Mi sobrina y yo 8 (parte 1)

Mi sobrina se atragantó por la cantidad de semen que llegó a tragar. Le salía leche por la nariz. Le goteaba por las tetas hasta el ombligo. Todo y con eso nos seguía pajeando con las manos y rechupando los dos capullos a la vez.

Mi sobrina y yo 8

vacaciones en el trópico (parte 1)

por Ramón Fons

Le prometí a mi esposa un viaje a alguna isla exótica para celebrar la venta de tres cuadros de gran formato expuestos en la galería de París. El propietario de una cadena de hoteles se encaprichó de las obras y no dudó en pagar la fortuna que Luca, mi marchante, le pidió.

Recuerdo aquella mañana en que Luca me dio la noticia por teléfono. Era un domingo de agosto a las cinco de la tarde. Le siesta es sagrada en mi casa.

  • ¿Quién era a esas horas tío? - preguntó mi sobrina.

-Cosas de trabajo. Sigue durmiendo corazón – respondí ladeando la cabeza para que le llegara mejor mi voz. Sorprendido por lo que veían mis ojos me incorporé en la tumbona.

Mi sobrina tomando el sol en una postura curiosa. Perecía estar rezando de cara a la Cuenca, que no se si era por allí o no, pero el sol le daba en trasero. De rodillas sobre la tumbona y agachada hacia delante, apoyada sobre los antebrazos y el culo muy muy empinado. Las piernas algo separadas dejaban ver el laberinto que forman sus labios vaginales e incluso algún surco de su ano. Era una visión mágica.

-¿Qué haces saludando al sol de espaldas? ¿O es que hay algún vecino fisgando?

-¡Cómo eres tío! No hay nadie mirando. Que siempre quedan rayas blancas debajo de las nalgas.

-Pues me encanta esta postura. Si no te mueves te lo como por detrás.

-Dejate de tonterías que ahora no toca.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. El precio me pareció abusivo.

-Es el mercado quien marca las cantidades – dijo tajante.

Me desperté de madrugada, inquieto. Varios chapuzones y muchos cafés intentaron desviar mi atención pero hasta que mi sobrina apareció desnuda en el jardín no dejé de pensar en los cuadros.

-Buenos días, corazón – Me besó los labios.

-¿Y la tía?

  • Sigue en la cama. Ahora le subiré el desayuno.

-Ponle una flor - me dijo guiñando un ojo.

-Si tardo, ya sabes. Habrá sido tu flor.

Mi esposa bajó a la piscina. Me volvió a dar los buenos días con otro beso en los labios. Mi sobrina acercó los suyos y fue un beso a tres.

Estaba radiante. Dormir le sienta de maravilla.

Me encanta el cuerpo desnudo de mi esposa. Es quince años más joven que yo. Bien formada. Uno setenta, con suaves curvas. Ojos verdes. Pelo rubio oscuro, algo ondulado, largo a media espalda. Tiene el pecho precioso. Usa una noventa de copa grande. Suele llevar el sexo rasurado y en ocasiones le hago algún dibujo a modo de tatuaje. En casa somos liberales por convicción.

Se lanzó a la piscina y mi sobrina fue tras ella.

Era una gozada verlas juguetear como niñas.

La idea de la piscina fue de mi esposa. Da mucho trabajo y se aprovecha poco. Pero ella quería una casa con piscina y la seguiremos pagando unos cuantos cuadros más.

Nunca imaginé que tener una pequeña galería de arte en París me daría tanta visibilidad. Claro que el mérito de Luca es innegable.

En la comida les daría la noticia de la venta millonaria.

-¡Chicas, no os perdáis ese cuerpazo de dios del Olimpo! -dije abriendo los brazos subido en el pequeño trampolín.

Cuerpazo... Bueno, mido uno ochenta y tres y peso noventa kilos. Siempre digo que me pesan los huesos, fuerte y con músculo pero sin pasarse. El deporte sigue manteniéndome en forma. El pelo más plateado que oscuro me gusta llevarlo corto. No es que sea Apolo, pero... no me quejo.

Cogí impulso mientras las observaba.

