Mi suegra me sorprendió (3)
Sigo contando las barbaridades que empezaba a hacer con mi suegra mientras mi santa no se enteraba de nada.
Esperé con muchas ganas que mi esposa volviera a estar de guardia una noche. Ya había hecho mis preparativos. Había comprado cinco pañuelos de seda negros y algunas cosas más. Envolví uno cuidadosamente y guardé los otros cuatro. Finalmente un día Inma, mi mujer, tenía que quedarse de guardia todo el día hasta la mañana siguiente. Una vez que mi mujer se fue, dejé el paquete con el pañuelo en el buzón de mi suegra con cuidado de que no me viera y le envié un e-mail.:
De: Desconocido
Asunto: Instrucciones 1.
Contenido:
No hablarás del contenido de este e-mail con nadie, ni siquiera con tu yerno. A partir de este momento no hablarás con tu yerno de lo que ha ocurrido u ocurrirá después más que cuando mantengáis relaciones.
A las cinco de la tarde abrirás el buzón de tu casa. En el encontrarás un pequeño paquete. Recógelo, déjalo sobre la cama sin abrir y pasa a ducharte. Tienes que lavarte también el pelo y secártelo. Finalmente te vestirás con ropa vieja (incluida la ropa interior) y te iras al dormitorio a las nueve. Puedes merendar, pero no cenaras antes de irte al dormitorio. Una vez en el dormitorio, dejarás su puerta abierta, abrirás el paquete, te taparás los ojos con su contenido y te tumbarás en la cama. A partir de ese momento no podrás hablar para nada hasta que te comuniquen lo contrario. Tampoco puedes moverte de la cama a no ser que se te ordene.
Aviso: Este e-mail es de obligado cumplimiento. En caso de no estar dispuesta a cumplirlo deberás indicarlo colgando un pañuelo rojo en el balcón de tu dormitorio. Se te recuerda que en caso de rechazar las instrucciones deberás cumplir una “sanción”.
Este era el contenido del e-mail. Yo estaba seguro de que esto la excitaría, pero también la haría sentirse insegura, sin saber lo que le esperaba, y con ese desconcierto era con el que yo quería jugar.
Después de comer, ella se asomó como siempre a mi casa:
- ¿Qué tal? ¿Cómo estás?
- Bien, como siempre.
- ¿Qué vas a hacer esta noche? ¿Tienes algún plan? – me preguntó para intentar sonsacarme.
Yo me hice el tonto:
- Hay una película que no tiene mala pinta.
Andrea hizo un mohín de desagrado y se fue.
Yo me asomé a la ventana para ver si mi suegra había colgado algo en el balcón de su dormitorio, pero no había nada. Al parecer, estaba dispuesta a cumplir las condiciones. A las siete, desde el dormitorio de mi casa, se oía el ruido del secador de pelo en su casa. Parece que ya había cumplido la primera parte y se estaba secando el pelo.
A las nueve abrí la puerta que comunicaba con su casa con mucho cuidado. Unos días antes, cuando no estaban Inma ni Andrea, había engrasado las bisagras y el pestillo para que no sonaran al abrir. Abrí, por tanto, sin ningún ruido. Llevaba unas zapatillas ligeras que tampoco hacían ruido al andar y me acerqué lentamente a la puerta de su dormitorio, llevando conmigo unas cuantas cosas que había preparado. Llegué en silencio hasta la puerta de su dormitorio, pero la casa estaba en silencio, y es posible que ella oyese algo, porque volvió la cabeza a la puerta y preguntó:
- Simón, ¿estás ahí?
Yo no contesté. Ella, pese a estar tendida, parecía nerviosa, con pequeños movimientos involuntarios de los músculos. Esperé diez largos minutos mirándola en la cama. Vi como se iba poniendo cada vez más nerviosa. No paraba de moverse en la cama. En dos ocasiones incluso se tocó el pañuelo que le tapaba los ojos para quitárselo, pero finalmente se aguantó las ganas. Por fin me acerqué a ella. Cogí uno de los pañuelos que había comprado, me acerqué silenciosamente y le cogí la mano. Tuvo un sobresalto. Ahora no me había escuchado llegar.
