Mi sobrina (2)

Mis esperanzas de que la tradición familiar continuase estaban depositadas en Bárbara, la hija que mi hermana había parido cuando tenía 19 años, y a la que había ocultado a qué nos dedicábamos en la familia. Antes incluso de nacer, le hice una promesa ...

MI SOBRINA (II).

Dispuesta a saciar mi curiosidad sobre el especial y novedoso regusto del chocho de mi hermana encinta que había detectado al mamar aquella polla que acababa de follarla, me lancé directamente a su entrepierna, deshaciendo de inmediato el trío y empujando a Don Alfredo que, de pié frente a Alicia, follaba sus tetazas rebosantes de leche materna.

- ¡Ábrete bien, hermanita! – exclamé impaciente por meter la lengua en su dilatado chumino - ¡Necesito comerte el coño!

- ¡Tranquila, Carol! – respondió Alicia, recostándose sobre el respaldo del sofá con cierta dificultad por su abultada panza de seis meses, y recogiendo las piernas con las manos para mostrarme la entrada de su mojado conejo – ¿Qué prisas tienes? Si esos dos no habían casi ni empezado a darte caña …

- Necesito comprobar algo … - expliqué, arrodillada a cuatro patas frente a sus piernas abiertas de par en par, antes de lanzarme a lamer su raja - ¡Gluuuurp! ¡Gluuuuurp! ¡Gluuuuuurp! – exclamé dando los primeros lametones.

- ¡Venga, que alguien se folle a Carol por detrás! – ordenó Alicia al advertir que los tres tíos estaban desocupados, meneándose la polla mientras observabas atónitos la nueva muestra de mi ninfomanía.

- ¡Lo sabía! – exclamé – ¡Tu coño sabe diferente! – le dije a Alicia justo en el momento en que uno de los tipos me ensartaba por detrás.

- ¿Qué dices? – preguntó Alicia, extrañada, mientras meneaba los dos rabos restantes.

- Es por el embarazo, creo – añadí, después de dar un par de lametones más a su entrepierna, saboreando con deleite sus abundantes flujos - ¡Mira, compruébalo tú misma! – exclamé metiendo tres dedos dentro de su abierto chochazo y dando unos rápidos y ágiles embistes en su interior para mojarlos bien.

- A ver … ¡dame! – dijo incorporándose ligeramente para chupar mis dedos chorreantes de sus flujos - ¡Arrrrrg! ¡Gluuuurp! ¡Uhhhhmmmm! ¡Es cierto! – concluyó, tras unos segundos saboreando sus propios jugos.

- ¡Joder, tía! – exclamó el que me daba por culo – A ver si estás rompiendo aguas. ¿De cuánto estás?

- De seis meses – respondió Alicia – El médico me ha dicho que todo va bien y que puedo follar a mi antojo, que el embarazo no debe limitar mi actividad sexual – explicó – Además, no me duele nada ni tengo contracciones.

-¡Pues venga! – exclamó Don Alfredo, impaciente - ¡A follar, que a eso hemos venido!

