Mi suegra respondió: “SÍ, QUIERO”

Parecía mentira mi mujer me pidiese que sedujera a su madre, pero me lo solicitaba muy en serio.

Quiero comenzar mi historia diciendo que en mi vida de soltero, y no lo digo como presunción, he buscado y he tenido ocasión de follar con cierta asiduidad con distintas mujeres. No quería ser como el resto de mis amigos, que se casaron pronto y después de casados, iban como locos buscando donde meter el nabo fuera del coño de su mujer.

Siempre había pensado que una vez eligiese la mujer con quien compartir mi vida, si todo iba bien, no tenía que buscar refugio en otros brazos y eso, se podía conseguir habiendo tenido antes una vida sexualmente satisfecha.

Bien, después de esta parrafada, simplemente para situar y conocer mis pensamientos, me presento: mi nombre es Damián, tengo treinta y cuatro años, estoy casado desde hace dos años con una mujer extraordinaria, diez años menor que yo, y nuestra vida conyugal funciona a las mil maravillas. Solamente hay una cosa que nos tiene un poco intranquilos y es que a pesar de que no ponemos ningún impedimento, no hay manera de que Leonor, mi mujer, quede embarazada.

Como veis me case un poco madurito con treinta y dos años y además con una jovencita que era un autentico bombón.

¿Cómo llegué a conquistar a esa preciosidad? Para llegar un poco a entenderlo, comenzaré diciendo que he estudiado la carrera de Filología Inglesa y para completar mis conocimientos del Ingles, me marché a Inglaterra para ampliar mis estudios. Allí pasé varios años y se puede decir que, aparte de enriquecerme culturalmente, tuve ese desahogo sexual que me he atribuido al comienzo.

Una vez regresé a España, comencé a impartir clases de Ingles en un instituto y además, por las tardes, daba clases en una academia. Allí es donde conocí a Leonor. Se incorporó al curso una vez iniciado y para ponerse al día, me pidió le diese clases particulares para no estar descolgada del resto de alumnos, a lo que accedí. Era un encanto de mujer y sí que la veía joven, pero una cosa llevó a la otra… El caso fue que al año de conocernos contrajimos matrimonio.

Y todo esto que estoy contando, ¿para qué?, más que nada para decir como llegué a aceptar la proposición que me hizo mi mujer. Como digo, no he intentado buscar con quien tener relaciones sexuales que no sea con Leonor, pero a veces surgen ciertas proposiciones que son difíciles de eludir. ¿Podía negarme?, posiblemente, pero acepté y después de haber visto las consecuencias, no me arrepiento en absoluto.

Todo comenzó a raíz de venir mi suegra a convivir una temporada con nosotros. Por lo visto la mujer no quería, pero mi mujer se empeñó que así lo hiciera.

El hecho se produjo al morir la abuela de Leonor, a la que cuidaba mi suegra viviendo con ella. Mi mujer creyó oportuno que su madre viniese con nosotros, para  que se distrajese, después de llevar toda una vida atendiendo a su abuela. Esto es lo que yo entendí y su argumento me parecía correcto. Veía natural el que invitase a su madre a nuestra casa.

¿Cómo tomé el que viniese? Lo acepté sin más, era su madre y no tenía por qué poner ninguna objeción. No había tenido mucha relación con mi suegra, pero me parecía una mujer prudente y no creía que se inmiscuyese mucho en la convivencia que teníamos Leonor y yo.

Y así fue. Casi ni sentía que estaba. Y es que parecía mentira su recatamiento en una mujer relativamente joven, tanto, que si yo pasaba a su hija diez años, ella no llegaba a pasármelos  a mí. El caso es que no suponía ningún estorbo, al revés, nuestra cocina se enriqueció con los platos que nos preparaba. Leonor y yo estábamos casi todo el día fuera de casa cumpliendo con nuestros respectivos trabajos, y era una gozada llegar a casa, encontrarnos con la mesa puesta y además bien surtida.

Os preguntareis como era físicamente esa mujer tan encantadora. Pues bien, no era nada desdeñable. Sus cuarenta y tres años los llevaba bastante bien y si no fuera por la ropa tan fuera de tiempo que se empeñaba en llevar y el abandono de todo tipo de maquillaje, muy bien podía ser una mujer más que apetecible para cualquier hombre.

Yo en las discusiones, sobre arreglarse y la vestimenta, que tenían madre e hija, no me metía. Respetaba que la mujer hiciese lo que a ella le parecía oportuno, aunque no estaba de acuerdo. Creía que era desperdiciar un cuerpo que era digno de exhibir.

Había una cosa que me llamaba la atención. Después de cenar teníamos por costumbre sentarnos en el salón y ver un rato la televisión. Hasta ahí todo bien, pero si surgía una película donde imperaba el sexo o se veía alguna escena subida de tono, mi suegra buscaba cualquier pretexto para abandonar el salón e irse a su habitación.

Una noche le comenté a mi mujer a que se debía esas huidas, pero no me aclaró mucho. El caso es que me dio la sensación de que abrí completamente la puerta  a Leonor, para a partir de ese día hablarme más sobre su madre.

