Mi suegra me sorprendió
Mi suegra tenía un dolor de espalda y yo le dí un casto masaje. Así empieza esta historia. Ni yo se todavía como termina.
Me llamo Simón y tengo 40 años. Estoy casado con Inma, una mujer diez años menor que yo. Mido un metro ochenta, de complexión normal, no demasiado gordo aunque tengo tendencia a tener un poco de tripa propia de la edad.
Mi vida es agradable, tengo un trabajo que me gusta, soy programador de páginas Web, cobro un sueldo razonable, aunque no soy millonario, ni mucho menos, y mi mujer y yo vivimos bien. La única queja que tengo es que mi mujer es médico y muchas veces tiene turnos de guardia de veinticuatro e incluso cuarenta y ocho horas seguidas, con lo cual, a veces me siento un poco solo.
Vivimos en un dúplex, en un barrio residencial de Madrid y somos razonablemente felices. Hace cinco años murió mi suegro por un infarto, siendo muy joven todavía. Mis suegros vivían en Málaga en aquella época, pero mi suegra, Andrea, se sentía muy sola en Málaga una vez que murió su marido. Mi mujer es hija única y buscamos una solución para que no estuviese tan sola. No tenía edad para irse a vivir con su hija, pero no quería estar sola tan lejos. Encontramos una solución que podía ser buena para todos. En aquel momento nuestros vecinos del dúplex se mudaban y vendían su casa, así que mi suegra, de acuerdo con nosotros, vendió su casa en Málaga y compró la casa que estaba adosada a la nuestra. Ella nos dejó muy claro que no quería estar todo el día con nosotros, pero quería estar cerca.
Al principio a mi me pareció demasiado cerca de casa, pero la verdad es que ella empezó a colaborar con ONGs y a buscar otras ocupaciones y no nos molestaba demasiado. Mi suegro la había dejado con una buena posición económica que le permitía vivir sin trabajar, aunque tampoco podía derrochar el dinero. En el tabique del comedor hicimos un hueco y pusimos una puerta que comunicaba las dos casas para poder cruzar de una a otra sin pasar por la calle. Funcionábamos bastante bien y yo me llevaba bien con ella. La verdad es que no me molestaba. Siempre me pareció una mujer agradable. Muchas veces, cuando mi mujer y yo teníamos pequeñas discusiones, mi suegra se ponía de mi parte.
Mi Suegra tiene unos cincuenta años y se conserva bastante bien para su edad. No diría yo que tenga un cuerpo de locura, pero tiene sus cuatro cosas bien puestas que todavía hacen que muchos hombres se vuelvan a mirarla por la calle.
No nos confundamos. No es una Matahari, es una mujer corriente. Pese a no ser espectacular, tiene un pecho muy bien puesto, caderas anchas, que no gordas y una cintura pequeña para la edad que tiene. No es muy alta, pero está bien proporcionada. No ha cometido el error de pasar de castaña oscura a rubia platino, como la mayoría de mujeres de su edad, con lo que no da la sensación de ir teñida y parece más joven de lo que es realmente. Desde que murió su marido no se le ha conocido ninguna relación, ni siquiera esporádica.
Un sábado por la mañana, mi mujer estaba de guardia en el hospital y mi suegra pegó a la puerta de comunicación y entró sin esperar, como acostumbrábamos a hacer.
- ¿Donde está Inma? –preguntó.
- Inma está de guardia este fin de semana. Te lo dijo anoche, ¿recuerdas?
- Lo había olvidado. Venía porque tengo una contractura en la espalda que me coge todo el hombro y el cuello. Ayer me dio unas pastillas, pero me he levantado igual. Venía a preguntarle si tiene algo más fuerte.
- Pues siento que no esté. ¿Quieres que la llame al hospital?
- No. No es tan grave como para molestarla en medio de una guardia. Si sigo así luego me pasaré por el hospital a verla.
- Si quieres puedo darte un masaje. No soy un experto, pero siempre se me ha dado bien.
Ella se quedo pensando un momento y luego me dijo:
- Vale, podemos intentarlo. La verdad es que me molesta bastante. ¿Qué tengo que hacer?
- Nada, simplemente cámbiate y ponte algo cómodo para que pueda llegar a tu espalda. Si no te importa, un bañador o la parte de arriba de un biquini puede ser ideal.
