Mi segundo día en la Playa con Sandra.

Aunque ya les conte la pasión de mi tercer y último día en la playa, aqui les cuento lo que sucedio en mi segundo día. No era virgen antes de este día, había tenido relaciones con varones, pero lo que sentí con Sandra no lo había sentido anteriormente. Las mujeres nos sabes dar placcer

Les he contado sobre mi primera experiencia con Sandra, también les he contado sobre la satisfacción que brindo durante el primer día de nuestra estadía en la playa y de ahí me salte al tercero y último día de nuestra estadía en ese maravilloso lugar. Ahora les contare como disfrutamos el domingo que era nuestro segundo día juntas.

Después de haber dormido placidamente como consecuencia  de la maravillosa sesión de sexo y pasión que habíamos  disfrutado el día anterior y parte de la noche nos despertamos alegres y dicharacheras. Sandra de muy buen humor me hizo reír con sus cuentos y experiencias.

Terminamos de ordenar y limpiar los utensilios usados en el desayuno y decidimos, o mejor dicho Sandra decidió que debíamos ir de compra al supermercado, ya que algunas cosas escaseaban y otras no habíamos traído desde la ciudad.  Como se estaba haciendo costumbre partió ordenándome tomar un baño y arreglarme, mientras ella disponía de la ropa que debía usar. Quiero, me dijo; “lucirme en este pequeño pueblo contigo”, que los hombres me envidien.

No es que Yo le hiciera caso, ya que tengo la costumbre de bañarme y arreglarme lo mejor posible y de acuerdo a la ocasión. Me bañe y peine mi negro y largo cabello como suelo hacerlo cuando deseo disfrutar del aire y sentir la brisa sobre mi cuello. Amarrado tirantemente y tomado sobre mi nuca en una cola de caballo.  Sorpresa me lleve cuando en el dormitorio vi la ropa que me había seleccionado mi amiga Sandra. No soy mojigata para vestirme, de acuerdo a los estándares talvez sea más atrevida y sexy que recatada, pero creo que Sandra esta vez había exagerado un poco. Unas sandalias que debo reconocer muy finas y bonitas, de esas que dejan los pies al descubierto que a mi gusto las encuentro muy sexy y sobretodo si tienes tus pies bien cuidados. Creo que los pies de las mujeres son sexies. Perdonen mi petulancia. Un short de mezclilla que en la primera instancia no me di cuenta y solo note que era de esos raídos, pero que al ponérmelo me di cuenta  que con dificultad y a duras penas me cubría la cola. Estrecho (elasticado) y cortisimo. No se si se me vía entre las piernas, pero mi cola la sentía al aire. Como top una especie de camisa sin manga y extremadamente escotada bajo las axilas y dejaban entrever los lados de mis senos. Adelante abierta y solo tomada por un gancho justo de bajo de mis pechos. Me sentía media en bola.

Reclame, pero Sandra como es de cortante y dominante, se enojo y según ella Yo no quería satisfacerla. Para evitar problemas cedí. En el camino y ya lejos de la casa me contó la verdad y me dijo; “estas preciosa y quiero que vean lo que disfruto, que envidien”

Fuimos al supermercado, hicimos las compras. Yo un poco incomoda por las miradas envidiosas de las viejas y no tan viejas hipócritas y chupa cirios, que a desean con toda pasión sacarse un poco de ropa, pero no se atreven por el miedo al que dirán. Y esos galanes babosos pellizcados por sus mujeres y que desean ver en bikini a la mujer del vecino, pero a la propia con hábitos de monja. Que atroz, pero agradezco a que Sandra ejecutiva como es, no demoro ni diez minutos en cargar el carro con lo necesitábamos y no deambulo por el local.

Terminadas las compras me invito a un pub donde había gente joven, o jovial y que no estaban preocupados como se viste este, ese o aquel. Solamente preocupados  de disfrutar y convivir.

Nos sentamos a beber un trago en un semi apartado rincón. Nos sentamos en un cómodo sillón para tres personas y del que solamente ocupamos menos de la mitad ya que Sandra se sentó apegada sujetándome por la espalda.

