Mi sobrina Sara (1)

¡Sara!, te disfrutamos tanto...Bebimos tu preciada lluvia, te iniciamos en los más tremendos placeres, te convertimos en nuestra pequeña diosa de excesos...

MI SOBRINA SARA (1ª PARTE)

Había visto crecer a Sara hasta cumplir, hace unos días, los dieciocho años. Su cuerpo era libidinoso como sólo a esa edad puede serlo. Morena, no muy alta, con unos pechos que asemejan auténticas manzanitas que cada vez que se mostraban bajo su bañador o su camiseta parecían querer ser devorados. Bajo su desparpajo encerraba cierta timidez y, sin embargo, sus miradas, a veces, parecían encerrar algún pensamiento oculto, algún encerrado deseo.

Era difícil ocultar que me había obsesionado con ella. Me masturbé en multitud de ocasiones pensando en aquel excitante cuerpo adolescente. Sólo verla de entrar en el cuarto de baño, imaginándola allí dentro desnuda, ..., me volvía realmente loco.

Ella debía haberlo notado porque un día que coincidimos en el pasillo, junto a la puerta del cuarto de baño, me dijo que entráramos un momento. Cerró la puerta y me dijo a la cara que había notado mis miradas. Creo que incluso me ruboricé pero no sé porqué le dije que sí, que la miraba porque me gustaba mucho. Me miró con cara de traviesa y me dijo que lo sabía.

-Además,-dijo-, sé cuáles son las cosas que te gustan de mí porque he leído en tu ordenador cuáles son las guarrerías que hacéis en tu club .

-Pero cómo puedes ser tan mala –le dije-.

Entonces, con todo el descaro del mundo, sin dejar aquella sonrisilla picaruela, se vino hacia mí, me cogió la polla y, poniéndose de puntillas, me besó los labios.

- Quiero que todas esas cosas las probéis conmigo –dijo por fin-.

El miércoles nos reunimos todos los chicos en el club. Cuando dieron las seis les dije a todos que se prepararan porque les tenía reservada una sorpresa. Cuando vieron entrar a Sara se quedaron pasmados.

- Os presento a Sara, mi sobrina – les dije-

Me fui hacia ella y, tras susurrarle palabras inconfesables al oído, la guié de la mano hacia el sorprendido grupo que se quedó extasiado ante el bomboncito que le tenía preparado. Con una ajustada camiseta blanca que dejaba uno de sus hombros al aire y que entornaba admirablemente sus prominentes pechos y con un pantalón vaquero claro que de igual forma ceñía sus piernas adolescentes y hacía honor a su fascinador culito, se paró ante nosotros. A su alrededor fuimos tomando posición ante aquel inocente cuerpo, dispuesto a ser iniciado en los placeres más fuertes que cualquier mente pudiera imaginar. Por turno la fuimos besando; uno a uno y varios a la vez; besábamos su cuello, su rostro, su pelo, sus párpados...y su fresca boca. ¡Es que sus juveniles e inexpertos besos tenían un calor pasional como sólo con esa edad se puede tener!. Ella, viéndonos y sintiéndonos, temblaba de los nervios y del deseo que nuestras caricias y besos le provocaban. Aún de pie, nuestras lenguas empezaron a recorrer su suave piel temblorosa. Sus preciosos pechos parecían dos manzanitas enhiestas con los pezones erguidos como dos botones, erectos de deseo y deseando ser devorados por las lenguas de sus iniciadores. Me puse de rodillas, le alcé levemente la camiseta y con mi lengua fui recorriendo su vientre, recreándome en su ombligo. Le bajé los pantalones y ante mi quedaron sus braguitas blancas. Continué lamiendo su vientre y siguiendo hacia abajo llegué a la ligera prominencia que formaba su coñito negro, levemente transparentado tras sus braguitas. Su clítoris chorreante y virginal, bajo éstas, se presentaba ante mí como una fruta paradisíaca que invitaba a devorarla y tras apartar ligeramente la sensual prenda así lo hice, recreándome en sus labios, jugueteando con mis dedos, introduciendo mi lengua por aquel húmedo y estrecho lugar. Ella entornaba sus labios en un ¡oh ! de incredulidad mientras que los demás tíos empezaban a hacer de las suyas con aquel tierno y joven cuerpo. Mientras yo devoraba aquel chorreante coñito, dos de mis compañeros le quitaron definitivamente la camiseta y le bajaron un poco el sujetador blanco para dejar al aire aquellos dos exquisitos pechos, temblorosos por la emoción. Sin más empezaron a devorarlos con extrema suavidad, mordisqueando, apenas, los empinados pezones y recorriendo con sus lenguas aquellas dos hermosas prominencias. Ella, entretanto, cogía sus cabezas mientras se mordía los labios concentrándose en lo que le estábamos haciendo.