Estaban animándome – De cabeza – decía una – De voltereta - dijo la otra. - Mira como le salta la polla- observó mi esposa.

En el tercer saltito para impulsarme di un resbalón y me pegué una hostia de mil cojones.

Me sacaron del agua y me tumbaron en el suelo. Mi esposa se descojonba y mi sobrina se meaba de la risa.

-Mira que eres gilipollas, tío.

-Esas cosas te pasa por hacerte el jovencito. Ya no estás para esas tonterías, Román – decía mi esposa sin dejar de reír.

Por lo visto las figuras que dibujé en el aire hasta golpearme con el trampolín fueron de Rudolf Nuréyev.

Una nalga enrojeció cosa seria y al rato la pierna izquierda comenzó a hincharse.

Tras enseñar el culo a tres enfermeras y dos doctores, me recetaron calmantes, antiinflamatorios, una crema y cama boca abajo hasta que desaparecieran los hematomas.

De sexo no dijeron nada pero era evidente que me abstendría unos días.

Pasaron tres días y el dolor desapareció, pero la pierna seguía hinchada y el culo morado.

-Tío, ¿quieres que te pongamos cachondo? – preguntó con cara de putilla – ¿Si quieres te montamos un show la tía y yo?

-¿Tu crees que tu tío está pata tonterías? – añadió mi esposa.

Aquella tarde no la olvidaré.

Me sacaron de la cama y me bajaron al salón donde me tumbaron en el sofá boca a bajo con los brazos y la barbilla sobre el apoya brazos. Parecía que me había caído del piso de arriba.

Tía y sobrina desaparecieron unos minutos.

Apareció mi sobrina vestida con un disfraz de asistenta sexy. Un pequeño delantal negro con puntilla blanca y una cofia a juego. Se puso una peluca de pelo negro y esgrimía un plumero en el que creí ver un consolador como mango. Lo movía con gracia quitando el polvo del equipo de música a la vez que balanceaba las caderas.

Estaba muy graciosa. Me miraba de reojo mientras se chupaba un dedo.

Mi sobrina es una chica preciosa. Alta, rubia con el pelo largo y algo ondulado. Los labios como su madre, carnosos, grandes, sensuales. Los ojos azul verdoso como los míos. Me recuerda a Lady Gaga pero mucho más guapa. Sus pechos son increíbles. El tamaño justo para que no estorben en ninguna postura y los pezones duros y casi siempre erectos. Cuando no lleva sujetador suelen escandalizar.

Mi esposa apareció desde el jardín vestida con un pareo atado al cuello y se encaminó hacia la asistenta. El pareo era de atrezo como el uniforme de asistenta porque en casa vamos todos desnudos, si el tiempo lo permite, claro.

-¡Eres una ladrona! - le gritaba - ¡devuélveme ahora mismo el piercing que me has robado!

-Yo no he robado nada, señora. No se de que me habla.

-¡Túmbate en el sofá y muéstrame el piercing que me has robado!

La empujó y rebuscó bajo el delantal de la asistenta. Ésta se revelaba y forcejeaban las dos.

-¡Ves como eres una ladrona! Ese piercing es mío y te lo voy a arrancar.

Comenzó a manosearle el sexo mientras le decía barbaridades obscenas.

Mi sobrina se acomodó de manera que mi visión de la escena fuera la más adecuada.

El sofá está frente al que yo permanecía tumbado de modo que era visible hasta el mínimo detalle.

Mi esposa añadió la lengua a los dedos que simulaban buscar el inexistente objeto.

Veía como subía y bajaba la punta de la lengua por toda la vulva de su sobrina. En ocasiones ejercía más presión y desaparecía entre los labios.

Mi sobrina alzó las piernas y las separó todo lo que le fue posible agarrándose a los altos tacones para que su tía pudiera comerle mejor el empapado coño de veinteañera. Me favoreció también de la postura.

La nariz de mi esposa apretaba el glande del clítoris de su sobrina y le penetraba con la lengua. Mi esposa es una de las afortunadas en longitud y habilidad lingual. Ahora le introducía la lengua contraída en forma de cilindro a modo de pene y la hacía girar en su interior. Entraba y salía despacio. La nariz se movía a derecha e izquierda dando un placer extra a la penetración.