Leonor nunca llegó a conocer a su padre y simplemente sabía de él, que antes de poder llegar a casarse con su madre murió en un accidente de coche, pero nada más. La vida de Leonor trascurrió al lado de su madre y su abuela sin ningún hombre que apareciese por su casa. Siendo niña se había acostumbrado a ese tipo de vida con las dos mujeres, hasta que siendo mayor quiso saber por qué su madre no salía con ninguna compañía masculina o intentaba casarse, pero lo único que llegaba a oír de boca de su madre, es que estaba bien así y rehuía dar otro tipo de explicaciones. A Leonor ese proceder no le parecía bien y pensaba que no era bueno que no tuviera relaciones con hombres. Me decía que era algo muy importante en esta vida y que su madre se negaba a disfrutar.

Hablando y hablando de mi suegra, una noche estando mi mujer y yo en la cama y después de tener nuestra exquisita y apetitosa ración de sexo,  a Leonor se le ocurrió que yo podía contribuir a romper ese vacío sexual en su madre. Quise entender que lo decía de broma, pero no. Me comentó que lo tenía muy pensado y creía que era lo mejor que podía hacer por su madre.

Era algo que no esperaba y no me parecía correcto de ser yo la persona adecuada, habiendo tantos hombres que estarían más que contentos de romper ese vacío. Yo no tenía otros ojos que para Leonor, me debía a ella y así se lo hice saber, pero ella insistió y la cosa terminó con lo siguiente:

-¿No te parece mi madre lo suficiente atractiva?

-No se trata de eso. Tu madre es tan atrayente que volvería loco a más de un hombre…

-¿Entonces?

-¡Leonor, que es tu madre!

-Por eso te pido que lo hagas, hazme ese favor Damián, pero quiero que ella nunca sepa que yo estoy detrás de esto.

Parecía mentira mi mujer me pidiese que sedujera a su madre, pero me lo solicitaba muy en serio.

-¿Por qué me pides eso? –le pregunté todavía incrédulo por lo que me proponía.

-No te lo pido, te lo imploro. Tú eres el único hombre que puedes conseguir con dignidad, que mi madre pierda esa fobia que tiene sobre lo sexual.

Algo me decía que no estaba bien la proposición de Leonor y además rompía el concepto de no entregarme a otra mujer que no fuera mi esposa, pero la insistencia de mi mujer no dejaba lugar a dudas. Quería y deseaba que fuera yo el que rompiese esa aversión de mi suegra sobre el sexo.

Desde ese día comencé a ver a mi suegra con otros ojos y la verdad era una mujer más que apetecible. Desde luego no había que hacer grandes esfuerzos para rendirse ante ella y cumplir con la petición de Leonor.

Llego el día que a mi mujer le pareció oportuno comenzar. Tenía que aprovechar que Leonor se marchaba ese viernes, e iba a pasar todo el fin de semana fuera de casa para asistir a una convención relativa a su trabajo. Yo me quedaba solo con su madre.

No sabía que saldría de todo esto, porque me era muy difícil entender y comprender, pero me puse manos a la obra. Ese viernes por la noche para después de cenar, preparé a propósito una película en el DVD  para visualizarla en la televisión después de cenar. Era una cinta, que en principio no se intuía ninguna escena de sexo, pero a medida que avanzaba, se iba calentando el ambiente hasta llegar a escenas de cama bastante excitantes.

Tal como tenía pensado, después de cenar como acostumbrábamos, nos sentamos tranquilamente para ver la película, e invité a mi suegra Inés (de ahora en adelante me referiré a ella por su nombre) a sentarse a mi lado. Era el lugar que normalmente se sentaba su hija y tampoco era de extrañar que le ofreciese ese asiento.

La vi interesada en la película hasta que comenzaron las escenas subidas de tono.

-Me vas a disculpar pero me voy a ir a la cama, tengo sueño y estoy un poco cansada –dijo dejando de ver la película.

Esperaba esta reacción y no la dejé marchar. Le cogí sus manos. Noté un estremecimiento en ella y más cuando le dije:

-¿Que tienes en contra del sexo?

-¿Qué estás diciendo Damián?

-Lo que oyes y no quiero que te vayas sin decírmelo.

-No tengo nada contra el sexo.

Estaba confundida, quiso desasirse de mis manos pero no la dejé.

-¿Entonces a que vienen esas huidas cuando ves en televisión escenas de cama?

Su mirada alternaba entre mirarme a los ojos y nuestras manos.

-Déjame marchar Damián, no tengo nada que decir.

-Inés, eres una mujer muy joven y percibo que llevas algo dentro que debes soltar de una vez. Yo puedo servirte muy bien para que te desahogues… Anímate.

No sé si fue un impulso o ganas de animarla a hablar, el caso es que me acerqué a ella y le di un corto beso en toda su boca.

-¿Qué haces Damián? – me dijo cuando se recobró de la sorpresa.

-Quiero que veas que eres una mujer deseable y no te puedes esconder en ese caparazón que te has montado.

-¡Pero Damián!... tú eres el marido de mi hija.

-Ya lo sé  y por eso tienes que ver en mí a alguien que te quiere y te puede ayudar. Venga cuéntame, que seguro te vendrá bien abrirte conmigo.

Sus manos se aferraron más a las mías, tan fuerte como si quisiera a través de ella sacar una rabia contenida.

-No tengo nada que contar –me dijo sin convicción.

-Te lo ruego Inés. No es que quiera entrometerme en tu vida, pero seguro que te servirá y mucho desahogarte conmigo. Confía en mí.

