MI SUEGRA - Sucumbiendo al deseo contenido (2)

El primer encuentro sexual con mi suegra debería haber sido el único, pero la pasión desbordada ese día hizo que sucumbieramos de nuevo y nos convirtieramos en amantes asiduos

Por la tarde, medio adormilado y viendo la película de tv, sin prestarle apenas atención, me vino a la mente el delicioso rato de sexo que había tenido con mi suegra. Mi ex-suegra.

Por más que algunos se vanaglorien del placer que supone seducir a una jovencita virgen e inocente, para mí,  las maduras son  mi predilección. Dejarse atrapar por una de ellas o mejor aún, dejarla creer que te está seduciendo y atrayendo, cuando en realidad eres tú quien la está atrapando para conseguir lo que, lasciva y sexualmente deseas conseguir de ella, es el mayor de los placeres, ya que se solapan en un mismo acto, sumisión, engaño, egoísmo y entrega, sobre todo cuando es hacia alguien tan necesitada, como estaba Rosa, de amor y pasión, en la misma proporción.

Estaba empezando a usar esos pensamientos para excitarme y sucumbir a una soberana paja, cuando sonó el teléfono

- "Cariño, Carlos" - reconocí enseguida, entre gimoteos, la voz de Rosa. Era toda una experta en el llanto sin lágrimas - "María Rosa ha venido como te dije, a buscar unas cosas y ha entrado en la cocina y...." - hizo una pausa para jimplar y gimotear con una niña "... y ha visto en el cubo de la basura la cinta de la persiana y...".

- "Tranquila, Rosa" - le susurré pausándole su entrecortada conversación - "no se ponga así y cuénteme que ha pasado. Seguro que no es nada importante" - de nuevo volvía a hablarle de usted, tratando de poner un punto y final a lo que habíamos vivido durante la mañana y recuperar la formalidad en el trato que siempre le había dispensado.

- "Me ha preguntado cuando se había roto y le dije que ayer por la tarde y que había pasado una noche horrible de calor al no entrar nada de aire y..." - de nuevo ese simulacro de llanto - "...y me preguntó que donde había encontrado en sábado a alguien que me la arreglara" - y se quedó ahí, pausada, buscando darle un toque de emoción a lo que aún me tenía que decir

- " ¿Qué le dijo usted, Rosa?" - le animé a que continuara.

- "Pues le conté que no tuve más remedio que llamarte a ti, que eres tan apañado para estas cosas y que en un rato estaba arreglada".

- "Pues ya está. No debe ponerse así por algo que no tiene más importancia" - le dije con la sana intención de tranquilizarla, pero temiéndome que en esta historia había algo más.

- "Solo le dije eso, Carlos. No le conté nada de lo que hicimos" - empezaba a estar más sosegada - "pero ya sabes que  carácter tiene y empezó a decirme de todo:"¿a qué coño has tenido que llamarlo a él?","¡qué bien te ha venido la excusa de la persianita para que viniera! ¿verdad?","¡seguro que le has manoseado bien el pecho y las piernas y le has dado más de un piquito!" - por un lado estaba alucinado, pero por el otro, no me extrañaba nada sabiendo como se las gastaba mi ex y siguió explicándome: "te juro Carlos, que no le he contado nada más. ¡Nadaaa, hijo!".

- "No se preocupe, Rosa" - le dije con la intención de quitarle hierro al asunto - "cuando se altera es imposible hacerla recapacitar. Lo importante es que lo que hemos hecho quede entre nosotros y aún más sabiendo que es algo que nunca volverá a suceder".

- "Pero Carlos, es que...." - no sé que más me iba a decir, pero escuché un pitido en mi auricular avisándome que había tenido una llamada perdida.

- "Rosa, tengo que colgar" - le anuncié - " me han llamado mientras estamos hablando y no sé, pero tengo la mala sospecha de que ha sido su hija".

- "Por favor, cariño, si es ella no le cuentes nada más que lo que yo le he dicho ya" - me suplicó, aún sabiendo que bajo ningún concepto le pensaba confesar que su madre y yo habíamos tenido una sesión muy placentera de sexo pocas horas antes y añadió antes de que colgara - "¿me puedes llamar después, por favor?".

- "Sí, Rosa. La llamo en cuanto termine de hablar y espero que no sea María Rosa" - le aseguré.

Una vez corté la llamada pude comprobar, como ya intuía, que era mi ex quien me había llamado y no era muy difícil adivinar cual podía ser el motivo.

Respiré profundo a modo de resignación mientras escuchaba el sonido de los toques en su teléfono y al descolgar no me dio tiempo de soltarle un simple "hola" .

- "¿Tú de qué vas, eh?" - me lanzó como quien dispara primero para tener más ventaja en la pelea

- "¿Perdona?" - le contesté, evitando el enfrentamiento que sabía que ella pretendía.

- "¡Que de qué vas, cabrón" - y tomó aliento para ya no parar - "¿A qué coño te has tenido que presentar tú en casa de mi madre? ¿Es que no te has enterado aún de que tú y yo ya hemos terminado y que eso incluye también a mi madre y mi familia? ¿O quizás tenías pensado cobrarle el arreglo de la puta persiana con carne?"

- "Para, María Rosa" - corté de manera suave, pues no tenía ganas de entrar en su confrontación y continué por ese camino  - "tu madre me llamó para ver si le podía ayudar con un problema, que por cierto, si recuerdas, le había solucionado en otras ocasiones. Ese fue el único motivo por el que he ido a su casa. Le he arreglado la persiana y me he marchado" - interiormente me regocijaba ante la mentira que le acababa de largar, pero a la vez pensaba "qué te jodan" .

Haciéndose la calmada, algo que, al otro lado del teléfono, yo sabía que no era posible, me pidió de manera contundente: - "No quiero que vuelvas a ver a mi madre y menos ir a su casa ¿Me escuchas bien?. Si te vuelve a llamar con cualquier excusa solo le dices "no, no y no", ¿Lo has entendido?".

