Mi suegro, mi amante

Una mujer joven se convierte en amante de su suegro

MI SUEGRO:  MI AMANTE

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La historia que hoy cuento no me ha sucedido a mí.   Es la confesión de otra persona, a la que conocí hace algún tiempo en el chat.  El chat tiene sus miserias, pero también sus grandezas, una de ellas es que nos permite sincerarnos a otros contando vivencias que de otra forma serían secretos de tumba. Ese anonimato, la seguridad de que no conoceremos a la persona que nos escucha,  nos anima a vaciar el alma y dar suelta a cosas que necesitamos compartir.

Conocí a  Paula hace algún tiempo, chateando en una de esas largas tardes de fin de semana, en la que da tiempo a mucho. Ella se sinceró, durante varios días,  se estableció entre nosotros una excelente conexión.   Me dijo que yo sabía escuchar, que seguro que la entendía y que era la persona adecuada para compartir su secreto.

Con detalles, sin prisas,  fue desgranando su historia, que aunque realmente fuerte,  me resultó creíble.  También me resultó excitante y le dije que escribiría un relato sobre ello. Quedó encantada y tras enviárselo por e-mail, me contestó que ni ella misma lo hubiera descrito tan bien.  Mi relato sigue puntualmente lo que ella me había ido contando en esas tardes,  sin haberme permitido invenciones que desvirtúen el fondo de la historia, habiendo cambiado por supuesto los nombres y alguna otra cosa que resultaba aconsejable para evitar la identificación.

Esta es su historia, que presento en primera persona, como si ella misma os la contara.

“Mi nombre es Paula y tengo 22 años.  Casada desde hace dos años.  Vivo en una ciudad grande española. Mi marido, Luis,  tiene 27.

Nos casamos jóvenes porque mi marido encontró un buen trabajo en esta ciudad, no muy lejana de donde hemos nacido.  No le apetecía estar solo y decidimos adelantar la fecha que teníamos prevista.  El es informático en una multinacional. Yo sigo estudiando, para terminar mis estudios de Derecho.

Luis es huérfano de madre desde los 15 años.  Mi suegro, Manuel,  al morir su esposa se dedicó por entero a su hijo, tratando de tapar el hueco que la madre había dejado.  Eso le hizo algo huraño, poco relacionado socialmente. Tiene ahora 53 años, trabaja en una entidad bancaria. Es un hombre alto, fuerte, bien parecido.  También culto y educado.

El sigue residiendo en la ciudad de donde procedemos, pequeña y cercana a la gran urbe.  Al estar solo, le gusta venir a visitarnos con frecuencia. Nosotros lo agradecemos, sobre todo su hijo, ya que están muy unidos.  Además, goza de buena posición y nos invita a comer, a ver un espectáculo, etc.

A la hora de describirme diré que soy de estatura media, quizás tirando algo a bajita, pero creo que muy bien proporcionada, al menos siento que gusto a los hombres.  Presumo de buenas curvas y de estilo.  Soy coqueta y algo atrevida, no he tenido inhibiciones, aunque he evitado siempre los excesos.

Lo que me ha ocurrido, si me lo dicen hace algún tiempo, hubiera jurado y perjurado que sería imposible, pero me ha ocurrido y curiosamente, no tengo problemas de conciencia, me siento relajada, feliz, plena. Y todo eso, por haberme convertido en amante de mi suegro.

Como decía, él viene a vernos con frecuencia. A mi marido no le gusta mucho la casa y unas veces con la excusa de hacer deporte, otras de tomar una copa con los amigos, otra el trabajo, se ausenta con frecuencia.  Nos quedábamos por ello muchos ratos solos Manuel y yo.

