Mi Señor...continuación de Mi putita
su juego apenas había empezado. Que su declaración de compromiso y sus lágrimas a la hora de pedirme que forme parte de su vida, no eran más que piezas que movía en su tablero. Yo era el Rey en su juego y estaba en Jaque.
Mi Señor
Me desperté esa mañana sintiendo unos dedos que recorrían de un modo casi imperceptible el contorno de mis caderas.
-Buen día chiquita- dijo Martín.
-Hola- mi voz todavía sufría los efectos del sueño.
-¿Cómo estás?- me preguntó sin dejar un segundo de acariciarme.
-Bien- le dije intentando fijar la vista para captar la expresión de su rostro. Se veía tranquilo, un poco pensativo, casi como aliviado. Cuando sus ojos se encontraron con los míos me miró con una profundidad que no entendí y sonrió apenas.
-Quiero decirte algo- me dijo.
-Mmmm ¿si?- le pregunte mientras estiraba mi cuerpo intentando quitarme algo de la modorra que mantenía mis músculos flácidos.
-No quiero que me interpretes mal- hablaba de un modo tan suave y controlado que por momentos no parecía el mismo Martín que había conocido hacia cuatro meses.
-Yo sé que tuve una reacción horrible cuando me contaste sobre tus historias anteriores. Estuve pensando mucho sobre todo eso en estos días que no nos vimos- hablaba y su mano recorría mi piel desnuda de un modo tan dulce y natural, que no tenía nada de sexual.
-Al principio había decidido que no quería estar más con vos. Que no podía aguantar saber lo trolita que eras.
Dijo trolita de un modo tan dulce que me dio gracia y se me escapó una sonrisa.
-Pero fueron pasando los días y no podía dejar de pensar en tu carita, en tu sonrisa, en tu voz. Nunca con nadie tuve las charlas absurdas he inacabables que tengo con vos. Nunca nadie desafío mi mente de la manera que lo haces. No me importa nada de lo que hallas sido o hallas hecho te necesito. Te quiero mía.
-Yo también te necesito- dije mientras estiraba mi mano para apoyar los dedos sobre sus labios. Los besó por unos segundos y fue dejando que invadieran su boca mordisqueándolos. Su mano que continuaba acariciando mi cadera bajo por mi espalda palpando mi trasero. Y suave pero firme me arrastró a él. Mientras con esa mano sostenía fuerte mis nalgas con la otra agarró mi mentón y mirándome a los ojos me dijo.
-No quiero que nunca dejes de ser lo putita rica que sos, quiero que seas mi putita siempre. Que disfrutes al máximo, que quieras siempre más. Porque siempre te voy a dar más.
Estiré mi cuello buscando su boca. Pero sostuvo mi rostro mientras alejaba el suyo. Me miró fijo.
-Prometeme que te vas a olvidar de mi reacción estúpida. Prometeme que nunca te vas a inhibir conmigo.
-Te lo prometo.
-¿Te vas a dejar llevar? ¿Vas a ser mi trolita?
-Si- le dije y sentía esa charla casi como un compromiso podía sentir que él también prometía algo.
-Vas a tener todo lo que necesitas- dijo casi como si firmara un contrato. Y me besó. Mi boca lo recibió, lo abrazó, lo empapó. Mi cuerpo intuitivamente se frotó contra el suyo buscando su sexo pero el volvió a alejarme.
-Esperá- me dijo, serio- quiero pedirte perdón. No quería asustarte anoche.
Yo simplemente sonreí, no supe que decirle, no podía afirmar que había sentido miedo. Me sentí paralizada si, pero no asustada y no sé porque extraño motivo esa parálisis, ese control total de él sobre mi, me excitó más. Lo conocía lo suficiente como para saber que no me haría daño, que todo era un juego. De todas formas prefería callar.
-Esta todo bien, no me asusté- redije.
Me abrazó fuerte.
-Te quiero chiquita.
-Yo también- me acurruqué en su pecho y olvidé el sexo, solo me dediqué a sentir la calidez de su abrazo. Me sentí segura, como hacía tiempo no me sentía. Mientras me abrazaba una de sus manos acariciaba mi pelo.
-No quiero que tengas miedo nunca- dijo, y sentí una lágrima caer en mi mejilla. Algo había cambiado en el para siempre.
**
Estuvimos así enredados uno en el otro un rato largo sin decir nada, regalándonos besos dulces y caricias suaves.
-¿De quién es esta casa Martín?- le pregunté.
-Nuestra
Me incorporé y lo miré.
-¿Nuestra?- mi corazón estaba detenido.