- "¡Perfectamente!" - le aseguré, para añadir a continuación, buscando zanjar ya esa conversación - "y si tu madre se vuelve a poner en contacto conmigo, para pedirme ayuda o por algún problema, ya le diré que te llame a ti que eres quien mejor se lo puede solventar".

- "Más te vale que sea así" - y sin decirme nada más, ni tan siquiera a modo de despedida, noté como colgaba el auricular de manera abrupta. Esa fue la última vez que tuve comunicación con ella. María Rosa acababa de ser parte de mi pasado más absoluto.

Tomé resuello tras esa agria conversación y ya más calmado volví a llamar a Rosa para tranquilizarla y de paso ver que era lo que quería decirme cuando tuve que colgar la conversación que estábamos teniendo.

Mientras sonaban los timbres en su teléfono, mi mano, de manera casi instintiva se acercó a mi entrepierna y de manera casi instantánea empecé a recuperar la excitación que, antes de que me llamara, estaba ya teniendo.

Imaginaba que era yo, ya que sin preguntar, me dijo directamente: - "Carlos, cariño ¿qué te ha dicho mi hija?".

Le conté con pelos y señales toda la conversación, blasfemias incluidas y tras ello le pedí, sabiendo cual podría ser su respuesta: - "Rosa, es mejor no buscarnos problemas ante ella o sus hijos y no volver a vernos más" - acababa de dar el primer paso a su sometimiento y lo rematé diciéndole: "sabe lo que siento por usted como familia mía que la considero y eso no va a cambiar nunca, pero también sabe lo que siento como mujer que es atractiva y elegante y desde esta mañana, tan entregada y pasional".

Esperé con paciencia que dejara de gimotear y cuando pudo hablar me dijo: - "Hoy es la primera vez en mi vida que me he sentido enteramente mujer, querida, amada y entregada. Me has dado en solo una hora lo que mi marido no me dio en tantos años de matrimonio" - y continuó a modo de súplica  - "necesito volver a recibir todo lo que me has dado hoy y tú también sé que deseas entregarte a una mujer como lo has hecho conmigo y yo deseo ser esa mujer. Quiero seguir siendo tuya, mi vida".

Mi estrategia estaba ya en marcha y todo empezaba a salir rodado: - "Rosa, por favor, tiene que ser coherente y no forzar esta situación. Puede ser muy peligroso. Sobre todo para usted" - y de nuevo busqué sutilmente su sometimiento hacia mí: - "debemos terminar con esto y despedirnos ya para siempre".

Entre llantos, imagino que sin lágrimas, como era habitual en ella me dijo: - "Cariño, eres un hombre joven y atractivo y debes tener tus necesidades. Yo quiero ser la mujer que tú necesitas para cubrirlas. Yo quiero ser tuya".

Con un punto de malicia por mi parte, mi tono empezó a ser, fingidamente, más contundente: - "Rosa, como tú has dicho" - de nuevo empecé a tutearla - "soy joven y atractivo y puedo tener todas las mujeres que quiera para sofocar mis necesidades sexuales y afectivas. Mujeres, casadas o solteras, pero que no me van a acarrear ningún problema" - le dije mientras la escuchaba suspirar y gimotear profundamente. Entonces, lancé el anzuelo de manera definitiva y le espeté abruptamente,  con maliciosa intención: - "y si un día no encuentro con quien desfogarme, no te preocupes por mí, me puedo ir de putas. Por 100 euros las hay entregadas y complacientes. Lo justo para pasar una hora y adiós".

Esperé unos instantes a que me respondiera y ya si llantos ficticios y de manera serena, casi enérgica: - "Carlos, por favor, no quiero que busques sexo en otras mujeres. Me da igual que sean solteras, casadas o divorciadas. Me puedes tener a mi siempre que lo necesites y aprenderé pronto todo lo que son tus gustos y no te diré NO a nada. Solo tendrás que llamarme y en media hora me podrás tener donde me digas" - y con más fuerza si cabe - "¡y no vuelvas a decirme que te irías de putas!. Si necesitas una puta ¡yo seré la más guarra de todas y la más sana... y gratis!".

Efectivamente, había mordido el cebo y ya la tenía entregada a mí.

- "Rosa, sabes que no puedo aceptar eso" - le dije a sabiendas de que no lo pensaba asumir y yo deseaba que así fuera - "es algo inmoral. Eres mi suegra, aunque ya no esté con tu hija y es así como debo verte".

- "Por favor, cariño, no me dejes así. Te necesito por lo que sé que me puedes dar como persona, pero también como mujer. ¡Te deseo!" - me dijo en un último intento desesperado, pero sabiendo que no se daría por vencida.

No le respondí, a propósito y cuando mi espera se le hizo ya demasiado larga me pidió: - "¡No me tengas así! Dime que me aceptas como amante, como mujer y como tu puta".

Un rato después abandoné mi silencio, cuando veía que la cuerda estaba lo suficiente tensa y que ya había conseguido mi propósito: - "Está bien Rosa, serás las tres cosas para mí y te prometo que los dos disfrutaremos de cada encuentro" - y mostrándole mis condiciones a sabiendas de que no las iba a rechazar - "cuando te pida que vengas es porque necesito sexo contigo y vendrás a mi casa y lo harás vestida de la manera que yo te diga. Por supuesto, no te faltarán mis muestras de amor y cariño. Esas estarán por encima de todo. Pero tampoco rechazarás hacer lo que quiera que hagamos".

- "¿En tu piso?" - me preguntó sorprendida - "¿no te da apuro de que me vean entrar y salir tus vecinos?".