- Sentaros - nos dijo- que antes de empezar quiero hacer una cosa.

De pie y con las piernas separadas, en el centro del grupo y con la cabeza inclinada a un lado, ligeramente sonriente, queriendo ver lo que iba a hacer, se llevó las manos al vientre y apretó ligeramente. De repente un pequeño círculo húmedo empezó a crecer en el tejido, justo entre sus piernas, mientras que, seguidamente, unas gotas ligeramente doradas, empezaron a resbalar entre sus piernas.

- Tito, ven y disfruta de esto –dijo.

Dominado por la pasión me lancé hacia ella, agarré sus piernas y llevé mi lengua a sus nalgas donde empecé a recoger aquellas primeras gotas antes que se perdieran. Cuando las hube lamido todas llevé mis labios a sus bragas y ella, que había aguantado un poco, empezó a soltar toda su meada en mi boca mientras me acariciaba la cabeza y miraba a los demás con su sonrisa traviesa. Así, directamente de aquel coñito que tan loco me tenía, pude engullir aquel torrente que parecía no tener fin. Como un poseso tragaba y tragaba aquel virginal y dorado líquido que saciaba momentáneamente el deseo que sentía por mi sobrina.

Mientras me relamía disfrutando las últimas gotas de su gran meada, mis compañeros la pusieron de rodillas pero erguida y uno de ellos llevó su enorme pollón hasta los labios entornados de deseo de mi joven aprendiz de zorra y empezó a recorrerle el semblante con su miembro mientras ella, ansiosa, intentaba atrapar aquel enorme falo con su lengua inexperta pero deseosa. El macho le recorrió toda la cara con su gran falo mojado, dejándole en aquel rostro de pequeñas pecas, puro y excitante un brillante y resbaladizo reguero de las secreciones de su polla. De repente, aquel macho excitado le cogió la cabeza con violencia y le metió toda la polla en la boca de un golpe, comenzando a joderla como si de un coño fuera. Aquello era tremendo para nuestra iniciada que apenas sí podía respirar. Acercándome a ella le acaricié el pelo mientras le susurraba al oído que aguantara la embestida porque los frutos no se harían esperar. Efectivamente, aquel pollón enorme que tan salvajemente estaba profanándola con saña no pudo aguantar la emoción y sin apenas salirse de la boca asistió al estallido de sus testículos que hicieron que su polla reventara de lefa en aquella boquita delicada. El primer latigazo de espeso semen se estrelló contra su mismísima garganta, atestando aquel conducto hasta el máximo. Después se sucedieron un segundo y un tercer vertido del viscoso líquido que empezaron a dejar repleto todo el espacio bucal. Una cuarta y una quinta eyaculaciones más y ahí perdió la cuenta y el sentido aquella putita. El denso líquido mezclado con la espuma de su saliva abundante empezó a derramarse a borbotones fuera de sus labios porque su garganta estaba más que repleta y tragar más le era casi imposible. Tal había sido la emoción del propio macho que los latigazos de leche se sucedieron una y otra vez como si no tuviesen fin.

Mientras, yo, sabedor de lo que sucedería tenía preparado un recipiente de cristal que coloqué bajo su barbilla y en el que recogería toda aquella leche viscosa sin consentir que se perdiera ni una sola gota. Sólo con aquella corrida el fondo del cuenco se hallaba colmado. Ella, al verme tan dispuesto a recoger aquel fruto, quedó un poco extrañada, aunque la expresión posterior de sorpresa y excitación me hizo saber que ella se imaginaba el motivo de la presencia del recipiente.