Lo primero que hizo fue susurrarme al oído de como lo había pasado el día de ayer y sí sus caricias me habían complacido. Yo le conteste que había sido maravilloso, que había gozado como nunca. Era la verdad, no podía mentirle. También me pregunto por el consolador, y esa pregunta me trajo a la mente mis gemidos y gritos. Te ruborizas, me dijo y agrego; no seas tontita, para eso estoy. Para darte placer cuando lo desees o cuando Yo lo desee.

A  estas alturas su brazo puesto detrás de mi espalda había avanzado hasta  poner su mano por entre la apertura del costad de mi top y comenzaba a jugar con mi pecho. Se acomodo aprestándome a mi cuerpo y su mano libre la deposito sobre mi muslo.

Mientras me miraba fijamente y totalmente despreocupada por las personas que circulaban por el local, sus dedos comenzaron acariciar y sobar uno de mis pechos. Acerco su boca a mi desnudo cuello y lo beso y mordió produciéndome un sentir muy placentero y llenar mi mente de enajenante oscuridad donde se proyectaban imágenes de los momentos que habíamos disfrutado en el día anterior.

El manoseo a mi pecho va incrementándose hasta convertirse en recios estrujamientos en los que hunde los dedos en mi seno para estirarlo y apretarlo. Después de unos momentos y envolviendo el pezón entre pulgar e índice, comienza a retorcerlo infringiéndome martirio que lo incrementa cuando sus uñas clava inmisericorde en la carne de mi mama.

Gruñendo al sentirme jadear va dejando descender su mano por la entrepierna y se detiene a estregar reciamente mi clítoris, que a estas alturas se encuentra  inflamado por las caricias a mi pecho. La hunde en la frondosidad húmeda de los pliegues internos; años de práctica la hacen una magnífica masturbadora y haciendo descender los dedos hasta la dilatación de la vagina, va hundiendo tres de ellos para que, en forma de gancho, rasquen las mucosas que el deseo instala en el interior de mi sexo.

Creo haberla visto rogar para que mis gemidos no despertaran la atención de las personas del local.

Alguien la saluda e; instantáneamente cesa de continuar masturbándome y recuperando trabajosamente tanto su  compostura como su voz, gira su cabeza mira al recién llegado y lo saluda. Pero no retira su mano que apretaba mi seno.

Nos introduce y me presenta. La conversación giró sobre viajes, negocios y otras cosas. Me di cuenta que eran bastante conocidos. Entre las cosa contó que se había construido una cabaña y que esperaba que fuéramos a conocerla. En esos instantes estaba con unos amigos y que le encantaría que nos uniéramos.

Miro a Sandra y al acercarse para darme un beso de despedida se dio cuenta que ella había y estaba jugando con uno de mis pechos. Picaronamente me sonrió.

Ya solas Sandra me pregunta si quería ir donde su amigo. Yo estaba deseosa de seguir jugando con ella y ella me respondió que también deseaba estar conmigo. Llamó al mozo, pago la cuenta y nos fuimos.

Sandra manejaba, y Yo me senté apoyando mi espalda contra la puerta del auto. Así de frente a ella abrí mis piernas lo más que pude, corrí la entrepierna del short y deje al descubierto mi excitada vagina.  Comencé a   masturbarme. Mi clítoris se erecta. Llevo dos de mis dedos  para que rasquen las mucosas que el deseo instala en el interior mi sexo. Los retiro y los llevo a mi boca. Mirando fijamente a Sandra chupo mis dedos como quién chupa un helado. Repito dos o tres veces, pero ahora introduzco tres de mis dedos y efectuó el movimiento de entrar y salir y empapados los llevo a mi boca.

Sandra detiene el auto y en un ataque de locura me toma de mi cola de caballo y me tira hacia ella gritándome que pare y me da una fuerte bofetada. El sonido y el dolor me asustan y me detienen. Ella mirando fijamente y con furia me grita; “tu sexo me pertenece. Yo soy la única que puede jugar con él. Espero que te quede claro y lo entiendas”. No hablamos durante todo el viaje.

Callada nos bajamos y fuimos hasta la cabaña. Sin hablarnos arreglamos las cosas en la cocina y sola me fui a sentar en la terraza.

Al poco rato llego Sandra y se sentó a mi lado y tomándome  las manos me dijo; “Andrea quiero que me obedezcas. Te deseo mucho y quiero que sepas que estando conmigo eres mía. Ahora anda arreglate y quiero que vengas desnuda a sentarte conmigo aquí en la terraza”. Me levante y calladamente fui al dormitorio.

