Mi suegra descubrio que era bi

Marta entró en la habitación y...

Marta entró en la habitación y me vio chupándole la pollaa mi amigo Mario. Estábamos él y yo en el dormitorio de su hija Silvia , mi novia, revolcados sobre un pequeño montón de braguitas, tangas y sujetadores de ella, cuando entró su madre sin avisar. Marta, una bella hembra de rotundos pechos, cintura de avispa y caderas de infarto, no gritó, ni se inmutó siquiera. Se limitó a sentarse en una silla a mirarnos. Nos dijo: "Por mí podéis seguir, chicos", y abrió las piernas, se subió la falda, apartó sus braguitas negras de encaje y comenzó a acariciarse al ritmo de tus lametones en mi polla. Alucinante. Al poco, fue Mario quien se puso a mamarmela mientras él se masturbaba con una de las más finas tangas de Silvia. Los tres tuvimos una corrida fenomenal.

-Chicos -comenzó a decir Marta cuando nos hubimos recuperado un poco- . Cuando os dije que podíais esperar a mi hija en su cuarto mientras yo salía a hacer unos recados, no os autoricé a hacer estas cochinadas. Jaime, Mario, ¿pero qué clase de pervertidos sois?

-Unos pervertidos que te han hecho correrte como una zorra en celo, querida suegra –dijiste-. ¿O me dirás que no te ha gustado lo que acabas de ver?

-Mmmm... Es cierto. Eres un maldito cabrón, Jaime. Menuda pieza se lleva mi hija. Bien, ahora arreglad este desbarajuste, que Silvia está a punto de llegar. Y tú, Mario, dame esa tanga con la que te has hecho la paja, que la voy a meter a lavar.

-Yo sí que te la metería, suegra. ¡Hasta el fondo!

-Mmmm... Cabrón.

Pasó poco tiempo antes de que Silvia llegara a casa. Venía acompañada de dos amigas a las que ya les habíamos echado el ojo, Laura y Paty, dos preciosidades (como la misma Silvia, hay que decirlo) que provocarían la erección automática de toda la Conferencia Episcopal. Marta se hallaba en la cocina colocando las viandas que había traído, mirando con indisimulado placer un hermoso pepino, gordo, largo y majestuoso como la verga de Rocco Siffredi.

-Hola, pichurri –te dijo tu angelical novia al tiempo que te plantaba un beso en los labios-. Hola, Mario. Creo que ya conocéis a mis amigas, Laura y Paty.

-Sí, las conocemos –contestamos al unísono- ¿Cómo estáis?

-Acaloradas –respondió la morena Laura-. Hace un calor impresionante en la calle.

-Sí –añadió Paty la rubia-. Estoy sudando la gota gorda.

Y a fe mía que Laura estaba sudando lo suyo: tenía la camiseta pegada al cuerpo, marcando sus grandes pechos, de erguidos pezones, sin sujetador que los ocultara. Su visión nos la puso gorda a los dos, y eso a pesar de nuestra reciente sesión de sexo duro.

-¿Queréis ducharos, chicas? –dijo Marta llegando de la cocina con unas bebidas.

-¿Por qué no? –contestó Silvia-. Espéranos un rato, pichurri, que en seguida acabamos.

Y se fueron las tres juntas al baño, como suelen hacer las mujeres cuando van al baño, en grupo compacto y cuchicheando por lo bajinis. Marta se acercó a donde estábamos sentados y nos ofreció una cerveza a cada uno, dirigiendo una mirada de asombro a nuestros paquetes genitales.

-¿No me diréis que os habéis empalmado otra vez? –preguntó.

-Me temo que sí, querida suegra –contestaste-. Desde que empecé a salir con tu Silvia, no has dejado de tener tus ojos fijos en mi polla. Hoy la has visto. Dime, ¿te ha gustado? ¿No querrías también que te la metiera por el coño?

-¡Eres un grosero! ¿Qué pensará Mario de mí?

-Yo creo que te mueres por tirártelo –contesté-. ¿Y por qué no dos mejor que uno? Jaime y yo te follaríamos como nunca nadie te ha follado. ¿O acaso no disfrutaste con lo de antes?

-Hijos de puta. Mmmm... Vosotros sí que sabéis como tratar a una dama.

En el baño, Silvia, Laura y Paty se habían desnudado. Era un apestoso día de verano y apenas llevaban más que una camiseta, un pantalón corto o una faldita y unas braguitas, que las tres se quitaron como si fuera lo más normal del mundo. Estaban preciosas, con unos cuerpos de infarto, pechos jóvenes, tersos, de pezones rosados y desafiantes. Estómagos duros y lisos. Las tres llevaban el coñito completamente rasurado, salvo un pequeño mechón en lo alto; decían que eso vuelve locos a los hombres –y es cierto, por mi parte-, y que, además, era más higiénico en estos días de calor.

-¿Nos vamos a meter las tres juntas? –preguntó Paty, la que tenía sin duda las tetas más gordas y apetitosas.