- "Para nada" - la tranquilicé - "apenas tengo contacto con ellos. Ni tan siquiera saben que tu hija y yo hemos terminado. Por otro lado, en cinco años, has venido por aquí en contadas ocasiones. Nadie sabe que eres la madre de María Rosa" - y terminé añadiendo - "nadie me va a preguntar y si alguien lo hiciera, no le respondería de manera muy cordial".

- "¡Qué feliz me haces, Carlos! Tú me dices cuando quieres que vaya".

- "Vamos a dejar pasar unos días y ver si María Rosa se ha olvidado, no sea que le de por llamarte continuamente para ver si te pilla a menudo fuera de casa".

- "Ya ves que preocupación tiene por mí si desde que os habéis separado ya no viene por casa ni siquiera los domingos" - me informó - "ella ya lleva su vida y no está mucho por mí, como ha pasado siempre, pero si prefieres esperamos unos días, cariño. Ya te diré si me llama mucho".

Cada noche me llamaba para darme novedades y efectivamente, aquel calentón que tuvo su hija pasó a la historia y ya, casi una semana después, Rosa no había vuelto a tener noticias de ella.

Era jueves y hablando por la noche, le dije: - "Mañana te quiero en mi casa después de comer".

- "Uhmmm, mi vida ¿qué alegría me das?" - me dijo notablemente excitada - ¿cómo quieres que vaya vestida para esta primera cita, amor?".

- "La puta eres tú" - le dije con voz seria - "y ya sabes como deberías venir, pero puedes  ponerte siempre un abrigo o una gabardina, para ser discreta, pero de ahí para abajo quiero que me sorprendas en cada visita".

- "Gracias, cariño" - ya empezaba a ser sumisa - "lo haré así y espero gustarte mañana y todos los días que nos veamos".

Al día siguiente, mientras tomaba mi café, estaba ya expectante y por supuesto, excitado. Rememorando la primera vez con ella, mi pene comenzó a sufrir una erección y tuve que distraer mi mente para evitar acabar masturbándome.

Afortunadamente, sonó el timbre del telefonillo y en unos segundos pulsé para abrir la puerta del bloque sin ni siquiera preguntar quien era. En un minutos escuché como el ascensor se paraba en mi planta y para cerciorarme que era Rosa, eché un vistazo por la mirilla y efectivamente, era ella la que con su taconeo característico, se dirigía hacia mi puerta de manera tímida y mirando a todos lados.

Llamó al timbre y esperé unos instantes antes de abrir.

- "Hola ¿qué tal? - la saludé de manera seca pero correcta - "pasa, por favor".

Un "gracias" , tan discreto como mi saludo fue lo único que escuché mientras franqueaba la puerta de mi piso.

Fue cerrarla y apoyándola contra ésta, comencé a besarla con una pasión de locura contenida.

Su gabardina no tenía botones, solo estaba abrochada con  un cinturón, que sin ningún esfuerzo solté para quitársela y dejarla caer al suelo.

Mis manos apretaban sus pechos, sabiendo que le estaba haciendo daño. Su boca se aferraba a la mía. Sus dedos estiraban mi pelo igual que hacían los míos con el suyo.

Una vez calmada la pasión inicial la pasé al cuarto que estaba en el mismo recibidor.

- "¿Prefieres aquí antes que en tu habitación, cariño?" - me dijo extrañada al no llevarla a mi cuarto. Al que había compartido con su hija hasta hacía pocas semanas.

- "Mi amor, he preparado esta sala con todo los necesario para que estemos cómodos: cama grande, luz tenue y sugerente, música, ante todo porque aquí podrás gritar todo lo que quieras, ya que no está pegada a ninguna pieza de ningún vecino" - me miraba con devoción - "en mi habitación, a los vecinos les llega cualquier mínimo ruido".

Me la quedé mirando y ella se apercibió: - "¿Cómo me ves en esta primera cita, mi amor".

- "¡Espectacular, cariño!" - le respondí sin ningún atisbo de falsedad.

Venía vestida toda de negro. Un conjunto de una sola pieza, muy corto, sin mangas y escotadísimo, que me permitía ver parte de su sujetador.

Me acerqué y le fui subiendo el vestido por la piernas, llenitas, pero muy estilizadas debido a la considerable altura de los zapatos de salón. La prenda se deslizaba por unas medias negras estampadas hasta que llegué a ver que están acababan en una blonda preciosa que estaba sujeta por un liguero. El vestido desapareció totalmente de su cuerpo dejando ante mí una visión realmente atractiva y atrayente.

- "¿Me ves bien puta así, amor?" - me dijo esbozando una sonrisa sensual en unos labios totalmente rojos.

- "¡Tócate!" - fue mi única respuesta.

Me obedeció al instante y mientras sus manos y dedos manoseaban sus pechos, caderas, entrepierna, jugaban con su cuidada permanente rubia, me fui quitando la ropa hasta quedar totalmente desnudo ante ella.

- "¡Dios mío, cariño" - exclamó clavando su mirada, de manera lasciva, en mi pene - "¡pero cómo la tienes así de grande ya!"

- "Me has preguntado si te veía bien puta... y esta es la confirmación" - le dije con total insolencia.

La música y la luz del cuanto proporcionaban una atmósfera que invitaba al sexo en cualquiera de sus vertientes.

La giré y me apreté a su espalda. Le mordía el cuello, la nuca. Le metía mis manos por dentro de su sujetador y le apretada las tetas, le pellizcaba los pezones. Le restregaba mi polla contra la raja de su culo. Mis dedos entraron en sus minúsculas bragas y jugaron con su pubis antes de alcanzar los labios de su coño. No le daba tregua y ella dejó a un lado la respiración fuerte para empezar a gritar locamente.

Me puse delante de ella y tomándola por las mejillas, la bese profundamente. Ella se aferró a mi cuello con sus brazos y no me dejaba separar. Una mujer que no sabía besar, con solo la sesión del sábado anterior se había convertido en toda una experta con la boca y los labios.