Me bañe, me perfume, unte mi cuerpo en aceite para tenerlo brillante y me maquille. Tome mi pelo y esta vez utilizando gel, me lo estire al máximo sobre la nuca terminando en una cola de caballo. Me calce las sandalias, me puse un collar y unos grandes aros, y partí a la terraza.

Sandra estaba sentada sobre un sillón hamaca bebiendo un trago. Me pare frente a ella y espere a que me mirara. Levanto su vista y me miro fijamente de pie a cabeza y exclamo; “eres la puta más rica que he tenido”. Esa ordinariez de comentario me éxito. A pesar de su maltrato físico anterior y ahora  verbal, la deseaba. Deseaba sus caricias y deseaba el placer que era capaz de proporcionarme. Era una real maestra en el arte.

Siéntate me dijo  y me hizo un espacio al lado de ella. Esta vez me pegue a ella para que sintiera mi perfume y mi piel.

Lentamente me echó hacia atrás hasta descansar mi espalda en el respaldo del sillón. Una de sus manos me tomo firmemente de mi cola de caballo y me sujeto. Acerco su cara a la mía y sus labios buscaron los míos y se juntaron en un apasionado y caliente beso. Luego lleva la lengua serpenteante a recorrer mi pecho hasta arribar a la elevación de los senos; esa consistencia que detectaran los dedos se confirma al apartar la cabeza para contemplarlos. Los tantea con sus dedos y sintiendo la fortaleza de sus músculos, me acaricia los  pechos con exasperante lentitud, comprobando la solidez de los pezones.

Susurrándome cariñosamente que no tenga miedo, me toma fuerte de mi cola de caballo y asiéndome de la cabeza, afana su boca con infinitos besos a mi rostro. Con la mano ciñendo mi cráneo, sus labios encuentran entreabiertos los míos y, rozándolos, los envuelve con delicadeza, chupando tiernamente primero al de arriba y luego al de abajo para después hundir entre ellos la lengua que tremola en busca de la mía ya aceza fuertemente y acallando los incipientes gemidos, concreta el beso.

Despaciosa y paulatinamente, mis labios no sólo ceden sino que acompañan el movimiento de succión y la tímida lengua se atreve instintivamente a competir con la suya, ocasión en que Sandra rodea mi nuca con su brazo para mantener la presión del beso y hace que la otra mano tome contacto con mis senos.

Ciertamente, Sandra conoce a la perfección las regiones más sensibles del cuerpo femenino y lo que es más importante, sabe lo que una mujer siente y disfruta cuando se lo hace otra; inclinándome hacia atrás, se encorva sobre mi para recomenzar a acariciar mis senos con sus dedos y en tanto deja que la lengua deambule por mis tetas, empieza con un moroso sobar que la motiva y lleva la lengua a fustigar delicadamente a mis pezones. Sandra sabiendo que cuando una mujer cede a sus impulsos primarios hasta exceder los límites de la lujuria asume inconscientemente que ya no hay paso atrás y se entrega al sexo con toda liberalidad. Sandra incrementa la rudeza de la mano hasta convertir el manoseo a mis senos en un brutal estrujamiento que conoce acrecentará su firmeza y volumen, mientras que los labios rodean alternativamente a mis pezones en un dulce mamar que modifica mi jadeo, quien lo intercala inconscientemente con la repetición de un susurrado más. Mis olores y aceites la ponen fuera de sí y después de retorcer con sañuda insistencia al pezón de un de mis senos mientras los labios succionan fuertemente al otro, hace a la mano abandonarlo para deslizarse por mi abdomen.; mi musculatura abdominal fuerte y firme propia de una mujer joven, el surco central apenas se esboza y sus dedos lo recorren hasta arribar a la comba que marca al bajo vientre, resbalando en esa pendiente los conduce hacia mi vagina.

Apretó mis piernas, pero el suave restregar de sus manos sobre el montículo, me hacen ceder mansamente para permitir a los dedos tantear esa excrescencia que apenas asoman entre la rendija de la vulva y entonces sus dedos se hunden en la búsqueda de los tibios tejidos del interior.

