Mi síndrome de Estocolmo

(con música) - Dicen que ocurre así pero, ¿llega a tanto?

Mi síndrome de Estocolmo

1 – Alguien me lleva

Aquella tarde fue una de las que solía tener mi padre. Ni mi madre ni yo sabíamos por qué se volvía agresivo o se aislaba dando gritos si nos acercábamos a él. Había algo en mi carácter que lo tenía que haber heredado de mi padre porque sentí deseos de golpearle con todas mis fuerzas con el puño cerrado en la cara. Mi madre me vio demasiado excitado y me hizo un gesto con la cara para que me serenase y me olvidase de la fiera que teníamos sentada en un rincón de la salita.

Me di una ducha para relajarme y pensé en vestirme y en desaparecer hasta que se hubiese acostado. Me puse un traje y salí andando hasta perderme por las calles de un barrio desconocido. No tenía nada más que tomar un taxi para volver. No podía ir muy lejos andando.

Las calles me dieron la sensación de estar en un barrio aún más lujoso que el mío y, al caer la noche, sentí frío; sólo llevaba el traje. Seguí andando a paso más ligero por aquellas calles solitarias y llamé a un taxi por teléfono fijándome en el nombre de la calle en una esquina. Miré a un lado y a otro y esperé aguantando el relente que caía sobre mí.

SECUESTRO

Tema: Hybrid - Autor: Gary Numan http://www.lacatarsis.com/Secuestro.mp3

Por fin, oí que se acercaba un coche, aunque me pareció que venía a mucha velocidad. Delante de mí, a poco menos de un metro, paró un coche negro y bajaron de allí dos hombres fuertes con la cara tapada.

  • ¿Qué es esto? – les dije - ¡He pedido un taxi!

Uno de ellos, sin hablar, me golpeó y sentí que perdía el conocimiento. Me empujaron en el asiento trasero y caí sobre la tapicería. El que se sentó atrás me puso una capucha negra como de raso. No perdí el conocimiento, pero era incapaz de averiguar por dónde íbamos callejeando a toda velocidad. Recorrimos muchas calles y traté de reconocer algún ruido que me diese alguna pista. Sólo conocí un sonido al cabo de mucho tiempo. El coche entró en un camino de tierra y recorrimos un buen tramo.

Me bajaron de allí sin mucha violencia y le oí a uno de ellos decir que «metiese al pájaro en la jaula hasta que mi padre les diera la pasta». ¿Mi padre?, me pregunté, ¡No sabía qué pasta le iban a sacar a mi padre si no era la dentífrica! Algunos meses nos veíamos con problemas para llegar a fin de mes. Imaginé inmediatamente que tenían que haberse equivocado de persona y pensé en tomar todos aquellos acontecimientos sin desesperarme.

2 – Mi nueva estancia

Allí había más gente y ya era de noche. Noté el calor de alguna bombilla encendida y el olor a vaca. Estábamos en el campo, cerca de una vaquería. Otro chaval (me pareció más joven por su voz), me cogió del brazo y me llevó a otro sitio. Cuando entramos allí, me quitó la capucha con cuidado. Estaba frente a mí y era un joven de aspecto modesto, pero me pareció muy guapo y miré su cuerpo disimuladamente.

  • ¡Venga tío! – me dijo amablemente - ¡Quítate esa ropa con cuidado! No intentes escapar porque estamos encerrados y rodeados. Esta será nuestra estancia hasta que paguen el rescate. Yo soy tu vigilante.

  • ¡Perdona, chico! – le dije apurado - ¡No quiero saber nada de esto y no hablaré nada!, pero no soy el tío al que buscáis. Mi padre está sin blanca.

  • No lo sé – contestó -, yo obedezco órdenes del jefe. Ahora tienes que quitarte la ropa. Déjate los calzoncillos. Te daré mantas limpias; en serio. Esa litera tiene un colchón no demasiado incómodo. Yo tengo que dormir en la cama de arriba y tú en la de abajo. Tengo que ponerte unas cadenas en las manos y otras en los pies.

  • ¡Os equivocáis! ¡En serio! – sollocé - ¡Vais a trabajar mucho para nada!

  • No sé – se acercó a mí - ¡Desnúdate, por favor!

