Mi suegra me pone muchisimo

De cómo conozco a mi suegra y me obsesiono hasta que me la follo.

ME PONE MUCHISIMO MI SUEGRA

De cómo conocí a mi suegra y me obsesioné hasta follármela.

Desde que conocí a mi suegra no he conseguido quitarme de la cabeza las ganas de follármela.

Me la presentó la hermana de mi mujer antes de casarnos. Fue en la piscina de un club al que pertenecíamos. Por aquella época yo era más amigo de mi actual cuñada que de mi esposa, de manera que íbamos a dicha piscina regularmente. Debo aclarar que soy el pequeño de mis hermanos y que casi todos mis amigos ocupan el mismo lugar en sus familias, por lo que las madres de mis amistades no eran demasiado jóvenes, ni estaban buenas, a excepción de alguna. Sin embargo, mi mujer, siendo más joven que yo, era la mayor de sus hermanos; en resumen, que su madre era también relativamente joven.

En fin, el día que conocí a mi suegra mi cuñada, camino de la piscina, me adelantó que me la iba a presentar, porque había quedado con ella allí. Cuando salí de los vestuarios hacia el vaso de la piscina me encontré a mi cuñada esperándome. Ya había localizado dónde estaba su madre y nos dirigimos a su encuentro. Estaba tumbada en su toalla vistiendo un bikini amarillo que dejaba transparentar sus pezones tiesos porque acababa de salir de la piscina. Al llegar la presentación oficial casi me desmayo. No estaba acostumbrado a ver en bikini una señora madura; y menos con el tipazo que se gastaba. Era alta, esbelta, muy elegante: en definitiva, una tía requetebuenaza. Mi polla no pudo con la impresión y se erectó de inmediato. Observé cómo los ojos de la señora se clavaron en mi bulto, pero no me dio vergüenza al intuir que no se escandalizaba; más bien parecía agradarle el efecto de su porte en mi. Al formalizar mi cuñada la típica presentación, me dio la mano, acercándose a mi rostro para besarme en las mejillas; lo que hizo muy cerca de las comisuras de mis labios. Mi rabo iba a reventar. Fui invitado a sentarme con ella. La situación me resultó aún más excitante al ver cómo ellas lo hacían con toda naturalidad separando los muslos, recogiendo las piernas cruzadamente bajo ellos (digamos tipo indio); con lo que sus pubis quedaban expuestos tras las telas de sus bikinis. Evidentemente a mi cuñada ya le había visto en esa pose; y no es que dejara de excitarme, pero lo que me puso a mil fue ver a su madre así. No podía dejar de pensar en la rajota que tendría debajo de esa telilla; mi empalmada era brutal e indisimulable, de manera que haciendo un ejercicio de naturalidad dejé de tratar de camuflar la empalmada. Mi rabo se marcaba bajo el bañador; ellas lo miraban y esbozaban sonrisas picaronas. Empecé a sentirme muy a gusto; ya no me importaba nada. Me encantó ver cómo mi suegra cambió la pose, desplegando las piernas, abriéndolas descaradamente. Parecía que quisiera que la devorara el coño. Así pude contemplar sus depiladas ingles; con los típicos bultillos que dejan los vellos al ser rasurados. Mi vista recorría todo su cuerpo mientras ella hablaba no sé de qué, pues mi embeleso me tenía absorto. Levantaba los brazos atusándose el pelo, peinándolo hacia atrás, despejando su rostro que se me antojaba bellísimo. Su respiración se aceleraba; sus pechos subían y bajaban con tal compás; su vientre seguía el ritmo al contrario; mi tensión se disparó, provocando que mi glande comenzara a manar flujo, mojando mi bañador y marcando su redondez. Mi cuñada miraba complacida; parecía invitarme al festín. No podría precisar el tiempo que pasamos así. Lo que sí recuerdo es que llegó la hora de marcharnos.

Había quedado con mi novia. Nos encontramos en un bar y tomamos varias cervezas por la zona. Ya de madrugada fuimos en mi coche a las afueras de la ciudad a pegarnos el lote. Ella me notaba especialmente cachondo. Esa noche me la follé como un poseso. Supongo que habrán adivinado que pensaba en su madre.

Pasó el tiempo. Como mi noviazgo se consolidaba, cada vez era más frecuente mi presencia en casa de mi novia y, por supuesto, mi calentura con mi suegra, dispensándome un trato muy familiar, mejor dicho, muy cercano, ya que poco tenía de inocente; hasta el punto que no perdía la ocasión para insinuarse, convencida de lo que despertaba en mi. Recuerdo incluso cómo en una de esas reuniones familiares, al hacernos una foto en grupo, me tocó justo detrás de la madre de mi novia. Me puso el culazo en todo el paquete. Pensé en retirarme; pero ¡que coño!, me eché para alante y la restregué todo el rabo tieso por las nalgas.

Ya casado con mi esposa pasábamos los veranos en el chalet de mi suegra, con lo que podía verla más a menudo en bikini, en bata e incluso en camisón. Sus pezones no eran un secreto para mi cuando al acostarse o levantarse usaba esta prenda; relativamente transparente las más de las veces.

