Mi suegra me sorprendió (9 y final)
Por fin consigo juntar a mi esposa y a mi suegra para tener sexo con las dos a la vez
Después de mis experiencias de dominación con mi mujer y con mi suegra, mi deseo era conseguir que mi esposa aceptara que su madre participara en nuestros juegos. Pero tenía que parecer que la idea era suya. Mi suegra ya había participado en una sesión con mi mujer sin que ella lo supiera, así que pude convencerla fácilmente. Ella pensaba que mi mujer no aceptaría jamás. Le di instrucciones muy concretas.
Hoy Andrea, mi suegra e Inma, mi mujer, han tenido una conversaciónde la que mi mujer supone que yo no me he enterado. Por supuesto, Andrea seguía mis órdenes. Le preguntó a mi mujer:
— Inma, estoy preocupada por ti desde que te vi el otro día. Tengo miedo de que tu marido se dedique a humillarte y maltratarte.
— No te preocupes, mamá, desde aquel día no ha vuelto a humillarme, le dije que no quería repetirlo, pero la verdad es que me arrepiento de habérselo dicho. Lo pasé tan bien como no lo he pasado nunca, ni antes ni después. No me ha afectado. Al contrario. Estoy con mi marido mejor que nunca. Me demuestra más cariño. Es más tierno. Y estar con él es fantástico. No puedes imaginar la sensación de que alguien te domine de esa forma.
— Si, si me lo imagino. Desde que me lo contaste no paro de imaginarlo. Se que es una barbaridad, pero no puedo dejar de pensar en lo que te hizo, e incluso imagino muchas veces que alguien me hace a mi ese tipo de cosas. A veces me doy asco a mi misma y a veces, aunque me avergüenza confesarlo, me siento excitada sólo con pensarlo. Creo que me encantaría probar algo así.
— Mamá, no sabía yo que tenías todavía ese tipo de imaginaciones.
— Por supuesto que tengo esas y muchas otras distintas, no soy de piedra.
—No sé. Yo pensaba que a tu edad, y como no te he visto salir con nadie desde que murió papá, pensaba que tu ya no…
— Por supuesto. Yo sigo teniendo los mismos deseos de siempre, pero la verdad es que me daría mucha vergüenza empezar una relación con sexo con alguien nuevo. Además, no tengo ganas de volver a aguantar un hombre en mi vida. Si hubiera tenido la suerte de encontrar un hombre como el tuyo… ¿tú no querrás compartirlo, no? — le guiñó un ojo a Inma para indicarle que sólo bromeaba. Inma siguió la broma:
— Claro que lo compartiría contigo, pero sólo contigo — dijo Inma guiñando a su vez para seguirle la broma.
La conversación se quedó ahí. Por supuesto yo había estado siguiendo la conversación por las cámaras. Le dije a mi suegra que durante un tiempo aparentara estar triste delante de mi mujer. Ella no entendió por qué, pero me prometió hacerlo. Le dije que le dijera que no le pasaba nada.
Así empezó una temporada en la que mi suegra parecía estar deprimida cuando estaba mi esposa y en una juerga continua de sexo conmigo cuando estaba de guardia su hija. Al final, Inma se dio cuenta y empezó a preguntar, pero su madre siempre le decía lo mismo:
— Estoy bien, no tengo ningún problema. Sólo me siento un poco sola.
— Pero mamá, pero si estamos siempre juntas.
— Si, pero me falta algo…
Y no le daba más explicaciones por más que ella insistiera.
Después de un tiempo Inma empezó a plantearme que veía mal a su madre, que parecía deprimida, que no sabía que le pasaba. Que creía que se encontraba sola y que echaba de menos tener una pareja. Llegó a decirme que creía que echaba de menos el sexo. Yo le dije:
— Tiene muchos amigos. ¿Por qué no se busca un novio?
— Tiene muy claro que no quiere volver a vivir con un hombre, pero echa de menos el sexo. Incluso llegó a decirme bromeando si te compartiría con ella.
Yo fingí una gran indignación.
— Por Dios, esas cosas no se dicen ni en broma.
