Mi sobrino Kike
El despertar sexual de Javier y Carmen se ve interrumpido por la vuelta a la rutina y por la llegada de un nuevo miembro de la familia a casa.
Hola de nuevo, soy Carmen. Voy a seguir contando como mi vida sexual fue cambiando, a mejor desde luego, y las experiencias que he podido disfrutar con mi marido Javier y otras tantas personas. ¿Cuántas? Supongo que tendréis que tener paciencia. Poco a poco iréis conociendo quienes fueron esas otras personas.
Mi historia comienza donde terminaba la anterior. Mi marido y yo nos despertamos en Calpe tras la noche de sexo con Eva y German. Teníamos reservada la casa hasta después de mediodía, por lo que teníamos tiempo suficiente para relajarnos y disfrutar un poco más de nuestras “mini vacaciones”. En algún momento se nos pasó por la cabeza ir a ver a German y Eva, pero desechamos esa idea. La noche anterior acabó muy bien con ellos y preferíamos quedarnos con ese bello recuerdo. Con ese y con las bragas de Eva, que seguían en la mesita de noche. Javier y yo charlamos relajadamente rememorando la noche anterior. También me pidió que volviera a contarle mi experiencia con “mis chicos”. Naturalmente terminamos follando en el sofá. Después de comer recogimos todo y lo llevamos al coche. Por el camino deseaba volver a cruzarme con el chico ruso que se había grabado en mis fantasías. Me apetecía volver a recrearme con la vista de ese pedazo de macho y, si la ocasión lo permitía, flirtear un rato con él. Me sentí muy frustrada cuando nos marchamos sin haberlo visto. “Pues otro año venimos y como sea me lo follo”. Javier conducía y yo estaba absorta en mis pensamientos. Así que no pude darle mucha charla mientras volvíamos a Valencia.
Es agradable volver a casa después de unos días. Aunque la vuelta a la normalidad suponía esa odiosa rutina de “maruja”. Poner lavadoras, limpiar la casa, la compra, la plancha. Bueno, ya sabéis a que me refiero. Por suerte Javier consideraba las tareas de casa una obligación de ambos y, aunque siempre me tocaba a mi ser la “general en jefe” para que todo se hiciese y se hiciese como tocaba, él siempre se mostraba paciente y solícito conmigo. Aún faltaban unos días para que Javier cogiese vacaciones y nos fuésemos al pueblo con nuestra familia y nuestro hijo. Esos últimos días lo pasé intentando relajarme y disfrutar de mis primeros días de vacaciones, aunque estuviese en casa. Para cuando Javier volvía a casa yo le recibía con un cariñoso beso. Luego me subía un poco mi vestido, en casa siempre llevaba vestidos ligeros de verano, y le enseñaba mi coño desnudo. Eso le ponía a mil y acabamos follando por todos lo rincones de la casa. Lo que más recuerdo de esos días es que follábamos todo el rato. Me gustaba especialmente cuando salíamos a tomar algo en alguna terraza. Javier me señalaba divertido algún chico a alguna pareja que él le pareciese que podía gustarme y me preguntaba que me parecía y que si me gustaría follármelos. Eso me excitaba mucho, sobre todo por haber llegado a ese punto de confianza en nuestro matrimonio.
Esos días pasaron rápidamente y al volver al pueblo nos acomodamos en la rutina de todos los años. Comidas con la familia, días de piscina, salir de copas con los amigos. Nuestros encuentros sexuales se redujeron al mínimo. Nos quedábamos en casa de mi madre y no era plan de ponernos a follar estando siempre ella por ahí. Fue un día comiendo en casa de mi hermana cuando nos enteramos de la noticia.
- Kike se va a ir a estudiar a Valencia. – me soltó mi hermana sin previo aviso durante la comida.
Javier y yo nos miramos confundidos. Sabíamos que Kike había echado matrícula en Valencia, pero como una de tantas otras opciones y realmente pensábamos que lo que quería era irse a Madrid como la mayoría de sus amigos.
- Ha descartado irse a Madrid, ¿sabes? En parte por el dinero, Madrid es muy cara y no podemos asumir todos sus gastos, aunque haya conseguido la beca. – me dijo tranquilamente.
Esa era la razón, claro. Como no lo había pensado antes. Supongo que si tenían que elegir entre pagar un piso de estudiantes y todo lo demás en Madrid o enviárnoslo a Valencia a gastos pagados pues… La respuesta caía por su propio peso. No me entendáis mal, yo adoro a mi sobrino y Javier también. Pero ya teníamos a un niño pequeño en casa y sumar un adolescente de 18 años nos cortaba un poco el rollo, sobre todo ahora que estábamos redescubriendo nuestra sexualidad.
- ¿Os parece bien? – nos preguntó mi cuñado con cara de preocupación.
“Coño, me parecería mejor si me hubieses consultado antes”. Por supuesto dijimos que sí, que estaríamos encantados. Que suerte poder tener un canguro para ayudarnos con nuestro hijo y toda la clase de chorradas que se nos ocurrieron para que no pareciese que nos estaban jodiendo la vida. El trato era que el primer año lo pasaría con nosotros en nuestra casa, para que ellos estuviesen más tranquilos y Kike también hasta que se habituase a Valencia. Al año siguiente, si sacaba buenas notas podría buscar un piso de estudiante y hace su vida. “Bueno, vale. No está mal pensado después de todo”. En ese momento miré a Kike. Supongo que estaba un poco cohibido por la conversación. La verdad es que mi hermana y mi cuñado tenían la mala costumbre de hablar sobre él como si no estuviese delante. El pobre parecía resignado a ser guiado en cada paso de su vida. Una oleada de ternura me invadió, era mi único sobrino y si podía echarle una mano para empezar ese nuevo camino en su vida lo haría con gusto. Me parecía increíble lo mayor que se había hecho. Parecía que fuese ayer cuando lo sujetaba en brazos durante su bautizo y ahora estábamos haciendo planes para su comienzo en la universidad. Había cambiado mucho en los últimos años. No dejaba de ser un chico tímido pero su cuerpo se había ido transformando hasta tener frente a mí a un hombre en lugar de un niño. Era un poco más bajo que Javier, pero seguramente acabaría siendo más alto que él. Tenía el pelo castaño, algo largo para mi gusto. Unos bonitos ojos verdes y una piel clara que solo conocía dos tonalidades, blanco invierno o rojo verano. No recordaba haberlo visto moreno en mi vida. Hacía un par de años que había cambiado el fútbol por el gimnasio. Y no cabía duda que el cambio había sido para mejor. Ya no era un chico delgado con pinta de enclenque. Sus brazos se habían desarrollado y su pecho se notaba más fuerte y firma. “Una buena pieza para alguna de esas lagartas poligoneras que hay por Valencia. Tendré que estar atenta de con quien se junta”. La verdad es que no sabía si tenía novia en ese momento. Me constaba que había tenido sus ligues, al fin y al cabo, era bastante guapo. Y seguramente con alguna que otra copa conseguía vencer su timidez y entrarle a las chicas.
