Mi sudadera del cole y yo (2)

Como contagié del fetichismo a mi mejor amiga, y luego ella me terminó de contagiar.

En el relato anterior, les conté como fue que me enamoré perdidamente de mi sudaderita del cole. Ella fue mi confidente de cientos de orgasmos que tuve junto a ella. Casi todos los días la vestía, con esporádicas escapadas al baño del cole, en donde lenta y tiernamente me rozaba mi sexo con ella.

Sin embargo, y luego de llevar un buen tiempo con esa práctica, un día todo cambió. Al salir del baño del cole, con mi coñito completamente empapado de rozarme con mi sudaderita, mi mejor amiga, Laura, me abordó al final del corredor, casi llegando al salón de clases. Me preguntó qué estaba haciendo, y yo por supuesto le inventé mil excusas, todas ellas negando mi secreto. Ella insistía que había notado algo raro en mí, pero yo con evasivas logré irme sin responder a sus preguntas.

A los dos días, nuevamente me escabullí en el baño, y al verme en el espejo con mis pezones duros, entré a mi cubículo de costumbre, y empecé a masturbarme suavemente, eso sí, sin llegar a mi orgasmo. Mi mano derecha acariciaba las mangas de mi sudadera que me rozaban por encima de mis panties, y con la izquierda suavemente acariciaba mi cintura. Todo era placer hasta que de repente ví cómo Laura había abierto la puerta de mi cubículo y me había sorprendido. Me subí rápidamente los 5 o 10 centímetros que había bajado mi pantalón, y de inmediato salí del baño. Salí corriendo hacía mi salón de clases, donde esperé a que se acabaran mis clases, y sin hablar con nadie, y a punto de llorar, me fui para mi casa, donde finalmente me acosté en mi cama, y abrazando mi almohada, me eché a llorar desconsoladamente.

Al otro día, me fui con mi sudadera cubriendo mi pecho y mis brazos, como lo exigía el reglamento. La temperatura aumentaba, el sol era inclemente, y sin embargo no quería quitármela, pues me sentía culpable. Luego del descanso, Laura me abordó nuevamente en el mismo lugar donde lo había hecho tres días antes. Al principio traté de evadirla, sin embargo con voz comprensiva me reconfortó y se disculpó. Sin embargo, súbitamente sus ojos cambiaron de tiernos a lujuriosos y pícaros, cuando me preguntó cómo lo hacía y qué se sentía. Al preguntarme eso, y sin darme un solo instante para reaccionar, ella delicadamente se quitó su suéter, contoneando su cintura tiernamente, y dejándome ver su camiseta blanca muy transparente que desvelaba su brassiere rojo vinotinto. Era casi como si su mirada tratara de coquetearme e insinuarse. Me lanzo suavemente la prenda, y con voz autoritaria pero dulce me dijo: "Dale, enséñame… no puedo negar que te veías muy feliz en el baño ayer".

Con su prenda aún tibia entre mis manos, mi corazón se puso a mil. Tenía unas ganas increíbles de olfatear su suéter y sentir el olor que guardaban sus delicadas telas. Sin embargo, mi timidez pudo más, y simplemente le pregunté cuál era la razón de su interés. Ella no titubeó ni intentó responderme, y simplemente me tomo con sus manos blancuzcas y alargadas, adornadas con barniz negro, y me llevó al baño.

Luego, ella misma me quitó suave y lentamente mi propio suéter, mientras que con sus manos frías rozaba mi cintura. Luego con una sonrisa en su cara y mi sudadera en sus manos, aproximó su nariz a mi suéter cerrando sus ojos e inhaló profundamente. Su sonrisa se acrecentó y con voz nerviosa me preguntó: "¿No te parece encantadora esta tela?... a mi me pone la piel chinita" Luego se puso frente al espejo, levantó sus brazos, y me dijo que le amarrara su sudadera a su cintura.

Yo me encontraba en shock, completamente anonadada, pero terriblemente excitada. Tome las mangas de su suéter, y antes de proceder, decidí muy sutilmente olfatear la prenda. El éxtasis aumentó cuando noté que su deliciosa fragancia era delicada, sin embargo atenuada por su olor, un poco sudoroso pero igualmente exquisito, que había sido amplificado por el terrible sol de la mañana. Me puse detrás de ella, y tome las mangas entre mis manos, y decidida pero suavemente até el nudo en frente suyo. Laura me miró a través del espejo, con los brazos aún arriba, y con voz nerviosa me dijo que continuara haciendo en ella lo que yo hacía sobre mi cuerpo. Sin pensar tome el nudo de las mangas y lo rocé suave y lentamente sobre su sexo, que incluso por encima del pantalón se sentía húmedo. Ella bajó sus brazos y se dedicó a olfatear repetidamente mi sudadera, mientras respiraba frenéticamente.