Se fue a su casa y volvió con un chándal de los que solía ponerse cuando volvía a casa y quería estar cómoda.
- Me he puesto un biquini. ¿Qué hago?
- Quítate la sudadera, túmbate en la alfombra y apoya la cara sobre este cojín. Lo mejor es que estires los brazos a lo largo del cuerpo. No es el sitio más cómodo para un masaje, pero servirá.
Ella titubeó un momento antes de quitarse la sudadera, yo subí al baño a recoger el aceite de masaje que tenía allí, y con el que daba algún masaje de vez en cuando a mi mujer cuando llegaba tensa de una guardia especialmente dura. Cuando bajé se había quitado la sudadera y estaba tumbada en la alfombra, boca abajo.
Le pregunté que lado de la espalda le dolía y me dijo que toda, pero especialmente el lado izquierdo.
Empecé con un masaje suave, entre el omóplato y el hombro. Nada más empezar noté que el trapecio estaba completamente contraído y tiraba de los músculos de alrededor, incluido el deltoides y los músculos del cuello. Cuando empecé el masaje observé que se contraía al tocarla como si le doliese. Procuré hacerlo con cuidado. Lentamente fui masajeando todo el lado izquierdo, pasando también de vez en cuando por el derecho, que también estaba contraído, aunque menos que el izquierdo. Como ya dije, no se me daba mal. Al cabo de un ratito noté que se iba relajando.
- ¿Cómo estás?
- Mejor. Me voy sintiendo mejor poco a poco.
- Necesito llegar a la musculatura profunda. Voy a apretar un poco más. Si te duele demasiado dímelo.
- Vale.
Empecé a apretar más fuerte. Escuché algún gemido de queja, pero no me dijo nada. Seguí masajeando cogiendo toda la espalda hasta el cuello y bajando hasta la cintura. En ese momento estaba haciendo bastante fuerza. Notaba como los nudos de los músculos se deshacían en mis manos. Terminé, como hago siempre, dejando un rato las manos apoyadas sobre la zona de la espalda que estaba peor al principio. La tapé con una toalla y le dije:
- Ya está. Ponte la sudadera para que no se te enfríe la zona. ¿Cómo estás?
- La verdad es que me siento como nueva. Me dolía mucho y se me ha aliviado bastante. Ahora puedo mover el brazo mucho mejor, aunque todavía me duele.
- Yo no soy fisio. Lo único que he hecho es darte un masaje relajante en toda la parte que tenías contraída, pero eso no te puede curar del todo. Sigue con el tratamiento que te dio Inma para recuperarte del todo.
Se volvió a su casa y no volví a verla aquel día. Cuando Inma estaba de guardia Andrea no solía venir a mi casa, aunque a veces se asomaba y me preguntaba si necesitaba algo.
A la mañana siguiente volvió a venir:
- Me da no se que pedírtelo, pero la verdad es que la espalda estuvo mejor ayer todo el día después de tu masaje, pero hoy vuelve a molestarme, aunque menos que ayer. Te importaría darme otro masaje a ver si mejora un poco más.
- Por supuesto, Andrea, no hay problema.
Se había puesto el mismo biquini que la vez anterior. Esta vez se quitó la sudadera sin esperar y ella misma echó un cojín a la alfombra para apoyar la cabeza.
- Si no te importa, si te desabrocho el biquini llegaré mejor a toda la espalda. Como estás tumbada boca abajo, no se te verá nada - bromeé.
- Como si yo tuviera algo que enseñar ya – contestó ella con cierta picardía.
Yo decidí seguirle el juego sin maldad:
- Tú tienes mucho que enseñar si quisieras, aunque yo no sea la persona más apropiada para decírtelo.
- No digas eso, que me voy a sonrojar.
Hasta ese momento yo no había mirado nunca a mi suegra como a una “mujer”, pero su tono pícaro me hizo abrir los ojos. Mientras le daba el masaje me fui fijando en lo que tenía a la vista y me di cuenta de que mi suegra tenía una bonita figura, por lo menos por la espalda. Tenía la piel todavía tersa y suave. Sus músculos estaban tonificados como los de una persona que hace ejercicio, y no flácidos y colgando. Aunque de cintura para abajo estaba vestida, el chándal ceñido, diseñado para estar tapado por la parte superior, marcaba un trasero interesante, generoso, pero sin excesos. El lateral de los pechos que se adivinaban bajo los brazos al masajearla también parecía terso y suave.