Bueno, se fueron las vacaciones tan rápido como siempre y nos dispusimos para volver a Valencia. Esta vez con uno más en el coche. Por su puesto mi hijo estaba encantado de que su primo se viniese a vivir con nosotros. Llegamos a Valencia y lo preparamos todo para hacer hueco al nuevo miembro de la familia. Despejamos armarios y estanterías para que tuviese sitio para sus cosas. El dormiría en el dormitorio que estaba más cerca de la puerta, así tenía un baño al lado, prácticamente para él solo, mientras mi marido y yo usábamos el de nuestro dormitorio que estaba al final de pasillo. Solo tenía que compartir ese espacio con su primo, lo cuál no era un problema. Entre los preparativos para Kike y la proximidad del nuevo curso yo estaba un poco nerviosa. Este año además me iba a tocar lidiar con “Los cuatro jinetes”. Así llamaban en mi instituto a un grupo de cuatro chicos que eran “los malotes”. Traían por la calle de la amargura a cuantos compañeros míos le habían dado clase y se habían ganado el apodo de “Los cuatro jinetes del apocalipsis”. Me tocaba ser tu tutora en primero de bachillerato y no podía entender como había conseguido superar la ESO y por que cojones no se habían ido a hacer alguna FP de automoción o algo así. Con todo el respeto para los módulos de formación profesional. Sinceramente, tener un grupo así podía reventarte una clase sin problema. Se había planteado separarlos para que no coincidiesen los cuatro, pero eso ya se probó una vez y fue peor. En este caso era mejor tener todas las manzanas podridas en el mismo cesto. ¿Por qué os cuento esto? Solo para que entendáis que mi cabeza andaba en estas preocupaciones y mi vida sexual fue la más perjudicada por aquello. Javier se lo tomaba con filosofía, también él volvía al trabajo y a sus problemas diarios. Así que nada, todos de vuelta a la odiosa rutina. Yo a mis clases, Kike y mi hijo a las suyas y Javier a su trabajo.
He de aclarar que Kike se adaptó en seguida a nuestro ritmo de vida. Salía por las mañanas temprano para la universidad y volvía por la tarde cuando ya estábamos todos en casa. Se permitía el lujo de ir cada tarde al gimnasio y luego jugaba un rato con su primo antes de cenar y que el pequeño se acostase. Luego se encerraba a estudiar en su habitación y hasta el día siguiente. A penas le veíamos y, algo que en una familia normal si pasa con tu propio hijo puede ser una molestia, para nosotros resultaba muy conveniente. Pasaron las primeras semanas y llego el momento que a mi tanto me preocupaba. Kike tenía su primera fiesta con los compañeros de la facultad. Sabía que bebía, quien no sepa con certeza que un adolescente bebe es que es tonto o se lo hace. Los fines de semana se tomaba con nosotros alguna cerveza o alguna copa de vino, siempre con moderación. Javier, confiado, decía que no pasaría nada y que podría controlarse. Yo, deformación profesional, sabía que los adolescentes son tontos por defecto y de controlarse saben lo que yo de astrofísica. Fijamos una hora de regreso, reservó un taxi para esa hora y se marchó. Se notaba que lo de la hora de vuelta no le había sentado bien, “Bien, pues te jodes. Mi casa mis normas”. Javier y yo nos acostamos pronto, era jueves y al día siguiente había que madrugar. A pesar de mis preocupaciones caí en un profundo sueño.
Me desperté al escuchar la puerta. Kike estaba haciendo bastante ruido, aunque en el silencio de la noche todo parece que suena más. Oí un ruido, se le había caído las llaves. “Ya podía tener más cuidado. Si despierta a su primo lo mato”. Luego otro fuerte ruido al tropezar con algo. Miré a Javier que seguía profundamente dormido y me apresuré por el pasillo antes de que Kike despertase a todo el mundo. Me lo encontré sentado en suelo, la espalda contra la puerta de la entrada y la cabeza caída. Por un momento me asusté.
- Kike, ¿estás bien? – le pregunté en voz baja para no montar más escándalo.
Kike no estaba bien, para ser sincera diría que nada bien. Llevaba una borrachera de campeonato. “Joder, mira que lo sabía. ¿Nunca te cansas de tener razón, Carmen?”. Encima olía a rayos, suponía que alguna copa se le habría caído encima porque apestaba a alcohol. Me acaché para intentar levantarlo y un olor más fuerte me tiró para atrás. “Joder, se ha vomitado encima”. Tenía la camiseta y el pelo sucio. No podía meterse así en la cama, me daba asco de solo pensarlo. Como pudo le hice reaccionar algo y conseguí que, con mucho esfuerzo y ayuda por mi parte, entrase al baño. Cerré la puerta tras de mí y encendí la luz. Efectivamente, toda su ropa estaba hecho un desastre. Se mantenía erguido solo porque su espalda descansaba contra la pared. Estaba más dormido que despierto. De nuevo intenté hacerle reaccionar, que me hablase o que, al menos, diera señales de que me escuchaba. Pero nada, era como hablarle a una pared. Por lo menos parecía que conseguía entender las ordenes más básicas. Así conseguí que me dejase quitarle la camiseta y desabrocharle los pantalones. “Tiene que darse una ducha como sea”. Pegué un tirón de sus pantalones y calzoncillos y le ayudé a sentarse en el inodoro. Así conseguí quitarle las zapatillas, los calcetines y terminar de quitarle los pantalones y calzoncillos. “Venga, ahora a la ducha”. De nuevo con mucho esfuerzo conseguí meterlo dentro de la ducha. Por suerte era un plato de ducha bastante amplio. Lo había puesto en lugar de la bañera por considerarlo más práctico. “Gracias a dios por las buenas ideas”. Llegué a la conclusión de que si quería que se duchase tendría que hacerlo yo misma. ¿Por qué no llamé a Javier para que lo duchase él? Aún hoy me hago esa pregunta. No sabría decir por qué. Supongo que porque era el hijo de mi hermana y sentía que era mi responsabilidad. Decidida me quité el camisón de dormir y me quedé solo con las braguitas puestas antes de meterme en la ducha y cerrar la mampara. Abrí el grifo de la ducha apuntando hacia con el telefonillo hacia el suelo para esperar que empezase a salir el agua caliente. Podía haberle pegado un chorrazo de agua fría a mi sobrino en su cabeza para que despejarlo por la vía rápida. Pero en ese momento me pareció una crueldad innecesaria y me preocupaba que pagase un grito o algo así. Cuando el agua comenzó a salir