Seguí en aquella postura durante un buen rato, a cuatro patas mamando el coño de mi hermana, mientras me daban por culo por turnos. El que me la sacaba del culo, se la metía a continuación a Alicia en la boca, que mamaba con la glotonería y vicio que la caracteriza. El restante, se entretenía con nuestros cuerpos, pellizcándonos los pezones, sobándonos el culo, o restregando su polla contra nuestros rostros. Entretanto, y con la boca aferrada al coño de Alicia, pensé en la niña que mi hermana llevaba dentro. Fantaseé con que si metía la lengua bien dentro podría acariciarla suavemente. Deseé hacerlo, presa de la lujuria y la excitación. Lo deseé tanto como que aquella niña que nacería en apenas tres meses pudiera llevar una vida tan plena y placentera como la de su madre y su tía. Entre los gemidos de todos los participantes de la orgía y los comentarios que nos dedicaban para alabar nuestras habilidades, susurré unas palabras dirigidas a mi futura sobrina, aún un simple feto. Lo hice con los labios metidos en el abierto y chorreante chochazo de Alicia. Supongo que sólo fueron fruto de la excitación del momento, de mi depravada y calenturienta mente que imaginó a su sobrina heredando la ninfomanía de su tía para convertirse en una puta más de la familia. “Cariño, serás una puta estupenda. Yo te enseñaré todo lo que debes saber y me ocuparé de que nunca en la vida te falte una buena polla que llevarte a la boca, al coño o al culo. ¡Te lo prometo! ¡Te quiero!” . Mientras susurraba estas palabras, acaricié la barriga de mi hermana, sin dejar de comerla el coño, y sentí como si mi sobrina me hubiera escuchado, como si hubiera reaccionado ante mi promesa. No fui muy original, lo reconozco Aquellas palabras, o unas muy parecidas, me las había dicho mi madre cuando tenía 16 años y le confesé mi deseo de ser puta como ella. Pero me salieron del alma. Y sabía que algún día se darían las circunstancias propicias para cumplir mi promesa.

Poco importa cómo acabó aquella orgía. Sólo era una más de esas otras muchas que hemos practicado durante tantos años en la profesión. Se me quedó grabada en la mente debido a aquel momento tan especial y emotivo, aquel singular pacto entre tía y sobrina. Y desde entonces creí tener una especial relación con ella, además de una promesa por cumplir.

- ¿Estás bien, Carol? – interrumpió mi madre, sacándome de mi ensimismamiento.

- Ehhh … sí – dije volviendo al mundo real y dejando a un lado mis cavilaciones – Sólo estaba pensando – expliqué.

- Algo te preocupa, Carol – me dijo mamá, siempre tan perspicaz – Cuéntame – añadió, sentándose junto a mí.

- Estaba pensando en Baby … - apunté.

- ¿Tienes ganas de verla, verdad?

- Sí, se está haciendo mayor. Ya tiene 15 añitos. Está en un edad que … bueno … ya sabes … es complicada.

- Sé a qué te refieres perfectamente – reconoció – No podremos ocultarle la verdad durante mucho más tiempo.

- Deberíamos decírselo cuanto antes – repliqué – Cuanto más tarde lo descubra, peor se lo tomará.

- Su madre lo quiere así. Y ya sabes que yo hice lo mismo con vosotras. No es conveniente forzar las cosas – me explicó.

- Nunca he entendido por qué tantos miramientos. ¿Acaso ser puta tiene algo de malo como para tener que ocultárselo? – pregunté algo contrariada. Hubo un silencio – Si la hubiéramos educado a mi manera, no tendría que pasarse diez meses al año metida en un convento de clausura. ¡Porque ese colegio es un puto convento! – exclamé.

- Ya hemos discutido esto mil veces, Carol. Y si Alicia, que es su madre, prefiere esperar … tú no eres nadie para entrometerte en su educación – concluyó.

- Como queráis, pero con el tiempo os daréis cuenta de vuestro error – sentencié, algo enojada, poniéndome en pié y dirigiéndome, escaleras arriba, hacia mi habitación.

Tras una tonificante ducha, me fui a la cama sin dejar de pensar en mi sobrina. Aquella misma tarde me había llamado para felicitarme. Estaba en un campamento de Verano al que Alicia la enviaba todos los años con el propósito de no tenerla en Madrid más que diez o quince días durante la época estival, de forma que pudiéramos ocultarla a qué nos dedicábamos en la familia sin desbaratar en exceso nuestras agendas. Desde que cumplió seis años y se marchó al internado en Ávila, tan sólo nos visitaba unos treinta días al año, repartidos entre Semana Santa, Navidad y Verano. Para mí resultaba inhumano tenerla tanto tiempo metida entre monjas y beatas, prácticamente recluida y apartada del mundo real. Si Alicia no quería condicionarla haciendo que conviviese desde pequeña con putas y contemplando el sexo con naturalidad, la realidad es que estaba haciendo todo lo contrario: empujándola a ser una niña remilgada, cursi y alejada de las cosas verdaderamente importantes en la vida. Si eso no era condicionarla, no sé entonces qué lo sería.

