Mi sobrina (8 - El dilema de Mamen).

Mientras, continuamos con el adiestramiento de mi sobrina Bárbara para que se convierta en una auténtica puta, Mamen me confiesa un dilema que la tiene muy preocupada.

  • ¡Diosssss, qué gustazo! – exclamó mi sobrina cuando sintió mi lengua jugando en su coño, al tiempo que Mamen deslizaba con suavidad el consolador en su culo, manejándolo con la boca desde la bola-mordaza del otro extremo.

Mantuvimos aquella postura durante unos cinco minutos. No podía ver el rostro de Mamen, pero estaba convencida de que estaría disfrutando de lo lindo desvirgando el culito de mi sobrina. Alargué las manos sobre mi cabeza para sobar las enormes tetazas de Mamen, gesto que agradeció dando un respingo cuando sintió mis manos sobre ella. El tierno chochito de Baby estaba muy mojado y temí que, pese a haberse corrido ya una vez hacía apenas unos minutos, pudiese volver a alcanzar el clímax; de manera que pensé que lo mejor era reducir el ritmo de mi lengua en su conejo para evitar otro prematuro orgasmo. Aún estaba muy lejos de ser una puta con el autocontrol suficiente como para aguantar toda la caña que estaba recibiendo de dos ninfómanas sin límites como Mamen y yo. Deshice mi postura y salí de debajo de mi sobrina para meterme esta vez entre las piernas de Mamen y comerla el coño. Ésta, reaccionó al cambio de posición, soltando la bola del extremo del consolador con el que follaba el culo de Baby y deslizando éste fuera de su agujero trasero, al tiempo que se colocaba en cuclillas sobre mi cara, dejando caer todo el peso de su entrepierna sobre mi boca para facilitarme la comida de coño que le estaba haciendo. A duras penas pude ver, escondida bajo su entrepierna, cómo se metía en la boca el consolador que acaba de sacar del culo de mi sobrina.

  • ¡Ayyyy, qué rico tu culito virgen, Baby! – exclamó mientras lo lamía con glotonería.

  • ¡Gracias! – respondió mi sobrina con vocecilla infantil - ¿Puedo probarlo?

  • ¡Claro, zorrita! – respondió Mamen de inmediato, entregándole el consolador, que mi sobrina comenzó a lamer y a succionar. Antes de que Baby pudiera darse cuenta, tenía otro consolador metido en el culo. Mamen había tomado uno del montón que habíamos esparcido por el suelo y por el sofá y se lo había enchufado nuevamente en el trasero. Deshice mi postura y salí de debajo de la entrepierna de Mamen. Quería ver de cerca cómo el culito de Baby iba dilatándose más y más con cada consolador que la penetraba.

  • ¡Relaja el culo, nena, relaja el culo! – repetí a mi sobrina mientras Mamen deslizaba dentro el nuevo consolador. Separé sus nalgas para facilitar la lenta penetración – Y tú, cabrona … - le indiqué a Mamen – empuja despacio, que no todas podemos meternos por el culo un puño como si nada.

  • Esta putita necesita más caña – me dijo Mamen, guiñándome un ojo, mientras el consolador ganaba centímetros en el interior del ano de mi sobrina.

  • ¡Síiiii! – gritó Baby, apretando los dientes y comenzando a descontrolarse nuevamente - ¡Más, quiero más! ¡Folladme a vuestro antojo!

  • Tranquila, nena … o te correrás como antes – indiqué haciendo un gesto a Mamen para que detuviese la follada anal. Había conseguido meter dentro unos diez centímetros – ¡Déjaselo metido, que lo dilate bien! – ordené a Mamen, que me obedeció sin rechistar. Se sentó en el sofá y se abrió de piernas, recogiéndoselas con las manos sobre las corvas, dejando su coño y su culo a nuestra entera disposición.

  • ¡Me toca! – exclamó – ¡Haced que me corra! Me duele el vientre de aguantarme el orgasmo.

  • ¡Vamos nena! – le ordené a mi sobrina - ¡Mamen necesita un par de puños dentro para correrse!

La nueva postura del trío era aún más compleja y acrobática que las anteriores. Quería que Mamen tuviese ocupados sus tres orificios: boca, culo y coño. Para ello, la pedí que se recostase sobre el sofá manteniéndose abierta y con las piernas recogidas con su manos casi por detrás de la cabeza. El ceñido e imponente traje de látex con el que había hecho acto de presencia había quedado reducido a un trozo de tela arrugada en torno a su ombligo. Me subí al sofá y apoyé mi entrepierna sobre su cara, para que pudiese comerme el culo y el coño a su antojo. Embadurné su coño y su culo con lubricante y me dispuse a meter el puño en su conejo.