caliente empecé a mojar su cuerpo. Estaba apoyado contra la pared, con la cabeza hacia delante y los brazos inertes a su lado. Puse bastante gel en la esponja y comencé a frotar su cuerpo. Primero en la cabeza, donde tenía algún misterioso resto pegado de vete a saber tu qué. “Que asco, joder. Me debes una. Mañana te vas a enterar de quien es tu tía Carmen”. Luego comencé a frotar su pecho y sus brazos. Me agaché para frotar sus piernas y fue en ese momento cuando lo vi. No podía entender como no me había fijado antes. Ahí delante, a escasos centímetros de mi estaba su polla. Y que polla, aunque colgaba flácida su tamaño era más que considerable. Me sorprendió muchísimo. No es que mi marido la tuviese pequeña, con una buena erección puede llegar a medir más de 20 cm. Pero siempre que la había visto en reposo era apenas una cuarta parte. De hecho, siempre le hacía bromas por lo mucho que me sorprendía que una cosita así pudiese ponerse tan grande. Y ahí estaba la polla de Kike. Gorda y hermosa aún estando en reposo. “Bueno, está claro que se le ha puesto morcillona con la ducha. No es para tanto, mujer”. Tragué saliva y seguí con la ducha. Enjaboné bien sus piernas y fui consciente de lo fuertes y firmes que eran. Mi mano con la esponja subía por sus muslos, primero por fuera y luego por dentro. Al subir de nuevo su polla rozaba mi brazo y una descarga de deseo recorrió mi cuerpo. Subí más hasta llegar hasta sus huevos, los cuales limpié suavemente, pero a conciencia. Me paré un momento, necesitaba tomar aire. Luego, muy despacio, comencé a enjabonar su polla. La recorría con la esponja arriba y abajo. Me parecía ten hermosa, tan deliciosa. Podía sentir la humedad en mi sexo. Tenía que haber parado en ese momento, pero no pude. Dejé caer la esponja y seguí recorriendo esa polla con mi mano. La reacción no se hizo esperar, como si se hubiese despertado, una sacudida levantó levemente la polla de Kike. Ahora eran mis dos manos las que acariciaban ese maravilloso miembro. Podía notar como se iba poniendo cada vez más dura, más grande, más gorda. Estaba alucinando, me encantaba la sensación de notar como crecía más y más entre mis manos. Cada vez estaba más erguida y firme, y yo estaba cada vez más mojada. Por fin parecía que había llegado a su máximo esplendor. Medía al menos 25 cm de largo. Pero lo más asombroso de todo era lo gorda que era. Era el doble de gorda que la de mi marido, no podía entender como semejante polla conseguí mantenerse firme desafiando a la gravedad. Estaba tan extasiada admirando ese portento de la naturaleza que no oí que la puerta se había abierto.
- Coño Carmen, ¿se pude saber que haces? – era mi marido que se quedó pasmado con los ojos como platos.
- Yo.. es que, verás… - no podía articular palabra – Ha llegado borracho y no podía hacerle reaccionar y necesitaba una ducha y como no reaccionaba y entonces yo…
Mis palabras salían apresuradas de mi boca. “Tierra trágame”.
- Joder, menudo rabo se gasta Kike. La madre que me parió. – dijo Javier sorprendido al asomarse a la ducha. Me miró fijamente y se rio. – Seguro que te ha puesto cachonda. ¿a que sí?
- Puff, no lo sabes tu bien. – pude decir algo más relajada.
- Venga, que te voy a ayudar a acostarlo. Voy a su cuarto a por su pijama. – pero antes de salir por la puerta dijo algo que me dejó paralizada - Pero tendrás que hacer algo con eso. – Me soltó mirando la polla de Kike.
- ¿Qué quieres decir? - le pregunté extrañada.
- Mujer, a ver como le ponemos el pijama con eso. Y los calzoncillos ni por asomo. – habrá que bajarle el empalme.
- ¿No pretenderás que le haga una paja a mi sobrino? – dije escandalizada
- Tu misma, o eso o ducha fría. Pero desde mi punto de vista eso que tiene ahí es culpa tuya. Y no te hagas la mosquita muerta que ya lo estabas pajeando cuando yo he llegado. – y sin decir nada más salió por la puerta.
Lo que había dicho tenía lógica, una maldita lógica absurda, lo sé. Creo que en fondo me estaba dando vía libre para seguir jugando sin sentirme culpable. Volver a mirar esa polla que se mostraba iniesta ante mi me hizo decidirme. Comencé a pajearle con energía, con ansias. No entiendo como no se espabiló con aquello porque mis manos daban sacudidas a su rabo buscando que se corriese. Que se corriese para mí, concretamente. El primer chorro me pilló desprevenida, apreté con fuerza su polla continuando el movimiento de masturbar a mi sobrino con una mano mientras con la otra estrujaba sus huevos intentando vaciarlos de todo su contenido. Un chorro tras otro salía de esa polla y llenaba el cristal de la mampara de deliciosa lefa. No paraba de salir leche, era impresionante. “Joder, debe llevar semanas sin descargar”. Cuando por fin se relajó enjuague la ducha y los restos de semen de la mampara. Bueno, confieso que un poco lo recogí con los dedos y me lo llevé a la boca. Sabía mejor de lo que me esperaba, era ligeramente dulce. Terminé de aclarar a Kike y entre Jaime y yo lo metimos en la cama con su pijama puesto. Eché toda su ropa para lavar junto con mis braguitas. Estaban empapadas y no solo de agua. Fuimos a nuestro dormitorio y Javier, sin preguntar nada me pidió que me tumbase con las piernas abiertas. Me regaló un delicioso orgasmo con su boca y luego me folló con energía. En todo ese rato no paré de pensar en la polla de Kike.
Al día siguiente me sentía fatal. Tenía muchos remordimientos por lo que había pasado. Por suerte Kike no se acordaba de nada y achacaba que estuviese tan callada a que me había enfadado por llegar tan borracho a casa. Esa misma tarde me senté para hablar con Javier. Necesitaba desahogarme.
- Tranquilízate mujer, no tiene tanta importancia. – me decía en tono suave intentando que me calmase.
- ¿Qué no tiene importancia, Javier? Joder, lo que he hecho tiene un nombre y se llama incesto. ¿Lo entiendes? – empezaba a estar fuera de mí.
- Claro que lo entiendo, pero solo fue una paja. A ver, llevas días estresada por tu trabajo. Follamos solo de vez en cuando y tu cuerpo reaccionó al ver la polla de Kike. – Javier razonaba todo para intentar que me calmase - Y, sinceramente, no me extraña que te hiciese reaccionar. Menuda polla se gasta, ¿eh?
- Joder Javier, no gastes bromas ahora que esto es muy serio. – le dije enfadada.