-Bueno, no es para obligarte a que te vengas conmigo, pero si para que tengamos un lugar para nosotros.
-Y - yo no entendía nada- ¿de dónde salio esta casa?
-Se la alquilé a un compañero de trabajo.
-Y ¿vas a vivir acá?
-Si, ¿te gusta?
-Si, me gusta.
-Bueno mejor. Porque quiero que sientas la libertad de venir y quedarte siempre que quieras.
Le sonreí, por mi mente desfilaron mil ideas, pero todas me llevaban a la misma conclusión, Martín había decidido aceptar que me quería. Y quería intentar algo en serio conmigo. Yo me sentía abrumada y completamente seducida por su impulsivo acto de compromiso.
Martín trabajaba en una empresa que se encargaba de la producción de eventos culturales. Su vida giraba en torno a músicos, artistas de todas clases y mucha gente. Pasaba de estar en vueltas durante todo el día a tener días en los que solo se dedicaba a estar en su casa y navegar por Internet buscando ideas de nuevos eventos. Fue en uno de esos eventos donde nos conocimos. Yo daba mis primeros pasos como artista plástica y junto con un grupo de amigas fimos contratadas para armar una exposición en uno de los grandes salones. Martín era quien se encargaba de conseguir todo lo que necesitábamos para levantar nuestra exposición y yo había sido designada por mi grupo para mediar entre el grupo y el. Creo que en determinado momento huía cuando me veía, porque las cosas que le pedía eran las más inesperadas he incluso ridículas. Pero también lo descubrí sonriéndose de mi cara de pollito con puchero cuando tenía que pedirle cosas demasiado chistosas o imposibles de conseguir.
Fue en la fiesta de inauguración cuando el cansancio de días de poco dormir y las copitas del brindis me pusieron en un particular estado alegre, el humor que más sexy me deja, no precisamente por accesible sino por despiadada. Mi humor ácido y mi sarcasmo son las mejores armas de guerra cuando quiero seducir. Y por lo visto el alcohol genera un microclima en mi que eleva el poder de esas armas a niveles que no logro controlar. y estaba bailando con mis amigas festejando el fin del trabajo cuando me choqué con Martín. No se fue. Se quedó bailando con nosotras el resto de la noche.
Cuando terminó la fiesta se ofreció para acompañarme. Caminamos ocho cuadras hablando de nada, todos los temas se evaporaban en silencios incómodos. Hasta que de un solo empujón me arrinconó contra una pared y me dio un beso que me arrancó el aliento. El primero de muchos besos. El camino que comúnmente hubiéremos hecho en 30 minutos nos llevó 2 horas. Esa noche no lo dejé entrar en casa. Se fue odiándome porque ni me pidió el teléfono, ni mencionó la idea de volver a vernos.
Pero de algún modo averiguó mi teléfono y me llamó el fin de semana siguiente. Nos convertimos en una pareja basada en la pasión y los conflictos. El se negaba al compromiso, no compartía cosas de su cotidianidad conmigo y tampoco le interesaba formar parte de mis cosas cotidianas. Nada de eso había importado mucho hasta que empezamos a sentirnos afectivamente comprometidos. Ese fue su quiebre, descubrir que quería algo más conmigo. Primero actuó huyendo, convenciéndose que no era para él. Pero la misma distancia le mostró que no podía renunciar a mí. Algo mío despertaba y alimentaba un sentimiento en el que no quería perder. Nuestras actividades en común ayudaron a que no me perdiera de vista del todo, a lo lejos pudo percibir mi tristeza por ya no estar con él.
Descubrirse tan conmovido por mi, descubrirme tan apagada por no tenerlo, le dio los motivos suficientes para dar el paso fundamental. Y quiso darlo de un modo firme, decidido. Uso todas las herramientas que supo a mi me llegarían hasta el fondo, el misterio, la fuerza, la seducción mezcla entre agresiva y sutil. Apostó todo a ese acto intenso a ese encuentro de fuerzas, decidió mostrarme que podía contenerme y arrastrarme al placer de un modo que yo no había experimentado y que el podría darme en caso de que aceptara jugar. Así que ahora estaba yo en este apartamento escuchando como el hombre que me había despreciado por creerme demasiado atorranta para ser parte de su vida, me pedía que me convirtiera en Su puta. Había quedado grabada en mi cuerpo la sensación del orgasmo que me generó el declararme a mi misma con un grito, ¡Soy tu puta! Y bastaba traerlo a mi memoria para sentir como la piel se me erizaba y una sensación helada recorría mi espina. Algo me decía que ese encuentro marcado por la intensidad de las palabras, por su voz firme casi autoritaria, exigiéndome una nueva postura, casi un rol específico en el acto, no sería una situación aislada. Sentí que era una especie de inauguración. Que su juego apenas había empezado. Que su declaración de compromiso y sus lágrimas a la hora de pedirme que forme parte de su vida, no eran más que piezas que movía en su tablero. Yo era el Rey en su juego y estaba en Jaque.
