Mi sobrina y yo 4
Mi sobrina se tumbó con la cabeza colgando fuera de la cama para que le pusiéramos las dos pollas en la boca mientras que María le machacaba el coño con la polla del negro.
Mi sobrina y yo 4
La ventana indiscreta
por Román Fons
Cómo pasa el tiempo. Perece que fue ayer cuando vino para celebrar los dieciocho años. Pensé mientras les servía el postre a mi sobrina y a mi esposa.
-Si tío, y ya son veinte
-Aunque sigue pareciendo que tienes quince. Por ti no pasa el tiempo – observó mi esposa.
Cafés, chupitos y un rato de relax en las tumbonas de la terraza. Los clientes del hotel de enfrene o seguían comiendo o ya estaban en la playa, de modo que nadie se alteraría al ver a una familia nudista tomando el sol en la terraza.
Mi esposa y mi sobrina se durmieron. Yo ya tenía bastante sol en el cuerpo y entré a recoger la mesa y cargar el lavavajillas.
Cuando salí para retirar las tazas del café de la mesa de la terraza vi a dos chicas en la ventana de la habitación de enfrente, en el hotel. Estaban apoyadas en la baranda fumando. Una en bañador y la otra en bikini.
Me vieron y no se inmutaron. Seguí con mis quehaceres domésticos. Pasados unos minutos volví a la tumbona. Ya sentado encendí un cigarrillo y sin querer la vista me fue a la habitación del hotel.
La ventana seguía abierta y las cortinas descorridas dejando ver a las dos chicas desnudas tumbadas en la cama. Una, la que parecía mayor, no dormía, la otra sí.
Se incorporó para alcanzar un cigarrillo y me volvió a ver desnudo tomando el sol.
Ahora si noté que me miraba con atención. Le levanté las cejas a modo de saludo. Ella me sonrió.
Era lunes y finales de septiembre. El edificio estaba ya casi vació. De las terrazas que dan al hotel la única habitada es la nuestra. De un edificio al otro los separan unos escasos cinco metros que es lo que mide la callejuela del centro histórico del pueblo marinero. Al estar como un metro más alto, mi apartamento ofrece una vista algo picada del interior del dormitorio del hotel. De esa manera se ve la cama y quienes están en ella al completo y con los pies acia mí.
Me puse las gafas de sol para no ser descubierto. No les quitaba ojo.
Terminamos el cigarrillo. Me levanté para servirme una copa. Ella me vio. Cuando regresé con la copa en la mano y me senté miré la cama.
Le había puesto un antifaz a la otra chica. Un antifaz de dormir. Le habrá dicho que le molestaba la luz, supuse.
La chica dormida estaba de lado con una pierna recogida y la otra estirada. Yo le veía la espalda y el culo. La despierta estaba colocada en el otro lado y de cara a ella. Comenzó a acariciarle la espalda. Seguí observando.
Noté una ligera erección. Creo que mi pene vaticinaba diversión.
La mano de las caricias se desplazó a los glúteos. Mientras la acariciaba me miraba. Eso ya es lascivia y exhibicionismo - pensé. Me gustó que me mirara. Me quité las gafas de sol para que viera que que la observaba.
Siguió con las caricias en los glúteos y luego perdió la mano entre ellos. La dormida se revolvió quedando boca arriba. Veía su pubis recortado y sus pechos grandes uno a cada lado. Era la del bañador. La morena.
La despierta, menos morena, sin pelo en el pubis, se puso de rodillas atravesada en la cama y a cuatro patas para besar los pechos de la otra que agradecida le pasaba la mano por la espalda. Yo me levanté de la tumbona y me apoyé en la barandilla. Ella seguía besando y mordiendo los pezones de la morena.
De vez en cuando ladeaba la cabeza sin dejar su labor para que viera el buen trabajo que estaba haciendo.
Mi erección ya era completa. A ella le gustó porque se esmeró más si cabe. Le separó fácilmente las piernas para acariciar la cara interna de los muslos. La dormida recogió la pierna de la derecha y la separó aún más. La mano comenzó a describir círculos sobre la vulva. La menos morena me miraba sonriendo.