En fin, Javier desistió de conseguir que me calmase. En esos días intentaba tener la cabeza distraía y no pensar en lo que había pasado. Pero miraba a Kike y no podía borrar la imagen de su cuerpo desnudo frente a mí. “Joder, Carmen, está enferma”. En esos días empecé a mirar páginas sobre el tema. Incesto, amor filial, perversiones, etc.. Intentaba entender que me estaba pasando. Fue por casualidad que topé con esta página de relatos. Empecé a leer historias sobre relaciones incestuosas. La mayoría eran claramente ficticias, pero otras parecían tan verídicas que empecé a sentirme mas tranquila. Digamos que, en cierto sentido, me sentía mejor al comprobar que no era un bicho raro y aprendí normalizar lo que sentía. Al tomar conciencia de eso pude relajarme un poco. Hice las paces con Javier y pude volver a mirar a la cara a Kike. Todos nos sentíamos más tranquilos y parecía que podíamos volver a nuestras vidas. ¿Seguía pensando en Kike de forma sexual? Por supuesto, eso no se borra de la noche a la mañana. Pero lo tomé como una más de mis muchas fantasías. No sé, parecía que lo estaba “superando” y supongo que por eso bajé la guardia. Fue un día que me había quedado sola en casa mientras los chicos se iban a dar una vuelta. Estaba poniendo lavadora y al sacar del cesto la ropa interior los vi. Eran los calzoncillos de Kike, no era la primera vez que los lavaba por supuesto, pero ese día al verlos la imagen de la polla de Kike volvió a mi cabeza tan vívida que casi podía olerla. Eran los mismo que llevaba aquella noche cuando lo masturbé en la ducha. Los miré por dentro y vi una manchita. Los acerqué despacio a mi cara y aspiré su olor. Era el olor de su polla, dulce e intenso. Ese olor junto con el recuerdo que atesoraba del miembro que albergaba me puso cachonda. Sin darme cuenta mi mano estaba por dentro de mi falda acariciando mi rajita de la que empezaba a emanar un flujo prueba clara de mi grado de excitación. Me fui al sofá y quitándome las bragas comencé a masturbarme como una loca mientras tenía los calzoncillos de Kike sobre mi cara. Me corrí con una fuerte oleada de placer y me quedé un rato ahí quieta. Disfrutando la sensación de calma que me había traído el correrme tan a gusto. Me puse de pie como si no hubiese pasado nada, puse la lavadora y seguí con mis tareas. Eso se convirtió en una especie de rutina para mí. Eran “los calzoncillos de la suerte”. Como si de un juego se tratase, cada vez que aparecían esos calzoncillos con la ropa sucia yo acababa masturbándome. Tenía otros, por supuesto. Pero esos en concreto eran los especiales para a mí.
Pasaron unas semanas antes de la siguiente fiesta en la facultad. De nuevo Kike se preparó para irse y Javier le habló de la necesidad de controlarse con el alcohol. Por mi parte estaba deseando que se pillara una buena cogorza, que queréis que os diga. Aquella noche no pegué ojo. En realidad, en cuanto Javier se durmió, me levanté de la cama y me quedé a oscuras esperando en el sofá. Las horas pasaban lentas. Por fin escuché la llave. Contuve la respiración. Estaba atenta a cualquier ruido, el más leve atisbo de que Kike volvía a casa borracho. En fuerte ruido sirvió para que saltase del sofá y corriese por el pasillo hasta la entrada. “Premio”. Kike intentaba mantenerse erguido mientras sus manos buscaban donde agarrarse. Me apresuré a ayudarle. Se apoyo en mí, aunque no parecía que supiese quien era. Podía haberlo llevado a su habitación, haberle dejado caer en la cama, descalzarlo y hasta mañana. Pero por supuesto no lo hice, mis pies me llevaron hacia el baño. Cerré la puerta y me quedé mirando a Kike. Mis ojos escrutaban su ropa buscando el más leve signo de que hubiese vomitado. O se hubiese tirado algo encima. Cualquier escusa me valía para meterlo en la ducha y yo con él. Nada. No parecía haber daños mayores. “Pues me la suda”. Me dispuse a quitarle la ropa. “Carmen, para. No tienes que hacer eso”, “Joder, que es tu sobrino y estás abusando de él”. Nada, mi cerebro quería que parase, pero estaba perdiendo el tiempo. Carmen la zorra había tomado los mandos, abróchense los cinturones que vienen curvas. Con cuidado y no poca maña volví a desvestir a Kike. Hice un gran esfuerzo por no mirarle la polla hasta tenerlo dentro de la ducha. Necesitaba de toda mi atención para no caernos los dos al suelo. Me quité el camisón y las bragas. Para que vamos a andarnos con tonterías a estas alturas. Ahí estaba, completamente desnuda compartiendo la ducha con mi sobrino. Ahora sí, mi mirada se clavó en su verga. Ufff, era aún más hermosa de lo que recordaba. Empecé a lubricar como una perra en celo. Puse en marcha el agua y cuando consideré que estaba a la temperatura adecuada comencé a remojar a mi sobrino. Parecía que había reaccionado al agua, pero no le di importancia. Lentamente volví a enjabonarlo. Primero la cabeza, luego el torso y los brazos. Me estaba poniendo a mil, que bueno estaba el cabrón. Por fin me puse de rodillas y me dispuse para la tarea. Necesitaba coger esa polla entre mis manos, sentir su glorioso peso y notar como crecía y crecía con mis caricias. Poco a poco su polla se iba poniendo más y más gorda y dura. Crecía a ojos vista y yo estaba a punto de correrme de puro morbo. Aumenté el ritmo de la paja. Quería disfrutar viendo como se corría, como salpicaba todo con su leche, quería sentir el placer de ordeñar a mi propio sobrino. De nuevo el primer chorro me pilló por sorpresa. “Joder, que potencia. Como si fuese un puto misil”. Grandes cantidades de esperma salían disparadas de su polla. Con el último chorro acerque mi lengua a su glande y lo chupe para disfrutar de su sabor. Iba a regodearme un poco lamiendo esa hermosa polla cuando atisbé que Kike levantaba ligeramente la cabeza. Me acojoné. Me puse tan nerviosa que no sabía como reaccionar. Paré el agua y lo saqué de la ducha para secarnos deprisa. Luego lo llevé a su habitación y le acosté en la cama desnudo. No me atrevía a entretenerme poniéndole el pijama. Cerré su puerta tras salir y me encerré en el baño. Hasta ese momento no había dado de que continuaba desnuda. El corazón me iba a mil por hora. Me quedé un rato esperando, pendiente de cualquier ruido que pudiese delatar que mi sobrino se había levantado de la cama. Nada. Eso me tranquilizó. De repente mis ojos se fijaron en la mampara de la ducha. Allí estaban todavía los restos de su corrida. La mayor parte había resbalado por el cristal. Pero una parte seguía ahí. Lentamente me metí en la ducha. Me puse de rodillas y acerqué mi cara al cristal. Supongo que podía haberla recogido con la mano, pero me sentía cachonda y sucia. Como una auténtica perra comencé a lamer el cristal para recoger los restos de semen de Kike. Mis dedos se clavaban con fuerza dentro de mi coño mientras saboreada ese dulce néctar. El orgasmo no tardó en llegar. Volví a poner el agua para limpiar la ducha y a mí misma antes de ponerme el camión y volver a la cama.