Con prolija cortesía, hace que sus dedos recorran mi comba en cuyo interior parecen abundar los pliegues de los labios menores, los que va rozando en un lerdo periplo de arriba abajo mientras sus labios vuelven a regodearse con mi boca. Yo en tanto suplico sus caricias. Contradictoriamente alza sus brazos para acariciar mi nuca y hombros al tiempo que se entrega dócilmente a besarme. Por unos minutos, Sandra se sume en la honda delicia de besarme.

Para reforzar su seducción, una de sus manos ya explora con mayor rudeza mis pliegues y clítoris, y me murmullos en los que me dice cuanto me la ama.

Entre nosotras se inicia un quedo diálogo entrecortado por los chupeteos, y lambetazos de los besos, aullidos y gemidos de placer.

Sin abandonar ese cuchicheo bisbiseante, Sandra comprueba como a sus estímulos a los labios internos de mi vagina, han incrementado su volumen y restregándolos entre sí con los dedos, nota acrecentarse mi excitación. Yo sólo alterno con sus  besos con ininteligibles frases de gozoso disfrute.

Sandra decidida a profundizar su relación, me susurra en mis oídos que sus caricias me llevaran acceder a un mundo de placer y goce del que ni siquiera tengo idea que pueda existir.

Soy Yo quién le da vía libre a sus deseos, acrecentado la hondura de mis besos y acaricio su espalda con mis finos dedos crispados y a la vez le ruego que me haga suya en forma total. Mis gemidos y aullidos de placer tientan a Sandra y ahusando sus dedos comienzan un ir y venir sobre mi vagina. Mis reclamos insistentes por más placer y aún más fuerza terminan por enajenarla e incorporándose, se quita su ropa hasta quedar totalmente desnuda.

Sandra me extiende su brazo para que me levante y tomada de la mano me lleva al dormitorio y me pide que me tienda sobre la cama y coloca una almohada levantando mi cola. Arrodillada frente a mí contempla arrobada mi entrepierna que muestra el bultito insinuado de mi vulva con una raja que más parece una herida y debajo, entre mis dos pequeñas pero sólidas nalgas, se ve oscuro haz del ano.

Yo acepto resignadamente la violación por venir, pero eso no hace disminuir mis nerviosos temblores mientras la interroga con balbuciente aprensión sobre lo me hará.

Sandra indicándome que no tema y que no pretende dañarme sino que darme placer, comienza recorrer con la yema de ambos índices todo el perímetro de mi  vulva para luego descender hacia la negrura del ano y allí, humedeciendo al dedo mayor con saliva, comienza a estimularlo entre mis sobresaltas y  movimientos pélvicos.

Una ansiedad malévola la compulsa a bajar la cabeza y buscando con la lengua el pequeño orificio de mi ano, la estimula con el tremolante vibrar de su lengua y en medio de mis exclamaciones contrapuestas que tan pronto me niega gimoteante a ser chupada por el ano como proclamo mi repetido asentimiento, va alternando los lambeteos y chupones con la incipiente introducción de su dedo meñique.

Al ver como suspiro desmayadamente, sube con su lengua serpenteante hasta recalar en el pequeño agujero de mi vagina que resuma los fluidos provocados con sus dedos; tanto o más delicadamente que en el ano, su lengua flamea contra los bordes carnosos para luego ir introduciéndose hasta sentir la oposición mis esfínteres comprimo instintivamente, pero que le permito saborear el agridulce de mis jugos.

Aspirando golosa los aromas de mi sexo, utiliza el índice y mayor para separar despaciosamente ese telón carneo que le develará el aspecto de mi sexo. Campea la dilatada apertura de mi uretra. Los labios menores, abundantes y arrepollados en infinidad de frunces, se extienden hacia abajo en dos lóbulos carnosos que cuelgan sobre el agujero vaginal y en la parte superior, forman el capuchón epidérmico que cobija al clítoris, una puntiaguda cabecita blancuzca que parece empujar al tegumento traslúcido que la cubre.

Fascinada hasta la obnubilación, extiende la lengua para comenzar un recorrido de intolerable lentitud que, tras recorrer en todo su perímetro los labios mayores, se adentra en la cara interna y, tremolante, establece contacto con la base de los menores; la proximidad con las paredes que se elevan rizadas como delicadas puntillas la tientan y la lengua se esmera en recorrerlas de arriba abajo para luego, con inevitable avidez, ir encerrando entre los labios los bordes coralinos en insistentes chupadas que se intensifican cuando encierran los carnosos lóbulos.