Ya he comentado que es un hombre atractivo aunque sea maduro.  Yo creo que todas las jóvenes tenemos un cierto morbo con los hombres mayores y aparte de eso esa travesura natural mía, me hizo conducirme con algún descaro.  No tuve reparos en jugar un poco con él,  unas veces haciendo como que se me había desabrochado algún botón de la blusa, otras con un cruce de piernas dejando ver más de lo recomendable.   De reojo miraba su reacción, trataba de evitar mirarme,  luchaba con él mismo, pero al final no podía evitar clavar los ojos en mi escote o en mis muslos.  Me divertía y al tiempo me sentía muy mujer.    Alguna vez comprobé que tenía una erección, porque en esas situaciones, sentados en el salón, recurría a un truco, que era ponerse un cojín encima para disimular. Yo reía para mis adentros.

Esta situación nos llevó a un cierto grado de complicidad, de algún comentario insinuante, algún chiste, etc, pero llegar a más, hasta que ocurrió.

El día que se inició mi relación con mi suegro fue en una tarde de junio, calurosa, plomiza.   Mi marido llamó diciendo que no vendría a comer y aproveché para llamar a mis dos amigas que hacía tiempo deseaban que hiciese un hueco en mi agenda para acompañarlas a comer.   Avisé a Manuel que comería fuera,  el me dijo que se apañaba bien solo, que comería y se echaría una buena siesta.

Tapeamos por una zona de bares, muy frecuentada,  alternando unos buenos vinos y algunas cervezas.  Bien colocadas ya, decidimos ir a un disco-bar, para tomar alguna copa  y bailar algo.  El local estaba bastante lleno y tras pedir en la barra, no tardaron en acercarse algunos chicos de nuestra edad, con ganas de ligar. Coqueteamos un poco con ellos, bailando algunas canciones.  Uno de ellos se pegó bastante a mí, se notaba que le gustaba y buscaba marcha.  Aprovechando el baile me dio algunos buenos achuchones, y en un momento en que me tenía agarrada por la cintura, bajo su mano hacia mi trasero, agarrándome bien.  Educadamente le dije que era mujer casada, que me tenía que ir, dejé a mis amigas con los chicos, porque noté que me estaba poniendo mucho a tono y no quería problemas.

Lo cierto es que entre las copas,  la insinuación de aquel joven, que además era bien guapo,  subí al autobús de vuelta con una buena calentura.   Notaba bien mi excitación.  De pie, agarrada a la barra,  abrí algo las piernas. Me apetecía aire fresco entre ellas. Su hubiera podido me habría quitado las braguitas, que las notaba muy mojadas.  Sentía mi sexo moverse solo,  abrirse, expandirse.   Necesito ahora una buena polla, me dije.

Llegue a casa en ese estado.  Abrí la puerta,  procurando no meter ruido y desde el pasillo me asomé a la habitación donde estaba mi suegro, pensando que ya dormía.  La puerta estaba entornada, y me asome un poco.

-            Manuel… duermes?

-            No, hija. –me contestó-.  He comido y me acabo de acostar, estaba leyendo. Tú que tal, te lo has pasado?

-            Bien, bien.  Voy a ducharme, hace un calor tremendo. Luego dormiré también un rato.

Me fui al baño y  tras ducharme me puse una simple camiseta de tirantas, que tapaba justo mi trasero, sin nada absolutamente debajo. No me había bajado la excitación y ya tenía previsto acostarme en mi cama y masturbarme con tranquilidad para relajarme. Lo solía hacer de vez en cuando, sobre todo en las ocasiones en que mi marido se ausentaba.

Vestida así, sin miedo a que me viese mi suegro, ya que pensé que no saldría de la habitación,  me dirigí por el pasillo hacía mi dormitorio.  Entonces fue cuando oí el primer trueno.  Sonó como un tremendo estampido sobre nuestras cabezas. La típica tormenta de verano.  Tengo auténtico pavor a las tormentas, debe ser algún problema que arrastro de la niñez.  Una vez que estaba sola, llegué a meterme en un armario empotrado, y me quedé allí más de media hora.

