MI SUEGRA - Sucumbiendo al deseo contenido
Años de cercanía y empatía con mi suegra derivaron, tras la ruptura con mi pareja, en un encuentro tan deseado como temido. El deseo contenido se desbordó en una sola mañana
María Rosa era mi pareja desde hacía casi cinco años, más los dos de noviazgo formal . No estábamos casados, pero nuestra vida en común era como la de cualquier matrimonio al uso en el que, tras varios años de convivencia, la monotonía y el aburrimiento habían comenzado a hacerse dueños de nuestra relación. Ni tan siquiera teníamos discusiones que nos provocaran, al pasar unas horas o días, una reacción pasional.
Ella tenía 28 años y yo, Carlos, 29. No nos dio por tener hijos. Algo que, con el tiempo, los dos valoramos como positivo.
El último año, a raíz del fallecimiento de mi suegro, esa monotonía y hastío fueron creciendo.
María Rosa, que no era precisamente un derroche de familiaridad, decidió que le apenaba ver a su madre tan sola y que debíamos ir a tomar café todos los domingos con ella y a pasar la tarde viendo la tele y tomando luego algo. Ella lo había decidido y era lo mejor aceptarlo para evitar que su carácter se volviera contra mí.
El que no tuviéramos apenas discusiones no significa que, si se la contrariaba, no supusiera un motivo para iniciarla.
De esta manera, me encontré de repente, todos los domingos viendo TV, de un canal basura en concreto, sentado en un sillón entre mi pareja y mi suegra, Rosa, comiendo cacahuetes o pipas y tomando alguna cerveza o un gin tonic.
Rosa tenía 57 años. No era muy alta. Llenita, pero con una gordura no excesiva y que no echaba para atrás. Todo el exceso de carne lo tenía muy proporcionado. Era muy coqueta. Ya fuera para salir a comprar al súper o al mercado o para estar en casa, si había invitados, le gustaba estar vestida acorde a su gusto particular: Vestidos cortos y estrechos, monos muy ajustados, escotes que realzaban sus enormes pechos, zapatos elegantes y de enormes tacones. Por supuesto, jamás la pude ver un solo día sin maquillar o sin haber pasado por la peluquería para retocar su rubia permanente y siempre exhalaba un olor a perfume que me embriagaba. Eau de Rochas, más concretamente.
Aquellas tardes de domingo en su casa contribuyeron a que el cariño que Rosa me había demostrado desde siempre y que en ocasiones había provocado alguna seria discusión entre madre e hija, ante lo que ésta última consideraba y reprochaba a su madre por un "exceso de cariñitos" hacia mí, se vio incrementado.
Esas muestras excesivas de cariño, del tipo abrazos muy apretados o beso en los labios, en lugar de en la mejilla, al llegar o marcharnos de su casa, alteraban a María Rosa:
- "Joder mama, ya vale, no?" - le había dicho más de una vez a su madre ante esas actitudes algo excesivas.
- "¡Ay, hija, como te pones por nada! Tú sabes que para mi Carlos es como un hijo" - Le respondía Rosa con una sonrisa en los labios y que provocaba aún más la ira de su hija
- "¡Pues jamás te he visto dar besos en los labios a tus otros dos hijos! - contestaba María Rosa aún más enfadada si cabe.
Aquellos domingos, provocaron que nuestra vida en pareja sufriera un paso más en nuestra decadencia como pareja. Por más que yo le pedía saltarnos de vez en cuando esa rutina en la que habíamos caído, María Rosa siempre tenía la misma respuesta: - "¿Tanto esfuerzo te supone hacerle compañía un rato por la tarde los domingos" - a lo que añadía en plan hiriente - "de todos modos, si estamos en nuestra casa vamos a hacer lo mismo que en la nuestra: NADAAAA!!!".