— ¿Tan fea es mi madre? —preguntó Inma un poco enfadada.
— No se trata de eso, Inma. Tu madre es muy guapa y se conserva muy bien, pero es una aberración que me digas eso, ni siquiera en broma. Es tu madre.
Cuanto más borde me ponía yo, mas iba calando la idea en ella. Veía girar las ruedas en su cabeza.
— Vamos a dejar el tema —le decía yo fingiéndome enfadado.
Durante unos días Inma no volvía a nombrar a su madre. Pero al cabo de unos días volvía al tema de su madre. Que si su madre estaba triste, que si su madre estaba mal, que si estaba preocupada por su madre… Yo notaba cada vez más que la idea de que yo me acostara con su madre se iba filtrando en su cabeza como la única alternativa para que su madre saliera de la depresión.
Finalmente, una noche, después de un buen polvo, me hizo una propuesta que no me sorprendió.
— Simón, cuanto más tiempo pasa, más claro tengo que mi madre necesita sexo. Se me ocurre una idea y me gustaría que lo pienses antes de decir que no.
— No empieces otra vez conmigo y tu madre.
— Estoy pensando que a ti te gusta que yo sea tu esclava y se que te dije que nunca más. Estoy pensando convencer a mi madre para que se tape los ojos y tenga sexo con un profesional que yo le buscaré. Luego, una vez que tenga los ojos tapados, intervienes tú y la esclavizas, que es lo que ella quiere probar. Si me haces ese favor, yo me comprometo a volver a ser tu esclava otra vez siempre que quieras.
— ¿Por qué me pides esta locura?
— Porque mi madre lo necesita y a mi me excita cada vez más la idea de verlo. Te prometo que no te arrepentirás.
Me hice el remolón cada vez con menos fuerza, y por fin, a regañadientes, y con cara de asco le dije:
— Mira, aunque lo intentemos, tu madre no va a consentir eso ni loca. Además si ella aceptara, sería con la condición de que las dos seáis mis esclavas a la vez. Pero vamos, seguro que te dice igual que yo, que estás loca.
Antes de que Inma hablase con Andrea yo le explique a ésta lo que le iba a proponer su hija y le avisé para que le dijera que sí, pero después de resistirse mucho.
Al cabo de unos días Inma se fue a casa de su madre a merendar. Yo no quise ir pero lo estuve viendo, por supuesto, en el ordenador.
— Mamá, he estado pensando en tu problema y te voy a proponer una solución.
— Yo no tengo ningún problema.
— Se que echas de menos el sexo pero no quieres comprometerte. Tengo una amiga que conoció a un chico en una despedida de solteras que es genial en la cama, que le va el sexo duro y que solo cobra por bailar. No es un profesional del sexo. Podríamos quedar con él y que tuvieseis una sesión con él.
— Eso es imposible. Me daría mucha vergüenza.
— Por eso he pensado que podríamos taparte los ojos antes de que el llegara y yo me encargaría de recibirlo y llevarlo hasta ti. Incluso de controlar que no te haga daño, aunque mi amiga dice que es de fiar, que si le dices que pare, para inmediatamente.
— No digas más tonterías, dijo Andrea enfadada.
La conversación se quedó ahí. Inma creía que no lo había conseguido, pero al cabo de unos días, Andrea le dijo a Inma:
— Desde que me propusiste ese plan loco, no he podido parar de darle vueltas. Seguramente me arrepentiré toda mi vida, pero me gustaría probarlo. Pero con la condición de que tú escuches al lado de la puerta, por si se pasa. ¡Qué vergüenza!
— ¡Nada de vergüenza! ¡Es la solución perfecta si no quieres tener pareja! ¡Así pruebas algo nuevo sin compromiso!