**
Pasaron varias semanas en las que nuestra relación fue acomodándose, me quedaba en casa de Martín más o menos cada dos o tres días y si ambos teníamos el día libre no había qué nos separara. En esa época yo tenía mis días bastante atareados, estaba trabajando como asistente de un Diseñador de vestuario que vestía varias obras de teatro en simultáneo. Por eso me pasaba de obra en obra encargándome que todo estuviera en perfecto orden. Al mismo tiempo estudiaba maquillaje artístico por creerlo complementario a la carrera de vestuarista. Así que mi cabeza estaba atiborrada de imágenes y sensaciones artísticas que necesitaba volcar en papel, transformadas en dibujos y pinturas. Se me había vuelto casi una obsesión y por eso mi tiempo libre se llenaba de colores y líneas. Mientras mi casa y la de Martín iban llenándose de hojas donde cuerpos de mil colores se devoraban mutuamente.
Una noche llegué a casa de Martín y el no estaba. Cuando entré a su cuarto me quedé helada, la pared que estaba frente a la cama, había sido empapelada con mi arte. Quedé fascinada con esa visión, primero porque mis ilustraciones se veían hermosas en esa pared y segundo porque no sabía que a el le gustaran tanto como para tomarse el trabajo de organizarlas de ese modo. Generando una especie de exposición privada donde toda yo estaba mostrándome a sus ojos. Mis dibujos son todo lo que soy y reflejan más de mi interior que lo yo podría hacer por decisión propia. Mi arte cubriendo su pared era yo misma rodeando su mundo.
Observando la pared descubrí un tubo de luz ultravioleta encima. Lo encendí y apagué la luz principal, todo fue mágico, yo no había imaginado nunca que mis colores podían verse de un modo tan especial, tan vivos, tan potentes. De repente sin que yo lo notara él entró a la habitación.
-¿Te gusta?- me preguntó
-Me encanta, es mágico- dije casi eufórica.
-Mmm-dijo parándose a mis espaldas y apoyando sus manos en mi cintura.
-No acá lo único mágico sos vos, putita- su aliento caliente se golpeó en mi nuca. Acercó la nariz a mi cuello y me olió profundamente, en un claro acto instintivo que me estremeció. Desde aquella noche cuando me ató pegada a la ventana, no había vuelto a llamarme "putita" y esa palabra dicha así tan cerca en ese ambiente místico, con mis dibujos de cuerpos desnudos relamiéndose, frotándose, devorándose y con esa luz que mostraba y a la vez ocultaba cosas, empecé a sentir como la temperatura se elevaba en mi. Martín lo notó.
-Mmm, Anita- dijo muy suavemente- te gusta que te diga putita- sus manos en mi cintura me aferraron fuerte acercando mi cuerpo al suyo. Mi cuerpo excitado actuó al instante curvando la espalada, haciendo que mi cola buscara su sexo que empezaba a crecer bajo su pantalón.
-Mmm si te gusta sentirte puta. Y es lo que sos, sino mira lo que dibujas.
Empezó a desabrochar mis jeans y a levantar mi remera buscando mi piel.
Yo estaba quieta observando todos esos colores brillando en la pared, toda esa carne ilustrada gritando sexo. Sus manos me recorrían despacio despojándome de la ropa, pero era su voz y sus palabras las que me conducían hacia una nueva manera de sentir.
-A ver, quiero que mires atenta ese dibujo ese el de la muchacha que se está tocando a si misma
-Si
-Fijate la cara que le hiciste- su voz me hacia vibrar.
-Si
-¿Te das cuenta cómo disfruta tocándose?
-Si
-Tiene tu misma cara cuando acabas, esa carita de nenita perversa.
-Mmm jeje- se me escapó una risita nerviosa.
-Mirala bien, mira como tiene la boca apenas abierta, como intentando recuperar el aire que se le escapa del cuerpo. Eso haces vos cuando gozás. ¿Acaso crees que porque no gritas o no hablas sos menos puta?
Sus dedos rozaban mis pezones por encima de la tela de mi corpiño.
-Mmm no chiquita, no creas eso. Al contrario, vos sos una trolita especial, te gusta tanto ese momento único en el que todo tu cuerpo vibra y siente; que te gusta el silencio. Te gusta percibir cada espasmo al máximo y por eso contenés el aliento y los gritos. Sus palabras entraban en mi mente y tomaban forma convirtiéndose en lenguas gigantes y húmedas que me recorrían entera.