Ya le estimulaba el clítoris. La dormida removía las caderas ligeramente. La mano aumentó el ritmo y las caderas también. Le separó totalmente las piernas para enseñarme como le metía los dedos y los entraba y sacaba lento y rápido.
Me hizo una señal levantando la cabeza diciendo
-Y tú qué. Haz algo. No?Y lo hice. Seguí su ritmo. Ella lo entendió y aceleraba y yo la seguía. Luego ralentizaba los envites y yo también. Me escupí la mano y ella escupió la suya y la esparció por la vulva. Estuvimos así hasta que la dormida llegó al segundo orgasmo y a la corrida final. Yo no creí prudente terminar en la barandilla.
Cuando se corrió lo hizo en la mano que la masturbaba. La folló con la mano como si me la hubiera follado yo.
Se levantó de la cama y acercándose a la ventana lamió la palma de la mano y chupeteó los dedos llenos de flujos sin dejar de mirarme. Me lanzó un beso con la misma mano y cerró las cortinas.
Me serví otra copa. La erección no bajaba. Puse el pene entre los labios de mi esposa y lo moví entre ellos. Medio abrió los ojos y me dijo
-Pónsela a tu sobrina que te lo hará mejor que yo.
Y lo hice.
Me situé de rodillas al lado de su cabeza para acariciarle la cara y los labios con mi polla. Sonrió – Tío, tío, que malo eres – dijo sin mover otro músculo.
Con la punta de la lengua describió círculos en mi glande. Luego abrió la boca y desplazando la cabeza comenzó a engullirla. Me la estaba masturbando con la boca.
Pasé una pierna sobre ella y su cabeza quedó frente a mí. En esa posición le entraba más profunda. Tosió y la saqué babeada.
-Vamos a la cama, tío. Estaremos más cómodos – dijo levantándose.
Mi esposa quedó tomando el sol.
Ya caía el día. Duchas y a ponerse guapos para salir a cenar.
Mi sobrina no tenía problemas en escoger la ropa. Todo le quedaba bien. Optó por una faldita negra y una camisetas rayas estrechas en negro y blanco. Sandalias abarcas blancas y no sé si llevaba tanga. Sujetador seguro que no.
Mi esposa una blusa estampada con flores multicolor y unos jeans demasiado cortos.
Abarcas rojas y seguro sin ropa interior.
Yo un cocodrilo verde oscuro y pantalón corto marrón militar. Deportivas negras sin calcetines.
Paseamos por el bulevar y entre veleros en el club náutico. Tomamos unos aperitivos en un bar de moda. Allí me pareció ver a las dos chicas del hotel. Vestidas se veían diferentes. Más jóvenes tal vez.
A la hora convenida llegamos al restaurante. La cena excelente, como es habitual en Casa Xus.
Entre plato y plato visité el servicio para lavarme las manos vía en una mesa del fondo del local a las dos chicas. La que no dormía me saludó con la mano. Le devolví el saludo.
Ya con los cafés vi levantarse a las dos chicas con intención de abandonar el local. La que no dormía me buscó con la mirada. Levanté la mano y saludé. No tardaron en acercarse a nosotros.
-Que casualidad. El pueblo es pequeño de día y de noche – dijo la que no dormía.
Las otras tres mujeres nos miraron descolocadas. Les presenté.
-Mi esposa, mi sobrina y Román. Dije señalando a cada uno al mencionar el parentesco aunque no cabía duda, o sí. La diferencia de edad entre ellas era de diez años.
-Unas huéspedes del hotel y vecinas de terraza -las señalé también
-María y Ana – presentó señalando primero a María y con los dos pulgares se apuntó Ana.
No compartir otra ronda de cafés y terminar la botella de Licor 43.
Charlamos. Les dimos itinerarios para conocer la zona y demás. El restaurante ya cerraba y propuse ir a la disco del pueblo No es gran cosa pero la ventaja es que no hay que coger el coche.