Pero no acabó ahí la cosa porque otros dos machos tremendamente excitados llegaron con sus pollas enhiestas hacia donde se estaba celebrando aquella bacanal de semen y sin apenas permitir que nuestra joven mamona se repusiese y pudiera engullir toda aquella inmensa cantidad de caldo pegajoso, llevaron sus descomunales cipotes a sus labios, cada uno por un lado. Allí, primero el de la izquierda empezó a golpearle con la dura polla en el rostro vertiendo un latigazo de lefa por cada golpe lo que hizo que la grisácea sustancia se impregnara en regueros por todo el rostro y llegara hasta el pelo. El de la derecha pudo atrapar los labios y, con el glande dentro, sin que su compañero hubiera descargado por completo sus testículos, empezó a derramar dentro de la boca toda la carga que le tenía preparada, mezclándose en el interior con la lefa ya existente y que, por la rapidez con que todo había sucedido, no había podido terminar de engullir. La expresión de aquella putita deseosa era suficientemente explicativa de lo que le pasaba por la cabeza y de lo que estaba disfrutando. Su rostro, su pelo negro, su cuello y sus hombros aparecían desbordantes de una lefa que le resbalaba hasta el recipiente donde yo la iba recogiendo.

Mientras la cara y la boca de mi querida sobrina era brutalmente flagelada y empapada por las vergas de mis compañeros otro de los tíos, adelantándose a los demás, había conseguido meter su cabeza bajo las piernas de nuestra niña, por supuesto encantada de ello, y se había hecho dueño momentáneo de su coñito que aun se encontraba chorreante de la meada que había vertido en mi boca instantes antes y es que, además, allí seguían sus braguitas, totalmente empapadas y embriagadoras. Allí se ufanaba en lamer, chupar y degustar las últimas gotas de tan sabroso brebaje que yo no había sabido aprovechar en su integridad. A ello se unía el delicioso jugo que de su vagina fluía como consecuencia de la inmensa excitación de nuestra fogosa putita, con lo que el caldo que allí se formaba era digno de degustarse y bien que lo estaba siendo.

Sin concedernos un instante de tregua bajó sus manos al suelo y deliberadamente empezó a mover su grupa, envuelta en sus mojadas bragas, mientras nos sonreía a todos:

- Mi culito está deseando que juguéis con él, ¿nadie quiere darle ese gusto?- decía a todos pero mirándome, en especial, a mí.

- Venga tito, ¿no quieres ser el primero?

-¡Dios mío!, pensé, nunca hubiera imaginado que pudiera ser tan maravillosa.

Mientras ella me seguía con la vista (con aquella sonrisilla excitante), me coloqué tras ella, a la altura de su grupa. Me puse de rodillas y cogiendo sus muslos me detuve un momento mientras miraba aquel trasero tan sensual con el que tantas veces había soñado y con el que tantas veces me había masturbado.

Alzando ligeramente la mirada pude observar cómo mi sobrina, con aquella cara embadurnada y brillante por sus tres primeras corridas, me iba mirando con una expresión diferente, ansiosa, expresando el inmenso deseo que la embargaba, deseosa de que procediera a devorar lo que sabía uno de mis festines predilectos. Mirándola fijamente a los ojos fui descendiendo lentamente la cabeza y le besé el húmedo trasero en las braguitas. Sin dejar de mirarla saqué la lengua de la que casi imperceptiblemente colgaba un fino hilo de saliva y fuí recorriendo con suma lentitud aquella prenda de sabor y olor delicioso e intenso que cubría el fruto de su lujuriosa grupa.

Ella, desesperada por mi parsimonia, se llevó una mano a las bragas y tiró violentamente de ellas rompiendo un trozo y dejando al aire su sensual agujero.

¡Oh, dios, allí estaba uno de los tesoros más preciados del mundo!

Pero por mi parte no tenía prisa (si quería juego lo iba a tener) y empecé a restregar por aquel contorno toda mi cara, impregnándome del sugestivo olor que aquel lugar desprendía. Mis dedos se deslizaban por los alrededores del delicioso agujero mientras inhalaba profundamente el embriagador aroma. Volví a mirarla a los ojos y, sin poder contenerme más, saqué mi lengua de la que se desprendió un fino reguero de viscosa saliva que fue a verterse directamente en el mismo centro del agujero anal de mi amada sobrina.