Solo en una ocasión se me ocurrió decirle, a modo de réplica para afianzar mis palabras:
- "Pues estará muy sola desde la muerte de tu padre, pero no se pierde ni una sola noche de viernes o de sábado en el Tango o el Imperator con sus amigas y que nos comente al día siguiente, entre anuncio y anuncio en la tele, que si ha conoció a tal y que guapo con el que bailó toda la noche"
¡Para que se me ocurrió hacerle tal comentario! Su réplica tuvo dos fases. Una totalmente alterada y fuera de control, donde a base de chillidos y con todo tipo de palabras soeces, resumió su respuesta con un: - "¿Me estás diciendo que mi madre no tiene derecho a divertirse un poco después de lo mal que lo paso entre la enfermedad de mi padre y luego su muerte?" y otra más pausada y con una carga de ironía de lo más hiriente y agresiva: - "Si tanto fastidio te provocan esas tardes de domingo en su casa, puedes quedarte solo en la nuestra escuchando los partidos en la radio" , pero fue su réplica final, la que me dejó tocado: - "Claro que, en el fondo, yo creo que te provoca morbo sentarte toda la tarde en medio de las dos, porque nunca se te ha ocurrido dejarme a mí en medio del sillón y tú quedarte a un lado" . Viendo que me quedé mudo y dubitativo, añadió: - "Me parece que no te produce ningún malestar cuando te da un piquito en los labios, que te de esos abrazos tan efusivos o que, viendo la tele, no pare de acariciarte la pierna... tan arriba" - y finalizó con un contundente - "realmente, creo que te excita esa situación" .
No puedo negar, ante la evidencia, que esas situación se producían por parte de mi suegra, ya con total descaro y que, por María Rosa no había ninguna respuesta ni ningún asomo de discutir con su madre. Yo trataba de no darle ninguna importancia y no lo tomaba a mal, aunque reconozco que, en ocasiones sí que me llegó a alterar libidinosamente, cuando en algunos de sus achuchones, apretaba enérgicamente sus pechos contra mí y su escote quedaba más bajo de lo normal, quedando más expuesto a mi mirada, el canal de los mismos o en alguna ocasión, una pequeña porción de lo que presumía, unos enormes pezones oscuros.
La relación con María Rosa, empezó rápidamente a deteriorarse, si cabe, más aún de lo que ya estaba. Muchas tardes no venía directamente a casa desde el trabajo, con la excusa de que tuvo un día pésimo y se fue a tomar algo con los compañeros al salir de trabajo. Si esa salida coincidía en viernes, la entrada en casa se producía en ocasiones a altas horas de la madrugada.
Algún sábado incluso me decía que se iba a cenar con sus dos amigas y que llegaría tarde, que no le apetecía estar en casa.
La situación era ya tan pésima que ni ella me ofrecía razones para su nuevo comportamiento ni yo se las pedía. En realidad, no es que me diera lo mismo, sino que incluso estaba mejor si ella no venía por casa hasta las tantas.
Eso sí. Los domingos por la tarde, continuó la rutina de pasarlos en casa de Rosa.
María Rosa nunca me dijo que me podía quedar en nuestra casa y yo tampoco se lo comenté. Quizás la falsedad de guardar las apariencias hacía que ninguno lo propusiera.
Y un día, ocurrió lo que se veía venir. Cinco años de convivencia se acabaron de manera sutil.
Un viernes, me sorprendió regresando del trabajo a una hora demasiado normal y me comentó que no había ninguna razón para continuar con esta farsa que estábamos viviendo. Que estaba buscando con quien compartir piso de alquiler y que su decisión era total y definitiva.
Con toda la tranquilidad del mundo, sin alterarme y sin aspavientos. Casi diría yo, liberado ante su decisión solo le respondí: - "Uno de los dos tenía que tomar la decisión. No me importa que hayas sido tú".
Casi le molestó mi pasividad. Supongo que ella esperaba una de las típicas frases que se suelen pronunciar en estos momentos:
- "Démonos un tiempo". "No tomemos decisiones tan drásticas". "Vamos a recapacitar y poner cada uno de su parte"
Pero no. Por mi parte en ese momento me sentí totalmente aliviado y reconfortado.
Las llamadas, con llantos incluidos, por parte de mi suegra, a raíz de que María Rosa le comunicara la noticia, fueron continuas y diarias. Era una súplica lastimosa para que nos lo pensáramos. Por mi parte y con tal de quedar bien ante ella solo le decía: - "Rosa, ya se lo he dicho varías veces. Lo he intentado todo lo que he podido, pero su hija ha tomado la decisión y ya no me puedo rebajar más ante ella".