Bárbara pesó casi cuatro kilos el día de su nacimiento. Fue un bebe grande y sano. Con el paso del tiempo se convirtió en una niña preciosa. La genética hizo su trabajo y recibió la naricilla redonda de su madre y los ojos azules de su padre. Ni que decir tiene que heredó el cabello rubio de ambos progenitores. En la familia todas éramos rubias y Bárbara no podía ser la excepción. De pequeña tenía una cara simpática con unos ojos inquietos y llenos de alegría y vitalidad desbordantes. Era traviesa, pero podía dormir plácidamente durante doces horas sin apenas cambiar de postura ni inmutarse por mucho barullo que hubiera a su alrededor. Ya desde pequeña se podía intuir que sería una adolescente alta y guapa, porque a los críos de su misma edad les sacaba siempre un palmo. Cuando la llevábamos de paseo o a jugar en algún parque, otras madres (y algunos padres también) alababan su belleza, alegría y desparpajo; y se acercaban a ella para hacerle carantoñas y arrumacos.  La verdad es que a los cuatro o cinco años era una niña de anuncio, que atraía las miradas de todos. Cuando contemplaba la reacción que causaba en los demás, no podía dejar de pensar que si una década después seguía provocando las mismas sensaciones, sería una puta fantástica, digna de continuar la tradición familiar.

Cuando venía a Madrid, todas cambiábamos nuestras apretadas agendas para poder estar con ella sin levantar sospechas. Nos trasladábamos al piso de Chamberí y hacíamos todo lo posible por esconder nuestras verdaderas ocupaciones. La casa de mi madre, donde realmente vivíamos, pero donde también teníamos instalado nuestro negocio familiar de prostitución, apenas si la había pisado una o dos veces cuando era una niña pequeña. Desde que se marchó al internado, con seis añitos, no había vuelto a ir a aquella casa plagada de signos y evidencias de que, en realidad, se trataba de un pequeño burdel. Resultaba gracioso vernos a todas disimulando ciertos hábitos para que la niña no se diese cuenta de a qué nos dedicábamos. No podíamos maquillarnos ni vestirnos como acostumbrábamos. Apenas si teníamos temas de conversación entre nosotras porque no podíamos hablar de sexo, de clientes, de pollas, de enemas, de consoladores, de lefa, … Fue especialmente difícil explicarla quién era Susi, cuando allá por el año 2005 me reencontré con ella y, finalmente, se quedó a vivir con nosotras. Según se iba haciendo mayor, y a pesar de que Susi la trataba con cariño y afecto, las preguntas sobre ella se hicieron más insistentes. No podía entender del todo la relación que todas manteníamos con ella, pero especialmente yo. No era normal que una simple amiga se alojase en casa tanto tiempo. Del mismo modo, fue algo complicado idear una explicación plausible para el hecho de que Alicia, su madre, pasara tanto tiempo fuera de España. Obviamente, la palabra “porno” era tabú, y recurrimos a darla un imaginario cargo de directiva en una importante multinacional. Su abuela, le contamos, vivía de la pensión de viudedad; Susi era dependienta de una  tienda de ropa; y yo, comercial de una empresa de telefonía móvil. Esas burdas mentiras colaron durante algún tiempo, cuando Baby era aún una cría, pero en cada visita que nos hacía, las lagunas en nuestra ficción se hacían más evidentes. Además, la niña no era tonta y empezaba a ver con claridad que algo no cuadraba del todo.