A la mañana siguiente la sensación de culpa volvió a invadirme. Tenía que parar eso como fuera, no podía seguir así. Estaba mal y tenía que parar. Javier se despertó y al verme tan seria no dijo nada. Sabía ser muy prudente cuando hacía falta. Dios, cuanto le quiero. Se vistió y después fue a ver si nuestro hijo estaba despierto ya. Lo estaba. Como era temprano le preguntó si le apetecía desayunar fuera. Como yo no tenía ganas se fueron los dos alegremente. Les dije que no se tomaran prisa, que se diesen una vuelta hasta la hora de comer. Necesitaba estar solar, necesitaba pensar. Pero Kike no tardó en levantarse. “Mierda, normalmente es capaz de dormir hasta mediodía y precisamente hoy madruga”. Entró en la cocina y, al verme sola con el café, me preguntó por los chicos. Le expliqué que no estaban, que había salido a desayunar. Supongo que estuve muy seca porque no quiso hacer más preguntas. Supongo que pensaba que estaba enfadada porque había vuelto a llegar borracho. Aunque tampoco estaba seguro de si lo habían escuchado. Se había encontrado desnudo dentro de la cama y no sabía si había sido él o le habían tenido que echar una mano. Estuvimos callados un buen rato hasta que él ya no puedo aguantar más la tensión.
- Yo, lo siento. – dijo en tono de disculpa.
Supongo que estaba probando a ver que pasaba. Los hijos hacen eso, cuando algo raro pasa y no saben que es, enseguida piensan que han hecho algo malo. Y lo primero que hacen es pedir perdón. Pobre, me dio tanta peca que le sonreí con dulzura.
- No tienes que disculparte de nada, cariño. – le dije sinceramente.
- Pensaba que estaba enfadada porque allí me pasé con el alcohol. – confesó
- No, que va. Ni siquiera nos dimos cuenta de cuando volviste. – mentí para que se sintiese mejor.
Pensaba que eso sería suficiente, que se relajaría y volvería a ser el Kike de siempre. Reservado pero alegre. Pero no, algo pasaba. Una intuición me obligó a fijarme mejor en él. Algo pasaba, y no era por llegar borracho. En ese momento me di cuenta, no me miraba. Evitaba que sus ojos se cruzasen con los míos. Era muy extraño, Kike siempre te miraba a los ojos al hablar. Su madre siempre le había insistido en que era de buena educación. Me evitaba. Algo le pasaba y tenía que saberlo.
- ¿Qué te pasa, Kike? – le pregunté directamente
- Na.. nada, ¿Por qué crees que pasa algo? – intentaba eludir la pregunta
- Vamos, sé que te pasa algo y es mejor que lo hablemos. Sea lo que sea. – le dije en tono conciliador.
- No me apetece hablar, en serio. – estaba poniéndose nervioso.
- Sé que te pasa algo, estas muy raro esta mañana. – no podía dejar de insistir
- No es nada, solo un que he tenido un sueño raro y ya está. – me soltó a contundente intentado parar la conversación.
Pero noté que en cuanto lo dijo se arrepintió. Tengo suficiente experiencia con adolescentes para intuir por dónde van los tiros cuando intentan ocultar algo. Les cuesta mucho mentir de forma descarada si les pillas a bocajarro. No tiene la capacidad de improvisar una historia plausible sobre la marcha, así que la mayoría de las veces se limitan a contar medias verdades y omitir los detallas. “¿Un sueño?”. “Que coño pudo haber soñado que le haya puesto tan nervioso”. Un escalofrío recorrió mi espalda.” Anoche, la paja en la ducha. ¿Y si no estaba tan dormido como yo pensaba? ¿Era consciente de lo que pasaba?”. Estaba aterrada, mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Mi sobrino acababa de descubrir que su tía era una jodida pervertida. Tenía ganas de morirme. Necesitaba saber la verdad.
- Cuéntame lo de ese sueño – dije nerviosa.
- Yooo, no tiene importancia. En serio – él también estaba nervioso.
“Mierda, es eso.” La clave era el sueño. Necesitaba averiguar lo que sabía. No podía vivir en la incertidumbre, me volvería loca. Tuve que hacer un enorme esfuerzo por relajarme.
- Venga, cuéntamelo. Seguro que hará que te sientas mejor. – le dije con tono relajado intentando disimular que por dentro estaba aterrada.
- No quiero, tita. Me da vergüenza. – dijo muy despacio.
Notaba que sus defensas comenzaban a debilitarse, en el fondo quería contármelo. Quería creerme cuando le dije que se sentiría mejor. De veras que lo creía. Tenía que seguir presionando.
- Créeme cariño, no hay nada en este mundo que hayas soñado que no puedas contarme. Te lo prometo. No tienes que avergonzarte delante de mí – le dije
Y era sincera, jodidamente sincera. Me veía a mi misma de rodillas lamiendo los restos de su leche mientras me masturbaba y la sola idea que de yo pudiera avergonzarme de él me parecía ridícula. “Si tu supieras”. Supongo que la sinceridad de mi tono debió terminar por derribar las barreras de sus defensas. Solo necesitaba un empujoncito más.
- Te prometo que esto quedará entre nosotros. Y que sea lo que sea ni me enfadaré ni me avergonzaré de ti. Te lo juro. – dije eso cogiendo con cariño su mano.
- Anoche tuve un sueño. – comenzó
- Si. – solo lo dije porque él necesitaba tiempo para ordenar sus pensamientos.
- Estabamos los dos, aquí en casa. – prosiguió despacio.
- Aja
- Buenos, estábamos en.. en la ducha. – no se atrevía a mirarme mientras hablaba
- ¿Los dos junto en la ducha? – dije tranquilamente como queriendo quitar importancia al asunto, aunque por dentro un nudo se cerraba en mi estómago.
- Si, los dos. Estábamos desnudos, ¿sabes? – lo dijo con la cabeza agachada
- Claro, en la ducha es normal estar desnudos, ¿no? – quería quitarle importancia al dato para animarle a seguir. Por dentro me sentía morir.
- Si, ya claro – parecía un poco más relajado. Tragó saliva y soltó la bomba – Tu estaba ahí conmigo y… me estabas haciendo una paja.
“Joder, mierda, hostia puta. Mira que eres gilipollas, no estaba tan borracho. Y tu venga, ahí dándole a la zambomba como si fuera lo más normal del mundo”. Intenté tranquilizarme. “Un sueño, ¿no? Está diciendo que era un sueño. No está todo perdido”.
- Cariño, no pasa nada. Es normal tener sueños eróticos a tu edad. – le dije para tranquilizarme. Vamos a quitarle importancia. Es lo mejor.
- Ya, pero es que no es la primera vez. – confesó angustiado.
- ¿Has soñado lo de la ducha otras veces? – No podía creerlo. Las dos veces era consciente de lo que estaba pasando. Me quería morir.
- No, en la ducha no. En otros sitios, ya sabe. Aquí en la cocina, el sofá. – me soltó
“Espera, rebobina”. Mi sobrino me estaba confesando que tenía fantasías conmigo. No era solo por lo de la ducha. Era algo más.