Me quité la ropa desesperado. Sabía que al final, después de perder mucho tiempo, no iban a conseguir nada.

Aquel muchacho no apartó su vista de mí mientras me quitaba la ropa, la fue cogiendo en sus manos y, cuando estuve en calzoncillos, me miró de una forma extraña. Me pareció que se le abría la boca y se fijaba en mis calzoncillos. Aproveché.

  • ¡Perdona, chico! – le dije -; si vas a estar bastante tiempo conmigo ¿Te importa decirme tu nombre? Yo soy Pedro.

Me miró extrañado, volvió a acercarse a mí y me miró muy de cerca. Sus ojos se posaron en los míos y en mis labios.

  • Me llamo Fran – susurró -; te estoy diciendo mi nombre verdadero. Me caes bien.

Se abrió una puerta y entró un tío con unas bandejas de comida. Olía bien.

  • ¡Eh, chaval! – me dijo -; échate la manta por encima que hace fresco y además estás ridículo en calzoncillos.

Salió de allí y volvió a acercarse Fran a mí.

  • ¡No estás ridículo! – me dijo -; me gusta tu cuerpo, Pedro, pero debes tener frío.

Sacó unas mantas de unos estantes y se acercó a mí por la espalda. No quise volverme, pero sentí miedo. Puso la palma de su mano derecha en mi vientre y me acarició sólo un poco. Luego me echó la manta por encima.

  • ¿Estás mejor así? – preguntó – Vamos a sentarnos a la mesa. Puedo asegurarte que la comida está de puta madre. La que guisa es la mujer del jefe. Es una puta y el marido lo consiente con tal de ganar más dinero, pero guisa muy bien, la jodida ¿Quieres que te ayude a comer?

  • ¡No, gracias, Fran! – le sonreí - ¡Puedo valerme!; no te preocupes.

La comida estaba muy bien preparada y parecía la cena de un hotel. Estaba todo riquísimo. Fran no dejaba de mirarme y sonreír mientras comía y me daba pataditas por debajo de la mesa.

  • ¿A que está de puta madre? – preguntó - ¿Te gusta?; a mí sí.

  • Está muy buena – le dije - ¡En serio!

Me miró insinuante y mi mente comenzó a desvariar. Me estaba empalmando.

  • ¡Tú! – dijo bajando la voz -; tú si que estás bueno. No me gustaría hacerte daño ni nada de eso, pero me gustas.

No le dije que yo era gay, pero me dieron ganas de decirle que sería yo el que le haría algunas cositas.

Volvió a oírse la puerta y entró el mismo tío.

  • ¿Habéis terminado? – preguntó - ¡Ya veo que sí! Estaba bueno, ¿eh?

Entonces dejó ruidosamente unas cadenas sobre la mesa.

  • Con esas cadenas tengo que atarte mientras duermes y vigilarte desde arriba. Si te escapas me la gano.

  • Se me ocurre otra cosa – le dije -; tal vez no pueda ser.

  • No sé – dijo -; tú propón y yo te digo si puede ser.

  • Si me atas las manos a unas barras y los pies a las otras, voy a dormir demasiado incómodo.

  • ¡Esto no es el Ritz, tío! – dijo - ¿Ves aquel rincón lejos de la litera? Pues ese es el retrete. Cuando te mees o quieras cagar, me avisas y te llevo. Hay papel higiénico; eso sí.

  • No me refería a eso – le dije -; no me importa cagar delante tuya ni que mees desnudo delante de mí. Se me ocurría que como la litera no es muy estrecha, podríamos dormir los dos abajo.

  • Me asustas – me miró desconfiado -.

  • Pues no te asustes – le respondí amablemente -, hace sólo un rato me has dicho que te gusto y que harías… alguna cosa. Si me atas a ti y pasamos la cadena por los hierros es imposible que me escape, pero estaremos juntos.

  • ¿Me insinúas que a ti te gustaría dormir conmigo?

  • ¡Sí! – respondí - ¡Me encantaría! No sé si te gusto mucho, pero estoy deseando de verte desnudo.

  • No me fío de ti, Pedro – me miró no muy convencido -, pero estando atados

  • ¡Me meo, Fran! – le dije – voy al rincón -.