Observando mi respuesta, mientras abro y cierro espasmódicamente mis piernas como las alas de una mariposa mientras clava en las sábanas mis dedos engarfados y meneo instintivamente la pelvis en instintivo coito, arremete con toda su boca sobre mi sexo en tanto deja que el dedo vaya penetrando casi imperceptiblemente mi ano.

Sabores, fragancias, el hecho de estar violándome y mi misma respuesta, no hacen sino incitarla más y abalanzándose sobre el capuchón, succiona fuertemente mi clítoris como si quisiera devorarlo en tanto penetra la vagina con tres dedos ahusados; encorvándolos, busca el bultito que necesariamente tiene que estar en la cara anterior y encontrándolo a poco de la entrada, lo restriega con insistente delicadeza.

Yo, no sólo acepto su sexo oral, sino que manifiesto por medio de gritos y aullidos denodado esfuerzo en procurarme placer y al tiempo que expreso mi contento con apasionadas palabras de amor a las que intercalo con la repetición insistente de mi asentimiento sacudiendo la pelvis en descontrolada cópula.

Sandra entusiasmada y tras someterme al furioso chupetear de su boca combinado por la penetración a mi vagina y ano, donde el dedo ya ejecuta una dedicada sodomía, se separa un momento para alcanzar el cajón de la mesa de noche y extrayendo uno de sus “juguetes”, vuelve a afanarse en el sexo con su boca.

Ya he soportado repetidamente la penetración de sus dedos, pero el falo no tiene la misma consistencia y el tamaño del glande engaña, ya que luego de ingresarlo un poco lo retira y lo ensancha introduciéndolo nuevamente; siento que esta vez el falo sobrepasa largamente los 4 centímetros. Incorporándome apoyada en los codos y mientras la miro suplicante, le ruega sollozando que no me lastime, pero ya Sandra esta totalmente fuera de sí y hunde todo el consolador sin piedad hasta que los dedos que lo sostienen golpean contra la mojada vulva.

Mi grito de dolor la detiene por un instante, pero se da cuenta de que ya es imposible dar marcha atrás y sabiendo lo que se siente al ser penetrada por tamaño miembro, y conociendo la inmensidad del placer que obtendrá a continuación, no sólo acrecienta el chupeteo al clítoris sino que inicia un largo, profundo y lerdo coito que, como ella suponía, transformaría  mis  quejumbrosos alaridos y ayes  en enfervorizadas exclamaciones del más profundo goce.

Ahora soy Yo quien asume la cópula y asentando los pies en la cama, proyecto la pelvis contra la verga mientras de su boca surgen exclamaciones de alabanza y mientras acaricio sus cabellos, la bendigo por los placeres que me proporciona.

Sandra retirándome consolador, cambia rápidamente de posición para acaballarse invertida sobre mi, encaja sus piernas debajo de mis axilas; con la zona venérea totalmente expuesta, se solaza al reiniciar el chupeteo a los ahora inflamados pliegues.

Mi completa depilación por todo el alrededor de mi sexo y ano, le permite chupar y lamer todo el contorno incluyendo mis orificios. Apretando con fuerzas  mis nalgas siento como su lengua se introduce tanto en mi vagina como en mi ano.

Desenfrenada por mi permisiva actitud y en tanto se regodea mamando el clítoris, hunde lentamente su dedo pulgar en mi ano y Yo incremento mi acezar convirtiéndolo en agudos grititos. Yo me aferro a sus las nalgas y envío mi lengua a recorrer toda su; de forma tácita las dos acompasamos la cadencia de las chupadas y cuando Yo pongo toda mi boca a complacer a Sandra complaciéndome a mi misma, ella me pide que la penetre con los dedos.

Con diligente premura, le introduzco dos dedos en su vagina para luego iniciar un rítmico ir y venir, una respuesta inmediata de Sandra, quien me vuelve a introducir el monstruoso consolador y así, encajadas una en la otra, ambas nos embarcamos  un silencioso coito el  que sólo rompemos con ocasionales gemidos y bramidos, hasta que Yo, en un enredo de alegres gorgoritos como aye angustiada, proclamo asustada mi falta de aliento y entremezclando mis reclamos a Dios con un repetido “me muero”, envaro mi cuerpo mientras clavo mis uñas en la grupa de Sandra para alcanzar mi primer orgasmo, que chirlea a través de la verga y que Sandra sorbe con deleitada voracidad.