- ¿Estás diciendo que tienes fantasías conmigo? - le pregunté todo lo calmada que pude
- Si, desde hace tiempo. Ya antes de venir aquí, pero ahora son más frecuente. – se notaba aliviado al poder decirlo.
- Buenos, no tiene que agobiarte por eso. Es normal que sientas atracción por las mujeres que tienes alrededor. Y ahora nos vemos todos lo días. No tienes que sentirte mal por eso. – le dije con una sonrisa. En el fondo me sentía aliviada de no ser yo la culpable de todo. “¿Solo aliviada? ¿Quizá un poquito halagada?”.
Era cierto, el pensar que mi sobrino tenía fantasías conmigo hizo que me sintiera mucho mejor. Ahí estaba el pobre. Pasándolo mal sin saber que yo compartía sus deseos. Pero me había jurado a mí misma ayudarle y tenía que intentar que pasase página. Por mucho que mi sexo estuviese empezando a humedecerse en ese momento.
- Lo que tienes que hacer es… ya sabes. Aliviar tensiones. – le dije en confianza.
- No, si ya. Eso ya lo hago. Vamos, con perdón, pero me la casco todos los días. – nada mas decirlo se arrepintió y se puso rojo como un tomate.
“Hostia puta, y yo pensando que se pasaba los días sin tocarse y por eso tenía esas tremendas corridas”. “Vaya, vaya con mi Kike”.
- Bueno, pues vas a necesitar una novia que te ayude, supongo que solo a base de pajas no vas a conseguir nada. – intentaba que se relajase, que supiese que podía contarme todo lo que quisiese.
- Ya, es que ese es el problema. Yo con las mujeres, pues.. – se notaba más relajado cuando hablaba. Necesitaba hablar con alguien y por fin conmigo se sentía cómodo.
- Bueno, no tendrás problemas para ligar. Seguro. Con lo guapo que eres. – y la polla que tienes, iba a añadir, pero me contuve a tiempo.
- No, si ligar ligo. Pero luego, cuando estamos.. digamos solos en la intimidad pues… - no sabía cómo explicarse.
- ¿Qué no sabes como hacerlo? – intenté ayudarle a soltarlo. “Tranquilo hombre, que yo te doy clases”. Puff, de verdad que la charla me estaba poniendo caliente.
- No, si saber sé. El problema es, vamos que lo tengo yo.. con mi pene. -soltó al fin
Me quedé desconcertada. Como podía decirme mi sobrino que con ese portento de la naturaleza, que con esa polla que daba gusto verla, tenía un problema con su pene. No podía entender que pasaba.
- ¿Es por el tamaño? - me atrevía a decir, nada más que por decir algo. De sobra sabía que los chicos siempre andan acomplejados con el tamaño de sus penes. Sabía que en este caso no era así.
- Si. – dijo sencillamente.
- Bueno, es normal que pienses que tu pene no es lo bastante grande. – le solté con cuidado. También por decir algo. “Hombre, no es lo bastante grande si lo comparas con un caballo, por ejemplo”. Estuve a punto de ponerme a reír. No entendía lo que intentaba decirme.
- No, al contrario. Es demasiado grande. Y cuando intentamos hacerlo pues.. les duele y no.. – me confesó al fin
Claro, como no lo había pensado antes. No había caído en eso. Es cierto que era muy gorda, tanto que a una chica normal eso no le podría entrar por el coño. Imaginaba a mis alumnas de clase, abiertas de piernas con sus estrechitos coños, asustadas esperando a recibir una embestida de semejante instrumento. Por suerte pude apartar esa escena de mi cabeza y mirar fijamente a Kike. También me aclaró que por eso llegaba borracho a casa. Cuando se frustraba con el sexo bebía. Pobre, tenía que ser frustrante tener semejante herramienta y no poder usarla. Tenía que hacer algo para ayudarle. No podía permitir que su experiencia sexual se forjase sobre intentos frustrados. Era algo que seguramente arrastraría toda su vida. Pensé en la mejor forma de ayudarle y solo se me ocurría una.
- Pero, a ver. Cuando estas con una chica. ¿Qué haces? – le pregunté
- ¿Cómo que qué hago? No entiendo lo que quieres decir, o sea. Supongo que hago lo normal. – me dijo.
- Me refiero a los preliminares, hombre. Son muy importantes para que una chica se relaje y lubrique bien. – Ahí estaba. Carmen la profesora impartiendo una clase de sexo.
Por su cara supuse que el tema de los preliminares no los llevaba bien “estudiados”. Así que le expliqué lo que debía hacer para calentar bien a una chica y prepararla para la penetración. Intentaba ser lo más aséptica posible. A pesar de estar hablando sobre masturbaciones, cunnilingus y cosas por el estilo mi lívido se mantuvo a raya. Supongo que estaba demasiado preocupada por mi sobrino como para sentirme excitada por la situación. Finalmente llegamos a la conclusión de que debía buscar en la facultad alguna chica con suficiente experiencia. Estaba convencida que el tamaño de su miembro ya sería un secreto a voces y que más de una estudiante de último curso estaría más que dispuesta de poder disfrutar de un buen rabo como ese. Kike estaba relajado y contento. Se sentía feliz de poder hablar conmigo sobre este tema y de tener algunos buenos consejos para intentar superarlo.
Aquella misma noche le expliqué a Javier lo que había pasado la noche anterior y el interesante desayuno con Kike. Se quedó bastante preocupado por él. Y se alegró sinceramente de que le hubiese dado buenos consejos. Incluso se ofreció para hablar con él, pero le pedí que no lo hiciera por miedo a que sintiese que había violado su confianza. Antes de dormir me asaltó una extraña sensación y le pregunté a Javier.
- Cariño. Necesito saberlo. Crees que hubiese estado mal que Kike y yo.. – no me atreví a terminar la frase.
- Es una pregunta complicada. – dijo mientras me miraba muy serio consciente de la importancia de sus palabras – Creo que hubiese sido malo para Kike. A su edad las relaciones sexuales suelen ser muy importantes. Es un chico sensible y no sé como reaccionaría si hubiese pasado algo así.
Javier tenía razón. Me sentía fatal por haber planteado algo así. Kike era demasiado vulnerable como para poder asimilar una relación incestuosa. “¿En qué coño estaba pensando?”. Supongo que Javier adivinó mi desazón. Después de besarme añadió.
- Si te sirve de algo, por mi parte no habría sido ningún problema. Ya sabes que tienes libertad para disfrutar de tu cuerpo siempre que antes lo hayamos hablado. – luego volvió a besarme.
- ¿Eso es que me estás dando permiso? – dije con tono de broma.
- Anda, vamos a dormir.