  • ¡No, espera! – alzó la voz -; tengo que ir contigo.

Entonces, a propio intento, me quité la manta y esperé a que me cogiese por un codo. Nos acercamos al rincón y me bajé un poco los calzoncillos en vez de sacármela. Me costó un poco empezar a mear. Estaba tenso, pero su mano comenzó a acariciarme casi sin tocarme.

  • ¿Meas o qué?

  • ¡Estoy nervioso, Fran! – le dije -, pero te aseguro que en cuanto arranque

  • ¡Vale! – dijo -; voy a mear contigo. Cuando oigas mi chorrito seguro que meas más fácil.

Lo miré sonriente y me empujó cariñosamente con el hombro. Luego empezó a mear, volvió su cara y me besó en la mejilla. Ya no pude aguantar más. Comencé a mear y, afortunadamente, me dio tiempo, porque luego me empalmé. Me la escurrí bien y me puse los calzoncillos. Fran me miraba embobado.

3 – Preparando la noche

  • ¡Está bien, Pedro! – me dijo -; haremos lo que tú dices pero, por favor, no me hagas trampas. Nos la podemos cargar los dos. Cuando estemos preparados y con la luz apagada, podemos hacer lo que sea, pero si nos pillan así, tendrás que aguantar a otro vigilante menos amable. Nos quitaremos la cadena y, lo siento, tendré que atarte como me han dicho. ¡Ojalá nunca dieran el dinero y te quedaras aquí conmigo!

  • ¿Tanto te atraigo, Fran? – lo miré de cerca -.

  • ¡No sé qué tienes, Pedro! – se pegó a mí -, pero si un día te liberan, por favor, dime dónde vives. Te prometo ir sólo a verte si no te gusto.

  • Yo te voy a dar ahora otra sorpresa, Fran – lo besé suavemente en los labios -; cuando me quitaste la capucha y vi tu rostro, sentí cómo el cuerpo me tiritaba. Me gustas muchísimo. Pienso lo mismo que tú, que ojalá tarden bastante en separarme de ti.

Se quedó mirándome extasiado y puso su mano sobre mi bulto con mucha delicadeza.

  • ¡Te deseo! – dijo -, aunque tienes que perdonarme que sienta miedo. No sé si me engañas para liberarte.

Levanté mis muñecas unidas mirándolo fijamente a los ojos.

  • ¡Átame! – dije - ¡No me dejes escapar! ¡No quiero perderte de vista ni un segundo!

  • ¡Espera, Pedro! – salió corriendo - ¡Voy a apagar la luz! Cuando nos amoldemos a la oscuridad, nos acostaremos juntos abajo. No voy a atarte siquiera. Quiero tener tus manos sueltas para que recorran mi piel por donde quieran.

  • ¿No me vas a dejar ver tu cuerpo antes de apagar?

Se acercó otra vez a mí, se colocó delante y se fue quitando las zapatillas, la camisa, los pantalones. Estaba tan empalmado como yo y mi mano se fue sola a acariciarlo. Su cuerpo era perfecto, musculoso, moreno, armónico

  • ¡Me encanta tu cuerpo! – dije - ¡Ya puedes apagar la luz!

Apagó la luz en una perilla que pendía de la lámpara que caía sobre la mesa y fuimos a ciegas hasta la litera, pero nuestros brazos se entrecruzaron a nuestras espaldas y nos agarramos por la cintura. Él llevaba las cadenas en una mano y las dejó caer al llegar a la cama. Se sentó y tiró de mí.

  • ¡Bésame, abrázame! ¡Quítate esto! – tiró de mis calzoncillos -.

Nos quedamos en pelotas y nos echamos en la cama revolcándonos y rozándonos.

  • ¡Te lo repito! – dijo -; pase lo que pase, dime dónde estás. No te alejes de mí, por favor.

  • Te aseguro que no diré nada – le hablé al oído -, pero se han equivocado de chaval. A mi padre no van a poder sacarle un euro. Pueden mirar su cuenta en el banco. Esto ha servido para que nos conozcamos. Yo tampoco quiero perderte de vista.

Lo abracé entonces con todas mis fuerzas y pellizqué su espalda.

  • ¡Ay, ay, espera! – se quejó - ¡No me hagas eso, por favor! Mi hermano me azota con la correa y tengo la espalda muy dolorida.