Quedaron en que Inma buscaría al chico para el sábado siguiente, que ella estaba libre. Luego me dijo a mí que había convencido a su madre, y que el sábado sería el gran día. Yo le insistí en que no deseaba hacerlo pero que estaba dispuesto a hacerlo por ella. Pero que ella tenía que estar con nosotros y ser mi esclava al mismo tiempo. Que obedecería mis órdenes en ese momento sin rechistar, salvo que se acabaran las cosas para las dos si una de ellas lo pedía. Y que esto solo lo haría una vez y sin que su madre se enterase de que era yo. Además, a partir de ese momento ella aceptaría ser mi esclava de vez en cuando, al menos dos o tres veces al año. Aceptó todo lo que le dije para que yo terminara de aceptar. Lo que había empezado en ella como una idea estúpida, se había ido convirtiendo poco a poco en una idea atractiva para ella, por el morbo de lo prohibido probablemente.
Le dije a Andrea que, por supuesto, iba a ser yo el que estuviera con ella, pero que siguiera el cuento delante de su hija.
Por fin llegó el sábado por la noche, cuando habíamos quedado. Inma se fue a casa de su madre con un body que les había comprado, sujeto por corchetes, que podía quitar aunque tuvieran las manos o los pies atados y un pañuelo de seda. También había comprado dos juegos de esposas. Inma sólo se llevó un juego y le pidió a su madre que se pusiera el body y el pañuelo como antifaz. Andrea temblaba por los nervios. Inma le ató las manos con las esposas y le dijo que esperara, que el chico podía tardar un ratito, pero que había pedido que estuviera así a esa hora y los esperara de rodillas sin moverse hasta que el llegara. Luego fue a mi casa y se puso su propio equipo, excepto el antifaz, y volvió a casa de su madre y le dijo:
— El chico ya está aquí. Yo me marcho y te dejo con él. Estaré cerca, si tienes algún problema solo tienes que gritar.
Andrea aparentaba estar muy nerviosa, aunque estaba menos de lo que aparentaba porque sabía que era yo. Entré en el salón de Andrea y la vi de rodillas en el suelo, con el body, los ojos tapados y las manos esposadas por delante. Hice ademán de arrepentirme y volverme y mi esposa me cogió del brazo y me dio un tirón hacia dentro. Por supuesto, yo solo simulaba no querer, pero estaba loco por tenerlas a las dos a mi disposición. Puse a Inma de rodillas junto a su madre. Ya venía esposada de casa.
Había preparado una pequeña sorpresa para Andrea. Me acerqué despacio hacia ella y le di un besito en la nuca. Se estremeció. Saqué dos collares que había preparado y se los puse, primero a Inma y luego a Andrea. Luego puse una grabación de voz que le había pedido que me hiciera un chico en el sexshop para que no me conocieran la voz. El chico se lo había pasado bomba grabándola.
— He venido con una amiga. Ella va a ayudarme. Si no estas de acuerdo dímelo y nos marchamos ahora mismo.
Andrea pegó un respingo al escuchar la voz. Se estremeció. No esperaba oir una voz distinta de la mía, aunque yo le había dicho que no hablaría para no delatarme. Pese a ello, no se levantó. ¡Buena chica! Era más valiente de lo que yo pensaba. Ahora ella dudaría si yo había dejado que viniera otro hombre.
— El collar que llevas puesto es el símbolo de tu esclavitud esta noche. Si quieres dejarlo sólo quítatelo o pídeme que te lo quite. Si no, no podrás hablar, te moverás de rodillas y sólo te sentaras en el suelo salvo que yo te ordene otra cosa. Si desobedeces te castigaré. Si no quieres que siga con lo que sea, me dices que lo deje y me iré, pero no puedes decirme lo que puedo hacerte y lo que no.
— ¿Quieres que me vaya?
Andrea negó con la cabeza.
Les quité el body a las dos sin decir nada y las dejé desnudas. Le puse a Inma las manos esposadas detrás de la cabeza. Cogí a Andrea de los pelos y la arrastré frente a Inma. Puse la grabación. Había previsto cada paso y había grabado todo.
— Tienes una mujer delante. Quiero que le toques todo el cuerpo para ver como es. Al acercarle yo a su madre se echó hacia atrás, pero le señalé la puerta de nuestra casa y le hice señas de que me iba. Se estuvo quieta.