Me apretó las manos con furor a la vez que me miraba fijamente a los ojos para después querer separarlas y no se lo impedí. No se movió del sillón. Siguió mirándome a los ojos con la boca semiabierta y así estuvo unos momentos hasta que decidió hablar:

-No se si servirá de algo. Tienes razón  en el que algo tengo muy metido dentro de mí y no se si haré bien en contártelo… -se cortó para seguidamente decirme-. Por favor, de esto no quiero que sepa nada Leonor, me lo tienes que prometer.

-No te preocupes que lo que me vayas a decir quedará entre nosotros.

-Que así sea… Esto que te voy a explicar es algo que no le he contado a nadie y si te lo digo es porque veo en ti una persona que me da confianza y más desde que vivo entre vosotros. Te portas muy bien conmigo y te lo agradezco.

Veía que estaba dándole seguridad y debía animarla para seguir.

-Inés, eres una persona muy dulce y es para mí un placer tenerte con nosotros.

-Gracias Damián.

No dije nada más y esperé a que continuase.

-Repito, por favor que no llegue a los oídos de mi hija –asentí con la cabeza y siguió:

-Para Leonor, ella fue fruto de un hombre, que no era de nuestra ciudad, pero con el que estaba a punto de casarme. Por causa de un accidente en el que perdió la vida, no pudimos llegar a contraer matrimonio…, pero esto no es verdad, ella fue concebida a causa de una terrible violación que me produjo un desalmado en un viaje de estudios, cuando tenía diez y nueve años… La culpa fue mía, porque me dejé engatusar por ese hombre que me pareció muy atractivo y que conocí en ese viaje…

Agachó la cabeza y unas lágrimas aparecieron en su rostro y me pareció prudente no dejarla seguir, pero ella insistió:

-Déjame que siga: fue atroz, por mucho que me negué e intenté con todas mis fuerzas deshacerme de él, no lo conseguí. Tenía demasiada fuerza y no paró hasta violarme. Fue la única vez que un hombre me ha poseído. Quedé embarazada y a pesar de tener la hija que he querido y quiero con locura, tengo clavada en mi cuerpo aquella terrible experiencia, que me ha llevado a odiar todo lo relativo al sexo. No puedo soportar ver imágenes eróticas. Tengo tal frustración, que me ha llevado a no querer saber nada de hombres.

Dejé que se sosegase y se calmara un poco, pero tenía que aprovechar para saber que tipo de hombre veía en mí.

-Y a mí, ¿cómo me ves? –le pregunté.

-¿A ti …? –le extrañó la pregunta, pero me definió-. Tú eres distinto. En ti veo una persona cariñosa agradable que hace muy feliz a mi hija. Y de verdad que yo también soy muy feliz de conocerte.

Bueno, ya sabía a que se debía sus huidas cuando veíamos alguna película de sexo y también que veía en mí un hombre distinto a los demás, pero había que ir un poco más lejos y ver si yo también podía ser el que le quitase ese resentimiento hacia los hombres.

-Dejando aparte que soy el marido de Leonor, ¿Cómo me ves solo como hombre?

-¡Ay que cosas tienes Damián!

-Dímelo, sin reparos. Es muy importante.

-Pues que ojala hubiera encontrado un hombre como tú. Además también eres muy atractivo y no me extraña que mi hija esté loca por ti.

Ya estaba todo dicho. Era el momento de entrar a proponerle lo que Leonor y yo habíamos convenido.

-¿Quieres que te ayude a perder esa fobia hacía el sexo?

-¿Cómo? –me preguntó sin pensar en lo que le iba a proponer.

-Dejando que sea yo el que te libere de tu mala experiencia.

-¡Tú…! –me lo dijo abriendo los ojos como platos.

-Si yo, quien mejor que yo que me ves distinto a otros hombres.

-¡Pero Damián!... ¿Olvidas que eres el marido de Leonor?

-Por eso me brindo, porque no puedo olvidar que eres su madre y no quiero que sigas con esa fobia. Tú tienes mucha vida por delante y muy bien puede acompañarte el sexo en ella. También es una parte muy importante de la vida y tienes que disfrutar de ello.

-Ya he vivido muchos años sin eso y puedo seguir.

-Si que puedes, pero no debes. Tú misma has dicho que te sientes frustrada y eso no es bueno.

-Pero Damián, aunque así sea, yo no puedo traicionar a mi propia hija, nunca me lo perdonaría.

-No vas a traicionar a nadie. Esto que te ofrezco es como cuando uno tiene una dolencia y va al medico a que le cure. Yo en este caso voy a ser ese medico y nada más. No por eso voy a dejar de querer a Leonor.

-¡Ay Damián! No me puedo creer lo que me estas proponiendo.

-Pues créetelo. No te voy a obligar a que me respondas ahora. Piénsalo, tienes esta noche para meditarlo con calma y espero que aceptes. Además, piensa también que para mí será un autentico placer poder descubrir ese maravilloso cuerpo que lo tienes muy encerrado.

Me miraba alucinada. Deseaba huir de mí, pero antes de que se marchase, le cogí la cara con ambas manos y la besé en los labios. Esta vez mantuve más tiempo mi boca junto a la de ella. Quería que se llevase un  recuerdo dulce para ayudarla a pensar.

No dijo nada, se le veía completamente desconcertada. Su mirada no se apartaba de la mía hasta que decidió marcharse. La dejé ir.

