Mi sobrino

Esta es la historia en tres capítulos de mi relación con mi sobrino.

Mi sobrino. Parte I.

Una noche de soledad perdí la cabeza y terminé teniendo sexo con mi sobrino de 18 años.

Es viernes a la noche y estoy lista para irme a la cama para una solitaria sesión de sexo conmigo misma. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Tengo 42 años, soy soltera y hace más de seis meses que no estoy con un hombre. Cosas de la vida, tampoco es para dramatizar.

Me he bañado, he perfumado mi cuerpo y ahora me miro desnuda frente al espejo. No tengo feo cuerpo, mis pechos son grandes y todavía hacen suspirar a muchos, no tengo flojos los músculos del vientre ni el trasero gracias a interminables horas en el gimnasio. Mi rostro no es bello pero guarda un especial atractivo, en especial en la mirada.

Me meto en la cama y espero que mi respiración se normalice. Aún no me he tocado pero ya estoy excitada porque sé que voy a disfrutarlo, voy a tener un orgasmo que me debo hace mucho tiempo. En la mesa de noche me espera mi consolador.

Empiezo a acariciar mis pechos. Están suaves, y mis manos cálidas los recorren centímetro a centímetro, sin prisa, demorándose en llegar a los pezones que ya están erectos. Humedezco mis dedos entre mis labios, toco mis pezones, tengo un estremecimiento y dejo salir un suspiro. Disfruto mucho de tocarme los senos grandes y voluptuosos, me calienta particularmente. Allá abajo, entre mis piernas, siento que los labios de mi vagina se están hinchando y mojando.

Una de mis manos baja lentamente por mi vientre, la otra sigue sobre mis pechos. Acaricio mis muslos, por fuera y luego la parte interna. Mi respiración se acelera. Lentamente mis dedos se acercan a los labios de mi vagina, están muy hinchados y mojados. Recorro los pelitos que los rodean, tiro de ellos y exhalo el aire en un gemido mezcla de dolor, mezcla de placer. Abro un poco más las piernas.

La punta de mis dedos recorre mis labios y rozan el clítoris. Me muerdo los labios, mi excitación va en aumento. Trato de resistir todo lo posible pero no puedo más, así que me hundo un dedo en mi concha, luego dos, en seguida tres. Con el pulgar me froto el clítoris.

Estoy empapada. Meto y saco con fuerza mis dedos, simulando una penetración. Mientras pellizco mis pezones acelero los movimientos de mi mano. Nada deseo más en este momento que ser clavada por un hombre. Levanto las caderas, mis gemidos son gritos ya, el orgasmo se aproxima. Retiro mi mano sólo un instante, para probar mis jugos, y me penetro otra vez.

Entonces me volteo violentamente, quedo boca abajo sobre la palma de mi mano y me puedo frotar mejor. Me muevo como si estuviera cabalgando sobre mi pareja, mis pezones se rozan contra la cama, de a ratos empino el trasero como si esperara una penetración desde atrás.

Con la otra mano tomo el consolador y me lo entierro en la vagina, con furia. Así quiero sentirla en este momento. Es un buen aparato, grueso, idéntico a un pene de verdad, con ancha cabeza y las venas marcadas. Sostengo un ritmo rápido, de embestidas fuertes, hundiéndomelo una y otra vez. Hay un sonido como de chapoteo, mi entrepierna es un lago.

Sigo así, así, así, cada vez más fuerte, más rápido, gimiendo más... ya llega, ya llega, todo mi cuerpo se convulsiona, voy a liberar mi primer orgasmo en seis meses...

-Toc, toc, toc.

Me quedo inmóvil un segundo. ¿Fueron golpes en la puerta?

-Toc, toc, toc, toc, toc.

Son golpes en la puerta, sí, cada vez más insistentes. El orgasmo se me queda atragantado, no puedo creerlo. Trato de recuperar el aliento, me pongo una bata sobre mi cuerpo transpirado, desnudo, queexige a gritos una culminación de mi gratificación sexual, y voy caminando con paso inseguro hasta la puerta.

-¿Quién es?

-Soy yo tía, Ernesto, tu sobrino. Disculpame que te moleste, ¿estás durmiendo?

Ernesto, 18 años, hijo de mi hermana. ¿Qué puede querer en mi casa a esta hora? ¿Habrá sucedido algo? Abro la puerta sin pensar y al ver su rostro de sorpresa me doy cuenta que está viendome toda despeinada y enrojecida.

-Perdoname tía, ¿estás ocupada?

-No, no, para nada, pasa, ¿qué sucede? –digo tratando de alisarme los cabellos y cerrando mi bata.

-Nada... pasa que... ¡estoy borracho!

Ernesto se ríe y se le ilumina la cara. Es un chico hermoso, mi sobrino más querido, guapo como pocos y capaz de comprarme sólo con sonreír como lo hace ahora. Salgo de mi embobamiento y reparo en lo que acaba de decirme.

-¿Borracho?

-Sí. Perdoname, no le digas nada a mis padres. Estuve con unos amigos bebiendo aquí cerca, y ahora no tengo ni para el taxi de regreso a casa. ¿Me prestarías algo de dinero?

Lo miro con ternura y le acaricio el cabello.

-Claro que sí, pero será mejor que primero te tomes un café o llegarás a tu casa en estado lamentable y mi hermana no te lo perdonará.

Y aquí estamos los dos, sentados a la mesa, él tomando su café y yo cerrando mi bata que se empeña en abrirse. Pero a la tercera vez que lo descubro espiando mis pechos a través del escote ya no intento cubrirme más. Una idea perversa empieza a nacer en mi cabeza.

-¿Y qué tal ha sido tu noche, además de la borrachera?

-Nada especial.

-Vamos... no me digas que no has estado con ninguna chica...

Hace un gesto de fastidio.

-Las chicas coquetean mucho, prometen todo y al final te dejan sin nada.

-¿De verdad?

-De verdad. Me ha sucedido esta noche sin ir más lejos. Estuve a punto de irme a la cama con una pero al final... bueno, no sé si deba hablar en estos términos...

De modo que mi sobrino también acaba de sufrir una frustración. Puedo imaginarlo, hace apenas un instante estaba con una amiga, manoseándose, excitándose, con su pene endurecido bajo el jean ajustado y de pronto se ha quedado sin nada.