Mi sobrina intentaba no moverse pero le era imposible. El arqueo de sus caderas hizo que se soltara de los tacones quedando despatarrada sobre el sofá. Su tía salió de dentro de ella y abordó los erectos pezones de su sobrina quien a su vez deslizó las manos para encontrar el sexo de su tía.

Las dos bocas se fundieron en un beso y las manos de mi sobrina se perdieron entre los labios y oquedades íntimas de su tía.

Yo estaba desesperado. Intentaba colocarme de lado para liberar el dolorido pene pero si lo conseguía quedaba de espaldas a ellas. Mantuve la postura pero conseguí ladear la cabeza y cuando me volví a centrar en el espectáculo ya habían cambiado de posiciones.

Mi esposa de rodillas sobre el sofá con el cuerpo inclinado y recostado sobre un almohadón y con el culo en pompa. Su sobrina le abría las nalgas para deslizar la lengua por todos los surcos que iba encontrando.

-¡Te está gustando, amor ?– preguntó a su tía. No obtuvo respuesta.

-A mí si. Me encanta sufrir – respondí.

Rieron las dos.

Los chasquidos que producían los dedos apretando el punto G y el H así como la lengua al lamer, entrar y salir del coño se su tía me volvían loco.

Ahora era mi sobrina quien estaba situada de rodillas y algo abalanzada detrás de su tía dándome literalmente el culo. Alargué una mano con la esperanza de llegar a él. Mi esposa vio la acción y rió antes de soltar un gemido colosal y salpicar todo lo salpicable.

Su sobrina se puso debajo de su coño para beber lo que aún iba saliendo de aquella maravilla de la humanidad sin dejar de mover los dedos de dentro de mi esposa.

Sintió la llegada de otro orgasmo y tuvo la deferencia de levantarse del sofá, acercar su sexo a mi cara y que mi sobrina desde detrás la siguiera masturbando hasta que por fin se corrió en mi cara. Alargué la lengua y conseguí lamerle los labios empapados. Mi sobrina se puso debajo y terminó de absorber los flujos de su tía y acercando su boca a la mía los compartimos en un incómodo pero agradable beso.

Mi sobrina tuvo una brillante idea.

Ya colocados los dos sofás encarados el uno con el otro a modo de doble cama y dejando una separación de unos cincuenta centímetros entre ellos, me colocaron boca abajo con mis genitales colgando en el espacio de la separación. Primero una y luego la otra, tumbadas en el suelo me tocaron, lamieron y chuparon hasta matarme de placer.

Cuando terminaron conmigo se marcaron una tijera con muchos gritos. La hicieron en los sofás de modo que algo pude tocar.

Días después, en la cena, di la sorpresa a mi esposa.

Esgrimí la tablet con las reservas del avión y el hotel

-¡Vaya suerte tía! - comenzó a decir mi sobrina – vacaciones en una isla virgen.

-Pues creo que va a ser que no – dijo mi esposa al ver las fechas de las reservas – estos días estaré en Canadá. Tenemos la Cumbre del Medio Ambiente y asistirá Greta.

-Pero no te preocupes, me uniré a vosotros tres días más tarde.

-Eso quiere decir que iré yo también, tía?

Mi esposa es agregada de las ONMA (Organización de Naciones para el Medio Ambiente) y se pasa la vida entre aviones, conferencias y hoteles.

Estando aún acostados, oímos el sonido de un silbato que se repetía. Era la canoa que nos traía el desayuno.

Salimos a la terraza donde había un pequeño amarre y ayudé a colocar el cabo. Un hombre de color vestido de blanco traía varias bandejas con frutas y diversas viandas. Las dejó en el comedor y se presentó.

Dijo llamarse Pierre y sería nuestro mayordomo en la villa.

A mi sobrina le gustó el hombre. Unos treinta y muchos años. Alto de piel marrón oscuro.