Ésta, con la sensibilidad a flor de piel, notó como aquel jugo caliente que desprendía mi boca encharcaba aquel lugar y sintió un escalofrío de emoción y placer pues sabía lo que vendría detrás de aquello. No se equivocó porque de inmediato hundí mi lengua en el charco que la saliva había formado. El sabor de aquella mezcolanza que formaban sus jugos anales y la mezcla de mi saliva con los restos que aun quedaban en ella de su orina, me extasiaron por completo y, sin parar, comencé a remover la lengua en torno a la arrugada piel que formaba el comienzo del agujero. A la par, mis labios se refregaban con pasión por el lugar haciendo de funda de los dientes que se empeñaban en querer mordisquear la apetecible carne. Me concentré progresivamente en hundir una y otra mi lengua todo lo adentro que aquel orificio daba de si por el momento (que aun era muy poco). Ella trató de ayudarme, desesperadamente, separándose los muslos todo lo que podía en un intento de que aflorase hacia fuera el borde exterior del esfínter.

Mis compañeros, como era de suponer y aunque estaban disfrutando una barbaridad de aquel espectáculo, decidieron no mirar más y pasar a la acción y cuatro grandes vergas se plantaron ante mi virginal Sara, dispuestas a ser enteramente saciadas en ella. Completamente extasiado en mi degustación anal noté como mi sobrina retiraba las manos de las nalgas mientras levantaba ligeramente el torso. Ello me sorprendió un poco por lo que alcé la cabeza para observar lo que pasaba y comprender por qué necesitaba sus manos. Sus finas manos de adolescente habían aferrado, cada una, una de las pollas de mis compañeros y, acompasadas, las masturbaban con una innata destreza. Entretanto su boca se había apoderado de la polla más grande de todas y como si fuera lo único que había hecho en la vida la tragaba vivazmente hasta un extremo increíble en el fondo de su garganta, sólo para soltarla a continuación con lentitud y recreándose, enteramente embadurnada en la mezcla que formaban los flujos del miembro con su saliva. Volvió a repetir la operación unas cuantas veces hasta que comprendió que el dueño de tan descomunal miembro podía estallar de un momento a otro. Entonces paró, pero sólo para que su chorreante boca cogiera la otra verga libre con la que comenzó a repetir la misma operación, sin descuidar, por supuesto, la brutal paja que estaba dedicando a los otros dos sorprendidos colegas.

Con total excitación decidí proseguir con mi tarea y dedicarme de pleno a su culito tal como merecía ... y tal como ella me había insinuado. Le separé sus prietas nalgas y de inmediato noté como su excitación había crecido considerablemente porque sus secreciones sexuales habían sido abundantes y el esfínter, con su vello negro, aparecían muy viscosos y mojados (le debía estar estimulando mucho la tarea en la que estaba ocupada). Inmediatamente me puse a saborear e ingerir todo aquel líquido espeso que sabía a gloria. Mientras, mi lengua empezó a segregar su babeante saliva entre los pliegues exquisitos del agujero para, casi inmediatamente, volverla a recoger impregnada en los jugos anales y vaginales de mi putita. Sus agujeros no paraban de verter aquel espeso caldo que se mezclaban en el exterior de su orifico anal de donde iban a parar a mi excitada lengua. Aquella angosta abertura empezó a ceder ligeramente y muy poco a poco a mis envites linguales cuya ansia le hacía desbordar más saliva allí dentro, prueba evidente del inmenso deseo de recorrer a todo lo profundo aquel apetitoso lugar. Pero ello no era tarea fácil y aquel tierno agujero se hacía desear más aun mientras más trabajo costaba horadarlo. No sé si es que ella comprendió mis dificultades de penetración o bien se debió al ritmo que profería a las mamadas y masturbaciones pero el caso es que comencé a notar como su culo se acompasaba armoniosamente con mi lengua consiguiendo que ésta fuera venciendo poco a poco las estrecheces de sus paredes anales hasta penetrarla un buen tramo

La sensación de profanación de su virgen orificio anal hacía enloquecer poco a poco a aquella tierna aprendiz de los placeres oscuros. Empezaba a hacerse a la idea de las cosas que había leído en mi ordenador aunque, ni mucho menos, podía imaginar lo que le quedaba por gozar. La tarde era joven y, por delante, le quedaban largas horas de experiencias inenarrables.