Le quité el sujetador y la ayudé a echarse sobre la cama. No le quité ni medias, ni liguero, ni bragas. Estaba espectacular con esas prendas.

De rodillas ante ella, empecé a besar todo su cuerpo. A morder sus pezones, provocando un dolor placentero. A lamer su coño sobre sus bragas y absorber los incipientes flujos que ya escapaban.

Avancé mi cuerpo hasta cerca de sus enorme tetas y introduje mi polla entre ellas. Le tuve que explicar que quería hacer ya que no tenía ni idea de que era una "cubana".

- "¡Uhmmm, si me gustará! - me aseguró expectante mientras notaba como mi polla, se deslizaba  bruscamente por el hueco que sus dos pechos me ofrecían.

Sabía que mi orgasmo, ante tan estado de excitación, no se iba a demorar mucho y cuando ya noté que estaba a punto de sobrevenir, saqué mi polla de sus tetas, tomé a Rosa por la nuca para incorporarla a una posición más vertical y introduje mi miembro en su boca que abrió sin rechistar.

No lo esperaba y el llenársela toda con la inmensa cantidad de leche contenida desde hacía tantos días, la pilló por sorpresa. Con su boca medio cerrada, me miraba sin saber que hacer.

- "Te la puedes tragar si te gusta" - le sugerí con una sonrisa ciertamente chulesca - "las buenas zorras cobran un extra por hacer esto".

Viendo que lo estaba pasando mal, más por lo inesperado que por una cuestión de asco, le ofrecí la palma de mi mano y escupió en ella hasta la última gota de mi semen, algo que agradeció con un: - "gracias, cariño. La próxima vez verás que si me lo trago".

Antes de que mi erección perdiera su intensidad, le pedí que abriera sus piernas y coloqué mi pene delante de su coño. Separé con la mano limpia la parte de su braga que cubría su raja y a pesar de estar ya morcillona, no tuve ningún problema en introducir mi polla en su coño debido a la humedad que mantenía gracias a sus fluidos.

Mientras ella gritaba, balbuceaba palabras incoherentes e imperceptibles, masajeaba sus pechos, su cuello y su cara con mi leche. Incluso abría su boca para lamer la palma de mi mano mientras que las suyas me tomaban por mis caderas para aprovechar el volumen de mi polla antes de que se evaporara del todo y alcanzar su orgasmo a través de la fricción de su pubis contra el mío. Y así ocurrió. Un gritó reventó contra las paredes del cuarto en el que, afortunadamente, puerta y ventana estaban cerradas, lo que evitó, creo, que vecinos curiosos pudieran enterarse de lo que ocurría junto a ellos.

Quedamos los dos recostados cobre la cama. Ella apoyó la cabeza sobre mi pecho y pasaba su mano sobre su corto vello.

No decíamos nada, pero éramos conscientes de que esa primera cita, buscada, no había salido nada mal y solo se trataba ahora de buscar motivaciones y juegos en cada una de las posteriores para no caer en la monotonía y el aburrimiento y estaba seguro que con Rosa, ambas cosas se podían evitar. Su amor y cariño hacia mí, unidos a la aceptación de su sumisión hacía mis deseos y caprichos permitirían que fuéramos avanzando sin pausa en nuestra relación de sexo y cariño.

Un hora después estaba de nuevo vestida espectacularmente  con su vestido negro. Bien peinada y de nuevo maquillada.

En el recibidor nos dimos un beso apasionado, con lenguas que se presionaban la una contra la otra - "¡Dios, como ha aprendido a besar esta mujer en solo dos sesiones!" , me dije, para mí mismo ante un progreso tan evidente.

Antes de abrir la puerta se pasó carmín por los labios. ¡Cómo iba a salir a la calle sin llevarlos pintados! y en ese momento, abrí mi cartera, que tenía sobre el mueble del recibidor y le di 100 euros.

Me hizo un gesto de rechazo, que no aprecié como de sentirse humillada por mi parte, lo que me confirmó al decirme: - "Cariño, no tienes que darme ese dinero, no es necesario. Mi pensión de viudedad me da suficiente para vivir y ya me he sentido muy bien pagada con la manera de tratarme y hacerme gozar".

Tomé sus manos y mientras le puse el billete entre ellas, le dije: - "Mi amor, has aceptado ser una puta para mí en el juego de nuestros encuentros pasionales y quiero demostrarte que lo has hecho a la perfección" - me miraba con ojos de cariño - "en cada visita tuya te daré este dinero y tú lo podrás gastar en renovar tu lencería o tu vestuario para mi" - añadiendo a continuación - "quiero que cada encuentro sea nuevo y diferente en todo, incluido en la ropa que te pongas para mi disfrute".

- "Si es para que tú me sientas y me veas como una puta entregada y deseosa de su amo, aceptaré este dinero, mi amor" - me dijo sin ningún atisbo de remordimiento.

Nos abrazamos y ella abandonó mi casa sabiendo que más pronto que tarde recibiría una llamada para volver a repetir lo vivido esa tarde.

Y así fue. Justo una semana después, obedientemente ante mi llamada, estaba en mi casa a la misma hora. Su vestuario era diferente, más atrevido si cabe. Pude ver que traía una medias de rejilla pero, debajo de su abrigo, al quitárselo, un vestido rojo, casi transparente en la parte superior, me permitía ver un sujetador minúsculo, también rojo,  que apenas llegaba a cubrir sus generosos pezones. Mi erección fue aumentando ante esa visión y sobre todo ante su sonrisa pícara y sensual. La parte baja del vestido, corto, muy corto quedaba flanqueada por una raja lateral que le llegaba hasta casi la cadera.

- "Cariño... ¡no sé cómo no se te ven las bragas con semejante raja!" - le pregunté mientras mis dientes mordían mi labio inferior.