Me quedé asombrado y haciendo suaves movimientos con mis manos lo puse boca abajo y me eché sobre él un poco incorporado y comencé a acariciarle la espalda.

  • No te preocupes, Fran – le susurré -, un día te alejaré de tu hermano y te curaré la espalda. No quiero hacerte daño. Cuando te lo haga me avisas.

  • ¡Quédate como estás, Pedro, por favor! – dijo -; acaríciame un poco y, si no te importa, fóllame. No recuerdo la última vez que lo hice, así que es posible que me queje, pero no te pares. Te quiero dentro de mí.

  • Haremos un trato – le dije -; como me da la sensación de que vamos a estar más de una noche juntos, esta noche, si quieres, yo te follo y luego tú me follas. No tenemos donde lavarnos. No sé qué vamos a hacer, pero ya inventaremos algo.

  • ¡No, Pedro! – volvió la cabeza y me besó -; no tienes que preocuparte por eso. Mañana diré que necesitas ducharte. Como no me dejan separarme de ti, tendré que ducharme contigo. Sé que mi hermano me llamará maricón; si no me pega otra vez. Pero podemos asearnos.

  • No imaginaba esto – le dije ya buscando su agujero -, te echaré saliva bastante. No quiero hacerte ningún daño, sino darte todo el placer que me pides.

  • Tú no eres el chico al que iban a secuestrar – volvió a besarme -; ese chico es de familia muy adinerada. Tu forma de vestir y tu estilo los han despistado. Ese chaval no me hubiera dicho las cosas que tú me estás diciendo.

  • Y ahora, que no sé qué coño es lo siento por ti – escupí en mi polla -, voy a hacerte feliz. No creo que el secuestrado lo hiciese. Lo intuyo.

Comencé a penetrarlo y noté que entraba con suavidad aunque su cuerpo temblaba de vez en cuando como si recibiese una descarga eléctrica. Yo paraba y le preguntaba, pero él insistía en que siguiera. Pasando la barrera del dolor, llegué hasta el fondo y comencé a acariciar sus cabellos casi rítmicamente. Sus manos se movieron y se colocaron en mis nalgas apretando. Entonces comencé a moverme despacio sacándola y metiéndola otra vez. Gemía, pero me miraba en la oscuridad y veía sus ojos brillar llenos de felicidad. Cada vez me fui moviendo más y él tiraba de mi cuerpo cuando entraba. Aguanté bastante y volví a escupir en su culo. Todo fue más fácil y los movimientos se aceleraron hasta que noté que iba a correrme y él mismo apretó mi cuerpo contra el suyo.

  • ¡Vamos, vamos! – susurró - ¡Córrete! ¡Lléname de ti! ¡Deja algo tuyo dentro de mí! ¡Fuerte, fuerte, aprieta fuerte! ¡Rómpeme!

Me corrí y caí exhausto sobre él.

  • ¿Te hago daño en la espalda?

  • ¿Qué más da eso ahora? – dijo - ¿Has disfrutado?

  • ¡Sí! – le mordí el cuello - ¡Más de lo que puedes imaginar!

  • ¿Quieres que te folle? – preguntó con timidez -; sé que ahora ya no sentirás lo mismo después de correrte.

  • Quiero que me folles – le dije -; mi placer ahora no importa; importa el tuyo y quiero tenerte dentro.

  • Date la vuelta – dijo -; me subiré sobre ti. También quiero estar dentro de tu cuerpo, pero estoy tan caliente que me voy a correr muy pronto.

  • Eso son excusas – le dije -; fóllame hasta que aguantes ¡Venga, busca mi culo! Lo tengo ya abierto esperando. Si no quieres hacerte daño, escupe en tu polla antes de penetrarme.

Noté entonces que no era muy experto. Escupió y buscó torpemente mi culo, pero puso allí la punta y se le salía a menudo. Se la cogí y lo ayudé.

  • ¡Tú empuja, empuja despacio! – le dije -; notarás cuando entra. Aprieta hasta el fondo. Necesito sentirte dentro. Luego ya te mueves, pero ten cuidado de que no se te salga. Lo digo por ti, a mí no me importa.