Andrea alargó los brazos y empezó a acariciar el cuerpo de Inma. Al principio la tocaba con precaución. Fue recorriendo todo el pecho, el vientre, el cuello, la cara,… Al llegar a los pezones los rozó suavemente y al llegar al sexo empezó a acariciarlo, pese a que al tener las manos atadas, le costaba hacerlo. A Inma le brillaban los labios y los ojos. Su sexo debería estar ya húmedo por la excitación. Efectivamente, yo veía brillar la humedad en las manos de Andrea.
Cuando Inma ya se veía excitada volví a poner la grabadora en el oído de Andrea.
— ¡Déjalo! ¡Pon las manos en la nuca! — Andrea obedeció con reticencia.
Después a Inma.
— Ahora tócala tú. Inma no se movió. Le di un cachete fuerte en el trasero. Le cortaba tocar así a su madre. Le susurré al oído sin Andrea me escuchara: si sigues dudando me voy y se ha acabado esta historia. Bastante incómoda es ya. — Inma susurró:
— Está bien, lo haré.
Inma empezó a acariciar a su madre. Empezó por la cara, bajó por el cuello, el pecho, el vientre hasta llegar al sexo. Andrea soltó un gemido sordo cuando le tocó el clítoris por primera vez. Después le susurré de nuevo a Inma:
—Pellízcale los pezones. ¡Fuerte! Sigue apretándolos con fuerza y soltándolos.
Andrea soltó un gemido de dolor cuando lo hizo. Inma continuó. De nuevo a Andrea con la grabadora.
—Pellízcala tú a ella también.
Andrea lo hizo inmediatamente. Al tener las dos las manos esposadas, no llegaban a los dos pezones a la vez, así que tenían que pasar de uno a otro. Además las manos les chocaban, pero aún así seguían apretando y parece que cuanto más daño recibían, con más ganas apretaban. Volví a la grabadora.
— Ya basta.
Pararon las dos. Las levanté, les até una cadena a las esposas de ambas y até la cadena al gancho de la lámpara levantando los brazos de ambas hacia arriba. Las puse de forma que sus cuerpos chocaban por delante. Luego les puse una cadena alrededor de ambas de forma que sus pechos se tocaban. Tenían que estar muy incómodas. Empecé a acariciar a ambas a la vez por la espalda, la nuca, el trasero, las piernas, y finalmente el sexo. Ambas abrieron las piernas cuando sintieron mis manos acercarse.
Las estuve acariciando un rato, y cuando vi que empezaban a estremecerse paré y les puse la grabación:
— Ahora vamos a jugar a un juego. Yo escribiré un número con chocolate en las espalda de una y la otra tendrá que adivinar que número es sólo con la lengua. El número es un número de azotes. Si la que lo prueba averigua el número, la otra recibirá los azotes. Si no lo averigua lo recibirá ella.
Tumbé a Inma en el suelo, sobre las losas frías, y le pinté un tres bastante deformado en la espalda con leche condensada. Puse a Andrea en uno de los extremos del tres y empezó a lamerlo con mucha excitación. Lo fue recorriendo poco a poco y al terminar se quedó un momento pensando y dijo:
— Tres.
Yo cogí una paleta de silicona que tenía preparada, y di tres palmadas bastante fuertes al trasero de Inma. Inma se estremeció pero no dijo nada. Volví a pintar esta vez un cuatro en la espalda de Inma y puse la boca de Andrea de nuevo al principio, en la parte de abajo. Andrea subió hacia arriba, pasó la bifurcación del cuatro y siguió recto. Al terminar dijo:
— Uno.
Tal y como estaba arrodillada sobre la espalda de Inma, le di cuatro azotes fuertes con la paleta. Gimió, pero no habló tampoco. Las acaricié a ambas en el clítoris. Las dos lo tenían chorreando a pesar de que les había hecho daño. Está visto que me había tropezado con dos auténticas morbosas. Volví a pintar un cinco. Acerqué de nuevo a Andrea.
— Cinco.