Al ser lunes no había ni una alma. Alguna parejita en las butacas y un par de buitres comiéndose a cuatro chicas. Bailamos cada uno lo que sabía. Ellas , las dos del hotel, en plan parejita y luego nos hicieron el baile de Instinto básico.
Ya llevábamos tres rondas en la disco. Era tarde y querían cerrar.
Caminamos hasta nuestro mutuo destino. Al llegar a los portales mi sobrina propuso tomar la penúltima en casa. Tampoco hizo falta convencer a nadie para que en un abrir y cerrar de ojos estábamos todos en mi casa.
-Cava, escocés o .... - todos cava.
Salimos a la terraza y reconocieron la habitación. Ana, con la mirada me preguntó si ellas conocían lo sucedido aquella tarde. Negué con un leve movimiento de cabeza. Sonrió.
Noté que María miraba a mi sobrina con deseo. Como Ana lo hacía conmigo. Mi esposa lo pilló todo. Se acercó a María y a mi sobrina que hacía ya rato estaban cuchicheando algo apartadas del resto y rodeando las cinturas les dijo en voz baja – Nos gustaría veros desde aquí sobre aquella cama.
Mi sobrina cogió la mano de María y salieron del piso.
Nos sentamos en la terraza y no tardaron en descorrerse las cortinas para ver como ya se besaban apoyadas en el cristal. Mi sobrina abrió las dos hojas de la ventana y empujó a María sobre la cama. Ella se arrodilló encima pasando un pierna a cada lado e inclinándose acia delante. Comprobé que no llevaba tanga. La besó y la volvió a besar. Se levantaron y desaparecieron camino al baño.
-Pues si que estáis distraídos – afirmó Ana.
Mi esposa dijo que se iba a duchar. Al pasar junto a Ana le cogió de la mano y se la llevó. Me quedé sólo. Dejé pasar unos minutos y fui al baño. Estaban enjabonándose la una a la otra. Me senté sobre el retrete y gocé de aquellos maravillosa cuerpos que se acariciaban.
Me desnudé y entre. Detrás de mi esposa las cogía alas dos y las apretaba. Ella se hizo a un lado y me entregó a Ana. Nos miraba mientras se acariciaba. Ana no la perdía de vista. Me masturbaba apretando mi polla hasta darme dolor. Le indiqué que siguiera. Lo hizo. Grité y paró. Bajó hasta arrodillarse frente a mi polla. Se la comió mientras una mano entraba en el sexo de mi esposa.
En la cama las dejé disfrutar entre ellas. Me encendí un cigarrillo y salí a la terraza. Allí estaba María, la dormida, follando a mi sobrina. Vi claramente la polla de negro que entraba y salía del sexo de la italiana.
María acercaba la boca ya le lamía al mismo tiempo. Mi sobrina se revolcaba de placer.
Volví a la habitación y me incorporé al sesenta y nueve. Mi esposa estaba debajo, tumbada sobre la cama y Ana sobre ella comiéndole el coño. Me arrodillé en el suelo para llegar en altura a la boca de mi esposa y al sexo de Ana. Lo compartimos antes de que la penetrara.
Ahora, mientras me follaba a Ana, mi esposa me lamía los huevos y el clítoris de Ana. Pasó una mano entre el cuerpo de la vecina del hotel y el mio para toquetearle el ano. Lo preparaba para mí.
La lengua de Ana sabía lo que hacía. Mi esposa se corría más que conmigo. Me alegraba verla como una loca con aquella mujer encima y yo follandomela a la vez.
Verifiqué la entrada de atrás y pude pasar sin dificultad. La tenía a cuatro mientras la enculaba y mi esposa varó su posición. Seguía debajo de Ana pero ahora con las bocas juntas. Se enzarzaron sus lenguas y mi esposa apretaba las tetas que balanceaban a cada una de mis embestidas. Dejé el culo de Ana y cogí el coño de mi esposa. Que diferente era la sensación. Los dos me daban un placer inmenso pero el culo de Ana estaba mucho más prieto. Fui saltando de uno a otro mientras se seguían comiendo las bocas.