  • Baby, quiero que le comas el ojete mientras yo la follo con el puño, ¿vale?

  • Como quieras – asintió mi sobrina, dispuesta a todo, a cuatro patas sobre el suelo y con un grueso consolador metido diez centímetros dentro de su culo.

  • ¡Allá voy, Mamen! – exclamé, anunciando la inminente follada.

  • ¡Sluuuurp, sluuurrrp! – exclamó Mamen lamiendo los flujos de mi coño – Cuando quieras.

  • Esto te encanta, ¿verdad? – pregunté mientras mi puño entraba lentamente en su húmedo chochazo.

  • ¡Síiiiiii! – exclamó contrayendo su cuerpo por el placer de la brutal penetración y la lamida de ojete que le estaba haciendo mi sobrina - ¡Dioooooooossssss! – exclamó al sentir mi mano metida en su interior hasta la muñeca. Como había hecho un rato antes, moví mi puño dentro de su coño, como si quisiera taladrarlo por completo. Mamen lo agradeció, soltando las manos de sus piernas y abrazando mi trasero, al tiempo que me lo follaba con la lengua.

  • Baby, ¡sácate el consolador del culo y dámelo! – ordené. Baby obedeció, con un gesto de decepción al sospechar que el destino de esa barra de látex no iba a ser ninguno de sus agujeros, sino el trasero de Mamen. Lo chupé, para capturar el sabor del culo de mi sobrina y, al propio tiempo, embadurnarlo de saliva que hiciese más fácil su introducción. Se lo devolví a Baby. Mamen, con la cara metida en mi entrepierna no podía ver lo que hacíamos en su agujeros, así que se lo expliqué – Mamen, Baby va a meterte el consolador que le habías metido en el culo en tu trasero.

  • ¡Oh, sí … buena idea! – exclamó muy excitada y con la respiración entrecortada por las ansias con que me follaba el culo con su lengua – Lo necesito dentro … ¡ya! – suplicó.

  • ¡Vamos, nena … méteselo ya! – ordené a Baby, que obedeció al instante apuntando el consolador hacia el ano de Mamen - Empuja sin miedo, que le cabe de sobra.

  • ¿Así? – preguntó intentando vencer la resistencia inicial del ojete de Mamen. Antes de que pudiera responder, el culo de Mamen absorbió casi por completo el consolador. Más de quince centímetros. Pude sentirlo en mi mano dentro de su coño. Casi podían tocarse, separados únicamente por una fina pared vaginal, que temía romper si follaba su coño con verdadera energía.

  • ¡Sí, joderrrr, sí! – exclamó Mamen al sentirse doblemente ensartada – ¡Folladme! – gritó al borde del orgasmo, antes de volver a la tarea de follarme el culo con su lengua - ¡Acercadme un consolador! – ordenó. Baby tomo uno de entre los muchos que había esparcidos y se lo entregó a Mamen, que directamente me lo enshufó en el ojete y comenzó a follármelo con energía.

Durante unos segundos, mi sobrina se apartó de la acción y se quedó absorta, contemplando ensimismada la brutalidad de los excesos que nos hacia felices. Mamen me follaba el culo con un consolador mientras me comía el coño; al tiempo que yo la follaba el coño con el puño metido hasta la muñeca y con otro consolador de grandes dimensiones incrustado en su ojete. Contemplé cómo disfrutaba con todo aquello nuevo para ella y sentí en su mirada cómo deseaba llegar a tales extremos. Se dio cuenta de que la observaba y sonrrió. Estaba preciosa, entregada y feliz. Tan feliz como yo al compartir todo aquello con ella.

Rápidamente, reaccionó para intentar ponerse a nuestro nivel y, tomando un consolador, se lo introdujo en el culo. Era más fino que el anterior que había tenido albergado en su trasero hasta hacía unos instantes, y que ahora ocupaba el culo de Mamen, así que penetró con más facilidad; y retomó la tarea de follar el ojete de Mamen. En aquel momento hubiera querido comerla el coño para hacer que se corriese nuevamente, pero la postura en la que estábamos no nos lo permitía sin dejar de atender los agujeros de nuestra clienta. Así que, nos besamos, permaneciendo en aquel triángulo tan placentero y excitante.