Lo había adivinado de nuevo, así que di cinco palmadas a Inma. Ella se mordía los labios cuando le daba y me miraba con cara de lástima. Pero yo le di el castigo completo. Empecé de nuevo. Esta vez un seis. Andrea lo intentó, pero había tantos rastros de chocolate en la espalda de Inma que no consiguió seguir la línea.
— Ocho.
La golpeé ocho veces con la paleta. Vi que por un hueco de la venda se escapaba una lágrima. Le puse la grabación:
— ¿Quieres dejarlo?
— ¡No! — lo dijo con rabia.
Las puse a las dos de rodillas y tanteé sus vulvas. Las dos estaban chorreando. Decidí que no quería que se corrieran todavía, así que probé un juego distinto. Le puse una venda también a Inma. Les até las manos a las dos cada una en su espalda y, finalmente, les puse unas pinzas para pezones, pero conectando el pezón derecho de Andrea con el izquierdo de Inma y otra en los otros dos pechos. Las separé lentamente hasta que oí dos gemidos a la vez, cuando los pezones se estiraron. Entonces puse entre ellas un alambre que había medido para que llegara justo hasta los dos cuerpos de ambas. Las puntas del alambre pinchaban un poco, por lo que ambas tendían a separarse una de la otra, pero al separarse las pinzas tiraban de los pezones y volvían a juntarse. Cuando se dieron cuenta intentaron aguantar el pinchazo del alambre, que no era muy fuerte, pero cuando se estremecían un poco se pinchaban más y volvían a separarse, tirando de los pezones.
Las dejé un rato así y luego quité el alambre y las pinzas. Luego tumbé a Inma en el suelo boca arriba e hice un surco de leche condensada que iba desde debajo del ombligo hasta la vulva. La coloqué con las piernas bien abiertas y luego dirigí a Andrea hacia el principio de la leche. Empezó a lamer igual que los números pensando que jugábamos a lo mimo, pero cuando fue bajando notó que eso no era la espalda de nadie y puso cara de asco y empezó a retirarse. Le acerqué la grabadora.
— ¿Quieres dejarlo?
— ¡No!
La cogí del pelo y le acerqué otra vez la cabeza a la vulva de Inma. Esta vez empezó a lamerla poco a poco, como deleitándose. Cada vez parecía gustarle más. Inma se retorcía y gemía de placer. Parecía que su madre la estaba volviendo loca, en parte, supongo, porque ella si sabía que era su madre y eso la excitaba. Las paré y las puse al contrario. Andrea no quería parar de chupar e Inma no quería hacerlo, pero no les di opción. Obligué a Inma a lamer la vulva de su madre sujetándola por el pelo. Al final, lo hizo también con placer. Cuando estaba a punto de correrse las separé y les puse la grabadora:
— Si una de las dos se corre, esta historia se termina ahora mismo. La piernas abiertas y bien separadas.
Me acerqué al bar y me serví una copa, dejándolas allí, tiradas en el suelo con las piernas abiertas. Las obligué a sentarse para que la vulva tocara el suelo frio. No era un día frio, pero el suelo lo estaba bastante. Luego me tomé la copa durante quince minutos mientras las dos estaban en el suelo, sentadas desnudas, temblando de excitación y frio. Después las coloqué a las dos en la posición para hacer un sesenta y nueve, les solté las manos y les puse la grabación.
— Ahora las dos os vais a comer el coño mutuamente sin parar pase lo que pase hasta que os corráis las dos.
Mientras ellas se lamían mutuamente, yo les iba dando con la paleta por turnos unos golpes en los costados que las hacían estremecerse y perder la concentración, así que tardaron bastante en excitarse de nuevo y correrse, pero por fin estallaron en una corrida bestial las dos a la vez.
Las dejé descansar dos minutos sobre la alfombra para que no se volvieran a enfriar y después acerqué la boca de las dos a mi pene. Cuando notaron lo que era empezaron a lamerlo y a chuparlo, compitiendo por ver quien se lo metía en la boca más tiempo mientras la otra me chupaba los testículos. Después esta le daba un empujón y se apoderaba de mi pene y cambiaba la otra a los testículos. La sensación de tener dos mujeres alrededor de mi pene era increíble. Por fin me corrí y la leche cayó sobre las caras y las bocas de ambas, que empezaron a lamerse una a la otra para saborearla.