Asustada, me fui hasta la puerta del dormitorio de Manuel. No sabía que hacer, si entrar o no.  Me quedé allí, temblando…

-            Qué miedo tengo, que horror….¡¡¡

Él sabía bien de mi fobia a las tormentas.  Se incorporó un poco y me dijo, ven, no tengas miedo, quédate aquí.   Estaba echado de lado, sobre su costado izquierdo, mirando hacia mí.  Hizo un gesto, apartando la sábana,  invitándome a ponerme a su lado.  Ni lo pensé…  Me eché junto a él, quedándome en su misma postura, de costado y dándole la espalda.  El subió la sábana tapándome con ella (menos mal, porque se me veía todo).  Pero una vez que me arropó no retiró el brazo, sino que lo quedó sobre mí, como protegiéndome, abrazándome.  No le di importancia y me dejé apretar un poquito contra su cuerpo.  Resultaba muy agradable, era un hombre sumamente cuidadoso con su higiene, siempre perfectamente aseado, perfumado, con un aliento fresco que daba gusto.

Quedamos en silencio.  Los truenos seguían sonando y el fogonazo de los relámpagos iluminaba la ventana.  Yo me estremecía y él aprovechaba para apretarme algo más.   Transcurrió un cierto tiempo y los truenos se fueron espaciando.

-            Se está alejando la tormenta.. –le dije-.

-            Creo que sí, -me contestó-, espero que no vuelva.

Ninguno de los dos hizo nada por separarnos, seguimos allí en la misma posición.  Yo miraba por un ojo entreabierto el reloj de la mesilla.  Las 16,30 h.  Ahora me comenzó a hacer algo de efecto el alcohol y entré en un sueño ligero.  Abría de vez en cuando el ojo, ya que  aunque con sueño, la situación era tan especial que tampoco podía concentrarme.

Algo traspuesta, sentí que algo ocurría.  Volví a abrir el ojo que tenía libre de la almohada.  Las 16,45 h.  Me había despertado por algún roce que sentía. Procuré centrarme saliendo de la somnolencia.  Era la mano de mi suegro, sobre mi muslo, algo más arriba de la rodilla.   Me quedé quieta, sorprendida, pero al tiempo me sentía bien. Nada dije ni nada hice.

Pasaron otros cuantos minutos; por supuesto, ya nada de dormir, tenía el ojo más abierto que una ardilla, expectante.   La mano de mi suegro subió lentamente,  hasta recorrer casi todo el muslo, volvió luego a bajar, volvió a subir.  Una mano grande, pero suave.  La caricia era casi imperceptible, delicadísima, deliciosa.  La quedó quieta otro rato, y la volvió  mover. Estaba claro que estaba pendiente de mi reacción.  Al ver que no me movía, que me hacía la dormida,  subió hasta palpar toda la cadera. Ahí se quedó un buen rato, movió la mano en círculos, atrás, adelante… como sorprendido.    Por fin caí en la cuenta………Joderrrrrrrr, que no llevo bragas………¡

Pero ya no había remedio, así que a aguantarse.   La mano se animó ahora con movimientos más largos, recorriendo mi vientre, mi brazo.  Subía hasta el comienzo del pecho, bajo la camiseta,  pero no pasaba de ahí.

Estaba realmente confusa, llena de emociones contrapuestas.  Por una parte me sentía mal, era el padre de mi marido. Por otra,  realmente halagada,  el sentimiento que ponía el hombre en acariciarme era algo distinto a lo que estaba acostumbrada.

Pasaron otros largos minutos, que yo contaba segundo a segundo, disfrutando del momento.  Al final la mano se tornó más atrevida.  Llegó a los pechos y ahora no se detuvo.  Agarró de forma decidida mi seno derecho, que quedaba arriba.  Tengo unas buenas tetas, talla 105, pero la mano grande la tomaba entera.  Apretó despacito, amasó el pecho, pasó la mano extendida por el pezón, poniéndomelo duro…  Yo ya caliente como una burra, claro.

