hice lo propio, lo obedecí al igual que obedecía a su padre y a su hermano mayor.
-Hola, Hassan -dije ruborizándome al pensar que me había vista.
-Pfff no veas el aroma a polla cachonda que sale del coche, Steve -dijo con picardía.
-P... per...
-No hace falta que te disculpes -dijo como si me leyese la mente-. Aunque creía que mi hermana te tenía más que servido.
Aquel niño educado que conocía estaba perdiendo toda la vergüenza delante de mí.
-Mira...
Se bajó de la bicicleta, la dejó sobre la tierra de aquel claro y se echó un poco hacia atrás. Llevaba puestos unos pantalones grises cortos, unas zapatillas de deporte y una camiseta blanca. Como siempre, sus cadenas no podían faltar, llevaba una de acero alrededor del cuello. Vi hacia dónde se llevaba las manos, y mis ojos se abrieron como platos. Se estaba agarrando el paquete, completamente duro.
El pantalón gris y la presión de sus manos hacía que su erección se marcase a más no poder, casi podía distinguir cada vena de la polla y, sin duda, podía ver cómo sus padres habían seguido la tradición y le habían circuncidado el rabo.
Desvié la mirada cuando me di cuenta de que casi estaba babeando.
Se volvió a acercar.
-Sé para qué has venido... -intenté levantar la mirada pero me daba vergüenza-, yo también vengo aquí a que algún tío me la chupe.
-¿En serio? -dije inmediatamente, quizás demasiado emocionado, al oír que teníamos algo en común, a pesar de que yo solo haya venido una vez.
-Sí... No se lo digas a mi hermana eh -se rió e hizo que yo me riese también.
-Tú tampoco.
Asintió e intentó abrir la puerta. Rápidamente, desactivé el seguro, aunque no sé porqué lo hice, sería más fácil para él entrar por la otra puerta.
Cuando se agarró del techo del coche con una mano, y con la otra se bajó los pantalones, intuí lo que pretendía que hiciera.
-Em...
-Shh, a chupar -me ordenó.
No sé qué me pasó por la cabeza... bueno, sí lo sé, me encantaba sentirme la puta de los hombres de la familia de mi novia. Inmediatamente después de que me diese la orden incliné la cabeza y me metí la punta de aquella polla en la boca.
Tenía la polla exactamente igual que su padre y su hermano, al menos por lo que recordaba de la única vez que las había visto. Circuncidada, un poco más morena que el resto del cuerpo (pero no mucho más), el capullo rosado y una buena mata de pelo que cubría pubis y cojones. Yo a su edad no tenía tanto pelo en el rabo.
Agarré la base de la polla con la mano derecha, notando su pelo rozar con el dorsal de mi mano, y empujé lo que pude de aquel cipote dentro de mi boca. Mi falta de experiencia sumada al grosor y longitud de aquel bicho hacían que no fuese tarea fácil, pero no me di por vencido.
Comencé a recorrer todo lo que pude de su herramienta con mi lengua, lubricándola lo mejor que pude con mi saliva. Movía la cabeza de adelante hacia atrás, jugando con mi lengua y haciendo los mismos sonidos que hacía su hermana mayor cuando me comía la polla. Sonidos de succión, intentando que ninguna gota de su precum o de mis babas escapase mi boca.
Calentado por el momento, llevó una de sus manos a mi nuca y empezó a empujar. Como ya he dicho, tengo poca experiencia, así que comencé a tener arcadas.
Me dio un guantazo.
-Aguanta -me dijo en un gemido-. Que te voy a follar la boca.
Estuvo unos cuantos segundos sin moverse, dejándome acostumbrarme a su polla y dándome tiempo para tomar algo de aire, pero en cuanto notó mi lengua moverse de nuevo, comenzó.