- Simón, ¿qué haces?
No le conteste. Le puse el dedo en los labios, callándola. Le puse el pañuelo alrededor de la muñeca, suavemente, y le subí el brazo hacia arriba. Su cama es de hierro forjado con volutas, así que me fue muy fácil atar el otro extremo del pañuelo al cabecero. Ella se resistía suavemente a dejarse llevar el brazo hacia arriba, pero la ignoré e hice un poco más de fuerza. Después pasé al otro lado e hice lo mismo con el otro brazo.
- Simón, ¿por qué me atas? ¡No lo entiendo!¡Haré lo que tú quieras!
Naturalmente, no le contesté. Le susurré al oído:
-Pssss.
Bajé a la pierna, se la estiré hacia un lado y se la até al pié de la cama con un nuevo pañuelo. Hice lo mismo con la otra. Ahora estaba a mi disposición completamente sujeta. Me retiré un poco y la observe. Cuanto más tiempo esperaba más nerviosa se ponía. Volví al pasillo a recoger las cosas que había preparado. Ella no se había vestido siguiendo las indicaciones, con una falda y una camisa que no me parecieron viejos, como le había indicado, pero eso era problema suyo. Lo primero que cogí fueron unas tijeras de oficina que había comprado. Eran unas tijeras afiladas, pero sin punta, para evitar riesgos. Empecé poniendo el filo metálico sobre la planta de los pies, acariciándola con el acero. Ella se sobresaltó al sentir el frío del metal e intentó encoger la pierna, pero evidentemente no pudo, ya que la tenía atada.
- ¿Qué haces?
No contesté. Seguí acariciando lentamente su pie, su tobillo y sus pantorrillas con las tijeras hasta el filo de la falda, sin subirla. Ella se estremeció.
- ¡Por favor! ¡Desátame!
Seguí ignorándola. Continué por las manos hasta la muñeca. Luego pasé al cuello subiendo hasta la cara. Andrea se estremecía y jadeaba, no se si por miedo o por excitación. Luego empecé a cortar la blusa por los brazos hasta llegar al hombro. Las tijeras tenían que rozarle la piel al tiempo que cortaban la tela. Seguí cortando hasta el cuello de la camisa. Bajé a las piernas y empecé a cortar la falda por las costuras laterales hasta llegar a la cintura. La cintura era una pieza doble, pero conseguí cortarla por los dos lados.
- Simón, ¿Qué estás haciendo con mi ropa? Me costó una pasta.
No contesté. Corté los laterales de la blusa y seguí por la manga en los dos lados. La camisa y la falda ya eran dos piezas separadas cada una, una debajo del cuerpo y otra encima. En ese momento cogí el extremo de la parte de arriba de las dos piezas y tiré de golpe. Su cuerpo quedó al descubierto. Ella soltó un gritito. Descubrí su ropa interior.
Aquí tampoco me había hecho caso. Llevaba un conjunto nuevo, muy elegante y sexy. Sonreí para mí y seguí con las tijeras por el sujetador. Corte el lateral y en el hombro por los dos lados. De un tirón separé la parte delantera del sujetador dejando sus deliciosos pechos al aire. Bajé a las braguitas y corté por los lados.
En ese momento ella se agitaba hacia los lados, nerviosa. Pero observé una gran mancha de humedad que adornaba sus braguitas entre las piernas. Empecé con las tijeras a cortar las braguitas por delante hasta separarlas también en dos partes. Quité la parte superior de un tirón. Y dejé al aire su vulva.
En ese momento se me ocurrió. Me agaché hacia su sexo y empecé a soplarle suavemente en el clítoris. Se encogió.
Durante todo este tiempo había seguido preguntando de vez en cuando que hacía y pidiéndome que la soltase, pero no hice ningún caso a sus palabras.