-No sabía que las chicas se comportaban así.

-Ni te imaginas lo que pueden llegar a hacer. Creo que para tener menos problemas empezaré a dedicarme a mujeres mayores.

Ernesto sonríe después de decir esa frase, como tomando conciencia que me la ha dicho a mí, una mujer mayor. Se produce un silencio incómodo. Decididamente está viendo mis pechos ahora. La idea perversa se afirma con más fuerza en mi mente. Mi concha aún está abierta y jugosa, despide un aroma fuerte, y mi cuerpo sigue reclamándome el orgasmo que le birlaron por muy poco. ¿Seré capaz? Me escucho decir:

-Sabes Ernesto, creo que aún con el café la borrachera no se te pasa. Quizá sería mejor que por esta noche te quedes a dormir aquí o tendrás una tremenda discusión con tu madre. Yo la conozco, por algo es mi hermana.

-¿Eso crees? La verdad es mamá que se pone pesada cuando llego en este estado, dice montones de cosas sobre que no tengo edad y así...

-Entonces no se discute más, por esta vez te quedas a dormir aquí y mañana será otro día. En mejor estado te presentas y buscas alguna explicación.

-Ok tía, muchas gracias, de verdad lamento ocasionarte tantas molestias.

-No es nada, todo sea por mi sobrino favorito.

Ernesto me regala otra de sus sonrisas, y su mirada se vuelve a posar en mi escote. La bata sigue entreabierta. Se me debe ver media teta por lo menos, quizá el pezón también si me inclino un poco más hacia adelante. Descruzo mis piernas y sube un aroma a vagina mojada. ¿Llegará a percibirlo?

-¿Y dónde voy a dormir? ¿Hay un sillón o algo?

-Nada de eso -sonrío yo y trato de parecer natural aunque me cuesta. Mi plan sigue en marcha- Podemos dormir los dos en mi cama, es lo suficientemente ancha. ¿O vas a moverte y patearme?

Otra vez sonreímos. Me inclino hacia delante, acaricio maternalmente sus cabellos. Ahora sí, sin dudas, se me ven las tetas por completo. Siento los pezones duros, erectos. ¿En qué terreno me estoy metiendo?

Vamos hasta el dormitorio, y cuando llegamos veo el consolador sobre la cama. Lo recojo con un gesto rápido, sin comentarios. Es seguro que lo vio, pero no dice nada. Dejo que mi sobrino elija el lado que prefiera y me encierro en el baño. Me miro ante el espejo. Mi rostro está encendido. ¿Qué locura estoy por hacer? Elijo un camisón de dormir de seda color natural, tan corto que apenas cubre mi trasero, de tirantes finos y profundo escote. Los pezones se me marcan de inmediato en la seda, mi excitación es inocultable. Decido ser más osada aún, y no me pongo tanga. Que pase lo que tenga que pasar, me digo, salgo del baño y voy hacia la cama.

La borrachera de Ernesto es real, ya está dormido, ocupando casi todo el espacio. Se ha dejado sólo el boxer y me detengo a observar el bulto que hace su pene en reposo. Se le marcan perfectamente los testículos, el tronco y el glande. Con gran esfuerzo resisto el deseo de tocarlo.

Me acuesto a su lado, en un rinconcito de la cama, boca arriba. Mi piel se toca con la de él. Es mi sobrino, pero es un hombre, y hace meses que no siento la presencia de un hombre a mi lado en la cama. Miro su perfil en la sombra, y otra vez el bulto que asoma en su entrepierna. Estoy loca, me digo. Es un chico joven, apuesto, a pesar de sus palabras jamás pensaría en tener algo con una mujer mayor y menos si esa mujer es su tía. ¿En qué estaba pensando cuando lo invité a quedarse a dormir? Mejor olvidarlo todo.

Me duermo con un sueño intranquilo y despierto al rato. Estoy volteada sobre mi lado derecho y Ernesto imita mi posición, pegado a mí como una cuchara a otra. Algo ha cambiado además de nuestra ubicación: uno de sus brazos pasa sobre mi cuerpo, con la mano peligrosamente cerca de mis pechos, y además siento que tiene una erección descomunal. Está dormido, pero ya saben que a los hombres les suele suceder eso. Quizá tiene un sueño erótico.

De la erección no tengo dudas, otra explicación no hay para esa dureza que siento firmemente apoyada contra mi trasero. Descubro además que mi corto camisón se me ha subido un poco, de modo que Ernesto está directamente sobre mi piel.

Toda la excitación vuelve a apoderarse de mí. Me muevo lentamente, como si fuera en sueños, me froto el trasero contra el tronco de carne dura que mi sobrino guarda bajo su boxer. Mis pechos se endurecen, mis pezones van a estallar. El cuerpo pide que le rinda cuentas por aquel orgasmo que no tuve.

Ya no me importa que sea una locura. Giro en la cama, quedo frente a Ernesto, enriedo mis piernas con las suyas y mi concha mojada queda pegada contra su muslo. Me abro el escote, mis tetas libres al fin rozan contra su pecho velludo, mirando su bello rostro dormido muevo las caderas frotandome cada vez con más intensidad.

Siento oleadas de calor, como si tuviera fiebre en todo mi cuerpo. Estoy a punto de alcanzar el orgasmo cuando Ernesto abre los ojos y me mira con incredulidad. No, otra vez no. No voy a quedarme con las ganas.

Tomo su rostro con las dos manos y le doy un beso profundo recorriendo su boca con mi lengua. Él se resiste un poco al principio pero enseguida se abandona y luego responde, tomándome las caderas con las manos. Torpemente, sin dejar de besarlo, le arranco el boxer. Soy todo calentura, nada puede detenerme ya. Le agarro la verga con la mano, está dura como piedra, la guío hacia la entrada de mi concha y me la hundo con un solo movimiento de cintura. Ahh, me quedo sin aire, llena por fin de aquello que tanto deseo.

Me trepo sobre mi sobrino y empiezo a cabalgarlo con furia, desesperada, como una poseída, clavándome una y otra vez en su verga. Le ofrezco mis pechos para que se los coma, los muerda, y él chupa mis pezones con avidez, les da golpecitos de lengua, los estira con los dientes. Yo me muevo adelante y atrás, arriba y abajo, en círculos, frotando mi clítoris contra la base de su pene. Chillando, disfrutando.