Pensando en ello estaba cuando la verga que en aquel momento se había adueñado de su boca y que casi le rozaba el esófago empezó a agitarse allí dentro de una forma atroz mientras el macho la aferraba por la cabeza. Era como si la estuviera jodiendo pero por la boca. Las sacudidas se tornaron brutales hasta que la polla le estalló ferozmente allí dentro cortándole la respiración por completo y haciendo que dos lágrimas se derramasen por entre sus ojos. La leche de aquella rígida manguera desbordó por todos lados y los borbotones no paraban de salir por entre las comisuras de sus labios. Los envites del eyaculador se encargaron de impregnarle la lefa por toda su angelical rostro: las mejillas, la nariz, la barbilla, todo aparecía pringoso y blanquecino yendo a rebosar lentamente al recipiente que previsoramente alguien le había puesto bajo la barbilla. Su aguante era digno de la más experimentada puta.

Apenas le dio tiempo a tomar aire cuando el gusto del semen que aun invadía su boca fue reemplazado con la dureza carnal de otra de las inmensas pollas que empezó, de nuevo, a joder su taladrada boquita. Ahora no se mostraría en absoluto pasiva porque sabía algo mejor como tratar aquel trozo de carne vibrante y caliente que, de la inmensa excitación, vertía abundante líquido lubricante y viscoso. Pudo atraparla con los labios y guiándose de su instinto empezó a mover su lengua codiciosa a todo lo largo y ancho del glande mientras sus labios ejercían toda la presión de que eran capaz. La mamada estaba siendo de tal intensidad que la mezcla de los jugos del macho con su saliva y con la lefa de los otros machos rezumaban fuera de la boca dándole un brillo excitante a su rostro ávido y pasional. Sólo unas cuantas succiones más fueron suficientes para que la nueva polla no pudiera resistir más aquel ritmo y escupiera todo su abundante cargamento en cuatro o cinco latigazos que volvieron a atestar la garganta y la boca de mi querida Sara y manara al recipiente que contenía los restos de las otras cuatro mamadas y que en esos momentos casi llegaba a la cuarta parte de su capacidad.

Mientras tanto yo continuaba mi particular batalla para atravesar con mi lengua su angosto pero enloquecedor esfínter. A cada envite conseguía adentrarme más milímetros y para ayudarme en mi tarea, a veces sacaba la lengua (con la desaprobación de mi sobrinita), pero sólo para recoger el viscoso caldo de su coñito que, untado en mi lengua, me ayudaba a lubricar un poco más el orificio anal. No se me borra de la cabeza la sensación de la mezcla de tan sabrosos sabores; sus flujos anales y vaginales y su orina hacían un cocktail inenarrable para cualquier avezado paladar.

Pero aunque yo sabía que Sara estaba disfrutando auténticamente con aquello, también era consciente de una misión que debíamos cumplir aquella tarde, que no era otra que satisfacer completamente sus deseos orgiásticos. Había que introducirla, como iniciada, en la mayor bacanal que nadie pudiera imaginar.

Una mirada a los ojos de un determinado compañero, hizo saber a éste el propósito pretendido. Por supuesto no se lo pensó ni medio segundo y mientras mi sobrina seguía degustando, cada vez con más destreza, de dos de las multitudinarias pollas, él se introdujo bajo las tiernas piernas y dejó su enorme cipote de veinticinco centímetros justo a la entrada del coñito de Sara. Ella, que se dio cuenta de la inminencia de uno de los principales momentos de su vida, no pudo sobreponer un estremecimiento de excitación. Al notarlo me alcé y acariciando su pelo negro recogido le susurré al oído un "te quiero" que le hizo devolverme una mirada de auténtico amor. Luego me cogió la polla y sin dejar de mirarme dulcemente a los ojos, la introdujo en su boca.