Tras unos minutos dando caña en los agujeros de Mamen, quien no cejaba en su empeño por taladrarme el culo con el consolador, lo sacó y se lo metió en la boca. Conocía bien a Mamen y sabía lo que aquello significaba. Quería correrse con los tres agujeros penetrados: un consolador en la boca, otro en el culo y mi puño en su coño. Sus caderas enloquecieron, de manera que ya no hacía falta que moviese el puño en su interior porque prácticamente se “autofollaba” con él. Movió el trasero empujada por el clímax y se corrió, entre espasmos y contracciones. Cuando vi que había conseguido el objetivo, me dejé llevar también, apartando a un lado mi experimentado autocontrol para impedir correrme antes de tiempo. Saqué el puño de su coño y metí mi boca en su dilatado interior, embadurnándome con los abundantes flujos que había soltado.

  • ¡Uffffff! – exclamó Mamen con el aliento entrecortado, sacando el dildo de su boca - Me he corrido. ¡Joderrr, qué bueno!

  • Mamen, ahora me toca a mí – indiqué – ¡Vuelve a meter ese consolador en mi puto culo y cómeme el coño como estabas haciendo antes! –ordené.

  • Claro, mi amor – asintió, rebajando el tono de su lenguaje soez y lascivo, una vez que se había corrido; y volviendo a la tarea de lamerme el coño y follarme el culo con el consolador. Baby, por su parte, en su afán por ayudarme a alcanzar el clímax, acercó su rostro al coño de Mamen, para que entre las dos pudiéramos seguir lamiéndolo y, al tiempo, jugar con nuestras lenguas.

  • ¡Yaaaa! ¡Me corro, cabronas! – exclamé al sentir cómo mi cuerpo explotaba de placer, tras aguantar la creciente excitación durante tanto tiempo.

  • ¡Eso es, zorrón mío! – exclamó Mamen al notar el vaivén de mis caderas mientras me corría con su lengua acariciando mi clítoris

Mamen y yo nos desplomamos una sobre la otra, en la misma postura en que estábamos, sin dejar de lamernos nuestros chorreantes chuminos. Mi sobrina se puso en pié, sin saber bien qué hacer. Quiso sacar el consolador que Mamen tenía en el culo.

  • ¡No, nena! ¡Déjalo ahí! – le ordenó – Has estado genial. Vas a ser una grandísima puta.

  • Gracias, Mamen – respondió Baby – Ojalá sea así. Es lo más deseo en el mundo – añadió sin saber muy bien qué hacer.

  • Carol, necesito hablar contigo un momento … - dijo Mamen, dando a entender que quería quedarse a solas conmigo. Lo entendí a la perfección.

  • Baby, sube a darte una ducha y prepárate para más acción – añadí comprobando que aún eran las 9:30 y que Mamen nos había contratado hasta las once. Además, sabía que Mamen quería más aún, que no se había quedado satisfecha y que faltaba la traca final.

  • Vale, como quieras – dijo con sumisión, intentando guardar algunos de los consoladores tirados por el suelo y por el sofá para guardarlos en el maletín.

  • No recojas nada – ordené – Esto no ha terminado. ¿Verdad, Mamen?

  • Espero que no – respondí al instante.

Mi sobrina subió la escalera con el consolador metido en su culo; detalle de zorrita descarada que seguro que a Mamen le encantó. Una vez que escuchamos cómo cerraba una de las puertas de la planta superior, deshicimos la postura, manteniendo los consoladores en nuestros traseros y sentándonos una al lado de la otra, con las piernas entrelazadas, para facilitar el poder tocarnos mutuamente el coño mientras charlábamos. Sabía perfectamente lo que le gustaba a Mamen y siempre lo hacíamos así, para poder retomar la acción enseguida. Un solo orgasmo no le bastaba, de ahí que me contratase casi siempre por tres horas.

Genial tu sobrina – dijo acariciando mi coño suavemente – Tiene mucho talento.

Sí, asentí – haciendo lo propio en su conejo – Tiene mucho que aprender aún, pero con las ganas que tiene y su físico … creo que podría superarnos a todas.

Sois todas impresionantes, cada una en su estilo – explicó – Ni mejores ni peores. Hasta tu madre, con la edad que tiene … y es una pasada follar con ella.

Mamen, algo te pasa – dije cambiando de tema – Había notado algo en ella. No sabía bien qué era. Estaba más seria y formal de lo habitual. Sé que quien lea esto pensará “¿más seria con lo que acaba de hacer?” Pero, es cierto, algo le ocurría.

La verdad es que hay algo que me preocupa mucho – confesó.