En su última llamada y sin variar la conversación, viendo que definitivamente ya no se podía hacer nada, me dijo, casi a modo de despedida: - "Carlos, tú sabes que te quiero con uno más de mis hijos y no sabes el daño que esto me está provocando" - emitió un ligero sollozo antes de continuar - solo te pido que, por favor, vengas a verme de de vez en cuando. No te olvides de mi".
Dos semanas después era totalmente dueño del espacio y del tiempo de mi piso. Afortunadamente para ella y de paso para mi, encontró en un anuncio una chica que buscaba compañera de piso y en un par de citas, viendo que había empatía y afinidad entre ellas se decidió por abandonar enseguida el lugar de convivencia de sus últimos cinco años. Un sábado por la mañana, tras regresar del mercado del barrio donde compré lo que necesitaba para celebrar una cena en casa con mi mejor amigo, a modo de celebración de solteros, me encontré un post-it sobre la puerta de la nevera : GRACIAS POR TODO
Desde ese día me empecé a sentir más a gusto conmigo mismo. Salía muy a menudo con mis amigos, únicamente los viernes y sábados , pero en plan bastante tranquilo. Cena y ir a tomar algo a algún bar musical por Aribau o Montaner. Los días de diario formaban parte de una bendita monotonía. Llegar a casa del trabajo, tomar una cerveza mientras veía tele o escuchaba música, preparar una cena suave y acostarme pronto a quedarme dormido mientras leía algún capítulo de la novela de turno.
Un sábado por la mañana, a eso de las 10, sonó el teléfono. Afortunadamente, la noche anterior, aunque salí a cenar, no me apetecía ir de copas y me vine a casa a una hora prudencial, por lo que, cuando recibí la llamada, estaba ya prácticamente despierto y no me supuso un fastidio.
- "Hola, cariño ¿te he despertado? ". Era Rosa. Hacía unas tres semanas que, extrañamente, no me llamaba, ya que era algo que hacía habitualmente, con la excusa de ver que tal estaba y si mantenía algo de contacto con tu hija. Eran sus dos inquietudes a pesar de que sobre el segundo tema siempre le decía que ni sabía nada de ella y ni me importaba que era de su vida.
Esta vez fue más al grano:
- "Ayer se me rompió la cinta de la persiana de mi habitación y he pasado una noche horrible de calor. No entraba nada de aire" - me dijo
Solo pude responderle dándole la razón ya que ese septiembre, a pesar de estar ya a mediados de mes, era de unas temperaturas inusuales para la época.
- "No se preocupe Rosa. Desayuno algo, me pongo ropa cómoda y voy a comprar la cinta a la ferretería" - y para que no se impacientara le añadí un - "en una hora estoy en su casa" .
- "¡Ay hijo!, ya te preparo yo el desayuno y además de lo que te gusta. Un bocadillo de chorizo ibérico con una cerveza. Tengo que alimentarte para que me arregles bien la persiana" - me dijo muy zalamera, como siempre lo fue conmigo.
En menos de una hora estaba en su casa con los materiales que necesitaba para la sesión de bricolaje. Ya empezaba a hacer mucho calor y llegando me apercibí que no había cogido una camiseta y un pantalón para cambiarme después de la reparación ya que estaba convencido de que los iba a dejar totalmente sudados.
Me abrió nada más tocar el timbre. Sin duda me había visto llegar desde la ventana y me estaba esperando. Me recibió con un escueto. "Hola, Carlos" y cerró la puerta en cuanto pasé al recibidor. La verdad es que me chocó esa inusual frialdad, sin embargo nada más pasar al comedor me dio un enorme abrazo y el correspondiente beso en los labios. Reconozco que echaba de menos ambos.
- "Prefiero saludarte aquí" - se justificó. - "La vecina es tan cotilla y chafardera que seguro está mirando por la mirilla y si te ve llegar solo y que te doy un beso y un abrazo, seguro que se pone a maquinar cosas raras" - y ya añadió - " y eso que no le he contado que María Rosa y tú os habéis separada ¡válgame Dios!".