El día siguiente era sábado y  me desperté un poco atolondrado. Había pasado casi toda la noche dándole vueltas a la historia que me había relatado Inés y de como reaccionaría ante mi proposición. Cuando me despejé, me vino a la mente que tenía unas clases a primera hora en la academia. Salí de casa pitando y no tuve tiempo ni de dar a Inés los buenos días.

No pude volver a casa a la hora de comer y llamé a Inés para decírselo. Le comenté que iba a comer con unos compañeros algo ligero, porque por la tarde había surgido una reunión a la que no podía faltar. La noté alegre y locuaz diciéndome:

-Es una pena, había pensado preparar algo especial.

-Especial por qué –le respondí

-Hoy es santa Inés y quería celebrarlo aunque no pueda estar Leonor.

-Felicidades Inés y perdona por no acordarme. Mira, se me ocurre que esta noche podíamos irnos a cenar a un restaurante para celebrarlo.

-No, no, prefiero que lo celebremos en casa. Solamente dime a que hora crees que puedes llegar.

-Como tú quieras. La invitación sigue en pié. Yo estaré en casa sobre las nueve y repito, felicidades.

-Gracias Damián, eres muy amable.

Una llamada recibí en el móvil y esta vez era Leonor interesándose de cómo iban mis avances con su madre. Si para mí, después de hablar la anterior noche con Inés, no tenía duda de que sería un placer y un honor llegar a poseerla y romper sus repulsas hacía los hombres, para mi mujer daba la sensación de que era algo que deseaba con verdadera pasión. Me animó a seguir adelante.

Me presenté en casa un poco antes de las nueve con una botella de cava y un ramo de flores. No me dio tiempo de ir en busca de Inés y felicitarle porque salió a recibirme. Alucinante. Tenía ante mí el doble exacto de Leonor con algunos años más. Se había desposeído de esa vestimenta anticuada y apareció con un vestido en el que sus curvas eran claramente visibles, además había cambiado el tipo de peinado y le daba un aire juvenil que había escondido hasta ese momento. No daba crédito a mis ojos a lo que estaba viendo. Me quedé mudo y lo único que fui capaz es de entregarle el ramo de flores. Me abrazó y me dio un beso en la mejilla, cuando le entregué el ramo de flores.

-Sensacional, estás divina –le dije cuando me repuse.

-Anda déjate de cumplidos. Tengo la cena preparada y cuando quieras cenamos.

-Pon esta botella en el frigorífico y en cinco minutos estoy. Antes voy a darme una ligera ducha.

Parecía mentira el cambio que había experimentado. No sabía en esos momentos si se debía a la celebración de su santo o a nuestra conversación del día anterior, pero francamente estaba para comérsela. Si aceptaba mi proposición, no me iba a costar absolutamente nada cumplir los requerimientos de mi mujer. Aunque los visos eran bastante positivos, esperaba impaciente por saber su contestación.

Una vez duchado y ponerme una ropa cómoda, fui para el comedor y una nueva sorpresa me esperaba. Estaba la mesa preparada para una cena romántica. Unas velas iluminaban la mesa y unos platos exquisitos había encima, acompañados de unas copas y una botella de vino. Para culminar, una suave música de fondo envolvía la estancia.

-Inés, ¿esto es porque me vas a…? –me cortó y no me dejó terminar la frase.

-No me preguntes nada Damián, dejemos que las cosas vayan sucediendo por si solas.

Y sí que sucedieron.

Fue una cena deliciosa, comimos, bebimos, reímos, hablamos, pero en ningún momento sacamos a relucir la conversación del día anterior. La veía exultante y para nada parecía la mujer reservada y prudente de siempre. Reía por todo y a mí me contagiaba su alegría.

Al final de la cena alzamos nuestras copas con cava para brindar y allí comenzó nuestra aventura. Me acerque a ella y después de brindar y beber un poco de la copa fui a darle un beso. Ella me brindó la mejilla, pero mi boca no estaba para efusiones tiernas y fue directamente a sus labios.

Creo que ella nunca había llegado a besar con verdadera pasión o por lo menos así lo parecía. Tuve que ir apartando suavemente sus labios con mi lengua hasta que sus labios se separaron y comenzó a saborear lo que realmente significa un beso ardiente. Sus brazos se agarraron a mi cuello y no me soltó hasta que casi nos quedamos sin respiración.

Quería hablar, pero esta vez no le dejé yo y me anticipé para decirle:

-Que las cosas surjan como dices, por si solas.

No pudo contenerse y exclamó:

-¡Ay Damián, esto es una locura!

Nuevamente la besé y como alumna aventajada, no hubo que darle nuevas enseñanzas. Nos enroscamos en un tremendo beso. No tenía prisa, quería que ella viviese esos momentos como algo memorable. Tenía que hacerla perder el recuerdo tan amargo que guardaba dentro de ella.

Su boca sí que había entrado en el juego, pero su cuerpo lo notaba como acartonado y rígido. Puse mis manos en su cara para besar con ternura sus ojos, en el que asomaban unas lágrimas. Mis manos fueron bajando a través de su cuello para llegar a abrazarla. Quería que se sintiese arropada y saber que conmigo no tenía que tener ningún temor.

Algo conseguí porque esta vez fue ella la que buscó mis labios para besarme. No fue igual que el que  habíamos tenido anteriormente, porque se separó enseguida para decirme:

-Damián…, deseo que me enseñes a amar.

Sí la iba a enseñar. Yo no era un mal amante e iba a poner todo mi empeño para que así fuese.