Empecé como el día anterior, con un masaje suave a la parte alta de la espalda y el cuello y fui bajando poco a poco sintiendo en la yema de mis dedos los músculos que estaban contraídos, siguiendo la espalda hacia abajo. Lentamente fui haciendo más fuerza. Cuando noté que los músculos se iban relajando fui suavizando el masaje y termine con muchísima suavidad. En ese momento yo me sentía un poco excitado. Al masajear sus hombros las manos se me iban un poco hacia adelante y al masajear los lados de la espalda, la yema de mis dedos tocaba el nacimiento de los senos.
Finalmente dejé las manos un tiempo paradas sobre el trapecio izquierdo y cerré los ojos para relajarme intentando bajar la excitación que empezaba a sentir pensando en cosas completamente distinta, y rezando para que cuando ella se levantase, el bulto de mi pantalón ya hubiera bajado. La verdad es que me había empalmado de una forma brutal.
Como no conseguía relajarme, cogí una manta del sofá, se la eché por encima y le dije que no se moviese durante unos minutos.
- Espera cinco minutos antes de levantarte para que los músculos sigan relajándose. Yo voy a lavarme las manos, que las tengo llenas de aceite.
Dando la vuelta por el lado al que no miraba su cabeza, me fui al baño, y, antes de lavarme, las manos, aprovechando el aceite que tenía en las manos, me hice una paja salvaje recordando las sensaciones que sentía al tocar su piel. Estaba como loco. Finalmente, la explosión de semen fue mucho mayor de lo que salía normalmente. Yo no suelo masturbarme mucho, pero cuando mi mujer está mucho tiempo fuera lo hago de vez en cuando. La sensación fue increible.
Volví al salón.
- Ya puedes levantarte, Andrea. ¿Cómo está tu espalda?
- Hoy se ha quedado casi perfecta. Tienes unas manos mágicas.
- No se. Siempre se me ha dado bien.
- Ya solo me molesta un poco en la parte baja de la espalda.
- Eso es porque la contractura te llega hasta el glúteo, pero no me he atrevido a darte masaje en el glúteo porque he pensado que te ibas a enfadar conmigo, que pensarías que me quería aprovechar de ti.
- ¡Que tontería! Si me lo hubieses dicho te habría dicho que no había problema. Yo se que tu eres de fiar. ¡Cómo iba a pensar eso de ti! ¡Si podría ser tu madre!
- No podrías ser mi madre, sólo tienes diez años más que yo. Como mucho podrías ser mi hermana mayor – le sonreí.
- De todos modos yo no puedo darte masaje en el glúteo, no se si entonces podría controlar mis impulsos, y yo te respeto mucho – le guiñé un ojo para indicar que bromeaba, pero lo decía muy en serio.
Ella enrojeció levemente y decidió tomarse a broma lo que le decía.
- Si. Y ahora me dirás que yo te parezco atractiva.
- Andrea, ¡tu eres muy atractiva! Te respeto porque estoy enamorado de Inma, pero te encuentro muy atractiva.
Ahora se sonrojó más aún. Volví a decirle:
- Lo que no entiendo es por qué no hay una cola de hombres en tu puerta.
Ella se lo tomó a broma:
- Si la tengo, pero les echo repelente para que se vayan, por eso no los ves.
Yo insistí:
- Eres una mujer muy guapa todavía. No se como no has estado con nadie después de morir tu marido.
- Al principio yo estaba tan triste que no quería ver a nadie. Y luego no se ha presentado la ocasión. No te digo que busque a otro hombre porque no es verdad, pero no me importaría encontrar a alguien con quien compartir algo de compañía y diversión. Pero no ha surgido.
- Bueno, todavía hay tiempo para que surja.
Al día siguiente, que mi mujer libraba, su madre le contó lo que le había pasado en la espalda.
- ¿Por qué no te pasaste por el hospital?
- La verdad es que pensaba pasarme, pero Simón me dio un masaje y me lo alivió tanto que ya no fue necesario.
- No me extraña. Simón tiene muy buenas manos – le dijo Inma.