Durante los días siguientes pensé mucho en Bárbara y en la necesidad de que fuese descubriendo la realidad. Tenía una edad, 15 años, en que lo normal es que se fuera iniciando en el sexo. Ya un par de años antes me había confesado que le gustaba un chico al que había conocido en uno de los fines de semana que dejaban salir a las internas. “Fóllatelo y demuéstrale que ya eres una mujer hecha y derecha” , quise aconsejarla. Pero no lo hice, siempre con la intención de respetar la educación que Alicia había planeado para mi sobrina. Llevaba más de un año sin verla porque sus últimas esporádicas y breves visitas habían coincidido con diversos trabajitos para los que había sido contratada fuera de Madrid, y aunque hablaba a menudo por teléfono con ella, lo cierto es que nos habíamos distanciado un poco. Por suerte, Bárbara venía a Madrid a pasar la segunda quincena de Agosto, para regresar al internado el 1 de Septiembre. Tiempo suficiente para retomar nuestra especial relación tía-sobrina.

El día 15 de Agosto, festividad de la Paloma, Bárbara llegaba a la estación de Atocha a las ocho de la tarde, procedente del campamento de Verano donde había pasado el último  mes. Su madre ya no estaba en Madrid porque rodaba en Ibiza su próxima película como directora, y para la cual utilizaría a los cuatro sementales cuyos servicios me había regalado por mi cumpleaños, cinco días antes. Mamá, Susi y yo aún estábamos ultimando la pequeña mudanza al piso del barrio de Chamberí que siempre precedía a las visitas de Bárbara, al objeto de ocultar en la medida de lo posible que la casa donde realmente residíamos (la de mi madre) más que una vivienda era un puticlub, cuando sonó el teléfono. Descolgué el auricular.

- ¿Diga?

- Carol, soy Nati. ¿Cómo tenéis la noche? – preguntó. Como ya he explicado en otros relatos, Nati dirigía una agencia de contactos que nos proporcionaba clientela de cierto nivel económico y buena posición social a cambio de una pequeña comisión. En otras palabras, era una madame.

- Hoy llega mi sobrina y estamos mudándonos al piso – expliqué.

- Un cliente me manda a tres futbolistas de un equipo que está en Majadahonda haciendo la pretemporada. Llevan toda la concentración, más de 15 días, sin ver a sus mujeres y están como locos por echar un polvo – me explicó.

- No sé … hoy va a ser difícil … ya sabes que Alicia no quiere que mi sobrina sepa a qué nos dedicamos – expliqué tratando de excusarme.

- Carol, es Agosto y ando escasa de chicas – añadió - ¿No puede quedarse tu madre con tu sobrina? – preguntó – Verás, el cliente que me manda a los tres jugadores es importante … y me ha pedido que los atendieseis tú y Susi.

- ¡Joder, Nati! – exclamé contrariada – Quería ir a recoger a Bárbara yo misma. Y mi madre no puede ocuparse de ella porque tiene un servicio a domicilio.

- Son quinientos Euros por cabeza … - dijo, tentándome - … descontada ya mi comisión.

- Venga … ¡vale! – acepté pensando en tres jóvenes deportistas follándonos a Susi y a mí … con un beneficio neto de mil quinientos Euros. El simple hecho de que pagasen tal cantidad de pasta por follarme, me ponía cachonda perdida – Pero cítalos tarde, que a las ocho tengo que ir a recoger a mi sobrina.

- A las doce, como mucho, tienen que estar de vuelta en el hotel de concentración – explicó - ¿A las diez te viene bien? En una hora os los cepilláis de sobra, ¿no?

- De acuerdo. A las diez – respondí colgando el auricular.

Informé a Susi del servicio de las diez y la encomendé que tuviera todo preparado para recibir a los tres futbolistas: la ropa que nos pondríamos, algo de bebida por si querían tomarse una copa, unos vídeos porno míos para poner en la tele y crear ambiente, algunos juguetitos sexuales por si venían con ganas de usar con nosotras algo más que sus pollas, etc. Después, me vestí con ropa discreta, para no llamar la atención demasiado ni levantar las sospechas de Bárbara. Unos vaqueros ceñidos de pitillo, una camiseta blanca de tirantes y unas valencianas, también blancas, de tacón de cuña de esparto. Algo cómodo, fresco y veraniego.