Rosa llevaba puesta una bata. No la típica bata de boatiné. Era fina y elegante hasta para vestir informal en casa. Era una bata de raso, algo transparente. Corta, bastante corta, lo que me permitía contemplar esas piernas llenitas, pero nada deformes y abrochada únicamente con un cinturón, lo que provocaba que el escote le quedara bastante bajo y pronunciado y pudiera ver continuamente parte de su sujetador. Una pieza preciosa de lencería roja a juego con la braga que se divisaba, en parte, gracias al tejido no opaco de la bata.
Para hacer todo el conjunto más sugerente, calzaba unas zapatillas, a conjunto con la pieza superior y con un tacón muy alto.
Tenía el desayuno ya preparado en la cocina y ella se sentó a mi lado a tomar un café y a hablarme de su hija y de que apenas la veía, pero que hoy vendría a tomar café y a recoger algo de ropa de cama que a Rosa le sobraba. Mientras degustaba el exquisito bocadillo, me era imposible apartar la vista de sus piernas cruzadas, totalmente visibles ya que la bata en ese punto se había desplazado hacia los lados. Seguía con su costumbre de tocarme el brazo o la pierna mientras me hablaba.
En otros momentos no, pero esta vez, estando a solas con ella y con su sugerente y, por qué no, provocadora vestimenta, reconozco que me sentí ligeramente alterado. Preferí terminar mi desayuno deprisa y tomarme el café mientras preparaba las herramientas para arreglar la persiana, antes que continuar con mis pensamientos.
En menos de una hora ya estaba efectuada la reparación. Además de ser algo "manitas" ya tenía algo de experiencia en este tipo de trabajo. De hecho, hacía unos meses ya hice lo mismo en casa de Rosa con la persiana de una de las ventanas del salón.
- "Listo, Rosa" - le informé sin saber donde estaba. En unos segundos llegó hasta mi y le añadí - "esta noche ya no pasará calor" .
Se abalanzó sobre mi cuello y agachándome me dio un nuevo beso en los labios.
-"¡Cuánto vales, mi amor!" - me dijo como siempre que le hacía algún arreglo en casa, para seguir con un - "¡cómo ha podido ser tan tonta mi hija, por Dios!".
En cuanto vio mi camiseta y mi pantalón, totalmente empapados, me dijo de manera apesadumbrada: -"Hijo, desde luego que esta noche no tendré calor, pero tú lo has pasado a base de bien mientras reparabas la persiana" - y siguió a continuación -"anda quítatelos que los lavo y los paso por la secadora y en una hora están limpios y secos".
No tenía ninguna intención de quedarme en slips delante de ella, aunque al verlos sudados hubiera insistido en que me los lavaba también, por lo que le quité importancia al asunto:
- "No se preocupe Rosa. En quince minutos andando estoy en casa y ya los pongo a lavar allí, que tengo ropa suficiente para hacer una lavadora".
A la vez que me cogía la camiseta por la parte inferior y me la subía con el firme propósito de sacármela, insistía - "¡Qué no! De eso nada. Encima que vienes a hacerme un favor, no voy a dejar que vayas por la calle con la ropa toda sudada". Y ya no tuve más remedio que subir los brazos para que la prenda pudiera salir del todo de mi cuerpo.
Fue esa visión del mismo por parte de mi suegra, lo que precipitó los acontecimientos que ese día y las semanas siguientes se produjeron.
Puso sus dos manos sobre mi pecho y mi abdomen dejándolas resbalar sobre mi piel sudorosa y con su cara pegada, con los ojos cerrados, empezó a confesarse: -" Mi amor, que ganas tenía de tocar todo este vello de tu pecho, mi marido no tenía nada de pelo aquí y de olerte tan de cerca. Siempre me ha vuelto loca tu olor".
Para compensar su confesión me atreví a decirle que lo mismo me pasaba a mí al olerla a ella, con su perfume. Quizás no debí habérselo dicho ya que eso la lanzó más allá y sin mirarme a la cara empezó a besar mis pechos y mis pezones.
No sabía qué hacer ni cómo parar esa situación. Se me empezaba a desbordar.
- "Mi vida" - me susurró con auténtica dulzura - "no sabes cómo he deseado en todos estos años sentir lo que estoy sintiendo ahora y entregarme a ti en cuerpo y alma".