Sin embargo se detuvo inesperadamente, quitó mis manos de su sudadera, se puso detrás de mí y me tomó de la cintura, frente al espejo, y con sus manos aún frías, cogió mi sudadera y la amarró fuertemente, y empezó a repetir lo que minutos antes yo le hacía. Mis pezones erectos y mi coñito empapado revelaban mi excitación, así que cerré mis ojos, y loca de placer empecé a acariciar mi trasero redondito, y a rozar mis pechos por encima de mi brassiere. Luego, sentí que Laura intentaba introducir su mano debajo de mis panties. Rápidamente retiré su mano, y salí del baño. Estaba tan excitada y emocionada que ni siquiera me di cuenta de todo lo que había pasado. Solo sabía que mi conchita estaba completamente empapada.

El resto del día continuó como si fuera un día normal, y seguí hablando normalmente con Laura como si nada hubiese ocurrido, aún cuando dentro de mi yo sabía que mis piernas temblaban de excitación por todo lo que me había pasado durante el día. Al llegar a mi casa, como era costumbre, me encerré en mi cuarto, y junto con mi saquito, me masturbe durante un rato. Grité como loca, pues nunca antes me había excitado tanto. Esta vez mi suéter quedo listo para la lavandería, afortunadamente era un viernes. Sin embargo, en todo el fin de semana no pude dormir, pensando en Laura. ¿Acaso me estaría coqueteando, o simplemente quería experimentar con su sudadera de la misma forma en que yo lo hice?

El lunes, regresamos nuevamente al cole, y al verme con Laura traté de seguir evitando el tema. Sin embargo, otra vez su mirada lujuriosa me atrapó, y finalmente en la hora de descanso, me arrastró nuevamente al baño. Frente a mi se quitó nuevamente su suéter, esta vez de forma más provocativa que antes, exagerando su contoneo de caderas y meneando su largo, liso y brillante pelo negro. Por un instante pensé que se repetiría nuevamente nuestra aventura del viernes anterior

Sin embargo, se encerró en uno de los cubículos donde se ubican los retretes, y luego de dos minutos que me parecieron horas, salió nuevamente. Con una sonrisa aún más lujuriosa, Laura meneó nuevamente su cabello, y me lanzó suavemente su suéter. Antes de que cayera, y con una risa nerviosa me dijo: "Lo guarde desde el viernes para ti, sé que te va a encantar". Laura salió del baño, mientras yo estupefacta veía salir y entrar a varias niñas de otros cursos. Cuando caí en cuenta, sentí su sudadera húmeda, especialmente en la zona de las mangas y en el pecho. Mis piernas temblaron cuando al acercar mi nariz nuevamente me di cuenta que Laura había limpiado sus fluidos en su sudaderita. El olor era el más delicioso que había percibido en toda mi vida. Su deliciosa loción frutal, mezclada con su dulce olor, su sutil sudor y junto con sus fluidos, era maravillosa. Rápidamente envolví la sudaderita de Laura y la puse en mi morral, como si fuera mi tesoro sagrado. Luego Laura volvió y como era su costumbre, se siguió comportando como si nada hubiese pasado.

Al llegar a casa, me encerré como siempre en mi cuarto, y con la mayor delicadeza posible saqué la prenda de mi morral, casi como si fuera un objeto de gran fragilidad. Sentía como si tuviese dos amantes, listos y preparados para hacerme el amor. Sin quitarme mi suéter de la cintura, tome el de Laura y, aún húmedo, lo olí y restregué sobre mi cara. La sensación era única, y en un santiamén me vi despojada de toda mi ropa a excepción de mis dos amantes de tela: mis hermosas prendas.

Era tan esplendoroso y estimulante el olor, que quería sumergirme cada instante más en él. Así que recordé como lograban hacer una capucha o pasamontañas con un suéter, introduciendo la cabeza en él y amarrando sus mangas por detrás del cuello, y lo hice sobre mi rostro, apretando fuertemente. La tela suave y húmeda y mi rostro eran uno solo, y casi no podía respirar. Todo el poco aire que entraba a mis pulmones era perfumado por la delicada tela que contenía todos los aromas de Laura. Sentía como si miles de cataratas salieran de mi sexo, bañando mis piernas y a mi sudaderita amada.

Después de varios minutos de éxtasis, que me parecieron una eternidad, tuve un orgasmo prolongadísimo, que me dejó las piernas con un hormigueo durante varios minutos. Me quité la sudadera de Laura de mi cabeza, y respire nuevamente aire puro, que sin embargo, no era tan cálido y estimulante como el proveniente de la prenda.

Horas más tarde, cuando recuperé la cordura y la energía, tome mi sudadera y mis panties, completamente mojados, y los metí en una bolsa plástica, con el único objetivo de devolverle el favor a mi amiga Laura.

¿Continuará?