Acerco sus labios a mi oreja y tras darme un suave mordisco en el lóbulo me dijo: - "Y a usted ¿quien le ha dicho que hay unas bragas debajo del vestido?".

Acto seguido, metí mi mano por entre aquella espectacular raja y efectivamente, su coño no estaba protegido por ninguna tela. Sin contemplaciones, metí dos dedos en él y cuando empezaron a mojarse, algo que no tardó mucho en suceder, me los llevé a la boca y ella me miró con una cara de lujuria fuera de lo común.

Le bajé el vestido por la parte de arriba y saqué sus tetas del minúsculo sujetador. La llevé a la cama y le subí el vestido por su parte inferior. Su coño quedó a mi merced.

Mientras me quitaba mi camisa y desabrochaba mi pantalón sin ninguna intención de quitármelo, Rosa, apoyada con sus codos en la cama solo me dijo: - "Me parece que hoy los prolegómenos van a quedar para después, jajaja!".

Bajé mi boxer para extraer del todo mi polla y colocándome ante ella, la inserté sin contemplaciones en su coño. El cuarto quedó inundado con un grito agudo que retumbó en las paredes. Nos mirábamos y mis dedos entraron en su boca relamiéndolos con devoción. Su pecho se hinchaba con cada una de mis embestidas.

Apenas pude llegar a entender cuando me dijo: - "Dale fuerte a tu perra, cariño... ¡rómpeme!".

Segundos después, intuyendo que su orgasmo estaba muy cercano, aceleré mis movimientos pélvicos para alcanzar juntos el clímax. Y así fue. Nuestras caras y bocas se unieron y resbalaban entre ellas de la mezcla de sudor y saliva que las impregnaban.

Los encuentros pasaron a ser de dos veces a la semana y tres en alguna de ellas. No soportaba estar siete días esperando el siguiente y a mitad de semana la tenía de nuevo en mi casa. Cada una de esas citas tenía una atracción diferente.

Me preguntó en unos de ellos que yo eligiera como tenía que ir vestida y por supuesto aceptó mi proposición. Yo ya la esperaba desnudo. En el mismo recibidor, me dijo: - "Señor, sus deseos son órdenes para su puta. Usted me paga y yo le obedezco".

Le quité pausadamente su abrigo de piel y ante mi tenía su cuerpo casi desnudo. Únicamente los zapatos y unas medias con liguero, todo en una sola pieza, que dejaban al aire coño y culo, la cubrían.

La tomé por el pelo y la dirigí al mueble de mismo recibidor y apoyada sobre el mueble por los codos, la agarré de la cintura, mirándonos los dos a través del espejo y la penetré con toda dureza a la vez que le tapaba la boca para evitar cualquier grito.

Le gustaba ese trato. Sabía que después tendría su recompensa. No le importaba que en ocasiones yo me corriera primero. El placer que le esperaba a ella no sería secundario ni superficial, ya que una vez me había recuperado de mi orgasmo, me entregaba totalmente a ella de manera pausada hasta llevarla a la extenuación.

Cualquier acto nuevo la impresionaba, pero también disfrutaba con los repetidos. Tragarse mi semen o asumir que de manera improvisada y sin juegos previos, le clavara enérgicamente mi polla la hacían disfrutar tanto como con su propio placer.

Una vez, mi secreto para ese día fue tumbarla sobre la cama tras haberla desnudado y para su sorpresa embadurné su pubis con aceite corporal para a continuación pasar mi cuchilla de afeitar por él y eliminar el escaso vello que lo cubría.

- "Pero cariño, jajaja, si a mí me gustaría tenerlo más poblado" - me dijo sin mostrar ningún enfado.

- "Ahora si está listo para ser lamido profundamente, cariño" - le advertí.

Ese día disfrutó del sexo oral más que nunca. Desde entonces, cada ciertos encuentros repetía esa operación

En ocasiones me presentaba algún sábado en el baile donde había quedado con sus amigas. Enseguida me hacía ver por ella, pero ni me acercaba. Me gustaba ver como los babosos, gente que estaba ya cerca de ingresar en un asilo, se le acercaban y mientras le hablaban cansinamente, aprovechaban para poner las manos en su pierna o su cintura.

Rosa me miraba sonriente y más cuando aceptaba bailar con alguno de esos vejestorios. Yo también le sonreía a lo lejos, cuando en plena calentura y sin ningún rubor, apoyaban su cabeza sobre los generosos pechos de ella o sus manos sobre sus nalgas. A una hora prudente y ante la extrañeza de sus amigas, abandonaba el local y me alcanzaba en la esquina donde la estaba esperando. Llegábamos a casa sin apenas hablarnos y ya ahí, en nuestro cuarto, la pasión y el deseo de los dos explotaba en mi máxima potencia..

- "Te calientas cuando esos viejos te soban las tetas y el culo ¿verdad, zorra?" - le escupía verbalmente, mientras la desnudaba de manera agresiva y recibía alguna bofetada, sin excesiva dureza.

- "Lo que me excita es que me toquen mientras tú me miras sin hacer nada para evitarlo" - y deseando provocarme más añadía - "la pena es que a ninguno de esos se les levanta cuando me rozan y me dejan el coño seco".

Sabía que mi respuesta iba a ser ponerla en cuatro, dejarle las nalgas rojas de bases de cachetes y echándome sobre su espalda clavarle la polla en su coño de manera súbita. Por supuesto, estaba ya tan mojada que la recibía totalmente complaciente y con el deseo elevado a la máxima potencia

Una semana no nos vimos mitad de ella. Me llamó para venir a casa, pero por más que insistiera le dije que me era imposible ya que tenía demasiado trabajo.

El viernes me volvió a llamar para pasarse por la tarde después de comer. Le dije que era imposible porque ese viernes tenía una reunión y que llegaría tarde.