Volvió a bajar,  ahora palpando la cadera.  Se retiró algo de mí, lo justo para meter la mano entre ambos y acariciar mi culo.  Siempre muy suave, muy despacio, como si tuviera miedo a que saliera de allí rebotada.

Ahora los dedos se abrieron paso entre mis nalgas.  Las yemas de sus dedos rozaron ligeramente mi sexo, que estaba mojadísimo.  Se mantuvo allí un poco,  moviendo un poco la mano, disfrutando de mi humedad.  Noté que su respiración se agitaba.

Se retiró en ese momento un poco hacia atrás, despacio,  y noté que algo hacía con la ropa, incorporándose un poco.  Ya sé, me dije… está quitándose la ropa interior, se está desnudando, mi suegro tiene intención de follarmeeee….¡.  Estaba espantada, pero algo me retenía allí,  clavada en la cama sin moverme ni cambiar de postura. Muy despacio otra vez, volvió a pegarse bien a mí.

Me agarró las piernas por detrás de mis rodillas y las empujó un poco hacia delante. Entendí enseguida el mensaje: quería que encogiera las piernas. Así lo hice, subiendo las rodillas, casi en posición fetal y quedando expuesto el trasero a su voluntad.  Ahora sí. Ahora sentí su miembro duro entre mis nalgas, que al subir las rodillas se habían abierto, dejando mi coño bien expuesto.  Yo tenía la zona totalmente empapada, de forma que su polla resbalaba de atrás a adelante, lentamente, en un vaivén exquisito que me enloquecía.  Se retiraba hacia atrás,  y  volvía a empezar, sin penetrarme.  Noté por el contacto que era un miembro bastante respetable de tamaño. Lo encajaba perfectamente en mi coñito.  Notaba como la cabeza del instrumento se abría paso entre mis labios íntimos, separándolos, abriéndolos, mojándose en mi jugo. Me estaba volviendo loca de gusto.  Cuando llegaba arriba del todo, lo dejaba ahí a lo largo, entonces apretaba suave en la cabeza de su aparato, para estimularme el clítoris.  Carajo con el maduro  -decía yo para mí-,  sabe bien lo que es una mujer y como trabajarla.

En uno de esos  deslizamientos yo moví un poco el culo en la forma apropiada, cuando pasaba el glande del nabo cerca de mi entrada, y zas………¡¡¡.  Sin dificultad entró la cabeza y medio miembro. Nos quedamos los dos quietos,  algo azorados.  Pero la realidad era la que era, buena gana ya de disimular. Así que decidí ya afrontarla sin miedos.  Me volví un poco hacia él, y musité despacio, con voz melosa:

-            Manuel…  ¿sabes una cosa?.

-            Dime, Paula.

-            Te estás follando a tu nuera…..

-            Sí, lo sé.

-            ¿Y que opinas?.

-            Qué voy a opinar… Que soy un cabronazo. Lo reconozco.

-            No, no.  No me refiero a eso. Te pregunto si te gusta.

Mi miró algo sorprendido por mi pregunta.   Y también con voz grave, emocionada, me dijo:

-            Gustarme no es la palabra.  Es mucho más.  Es exquisito, cielo.  Nunca pensé que una mujer me daría tanto placer, ni tampoco imaginé que iba a hacer el amor a un bombón como tú.

Me sentí muy bien.  Sabía que no lo decía por adularme, era sincero.  Y ya totalmente entregada, me di media vuelta despacio, quedando boca arriba y pegada a él.  Pasé mi pierna derecha por encima de su cuerpo, abriéndome toda. Bajé los tirantes de la camiseta, dejando mis senos desnudos.  Abrió los ojos admirado, observando mis senos que  son hermosos y firmes, de aureolas grandes.  El de lado, se acomodó bien entre mis muslos,  y de forma magistral, de un solo empujón, entró en mí hasta el fondo.  Sentí una sensación especial, deliciosa, como nunca había sentido.  Muy excitada ya con los juegos preliminares,  nada más sentir la penetración me llegó una especie de sensación de mareo,  unas contracciones fuertes en la zona del sexo y exploté en un orgasmo tremendo,  al tiempo que un gemido profundo, ronco, salía de mi garganta.