Me había traído algo de comida para jugar, así que empecé. Me acerqué a su boca y la besé muy lentamente. Ella respondió al beso estremeciéndose. Me puse un poco de miel en los labios y volví a besarla. Al notar algún sabor distinto apartó la cabeza, asustada. Entonces mojé la punta del dedo en la miel y le recorrí los labios. La dejé paladearlo y se dio cuenta de lo que era, y empezó a chuparme el dedo. Yo estaba en la gloria. Volví a besarla. Esta vez con pasión.
La dejé. Con una botella de agua, le eché unas gotas en la cara sin que supiera que era. Luego le eché agua dentro de la boca. No se lo esperaba y escupió el agua al sentirla caer. Puse una gota de miel en su ombligo y otra en sus pezones y coloqué sobre ellos un trozo de fresa que había cortado en tiras largas antes de subir.
Sacudí con suavidad sus pechos para comprobar que no se caía. Empecé a recorrer el pecho con los labios rodeándolo hasta llegar al pezón. Cogí el extremo de la fresa y subí hasta su boca. Metí la otra punta de la fresa en su boca. De nuevo un rictus raro hasta notar el sabor. Luego empezó a chuparlo hasta que mis labios chocaron con los suyos. Me retiré de sus labios y volví a hacerlo con los otros dos trozos. El siguiente trozo lo cogí del plato y lo pasé por su vulva, empapándolo con los jugos que se derramaban. La metí un poco para que se mojara más y luego se lo puse en la boca. Notó la diferencia e hizo un mohín, pero finalmente lo paladeó.
Yo notaba como se excitaba más y más. Ya no protestaba ni decía nada. Se limitaba a gemir cuando yo hacía algo que la sorprendía, que era continuamente. Ahí cogí mi siguiente sorpresa. Había cogido un pepinillo en vinagre de un tamaño parecido al que había cortado las fresas. Volví a pasarle una fresa por la vulva porque si le hubiese pasado el pepinillo el vinagre le habría picado mucho. Cuando le puse el pepinillo en la boca ella esperaba otra fresa empapada en sus jugos y lo cogió con ganas. Su cara se contrajo en un rictus y escupió:
- ¿Qué es esto?¿Qué pasa?
Por supuesto, no le contesté. Me mojé el dedo en miel y puse un poco en la punta de mi pene.
Le cogí la cabeza, la puse de un lado y le metí el dedo en la boca. Cuando notó el sabor de la miel empezó a chupar. Poco a poco saqué el dedo y le acerqué la polla a la boca. Ella, al principio, puso una cara rara, pero cuando notó el sabor siguió chupando, y cuando se dio cuenta de lo que era, chupaba con más ganas todavía.
Al no poder usar las manos tenía que mover más la cabeza. Era distinto de la otra vez, menos placentero quizás, pero mucho más excitante, viéndola chupar ahí, inmovilizada y con los ojos tapados. Yo estaba tan excitado, que en poco tiempo me había corrido en su boca. Esta vez ni intenté sacarla. Al contrario, empujaba hacia dentro y fuera como si estuviéramos follando.
Me retiré de su cara y volví la atención a su vulva. La sábana debajo de su cuerpo estaba empañada. Parecía haberse derretido por la vulva. Su cuerpo vibraba por la excitación. Desaté una de sus piernas, la levanté hacia arriba y volví a atarla, pero esta vez al cabecero de la cama. Hice lo mismo con la otra.
Así sus piernas quedaban levantadas y mostraba su vulva, su ano y parte de su trasero, que estaba levantado. Cogí una pluma que había traído y acaricié con ella la parte interior de sus muslos, empezando por la rodilla y terminando al lado de su vulva. Poco después gemía como una loca. Seguí acariciando su vulva con la pluma.
Ella se estremecía cada vez que la tocaba. Cuando más excitada estaba, paré de golpe y le di un fuerte azote en el trasero que quedaba expuesto. Gritó. Volví a darle otro en el otro cachete. Volvió a gritar. Empecé a acariciarla con la mano en el sexo. Antes me la había untado de lubricante. Empezó a gemir de nuevo. Volví a golpear. Volvió a gritar. Seguí acariciándola y palmeándole las nalgas. Finalmente, se estremecía continuamente.
