Mi suegra me sorprendió (5)
Unas braguitas que le compré en el sexshop nos dieron una tarde de pasión y morbo.
Unos días después del “castigo” de mi suegra, Andrea, decidí darle una nueva sorpresa. El sábado próximo mi mujer, Inma, entraba de guardia en el hospital a las diez de la noche. Yo sabía que Andrea había quedado con algunas amigas, que colaboraban con la misma ONG que ella, para tomar café en su casa, sobre las cinco.
Volví a dar una vuelta por el sexshop y seleccioné un artículo que me pareció curioso. Unas braguitas abiertas por la parte inferior y con dos tiras de perlas en los bordes de esa zona. Decidí pedirlo y, como siempre, poner la entrega en su casa. Recibió las braguitas el día anterior. Yo ya le había escrito el e-mail.
De: Desconocido
Asunto: Instrucciones 5.
Contenido:
Hoy recibirás un paquete. Guárdalo sin abrir.
Aviso: Este e-mail es de obligado cumplimiento.
Ya en el día previsto, le mandé un nuevo e-mail.
De: Desconocido.
Asunto: Instrucciones 6.
Contenido:
Sé que has quedado con tus amigas en tu casa para merendar. Antes de que lleguen abrirás el paquete que recibiste ayer. Dentro hay una prenda de ropa interior. Te la pondrás. Encima puedes ponerte lo que quieras, pero si es una falda no debe pasar de las rodillas. Tendrás puesta esta prenda toda la tarde. Luego estás invitada a cenar en casa de tu hija. A las ocho. No puedes cambiarte antes de ir. De hecho no podrás quitártela hasta que te la quite Simón. Ya sabes que una vez que acabe la aventura deberás escribir tus sentimientos.
Aviso: Este e-mail es de obligado cumplimiento.
Desde el momento en que envié el e-mail empecé a vigilarla a través de las cámaras que habíamos instalado. Yo la seguía desde mi tablet, con cuidado de que mi mujer, Inma, no me viese.
A las cinco menos veinte subió a su habitación, abrió el paquete y miró las braguitas con cara de sorpresa. La vi mirar en la entrepierna. Después se fue al cajón donde tenía los pañuelos. Yo sabía que ahí tenía el pañuelo rojo para negarse. Abrió el cajón, sacó un pañuelo rojo y se quedó mirandolo. Miró hacia la cámara que había en su habitación, dudó un momento y por fin volvió a guardar el pañuelo rojo. Había decidido hacerlo.
Llevaba un vestido que le sentaba bastante bien, nuevo, pero no con un lujo excesivo. Sin pensarlo más, y sin quitarse el vestido, se bajó las braguitas que llevaba puestas y las arrojó sobre la cama. Luego se puso las que yo le había enviado. Como tenía el vestido puesto, no vi nada, excepto subirlo un poco y bajarlo, pero eso me excitó más aún. Luego llevó las braguitas que se había quitado al baño y las dejó en la cesta de ropa que tenía allí.
Cuando empezó a moverse, su cara hizo un gesto extraño. No se si de placer o de molestia.
Casi inmediatamente, llegaron sus amigas. Andrea las recibió y las acompañó al salón. Les preguntó que querían tomar y se fue a la cocina a preparar los cafés y los tés. Cuando andaba cojeaba un poco. Una de sus amigas se dio cuenta y le preguntó:
—Te veo cojeando. ¿Qué te pasa? —Andrea se puso colorada de golpe:
—Nada grave. Me he torcido el pie limpiando esta mañana y me molesta un poco.
Luego se sentó en el salón, con sus amigas y se pusieron a charlar. Andrea no paraba de removerse en la silla en la que se había sentado. Parecía inquieta. Sus amigas se quedaron hasta la siete.
Inma estaba durmiendo la siesta, preparandose para su guardia de la noche, así que yo pude seguir las aventuras de mi suegra con sus amigas, mientras preparaba la cena. Preparé algo ligerito. Yo sabía que ninguno de los dos hacía cenas fuertes, así que preparé una ensalada de pollo y unos filetes de salmón con salsa de gambas.
Cuando se fueron sus amigas, Andrea se fue a su habitación cojeando y se tumbó en la cama. Inmediatamente se levantó las faldas y se empezó a acariciar. Se la oía gemir con los ojos entrecerrados. El ritmo al que se acariciaba fue subiendo y finalmente estalló en un gran orgasmo. Gritaba muchísimo mientras se corría.