Pendiente estaba de ello cuando fueron, precisamente, sus ojos, totalmente abiertos primero y cerrados con fuerza a continuación, los que me deletaron que el enorme pollón estaba comenzando su simpar faena. Aún así, mi querida niña se sobrepuso y empezó a hacerme una mamada muy impropia de alguien como ella y que demostraba un instinto sexual único. Pude contemplar como aquellos veinticinco centímetros de falo iban abriéndose camino entre las prietas carnes de su coñito tierno.

Apenas hubo entrado un poco cuando Sara fue alzada por su penetrador que sin sacar su miembro puso a mi sobrina de espaldas en una mesa. Cogió sus tobillos con las manos y empezó a bombear el delicado conejito mientras Sara, que al principio había sentido un cierto dolor, fue tornando la expresión del rostro hacia un gesto significativamente placentero. En su grandeza, por cierto, le falto tiempo para con sus manos agarrar dos pollas como si para nada deseara que sus dos machos se aburrieran. Me miró y supe que quería seguir dando placer a mi miembro, cosa que pudo hacer inmediatamente porque coloqué mi polla a la altura de sus labios que, raudos, empezaron a mamar con deleite.

A medida que su ya desflorado coño iba cediendo, Sara iba gemiendo de placer de forma progresivamente ostentosa hasta que con todo el falo dentro, entrando y saliendo endiabladamente, comenzó a soltar pequeños grititos que nos pusieron a mil.

-¡Ay, dios! ¡me meo, me meooo!- nos dijo

Ya se puede imaginar cómo nos dejó aquella expresión. Por mi parte me arrodillé junto a su coño, previendo lo que iba a suceder. El compañero notó el preciso instante del orgasmo de la niña y apartando su polla, me dejó vía libre para que yo pudiera saciarme con el ansiado premio de su segundo estallido urinal que salió hacia mi rostro con inusitada fuerza mojándome toda la cara y colmando todo el interior de mi ávida boca, en tanto ella emitía grititos entrecortados y se convulsionaba como una loca, a la vez que me asía la cabeza y me empujaba a su chorreante y enrojecido coño que asemejaba una auténtica fuente.

- ¡Trágatelo todo, tito! me gritaba con los dientes apretados.

Ante una invitación así, pocos tíos se podrían contener ya que degustar, saborear aquel exquisito néctar, ligeramente dorado y amargo, y proveniente de aquel fresco coñito, era una sensación que por pocas cosas se podían cambiar.

Durante unos instantes me deleité con aquella maravillosa meada, hasta que el compañero que la había provocado me apartó protestando. Él, por supuesto, también tenía derecho a su parte.

Guardé una última porción de aquel sabroso líquido en mi boca porque se me acababa de ocurrir todo un premio para mi querida Sara.

Mientras ella, absorta, seguía soltando chorritos en la garganta de su jodedor, en agradecimiento a lo que le había hecho disfrutar, yo me fui hacia su boca y se la abrí ligeramente. Ella abrió los cerrados ojos y se imaginó lo que venía. No lo dudó un segundo y tomándome de la nuca unió su boca a la mía. Y así, dosificando pequeños sorbos, le fui soltando todo el contenido en su interior. Notaba como disfrutaba saboreándolo porque una sonrisilla imperceptible asomaba en su rostro, hermosamente brillante por efecto de las anteriores corridas y las gotas de orina que se le habían escapado entre los labios.

- ¡Gracias!¡Muchas Gracias!. Todo esto está siendo como tantas veces había soñado.

La contemplé allí, tendida en la mesa y con las piernas flexionadas, con su coño empapado, mostrado y expuesto para el disfrute de cuantos allí estábamos, con sus tetitas enhiestas y duras y con una sonrisa en el rostro de total satisfacción mientras se relamía los labios una y otra vez para aprovechar las últimas gotitas de su propia orina. Sus ojos negros me miraban agradecidos. Yo le estaba más agradecido aún y no pude evitar besarla de nuevo, con todo el calor y la pasión del mundo. Aquello no había hecho más que empezar...