Cuéntame – le animé a que lo compartiera conmigo, mientras seguíamos acariciándonos nuestros conejos respectivamente y con nuestros traseros penetrados por un consolador. Mamen comenzó a relatarme qué le preocupaba:

“Ya sabes que desde que te conocí y me divorcié de mi marido sólo hay dos cosas en mi vida: mis hijos y el sexo. Cuando no estoy cuidando de mis hijos, estoy follando. He puesto mucho cuidado en no mezclar ambos aspectos, de forma que cuando mis hijos están en casa, salgo fuera a buscar la manera de satisfacer mis necesidades. Hoteles, discotecas, bares de copas, aquí en tu casa, en el gimnasio. Cualquier sitio es bueno para echar un polvo. Sólo follo en casa cuando mis hijos están con mi ex, según determine el calendario del régimen de visitas. Fines de semana alternos, la mitad de la vacaciones, … ya sabes – me explicó – Este Verano, le tocaban a mi ex todo el mes de Agosto. Así que me he estado llevando a casa a tíos y tías para pasármelo bien. Sabiendo que la casa estaba vacía, no he tenido que preocuparme por el lugar de la casa en que abrirme de patas y pasar un buen rato follando.

Como sabrás, voy al gimnasio a diario. Hay cuatro monitores a los que me llevo follando desde hace algún tiempo. Son chicos jóvenes, musculosos y bien dotados. Me follan de puta madre, la verdad – me confesó – Nunca había estado con varios de ellos a la vez, aunque me apetecía mucho. Pero no se lo había propuesto a ninguno, suponiendo que no les gustaría compartirme. Estaba segura de que entre ellos hablaban y sabían de sobra que me los estaba follando a los cuatro, pero nunca había surgido la idea de probar con varios a la vez.

Hace un par de semanas, coincidiendo con que mis hijos estaban con mi ex, surgió esa posibilidad. Estaba en el vestuario de los monitores chupándosela a uno de ellos cuando otro entró y nos sorprendió en plena faena. No hizo falta hablar para darnos cuenta de que era el momento de montar un trío. El vestuario vale para una mamada o un polvo rápido, pero no es el lugar apropiado para montar un trío como Dios manda. Nos subimos al coche de uno de ellos y le indiqué cómo ir hasta mi casa. Iba tan cachonda y emocionada que no me pude contener y, mientras uno de ellos conducía, se la mamé al otro en el asiento de atrás del coche, con la finalidad de que llegase a mi casa con la polla más dura que el acero y directamente me la metiese en alguno de mis agujeros mientras ponía a tono al otro con mi boca. Mientras le comía la polla, no podía dejar de pensar en la idea de hacer una doble penetración con los dos.

Llegamos a casa y, nada más cerrar la puerta, me quité la ropa y me despatarré sobre el sofá del comedor para que empezaran a follarme. Después de varias posturas y de un buen rato dale que te pego, insistí en hacer una doble penetración. Accedieron y nos pusimos a la tarea. Me puse encima de uno y me calcé su rabo en el coño. Me separé las nalgas y el otro me la enchufó por el culo. Ya sabes cómo me pongo de cachonda cuando estoy en plena faena y cómo me gusta gemir, gritar y decir guarradas mientras me follan. Perdí el control totalmente al sentirme doblemente ensartada. Estuvieron dándome caña un buen rato, entre gemidos de placer. Me lo estaba pasando de putísima madre.

De pronto, se me heló la sangre y me quedé inmovilizada. Ví algo moverse tras una de las columnas de la escalera que sale del comedor hace la planta de arriba. Los dos monitores ni se dieron cuenta y siguieron follándome a pesar de que yo me había quedado callada y había dejado de moverme al ritmo de sus embestidas. Al momento, una cabeza se asomó furtivamente tras esa columna. Sus ojos se encontraron con los míos. De inmediato, se volvió a esconder tras la columna. Era mi hijo Ernesto. El mayor.

¡Parad, parad! – les grité a los monitores que seguían a lo suyo, ajenos a la mirada de mi hijo, con el mete-saca en mi coño y en mi culo – Rápidamente, deshicimos la postura, les pedí que se vistieran y los saqué de casa – Ya os contaré – traté de explicarles – Nos ha visto mi hijo – concluí en voz baja mientras cerraba la puerta apresuradamente.

Fui hacia la columna donde se había ocultado Ernesto, pero ya no estaba allí. Había aprovechado el momento para subir a su habitación. Me vestí y coloqué los cojines del sofá donde habíamos estado follando, mientras trataba de encontrar alguna explicación que ofrecerle a mi hijo. En una fracción de segundo pensé en que se lo contaría a su padre y que éste pediría la custodia de mis tres hijos, bajo el argumento de prácticas indecentes ante mis propios hijos, acusándome de conductas sexualmente desviadas e impropias de una madre, y perjudiciales para su educación y desarrollo, etc, etc, etc.