Desconecté la tablet porque oí que mi mujer se estaba moviendo en el piso de arriba, haciendo ruido en el baño. Cuando bajó le di la sorpresa.
—Hola, cariño. ¿Has descansado bien?
—Si, me siento como nueva.
—Estupendo. Hoy me ha dado por preparar una cena decente.
—¡Que bien! ¡Estupendo!
—También me he permitido invitar a tu madre a cenar. Supongo que no tendrás inconveniente.
—No, claro que no, pero ¿qué pasa? ¿Celebramos algo?
—No, no celebramos nada. Simplemente me salio mucha comida y decidí invitarla. Espero que no te moleste.
—Claro que no me molesta. Me alegro de que venga.
Le he dicho que venga a las ocho. Así tendrás tiempo de cenar tranquila antes de irte al trabajo.
Poco antes de las ocho llegó Andrea. Tenía la cara un poco rara. Cojeaba. Inma se extrañó.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Te encuentras bien?
—Si. Solo me he torcido el tobillo un poco, pero no es nada.
Andrea no pensó al decirlo que su hija es médica. Inma se empeñó en mirarle el tobillo. Se sentó enfrente y le levantó la pierna. Andrea se sujetó la falda rápidamente para evitar que su hija viera las braguitas que llevaba puestas. Por fin, Inma se convenció de que el problema del tobillo no era nada:
—Tu tobillo está perfectamente. Puede ser un pequeño tirón, pero no está hinchado.
—Ya te dije que no era nada.
—No, pero te veo con mala cara.
No es nada. Me he levantado un poco rara. Pero no es nada.
Comimos. Andrea cada vez cojeaba más al moverse. Su cara iba cambiando de vez en cuando de color. Poniendose roja y blanca alternativamente. Inma estaba preocupada:
—No te veo bien. Si mañana sigues igual te vienes conmigo a la clínica y te hago un chequeo.
—No te preocupes. Mañana estaré perfectamente.
Seguimos charlando en el sofá hasta que llegó la hora de Inma de irse a trabajar. Andrea estaba como un poco ida, despistada. Inma le echó un vistazo preocupada antes de irse. Andrea volvió a asegurarle que estaba bien. Mientras Inma sacaba el coche su madre se acercó a la ventana para decirle adiós. Yo me acerqué por detrás y, sin avisarle, le levanté el vestido y le metí la mano sobre la braguita de las perlas. Ella dio un respingo, pero su hija la estaba mirando y tenía que mantener el tipo y seguir saludando.
Cuando su hija se marchó con el coche, Andrea intentó volverse y retirarse de la ventana, pero yo la sujeté sobre la ventana y le pedí que no se moviera de allí. Se quedó asomada mirando a la calle, como si estuviera tomando el aire. Le dije:
—Sonríe. Pasa gente.
—Dejame salir de aquí.
—No, quédate ahí un ratito más.
Ya tenía una mano sobre las perlas. Empecé a acariciarlas, pasando los dedos hacia los lados y por debajo. Andrea empezó a gemir directamente por lo bajo, intentando mantener la cara impasible. Lo que yo notaba entre sus piernas un auténtico lago, completamente encharcado. Tiré un poco de su trasero y, sacando mi miembro, se lo metí de un empujón por la vagina.
Volvió la cara asustada.
—¿Qué haces? ¡Aquí no!
—¡Si, aquí si!
Empecé a bombear con mi polla en su coño suavemente, poco a poco, y fuí subiendo el ritmo cada vez más. En ese momento pasaron unos vecinos por la calle y la saludaron. A mí no se me veía:
—¡Hola, Andrea! ¿Qué tal? —Andrea hizo un esfuerzo sobrehumano para aguantar lo que estaba sintiendo y contestar.
—Bien, aquí tomando un rato el aire.
Los vecinos siguieron su camino. Yo, cada vez que empujaba notaba como las perlas de las braguitas chocaban con nuestros cuerpos, apretando mis testículos y los labios de su vulva. Pude aguantar muy poco tiempo después del calentón que llevaba toda la tarde viendo a Andrea hacer esfuerzos para que no se notara lo que sentía. Me corrí en una explosión salvaje, llenado su coño por completo. Ella, al notarlo, se dejó llevar, y tuvo un orgasmo brutal, cuyas contracciones llegaron a hacerme daño en la polla, de tan fuerte como eran. A pesar de ello, Mantuvo una cara aceptablemente impasible. Dios sabrá cuanto esfuerzo mental le costó mantenerla.