Acostumbrada a reponerse rápidamente de sus orgasmos, Sandra se levanta y mirándome con ojos golosos tirada en la cama como si me hubieran fusilado, se dirige al baño para darse una ducha muy rápida que lave de su cuerpo los sudores y tras secarse cuidadosamente, busca en el cajón en que guarda sus juguetes eróticos, un enorme y ancho consolador aquel con el que ella se proporcionara los placeres más exquisitos que recibiera en el lesbianismo.

Tras limpiarlo con un antiséptico en aerosol para no transmitir cualquier inmundicia que pudiera conservar, se acomoda junto a Malena y manejándola con facilidad a causa de su poco peso y la relajación en que descansa, se coloca el arnés en la entrepierna y tras juntar las tiras de velcro, las ajusta de tal forma que ese monstruo queda como si fuese parte de ella.

El exterior del descomunal falo, esta cubierto por infinidad de puntas de silicona que al entrar en contacto con todo el sexo, desde el Monte de Venus hasta la misma entrada a la vagina, estimulan cada centímetro de piel con un restregar que llega a hacerse irritantemente insoportable, no por las lastimaduras que no producen, sino por goce tremendo que ese roce ocasiona a las carnes; llamándome a silencio al tiempo que me explica esa virtud de aparato, se inclina sobre mi para acariciarme con infinita ternura en tanto abre mis piernas y comienza a introducirme su pene.

Recostada sobre mi, deposita un beso en mi frente; y mientras continúa besándome con delicadeza el rostro todo, deteniéndose a explorar la lisura de mis párpados, los lados de mi nariz y mejillas, me instruye sobre lo que representa el sexo entre mujeres.

Preocupándose de que entienda claramente que este tipo de relaciones me llevaran  a  un mundo de maravillosos acoples que no obtendría con un hombre, tanto por la prepotencia que el machismo lleva implícita sino también la difamación que parece formar parte de su idiosincrasia y asimismo, pone especial acento en que aquella será una relación secretísima entre las dos.

Sandra mientras empuja el falo dentro de mi vagina busca en  el interior de mis labios provocando que mi lengua se asome entre mis dientes procurando establecer contacto; como dos serpientes, las lenguas se traban en un combate en el que se atacan, se trenzan y se estrujan con denuedo hasta que ella experta, se aparta dejando lugar a los labios que se ciñen alrededor mío para comenzar a chuparme como si fuera un pene y cuando esta se envara instintivamente, iniciar una exquisita felación que contribuye a exaltarnos más.

Ahogándose en las salivas, se apartan resollando sólo para acoplar sus bocas en un perfecto ensamble e iniciar una extenuante sesión de besos en los que cada una parece querer devorar a la otra. En tanto que sus manos se deslizan ávidamente sobre las carnes transpiradas, restregamos nuestros cuerpos uno contra el otro fuertemente estrechadas hasta que mis insinuadas pulposidades terminan por llevar a Sandra a su máxima exaltación y colocando sus rodillas junto a mis caderas, empuja al largo consolador para embocarlo frente a mi vagina e ir introduciendo su cuerpo hasta sentirlo golpear el cuello uterino. Sandra inicia un perezoso movimiento de entrar y salir que me arranca alaridos de placer; sobando sus propios pechos contra los míos, va combinando con el vaivén horizontal, movimientos ondulares giratorio con sus caderas propios de una danza exótica. Es el ritmo de una buena jineteada y Yo soy su yegua.

Fascinada y también aterrada por la brutal sexualidad animal que me esta inflingiendo, sino también por las expresiones casi demoníacas de su rostro. Muerdo  sus labios a causa de la hondura con que el portentoso me arremete y siento como las agujas de silicona rozan incruentamente las partes más sensibles de mi sexo, no sólo se aferra a mis antebrazos para darse mayor impulso y proyectar su pelvis sino que busca alucinada mis pechos que oscilan aleatoriamente ante sus ojos. Sus manos engarfian los dedos y estrujan mis grandes y sólidos pechos. Los estruja como quien desea exprimir todo el jugo de una fruta. Los muerde y los muerde con fuerza. Agarra mis pezones entre sus dientes y los tira con fuerza, y siento que me los va a arrancar. Ase entre sus dedos pulgares e índices los gruesos pezones, tira de ellos para aproximarlos a  su boca, los besa, chupa y muerde. Los muerde con fuerza.