Mi preocupación fue en aumento: si eso sucedía, no sólo perdería el respeto de mis hijos, a los que adoro, sino que tendría que abandonar mi casa y perdería sus pensiones de alimentos, gracias a las cuales puedo vivir desahogadamente sin tener que trabajar. Tenía que encontrar una explicación para mi hijo, pero no sabía no cómo afrontar el tema.

Vi en mi móvil varios mensajes de mi hijo en los que me decía que iba a ir a casa unos días porque estaba cansado de la rigidez de su padre y de su nueva novia. Me había avisado de que iba a casa y, con la excitación de follarme a los dos monitores, ni me había dado cuenta. Si hubiera leído esos mensajes cuando me los envío, nada de esto hubiera ocurrido. Ernesto ya tiene 17 años y a pesar del régimen de visitas establecido en el divorcio, a esa edad puede decidir con quién estar. Unos días después, mis otros dos hijos volverían a casa, así que tenía por delante algo de tiempo para ver cómo acometer la situación y pensar en una explicación convincente que evitase males mayores.

El resto del día traté de comportarme con normalidad. Él no salió de su habitación. Le subí algo de comer y, avergonzados los dos, casi no pudimos ni mirarnos a la cara. Él sabía perfectamente lo que había visto. Y yo también. De modo que ambos decidimos obviar el tema. De espaldas a mí, con la mirada clavada en la pantalla de su ordenador, me dijo un “vale, déjalo ahí, ahora me lo como” y me fui de su habitación.

Esa noche no podía conciliar el sueño. No dejaba de pensar en lo que había sucedido y en cómo ofrecer una explicación a mi hijo. Algo que lo tranquilizase, que no viera a su madre como a una golfa, aunque en realidad lo sea. ¿Cómo explicarle que ser una puta ninfómana no me convierte en una mala madre? Durante horas le di vueltas a la cabeza pensando en cómo hacerlo de la manera más beneficiosa para todos. Finalmente, me decidí a hablar con él. Quise esperar a la mañana siguiente, pero no pude dejarlo pasar por más tiempo. Cuanto antes hablase con él, menos forzado parecería. No podía decirle la verdad, que soy una jodida ninfómana que sólo piensa en follar, que me encantan las pollas y los coños, y que cuanto más follo más quiero. Le diría – pensé – que desde que su padre y yo nos divorciamos tengo necesidades que cubrir, que no suelo hacer las cosas que había visto aquella mañana, que era la primera vez que estaba con dos hombre a la vez y que no volvería a suceder. Algo para zanjar el tema rápidamente sin dar muchas explicaciones y que él se quedase más tranquilo y que olvidase lo que había visto, sin darle cuentas a su padre.

Fui hasta su habitación con el firme propósito de darle esa explicación que había repasado en mi cabeza durante horas. Su puerta estaba entreabierta. Eran las tres de la madrugada. Aún no era demasiado tarde, ya que en vacaciones solía quedarse jugando a videojuegos o buceando en internet hasta bien entrada la noche, sin preocupaciones por la hora en que levantarse al día siguiente. Empujé la puerta y lo que ví me dejó boquiabierta. “

¿Qué viste, Mamen? – pregunté llena de curiosidad.

Mi hijo estaba sentado en la silla de su escritorio frente a la pantalla del ordenador. Tenía la polla en la mano y se la estaba meneando.

¿Le sorprendiste haciéndose una paja? – pregunté

Sí, Carol – asintió con gesto serio – Pero eso no es lo más fuerte – añadió para darle algo de suspense a la narración – En la pantalla del ordenador estaba yo a cuatro patas sobre el sofá del salón. Se la chupaba a uno de los monitores mientras el otro me follaba por detrás – dijo haciendo una pausa – Me había grabado con el móvil y se estaba pajeando mientras me veía follando con esos dos.

¡Madre mía! – exclamé - ¿Y qué hiciste? ¿Él se dio cuenta de que le habías pillado?

Espera, que no termina ahí la cosa – añadió – Tenía un tanga de cuero mío enredado en la polla. Se pajeaba mientras se restregaba contra el tanga.

A ver … Mamen … cualquier chaval de su edad se excitaría viendo a una tía como tú follando así – dije para quitarle importancia al tema – No es tan grave. Yo en tu caso me sentiría halagada – concluí.

Sí, sí … en parte es lo que sentí. Pero … por otro lado … - añadió llena de dudas.

¿Y qué pasó? – pregunté, tratando de llegar al desenlace de la historia.