-¿Es así o no es así?
-Si
-Claro que si, sos una trolita egoísta que no comparte su placer, que no lo grita, que cree no expresarlo. Pero tu cuerpo si lo expresa, tus cachetitos rojos, tus ojos vidriosos, tu aire contenido, los temblores de tus músculos. Todo tu cuerpo grita en silencio cada orgasmo. Y eso a mi me encanta. Me encanta que lo disfrutes tanto. Me encanta que te sientas tan putita.
Solo su voz, solo sus palabras, el sutil roce de sus dedos en mi piel desnuda, estaban arrastrándome hacia un deseo desmedido, quería que actuara ya.
-¿Te parece que tengo razón en lo que digo?- preguntó muy tranquilo.
-Si- yo ya empezaba a estar agitada.
-¿Y te gusta sentirte mía?
-Sí
-Decímelo.
-Me gusta ser tu putita.
-Arrodillate.
Lo miré. Estaba serio. Impávido. Controlado.
-¿Querés ser mi puta? ¿Si o no?
-Si quiero.
-Entonces arrodillate y pedímelo.
Se alejó de mí, miró mi cuerpo desde los pies hasta los ojos, mientras guardaba las manos en los bolsillos de su pantalón.
-Si querés que te toque, si esperás que te haga mía, si tenés la mínima intención de ser mi puta en este momento. Me lo tenés que pedir. De rodillas.
Di un paso hacia atrás, no sabía que estaba pasando por mi mente y mi cuerpo en ese momento. Quería sentir su cuerpo poseyéndome, quería sus dientes mordiéndome, quería todo. Y que me tratara así casi con desprecio en vez de generarme rabia o rechazo, me excitaba aún más. Me puse de rodillas frente a él. Estiré mis manos con la intención de desprender su pantalón. Dio un paso atrás.
-No chiquita. Te estás olvidando de algo. Nadie dije que podías tocarme.
Bajé las manos y lo miré. Sonreí.
-¿Qué cosa te parece graciosa? No me vas a tocar, no te voy a tocar, hasta que me pidas. Quiero que me digas que cosa querés ser.
-Quiero ser tu puta.
-¿Si?
-Si, haceme tu puta.
-Mmm, eso sonó a orden. Es un error. Las putas no ordenan. Las putas suplican.
Yo sentía la dureza helada del piso en mis rodillas y la dureza helada de sus ojos clavados en mí. Me hablaba en serio. Y no me sentía enojada. No quería moverme. No se me ocurrió en ningún momento pararme para decirle: ¡deja de joderme pelotudo! No, yo estaba disfrutando de esa situación. Sentía mi cuerpo derretirse con su mirada. Sentía mi mente sucumbir con sus palabras. Y sentía como mi sexo se calentaba en esa posición.
-Por favor, haceme tu puta.
-El "por favor", me parece correcto. Pero parece que no entendés a quién te dirigís. ¿Te parece que en tu posición podes tutearme? ¡No! Ese es otro error. Si querés ser mi puta a partir de este momento y para Siempre me vas a llamar Señor y te vas a dirigir a mí de Ud. Siempre.
Resaltó enérgicamente la palabra Siempre y las sentí como latigazos en mi voluntad, lo miré. Descubrí en ese momento que amaba la palabra Siempre en su boca y que amaba sus ojos fríos. Me excitaba la humillación. Nunca me había planteado hasta donde podía llegar por amor y mucho menos hasta donde podía llegar por placer. Y en ese momento sentía ambas cosas juntas, un amor que mi corazón no quería contener y un placer que ya empezaba a controlar mi mente.
Mis ojos se posaron placidamente en su mirada, las lágrimas del descubrimiento los hacían verse brillantes y grandes.
-Señor, hágame su puta, por favor.
Con una de sus manos recorrió mi mejilla, hasta tocar uno de mis ojos y sentir las lágrimas que apenas querían desprenderse.
-Buena niña, vas a ser mi putita. ¿De qué son estas lágrimas?
-De emoción Señor.
-Bien, quiero que veas algo. Quiero que con una de tus manos, te toques por un minuto. Solo por un minuto, ni más ni menos, un minuto.
Introduje mi mano dentro de la bombachita, y apenas me rocé con los dedos. Fijé la mirada en el reloj del otro lado del cuarto y por un minuto exacto me acaricié, los dedos se embadurnaron en un jugo tibio y espeso. Nunca antes me había mojado tanto, los labios de mi vagina estaban hinchados y calientes, saqué la mano.