Tomaba el sol en una terraza a la que daba la ventana de uno de los baños. Yo me metía en el baño y bajaba la persiana; la espiaba por las rendijas y me masturbaba contemplando su cuerpo. Estoy seguro que lo notaba, ya que me obsequiaba con buenas aperturas de piernas, dejando su chochazo a mi vista. Incluso se acariciaba con fingida inocencia; se bajaba las tirillas del bikini por debajo de las axilas, exhibiendo el canalillo de su pecho; se extendía bronceador con malicia, dirigiendo la mirada a las rendijas de la persiana de mi observatorio.

La verdad: tanto tiempo de calentura me estaba volviendo loco. Tenía que idear algo antes de que se me abrasaran las neuronas. Se me ocurrió entonces un plan perverso. Era arriesgado y, a la vez, muy excitante. Resulta que tenía costumbre de sentarse a tejer en una mesilla con faldones en el salón. Pensé que si tenía la suerte de quedarme solo con ella quizá pudiera ocultarme bajo los faldones de la mesilla y aguardar su llegada. Como espera el cazador en el puesto a su presa.

Debió la fortuna estar de acuerdo con mis lúbricos pensamientos, porque a los pocos días la familia organizó una excursión por el campo a la que me negué a sumarme fingiendo un dolor de cabeza (la que me dolía era la del nabo); excusa que sirvió a mi suegra para descolgarse del paseo argumentando que tenía muchas cosas que coser. Total que, cuando calculé que mi aventurera familia se encontraba bastante lejos del chalet, rápidamente acudí a mi refugio, deseando que mi suegra respondiera a mis planes. Pasaban los minutos y estuve a punto de salir de la madriguera, desolado, creyendo que todo era producto de mi calenturienta imaginación. Pero de repente oí pasos; no podían ser sino de ella. Aguardé...conteniendo el aliento, y la fortuna volvió a sonreírme, regalándome la aparición bajo los faldones de los muslos de mi suegra. La ocasión no permitía perder tiempo; de manera que comencé a acariciarle las pantorrillas con las yemas de los dedos. Su falta de sorpresa afianzó mi convencimiento, con lo que mis dedos subieron por el interior de sus muslos, aceptando su complacencia, disfrutando su apertura, hallando finalmente el premio de ver su pubis desprovisto de braga; exhibiendo la carnosa junta de sus labios mayores, que humedecí generosamente con varios lengüetazos, animados poco a poco con sus deliciosos gemidos.

Mi lívido se desbocó y con los pulgares le abrí de par en par, todo lo que podía, entregándome a succionarle el clítoris, que se desenfundó entre mis labios. Comenzó a estremecerse, a empujar con sus caderas. Indudablemente quería más. No la defraudé; abriendo sus labios menores le metí la lengua dura en el coñito. Eso fue fantástico. ¡Cómo le gustaba!. Me agarraba del cogote aplastando mi cara entre sus piernas. ¡Que rico estaba!.

Así estuve varios minutos hasta que tirándome del pelo me subió a la superficie. Nuestros ojos se encontraron. Entonces me dijo que desde el día en el que la conocí en la piscina ella ya sabía que ésto iba a pasar. Me tomó de la mano y me condujo a su dormitorio. Se sentó en la cama y me bajó el bañador. Mi rabo saltó enhiesto, con todo el glande empapado, desafiando su habilidad amatoria. Como loca se lanzó a succionarlo, prodigándome un pajazo bestial. Me bajaba la piel casi hasta la base y luego la subía enterrando mi capullo. Así, muchas veces, a lo bestia. Creí morir. Se tumbó espatarrada en la cama y se colocó una almohada en los riñones, dirigiendo mi verga hacia su raja. La rocé todo el coño con mi glande hasta que ella misma se ensartó la polla en la embocadura de la vagina. Comencé a introducirme poco a poco. Notaba cómo sus paredes, deliciosamente húmedas y suaves, envolvían mi polla milímetro a milímetro. Llegué al fondo. Me pidió que sólo me moviera dentro de ella, despacito, sin sacarla. Así varios minutos. Luego levantó las piernas y me empujaba hacia ella con sus talones en mis nalgas. Comenzamos a movernos más y más deprisa; con más y más recorrido. La follada ya era bestial. Gritaba como una golfa. Me pedía rabo; me decía que la rompiera el coño. Obedecí. Pensé que lo que me iba a romper era la polla. Suplicaba que le comiera las tetas. No me negué. Succionaba sus pezones hasta que no daban más de sí. Quiso que me corriera dentro y con tres fuertes empujones le llené el chochazo de lefa; mientras ella sólo acertaba a proclamar el gustazo que sentía.

Desde ese día follamos siempre que podemos; en cualquier parte, aunque lo que más nos gusta es quedarnos solos y empezar en la mesa camilla. Lo peor es que, aunque quiero a mi esposa, cuando lo hago con ella no puedo evitar pensar que me estoy tirando a su madre; ésto me hace sentirme mal, porque intuyo que no voy a acabar bien con mi mujer.

Pdta.- Relato absolutamente ficticio.