Pasaron los días y yo me sentía mucho mejor. Ver a Kike ya no me provocaba esa sensación de deseo que arrastraba desde hacía días. Me había vuelto su confidente y me contaba cosas sobre las chicas con las que salía. Un día me dijo que había conocido a una chica tres años mayor que él, que tenía cierta fama de ligera de cascos. Ya ves, si un chico folla mucho es un semental, si es una chica es una zorra. Que asco de sociedad. Le animé para intentarlo con ella y un día me dijo que tenían una cita. Ya se habían enrollado un par de veces por la facultad e intuía que esa podía ser su gran noche. Por casualidad, Javier y nuestro hijo se iban de acampada ese fin de semana con otros compañeros de clase. Así que pude dedicarme esa tarde a charlar con Kike y terminar de darle consejos. Por supuesto, al elegir la ropa le dije que se pusiese sus “calzoncillos de la suerte” como yo los llamaba. Le extrañó bastante, pero le dije que me parecían sexis y no dijo nada más. Iba muy guapo, con unos pantalones negros ajustados y una camiseta también negra que se ceñía perfectamente a su vigoroso torso. Confieso que sentí ciertos celos al verlo salir por la puerta, pero no me costó desechar ese pensamiento. Estaba bastante nerviosa así que, como no podía dormir, me entretuve en el sofá intentado ver una peli. Me sorprendió oír el ruido de la puerta antes de la hora esperada. Tuve un mal presentimiento. Efectivamente, Kike venía con cara de llegar de un entierro. La cosa no había salido como esperaba. Se sentó conmigo en el sofá y poco a poco conseguí que me explicase lo que había pasado. La cita no empezó mal, fueron a cenar y a tomar unas comas. Ella se mostraba muy cómoda y Kike se dedicaba a hacerle cumplidos y colmarla de besos y caricias. Por fin ella le propuso ir a un sitio más tranquilo y se fueron en el coche de ella. No recuerda donde fueron, estaba bastante nervioso. Al parar comenzó a meterle mano y a besar su cuello. Decía que ella estaba bastante excitada. Al meter la mano por dentro de su falta notó que estaba muy mojada. Ella puso su mano sobre su entrepierna y sonrió con lascivia al notar el tamaño de su polla. Efectivamente, la fama de Kike en la facultad empezaba correr como la pólvora. Todo iba bien hasta ese momento, entonces ella empezó a excitarse demasiado. “¿Qué coño quiere decir con excitarse demasiado?”. Por lo visto por su boquita empezaron a salir todo tipo de obscenidades y mi pobre Kike que estaba todavía nervioso y se sentía bastante inseguro aquello pues… digamos que le bajó la moral. A partir de ahí todo fue un desastre, no conseguía que se le pusiese dura y la zorra de su amiga en lugar de ayudarle empezó a insultarle. “Puta zorra de mierda, como la pille le reviento la cabeza”. Ya no había nada que hacer, Kike se bajó del coche humillado y buscó un taxi para volver a casa. Para cuando terminó de contármelo el pobre lloraba desconsolado con la cara entre las manos. “Joder, es culpa mía. No tenía que haberle aconsejado que se juntase con una puta así.” La cosa estaba peor que antes. Una cosa es tener problemas para penetrar, pero problemas de erección. A su edad eso puede ser demoledor. Tomé una decisión. Solo podía hacer una cosa.
Cogí su cabeza con mis manos y la apoyé en mi hombro para que se tranquilizase. Cuando por fin se desahogó y terminó de llorar le tomé la barbilla con mis manos y le obligué a mirarme. Le sonreí y le planté un dulce beso en la boca. Kike me miraba desconcertado. No sabía como reaccionar, pero yo necesitaba que se relajase. Que se sintiese seguro conmigo.
- ¿Cómo era? – le pregunté
- ¿Qué? – acertó a decir
- Tu fantasía conmigo, aquí en el sofá. ¿Qué ocurría? – le miraba fijamente a los ojos. Intentaba que sonase como si quisiera que me contase otra de sus confidencias. Necesitaba borrar el recuerdo de lo que había pasado de su cabeza.
- Bueno, estábamos aquí. Los dos, viendo la tele y yo, bueno. Tu estabas tumbada con la cabeza al otro lado y yo podía ver tu ropa interior por debajo de tu falda. Empezaba a tener una erección y tú te dabas cuenta. – en esa parte tragó saliva – Y te ofrecías para echarme una mano.
- ¿Una erección como esta? – le dije acariciando su polla por encima de los pantalones.
Hasta ese momento no se había dado cuenta que mi mano había subido por pierna desde su rodilla hasta llegar a su miembro. Yo estaba de rodillas en el sofá mirándole y el escote de mi vestido le permitía ver gran parte de mis pechos. El hacerle pensar en su fantasía, una fantasía con la que seguramente se había pegado varias pajas a mi salud, tuvo el efecto deseado y su polla comenzaba a ponerse dura. Me puse de pie frente a él.
- ¿Te gusto? ¿Te gusto de verdad? – le pregunté. En realidad, necesitaba saberlo, había llegado hasta ese punto y necesitaba saber si él también lo deseaba tanto como yo.
Su mirada recorrió mi cuerpo de arriba abajo y eso me excitó. Sabía la respuesta, pero necesitaba oírla de sus labios.
- Me gustas mucho tita. Me encantas – su mirada era ahora de lascivia.
- Llámame Carmen. ¿vale? Ahora no soy tu tía. Soy solo una mujer que te desea. – le dije antes de dejar que los tirantes se deslizasen por mis hombros y mi vestido cayese al suelo.
No llevaba bragas. Supongo que una parte de mí presentía que podíamos llegar a este punto, o mejor dicho lo deseaba. Kike me miró y dejó escapar el aire que llevaba un rato conteniendo. Desnuda me senté a horcajadas sobre él y le besé. Mi lengua jugaba con su boca mientras mis manos buscaban las suyas para guiarlas a mi pecho y mi culo. Estuvimos un buen rato así, comiéndonos la boca. Yo podía notar como su polla pugnaba por saltar de su pantalón. Me separé de él y, después descalzarle y quitarle los calcetines le pedí que se pusiese de pie. Le ayudé a quitarse la camiseta, como en aquellas noches de borrachera. Luego aflojé el pantalón y me puse de rodillas para bajarlo hasta sus tobillos. Ahí estaban, mis “calzoncillos de la suerte”, no me habían defraudado. No podían contener esa polla tan hermosa que asomada por debajo del calzoncillo, pegada a su pierna derecha. Me deleité ese último momento antes de tirar también de sus calzoncillos. Su polla saltó arriba como un resorte. Era hermosa, grandiosa, la mejor polla del mundo. Y esta noche iba a ser solo mía. Kike volvió a sentarse y yo terminé de desvestirlo. Arrojando lejos su ropa. Cogí su polla entre mis manos y comencé a masturbarlo suavemente.
- ¿Ves que dura está? – le pregunté en susurros
Kike solo pudo asentir con la cabeza.