Después de aparcar mi Mercedes Sport Coupé en las inmediaciones de la Plaza del Emperador Carlos V, me introduje en la estación de Atocha, al tiempo que por megafonía anunciaban la llegada del tren en el que viajaba mi sobrina. ¡Qué ganas tenía de verla! Algo en mi interior me decía que aquella visita no sería como las anteriores, que algo cambiaría para siempre en nuestra relación. No sabía si sería algo positivo o negativo, pero tenía la sensación de un giro inminente.

Descendí por las escaleras mecánicas hacía el andén, buscando con la mirada a mi sobrina. De pronto, mis ojos se posaron sobre una joven que caminaba con paso decidido, sorteando a los pasajeros que descendían de los vagones y decenas de familiares que esperaban arremolinados junto al tren. Avanzaba entre la multitud, ataviada con unos pantalones vaqueros cortados por medio muslo y una camiseta roja de tirantes. Era Bárbara, no había duda. Pero había crecido … ¡y de qué manera! No pude evitar apreciar el vaivén de sus turgentes pechos a cada paso que daba y cómo sus caderas, ceñidas por los jeans rotos, se movían rítmicamente. Su melena, más larga y rubia que nunca, se mecía grácil y suavemente, al tiempo que giraba la cabeza a izquierda y a derecha, buscándome entre la gente. Unas grandes y llamativas gafas de sol, que impedían distinguir con claridad su rostro, cubrían sus ojos; razón por la que aparentaba más edad de la que realmente tenía. Arrastraba una pequeña maleta con ruedas, mientras que en la otra mano portaba un pequeño maletín de esos que se usan para guardar el ordenador portátil. Un voluminoso bolso negro colgaba de su brazo. Llamaba la atención. Era imposible no fijarse en ella.

Una sensación extraña me invadió al ver a mi sobrina, antes incluso de que ella advirtiese mi presencia en aquella escalera mecánica que descendía lentamente hacia el andén. Fue como si por un momento sólo estuviese ella allí, en medio de una multitud que, de pronto, se difuminó ante mis ojos entre colores grises y negros, y donde sólo su radiante figura iluminaba toda la estación. Estaba preciosa. Más guapa que nunca. Tenía la mezcla justa de su madre y de su padre, que le había hecho heredar lo mejor que cada uno.

- ¡Tía Carol! – exclamó al verme ya sobre el andén. Soltó la maleta y el maletín del portátil y abrió sus brazos para estrecharme contra ella.

- ¡Hola, cariño! – exclamé, al tiempo que nos fundíamos en un abrazo. La besé en la mejilla con suavidad mientras ella frotaba mi espalda con sus manos - ¡Deja que te vea bien! – la pedí deshaciendo el abrazo.

- He crecido un poco, ¿verdad? – dijo con orgullo.

- Estás hecha toda una mujercita – la elogié observándola de arriba abajo. Me percaté de que a pesar de llevar unas sandalias planas, me superaba en estatura con claridad. Estaba cerca del metro setenta. Sus torneadas piernas brillaban, tersas y suaves; y sus caderas se habían ensanchado, acentuando su sinuosa figura. No sólo había crecido a lo alto, sino que había cogido unos kilitos que le sentaban estupendamente. Sus pechos ya estaban formados y se marcaban bajo su ceñida camiseta. No tenía las tetas de su madre, que a su edad ya gastaba una talla cien, pero a poco que se desarrollase, no le iría a la zaga – ¡Estás preciosa, Baby! ¡Y qué morena! – añadí al apreciar su perfecto bronceado, volviendo a fundirme en un cálido abrazo con ella – Vamos a tomar algo, que con el calor que hace y con el viaje tan largo, debes estar sedienta.