  • ¡Pedro! – habló muy bajo en mi oído -. Sé que eres más experto que yo en esto y quiero preguntarte algo.

  • ¡Dime!

  • ¿Lo que siento por ti ahora es amor?

  • ¡Espera unos días y lo descubrirás! – me volví para besarlo -, pero si notas que tu cuerpo tiembla cuando me ves y el mundo es otra cosa, dímelo, porque yo ya siento eso.

  • ¡Voy a sacarte de aquí! – me dijo empujando - ¡No voy a permitir que te hagan daño! Si descubren que tú no eres el que había que secuestrar, van a querer liquidarte para que no nos identifiquen.

Lo miré asustado mientras me follaba, pero esperé a sentir su placer y a que sintiese el gusto que ya le estaba llegando.

Se corrió y se quedó dentro de mí un rato. Luego la sacó quejándose un poco y seguimos abrazados y besándonos mucho tiempo, pero tuvo que atarme y subirse a la cama de arriba. Se asomó a verme.

  • ¡Pedro, Pedro! ¡Te quiero!

4 – La movida nocturna

Antes de que nos durmiésemos, sentí que se movía y que bajaba de la litera.

  • ¡Shhhhhhh! – se acercó a mí - ¡No abras la boca veas lo que veas! ¡Voy a sacarte de aquí!

  • ¡No, Fran, por favor! – le rogué - ¡No quiero que te arriesgues a nada!

  • Tengo un plan – susurró -, pero cierra la boca como un mudo. Lo único que necesito es que me escondas unos días ¿Puede ser?

  • ¡Los que quieras! – le dije -. A partir de ahora soy mudo.

Me desató de la cama y volvió a besarme y a acariciarme.

  • Tenemos que vestirnos con la luz apagada – dijo -; la ropa está en la silla de al lado de la mesa. Luego, tengo un truco para abrir esa puerta sin hacer ruido. Seguro que todavía hay gente despierta.

Nos fuimos a la mesa y nos vestimos a oscuras. No me puse toda la ropa, pero sí me abrigué bien. Fran se acercó a la puerta y, tirando de ella con fuerzas pero con cuidado, consiguió que se abriera. No podía creer lo que estaba viendo. Había un pasillo largo de paredes de madera y por debajo de una puerta salía luz. Anduvimos muy despacio. El suelo crujía. Nos acercamos un poco y escuchamos.

  • ¡Imbécil! – oímos -, mañana habrá que liquidar a ese tío o ¿es que piensas llevarlo a su casa y que nos delate?

  • ¡No, cabrón, no soy gilipollas! – dijo otro -. Si le damos una buena paliza y lo dejamos en el mismo sitio donde lo pillamos, no sabrá dónde ha estado.

  • ¡Claro! – le contestó el otro -; ¿y cómo pillamos a ese pijo de Jacinto? ¿Yendo otro día a la misma hora a la misma esquina? ¿Te crees que la poli es tan imbécil como tú? ¡Vigilarán aquella esquina de día y de noche! Es posible que cubran todo el barrio.

  • ¡Déjame pensar en algo interesante, cabrón! ¡Te crees que eres el único que sabes de estas cosas!

Seguimos andando despacio. Yo iba muy asustado. Fran se acercó a una puerta que daba a la cocina. Tendríamos que andar a oscuras y sin hacer ruido. Un fallo, una cacerola en el suelo, y habríamos acabado.

Fuimos pegados a la pared hasta un lugar donde me dijo que parase. Abrió una puerta y entramos en unas caballerizas. Los caballos se movieron, pero no hicieron ruido; conocían a quien entraba allí. A oscuras, me pareció que preparaba un caballo, aunque no le puso la silla. Se subió a él y me llamó.

  • ¡Pedro, Pedro, dame la mano!

Levanté el brazo hasta topar con el suyo y me cogió por el codo agarrándome fuerte.

  • Agárrate al lomo sin miedo – dijo -; a tu derecha está mi cintura. Sube.

Sabía que le estaba haciendo daño al agarrarme a su espalda, pero tiré hacia arriba. Comenzó a moverse el caballo y comencé a notar que me cagaba patas abajo.