- "¿Entonces no nos vamos a ver esta semana?" - me preguntó de manera lastimosa, para añadir a continuación - "llevo la cuenta y esta semana serían 25 encuentros desde aquel sábado  en que viniste a casa a arreglar mi persiana".

- "Claro que nos vamos a ver cariño y yo también sé que es nuestro 25 encuentro y lo quiero disfrutar de manera especial" - le dije esperando sorprenderla.

- "Cariño, como me alegra esto que me dices" - y buscando saber más de lo que le había preparado, me preguntó - "pero ¿cuándo va a ser entonces esa celebración?".

- Mañana vamos a ir a cenar a algún restaurante romántico y luego, en vez de venir a casa, te voy a llevar a un hotel por horas que me han dicho que es muy íntimo y discreto" - le descubrí la sorpresa que le tenía reservada. Aunque tristemente para ella, no sería la única.

- "Pero mi amor" - empezó diciéndome con una evidente tristeza, para continuar - "es que mañana sábado es el cumpleaños de mi amiga Tere, mi mejor amiga. Cumple 60 y todas las chicas vamos a ir a cenar y luego a bailar al Tango. Hasta me había hecho la ilusión de que vendrías al baile y que me sacarías a bailar los lentos para presumir delante de todas, pensando que eras un ligue de esa noche" - añadiendo tras mi silencio y tratando de hacerme convencer - "¿verdad que nuestra celebración, que la deseo con toda mi alma, la podemos dejar para el domingo?. Podemos ir a comer donde tú quieras y luego pasar toda la tarde en ese hotel".

- "No pasa nada, cariño, puedes hacer el sábado como tenías planeado" - le dije disimulando el evidente fastidio, que  por mi parte,  me provocaba su negativa.

Un suspiro de alivio y agradecimiento se escuchó al otro lado del auricular, para responderme: - "Gracias, gracias, mi vida. ¿Preparamos todo para el domingo, entonces?".

Mi decisión estaba tomada y era única, sin ninguna lástima le respondí tajantemente: - "Rosa, solo puedo decirte que nuestra relación, se va a quedar en 25 encuentros" - y ya más cruelmente - "no habrá ninguno más y no habrá nada que celebrar".

Entre sollozos y balbuceos solo me pudo responder: -"No, Carlos, no. No puedo perderte. Llamaré a Tere mañana por la tarde, para disculparme diciéndole que estoy fatal y que nos iremos a cenar al otro sábado ¿vale?" - y ya más tranquila - "y mañana me pondré muy elegante para ti, cariño. Seré la mujer más elegante de ese restaurante y la más puta en ese hotel para parejas. Perdóname por haber despreciado tu sorpresa. ¡Perdóname, mi vida!".

Al día siguiente, a las 8 de la noche la pasé a recoger por su casa y fuimos directamente al restaurante donde había hecho la reserva, en lo alto del Tibidabo, donde las vistas de Barcelona eran espectaculares.

Rosa vestía tan elegante como me había prometido. Con un vestido largo negro, sin mangas y escotado, a pesar de la temperatura ya fría de mitad de diciembre, vaporoso y ajustado a su cuerpo y con una raja lateral que llegaba casi a mitad de la pierna. Unos zapatos con pedrería y con más tacón  de lo habitual y unas medias negras, pero no excesivamente opacas, que cuando se sentaba, dejaban ver la blonda y parte desnuda de su pierna, gracias a la generosa raja del vestido.

Para cubrirse un poco del frío se puso un cardigan corto de piel verde esmeralda, que le llegaba a la cintura. Sin duda, a pesar de la edad y su ligero exceso de peso, llamaba la atención y era algo que se evidencia en las miradas de los hombres y de muchas de las mujeres.

La cena resultó genial y Rosa no paraba de decirme lo feliz que era y el acierto de haber hecho ese cambio de planes. Estaba radiante.

En el coche, camino al hotel, el efecto del vino le hizo ponerse más provocadora de lo habitual. Al sentarse, la raja de su falda se le subió más de lo normal y creo que no fue algo casual. Me estaba alterando y más cuando observaba su pierna cruzada en todo su esplendor. Su escote también se había quedado más bajo y la visión incipiente de sus tetas me tenía desbordado.

Llegamos al parking del Luxtal y pude dejar el coche casi en la puerta misma. Llamamos al timbre y en pocos segundos nos abrió la encargada de la noche. Le di mi nombre y nos informó que la habitación estaba ya preparada y nos acompañó a la misma. Le pedí que nos trajera dos copas de cava bien frío. En un par de minutos, llamó a la puerta y nos las sirvió.

Rosa estaba encantada con el sitio elegido. Me miraba y besaba con devoción.

La luz de aquella habitación era sugerente y romántica y la cama redonda le confería un toque sensual. La música acompañaba buscando la unión de los cuerpos y el enorme jacuzzi, con sus luces de colores eran el complemento mágico para las dos horas que teníamos por delante.

Nos sentamos en el borde del mismo para degustar el cava antes de que se calentara a la vez que dejábamos que el jacuzzi se llenaba de agua.

Hablábamos lo justo. Prefería deleitarme acariciando su cara y su exuberante  muslo, mitad desnudo y mitad cubierto con la media. Besándonos a cada momento

Terminamos el cava y tomándola de la mano la puse de pie.

Fui desnudándola sin dejar de besarla. Separé los tirantes de su vestido de sus hombros y lo dejé caer a lo largo de su cuerpo. Su cuerpo, adornado por la luz de ese cuerpo, me pareció maravilloso y sublime. Sus pocos kilos de más quedaban neutralizados por la altura de sus tacones. Nada de barriga. Nada de celulitis. Eran 57 años espectaculares.

Rosa no hacía nada. Se dejaba hacer por completo. Le quité el escueto sujetador y acerqué mi boca a sus pezones para lamerlos, morderlos y pellizcarlos como tantas veces me había deleitado en ellos en el cuarto de mi casa.