Ya no aguanto más. Ernesto lo sabe, es joven pero ya conoce la excitación que provoca en una mujer. Toma mis nalgas, las abre y cierra, las golpea con la mano abierta, vuelve a abrirlas y cerrarlas. Ese jueguito me vuelve loca y con un grito estremecido de placer libero, por fin, el orgasmo. En seguida viene otro, y otro más. Ya casi había olvidado cuántos puedo tener casi sin interrupción.

Los músculos de mi vagina se contraen, aprietan al intruso que tengo bien plantado dentro de mí, llenándome toda. Mi sobrino gime, se queda inmóvil, y se vacía con un grito. Puedo sentir sus chorros de leche directo a mi matriz, y me importa nada si me deja preñada esta noche. Al contrario, con semejante polvo sería un orgullo.

Voy descendiendo lentamente de las alturas a las que me llevaron los orgasmos y empiezo a tomar conciencia de lo que hicimos. ¡Acabo de coger con mi sobrino! Una relación completa, con penetración y eyaculación dentro de mí. ¿Es una locura?

Ya no puedo mirarlo a la cara, vuelvo a ocupar mi rincón en la cama, dándole la espalda, y lo rechazo cuando viene a acariciarme. Estoy confundida pero también agotada, y me duermo. Eso sí, me duermo complacida, sintiendo en mi interior el hermoso movimiento de la leche que escurre.

Despierto a la mañana siguiente. Mi sobrino sigue junto a mí en la cama, tiene los ojos abiertos y me mira con dulzura. Tengo la impresión de que estuvo toda la noche observando mi cuerpo desnudo en reposo, y eso me halaga. Trato de decir algo pero coloca sus dedos sobre mi boca para que haga silencio. Luego los reemplaza por sus labios, y me besa tiernamente. Se acerca a mi oído y dice:

-Nadie tiene nada de qué arrepentirse. Lo deseamos los dos, y lo disfrutamos los dos.

Es un sol, lo adoro. Luego se desliza en la cama y se ubica entre mis piernas. Me da un suave beso en la vagina. Saca su exquisita lengua y empieza a lamerme. Y pierdo la cabeza nuevamente.

Ernesto me chupa la concha como un experto mientras yo me retuerzo en la cama, gimiendo desesperadamente. Me mete un dedo, yo lo acompaño metiéndome otro. Su lengua no descansa. Otro de sus dedos roza mi ano, casi virgen, que muy pocos hombres han gozado.

Levanto las caderas, froto mi vagina contra su rostro. Mi sobrino toma mi mano, elige uno de mis dedos y lo dirige hacia mi ano. Sin dejar de lamerme hace que me penetre yo misma, lo mete y lo saca. Voy a morirme de placer, nunca me había pajeado el culo y ahora descubro que es maravilloso. No resisto más, y tengo otro orgasmo brutal que se lleva todas mis fuerzas.

Ernesto sube y está otra vez a mi lado. Me ofrece su boca, beso sus labios y chupo su lengua recubierta de mis jugos. Con una sonrisa pícara, me dice:

-Yo ya tuve mi desayuno, y fue excelente. Ahora es tu turno.

Bajo hasta su vientre y me encuentro con su poderosa erección. Demoro un instante en observar su hermosa herramienta, que anoche me dio tanto placer. La lamo con delicadeza, recorriéndola varias veces a lo largo. Cuando está toda cubierta de mi saliva me concentro en la cabeza, le doy chuponcitos, mordisquitos suaves. Ernesto emite sonidos roncos de placer.

Empiezo a chupar. Su sabor exquisito me provoca a mamarla más y más, con mayor intensidad. Mi sobrino recoge mis largos cabellos negros, quiere verme cuando se la mamo, quiere verme con su verga en la boca. Yo lo miro a los ojos y sigo chupando. Sí mi amor, claro que sí, mírame con la boca llena de tu carne, acomodo el pene para que se vea que me abulta las mejillas, sigo mirándolo.

Aumento el ritmo de la mamada, más, más, más, Ernesto estira sus largos brazos, atrapa mi cabeza. No temas mi vida, no voy a retirarme, quiero beber hasta la última gota de tu esencia, nada deseo más que te vacíes en mi boca, la llenes de tu leche. Adoro tu verga de hombre, la mejor, la más exquisita que he probado. Te regalo la mejor mamada que te hayan hecho.

Mi sobrino grita algo y ahora sí, dispara varios chorros tibios, cremosos. Los saboreo un poco sobre la lengua y me la trago toda. Ay Ernesto, quiero ser tuya para siempre.

Me deslizo en la cama, busco su abrazo. Toda mi piel está erizada, tiemblo.

-Es mejor que te vayas –le digo.

-Sí, pero regresaré.

Me pregunto si me atreveré a repetir este momento único.

mhjn445@yahoo.com

Mi sobrino. Parte II.

Sigo viviendo experiencias eróticas con mi sobrino de 18 años.

Es el cumpleaños de mi hermana, la madre de Ernesto. Han pasado dos semanas desde aquella noche apasionada que viví con mi sobrino (que les conté en mi anterior relato) y es la primera vez que volvemos a vernos y a hablar. Dicen más nuestros silencios y nuestras miradas que las palabras que intercambiamos, formales, de ocasión, como si existiera entre nosotros un lenguaje secreto que los demás no pueden comprender.

Estamos en la casa de mi hermana, hay clima de fiesta por su cumpleaños. Yo llevo puesto un vestido hermoso aunque nada provocativo. Mi única audacia ha sido no usar sostén y ya estoy algo arrepentida: me parece que todo el mundo se ha dado cuenta y eso me pone un poco incómoda. Algunos ya lo habrán imaginado: es un regalo secreto que le quise hacer a mi sobrino, planeaba que sólo él se diera cuenta de que mis grandes pechos se mueven libres bajo la tela.

Un amigo de mi hermana se me acerca, conversamos, y parece que ya no me lo puedo quitar de encima. Tiene casi 50 años (recuerden, yo tengo 42), está divorciado y le parezco una soltera apetecible. No oculta su interés en llevarme a la cama y empieza a ponerse molesto. Ernesto (18 años) nos observa, se muerde el labio inferior. ¿Está celoso? Sí, no hay dudas, y eso me gusta.