- ¡Vale! – dijo sonriente – Tengo tantas cosas que contarte …

Charlando alegremente nos dirigimos hacia alguna de las cafeterías que hay dentro del vestíbulo de la estación, con la intención de refrescarnos el gaznate. No podía entretenerme mucho, ya que a las diez debía estar en casa para atender junto a Susi a los tres futbolistas que nos enviaba Nati. Decidimos sentarnos en la terraza interior de una de las cafeterías que hay en la zona de paso que une la estación del AVE con la de los trenes de cercanías y media distancia. Cuando Baby dejó el maletín del portátil sobre el suelo, se inclinó ligeramente hacia adelante, mostrándome sus posaderas, ceñidas por los vaqueros. “¡Qué culo tiene, la muy cabrona!” , exclamé para mis adentros al ver cómo se marcaban perfectamente sus nalgas, redondas y carnosas. Estaba claro que en el culo salía a su tía, pues creí verme a mí misma cuando la contemplé por la retaguardia. No pude evitar pensar en confesarle toda la verdad y en que decidiese unirse a la familia, en el viejo oficio de la prostitución. “Baby sería una puta estupenda” , pensé. “Es muy guapa, tiene un cuerpazo y lleva la prostitución en los genes”. La miré mientras se sentaba frente a mí y se quitaba las gafas de sol. ¡Qué ojazos! De un azul tan intenso que parecían atravesarte. Di un respingo en mi silla porque me di cuenta de que ya no pensaba en ella como en mi dulce sobrina, sino como en la sucesora generacional que estaba buscando para el negocio familiar. Ya no quería darla un beso en la mejilla y abrazarla con ternura, sino que deseaba morderle los labios y meter mi lengua en su boca mientras le susurraba todas las guarradas que quería hacer con ella, desde lamer su chochito virgen hasta sentarme en su cara para sentir su lengua en mi ojete. La imaginé a cuatro patas, con un corpiño de cuero negro, unas medias de rejilla a juego y unos zapatos de plataforma, recibiendo pollas por todos sus agujeros y dándome las gracias por enseñarla a ser una buena puta. Imaginé a mi hermana Alicia, compartiendo un rabo con su propia hija, mostrándola cómo dar placer con la boca, sintiéndose orgullosa por haber parido a una puta tan viciosa como su madre. Imaginé besando a mi sobrina después de haber recibido una corrida, compartiendo el sabor del cálido y pastoso néctar de un rabo, mientras otro par de pollas nos taladraban el coño y el culo.

- Tía Carol – me dijo, poniéndose seria al apreciar mi ensimismamiento – Tengo que comentarte algo.

- Claro, nena – respondí dispuesta a escucharla. Siempre me había sentido muy orgullosa de que Baby me considerase su amiga y asesora. Sabía que con su madre nunca tuvo la confianza que conmigo para contarle sus cosas y pedirle consejo. De hecho, Baby siempre trató a su madre con cierto aire de reproche por haberla ingresado en un internado desde tan pequeña - Cuéntame.

- Verás … - dijo tratando de elegir las palabras correctas, el tiempo que se recostaba sobre el respaldo y se cruzaba de brazos. Ese gesto me anunció que lo que tenía que comentarme era un tema delicado y que, ya de entrada, se estaba poniendo a la defensiva - … es sobre mamá.

- ¿Qué le pasa a mi hermana? – pregunté extrañada.

- Estooo … no sé cómo decir esto, tía … - explicó, llena de dudas - … siempre me habéis dicho que mi madre viajaba tanto porque es directiva de una multinacional. Cuando se fue a Estados Unidos durante tres años me dijisteis que la habían trasladado allí por un importante proyecto – explicó, tratando de hacer ver que había descubierto que todo era mentira – Cuando, después, estuvo viajando por toda Europa … Alemania, Hungría, Francia, Holanda, Chequia, … - enumeró brevemente. Sabía de sus viajes porque su propia madre siempre le traía regalos de todos los países que visitaba - … se me dijo que estaba coordinando otro proyecto internacional. Cuando – siguió – se reunió conmigo en Londres el Verano pasado, mientras yo estaba de intercambio aprendiendo inglés, me aseguró que su viaje se debía a otro “proyecto” – explicó recalcando las comillas con un gesto inequívoco – Siempre proyectos superimportantes y de gran relevancia internacional – concluyó con gesto desafiante clavando sus intensos ojos azules en los míos.