-Sí, claro –respondió la zorra de mi novia-. Nos podremos lavar las unas a las otras y acabaremos antes.

-¡Y que ninguna se aproveche! –añadió Laura con picardía.

Así pues, las tres entraron en la bañera y abrieron el grifo del agua caliente, luego el del agua fría, para templar el líquido que comenzaba a caerles ya por sus cuerpos.

-Mmmm... Qué rico –dijo Laura-. Qué falta me hacía.

-Sí –contestó Silvia, cogiendo un jabón y estregándolo por su cuerpo-. ¿Sabes que nunca te había visto desnuda, Laura?

-¿Ah, no? –respondió la aludida- ¿Y... te gusta lo que ves?

-Tanto que, si fuera un tío, estaría ya empalmado.

-¡Ja ja ja! – se rieron las tres.

Siguieron un rato lavándose, pasándose el jabón y el champú por sus cuerpos. La espuma goteaba desde lo alto de sus pechos hasta sus pies, deteniéndose unos segundos en sus pezones tiesos y rodando insinuante por sus vientres y sexos, penetrando en su interior. Aunque ninguna se atrevía a mirarse a la cara, estaban realmente disfrutando de la ducha.

-Chicas –dijo Silvia, sin levantar la vista-. Me estoy poniendo cachonda.

-Yo estoy mojadísima, y no precisamente de agua –añadió Laura.

-Y yo –remató Paty.

Y entonces las tres se acercaron tímidamente la una a la otra, fundiéndose en un abrazo. Silvia rozó con sus labios los labios de Laura, y Laura hizo lo propio a continuación con los de Paty. Sus manos comenzaron a cobrar vida y a deslizarse por el cuerpo que tenían más cerca. Parecían las Tres Gracias bajo la ducha. Se besaban los cuellos, palpaban las nalgas, suspiraban, sus vientres se estremecían y sus jóvenes coñitos destilaban mares de flujo que se confundían con la espuma que caía. Alguna había bajado ya la cabeza a la altura de algún sexo ajeno para probar su sabor, cuando se oyó a su lado una voz:

-¿Tenéis toallas, chicas? –Era Marta, que había entrado en el baño sin avisar, como siempre, descubriendo a su hija mordisqueando el pezón izquierdo de Paty.

-¿¡¡Es que nunca llamas a las puertas, mamá!!? –gritó Silvia, una vez repuesta del susto que casi le cuesta veinte puntos de sutura a su amiga.

-¡Por Dios! ¡Menudo día! ¡Descubro a tu novio comiéndole el rabo a su amigo y a ti en pleno numerito lésbico con estas dos...! ¿Qué más puede ocurrir?

-¿Que has descubierto qué? ¿A Jaime chupándole la polla a Mario?

Marta se mordió los labios. De ninguna manera quería que su hija descubriera el engaño de su novio y sus tendencias bisexuales. Más aún, quería aprovecharse en exclusiva de esa información para tirárselo en mi inestimable compañía. Ya no supo qué decir, así que dejó las toallas en un taburete y salió del baño, sintiendo, sin embargo, un inconfundible calorcito en su entrepierna.

-Así que a ese cerdo le van los hombres –murmuró Silvia con rabia-. ¿Y ahora qué hago?

-Si no me equivoco –dijo Laura, insinuadora-, las tres hemos estado a punto de montárnoslo.

-Sí –añadió Paty-. Y me ha parecido muy hermoso. Yo aún sigo muy caliente.

-¿¡Pero estáis locas!? ¿¡Cómo pretendéis compararlo!? Seguro que incluso se han dado por el culo, como un par de maricones.

-Creo que exageras, Silvia –atajó Laura-. Si tú y él habéis descubierto vuestras tendencias bisexuales, ¿por qué negarlo? Mejor aún..., ¿por qué no aprovecharlo?

-Eso es –añadió Paty, que, mientras tanto, no había dejado de acariciarse disimuladamente el coño-. Habla con él y déjanos a Mario.

Silvia y Laura asintieron en silencio a la sugerencia de Paty, así que se secaron, se cepillaron el pelo y se embutieron en unos albornoces cortos que, mal atados, se abrían con cada paso que daban camino del salón, donde estábamos Jaime y yo, pues Marta se había retirado a su dormitorio. Nada en sus expresiones hacía presagiar la tormenta que se nos venía encima.

-¿Qué tal? –saludó alegre Silvia- ¿Lo pasáis bien juntos?

-¿Qué quieres decir? –contestaste algo mosqueado.

-¡Oh, nada! Sólo si Mario y tú estáis bien atendidos. ¿Queréis otra cerveza?

-No, gracias –contesté yo.

-¿Por qué no vienes con nosotras un momentito, Mario? –le dijeron las otras dos, inclinándose sobre mí y mostrándome su coñito rubio la una y el pecho izquierdo la otra.

-Claro –dijo, y se levantó, sin darme cuenta de mi previo estado de excitación empeorado ahora por la visión de los cuerpos de Paty y Laura.