Empezó a darme embestidas en la boca, rápido y fuerte. Mi objetivo de no dejar que ni una sola gota escapase me fue imposible, y al poco tiempo tenía mi camiseta gris, el asiento del coche y sus pantalones del mismo color que mi camiseta completamente empapados por mis babas, que brotaban de mi boca como si fuera un fuente. Las arcadas combatían contra su polla para sacarla de mi garganta, pero aquel moro de dieciséis años no se daba por vencido, y su rabo ganó la batalla contra mis arcadas y entró en mi interior todo lo que pudo. Mi nariz estaba enterrada en los pelos de su pubis, que olían a sudor probablemente de una jornada de ciclismo, y mi barbilla descansaba, si a eso se le podía llamar descansar, sobre sus huevos sudados y empapados de mis babas. Haciendo un esfuerzo sobre humano, y a punto de que se me desencajase la mandíbula, abrí la boca todavía más y saqué mi lengua para lamerle los cojones.
-Bufff joder -gemía casi susurrando. Gemía para sí mismo, no para darme ánimo o que yo lo escuchase.
Comencé a toser, mi garganta quería expulsar aquella polla que no debería estar ahí, y lo consiguió. Escupí tanta saliva que parecía que estaba vomitando. Me salían involuntariamente lágrimas de los ojos. Aquel cabronazo, con solo dieciseis años, me había follado la boca y conseguido que llorase. Levanté la mirada un poco y, a lo lejos, vi a un señor mayor que yo, bajito y regordito, en su coche mirándonos. Aquel movimiento de manos era inconfundible, se estaba pajeando observando el espectáculo.
Estoy seguro de que mi cuñado tendría un culo perfecto, y más viéndolo dando embestidas con los pantalones por los tobillos.
Me tiró del pelo, intenté levantar la mirada hacia su cara, pero me retuvo ahí ¿Qué estaba haciendo?
Lo oía gemir, y miré hacia arriba como pude, ya que mantenía mi cabeza agachada. Se estaba pajeando. Era muy mono desde ese ángulo. Tenía los ojos cerrados con fuerza, los labios separados pero los dientes apretados. Estaba a punto de correrse.
Intenté echarle una mano, pero me tiró más del pelo arrancándome un grito. No quería ayuda.
De pronto, fue él quien soltó un alarido, y trallazos de lefa espesa y blanca salieron disparadas de aquel cipote enorme. Justo en el momento adecuado ladeó mi cabeza, y la lefa aterrizó desde mi nariz hasta mi oreja, cubriéndome completamente el lado izquierdo de la cara. Algo me cayó en el pelo.
Cuando terminó de correrse se sacudió un par de veces la polla y se limpió la mano sobre mi pelo rubio.
-Listo -dijo como si nada.
Se subió los pantalones y cogió la bici. Se sentó en el sillín e iba a empezar a pedalear.
-¿Tienes pañuelos? -pregunté viendo que pretendía dejarme con la cara lefada.
-Sí, pero más te vale no quitarte la corrida hasta que estés en el baño de tu casa.
Una orden era una orden, y a esas alturas él me daba el mismo miedo, y el mismo morbo, que su padre y su hermano. No había manera de que él supiera si llegaba a casa con la lefa en la cara o no, pero mi zorra interior decidió obedecer.
Se fue con la bici. Miré hacia el hombre que se masturbaba y, ahora fuera del coche, se pajeaba mirándome. Podía tener tranquilamente 70 años, tardó poco en correrse. Algo me dijo que esperara a que aquel pobre hombre terminase de correrse mirándome antes de marcharme, y así lo hice.
Alrededor de unos quince o veinte minutos después llegué a casa.
Tal y como Hassan me había ordenado, mi cara seguía completamente lefada, y mi camiseta empapada de mis babas.
Entré a casa. Mi mujer no estaba, pero mis dos hijos estaban en el salón viendo la tele.
Mohammed no me prestó ningún tipo de atención, pero Kamal hizo contacto visual conmigo, y llevó su mirada a los restos de leche que tenía en la cara.
Aquello me calentó. Ver su mirada de sorpresa e incredulidad.
Decidí ir al baño, a lavarme los restos. Cuando entré, allí estaba Hassan a punto de mear.
-Echa el pestillo.
Obedecí a su orden.
-De rodillas, ya -me dijo con una gran sonrisa. Me fijé en sus ojos llenos de lujuria y aquella cicatriz que tanto me ponía-. De rodillas o meo el suelo.
Justo antes de que el chorro saliese, solo para que no mojase el suelo (o eso me repito diariamente) caí de rodillas delante de él.