- Sí, claro – mentí, tratando de seguir con la coartada que Alicia nos había obligado a mantener para ocultar a Baby la realidad – Tu  madre tiene un cargo muy importante que le exige viajar mucho y …

- ¡Venga ya, tita! – me interrumpió enfadada - ¡Que no soy tonta!

- Ehhh … Baby … estooo … no sé a qué te refieres – tartamudeé.

- ¿Quieres que te cuente en qué consisten esos “proyectos”? – me preguntó, desafiante, y volviendo a marcar las comillas con las manos. Buscó en su bolso, sacando algo de su interior, y lanzó con desdén sobre la mesa la carátula de un DVD – Estos son sus “proyectitos”.

Me quedé de piedra. No me esperaba algo así. No cabe duda de que Baby era una adolescente inteligente y con mucha personalidad. Otra chica de su edad no hubiera tenido el valor para desafiarme de esa manera y, además, aportando pruebas de que la historia que siempre la habíamos contado no era más que una burda mentira. Miré atónita el DVD sobre la fría mesa de metal de la terraza de la cafetería. Lo reconocí en seguida. Pertenecía a una serie de DVD´s dedicado a dobles penetraciones. Había hasta 10 películas de aquella saga, en una de las cuales yo misma había protagonizado una escena. En aquella portada podía verse a mi hermana ocupando la parte central de la carátula, ataviada únicamente con unos llamativos zapatos de plataforma de color blanco y ensartada por dos enormes pollas, una alojada en su culo y otra en su coño, haciendo un escorzo con el cuerpo para poder mirar a cámara con la boca entreabierta y gesto vicioso. A su alrededor aparecían cuatro imágenes difuminadas de las otras actrices que compartían cartel con Alicia, en diferentes posiciones, pero siempre doblemente penetradas.

Se hizo el silencio. No sabía que decir. Un ángel y un demonio se me aparecieron, uno en cada hombro. El primero pretendía convencerme de que lo mejor era mentir, negar la evidencia o inventar algo para salir del paso. El segundo, el demonio, pretendía persuadirme para que contase la verdad, para decirle que su madre, su tía y su abuela eran putas … y que habíamos rodado escenas pornográficas durante una época para que el mundo entero disfrutase de nuestro talento para follar por todos los agujeros, para chupar pollas y coños de todas la razas, nacionalidades y edades, para tragar lefa y flujos corporales de todo tipo y, en definitiva, para mostrar al mundo entero que éramos unas zorras depravadas. Aquel diablillo imaginario quería que le dijera que no nos avergonzábamos de  ser unas sucias rameras dispuestas a follar con cualquiera que pagase el precio estipulado y que vendíamos nuestro cuerpo por el placer de hacerlo, por una irracional necesidad de sexo que se había apoderado de nosotras cuando aún éramos unas crías y que, gracias a ello, habíamos llevado una vida plena, apasionante y feliz a más no poder. Ese pequeño diablillo rojo me empujaba a ser sincera. Dudé durante unos segundos, tratando de aclarar mi mente y decidiendo qué camino tomar. Sin embargo, Baby se me adelantó:

- ¿Qué te parece, tita? – preguntó desafiante – ¿Pensabais que no me iba a enterar nunca? ¿Tan estúpida me creéis? ¿Acaso pensasteis que me iba a tragar que mamá tiene un cargo tan importante cuando le cuesta leer con fluidez un texto de dos líneas?