Pasaron unas cuantas semanas sin que pasara nada significativo. Mi suegra quizás pasaba por casa más de lo habitual, pero sólo estaba pocos minutos y luego se iba a la calle. Salía más arreglada que de costumbre. Yo, mientras tanto, pasaba muchos ratos excitado pensando en mi suegra y en lo que me gustaría hacerle, sobre todo cuando mi mujer estaba de guardia. Empezaba a ser algo enfermizo, pero yo no quería demostrar que me sentía atraído por ella. La verdad es que avergonzaba de sentirme atraído por mi suegra. Trataba de hablar con ella con toda normalidad, aunque me excitaba un poco a menudo tan solo con verla entrar en casa a saludar.
Al cabo de varias semanas, mi mujer volvía a tener la guardia del fin de semana completo. Se fue el sábado a las ocho de la mañana y no volvía hasta el lunes a las ocho de la mañana.
A media mañana del sábado, mi suegra se asomó a mi casa:
- ¿Interrumpo?
- Por supuesto que no, Andrea, pasa.
- Ya sé que Inma está otra vez de guardia, pero vuelve a dolerme la espalda y me preguntaba si te importaría darme un masaje de nuevo. Ya se que soy una pesada y tu tendrás cosas que hacer, pero es que me dejaste tan bien…
- Por supuesto que te puedo dar otro masaje, Andrea. Estaré encantado. Tú sabes que no me molesta dar masajes, al contrario: me gusta.
- Entonces voy a cambiarme y ponerme algo cómodo.
Al poco volvió con el chándal que yo ya conocía. Directamente tiró un cojín contra la alfombra, se quitó la sudadera y se tumbó en la alfombra. Mientras se cambiaba yo había traído el aceite y empecé el masaje. Nada más empezar noté algo que me sorprendió. Sus músculos del lado izquierdo estaban perfectamente relajados. Pasé al lado derecho y estaba relajado también. Le desabroché la parte superior del biquini y seguí hasta la cintura, pero no detectaba ninguna contractura. Me sorprendió bastante. Pero no quise decir nada y le di un masaje relajante en toda la espalda. No detectaba una contractura por ningún lado, pero si ella quería un masaje, yo no tenía ningún problema en dárselo, aunque me pusiera una escusa para hacerlo.
Decidí ser un poquito malo:
-¿Dónde te duele?
- Me duele en la cintura y hacia abajo.
Yo ya estaba excitado desde el principio, pero ese comentario me puso a cien.
- Para quitarte eso tendría que darte el masaje más abajo. Me da corte.
- Ya te dije la otra vez que entre nosotros hay confianza. Yo no voy a enfadarme. Haz lo que tengas que hacer.
Empecé a bajarle el pantalón poco a poco hasta ponérselo por debajo de los glúteos y seguí con el masaje desde la cintura, bajando hacia el trasero con energía. Por más que masajeaba no conseguía encontrar ninguna contractura, y cada vez que tenía más claro que me lo había pedido sólo porque le apetecía que la masajeara.
Yo estaba cada vez más excitado. Una vez que tenía claro que no tenía ninguna contractura cambié el tono del masaje y empecé darle un masaje más erótico. No es nada especial. Sólo cambia el rimo, la fuerza, no sabría como explicarlo. Es menos fuerte, pero más intenso. Tratas de transmitir calor con las manos. Le masajeé toda la espalda, pero prestando más atención a la zona de los glúteos y los costados.
A medida que le iba dando el masaje oí como se le escapaba de vez en cuando un pequeño suspiro. Note que su respiración se iba agitando. Estaba claro que se iba excitando. Yo estaba a la vez excitado y avergonzado, pero no podía parar. Cada vez me acercaba más a sus pechos y acariciaba su trasero con muchas ganas. Bajaba las manos por los glúteos, rodeándolos hacia el centro y subiendo por el ano. Al cabo de un par de minutos estaba gimiendo suave pero intensamente. No pude resistirme y baje las manos por los costados masajeándole los pechos. Ella se incorporó de un salto. Jadeaba. Su pecho quedó al descubierto porque al tener el sujetador desabrochado, se quedó en el suelo. Al verla así aparté la vista y le dije:
- Perdona, no se lo que ha pasado. No he podido resistir la tentación. Lo siento mucho. No pretendía ofenderte ni aprovecharme de ti.