Fuimos a su habitación y después de besarla, suavemente la tendí en la cama a la vez que le despojaba de su vestido. Lo tenía fácil. Que cuerpo…, apoteósico, eran las palabras para definirlo una vez desnudo ante mis ojos. Sin menospreciar al de Leonor, éste tenía más hechuras de mujer.

¿Cómo podía ser, que salvo el bellaco que la violó, no había sido poseído, ni ella haberlo gozado, con ningún hombre?

Como en las corridas de toros me dije: “¡Va por ti, Leonor!” Y procuré que mi faena cumpliese el requerimiento de mi mujer.

El cuerpo de Inés lo tenía a mi alcance y con delicada suavidad, fui saboreando cada poro de su piel. Sus pechos se erguían majestuosos para que mi boca se dirigiera a su cumbre y absorbiera de sus pezones cual niño estuviera mamando. Inés se estremecía de placer y hubiese sido muy fácil dirigir mi pene hacía su vagina, ya que ella me lo incitaba, diciendo entre susurros: “soy tuya…, soy tuya…”. Pero no. No podía todavía entrar a matar.

Inés tenía que llegar al deleite total. Tenía que romper completamente su recuerdo y ver el acto sexual no como algo sucio, sino como algo adorable, atrayente, placentero. Para ello, debía sentir que todo su cuerpo era digno de ser besado y absorbido.

Y para absorción, la que realicé cuando mi boca se perdió en su zona genital. Muy poco vello la cubría y eso facilitaba para que mi lengua afanosamente, hurgara en todos los recónditos de sus labios mayores y menores, hasta casi llegar a mordisquear con esmero su delicioso clítoris.

Un grito de placer se escapó de la boca de Inés, al mismo tiempo que la mía se deleitaba absorbiendo el flujo que desprendía. Su primer orgasmo. Vinieron más y ha habido muchísimos más, pero eso es otra historia.

La dejé descansar porque según decía le iba a estallar la cabeza, pero salvó esos pequeños instantes, buscó mis labios para atenazarse a ellos con un prolongado beso. Lo recibí con satisfacción, porque ese beso en el que tomó la iniciativa, no fue como el anterior. Se notaba ardor y deseo en sus labios. Veía que se acercaba el momento, en el que mi pene se dignase a adentrarse en su ya más que alterada vagina. Después del beso, Inés me lo pidió entre susurros: “tómame Damián…, hazme tuya…, quiero tenerte dentro de mi…”.

Estas palabras eran una clara demostración de que  estaba preparada para recibir, sin temor, mi ya alborotado miembro. Éste se encontraba ansioso de explorar y esconderse en su gruta. Pero no.

Quería más de Inés. Quería que me lo pidiese a gritos. Volví con insistencia a besar y a acariciar su sudoroso cuerpo y notaba como Inés se retorcía de placer e iba a explotar. Cuando creí oportuno dirigí mi  pene a su vagina, pero lo mantuve jugando a su alrededor hasta tal punto que Inés, ayudada de sus nalgas, empujaba hacia arriba queriendo absorber mi juguetón miembro.

Llegó el momento. De su boca no salieron gritos, pero como si lo fueran. Una clara suplica se desprendía de sus labios: “Ya Damián…, mi vida…, dámelo…, dámelo por favor…”

-Todo, todo va a ser para ti -le dije deseando ya que mi estoque se hundiera en sus entrañas.

No podía más. Quise hacerlo bien y hasta ese momento creía que lo había conseguido. Solo faltaba que mi pene no se pusiera nervioso y se adentrase en su vagina demasiado acelerado, pero no. Su penetración fue pausada, sobre todo en el inicio. Esa cueva prácticamente estaba inexplorada y con suavidad se adaptó a sus paredes para adentrarse en todo su conducto vaginal… ¡Entró!, como se dice en un partido de tenis, entró totalmente con toda su magnificencia y comenzó sus movimientos de mete y saca, acompasados con los que emitía Inés, ayudada de sus nalgas.

Un concierto de resoplos, jadeos y gemidos, inundaban la habitación, hasta que fueron rotos por sendos gritos emitidos casi al mismo tiempo.

Espectacular el orgasmo de Inés con su consiguiente desprendimiento de flujo y no menor el que yo tuve. Una tremenda descarga de semen inundó lo más fondo de su vagina y se perdió a través de su cuello uterino.

Nos tumbamos completamente extenuados en un mar de sudor, intentando que nuestra acelerada respiración se normalizase. Iba a decirle a Inés como se sentía pero no hizo falta, fue ella la que rompió el silencio diciendo:

-Voy a explotar Damián…gracias… muchas gracias. Ha merecido la pena esperar tantos años para saber lo que es sentir hacer el amor.

Misión cumplida –pensé-, Leonor se pondría contenta cuando supiese que su madre había desterrado sus fobias hacia el sexo. El único problema fue que a mí también me había encantado y el cuerpo de Inés me parecía tan atrayente como el de su hija.

Nos quedaban unas horas hasta que volviese Leonor y las aprovechamos bien. Follamos una y otra vez. Inés no se cansaba de tenerme dentro de ella y para mí ya no era el cumplir con una misión, era el placer de sentir que ese cuerpo me pertenecía y lo hacía mío con autentica pasión.