- No es eso, Baby … - balbuceé lentamente, tratando de ganar tiempo y decidir qué camino tomar. Quería contarle la verdad, pero no debía contrariar a Alicia. Aunque, por otro lado, y como siempre había dicho que quería que lo descubriese por ella misma, ahora que lo había hecho, en realidad ya no existían motivos para seguir ocultando la verdad - ¿Dónde has conseguido eso? – pregunté señalando el DVD.

- En un quiosco de prensa de Ávila – explicó, aún visiblemente enojada – Hace unos meses. Iba a comprar la Superpop, en unos de los días libres que nos dan de vez en cuando en el internado y, de pronto, reconocí a mamá en esta carátula, junto con otras películas porno que vendían. Al principio pensé que no era ella, que sólo era una actriz que se le parecía. Para salir de dudas, compré el DVD y lo visualicé en mi portátil – me explicó – Y es ella, no cabe duda.

- No sé qué decirte, cariño … - reconocí, sin muchos argumentos para justificar la mentira mantenida durante tantos años – Pero no es tan malo … - insinué.

- ¿¡Qué no es tan malo!? – me interrumpió escandalizada – ¡¿Qué no es tan malo?! – repitió mirándome fijamente con los ojos inundados por la rabia – He buscado por su nombre artístico … y tiene más de cien películas porno – añadió.

- ¿Y cómo has podido buscar eso por Internet? – pregunté extrañada – Creí que en el internado no os permitían el acceso a páginas de contenido para adultos, que tenían bloqueados los ordenadores … o algo así – argumenté.

- Sí, pero mi portátil tiene wi-fi y en los días que nos dejan salir fuera me conecto a la red de los centros comerciales – explicó- ¿De verdad pensabais que recluyéndome en un internado de monjas iba a tener los ojos tapados toda la vida?

  • Mira, Baby … yo siempre he sido partidaria de que supieras la verdad – la expliqué con gesto sincero – Pero tu madre y tu abuela nunca me lo han permitido – me excusé.

- Sincérate ahora – me exigió.

- No sé si debo – respondí – Quizás deberías hablarlo antes con tu madre.

- De acuerdo, eso lo entiendo – reconoció – No me cuentes nada de mi madre, si no quieres. Ya lo hablaré con ella. Pero ahora háblame de ti, tía Carol. Cuéntame a qué te dedicas. ¿O piensas que me voy a seguir tragando toda la vida que eres comercial de Movistar? – pregunto muy segura de sí misma y en tono desafiante.

- ¿A qué te refieres?

- ¡A esto! – exclamó sacando de su bolso otro DVD y poniéndolo sobre la mesa - ¿Esta eres tú, verdad … tía Carol? – preguntó con sorna señalando la imagen de la rubia protagonista de la carátula. Era yo, obviamente. Desnuda, sonriente, con el culo en pompa y separándome la nalgas para mostrar la entrada de mi trasero y mi depilado chumino. Junto a mi imagen podía leerse un rótulo con mi nombre de guerra en la industria del porno, y una leyenda en inglés que rezaba “over two hours of extreme anal action” , es decir, “más de dos horas de acción anal extrema”.

- Sí, cariño – decidí reconocerlo – Soy yo. También estuve metida en ese mundo durante un tiempo.

- ¡Lo sé! – exclamó – He buscado tus escenas por Internet y te he visto en decenas de películas como esta – explicó – ¿Me vas a contar ahora la verdad?

- Sí, creo que ha llegado el momento – reconocí, respirando hondo.

- ¿Y bien? – preguntó expectante.

- Mira, Baby … no soy actriz porno, aunque durante un par de años sí estuve realizando algunas películas en Estado Unidos, junto con tu madre – la expliqué.

- ¿Y qué eres entonces?

- Puta, Baby … soy puta – dije con solemnidad, mirándola fijamente y esperando su reacción. Ella cerró los ojos, con gesto de dolor, como si acabara de encajar un duro golpe.

- O sea … que es peor aún de lo que pensaba – susurró con resignación.

- No,  Baby … nada de eso. Ser puta es infinitamente mejor. Es lo mejor que hay.

Continuará …