El divorciado pone su rostro muy cerca del mío para hablarme, observa sin disimulo mis pechos mientras sostiene una copa en la mano. Ernesto está cada vez más incómodo, acaso imaginándome desnuda, en la cama, como me tuvo él, pero en brazos de otro.

Nos sentamos a una larga mesa para cenar. Mi sobrino se las ingenia para ocupar una silla a mi lado, yo estoy junto a uno de los extremos de la mesa, el divorciado maduro pierde terreno y ya no nos molesta. Es como si estuviéramos solos.

Apenas puedo concentrarme en lo que se conversa durante la cena. Ernesto apoya una de sus piernas contra la mía, la mueve imperceptiblemente en una disimulada caricia. Mis mejillas se encienden, espero que nadie note mi turbación. Mi sobrino busca cualquier excusa para que su mano roce la mía, o para apoyar su mano en mi espalda. Mi excitación crece. Siento la boca seca, las tetas se me ponen duras, mis pezones están erectos y es una dulce tortura su roce contra la tela del vestido.

Siento calor, y no es por la temperatura del amplio comedor en el que estamos. Observo con disimulo mi pecho y veo mis pezones marcados en el vestido. Ernesto también lo está mirando, me sonríe e intensifica el roce de su pierna contra la mía.

Se hace un poco atrás en la silla y miro fugazmente su entrepiena. Se le marca un bulto importante, el chico tiene una erección. Ya no sólo tengo mis tetas duras, también siento humedad en mi vagina y los labios vaginales hinchados. Llevo puesta una tanga minúscula, está bien metida entre mis nalgas y ejerce cierta presión sobre mi clítoris. Siento deseos de frotarme contra la silla pero tengo miedo de dejar una mancha. Disimuladamente pido disculpas, me levanto y voy al baño.

Cierro la puerta, me levanto el vestido y bajo mis bragas. Están mojadas. Tomo un trocito de papel higiénico y me seco, con un estremecimiento. Otra vez paso mi mano, y otra y otra. La cabeza me da vueltas. Me estoy masturbando en el baño de la casa de mi hermana, excitada por la presencia cercana de mi sobrino. Me meto dos dedos, profundamente, todo lo que puedo. Aprieto los músculos de la vagina. Me muerdo la otra mano para reprimir un gemido. Vuelven a mi mente los recuerdos de esa noche que pasé con mi sobrino, evoco su verga plantada en mí, su manera de moverse, de entrar y salir, su joven cuerpo fuerte cubriendo mi cuerpo maduro, poseyéndome, dominándome, haciéndome sentir mujer plena, total, y luego la vibración final de su semen derramándose dentro de mí, llenándome la concha.

Aquella noche me dormí llena de placer, sintiendo su leche escurrirse. Cuando desperté a la mañana siguiente tenía los muslos mojados y un poco de su jugo blanquecino enredado entre los pelitos de mi vagina. Nunca había gozado tanto.

De pronto vuelvo a tomar conciencia de dónde estoy: en el baño de la casa de mi hermana, masturbándome. No sé cuánto tiempo llevo aquí. Arreglo mi vestido y mi peinado, la marca de mis pezones en la tela del vestido es indisimulable pero ya no me importa. Regreso a la fiesta de cumpleaños.

La cena ha terminado y todos están bailando. Ernesto sale a mi encuentro, se anticipa al divorciado que también me estaba esperando. Bailamos levemente abrazados, acerco al rostro de mi sobrino la mano que hasta hace un momento tuve metida en la vagina. El percibe mi aroma de hembra caliente que la impregna, abre la boca y saca la lengua, intenta chuparme los dedos. Retiro de inmediato la mano y le hago un impercetible gesto de reproche. ¿Cómo va a hacerme algo así delante de todo el mundo? Ah, los jóvenes...

Bailamos largo rato, y Ernesto tiene muchas oportunidades de pegar su cuerpo contra el mío. Apoya su dureza contra mi entrepierna y contra mi trasero todas las veces que puede, está excitadísimo, me acaricia la espalda cada vez con menos disimulo. Mis mejillas están rojas, estoy sudada, ojalá que todos piensen que se debe a la danza y que no descubran mi excitación.

Creo que es hora de irme, o cometeré una locura delante de toda la familia. Me despido de mi hermana, de mi cuñado, del divorciado y de los demás asistentes a la fiesta. Ernesto se apresura a decirme que me llevará hasta mi casa en el auto de su padre hasta mi casa, que nada de taxi, que no debo andar sola de noche.

Mi sobrino conduce sin decir una sola palabra, tampoco yo hablo. No me lleva a mi casa, sino a un sector alto de la ciudad desde el cual se pueden ver todos los edificios iluminados. Supongo que a ese mirador ha llevado a más de una de sus novias, y ha tenido sexo con ellas en este mismo automóvil, quizá en el mismo asiento en el que yo estoy sentada. Detiene el motor y gira su cuerpo hacia mí.

-Tía, yo...

-Ni digas nada, Ernesto. Esto es una locura, es algo imposible, entendés.

-No es imposible si los dos sentimos lo mismo.

Me siento confundida, no puedo creer que a mi edad estoy perdiendo la cabeza por este chico, que además es mi sobrino.

-No sólo se trata de lo que sentimos... –digo, sin saber qué decir.

-¿Cómo que no? ¿De qué se trata entonces?

Ernesto pasa su mano por mi cuello. Cierro los ojos, se me eriza la piel. Ah, cuánto me gusta que me acaricie así.

-Tengo 24 años más que vos... además soy tu tía.

Mi sobrino comienza a desprender lentamente los botones de mi vestido, va descubriendo mis pechos de a poco. Yo estoy paralizada, lo dejo hacer.

-No me importa la diferencia de edad, ni que seas mi tía. Sos la mujer que quiero, la que deseo. Me gusta tu piel, tu cuerpo, tus pechos grandes, tus pezones largos y duros, tu vientre chato.