¿Qué pasaría cuando tuviese a las dos mujeres que al igual deseaba juntas? Inés me lo recordó cuando nos fuimos a reponer fuerzas con un amplio desayuno, aunque eran casi las dos de la tarde. La euforia de la noche, ayudada por el alcohol que Inés no acostumbraba, parecía que se había debilitado y no mostraba esa cara resplandeciente que le había acompañado en esas horas de desenfrenado placer.

-Damián…

-Dime cariño.

-No me digas eso.

-¿El qué?

-Lo de cariño.

-¿No te gusta que te trate cariñosamente?

-No es eso. Te agradezco infinito lo que has hecho, pero no se que voy a hacer a partir de ahora. Tú te debes a Leonor y por nada del mundo quiero ser un obstáculo entre vosotros.

-No te tienes que preocupar ya te dije que quiero muchísimo a Leonor y no vas a ser ningún obstáculo entre nosotros.

¿Qué le iba a decir, que muy bien me podía follar a las dos? No esperaba que Inés me produjera ese deseo de volver a poseerla, pero así era. Me daba la sensación que mi ofrecimiento altruista se me había ido de las manos. Una cosa era haberle encendido la llama del sexo y otra decirle que bien podía compartir la cama tanto con la hija como con la madre. Además no creía que entrase en los planes de Leonor. Me había prestado para romper las fobias de su madre y suponía que para ella aquí se acababa mi misión. Así que por no decir otra cosa, añadí:

-Inés, a partir de ahora no te va a ser difícil encontrar con quien puedas seguir disfrutando del sexo.

-No lo sé Damián, pero creo que sí me va a ser difícil. Me has hecho sentirme la mujer más feliz del mundo y después de haberte tenido, no quiero que nadie rompa este encanto. Quiero guardarlo y llevarlo para siempre conmigo.

Vaya, sí que me lo ponía difícil. Yo quería mucho a su hija, pero también ese algo especial que sentía por esa mujer me tenía desconcertado. Realmente me había encantado su forma de ser y su comportamiento estando con nosotros, pero la guinda la había puesto en las conversaciones que habíamos mantenido en las dos noches de ausencia de Leonor y como no, en esa entrega a mí tan llena de pasión, que la hice romper con todas sus repulsas hacia el sexo.

No dio para más mis pensamientos, porque el ruido de la puerta del piso al abrirse, acaparó nuestra atención. Era Leonor que regresaba de su viaje.

¿Cómo se desarrollaron los siguientes acontecimientos…? Pues fueron como sigue:

Después de los besos correspondientes, Leonor se interesó de cómo lo habíamos pasado en su ausencia. Noté que Inés se le estaba cambiando el color, e intenté que Leonor no se diese cuenta y dije:

-Bien…, lo hemos pasado bien, como debes saber hemos celebrado tranquilamente el santo de tu madre. Ya nos contaras después como te ha ido a ti, te veo que estás muy sudada y te vendrá bien una ducha.

-Ya se que lo ibais a celebrar y si que es verdad, que vengo sudada, hace un calor horrible en la calle. Bien, os dejo y luego hablamos.

Inés seguía muda. La presencia de su hija la coartó. Ya no era esa mujer desenvuelta de horas antes. Su cerebro se debatía ante lo que habíamos hecho en ausencia de su hija. Intenté de alguna manera calmarla.

-Tranquila Inés. No pasa nada… -me cortó para decirme:

-Si pasa Damián… He traicionado a mi hija.

No era verdad. Su hija era la que me había enredado a seducirla y no merecía Inés encontrarse culpable de nada, pero había prometido a Leonor el no desvelar que había sido por su causa y yo tenía que ser fiel a mi palabra. Ya vería como seguían los acontecimientos.

La voz de Leonor requiriéndome a que fuera a la habitación, me impidió seguir consolando a Inés.

“¿Cómo ha ido?” fue lo primero que me dijo Leonor. Le contesté que todo había ido bien y no se tenía que preocupar más por la repulsión de su madre hacia los hombres. Leonor me abrazó y me inundó a besos además de darme las gracias. No entendía tanta efusión y agradecimiento, ante un hecho que me había representado tanto placer. Le comenté que ahora le tocaba a ella conseguir que su madre no se sintiese apenada, por haber mantenido relaciones conmigo. Me contestó que no me preocupase. Ya se encargaría, si era preciso, de consolarla y decírselo en su momento.

No dio tiempo para nada. Al día siguiente, sin que Leonor ni yo lo pudiéramos imaginar, Inés se marchó para su ciudad. Me enteré cuando regresé a casa por la noche. Le dije a Leonor como había sido eso y como respuesta me tendió un papel diciendo:

-Me lo he encontrado encima de la mesa y mi madre ya se había ido.

Queridos hijos:

He recibido una llamada de unos vecinos y es preciso que me vaya. Voy a aprovechar que hoy sale un autobús directo y perdonarme que no os haya esperado para despedirme.

Os quiero muchísimo a los dos y agradezco todas las atenciones que habéis tenido conmigo.

Un beso.

Inés

Me dejó perplejo. Había conseguido liberarla de sus fobias pero ahora le habíamos creado una pesadumbre al sentirse causante de traicionar a su propia hija. No había otra causa para marcharse tan precipitadamente.

Leonor y yo seguimos llevando nuestra vida normal y disfrutando de nuestra compañía. Hacíamos el amor con la regularidad de siempre, pero notaba que me faltaba algo. La noche tan fantástica y alucinante con Inés no era algo que se olvidara tan fácilmente, esa mujer también había calado y mucho, en mí.