Viendo que estaba a punto de correrse, me retiré un poco y me quedé mirándola. Estoy seguro de que si hubiese tenido las manos libres se habría masturbado como una loca, pero no podía, así que siguió gimiendo. Al poco empezó a decir:
- ¿Qué haces?¡No me dejes así, cabrón! ¡Sigue!
La dejé insultarme un minuto más, y por fin le metí dos dedos por la vagina y un dedo por el ano. Los tres muy lubricados. Soltó un grito enorme y directamente, antes de que yo me moviera, se corrió salvajemente.
Con cuidado, le desaté las piernas, le desaté los brazos, le quité la venda de los ojos, y la abracé:
- Ahora puedes hablar conmigo.
Pasamos la noche así, abrazados.
Antes de dormirnos hablamos. Según las condiciones que yo mismo le había puesto en mi nota, era el momento en que podía hablar conmigo. Le pregunté que había sentido.
- No podría explicarlo. Aunque sabia que eras tú, al principio estaba asustada, y al tiempo ansiosa por ver que pasaba. Es difícil de entender, incluso para mí. Las sensaciones han sido increíbles: miedo, dolor, placer, no se. No sabría explicarlo. Lo que me molesta es que me has destrozado una ropa que me costó un dineral.
- Ese es tu castigo por no hacer caso del e-mail. Decía muy claro que te pusieras la ropa vieja y que no podías hablar. La próxima vez que desobedezcas no saldrás tan bien librada, - le dije sonriendo pícaramente. ¿Lo has pasado bien?
- Ha sido fantástico. Lo que no entiendo son tus condiciones. ¿Por qué no me hablas nunca de lo que haremos aunque estemos solos? ¿Por qué esa manía del e-mail?
- Porque eso le da más interés, más morbo. Y así no se nos escapará sin querer algo delante de Inma.
- Pero eso me hace sentirme asustada, inquieta. No se qué esperar.
- Y eso es lo más interesante de todo.
- Si, pero no se si podré hacer todo lo que se te ocurra. Hoy he estado a punto de no hacerlo.
- Ya sabes. Cuando no quieras hacerlo solo tienes que poner un trapo rojo en el balcón.
- Si, pero, ¿que es eso de la “sanción”?
- Eso varía cada vez, pero no lo sabrás hasta que cuelgues el trapo. Y creo que no te gustará – a continuación le dije:
- Quiero que dejes un cajón de tu cómoda libre y guardes los pañuelos, la pluma y cualquier otra cosa que se nos ocurra más adelante. Yo no puedo tenerlos en mi casa. Ponle algo encima para taparlos por si Inma entrara alguna vez a por algo. De todas formas, si te pilla puedes decirle que tienes un ligue.
- Me daría mucha vergüenza decirle eso a mi hija. Espero que no haga falta.
- No creo, aunque lo vea, a ella le daría corte comentarte nada.
- ¡Ah! ¡Por cierto, Andrea! Quería comentarte una cosa. Quiero instalar cámaras por toda tu casa.
- Ni hablar. ¿Para que quieres las cámaras?
- Para verte. Y para muchas más cosas que tengo en mente. Pero no te las voy a decir. Prefiero que te las imagines tú.
- No se. Me da no se que.
- Venga. No seas tonta. ¿Lo has pasado mal con mis ideas hasta ahora?
- No,… Bueno,… Vale, pero ¿cómo lo hacemos?
- Tú nos lo vas a sugerir a Inma y a mí como si fuera idea tuya. Quieres poner un sistema de seguridad. Tú estás muchos ratos sola en casa cuando nosotros nos vamos a trabajar. Yo sugeriré entonces una empresa de un colega y las ponemos en las dos casas. Yo me encargo a partir de ahí, pero tienes que pedirlo tú, para que Inma no se extrañe como lo haría si lo sugiero yo.
Hicimos el amor tiernamente un par de veces más antes de dormirnos abrazados. Parecía necesitar abrazos y cariño tierno. Fue muy suave, pero muy placentero.
A las cinco de la mañana me levanté, me fui a mi casa y me duché. Cuando llegó Inma a las nueve yo dormía como un lirón.
Y esto es todo por ahora. Ya os seguiré contando.