Pues … - continuó - no sabía cómo reaccionar y me quedé paralizada viendo cómo se la meneaba mientras veía la grabación. Estaba tan excitado que no se dio cuenta de que lo había sorprendido haciéndose una paja. Me acerqué lentamente, sin decir palabra, esperando que en algún momento advirtiese mi presencia y, en función de su reacción al verme, así respondería yo. Finalmente, cuando estaba a su lado, se dio cuenta. Dio un respingo en la silla y trató de meterse la polla en los calzoncillos, visiblemente avergonzado.

¿Te excita verme? – le pregunté señalando la imagen de su ordenador, donde podía verse cómo follaba con los dos monitores del gimnasio - ¿Te excita mi ropa interior, hijo? – me anticipé a preguntar antes de que diera respuesta a mi primera cuestión, al tiempo que cogía el tanga de cuero con el que se estaba masturbando hacía unos instantes y que había arrojado precipitadamente sobre la cama al verse sorprendido.

Ehhh … esto … verás … - tartamudeo tan nervioso por la situación como avergonzado por mi actitud – Mamá … deja que te explique … no es lo que parece …

¡Shhhhh! – le chisté poniendo un dedo sobre sus labios para que se callase - ¡No sigas, hijo! Está claro … no tienes nada que explicar – le dije mientras él retrocedía pasando de la silla del ordenador a la cama. El bulto en sus calzoncillo era evidente, a pesar de haber sido sorprendido – Soy yo quien te debo una explicación por lo que has visto esta mañana – añadí sentándome junto a él. En ese momento ví con claridad meridiana lo que debía hacer. Puse mi mano sobre su paquete.

¡Qué haces! – exclamó.

Tranquilo, hijo – dije con serenidad sin soltar sus calzoncillos – Mereces una explicación y te la voy a dar, pero estás demasiado excitado para poder charlar – añadí mientras metía lentamente una mano dentro de los calzoncillos – Así no podemos hablar. Tú cabeza no razonará hasta que te calmes. Tienes que relajarte – dije acariciando con suavidad su glande. Le bajé los calzoncillos y comencé a meneársela muy lentamente.

Ehhh … esto no está bien … mamá – tartamudeó.

Estabas haciéndolo hace un momento con esa grabación y con uno de mis tangas – dije – Relájate mientras te explico algunas cosas, ¿de acuerdo?

Va … va … vale – asintió, tan nervioso como excitado.

Estás en una edad donde los chicos os excitáis fácilmente y estáis todo el día pensando en sexo – dije sin dejar de menear su polla – Es lógico que quieras descargar tanta tensión acumulada – añadí llevando mi mano hacia sus huevos - ¡Ufff, hijo! Tienes que descargar todo lo que llevas ahí dentro para poder razonar y dejar que te explique.

Ya … ya … pero no sé si tú deberías hacer esto … - balbució confundido por la situación.

¿Tienes novia? – le pregunté.

No.

¿Hay alguna chica que pueda hacerte esto?

Pues … no … no la hay – respondió.

Entonces, tendré que hacerlo yo, ¿no crees?

Pero … pero … no sé …

Te sirvo para excitarte y hacerte pajas, ¿pero no para hacértelas yo?

No es eso, mamá … es que … es que … - tartamudeó.

¿No te gusta cómo te la meneo? – pregunté acelerando el ritmo de mi mano sobre su polla, al tiempo que acariciaba sus cojones con la otra.

Sí, mamá … pero … no sé … - dijo lleno de dudas.

Déjate hacer, cariño. Sé lo que hago. Recuéstate sobre la almohada y deja que te relaje – le dije. Obedeció. Parecía que había logrado convencerlo. Se tumbó apoyando su cabeza sobre la almohada mientras seguía meneándole la polla. Pensé que así no sólo le ayudaría a darle placer y que consiguiese aliviar toda la tensión que sus huevos y su polla empalmada reflejaban, sino que conseguiría conectar con él, que aquello serviría para tener un pequeño secreto entre ambos, algo que nos uniese más y, de paso, que impidiese que le contase a su padre algo de lo que había visto aquella mañana.

¡Ah, ufff, ayyy! – sollozaba con los ojos cerrados.