-Ja ja ja... –se rió Laura, la más puta de las dos-. Ten cuidado o tropezarás con algún mueble.

Eso me picó, así que se enderecó y mostró, altivo, el bulto de mis pantalones. Ellas me lo miraron golosas; me tomaron de la mano y me guiaron al dormitorio de Silvia, mientras Jaime y ella se quedaban en el salón.

-Dime, Jaime. ¿A ti te gusto lo suficiente? ¿Te sientes satisfecha conmigo? –te soltó Silvia de repente.

-¿Qué?

-Que si no soy lo bastante mujer para ti para que te pongas a follar con un tío –añadió (la diplomacia nunca había sido su fuerte).

-La cotilla de tu madre te ha ido con el cuento, ¿verdad?

-Sí. Dime, ¿cuándo ha sido? ¿Dónde?

-Je je je... Hace apenas una hora, en tu dormitorio, sobre tu cama y tu ropa interior –dije con malicia, saboreando cada palabra.

-¡Cerdo! ¿Es que él te come la polla mejor que yo?

-No lo sé, Silvia. Recuerda que siempre te has negado a ello.

Herida en su orgullo, consciente de la tontería que acababa de decir, Silvia se irguió, me miró a los ojos entrecerrando los párpados, se arrodilló ante mi y llevó la mano a tu bragueta. La apretó, notando su inusual dureza. La deje hacer. Me bajó la cremallera, tiró de mis pantalones y me sacó los calzoncillos. Mu verga saltó como un resorte ante su cara. Se quitó el albornoz y colocó mi polla tiesa entre sus tetas, apretándola entre ellas. Eso es lo más que me había hecho nunca, siempre limitada a hacerme unas pajillas en el coche. Suspire, le dije: "vamos, cariño, chúpamela", y ella, liberando mi miembro, se inclinó y acercó el glande a sus labios. Le dio un beso y comenzó a pasar la lengua por él, deteniéndose en el frenillo, a la vez que recorría toda la longitud de tu polla masturbándome. Y quizá llevada por el reciente descubrimiento de mis tendencias, mojó el pulgar de la mano libre en sus propios flujos y te lo introdujo lentamente por el culo. Silvia se había desatado. Parecía una puta mamadora. Todo su empeño era ordeñar mi polla y hacerla llegar al fondo de su garganta, sin dejar de pajearme y de girar su pulgar en tu culo. Gemías con desesperación, al borde del orgasmo.

A todo esto, Paty y Laura habían tirado a Mario directamente sobre la cama de su amiga, quitándose los albornoces y desnudándome como dos poseídas. Le cogieron la polla y entre las dos comenzaron a chupársela con ansia, como si fuera lo último que fueran a hacer en su vida. Tenían los coños tan calientes por el numerito inconcluso de la ducha, que una a una se los fueron poniendo sobre la cara para que se los comiera, mientras ellas no dejaban de atender si miembro. Y claro, apareció Marta, como siempre, sin avisar, y esta vez sí que gritó de sorpresa.

Apenas pude salvar la polla del mordisco que casi me dio Silvia cuando brincó sobresaltada por el chillido de su madre. Dejó lo que tenía entre manos (es decir, mi culo y mi verga) y, desnuda, corrió al dormitorio, adonde la seguiste.

-¡Qué bonito! ¡Qué bonito! –exclamaba Marta sin demasiada convicción-. Todo el mundo follando en mi casa... menos yo.

-Pues quítate la ropa y acompáñanos –le dije-. Hay sitio de sobra para una bella mujer como tú.

-Cabrón... Tú sí que sabes hablarle a una dama. Hacedme sitio, chicos.

En ese momento decidimimos que habría un cambio de parejas, y yo tome el lugar de Mario entre Paty y Laura, y el se levanto a por Silvia

Prácticamente se arrancó la ropa. Dejándose sólo las medias (al parecer, eso la excitaba), se echó a mi lado y comenzó a besarme dulcemente, llevando la mano a mi polla, que seguía en poder de las otras dos mamonas. Silvia y Mario, mientras tanto, nos miraban alucinados. ¿Qué podían hacer? Unirse a la fiesta, claro, y como no había más sitio en la cama, Mario se sentó en una silla y dejó que Silvia se empalara directamente en su polla, dándole la espalda, contemplando cómo su novio le comía el coño a su madre hasta hacerla chillar, y a Laura –esa zorra- clavándose su polla en el culo, y a Paty –esa puta tortillera- masturbándose furiosamente con una tanga que había dejado sin guardar.

La tarde acabó como tenía que acabar, agotados pero satisfechos. Las tres chicas descubrieron su lado lésbico y Marta sació su hambre de sexo atrasada. Lo malo es que, después de aquello, las cuatro nos dieron con las puertas en las narices: las unas se hicieron tortilleras y la otra se marchó a Cuba, a buscarse un semental caribeño que se la follara a todas horas.