Me agaché y bajé el minúsculo tanga que se había puesto para la ocasión. Acerqué mi boca a su pubis, lo lamí esta vez limpio totalmente de vello ella abrió ligeramente sus piernas y me ofreció sus labios vaginales para que también los degustara. Un ligero gemido llegó a mis oídos al entrar mi lengua a través de ellos.

Le bajé sus medias con sumo cuidado y a la vez le quité sus delicados zapatos. Una vez desnuda del todo la ayudé a entrar en el jacuzzi y ya dentro, estirada sobre él, con el agua a la altura de sus pechos, esperó a que yo me desnudara ante ella para acompañarla.

Una vez ya a su lado nos besamos con pasión, pero de manera contenida. Nos tocábamos todas las partes de nuestros cuerpos que nuestras manos abarcaban. Rosa mordía mis pezones hasta el punto de provocarme un daño que, en lugar de apartarla,  aumentaba mi erección. Cuando noté que su excitación estaba alcanzando el momento sublime, le pedí que se diera la vuelta. Se quedó boca abajo, apoyando sus brazos sobre el borde del jacuzzi y entendiendo lo que pretendía, abrió totalmente su muslos. El borboteo del agua mojaba nuestras caras. Me coloqué contra su espalda y apretando sus pechos fui penetrándola pausadamente. El movimiento de mi pubis contra la parte baja de sus nalgas, más el añadido de las burbujas, que ascendían y golpeaban contra nuestros cuerpos, aceleró en Rosa el orgasmo que yo deseaba que fuera inmediato ya que no deseaba correrme con ella. Me quedé parado sin salir de su vagina mientras ella recuperaba el ritmo de su respiración. Lamia los dos dedos que había introducido en su boca y a la vez mordía su nuca. Al cabo de un rato fue ella la que me pidió estrenar la sensual cama redonda.

Nos acomodamos y una vez los dos estuvimos sosegados y ya seguro de que podía seguir controlando mi exagerada erección, me acerqué al oído y muy dulcemente le dije: - "Hoy es el día nacional del Masaje a las Putas y yo te tengo que hacer uno, porque eres la mejor de todas" - pidiéndole que se pusiera boca abajo en la cama.

- "¡Uhmmm, cariño!, si haciéndome un masaje eres igual de bueno que follándome, creo que me vas a hacer correr otra vez, pero sin meterme dentro tu pedazo de polla" - aseguró mientras me miraba libidinosamente.

Se giró en el momento en que yo me levanté y fui donde había dejado mi americana para sacar del bolsillo el pequeño bote de lubricante que había comprado en un sex-shop y que me habían asegurado era el mejor producto del mercado.

Empecé a dejar caer pequeñas gotas sobre su nuca, su espalda, sus caderas, sus glúteos, por la raja de su culo, que llegaban también a la de su vagina. Por sus muslos y sus gemelos.

Comencé por estos últimos a extender las gotas del preciado liquido, apretando de manera contundente y fui ascendiendo por todo el cuerpo hasta que piel y líquido quedaron perfectamente conjuntados. Mis manos se movían por todo su cuerpo haciendo especial hincapié en las zonas que mas me interesaban para hacerle elevar de nuevo su temperatura sexual:  glúteos, interior de sus muslos, y las zonas cercanas a su ano y su vagina.

Rosa se dio cuenta de que el masaje en esas partes era el más placentero y separó sus muslos para sentir más el efecto de mis manos sobre ellas.

Poco a mis dedos se empezaron a entretener más en su ano y su coño y los volví a impregnar con el líquido. El primero empezaba a perder su rugosidad y iba formándose una aureola más lisa. Del segundo emanaban chorros de fluidos que con mis dedos acompañaba hacia su otro agujero. Éste empezó a recibir las suaves acometidas de mi dedo índice y pequeños gemidos salían de la garganta de Rosa. Mi dedo entraba y salía con una facilidad pasmosa, sin duda favorecido por los masajes previos y la cantidad generosa de lubricante.

- "¡Uhmmm, cariño, que gusto! " - me señaló con un hilo de voz casi imperceptible - "méteme solo uno, eh?"

Efectivamente, solo iba a ser uno, pero además del movimiento de entrada y salida, empecé a proporcionarle otro circular cuando estaba totalmente dentro, por lo que su esfínter continuaba el proceso de dilatación y en poco tiempo su agujero había adquirido un diámetro muy superior al inicial.

Cuando ya vi que era suficiente, le pedí que se diera la vuelta hacia mí. Había llegado el momento de proporcionarle una nueva experiencia a su cuerpo y de paso, también al mío.

Le ayudé a subir su espalda y coloqué unos de los cojines redondos a la altura de sus riñones.

Me coloqué de rodillas ante ella, en mitad de sus separados muslos y me puse a jugar con mi erecta polla en su clítoris y sus labios vaginales. Rosa extendió los brazos sobre la cama y con los ojos cerrados apretó fuertemente las sábanas con sus manos. Pasé luego a resbalar mi glande sobre tu ano. Su respiración se fue haciendo más intensa y sus movimientos más convulsos.

Mi dedo índice se acercó a la entrada se su ano y comprobó que seguía dilatado. Fue entonces cuando, en ese momento, acerqué mi glande a ese lugar y empecé a penetrarlo, de manera muy tranquila y pausada.

A pesar de la delicadeza que estaba infringiendo a esa penetración, Rosa me miró y solo me suplicó: - "¡Cariño, no, por ahí no! ¡Por favor, sácamela, me duele!".

Ligeras lágrimas empezaron a correr por sus mejillas, pero más que dolor, ya que estaba muy dilatada y la mitad de mi pene había entrado sin ninguna presión y sin ejercer ninguna fuerza, era el miedo a lo desconocido y a la sorpresa que le acababa de provocar.