Pasaron dos meses y estos me dieron poco tiempo para pensar demasiado en Inés. El final de curso me tenía muy absorbido. Sabía que Leonor hablaba por teléfono con su madre regularmente y siempre le trasmitía recuerdos para mí, pero para nada le comentaba a su hija que pasó conmigo en su ausencia, ni mi mujer se lo preguntaba.

Por fin se acabó el curso. Volvía a casa verdaderamente cansado y tenía ganas de llegar para meterme en la ducha. Nada más abrir la puerta, Leonor, como si me estuviera esperando, se abalanzó sobre mí, abrazándose y colmándome a besos.

-¿A que se debe tanta euforia? –le pregunté.

-Mi madre está embarazada.

-¿Qué dices…? –exclamé.

-Sí, sí. Acabo de hablar con ella y me ha confesado que ha conocido a un hombre muy atractivo con el que ha tenido relaciones y  la ha dejado embarazada.

-¿Y te ha dicho quien es?

-No me lo ha querido decir. Ha salido con evasivas... ¡Damián ese hijo es nuestro…, es nuestro…! -gritaba alborozaba

Perplejo no estaba, más bien completamente desconcertado. Necesitaba me aclarase todo su entusiasmo y no tardó en contármelo.

Leonor sabía desde hacía unos meses que no podía quedarse encinta y no me lo quiso comentar. Conocía mi ilusión por tener hijos y no sabía como afrontarlo, hasta que se le ocurrió que quien mejor que su madre para concebirlos. Era algo muy delicado lo que había pensado y lo maduró a conciencia para que ni su madre ni yo sospecháramos nada. Primero, al traer su madre a casa y después teniéndome engañado y proponiéndome al final como algo espontáneo, que yo rompiera el vacío que tenía su madre de no querer relacionarse con hombres.

Me pidió perdón echándose a llorar y no pude por menos que abrazarla consolándola. Consideré que haber guardado el secreto de su impotencia a tener hijos y buscar a su madre para que yo la preñase, era algo francamente conmovedor y muy difícil de asumir.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de que no había puesto en esa noche con Inés, ningún impedimento para poderla dejar embarazada. Estaba más que acostumbrado con Leonor de que mi semen la invadiese sin ningún resultado, que no era algo que me había planteado pudiera pasar. Además tal como quería que ella me sintiese dentro de ella, no era para andar protegiendo mi miembro. Lo tenía que sentir con toda su desnudez.

Leonor sabía que pasaría todo esto e intuía que podría dejar embarazada a su madre. Quería que el hijo que yo deseaba, ya que ella no podía dármelo, llevara su misma sangre y quien mejor que su madre para que yo la engendrara.

No me enfadé. Lejos de recriminarla la cogí en brazos y la llevé a la habitación. Le mostré todo el amor que sentía por ella y nada mejor que darle lo mejor de mí. No solo me centré en que mi pene se hundiera dentro de su vagina, sino que le demostré con mis caricias que todo su cuerpo era una bendición para mí desde la cabeza a los pies. Fue una afirmación de que me sentía verdaderamente feliz con ella. Le confesé que con su madre también había sentido algo especial y que me complació muchísimo haberla poseído. No le dije que me gustaría seguir poseyéndola, pero…

Una nueva sorpresa me dio Leonor al decirme:

-Quiero que vayas a por ella y la traigas con nosotros. Quiero que nos tengas y puedas entregarte a las dos.

Ya nada me asombraba de las peticiones de Leonor y no tardé en cumplir su solicitud con muchísimo gusto. Aproveché que ya tenía vacaciones y me fui a por Inés.

La sorpresa que se llevó cuando me presenté en su casa fue mayúscula. Era ya entrada la noche. No esperaba a nadie y menos a mí.

-¿Qué haces tú aquí? –me preguntó asustada.

-Puedo entrar.

-Sí claro.

Temblaba como un flan de nerviosa que estaba ante mi presencia.

-He venido a por ti –le dije.

-¿Que estas diciendo?

  • Tu hija y yo te queremos con nosotros.

-¿Por qué? Yo no puedo ir con vosotros.

-¿Es por culpa de ese hijo que llevas en tus entrañas? Tu hija me ha contado que es de un hombre muy atractivo que has conocido.

Se echó a llorar y no fue la primera vez que me acerqué a ella para secarle las lágrimas con mis labios. Mi boca enseguida buscó los suyos y nos unimos en un beso que claramente significaba lo que sentía esa mujer por mí y yo por ella. Confirmaba que podía querer a dos mujeres y no hacía falta poner a una por encima de la otra.

-Tú sabes bien quien es ese hombre –me dijo después de separarnos-, nunca habrá otro hombre para mí y más después de lo que tengo tuyo en mi vientre. Ya que no puedo tenerte a ti, este hijo me va a llenar totalmente. Me acompañará y con él recordaré los momentos más felices que me has hecho pasar, pero por favor júrame que nunca llegará a enterarse mi hija que es tuyo. Me moriría si lo supiese. Por nada del mundo querría causaros cualquier desavenencia entre vosotros.

No me quedó más remedio explicarle que no iba a causar entre nosotros ningún conflicto y que todo había sido un montaje de su hija por su incapacidad a tener hijos. Le dije que Leonor deseaba compartir ese hijo con ella y deseaba fuera por igual de las dos. Por mi parte, también le dije que anhelaba tener ese hijo y por nada del mundo quería tenerlo lejos de mí. Añadí que también era deseo de su hija y el mío propio, de que aparte de compartir nuestro hijo, si tenía a bien aceptarme, estaba a su entera y total disposición.