-            Delicioso, que rico… -Me salía solo un hilo de voz-.  Nunca me había corrido así, nada más metérmela.  ¿Tú lo has sentido, Manuel?.

-            No cariño.  Apenas me ha dado tiempo, has sido rapidísima. Además, me preocupa que te quedes embarazada.

-            Tranquilo, que tomo la píldora.  Puedes follarme sin miedos. Pero ahora, sácamela un poquito, que me relaje, ahora seguimos.

Me ocurre algo cuando siento un orgasmo, se me queda el coñito algo sensible y necesito unos minutos para que se relaje.  Así se lo pedí y mientras tanto me insinué con mi boca cerca de la suya. Entendió lo que quería y pasamos a una larga sesión de besos, dulces, sabrosos.   Desde luego era un experto amante.  Me acariciaba con pasión todo el cuerpo,  sobre todo mis mejores curvas, el culo y los pechos.  Mantenía una buena erección a pesar de su edad.  Le pedí un favor:

-            No te corras hasta que yo te lo pida.. ¿podrás aguantar, Manuel?.

-            Creo que sí, cariño… lo intentaré.

Quería que aguantase. Quería una tarde larga de sexo. Ahora, transcurridos unos minutos, mi chochito volvía a pedir guerra.  Me volví a insinuar con descaro y entendió bien mi deseo.  Comenzó besando mi cuello, bajó por mis pechos y mi vientre, recorriéndome con su lengua.  Yo de espaldas, los ojos medio cerrados, concentrada en el place infinito que me daba aquel hombre.

Mi suegro me tenía reservada la mejor sesión de sexo oral que nunca me habían dado.

Yo tengo los labios del coño grandes y más cuando se me hinchan si estoy caliente.  Por eso se me forma un surco entre los labios y los muslos.  Mi suegro recorría la cara interna de mis piernas, llegaba a ese surco, lo lamía, luego pasaba al otro, sin detenerse en mi coño.  Me tenía en vilo, terriblemente excitada.  Me preguntaba cuando se iba a decidir a comerme toda.   Estaba tumbado entre mis piernas, totalmente abiertas, me sentía la más puta y eso me calentaba aún más.  Comencé a jadear de deseo.  Por mi boca salían cosas que nunca pensé que podría haber dicho.

-            Sigue… sigue…. Fóllame toda….¡¡¡  Me vuelves loca… voy a reventar de gusto….¡¡

Yo le decía todo eso a mi suegro……..¡¡¡   Nunca pude imaginarlo.  Pero ahí estaba, espatarrada para él, disfrutando como una posesa, cumpliendo el deseo oculto de follar con un hombre maduro.

Era hábil para todo.  Sacaba unas veces la lengua solo a medias, dejándola rígida, y con ella jugaba en la entrada de mi coño,  y me penetraba un poco con ella.  Otras veces la sacaba totalmente fuera, extendida, y así me lamía, abriéndome el coño con la lengua, succionando el clítoris.  Otra vez las contracciones, los espasmos, comencé a dar saltos con mis caderas. El me abrazó fuerte los muslos sujetándome contra la cama para no perder el contacto.  Otra explosión, otro orgasmo potente.  Yo estaba acostumbrada a sentir dos con mi marido, pero el segundo siempre era más débil y me costaba algo de trabajo.  Esta vez fue más fuerte que el primero,  más intenso, más largo.

Quedé exhausta y él también agotado.  Se dejó caer sobre mi pubis, relajado.  Yo parecía flotar, medio desmayada.  Sentí su voz, entre mis muslos, como lejana:

-            Me encanta el olor de tu coño, cielo….