- "Pero Rosa" - le dije a la vez que, suavemente, la tomaba de sus hombros para separarla - "eres una mujer atractiva y sugerente, tengo que reconocerlo" . Era la primera vez desde que la conocí que no le hablaba de "usted". Jamás en todos esos años la había tuteado y seguí hablándole con todo mi cariño - "pero debes entender que aunque tu hija y yo ya no estemos juntos, eres mi suegra porque para mí lo vas a seguir siendo siempre".
Sus ojos empezaban a humedecerse y mirándome fijamente a los míos a la vez que sus manos acariciaban mis mejillas, me suplicaba: - "Cariño, mi vida, no me importa que me sigas sintiendo como tu suegra, eso me hace feliz, pero como mujer debo confesarte que siempre he tenido deseos de ti, de ser tuya".
No sabía como parar esta situación, incómoda por un lado, pero a la vez atrayente. Mis fantasías con mujeres maduras siempre, desde que conocí a Rosa, las había volcado con ella. Ahora, además, podía cumplir ese sueño, pero era consciente de que era un terreno peligroso.
Rosa era, desde mucho antes de morir su marido, una mujer deseosa de cariño y con una total falta de pasión, como me confesó su hija. Ahora tenía ante sí al hombre con el que había fantaseado tantas veces que sus anhelos se cumplían y ahora, además de no haber otra persona por medio, no había ni tan siquiera una distancia física. Mi miedo no era ofrecerle ese sexo placentero que yo sabía por su hija, que nunca había tenido. Era el que ella necesitaba también el amor, que su difunto marido apenas le había proporcionado nunca. Esto, era algo que no me lo podía permitir.
- "Rosa, no podemos" - traté de convencerla a sabiendas de que yo mismo empezaba a no estar convencido de mis propias palabras - " ¿qué pasaría si tu hija o tus hijos se enteran de esto?".
- "Mi amor" - mirándome de manera tierna y con tristeza a la vez - "por favor, no me prives, aunque sea por una vez en la vida, de disfrutar de mi cuerpo con alguien como tú. Deseo entregarme a ti. Quiero que, aunque solo sea por esta vez, ser tuya. Ser amada. Gozar. Quiero susurrarte al oído "te amo, te deseo" mientras entras en mi".
En esos momentos mi libido estaba ya empezando a ser muy evidente, desde mi altura podía divisar los enormes pechos de Rosa atrapados en su sugerente sujetador ya que el escote se la había abierto más y prácticamente le llegaba a la cintura, dejando también al descubierto el inicio de sus bragas. No pude resistirme más y bajando mi boca hacia la suya la besé con toda la pasión que me permitió su poca experiencia a la hora de dar y recibir un morreo en condiciones.
Le desabroché el ligero nudo de la cinta de su bata y mientras con una mano le magreaba sus pechos con la otra se la quitaba y bajaba al suelo.
Estaba genial en esa ropa interior y sobre esas zapatillas de altísimo tacón. No paraba de tocarme, besarme el pecho y los pezones, acariciarme los glúteos por debajo de la tela de mi slip. La dejaba hacer hasta que la tomé de la mano y la acerqué a la cama.
- "Rosa, ¿estás seguro que quieres hacer esto?" - le pregunté esperando que se echara para atrás, aún sabiendo que esa respuesta no me la iba a dar.
No tardó en suplicarme de nuevo: - "¡Por favor, hijo! Es lo que más necesito en estos momentos. Entregarme a ti y sentirte sobre mí y dentro de mí".
Empecé a besarla profundamente a la vez que le quitaba el bonito sujetador. Sus pechos quedaron a mi merced. Por fin eran míos. Grandes, no demasiado caídos para su edad y con unos enormes pezones oscuros. Deseaba morderlos y eso lo que hice, con toda suavidad, eso si. No quería asustarla. Empezó a emitir ligeros gemidos, casi imperceptibles.
La tomé de las manos y la senté en la cama quitándome el slip cerca de su cara. Mi pene tenía ya un tamaño cercano a su máximo esplendor.
Rosa quedó asombrada: - "Ohhh!!! Ya me habían contado que era muy grande, pero no me imaginaba esto" - y empezó a tocarla y manosearla de manera casi infantil.
- "¿No quieres probar que se siente teniéndola en la boca?" - le dije para calibrar que podía llegar a conseguir.