Si no llega a desmayarse de la impresión al contarle toda la historia, es porque la sujeté y le mandé sentarse en un sillón cercano. Se abanicaba con la mano y resoplaba como una parturienta.

Dejé que se calmase y como si estuviéramos celebrando nuestra ceremonia nupcial le dije solemnemente cogiéndole la mano:

-Inés, ¿quieres recibirme como compañero y compartir  junto con Leonor toda nuestra vida?

Me miró fijamente y su mirada reflejaba una completa felicidad.

-Sí es también lo que quiere mi hija, te respondo con mayúsculas “SÍ, QUIERO”.

Rompió a llorar y no se podía negar que era de alegría. Me abrazó, me besó, se levantó y agarrándome del brazo me llevó a su habitación, pero antes de entrar me dijo:

-Cógeme en tus brazos Damián. Quiero entrar en la habitación y sentir esta noche como si fuera mi noche de bodas.

No me costó mucho hacer caso a sus deseos. La besé y cogiéndola en brazos nos introdujimos en su habitación. La tendí suavemente en la cama, desabroché la bata que llevaba y salvo unas bragas finas, todo su resplandeciente cuerpo apareció ante mí. Antes de ir a comerme ese cuerpo, se me ocurrió poner mi oreja sobre su vientre.

-No cariño, todavía no lo notarás –dijo Inés.

-Quería saber si está dormido –le respondí.

Se echó a reír. Nunca la había visto tan alegre y radiante y quería que verdaderamente se sintiese así en su luna de miel. Para mí era la segunda, pero no por eso iba a gozar menos que en la primera. Comencé besándola. Estaba encima de ella, pero Inés dio un giro poniéndose sobre de mí.

-Es mi luna de miel y esta vez quiero llevar yo la iniciativa –me dijo risueña.

Me dejé hacer. Fue recorriendo todo mi cuerpo hasta que su boca se aferró a mi miembro y como si fuera un polo, lo chupaba, mamaba y  engullía en su boca hasta lo más hondo. Solo faltaba tragárselo.

Mi pene estaba alborotado y faltaba poco para que llorase de placer, pero no. Suavemente Inés retiró su boca de mi miembro, se puso de rodillas  y ayudada de su mano,  dirigió mi pene a su vagina y dulcemente fue  escondiéndolo en su adorable gruta diciendo ceremoniosamente:

-Damián, ¿quieres que esta sea una de tus cuevas donde refugiar tu miembro el resto de nuestras vidas?

Me devolvía mi petición. Claro que quería y más en esos momentos que estaba para explotar.

-Sí Inés, si quiero, la querré siempre…, pero no hagas sufrir más a tu refugiado.

Como ya he dicho estaba radiante y se le veía completamente desinhibida y dueña de la situación. Como una experta amazona comenzó a cabalgar y mi pene, al igual que el resto de mi cuerpo, se retorcía de placer ante las embestidas que producía su hermoso trasero al chocar contra mis testículos. Mis manos se aferraban a sus pechos y era tal mi excitación que me los hubiera comido. Mi ardor estaba alcanzando cotas inalcanzables e Inés contribuía más con sus palabras:

-Tómalos…, estos pechos son tuyos… son para ti… son para nuestro hijo…, son vuestros… Sooooon…. ¡Aaaaaah!

No pudo ni pude más. Al grito de Inés, acompañado de una expulsión de flujo que noté en mi entrepierna, le acompaño un grito y un bufido que salió de mi garganta. Mi pene no se quedó corto y soltó un gran chorro de semen, que bañó todo el interior de su ya dilatada vagina Todo el esperma buscó camino por su cuello uterino, pero los espermatozoides que le acompañaban, no iban a tener la suerte de poder engendrar. Alguno de sus hermanos ya se había adelantado hacía dos meses.

-Dámelo…, dámelo todo…, quiero tenerlo todo dentro de mí…, bien mío…, te amo y te adoro Damián... –decía Inés entre jadeos.

Colosal, grandioso, formidable. No hay palabras para definir el placer que nuestros sexos nos brindaron. Fue una autentica gozada digna de una gran noche de bodas… Hubo más, muchísimas más.

Pues bien, esta es mi historia. Sé que puede llenar de envidia a muchos hombres el que yo pueda disponer de dos mujeres, pero que nadie se lleve a engaños, porque contribuyo y coopero en casa en todo lo necesario.

Lo que si debo decir es que si era bonito y placentero vivir en pareja con Leonor, puedo asegurar que viviendo con estas dos mujeres es más de lo que uno se puede imaginar. Si con Leonor no necesitaba para nada buscar ningún desahogo, como mis amigos fuera de casa, imaginaros tener por añadidura a la encantadora Inés.

Y es que nuestra convivencia es digna de cualquier elogio. Nos compenetramos los tres a las mil maravillas en todos los sentidos, y entre ellas no hay el más mínimo roce ante sus requerimientos o los míos buscando nuestro gozo y deleite. Ni hay tampoco ningún problema en que los tres compartamos la misma cama… Esto ya es otra historia que me reservo.

Para terminar, os diré que un niño comparte con nosotros esta felicidad y estamos a punto de agrandarla con un nuevo ser… ¿Quien es la madre…?: LAS DOS.