  • Puedes ir de lado sentado a la grupa y agarrado a mí – me dijo -, pero sería mejor que echaras una pierna hacia el otro lado y me cogieras con fuerza. Imagina que estás follándome, por favor.

Pasé una pierna hacia el otro lado y pegué mi cuerpo al suyo apretándolo. Éramos uno solo. Comenzó a moverse despacio y los caballos se movieron. Cuando llegó a una puerta grande, tiró despacio de un palo y la puerta se abrió sola. Salimos cabalgando en la oscuridad y dando un rodeo a la casa y, de pronto, comenzó a trotar y luego a galopar. Me agarré a él como una lapa. El caballo se movía a una velocidad espantosa y yo pegué mi cara a su espalda. Cruzamos sembrados y un pequeño bosque hasta llegar a una carretera.

  • ¡Fran! - me abracé a él llorando - ¡Me he cagado encima! ¿Cómo vamos a volver a la ciudad?

Me abrazó y me besó oliendo seguramente a mierda.

  • Estamos lejos de la casa – me dijo –. El vecino de esta me deja las llaves de su furgoneta para que le haga algunos recados muy temprano. No podemos ir hasta tu casa para que no descubran dónde vives ¿Qué hacemos?

  • ¡Voy cagado, joder!

  • ¿Podemos dejar el coche en la esquina donde te secuestraron? – preguntó -. Si lo encuentran allí con las puertas abiertas, tendrán una pista de dónde viene. Podemos librar a ese otro chico del secuestro.

  • ¿Y mi mierda en el asiento? – le grité - ¿Crees que no van a investigar de quién es?

  • ¡Perfecto! – dijo -; antes de te busquen, di que te llevaron por error y volvieron a soltarte allí cagado. Libraremos a ese tal Jacinto de un buen susto, pero necesito que me escondas en casa. Tienes que darme ropa como la tuya y decir que soy… ¡tu hermano!

  • Mi padre es un ogro – le aclaré -, pero en estos casos es perfecto. Te tratarán como a un hijo más, de verdad ¡Vamos!

Tuvimos que volver hasta la esquina aquella, dejar el coche mal aparcado y abierto para que llamase la atención, pero tuvimos que volver andando hasta casa y yo no me sabía muy bien el camino. Cuando llegamos, no abrí con la llave, sino que llamé al timbre repetidas veces. Sabía que mi madre se levantaría asustada a las 5 de la mañana, pero podría explicarle todo lo sucedido.

Así ocurrió. Entramos y le presenté a Fran como el chico que me había salvado la vida. Entré al baño a asearme y, cuando salí reliado en el albornoz, mi madre estaba sentada junto a Fran consolándolo y mi padre se había levantado. Oyeron la historia y me miró mi padre sin expresión.

  • De aquí no sale nadie – dijo -; voy a llamar a la policía para dar el aviso de ese coche, pero Fran debe estar metido en una de las camas de tu dormitorio durmiendo. Sé de qué Jacinto hablan. Si la poli no da con esos hijos de puta pronto, se las verán conmigo; y yo no me ando con la ley en la mano como ellos.

5 – Epílogo

Se avisó a la policía, encontraron el coche, dieron con la vaquería y lo que había allí dentro y Fran estaba junto a mí descansando.

  • ¿Cómo te sientes?

  • ¿Esos calambres que me dan por el cuerpo cuando te miro – preguntó -, son buenos o son malos?

  • Son los mismos que siento yo, hermano Fran.

  • Entonces ¿nos hemos enamorado? – preguntó.

  • Me da la sensación de que sí - le dije – y hay algo que me lo confirma; la mirada de mi madre. Ella lo sabe todo sobre mí y esto de traerte a casa le habrá dado que pensar.

  • Quiero que sepas algo más – se acercó a mí -; tú me has penetrado por primera vez y yo te he penetrado por primera vez. No quiero probar eso con nadie más.

Me asusté. Lo escondimos allí unos días hasta que todo pasó, pero se acercó mi madre a nosotros sonriente y me hizo unos gestos con la mano.

  • ¡Tú, Pedro! – dijo -; dile a Fran cómo desmontar esas dos camas. Bajadlas al sótano y subiros la grande de matrimonio de la abuela. Me da la sensación de que nuestra familia ha aumentado en un miembro.

Se acercó a Fran y lo abrazó.