Ella se cubrió con el brazo y me dijo:
- No me has ofendido. Sólo me has sorprendido. No lo esperaba, pero comprendo que no hayas podido resistir la tentación. Para demostrarte que no te guardo rencor te pido por favor que sigas con el masaje. Te prometo no asustarme.
- Pero te suplico que no le digas nada a Inma. Si se enterara de que me he pasado contigo no me perdonaría jamás.
Me miró con picardía y me dijo:
- Te prometo que si me dejas bien relajada Inma no se enterará.
Empecé otra vez el masaje un poco asustado. Ella se había vuelto a tumbar, pero antes había retirado el sujetador de la alfombra y había dejado el pecho directamente sobre ella. Le acaricié la espalda, pasando por los costados y el trasero. Volví a excitarme y veía que ella seguía excitándose cada vez más. Pasé un dedo entre sus glúteos y empecé a acariciar el agujerito de su ano. Ella respiraba con más agitación. Seguí con sus nalgas y pasé a la parte superior de las piernas, bajándole más los pantalones. Bajaba por la parte trasera del muslo y subía por la parte interior, volviendo a los glúteos al final. En cada movimiento pasaba más cerca de su vulva.
Al bajarle más los pantalones podía ver su vulva abierta, húmeda y palpitante. Yo sabía que ella sabía lo que estaba viendo y los dos jugábamos a que no sabíamos nada. Volvía a subir las manos por sus costados y las pasé por debajo de sus pechos. Esta vez no dio un salto y me dejó hacer. Incluso se incorporó un poco sobre las rodillas y las manos para que llegase mejor.
Se las estuve acariciando durante un buen rato y luego, muy suavemente, le pedí que se diera la vuelta. Me miró. Enrojeció más de lo que estaba, pero lo hizo sin decir nada. Se quedó boca arriba, con el pecho al aire, el pantalón mas bajado por detrás que por delante llegaba justo hasta la parte de abajo del pubis y los ojos cerrados. Tiró un poco del pantalón para taparse el pubis. Yo empecé a darle masaje en la parte delantera del cuerpo, empezando en los hombros, trabajando bien los pechos y llegando por fin hasta el pantalón. Lo cogí por los dos lados y empecé a tirar para bajárselo. Ella intentó en un reflejo sujetárselos para que no bajaran.
En ese momento a mi ya me daba igual todo. Quería disfrutar de ese cuerpo que tenía delante. Cogí sus manos del pantalón y las retiré con suavidad, pero con firmeza. Al principio hacía fuerza con ellas, pero después dejó de hacerlo. Llevé sus manos hacia atrás, a los lados de su cabeza, ella se rindió y se tapó los ojos con un brazo. Estaba roja como la grana.Luego volví a tirar de los pantalones quitándoselos por completo.
Ella cruzó las piernas, avergonzada, pero yo empecé a acariciarla y poco a poco las piernas fueron separándose solas. Seguí el masaje con la lengua, empezando en su cuello y llegando hasta el pubis. No se había depilado, pero me daba igual. Las piernas se separaron de golpe. Seguí bajando hasta aquella raja divina, roja, jugosa, sabrosa, que parecía deshacerse en mi boca. Localicé el clítoris con la punta de la lengua y lo rodeé, lo lamí, lo chupé, lo mordí suavemente y noté como crecía y como el coño se iba humedeciendo entero. Seguí lamiendo y chupando mientras le metía un dedo por la vagina. Luego dos. Al final exploto en un orgasmo brutal. Su cuerpo se estremecía. Yo sentía sus contracciones en los dedos que tenía dentro de ella.
Ella entonces intentó cogerme el pene, pero yo también había tenido un orgasmo brutal tan solo de acariciarla a ella, así que ya no estaba excitado. Retiré su mano y le dije que no hacía falta. Ella se quedó relajada un momento en la alfombra y, de pronto, se levantó de un salto, recogió su ropa y se fue corriendo a su casa, llorando, dejándome a mí solo en mi casa, sintiéndome muy culpable de lo que había pasado, y sin entender a las mujeres.
Esta historia no acabó aquí, pero si lo vamos a dejar aquí por hoy. Espero vuestros comentarios. Si os gusta os seguiré contando lo que pasó después.