- "Ufff! Nunca he hecho eso, pero si tú quieres que lo haga..." - asintió con dudosa convicción.
- "Hazlo, verás como te gusta y como no querrás que te la saque" - le dije esperando tranquilizarla y fue lo que hizo, aunque más que un pene usaba su boca como quien da lametones a un chupa-chups.
Viendo que no avanzaba en el descubrimiento del sexo oral, la tomé por la nuca y pasé yo a llevar la iniciativa. Fui apretándola contra mí para que en su boca aumentara la cantidad de carne. Cuando lo notó apoyó sus manos en mis caderas y empujando sobre ellas trató de separarme. Por supuesto que no lo consiguió y hasta que no noté que le empezaban a venir arcadas no le extraje mi miembro de su boca. Sus ojos estaban húmedos por el esfuerzo y su respiración era agitaba, pero no rechistó para nada.
Empujándola ligeramente por sus hombros la recosté sobre la cama y sus piernas quedaron colgando sobre el borde de la misma.
- "¡Penétrame, cariño. Éntrame ya! - me pidió a modo de súplica
- "No, mi cielo! - le respondí cariñosamente - "quiero hacerte disfrutar primero de una manera que seguro nadie te lo ha hecho jamás".
Le fui quitando las bragas pausadamente. Quería descubrir sin prisas que tesoro escondían y efectivamente, quedé maravillado ante ese pubis con una escasa cantidad de vello y el poco que tenía era muy corto y suave. Nunca se había depilado esa zona, según me contó su hija. Le apenaba y hasta sentía vergüenza la escasa cantidad de pelo que desde siempre había tenido. Por el contrario, a mi me estaba encantando esa visión y el poder degustar con la mirada unos labios vaginales tan abultados y carnosos.
A la vez que le separaba los muslos acerqué mi boca a ellos. Automáticamente ella los quiso cerrar, pero al escuchar un: - "Tranquila, cariño, déjame a mí y verás lo que es disfrutar de mi lengua en tu coño" - se relajó y de nuevo sus piernas quedaron totalmente separadas y su sexo entregado a mi boca.
Mientras mi lengua se paseaba arriba y abajo, a derecha e izquierda por sus labios, mis dedos índice y corazón juagaban con un clítoris que, estoy convencido, ni ella misma sabía que tenía.
No gritaba, peros sus gemidos y su respiración entrecortada eran la más evidente prueba de que estaba gozando del momento. Sus flujos resbalaban por sus muslos y por mi mentón y mis mejillas hasta que noté como apretaba fuertemente sus manos en mi cabeza y me tiraban del pelo de manera enérgica.
Fui ascendiendo por su cuerpo, besando su pubis, su vientre, sus pechos. Mordiendo sus pezones, los labios de su boca y en el momento en que nos fundíamos en un enorme beso, que solo abandonaba para decirme: - "¡Cariño, mi amor...!".
La fui penetrando poco a poco al principio y de manera enérgica, casi violenta, cuando vi que su entrega era total. Sus muslos completamente separados facilitaban esa entrada y en mi oído estallaban sus gemidos y jadeos casi silenciosos. Sabía perfectamente que el miedo a ser escuchada por las vecinas le impedía gritar tanto como en ese momento lo estaba deseando.
Mi excitación también era ya enorme y solo estaba esperando la prueba de su cercano orgasmo para avanzar también en el mío, algo que en pocos instantes se produjo.
Una vez la excitación dio paso a la calma nos quedamos mirando. Los besos suaves eran continuos y la respiración se fue sosegando.
Por ambos lados de sus mejillas corrían lágrimas saladas acompañadas de un: -"¡Gracias, graciasss, cariño!. Gracias por esto que me has regalado".
- "Los dos hemos disfrutado y yo también deseaba este momento desde hace tiempo" - le devolví su agradecimiento y añadí - "hemos sucumbidos a nuestros deseos y aunque sabemos que no se volverá a repetir, jamás lo vamos a olvidar".
Me abrazó con todas sus fuerzas y tras un "te quiero" por su parte, me levanté y me puse mi camiseta y mi pantalón corto aún sudados.
La dejé en la cama descansando y regresé a mi casa con un cierto resquemor y arrepentimiento por lo sucedido.