- Cariño, me encanta tu polla. Creo que es la mejor polla del mundo. – y dicho eso la besé
Mi lengua jugaba con su glande mientras mis manos continuaban con esa paja que tanto necesitaba para aliviar la tensión de sus huevos. Poco a poco iba chupando y succionando su capullo, pero apena conseguía tragarme una pequeña parte de ese inmenso mástil. Pero no fue necesario.
- ¡¡Carmen, me voy!! ¡¡¡Me voy!!!
Menos mal que me avisó, si no ese primer chorro me hubiese pillado de nuevo desprevenida y seguramente me habría atragantado. Usé la lengua para frenar la fuerza de los chorros que salían de su polla. A duras penas podía tragar el baño de leche que inundaba mi boca, pero no quería dejar escapar ni una sola gota. Era mía, solo mía y me la había ganado. Cuando terminó de correrse seguí lamiendo su polla hasta dejarla reluciente. Me senté junto a Kike que me miraba sonriendo.
- Te toca a ti, cariño. Necesito correrme antes de follarte. Eso me ayudará a estar más relajada. – se lo expliqué con el mismo tono con que le había dado todos los consejos sobre sexo. Como si lo que estaba pasando fuese solo una parte más de mis lecciones.
Esta vez fue él quien se puso de rodillas delante de mí. Adelanté mi culo y levanté mis piernas para dejarle el camino despejado hasta mi coño, que para ese momento dejaba caer chorros de flujo que resbalaban por mis muslos manchando el sofá. Enterró su cabeza entre mis piernas y comenzó a lamer con deleite mi rajita. Se notaba la falta de experiencia, pero el morbo y lo caliente que estaba ayudaron a que el orgasmo llegase con rapidez. Sujeté su cabeza apretándola contra mi sexo. No quería que dejase de lamerme mientras me corría. Fue largo, fue intenso, fue delicioso. Cuando se incorporó volví a besarle disfrutando del saber de mi flujo en sus labios. Me daba mucho morbo hacer eso después de correrme con el sexo oral. Le pedí que se tumbase en el suelo, sobre la alfombra. Por supuesto me obedeció de inmediato. Volví a coger su polla con las manos y noté que volvía a endurecerse. No me iba a costar nada tenerlo preparado para el siguiente asalto. Le miré divertida y me puse a cuatro patas encima de él, con mi sexo sobre su cara. Me apetecía hacer un 69. Quería sentir su lengua en mi coño mientras yo disfrutaba comiéndome ese rabo. Nuestro grado de excitación iba en aumento y al poco rato notaba su polla aún más dura que antes. “Ahora es tu momento, Carmen”. Cambié de postura para sentarme a horcajadas mirando a Kike. Un pensamiento fugaz pasó por mi cabeza, no tenía puesto condón. No es que me preocupase demasiado porque había vuelto a tomar la píldora este verano. Pero al pensar en condones no pude evitar preguntarme de que talla tendría que ser los condones que usase mi sobrino. El roce de su polla en mi coño me liberó de mis pensamientos. Respiré hondo y sin dejar de sonreír comencé a introducir ese enorme miembro dentro de mí. Ufff, como describir aquella sensación. Si dijese que fue como dar a luz mentiría, cuando lo hice llevaba puesta la epidural y no noté nada. Pero supongo que debía ser algo así. Su polla entraba lentamente en mí. Tenía que ser yo la que se moviese encima de Kike para evitar que un fuerte movimiento por su parte me hiciese solar un grito de dolor. No solo tenía que disfrutar él, tenía que saber que podía dar mucho placer a una mujer con su polla si sabía como hacerlo. Poco a poco mi coño fue admitiendo cada vez más y más polla. Era como las primeras veces que practicaba el sexo anal. Entras un poco, esperas y sales despacio. Mientras tanto Kike acariciaba mis tetas y mi culo y me besaba con lascivia. Estaba claro que estaba disfrutando. Llegó un punto que su polla ya no podía entrar más en mí. Sencillamente no cabía. Me quedé quieta, disfrutando de la sensación de sentirme más llena de lo que nunca antes me había sentido. Entonces comencé a entrar y salir cada vez más rápido. El dolor estaba dando paso a un placer intenso. La polla de Kike acariciaba cada ínfimo rincón de mi sexo proporcionándome una estimulación como nunca había sentido. Mis reservas de energía se agotaron. No puede contenerme y me abandoné al placer más absoluto. Ya no tenía miedo de asustar a Kike, mi sobrino estaba disfrutando tanto o más que yo del placer de follarme.
- ¡¡¡¡ Siiii, sigue así. Que bien me follas, joder. Me estás matando de gusto. Que polla tan rica tienes, joder. Que polla tan rica!!
Me estaba volviendo loca de placer. Estaba de nuevo fuera de mí.
- ¡¡¡Dame más, dame más!!!
Saltaba sobre la polla de Kike, notaba como la punta empujaba al fondo de mi coño y no llegaba a tenerla dentro del todo. Un primer orgasmo llegó de forma súbita.
- ¡¡ Me estoy corriendo cariño, me estoy corriendo!!
Kike me miraba extasiado. Pensando que era incluso mejor que la mejor de sus fantasías. Seguía cabalgando sobre ese rabo maravilloso. Guie las manos de Kike para pellizcasen mis pezones. Un segundo orgasmo me pilló por sorpresa.
- ¡¡Joder, otra vez. Joder!!
Mi lengua se metía hasta el fondo en la boca de Kike, no pensaba que pudiese aguantar más ese ritmo cuando sentí que se iba a correr. Apreté mis muslos para notar como su polla escupía chorros de leche dentro de mí. Noté como si una bola se abriese paso a través de la polla de Kike y un fuerte chorro de semen me lleno por dentro. Luego otro, y otro y otro. Y a cada oleada de lefa mi coño sentía las palpitaciones del rabo de Kike.
- ¡¡¡ Ahhhhhhhhhh!!
No podía ni articular palabra. El tercer orgasmo fue el mejor de todos. Me dejé caer sobre el pecho de Kike extenuada. Tardé un rato en poder incorporarme y dejar que su rabo saliese de mi interior. Recuerdo que al salir me sentí como vacía por dentro. Como si me hubiesen quitado una parte de mí.
- Gracias. – le dije a Kike después de besarle.
- Debería darte la gracias yo a ti. – me dijo sonriendo.
- No te creas. Si no me equivoco yo me he corrido cuatro veces y tu solo dos. Sin duda he salido ganado – dije riendo.
Kike se reía conmigo. Se lo notaba feliz. Joder, como para no estarlo. Acababa de demostrarse a si mismo que no solo podía follar con una mujer, sino que podía volverla loca de gusto. Al mirarle se me ocurrió una cosa. Me pareció lo más adecuado.
- Vamos, levanta. Vamos a darnos una ducha juntos. – dije ilusionada.
- ¿Y eso? – me preguntó curioso
- No sé, digamos que es una fantasía. – y le guiñe un ojo.
Nos levantamos de la alfombra y entramos juntos en la ducha. Nos besamos mientras el agua se calentaba. Sonreí excitada. Tenía ganas de volver a limpiar esa polla.