Me cansé de la postura y salí de ellas. En la ducha casi me corro al enjabonarme la polla pensando en las dos mujeres que tenía en mi cama y a mi sobrina follando en la ventana de enfrente. Salí a la terraza y aún estaban allí.
Ana estaba tumbada en la cama con varios almohadones en la espalda que la incorporaban para ver mejor que le hacía mi sobrina. Le comía y lamía el sexo. Mi sobrina me vio fumando en la terraza. La saludé con una mano. Con la otra me tocaba.
Mi sobrina, para que pudiera ver mejor el coño de María, la ladeó quedando totalmente frente a mí. Le separó más las piernas y se colocó a su espalda mientras la otra se apoyaba en ella. Una mano de mi sobrina acariciaba el sexo de María la otra sacaba punta a los pezones. María me vio y bajó sus manos para separar los labios de su sexo y ofrecérmelo entero. Los dedos de mi sobrina entraron mientras las dos me comían con la mirada.
Mi sobrina con la mano me invitó a unirme a ellas. No lo dudé. Sin decir nada a las de la habitación anudé un pareo tendido en la terraza y bajé.
Llamé al timbre y salió el conserje de noche.
-Hola Pablo. Tengo una urgencia en la 204 – le dije mientras comenzaba a subir las escaleras.
-Tranquilo señor Román. Que las disfrute – dijo guiñando un ojo
La puerta estaba abierta. - Que cabronas -dije en voz alta.
Detrás de mí oí la voz de Pablo que decía – desde que llegaron que la puerta quedó abierta. Su sobrina es una fiera señor Román.
Entré en la habitación y me recibieron con la postura lesbica que mi sobrina sabe que me encanta.
María poyaba los hombros sobre la cama y con las piernas en alto le ofrecía el sexo a mi sobrina que de rodillas la sujetaba con su cuerpo. María abría las piernas y dejaba entrar al negro de silicosis que mi sobrina tenía agarrado con los dientes. el negro cogía velocidad y mi lengua se pegó al clítoris de María.
Mi sobrina dejó al negro y se unió a mi lengua. Nos lamíamos los tres. La lengua de mi sobrina, la mía y el coño de María. Era un mar de salivas y flujos. Era el paraíso.
Me tumbaron sobre la cama y comenzaron a besarme todo el cuerpo. Al llegar al capullo se lo disputaron. Ganaron las dos. Cinco minutos más tarde me cabalgó María.
Mi sobrina se acercó a la ventana y encendió un cigarrillo.
-Aquí no se puede fumar – oímos decir a Pablo desde el alféizar de la puerta con la polla tiesa entre las manos. Me miró con cara de susto y luego de arrepentido. Me vio sonreír.
Mi sobrina lanzó el cigarrillo por la ventana y agarró a Pablo por la polla, gran polla, y lo llevó hasta la cama donde le recorrió el cuerpo con sus pechos deteniéndose en la boca de Pablo que se volvía loco mordisqueando los pezones de mi sobrina.
Desde el día que vi a Pablo me lo imaginé con mi esposa. Es casi el tipo de hombre que le vuelve loca. Fornido, no delgado pero musculado. Tampoco es demasiado alto. De piel algo oscura y por lo que ahora veía una polla dominicana de ensueño. Mi sobrina y ahora María le dieron honores. Tuve la certeza de que mi mujer Pablo se follaría a mi esposa. Era cosa mía que lo hicieran.
Mi sobrina se tumbó con la cabeza colgando fuera de la cama para que le pusiéramos las dos pollas en la boca mientras que María le machacaba el coño con la polla del negro.
Aquella noche aún no me había follado a mi sobrina. Ya me iba a mi casa cuando ella me agarró de la pierna
-Tío, tío, tu no te vas sin joderme.
María cabalgaba a Pablo y mi sobrina a mí.
-Quien se corra antes paga una cena – dijo Pablo.
Me dejé ganar. Ya tenía la escusa para meter a Pablo en mi cama.
-Has ganado Pablo – dijo mi sobrina limpiándome la polla con la lengua – Pero la cena en mi casa que cocino yo.
- Que puta eres mi tío.