El conjunto de cabañas privadas sobre el agua se unía mediante pasarelas hasta una que era la principal que conducía al centro del complejo donde se situaban los restaurantes, sala de fiesta y demás servicios comunes. De las cocinas de allí salían los víveres que si los encargabas te llevaban en la canoa y tu mayordomo asignado te preparaba.

-Pierre me pone cachonda – me dijo en la piscina privada.

-Pues tú también a él. Mírale ahora mismo está empalmado como un caballo.

Mi sobrina estaba sobre una tumbona blanca con las piernas totalmente abiertas y los pies apoyados a cada lado. Casi le asomaban los labios por los lados del tanga rojo. El sujetador de cortinilla lo llevaba apartado a los extremos mostrando algo de sus pezones.

-Sabes, tío, me excita muchísimo como me mira ese hombre – dijo levantándose y entrando a la habitación.

Le dije a Pierre que tomara asiento y que se relajara que no necesitábamos de sus servicios hasta la comida, incluso si quería podía ir al complejo. Ya le llamaríamos – negó con la cabeza.

-Aquí estoy muy bien, gracias.

Pasaron unos minutos y mi sobrina regresó a la piscina envuelta en un pareo multicolor. Dio un par de vueltas mostrando la prenda a modo de desfile de modelos. Me incorporé para verla mejor. Pierre, para verla con más claridad, tapó el sol con la mano.

Al terminar el desfile saludó haciendo una flexión de rodilla con los brazos abiertos. Pierre al ver que yo aplaudía se unió tímidamente.

No habían cesado los aplausos cuando desanudó el pareo y dejó que resbalara por su cuerpo hasta caer al suelo. Seguí aplaudiendo con más ímpetu si cabe.

Pierre dejó de aplaudir y se colocó unas gafas oscuras para disimular su mirada.

Lo que no pudo disimular fue su erección.

Mi sobrina ya tumbada, desnuda por completo, con los pezones a reventar por lo excitada que estaba, llamó a Pierre.

El mayordomo acudió al momento y a cierta distancia, sin quitarse las gafas de sol, esperó la orden.

-¿Me puedes servir un copa de champagne?

-Claro señora.

Y entró en la casa.

-¿Te ha gustado tío?

-A él creo que más. Y no me llames tío. Soy tu esposo. Román – dije.

-Está bien esposo mío.

-Hoy no le hagas sufrir más. Tengo una idea para que juegues mañana.

Por la tarde dimos un largo paseo en cayac para ver la puesta de sol desde mar adentro.

Durante el trayecto le conté a mi sobrina mi idea para jugar con el mayordomo.

Llegó Pierre con los desayunos que sirvió en la terraza.

Mientras me tomaba el segundo café mi sobrina salía de la ducha envuelta en una toalla algo escasa y con otra frotándose el pelo cuando en un descuido tropezó con una mesita. Un horrible jarrón cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.

Pierre quedó blanco. Mi sobrina pidiendo perdón y yo enfurecido la atraje hacia mí y la coloque sobre mis piernas diciendo que la iba a azotar. Pierre recogía los trozos y miraba de soslayo.

Al estar reclinada la toalla mostraba media nalga de manera que Pierre desde su posición veía claramente el culo de la chica. Comencé a darle palmadas y a pronunciar insultos. El mayordomo se encontraba a escasos tres metros arrodillado y con una escoba que parecida a una brocha hacía ver que recogía el estropicio pero su mirada estaba anclada en el culo de mi sobrina. Decidí subir más la toalla para deleite del hombre. Ya tenía las nalgas enrojecidas.

-Como responsable del hotel deberías impartirle el castigo también tú, Pierre – le dije en tono de orden.

Dudó. Se le veía intranquilo. La cabeza le decía que no podía tocarle el culo a una clienta. La polla le decía que el marido de aquel culo le estaba ordenando que le cacheteara.

Pensó en las consecuencias. Si no obedezco podrían perjudicarme con cualquier escusa. Si obedezco...

  • ¡Esa mujer necesita un castigo para que aprenda a comportarse! – grité.

Se acercó de rodillas sin levantarse. Me miró a los ojos y con la cabeza le indiqué que comenzara.