Sigo con los ojos cerrados, mi respiración cada vez más agitada. Ernesto ya ha dejado mis pechos al descubierto y los acaricia. Ah, esas manos que tiene... Me siento una adolescente sin experiencia. El aire tibio de la noche se cuela entre mis tetas desnudas. Estoy toda erizada, la aureola de mis pezones hinchada, los pezones mismos durísimos, erectos, apuntando al cielo, a los ojos de Ernesto.

-Me enloquece la humedad de tu vagina, el sabor de tus jugos, amo tus jadeos cuando tu cuerpo está debajo del mío, quiero penetrarte otra vez, quiero metértela en ese hueco hermoso entre tus piernas...

-No Ernesto, por favor no debemos hacerlo –susurro entre gemidos.

Mis piernas, involuntariamente, se han abierto. Ernesto sube mi falda, su mano recorre mi muslo, apoya la punta de sus dedos sobre mi bombacha, busca mi clítoris.

-Vos también lo deseás...

-Claro que lo deseo querido mío, pero tengo tantas dudas... sos mi sobrino...

Escucho el ruido de su cremallera bajándose. Ernesto saca su pene magnífico, guía mi mano hacia él, lo toco.

-Ah... es tan hermoso...

Ahora tengo los ojos bien abiertos observando la verga dura de mi sobrino, que se ha bajado por completo los pantalones. Es ancha, apenas más oscura que el resto de su piel y tiene venas que se le marcan a lo largo. Tiro todo el cuero hacia abajo y dejo al descubierto el glande, perfecto, en forma de hongo. Hago presión con mi mano sobre el tronco, aprieto, más, más, bien fuerte. Ernesto gime. El glande se pone morado, se hincha. Subo el cuero hasta que lo cubre, vuelvo a bajarlo. Una gota color ámbar asoma por el ojo único. Es una espléndida barra de carne que se alza, erguida entre una mata de pelos negros.

Mi sobrino apoya su mano en mi nuca e intenta empujar hacia abajo. Quiere una mamada. Claro, yo también deseo tenerlo en mi boca llena de saliva, quiero frotarlo por todo mi rostro, quiero hundírmelo en mi intimidad.

Pero no lo hago. Mi mano lo mantiene firmemente aprisionado, sube y baja el cuero, sube y baja, sube y baja, sube y baja, cada vez más apretado, cada vez más rápido, más rápido, más rápido. Ernesto se reclina hacia atrás, suspira, disfruta la paja que le estoy haciendo y yo disfruto hacérsela. Siempre quise hacerle la paja a un hombre y recién ahora a los 42 años me estoy dando el gusto.

Mientras él acaricia mis tetas, pellizca suavemente mis pezones, yo tomo su verga con las dos manos, subo y bajo el cuero, con más intensidad cada vez. Ahora otra vez con una mano sola. Rápido, rápido, apretando fuerte, rápido, rápido, rápido, cada vez más rápido, ya no puedo seguir con la vista los movimientos acelerados de mi mano.

Otro automóvil se detiene, no muy lejos de donde estamos. Levanto la vista, lo ocupa otra pareja. Veo las siluetas, la chica hace un gesto, se está quitando la blusa. Luego su cabeza desaparece. No me cuesta nada imaginar que está mamando a su novio. El hombre gira la cabeza hacia mí. ¿Puede verme? No lo sé, pero tampoco me molesta que lo haga aunque estoy con las tetas al aire y una verga magnífica entre mi manos. Casi desnuda, una mujer madura y caliente junto a un chico de menos de la mitad de mi edad.

Toda mi mano sigue el movimiento de sube y baja. Mi dedo pulgar roza el glande, lo aprisiona, le paso la uña suavemente. Ernesto lanza un "sssssssssííííí" prolongado y ronco y eyacula. El semen le brota como un volcán, algunas gotas caen sobre mi vestido, otras sobre mi muslo, pero el grueso de su acabada, blanca, lechosa, espesa, queda entre mis dedos.

Sin soltarle la verga que se desincha lentamente en mi mano me acerco y le doy un beso en la boca, un largo beso, profundo, húmedo. Nuestras lenguas se buscan, se persiguen, se enriedan.

-Oh... tía... te adoro... ninguna me habían hecho algo así antes... ufff cuánto placer...

Mis dedos están cubiertos de la leche de mi sobrino. Me da placer sentir su tibieza. Juego con ella, forma hilos gruesos. La esparzo por toda la verga ahora relajada, por los pelos abundantes, por su vientre. Luego no resisto la tentación: me inclino y la recojo toda con la lengua. Hambrienta, chupo sus pelos mojados, el pene fláccido, los huevos ahora vacíos. El sabor del semen de mi sobrino es increíble, me alimenta, me llena de pasión. Ernesto se reclina otra vez.

-Ahhh, estoy en el paraíso... -dice.

También yo, pienso. Limpio por completo la entrepierna de mi sobrino, no dejo ni un rastro de su esperma abundante. Me lo comí todo, está en mi lengua, mi garganta, mi estómago. Con un tierno beso me despido de su pene. Luego me acomodo el vestido (tiene varias manchas blancas, debo llevarlo a la lavandería), meto cuidadosamente mis tetas en el escote, me duelen de sólo tocarlas, parecen más grandes, están duras e hinchadas. Abotono el vestido, me bajo la falda. Tengo un lago entre las piernas, como si hubiera gozado de un orgasmo sin tocarme. Los labios vaginales están hinchados, entreabiertos. Todo el interior del automóvil huele a sexo caliente.

Miro a nuestros "vecinos" del otro automóvil. La chica está cabalgando sobre su novio. El silencio es profundo, creo que escucho sus gemidos.

-Llevame a mi casa, tus padres se van a preocupar si seguís demorando en regresar.

Cuando llegamos a casa, Ernesto hace un último intento.

-Dejame entrar con vos...después invento cualquier cosa para tranquilizar a mis padres.

-Hoy no, mi amor. Ya fue suficiente.

Le doy un ligero beso en los labios. Entro a mi casa temblando de pies a cabeza. Cierro la puerta, me apoyo de espaldas contra ella y huelo mi mano. Esta noche dormiré sintiendo el olor del placer de mi sobrino.

Desnuda, me meto en la cama con una mano entre las piernas. Me muevo, frotándome con lentitud. Voy camino hacia mi placer.