Ese fue el momento que elegí para quitarle la venda de los ojos a las dos.
Inma sabía lo que pasaba y Andrea también, pero esta lo disimuló muy bien, mirando a su hija alucinada y luego a mi, y salió corriendo hacia su cuarto, donde se echó en la cama y se tapó la cara. Inma me miró, un poco asustada por la reacción de su madre. Yo pensaba que su madre no había soportado ver de verdad lo que estaba haciendo, aunque podía ser que estuviera simulando. Decidí terminar el juego. Cogí a Inma, le amarré las muñecas de nuevo y le dije que me siguiera. La arrastré hasta la cama de su madre. Esta estaba tumbada en la cama, hecha un ovillo y sollozando. Llevé a Inma hasta ponerla encima de la cama, de rodillas, y le até las muñecas al cabecero de la cama, al lado de su madre. Cogí la paleta y empecé a darle pequeños golpes en el trasero.
Su madre dejó de sollozar y nos miró:
— Estáis locos. ¿Qué habéis hecho?¿Por qué me habéis engañado? —Era una estupenda actriz. Nadie hubiera creído que sabía lo que iba a pasar. Yo le expliqué:
— Tu hija me ha obligado a hacerlo. Yo no quería. Pero al final he aceptado porque ella se ha comprometido a ser mi esclava muchas más veces. Y la verdad es que no ha estado mal, pero esto no termina hasta que vosotras pidáis que os quite el collar. Inma no lo ha pedido. Por eso sigo esclavizándola. Tú también lo tienes, así que, de rodillas ahora mismo, o quítate el collar.
Andrea puso cara de susto, se quedó un momento pensando y después, poco a poco, se puso de rodillas al lado de su hija y alargó los brazos para que se los atara al cabecero a ella también. Fue una actuación maravillosa. Ya las tenía a las dos donde yo quería, así que decidí no hacerles daño de nuevo, empecé a acariciarles el trasero y la vulva y lamiéndolas alternativamente. Finalmente cogí dos vibradores que había preparado, se los introduje en la vulva, los dejé allí vibrando, sujetos con cinta adhesiva para que no se salieran y las obligué a besarse cogiéndolas a ambas del pelo, hasta que tuvieron un orgasmo brutal, gritando las dos como locas. Parecía que se excitaban más oyendo gritar a la otra.
Al final las dejé atadas a la cabecera, pero tumbando a cada una a un lado de la cama y yo me tumbé en medio. Dormimos así, una a cada lado de mí, y atadas a la cama, y yo despertando del duermevela de vez en cuando y acariciando a las dos. Por la mañana las solté, les quité el collar y di la sesión por terminada, pero antes les di un par de palmadas fuertes en el trasero y les expliqué que a partir de ese momento eran mis esclavas. Que estarían disponibles para mi siempre que yo lo quisiera, juntas o por separado, que si no querían lo podían decir en cada momento y no pasaría nada, pero que si se negaban por prejuicios yo me marcharía y las dejaría solas para siempre a las dos.
Y desde entonces, la verdad es que mi vida es una delicia, con dos mujeres maravillosas a mi disposición, tanto juntas como separadas. No hacemos sesiones de humillación o esclavitud casi nunca, porque es algo que si se convierte en costumbre puede perder el atractivo, pero las pocas que tenemos son maravillosas y el resto del tiempo tenemos sexo juntos los tres o por separado. Nuestra cama es grande, por lo que nos acostumbramos a dormir los tres juntos. Así lo tenemos más fácil.
Y aquí dejo esta historia que empezó con un dolor de espalda y me ha dejado en una situación maravillosa. No habrá nuevos capítulos de esta historia. El resto podéis imaginarlo. Solo me queda daros las gracias, a todos mis lectores, y, especialmente a aquellos que se han tomado la molestia de escribir comentarios de ánimo o críticas que me permitan mejorar.