Entonces fue cuando la dejé retirarse de la ventana y la cerramos bien. La acompañe a mi dormitorio. Ella quería que fuésemos a su casa.
—Hoy no. Hemos empezado aquí y quiero terminar en mi cama.
—¡No, por favor! ¡Es la cama de mi hija!
—¡Por eso mismo! ¡Ya es hora de estrenarla!
Mientras ibamos hacia la cama me dijo:
—No vuelvas a hacerme lo de la ventana. Lo he pasado fatal.
—¡Volveré a hacerlo cuando quiera! ¡Si no quieres más sorpresas, solo tienes que decirlo y te dejaré en paz!
Andrea se quedó callada.
La acerqué a la cama y le saqué el vestido. La incliné sobre la cama, todavía con las braguitas especiales puestas. Me acerqué a mirarla. Tenía toda la zona enrojecida. Le quité con cuidado las braguitas y las arrojé a un lado.
—Cuando te vayas, te las llevas, no las vayas a dejar aquí.
—¡Por supuesto!
—Tienes toda esta zona enrojecida ¿te duele?
—No, no me duele, aunque si lo noto un poco irritado.
—Espera, que voy a calmártelo.
Empapé bien mis dedos en saliva y empecé a extenderla sobre su vulva, cubriendola bien. Luego empecé a lamer toda la zona, empezando por la parte interior de los muslos y terminando por separar bien los labios mayores para alcanzar más parte de la vagina y llegar bien al clítoris.
Mientras la lamía con la punta de la lengua, noté como ella me bajaba los pantalones y empezaba a acariciarme. Al poco estaba lamiendome el miembro mientras y le lamía la vulva, bajando incluso hasta la zona del ano. Toda su zona tenía un sabor parecido al que había notado otras veces, pero más intenso. Empezó a meterse buena parte de mi polla en su boca mientras yo le lamía el clítoris al tiempo que le metía dos dedos en la vagina y empezaba a moverlos. Continuamos con ese 69 excitandonos cada vez más los dos. Acabamos en un orgasmo casi a la vez. Yo me fui un poco antes, pero en cuanto ella notó el chorro de leche que invadía su boca, empezaron las contracciones que recorrían su cuerpo de nuevo.
Seguimos besandonos, abrazados casi una hora más. Al final, Andrea se volvió a su casa, porque estaba a punto de dormirse y no quería estar en mi cama cuando llegase Inma por la mañana. Yo cambié las sábanas, porque olían a sexo salvaje. Primero las metí en la lavadora y después en la secadora, para acabar echandolas de nuevo en la cama al cabo de tres horas.
Después me dormí hasta que llegó Inma sobre las nueve y me despertó. Yo, aparte de lavar las sábanas me había duchado así que no quedaba ningún rastro de lo que había pasado.
Aprovechando que Inma se había echado un rato eché un vistazo a las cámaras y vi que Andrea estaba escribiendo en el ordenador.
Al rato, recibí este e-mail.
De: Andrea
Asunto: Sensaciones 2.
Contenido:
Te escribo este correo porque te prometí que te iba a contar mis sensaciones cada vez que nos viésemos en privado. La verdad es que no me gusta mucho hacerlo, sobre todo porque me da mucha vergüenza, pero me comprometí y la verdad es que también me excita un poco poner lo que siento por escrito.
Cuando recibí el primer e-mail anunciando el paquete, me imaginé que habrías comprado algún juguete, o algo de lencería, pero me molestó mucho que no me dejases abrir el paquete. A partir de ahí, me pasé toda la noche dandole vuelta al contenido del paquete. Siempre me pasa lo mismo contigo. Me haces sentir mal o incómoda y esas mismas cosas que me hacen sentir incómoda me excitan. No lo acabo de comprender. Nunca me había pasado. Lo que me molestaba, me molestaba y punto. Pero ahora también me excita.
Me voy por las ramas. Como te decía, me molestó no saber que había en el paquete y no poder abrirlo, y estuve mucho rato pensando en que podía haber dentro.
Cuando llegó el segundo correo, me sorprendió más todavía. Me dabas permiso para abrir el paquete, pero en realidad, me pedías que me pusiera el contenido para mis amigas y para mi hija, y no para ti. Cuando vi lo que contenía pensé que estabas loco. Nunca había visto nada parecido. Había visto braguitas, desde tangas, hasta bragas-faja de las que usan las abuelas de pueblo, pero nunca había visto unas braguitas que tuvieran los bajos abiertos, y menos con las perlas. Durante un momento pensé en poner el aviso en la ventana y no hacerlo, pero luego pensé en el “castigo” que podías ponerme. No quiero mentir aquí. También me daba cierto morbo hacerlo. Por fin decidí probar. Siempre estaba a tiempo de dejarlo.