¡Eso es, hijo! ¡Disfruta y échalo todo! – le animé cuando sentí que estaba a punto de correrse. Duró poco más. Se corrió entre gemidos y sollozos, derramando su joven y caliente esperma sobre mis manos. Continué meneándosela un rato más, hasta que su polla perdió vigor. Después, limpié los restos de semen con unos pañuelos de papel que llevaba en el bolsillo de mi bata. La primera parte estaba hecha. Quedaba aún ofrecerle alguna explicación con la que convencerlo de que lo que había visto aquella mañana no era algo tan malo y reprochable, que era algo natural, simples necesidades que hay que cubrir. Además, necesitaba quedarme tranquila, quitarme de encima el peso de ser una mala madre por gustarme tanto el sexo.

¿Cómo hiciste? – pregunté intrigada.

Pues … la verdad es que no hizo falta explicar nada – dijo con una mezcla de resignación y tristeza – No me dejó. Cuando empecé a hablar sobre lo que había visto y lo que había grabado con el móvil, me cortó de raíz.

¿Qué te dijo?

Mamá, no me expliques nada. Eres una mujer joven y guapa. Es normal que te apetezca hacer esas cosas. Si supieras qué dicen de ti mis compañeros de clase … - insinuó.

¿Qué dicen, hijo? – pregunté, temiéndome lo peor. Pensaba que dirían que soy una guarra o algo así, quizás por el cambio en mi forma de vestir desde que me divorcié.

Pues … dicen que eres una MILF, que eres muy guapa, … - balbució con vergüenza – A veces vienen a casa con la excusa de hacer deberes o a estudiar, pero en realidad es por verte. Se hacen pajas pensando en ti – concluyó, bajando la mirada.

Me quedé estupefacta – me confesó Mamen – No sabía qué pensar ante esto. Es un halago que chavales de 17 años me vean así. Por otro lado, estaba claro que mi hijo no se sentía cómodo con esos comentarios de sus compañeros.

Y los profesores y los padres de mis compañeros … - continuó, sentado sobre la cama y con la mirada fija en el colchón, como si no pudiera mirarme a la cara - … cuando hablas con ellos … cómo te miran.

¿Cómo me miran, cariño?

Pues … pues … ya sabes … con lujuria. Te miran las tetas cuando no te das cuenta o el culo cuando te giras.

¿Y eso te incomoda?

¡Claro!

Lo siento.

No es culpa tuya – añadió – Ya te he dicho que lo entiendo. Es normal que les gustes.

No quise tirarle más de la lengua. Le di un beso, le deseé buenas noches y salí de la habitación.

Bueno, Mamen … si el tema se zanjó así, no está mal.

Ya. La cuestión es que no acabó ahí – añadió – Al día siguiente, no hablamos del tema en toda la mañana. Parecía como si, efectivamente, se hubiera zanjado lo sucedido pero, ya por la tarde, bajó de su habitación en calzoncillos con una más que evidente erección. Yo estaba sentada en el sofá viendo la televisión. Se plantó frente a mí y me dijo:

Mamá, ¿me relajas como hiciste ayer?

¡Ay, Dios, Mamen! – exclamé - ¿Y qué hiciste?

No entraré en muchos detalles, pero accedí – me dijo muy seria.

¿Se la meneaste?

Se la chupé – concluyó.

¿Le hiciste una mamada?

Sí. No nos dijimos ni una palabra – explicó – Sólo se la chupé. Fue una mezcla de sentimientos. Por un lado sentía que estaba haciendo algo horrible, reprochable, indigno. Pero … por otro lado pensaba en lo que quiero a mi hijo, en que sólo estaba aliviándolo, dándole placer, haciéndolo feliz. ¿Qué puede haber de malo en hacer feliz a tu propio hijo? – me decía a mi misma mientras me metía su joven polla en la boca y la succionaba. Pensaba en cómo me veían sus amigos y lo que me había contado sobre padres y profesores. No tardó en correrse en mi boca. Me tragué su lefa y, por un momento, imaginé que no era mi hijo. Fue como chupársela a cualquier otro. Me gustó, pero la imagen de Ernesto volvió a mi mente después de unos segundos y volví a sentirme como una mala madre.

Gracias, mamá – me dijo cuando sacó la polla de mi boca y se la guardó, ya flácida, en los calzoncillos – Y tranquila, que no le contaré nada a papá.

Yo no veo nada de malo en ello, Mamen – traté de tranquilizarla – Mira a mi familia. Follamos todas con todas, compartimos clientes, disfrutamos haciéndolo, somos felices … ¡y el mundo que piense lo que quiera! - la animé.

Por eso me dais tanta envidia – confesó – No tenéis remordimientos con estas cosas. Pensaba que con el divorcio me había liberado ya de todas estas convenciones puritanas, pero esto … no sé bien como llevarlo – me explicó – Porque, Carol – me dijo mirándome muy seriamente – el tema no se zanjó con esa mamada.