Un cachete tímido que me enfureció. Le mostré la intensidad. Le gustó a mi sobrina, a él le encantó.

Yo separaba las nalgas para mostrarle el coño y el agujero del culo. Pierre me miraba de reojo. Deslicé un dedo por la raja hasta llegar perderse dentro de ella.

-Sigue azotándola – ordené – yo también la estoy castigando.

Las nalgas de mi sobrina estaban tan enrojecidas que me asusté.

Le pedí a Pierre que trajera crema hidratante. La trajo.

Tiré de la toalla y la dejé desnuda. Apreté el tubo de crema y rocié las nalgas de mi sobrina. Le ordené que extendiera la crema. Suspiró y comenzó a masajear tímidamente las nalgas esparciendo la crema.

-¡Más energía! ¡Con más pasión! – le dije mientras le indicaba donde tenía que incidir.

Mi sobrina abrió las piernas lo suficiente para que cupieran mis manos y las de Pierre.

Cada vez los dedos del mayordomo se acercaban más al coño de la chica que los esperaba impaciente. Los guié hasta allí. También yo jugué con aquellos maravillosos labios húmedos y brillantes.

Pierre perdió la vergüenza y comenzó a dar placer a mi sobrina y por ende a mí. Le frotaba el clítoris con maestría. Ella abrió más las piernas acomodándose sobre las mías. Puse la mano en la nuca del mayordomo y le incliné hasta que sus labios besaron el sexo de mi sobrina. Le comió el coño desde detrás con delirio. Ella chillaba de placer hasta que se dio la vuelta ofreciéndole el cuerpo entero.

Pierre se puso en pié y me miró. Ladeó la cabeza señalando el dormitorio y agarró en volandas a mi sobrina y la llevó a la cama donde la dejó caer. En un visto y no visto se desnudó y abalanzó sobre ella para seguir chupándole el coño.

Me senté junto a ellos y observé las evoluciones de aquella lengua experta en dar placer a un mujer.

Mi sobrina gemía de gusto mientras me acariciaba el pene erecto.

Pierre me pidió permiso con la mirada. Asentí. Le fue fácil introducir la polla dentro de mi sobrina. Tenía el coño babeado y encharcado de flujos.

Mientras él bombeaba yo le comía los pechos. Luego el mayordomo la sacó y cambiando de posición se la puso en la boca. Mi sobrina succionaba con brío la enorme y negra polla del mayordomo. Yo ocupé su sitio y comencé a follar por primera vez a mi sobrina haciéndose pasar por mi esposa. Le di tres orgasmos con la polla de Pierre en la boca.

Comencé a trabajarle el ano. Era fácil abrirlo. Lo tenía entrenado. Se la metí por el culo un buen rato.

Me pidió que se le pusiera también en la boca.

Mi polla rozando con la del mayordomo me daba mucho morbo. A mi sobrina también que con una mano nos tocaba los huevos y con la otra se destrozaba el clítoris. Yo estaba a punto de vaciarme en la boca de mi sobrina mientras nos las comía a la vez. Cosas del azar, nos corrimos a la vez Pierre y yo. Mi sobrina se atragantó de la cantidad de semen que llegó a tragar. Le salía leche por la nariz. Le goteaba por las tetas hasta el ombligo. Todo y con eso nos seguía pajeando con las manos y rechupando los dos capullos a la vez.

Mi sobrina dio por terminada la fiesta y se fue a la ducha. Momentos después aparecimos los dos para enjabonarla. Y regalarle dos orgasmos más.

Mientras soltaba amarras le pedí a Pierre que preparar para dentro de dos días una excursión en barco a alguna isla solitaria.

-¿Quiere compañía?– preguntó en voz baja mirando a mi sobrina que salía para despedirse.

Imaginé que se refería a la presencia de algún amigo suyo.

-Vendrá una amiga – le comenté.

-¿Usted y dos mujeres?

-Tú mismo, pero que sea una sorpresa. Ya sabes lo que nos gusta.

Levantó el pulgar.

Pero ésto es otro relato.