Habrá otra vez con mi sobrino, de eso estoy segura.

mhjn445@yahoo.com

Mi sobrino. Parte III.

Mi entrega es completa, mi sobrino de 18 años ya es el dueño de todo mi cuerpo.

He tenido una noche placentera. Me dormí con el consolador entre las piernas, profundamente clavado en mi vagina, y tuve una cadena de orgasmos. Incluso desperté en medio de la noche, el intruso seguía metido allí y me provocó otro estremecimiento. Ahora, al despertar, veo que se ha deslizado fuera de mi hueco. Los pelos de mi concha están mojados, en la mano aún tengo olor a la leche de mi sobrino de 18 años.

Me doy un largo y relajante baño de inmersión. Después paso crema hidratante por todo mi cuerpo, me visto y salgo con paso resuelto hacia la peluquería. Allí me hacen un corte maravilloso, que realza la belleza de mi rostro.

-¿Querés depilarte también?

Sí, por supuesto que sí.

Paso a un cuarto pequeño, que recuerda un consultorio. Una mujer casi de mi edad (¿recuerdan?, tengo 42), vestida con un delantal como de médico, me saluda y me pregunta qué clase de depilación deseo.

-Completa.

Es la primera vez que voy a hacer esto, nunca antes me había rasurado por completo la vagina. La mujer me pide que me quite la falda. Comienza su trabajo. Estoy tendida en una camilla, muy relajada.

-Si no te molesta, ¿podrías quitarte la tanga también? De otra forma será muy incómodo que haga mi trabajo–me dice al cabo de un rato.

Dudo un segundo. Jamás ninguna mujer vio mi sexo antes. Pero ahora he cambiado. Me quito la tanga y quedo desnuda de la cintura para abajo ante ella.

Aunque el roce de sus manos es mínimo, existe. Empiezo a fantasear. ¿Cómo será tener sexo con otra mujer? ¿Qué sentiré si en este momento hunde sus dedos en mi vagina y me ofrece sus pechos para que los chupe? Por dentro me río, la idea me divierte, aunque es mejor que detenga mis pensamientos. Los labios vaginales se me están hinchando, como me sucede cada vez que estoy excitada, y puede descubrirme.

Los dedos de la depiladora se mueven ágiles, rozando aquí y allá. Me pide que me ponga boca abajo y abra un poco las piernas para extraer unos pocos pelitos que están cerca de mi ano. ¿Será necesario o está exagerando? No me importa, y obedezco.

Ahora sus manos abren mis nalgas, mi hueco más íntimo queda expuesto a su vista. Yo lo conozco bien, me lo he examinado ante un espejo. Tiene un colorcito marrón, se ve bien apretado, rugoso. Pocas veces me han hecho sexo anal, y me ha costado disfrutarlo. Soy casi virgen de allí atrás.

Con una palmadita en las nalgas me anuncia que ha terminado. Giro en la camilla, boca arriba otra vez. La mujer está ruborizada, ¿o lo estoy imaginando? ¿Acaso ella se excitó también? Se le ha desprendido un botón del guardapolvos, tiene tetas pequeñas y puedo verlas por completo, incluso el pezón rosa pálido, a través del escote cuando se agacha hacia mí.

Me acerca un espejo para que vea el resultado de su trabajo. Provocativa, abro mis piernas, examino en detalle mi concha. Quedó excelente, completamente rasurada, con un tinte apenas rosado en mis labios hinchados, abultados, que ahora lucen sin obstáculos. Descubro que la depiladora me observa furtivamente.

-Quedó perfecta, felicitaciones, muy buen trabajo.

-Gracias.

-Me imagino que te habrán elogiado muchas veces, tenés muy buena mano para esto.

-No siempre me felicitan. La mayoría de las que se rasuran por completo son jovencitas, lo hacen para poder usar ropa ajustada sin tanga ni nada. ¿Sabías que andan por la calle así nomás, sin nada debajo? Qué audaces son las jóvenes...

Sonrío, me pongo la falda, tomo la tanga y se la ofrezco como regalo. Sí, sí, voy a salir a la calle sin nada debajo de la ropa. Ella también me sonríe y se queda con mi bombacha entre las manos.

-Ahora soy yo la que te felicita. Es bueno que una mujer a tu edad se atreva a ciertas cosas.

-Fuera tanga, fuera sostén. ¿No es mejor así? Creo que vos pensás igual que yo.

Ella se lleva una mano a los pechos.

-Sostén nunca llevo puesto, pero no es lo mismo. Yo tengo pechos pequeños, en cambio los tuyos... te deben decir muchas cosas en la calle. En cuanto a la tanga... no me atrevo.

-¿Ni siquiera aquí, en tu lugar de trabajo?

Ella duda un segundo. Luego se sube el guardapolvos y se quita la bombacha. Veo fugazmente la mata de pelo que adorna su vagina.

-Tomá –me dice con una sonrisa- Yo me quedo con la tuya, vos con la mía.

Nos despedimos con un beso. Ella apoya sus labios muy cerca de los míos. Hay un brillo extraño en su mirada.

-Voy a regresar pronto –le digo. Queda entre nosotras una promesa de un futuro común, quién sabe qué sucederá entonces.

Salgo a la calle y camino, feliz. Llevo blusa, falda, sandalias, y nada nada nada debajo. Ni siquiera pelitos. Río, me parece que todo el mundo me mira y eso me encanta. La sensación de libertad es total, me siento desnuda. El aire tibio se filtra entre mis piernas.

Llego a casa. Mi sobrino Ernesto está esperándome en la puerta.

-Tía, tenemos que hablar.

Miro a ambos lados de la calle. No hay nadie, lo hago pasar.

Nos sentamos en un amplio y cómodo sillón de la sala. Estamos nerviosos pero hablamos, largo rato, sobre lo que sentimos, lo que implica la relación de una mujer madura con un jovencito, sobre el incesto, los tabúes de la sociedad que se imponen como barreras de hierro en nuestra relación.

Yo estoy sentada en posición de loto en el amplio sillón. Ernesto descubre que puede ver entre mis piernas.

-Tía... te has... te has afeitado por completo...

Yo me río para ocultar mi turbación.

-Sí, acabo de hacerlo. ¿No te parece una locura? Sólo las jovencitas lo hacen...