¿Ah, no?

Esa misma noche volvió a pedirme que se le aliviara. Y al día siguiente. Y al otro. Cada vez perdía un poco de vergüenza y, en las últimas ocasiones, sentí cómo si fuera una exigencia, como si hubiera sentado un precedente y ya no pudiera negarme a chupársela cuando a él le apetezca. En una semana, se la he chupado doce veces – confesó.

Normal. El chico no es tonto y sabe lo que le gusta – expliqué – Mamen, es que estás muy buena – la elogié, tratando de relajar el tema.

Hace unos días se fue con su padre a la playa. Vuelve esta noche porque mañana es su cumpleaños y … me temo … me temo … que espera un regalo especial – explicó.

¿A qué te refieres?

Durante las últimas mamadas antes de irse a la playa, ya me sugirió que quería más, que nunca había follado, que nunca había tocado un coño, insinuando que quería follarme, …

¿Y qué vas a hacer?

No sé – dijo muy afectada – Aconséjame.

¿Tú quieres que se estrene contigo? – pregunté – Piensa que su primera vez no la olvidará. Lo cierto es que ya recordará siempre sus primeros contactos sexuales, sus primeras mamadas … y te recordará a ti. Debes decidir si reforzar ese vínculo o diluirlo.

¿Tú qué harías en mi lugar?

Me lo follaría, pero yo soy más puta que las gallinas, Mamen – confesé – He follado con mi madre, con mi hermana, con mi sobrina, con el padre de mi hermana (ver relatos “De tal palo tal astilla: puta la madre, puta la hija”) e incluso quizás mi padre sea algún antiguo cliente de mi madre y también me lo haya follado. Para mi no es vergonzoso, sino un orgullo poder tener sexo con la gente a la que realmente quiero, con sangre de mi sangre – le expliqué.

No sé … ojalá pudiera pensar como tú … - dijo bajando la mirada con tristeza.

¿A qué hora llega tu hijo? – pregunté, ocurriéndoseme una idea.

A las once y media.

¿Viene en AVE? ¿Llega a Atocha? – pregunté mirando mi reloj.

Sí.

Vamos a hacer una cosa, a ver qué te parece: llama a tu hijo y le dices que se venga para aquí y matamos dos pájaros del mismo tiro – propuse – El chaval cumple dieciocho años, la mayoría de edad … que lo celebre en condiciones. Conmigo, con Baby o con Susi, que si quieres la llamo para que venga. Con las tres a la vez. ¡A lo grande! – expliqué – Creo que es un regalo que no olvidará nunca en la vida. Quizás si folla con otras tías, deje atrás lo de acudir a ti para aliviarse.

¿Harías eso por mí? – preguntó mirándome con los ojos húmedos por un incipiente y contenido llanto.

Por supuesto, Mamen. No lo dudes – aseguré mientras nos fundíamos en un abrazo.

Gracias, Carol – me susurró al oído – Eres tan buena persona como buena puta.

¡Vamos! – exclamé volviendo a mi practicidad habitual – Que se nos hace tarde si queremos hacerlo bien. ¡Llámalo! – ordené – Pon el altavoz, que quiero oír la conversación. Mamen obedeció. Buscó su móvil en el bolso y marcó el número de su hijo.

¡Mamá! – exclamó una voz juvenil.

Hola, hijo. ¿Por dónde vas?

Estoy llegando. Faltarán unos veinte minutos – explicó - ¿Vas a venir a buscarme a la estación? Estoy deseando verte.

Y yo a ti, cariño mío; pero no me da tiempo a ir a Atocha. Además, quiero que vengas a donde estoy.

¿No estás en casa?

No, hijo. Estoy en un sitio que quiero que conozcas.

¿Un restaurante? ¿Vamos a cenar? – preguntó.

No, es otro sitio. Te mando la ubicación por wassap, ¿vale? Coge un taxi y te vienes directo. ¿Llevas dinero para el taxi?

Sí, llevo 50 Euros – explicó – Pero … ¡dime! ¿Qué sitio es ese?

Ya lo verás. Es una sorpresa por tu cumpleaños – explicó Mamen – Nos vemos en un rato – se despidió antes de colgar.

Muy bien, Mamen – dije acariciándola en la mejilla – No te vas a arrepentir.

¿Qué pasa? – preguntó mi sobrina, haciendo acto de presencia en el salón - ¿Qué me he perdido?

Tenemos un cliente muy especial – expliqué – Vamos a prepararnos porque viene de camino.

¡Que bien! – exclamó Baby ilusionada - ¡Mi primer cliente!

Continuará …