Cuando me puse las braguitas noté una sensación extraña. El aire se colaba como si no llevase bragas. Pero las perlas no me daban ninguna sensación especial. Tenía la sensación de estar vestida y desnuda al mismo tiempo. Eso cambió en cuanto empecé a moverme. Entonces, las perlas empezaron a moverse y mis sensaciones se dispararon. Por un lado, el roce me molestaba, pero al mismo tiempo notaba como me iba excitando poco a poco. Cuando más me movía, mas me rozaba y más me iba excitando. Cuando llegue abajo y me senté a esperar a mis amigas ya me sentía bastante excitada. Al mismo tiempo me sentía asustada de como iba a aguantar la visita con esto puesto.
Mis amigas llegaron poco después. Al acercarme a abrirles el martirio comenzó de nuevo. Cuando ellas entraron yo estaba cerca del orgasmo, y tenía que contenerme, así que intenté moverme sin que se moviesen las braguitas. Eso tuvo como consecuencia que andase cojeando, y mis amigas lo notaron. Tuve que engañarlas, porque no podía decirles la verdad.
Cuando se fueron, el alivio fue enorme. Me subí al dormitorio y me masturbé sin parar hasta correrme. Fue fantástico. No podía más. En ese momento lo que me apetecía era un buen polvo contigo, pero todavía quedaba la cena con mi hija.
No podía quitarme las braguitas, así que bajé hasta vuestra casa. Al volver a andar, después de haberme corrido, ya estaba bastante más seca. El roce de las perlas me irritaba bastante. Inma lo notó en cuanto entré. Cuando le solté la misma excusa sin pensar, no tuve en cuenta que era médica.
Cuando se empeñó en mirarme el tobillo y me levantó la pierna, pensé que iba a ver las braguitas que llevaba puestas y me asusté. Y otra vez lo extraño. Ese mismo miedo me excitó. No sabía en que postura ponerme para que no me las viera.
Por fin Inma me dejó el tobillo. Pero cada vez que me movía notaba que el roce me volvía loca. Volvía a estar excitada. No se como aguanté toda la cena. Mi hija se fue pensando que estoy enferma. Me va a costar convencerla de que no. Encima, cuando le estoy diciendo adiós por la ventana me metes la mano bajo la falda. Yo a punto de explotar y tu tocandome la vulva. Me cabreé otra vez contigo. Yo estaba desesperada y tu obligándome a poner buena cara. Y encima, me dejas allí mientras me follas. Si hubieras estado delante en lugar de detrás, te habría estrangulado. Pero el orgasmo fue increíble. Correrme poniendo buena cara a los vecinos e incluso hablando con ellos. Aguantarme las ganas de gritar fue casi insoportable, pero fue también una sensación maravillosa.
Después yo no quería hacerlo en el dormitorio de mi hija. Me hace sentir más culpable que nunca. Es como si supiera mejor que la estoy engañando, como si ella se fuese a enterar. Pero estaba tan caliente que no pude negarme.
Cuando empezaste a comerme, tu polla quedaba al alcance de mi boca, y no pude aguantarme las ganas de comermela mientras tu me lamías. Otro orgasmo brutal.
Me quedé sin fuerzas. Sólo el miedo a que mi hija me pillara en su cama me dio fuerzas para levantarme e irme a mi casa. Jamas en mi vida había tenido tantos orgasmos en un día como hoy. Siento la vagina recorrida por pequeños calambres que me duran desde anoche. He tenido que ponerme crema porque tenía toda la zona irritada. Y pese a todo, volvería a hacerlo si me lo pidieses.
Cuando leí este correo, fue cuando me di cuenta de que Andrea no solamente me obedecía por miedo a que la dejara otra vez sin sexo, sino que también se lo estaba pasando bien cuando seguía las instrucciones, aunque la hiciese sufrir un poco. Desde entonces me paso bastante tiempo ideando juegos para proponerle a ella. Juegos que tengan las dos partes. Una buena dosis de morbo y un pellizco desagradable que le ponga la salsa. Ya os iré contando las cosas que hemos ido haciendo los dos en otras ocasiones.
Continuará