No sé cuánto tiempo pasó.  Era una sensación extraña de paz.   Mi mente estaba vacía,  como si fuese incapaz de pensar.  Estaba allí, con la cabeza de mi suegro entre mis piernas, como si fuese lo más natural del mundo.

A cabo de un tiempo volví a sentir que se movía.  Ahora subiendo despacio por mi cuerpo,  buscando mi boca.  Volvimos a besarnos con pasión.  Sentí mi propio sabor y no me molestó. Al contrario, volví a excitarme con la idea de que parte de mis jugos estaban intercambiándose con nuestros besos.   Lo hacía todo sin prisas.  Este era mi hombre.  Diferente a los machos jóvenes con los que había follado hasta ahora,  muy potentes, que solo piensan en el poder de la picha.  Esto era distinto.  El morbo, la delicadeza del hombre maduro, tal como había oído comentar a algunas amigas que habían dado este paso, se cumplía plenamente.

Ahora se puso totalmente sobre mí, aunque sin aplastarme.  Se apoyaba en parte en sus rodillas y codos.  Abracé al hombre y noté su corpulencia.  Es bastante más grande que su hijo.  Yo, que como he dicho, soy algo pequeña, me sentía totalmente poseída.   Aunque digan que la postura del misionero es demasiado clásica, es la auténtica para sentirse así,  mujer dominada y disfrutada.  Como prisionera del hombre que la tiene a su voluntad.  Como contribuyendo a aumentar esa sensación, el me sujetó las muñecas por encima de mi cabeza, y ayudándose con las rodillas me abrió totalmente.  Sentí como nuestros sexos entraban en contacto y de nuevo,  con un golpe fuerte de sus caderas me penetró hasta el fondo.   Sentí como golpeaban nuestros pubis. Sentí su fuerza.  El coño me ardía, abierto al máximo.  Ahora parecía quererme demostrar que también podía follar a tope, dejando a un lado la suavidad. Y me gustaba y mucho.  A todas las mujeres nos gusta la delicadeza, pero también, que de vez en cuando nos follen a todo trapo. Ahora gemíamos los dos al unísono.  Me abracé a su cuello como una perra en celo.

Subí las piernas todo lo que pude, de forma que la penetración se hizo profunda, me golpeaba la polla en el útero y tuve que bajarlas de nuevo, ya que me molestaba.  No podía más….Parecía que me iba a partir en dos.  Al final le rogué que terminara.

-            Córrete, hazlo conmigo, cielo….  No esperes,  siéntelo, amor.

Y así lo hizo.  Lo sentí perfectamente, el chorro de esperma en el fondo de mi recipiente.   La culminación, la delicia final.  Esa sensación de que el hombre se vaciaba en mi, fue como si me hiciese su regalo más especial, más intimo.  Y sin esperar más,  el tercer orgasmo me vino suave,  más delicado que los otros, pero también delicioso.

Mi suegro no dijo nada más.   Se dejó caer sobre la almohada en una sensación de paz que me enterneció.   Lo arropé ahora con la sábana, se había quedado dormido.  Yo me levanté,  menuda pero crecida al mismo tiempo.   Desnuda me miré en el espejo de la pared y me sentí la más bella.  La Mujercon mayúsculas.

Desde entonces, nuestros contactos tienen lugar cuando tenemos ocasión.   Me siento feliz y hago feliz a mis dos hombres.  Cada uno en su estilo, me aman a su manera.   Y yo… bueno, pues me habré vuelto ninfómana, no lo sé,  pero estoy contenta y en plenitud.   Luego, el tiempo dirá, ahora solo vivo el presente”.

Bueno, y está es la historia que me contó Paula.   Hace tiempo que no sé de ella.  Pero le deseo lo mejor y espero que vdes también.

Un abrazo para todos.