Por otra respuesta, mi sobrino intenta lanzarse de cabeza hacia mi entrepierna. Lo detengo.

-No... lo haremos a mi modo...

Me pongo de pie, inclinada sobre mi sobrino. Le desprendo el cinturón, bajo la cremallera, le quito los pantalones. Luego su camisa. Allí está, desnudo para mí, con su pene magnífico apuntando al cielo, duro, erguido, amenazante, tierno.

Sigo de pie, con las piernas separadas, alta sobre mis sandalias de taco, las piernas de mi sobrino entre las mías. Aún no me he quitado la ropa.

-Mastúrbate.

Ernesto me obedece. Frota su verga con lentitud, nos miramos fijamente a los ojos. A medida que avanza con su paja, desprendo los botones de mi blusa, uno a no, con paciencia infinita, descubriendo a cada paso un centímetro cuadrado más de la piel de mis tetas.

Ya todos los botones están desprendidos, pero no me quito la blusa. Amaso mis tetas, moviendo mis caderas, inventando una danza erótica para él. Me mojo la punta de los dedos con saliva y aprieto mis pezones. Eso me provoca un gemido. Paso la lengua por mis labios.

Ernesto sigue masturbándose, sin quitarme los ojos de encima. Lentamente subo mi falda, poco a poco, la bajo de golpe y vuelvo a subirla. Quiero enloquecerlo, y lo estoy logrando.

-Tía... me vas a hacer acabar...

-Aún no... controlate...

Subo por completo mi falda. Mi concha depilada queda expuesta. Doy un paso hacia él, adelanto mi cadera, echo el tronco de mi cuerpo hacia atrás. Con mis dedos abro los labios mayores de la vagina, mi clítoris queda a un centímetro del rostro de Ernesto.

Cuando apoya su lengua en mi clítoris lanzo un ronco bramido de placer.

-Ahhhhhhhh.

Es como un rayo de electricidad que atraviesa mi cuerpo y lo fulmina. Sin dejar de masturbarse, mi sobrino apoya su boca en mi concha, me besa, como si fuera otra boca. Su lengua trabaja, incansable. Estoy llena de jugos. Desesperada por la excitación tomo su cabeza con las manos y lo empujo más contra mi entrepierna.

-Así mi amor... así.... chupame la concha así.... mmmmmmm

No resisto mucho más. Gimiendo, gritando, insultando, libero un orgasmo tremendo. Me tiemblan las piernas.

Doy uno o dos pasos atrás, para reponerme. Ernesto sigue sobando su verga, está más grande que nunca. Yo me acaricio la concha, recorro la raja, hundo mis dedos en ella.

-Metete más dedos... más.

Obedezco. Tengo dos, meto tres... cuatro con algo de esfuerzo. Sólo el pulgar queda afuera, lo aplico sobre mi clítoris.

-Ahhh querido... nadie me hace mojar así...

No resisto más tiempo de pie. Me siento sobre sus piernas. Su verga enorme queda junto a mi vagina. Abro otra vez los labios con mis dedos para que frote el clítoris con su tronco.

Tomo con mi mano el sexo duro de mi sobrino y lo apoyo fuerte contra mi clítoris, le doy golpecitos. Estoy ardiendo, como si tuviera fiebre. Mis jugos me inundan.

Me incorporo un poco, siempre manteniendo firmemente apretada en mi mano la verga de Ernesto. La guío hacia la entrada de mi concha. Allí la dejo, quieta, expectante, el glande acomodado en la entrada a mi intimidad. No nos movemos.

Y entonces, de un golpe... zassss me dejo caer y me ensarto toda, de una vez.

-Ahhhhhhhh.

Gritamos los dos. Siento que me desgarra, aunque estoy tan abierta y mojada que eso es imposible. Su verga entra de un golpe en mi vagina, hasta la base. Sólo los huevos están afuera. Desesperada, me muevo como una poseída. Hacia delante, atrás, en círculos, arriba, abajo. Una cabalgata bestial. Ernesto aúlla, grita, me muerde las tetas, me hace doler.

No sé por qué me salen las palabras que digo:

-Así hijo mío, cojeme así.

Y Ernesto me responde.

-Sí mami, así te cojo, así te rompo la concha. Cométela toda.

-Sí hijo sí... me acabo en tu vergaaaaaa....

Y tengo otro orgasmo descomunal que casi me deja desmayada.

Pierdo la conciencia por unos instantes. Cuando vuelvo en mí estoy reclinada sobre el pecho de mi sobrino, abrazada a él, mis tetas suben y bajan por mi respiración agitada. Toda su verga sigue plantada en mí, firme, fuerte.

-¿Acabaste mi vida?

-No... aún no...

Ernesto me ayuda a cambiar de posición. Su pene no termina nunca de salir de mi vagina. Quedo hecha un ovillo en el sillón, y mi sobrino me cubre de besos. Es increíble lo tierno que puede ser, y al mismo tiempo tan macho. Es el hombre ideal.

Me hace mover en el sillón para darme más besos. Quedo de rodillas sobre el asiento, el pecho apoyado en el respaldo. Ernesto se acomoda detrás de mí, su pecho velludo apoyado en mi espalda. Todo su cuerpo grande, fuerte, cubre el mío que es más pequeño.

En la posición en que estamos, su pene erecto está apoyado en mis nalgas. Con infinita delicadeza lo acomoda entre ellas. El glande hinchado, en forma de hongo, se apoya contra el hueco de mi ano.

No digo nada, pero estoy tensa. Ernesto mueve sus caderas, empuja un poco hacia delante.

-No querido... así no por favor –suplico.

-Confiá en mí, tía... confiá en mí.

Suspiro. Claro que quiero confiar. Pero sigo en alerta. Ernesto empuja un poco más. El glande poderoso ni siquiera ha entrado un poquito pero ya siento dolor.

-Ay.

-Relajate tía, ponete flojita, bien relajada.

Lo intento. Aflojo todo mi cuerpo. En especial trato de controlar mi esfínter, procuro que no esté tan apretado ante la presencia del intruso que quiere invadirlo. El cuerpo de Ernesto sigue recostado sobre el mío, sólo sus caderas se mueven en una especie de danza del vientre. A cada movimiento, su pene hace más presión sobre mi ano.