Le acaricié la cara para tranquilizarla, mientras le decía: - "Tranquila mi amor, aprieto un poco más y verás que no sientes dolor y me agradeces que el agujero que te quedaba virgen haya dejado de estarlo en la celebración de nuestro 25 encuentro".

- "Es que me va a doler mucho, cariño, sácamela" - me imploraba mientras, poco a poco iba entrándole toda.

- "¡Ya está dentro, mi putita!. Ahora empezarás a disfrutar de la nueva sensación".

Mis movimientos empezaron siendo suaves inicialmente, comprobando que de nuevo sus manos se aferraban a las sábanas y su cuerpo se arqueaba. Sus ojos empezaron a desorbitarse y los gritos de placer inundaban la habitación. Imprimí a partir de ahí un ritmo más enérgico y fuerte a mi penetración y sus movimientos y gritos aumentaron exponencialmente. Estaba disfrutando como nunca lo había hecho.

- "¡Dame más fuerte, cariño!" - me suplicó - "llénale el culo de leche a tu perra".

Ya no aguanté más y en un último empujón su petición se vio recompensada con un chorro de caliente semen que inundó todo su recto.

Caí sobre ella y mi cuello y mi cara se inundaron también de sus besos y caricias mientras me repetía dulcemente al oído: - "Gracias, gracias, gracias".

Estábamos realmente extenuados, pero eso no impidió que cuando la llevé a su casa, en el portal nos diéramos el beso más pasional de toda nuestra relación.

Cuando ya abrió la puerta para subir a su casa, no se percató de  las lágrimas que brotaban de mis ojos.

- "Adiós, mi amor. Te amo" - fue mi  amarga respuesta a su despedida y al beso que me lanzó con la mano antes de entrar en el ascensor.

A las siete de la mañana y sin haber dormido apenas, ya estaba duchado, vestido y había tomado un café bien cargado. Media hora después llamaron desde el portal y supuse que era la furgoneta de la mudanza.

Subieron los dos empleados y en tres viajes de ascensor habían cargado todos mis enseres. A las ocho partieron  acordando  antes la hora  y la dirección exacta donde tenían que hacer la descarga. Yo ya les estaría esperando.

Me tomé preparé otro café y mientras lo tomaba empecé a escribir una carta:

" Mi amada Rosa, gracias por lo vivido anoche y muchas más por la felicidad que me has regalado estos tres últimos meses de amor y pasión. Para mí quedarán inolvidables e imborrables en el recuerdo y en el tiempo.

Mi corazón me pedía no abandonar nuestra mágica relación que tu amor y tu capacidad de entrega ha llevado a cotas de pasión insuperables y desconocidas para mi (y sé muy bien de que te hablo). Hubiera deseado repetir una noche como la de ayer celebrando nuestro encuentro número 50 o incluso nuestro primer aniversario, pero me di cuenta que empezábamos a entrar en un terreno peligroso que al final nos proporcionaría más dolor que amor.

Hace diez días una empresa de fuera de Cataluña me pidió irme a trabajar con ellos. Para mí suponía un ascenso en todos los sentidos: profesional y salarial, principalmente. Dudé tanto que estuve a punto de rechazar la generosa oferta. Mi amor y mis deseos de ti eran muy fuertes, pero por otro lado era la oportunidad de que ambos recuperáramos, cada uno por su lado, la estabilidad emocional y personal, antes de caer en un pozo del que cada vez más, nos costaría salir.

Sé que te estoy haciendo daño. Estoy seguro que leyendo estas palabras tu llanto está vez irá acompañado de sinceras lágrimas, pero piensa que el dolor que en estos momentos los dos sentimos, con el tiempo lo viviremos como agradecimiento mutuo por los momentos mágicos de amor, pasión y entrega que nos hemos proporcionado durante este tiempo.

Hoy marcho hacia mi nuevo destino y a partir de ahora solo nos tendremos en el corazón y en el recuerdo.

Cuando sientas tristeza por mi ausencia, por favor, lee estas palabras que escribió el poetaKhalil Gibran:

En verdad os digo que el adiós no existe:

Si se pronuncia entre dos seres

que nunca se encontraron,

es una palabra innecesaria.

Si se dice entre dos que fueron uno,

es una palabra sin sentido.

Porque en el mundo real del espíritu

sólo hay encuentros y nunca despedidas,

y porque el recuerdo del ser amado

crece en el alma con la distancia,

como el eco en las montañas del crepúsculo.

Gracias Rosa. Gracias por todo lo que he recibido de ti.

Te amo, sinceramente, te amo.

Carlos"

Estuve a punto de acompañar la carta con los 100 euros que olvidé darle la noche anterior, pero consideré que esta vez hubiera sido humillante por mi parte. Nuestro juego  ya había terminado.

La introduje en un sobre y bajé a la floristería de la esquina que ya estaría abierta. Compré 25 rosas blancas y tras darle a la dependienta la dirección, le pedí, que junto con el ramo, le entregaran el sobre que contenía mi de declaración de amor y perdón. Ninguna dirección, ni teléfono, ni ninguna manera de poderme contactar. Nada que pudiera provocar un contacto futuro o un nuevo encuentro.

Unos minutos después, tras dejar las llaves dentro de piso para que las recogiera el propietario,  ponía en marcha mi coche camino de Madrid. Era ese el motivo porque el que no podía dejar que Rosa viniera a mi casa esa semana y viera las cajas de embalaje por todo mi piso. Le hubiera tenido que contar la verdad. No hubiera podido resistir su dolor y tristeza y quizás me hubiera echado atrás.

No puedo negar que la tristeza me embargaba, pero tenía delante un nuevo futuro en una nueva ciudad, con un nuevo empleo, nuevos compañeros. Sin duda encontraría nuevos amigos y porqué no... quizás una nueva madura, pasional y entregada amorosamente, en cuerpo y alma.