-Probate, poné los dedos en tu boca por un minuto más.
Eso hice devoré mis jugos, me saboree, lo disfruté.
-¿Qué gusto tiene?
-Rico, Señor.
-¿Solo rico? Rico me parece insuficiente.
-Delicioso, caliente, ansioso, expectante, Señor.
-Mmm estás caliente putita ¡¡te gusta!! ¡Disfrutas sentirte una pobre putita suplicante! Y a mi me encanta verte así, arrodillada pidiéndome, adorándome, llorando de amor y mojándote de deseo.
Desprendió lentamente su cinturón primero y luego su pantalón. Sacó de adentro del boxer su mi miembro erecto brillante, resaltado con la luz negra. El también estaba muy excitado. Lo estaba volviendo loco toda mi entrega, mi obediencia, mi deseo. Acarició lentamente la longitud del tronco.
-Estás siendo una buena niña y las trolitas buenas, siempre tienen premio.
Se acercó a mí, dejando su pene frente a mi boca.
-¿Te gusta la leche putita?
-Si
-Bien, ese va a ser tu premio. Podes lamer hasta obtener tu preciada lechita.
Saqué la lengua, lamí la cabeza saboreando el líquido preseminal que la bañaba. La rocé suavemente con los labios, sintiendo la suavidad de la piel en mi boca. Disfruté cada beso, cada lamida, cada succión.
-Chupá putita, chupá lo estás disfrutando como nunca chupala es toda tuya es tu premio por ser una buena putita
Todo lo que decía era verdad, nunca había disfrutado tanto chupando una pija como era chupándosela a mi Señor. Enredó sus dedos en mi pelo y empujó mi cabeza, penetrando mi boca con intensidad animal. Lo sentía golpeando mi garganta, las arcada interrumpían mi respiración y la saliva salía a borbotones de mi boca.
-Si putita linda tragala toda, si putita mía sacá tu leche.
Sentirlo así tan caliente tan furioso, tan en el límite del orgasmo, me estaba volviendo loca. Podía sentir como mi cuerpo se preparaba para explotar. Llevé una de mis manos directo a mi conchita que hervía de deseo. Necesitaba alivio.
-¡No! no te toques no quiero que acabes
Obedecí, retirando la mano. Aceleró sus movimientos, aumento el ritmo de sus embestidas. El volcán hizo una erupción violenta llenándome la boca, alcanzando mi garganta.
-Aaaahh es toda tuya tragala toda - dijo casi ahogado por los espasmos.
Y eso hice. Dejé que todo su esperma me llegara recorriendo mi garganta invadiendo mi cuerpo. Una vez tragada cada gota limpié toda la superficie de su verga con mi lengua.
-Bien, muy bien putita ¿Te gustó tu premio?
-Si Señor- dije casi sin aliento y más caliente que nunca.
-¿Estás caliente verdad?
-Si Señor.
-Bueno ahora podes tocarte, tocate fuerte, como si fuera yo mismo quien te tocara.
Automáticamente mis dedos se enloquecieron en mi clítoris, mi cuerpo empezó a temblar enseguida. El no dejo de acariciar mi cabeza. Cuando notó que yo empezaba a acabar tiró de mi pelo hacia atrás, haciendo que mi cara quedara enfrentada a la suya.
-Que rica putita sos como te gusta dale putita tocate más fuerte
Empecé a sentir como los temblores crecían en mí y un sudor frío comenzaba a bañarme
-Si que rica dámelo dame tu placer putita decime que sos mía
-Aaaahhh .- mi orgasmo era fuerte, mi cabeza giraba
-Aaaahhh Soy suya Señor
-¿Quien soy?
-Mi Señor.
-Si putita Tu Señor acaba para tu Señor.
-Aaaaahhhhhh .
Mi cuerpo se desvaneció estuve a punto de caer de lleno al piso. El me contuvo sosteniéndome de los hombros y se arrodilló a mi lado abrazándome. Toda yo estaba débil rendida, entregada. Con su mano me acariciaba desde la cabeza hasta la espalda.
-Muy bien mi putita linda- su voz era dulce, consoladora- muy bien, respira tranquila
El encuentro me había devastado, había derribado mi cuerpo y mi voluntad de tal manera que empecé a llorar sin control.
-No te preocupes putita mía tu Señor te va a cuidar.
Busqué sus ojos con los míos. Limpió mis lágrimas con sus manos y besó mi frente.
-No te olvides nunca que te amo.
-Y yo a vos Mi Señor.
Sonrío y me beso en la boca.