Se escucha una especie de chasquido húmedo. Grito de dolor. La cabeza ancha comienza a entrar. Empieza a vencer mi resistencia. La boca de Ernesto está junto a mi oreja. Me pide "shhhh", trata de tranquilizarme.

Pongo firme mi trasero, porque en cada empujón de mi sobrino lo lleva hacia delante y dificulta aún más la penetración. Hago fuerza hacia atrás. Me empiezo a clavar yo solita.

-Relajate tía... la cabeza es lo que más cuesta... después viene el placer...

No sé por qué otra vez me sale llamarlo así.

-Ay hijito mío... me duele mucho... me matássss....

Ernesto mete su lengua en mi oreja. Sus manos están aferradas al respaldo del sillón para afirmarse mejor. Sigue empujando con los movimientos de su cadera. Retrocede un poco, enseguida vuelve a avanzar. Gana terreno, va abriéndome más y más a cada paso.

-Lo estás haciendo bien mami... relajate... sentí mi carne... sentí mi carne dentro tuyo...

Un empujón más fuerte. Siento entrar cada centímetro de su barra de carne dura, abriendo mi esfínter, derrotando su resistencia, destruyendo su virginidad. Casi puedo sentir los pliegues que retroceden a medida que son vencidos y dejan paso al instrumento victorioso que busca avanzar hasta el fondo de mi ser.

-Aggggghhhhhh cuánto me duele.... agggggghhhhhhhh

Mis gritos ya son de escándalo, deben escucharse en todo el vecindario. Muerdo el sillón, clavo mis uñas en el respaldo, los ojos se me ponen en blanco. Siento la boca seca, me paso la lengua por los labios. Por momentos hasta me falta el aire.

-Ya está casi toda adentro... ¿querés que la saque?

-Noooooo..... aggggghhhhhh.... seguí.... aunque me muera la quiero toda.... aaaagggghhhhh...

Ernesto me susurra cosas calientes al oído.

-Tía querida, mi amor... qué hermoso orto tenés... desde la primera vez que quiero romperte el culo... y ahora te lo estoy rompiendo... te estás comiendo toda mi verga... ahhh cuánto te amo... estoy rompiendo el mejor culo del mundo...

Llevo una de mis manos hacia atrás para comprobar cuánto falta entrar. Apenas unos centímetros. Compruebo que hay mucha humedad, Ernesto fue dejando caer saliva sobre su tronco a medida que avanzaba.

-Ahhhhh.

Con un grito victorioso, Ernesto me anuncia que entró toda. Completa, absoluta. Nada de su verga quedó afuera. Los pelos de la base rozan mis nalgas. Me enculó toda, sin resquicio. Así tomada como me tiene desde atrás me abraza, sus poderosas piernas están pegadas contra la parte posterior de mis muslos, su pecho sobre mi espalda, sus brazos rodeándome. Me toma la cara, la gira para que quedemos viéndonos, me besa profundamente en la boca, me pasa la lengua ancha por todo el rostro, me lame, me moja.

-Me la metiste toda mi amor –le digo con lágrimas en los ojos.

-Toda mami... la tenés toda metida en el culo.

-Te amo.

Nos quedámos inmóviles. Siento un ardor intenso, el culo me palpita y esas contracciones involuntarias aprietan más y más la verga de mi sobrino. El empieza un lento vaivén, sólo con sus caderas.

-Ahhhh... hijo mío...

-Sentí la bombeada... la sentís mami...

¿Como hacer para no sentirla? Ernesto me bombea verga por el culo y yo ya no siento el dolor imposible del comienzo. Al contrario, estoy disfrutándolo.

-Ahhh... seguí mi amor... seguí así... ahora sí me gusta... ahhhh cuánto placer me das...

Me bombea cada vez más fuerte, más intenso. Siento su verga hasta lo más profundo de los intestinos, se mueve a su antojo por el canal del recto, me abrió como un túnel y por él entra y sale con comodidad.

Los movimientos de Ernesto son cada vez más intensos, más profundos. La saca por completo y la vuelve a meter de un golpe. Grito, pero ahora es de placer. Vuelve a sacarla toda, abre mis nalgas con sus manos, escupe en el hueco terriblemente abierto de mi ano y me clava otra vez, con violencia. Ya no es el chico tierno, es el macho dominador que somete a su hembra, loco de calentura.

Lo dejo hacer. Le entrego mi cuerpo. Es mi dueño, que haga con él lo que quiera. Estoy vencida, conquistada, al mismo tiempo llena de placer. Me siento plena, completa. Gozo igual que él con su triunfo, su conquista. Me encantan sus palabras fuertes, que me diga que me rompe el culo, comparto su orgullo por su verga vencedora que domina todos mis agujeros. Me encanta sentirme así abierta para él. Ojalá el hoyo del ano no se me cierre nunca, como recuerdo de este momento único.

Con un grito, Ernesto acaba. Me toma de las caderas, la mete a fondo, increíblemente a fondo, tanto que me corta la respiración, y se queda inmóvil. Estoy tan dilatada que siento las contracciones de su verga eyaculando, disparando sus chorros, llenando mis intestinos de leche.Yo también tengo un orgasmo aunque ni siquiera me rocé el clítoris. Gemimos, aullamos, nuestra piel, nuestra carne, nuestros jugos, son uno solo.

Mi sobrino retira lentamente su tronco de carne de mi hueco. Estoy agotada, el corazón me salta desbocado en el pecho. Quedamos abrazados en el sillón, recuperándonos. Tiemblo de la excitación, mi piel está erizada, un roce en mis pezones me pone al borde de otro orgasmo. Este chico me está volviendo loca. He cometido incesto. Pero, ¿cómo rechazar tanto placer?

Acaricio su verga ahora en reposo. El glande está rojizo, como irritado después de tanto esfuerzo. Siento las palpitaciones de mi ano cerrándose poco a poco, y el líquido espeso que fluye desde el interior de mis intestinos y me humedece las nalgas. La sensación de ser penetrada por detrás me durará varias horas.

-Sos hermosa –me dice, acariciando con suavidad mis tetas estremecidas.

Me digo que ya no tiene sentido luchar contra lo que sentimos.

-Vení, vamos a mi cama –lo invito.

Sí. Quiero que me coja otra vez.

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