Sandra tiende los dedos para acariciar golosamente mis duras y prominentes nalgas y conscientemente su pulgar se aventura por la hendidura entre ellas a la búsqueda mi ano; con suma habilidad, desconoce poseer, la yema del dedo roza tenuemente al haz de mis cerrado esfínter e iniciando un movimiento circular sobre ellos, comprueba como va distendiéndose paulatinamente y, al tiempo que expresa con bronca voz su contento. Yo increíblemente excitada e inconscientemente comienzo a suplicarle penetre por mi ano ese monstruo una vez más.

Cuidadosamente, a causa de su experiencia comienza a ejerce una leve presión sobre los tejidos y sorprendentemente, estos ceden para permitir el paso de su dedo; respondiendo a mis insistentes asentimientos de que así quiero ser sodomizada, lo introduce hasta que el mismo nudillo desplaza a los músculos y ante el calor inesperado que genera mi tripa, inicia un moroso movimiento de vaivén que no sólo la contenta sino que pone una cuota de sadismo en su mente y rápidamente acelera la velocidad, mientras que con ásperos ronquidos le manifiesto mi satisfacción.

Respondo a tanto empeño con ayes, bramidos y jadeos entre los que entremezclo apasionadas palabras de amor, hasta que en un momento de esa desaforada calentura le ruego que me introduzca su enorme consolador por el ano.

Ella retira el consolador de mi vagina y se coloca a mi lado y con mucho cariño me hace girar y me deja de guatita sobre la cama. Luego tomándome de la cintura me alza para quedar apoyada en mis manos y rodillas como una perrita. Abre mis piernas y se coloca apoya en sus rodillas detrás mío. Suavemente con sus manos engarfiadas sus uñas comienzan a raspar mi piel desde mis hombros hasta llegar a mis nalgas. Se detiene en mis nalgas y comienza a golpearlas en un principio suave y cariñosamente para luego aumentar la fuerza hasta provocarme dolor. Repite este castigo en varias oportunidades.

Libera un des sus manos del castigo y a los segundos siento que posesiona el consolador frente a mi ano, pero antes de introducírmelo penetra dos de sus dedos juntos y los abre forzando mi ano a expandirse. Lenta pero decididamente inicia la introducción de su monstruoso aparato. Con firmeza toma de las caderas e inmediatamente comienza a presionar fuertemente para introducirme el falso falo.  Lentamente empuja hasta que siento que sus muslos han tocado mis nalgas. La bestia esta dentro de mí, lentamente comienza con un ralentado coito que va en aumento poco a poco hasta llegar a penetrarme en forma despiadada y sin ningún miramiento. A estas alturas sólo piensa en su placer y sin importarle mi sufrimiento. Soy presa de su placer y alegría por la sodomía que lleva a cabo en mí.

Sus movimientos crecen en ritmo, intensidad y fuerza. Sus muslos golpeen mis nalgas en cada una de sus feroces arremetidas. Grita y me golpea con una inexplicable euforia perversa por la sodomía que ejecuta en mí. En la cima de su paroxismo, empuja despiadadamente contra mi ano hasta que mi nalgas le impiden seguir más allá y en medio de jadeos y risas, clava sus uñas en la carnosidad de mis piernas mientras proclama la profundidad de su eyaculación, bendiciéndome por haberla conducido a ella.

Sandra desfallecida a mi lado, pero no totalmente conforme con el orgasmo que alcanzara tan jubilosamente y repuesta de su agotamiento y falta de aire, se incorpora para colocarse entre mis piernas; y tras quitarse el arnés con el consolador, procede a besarme y lamerme prolijamente toda la zona (ano y vagina) irritada por el estregamiento de las puntas y recuperándome ante tan deliciosa caricia, la aliento quedamente para que prosiga.

Alzándome por las nalgas, eleva mi grupa para luego proceder a un minucioso recorrido por todo el sexo (vagina y ano), volviendo a cebarse en hondas chupadas sobre mis inflamados clítoris y desciende por mi dilatada vulva, chupeteando los arrepollados frunces de los labios menores hasta arribar al agujero vaginal del que gotean restos; alzo y encojo mis bien moldeadas y duras piernas, y entre gemidos le suplico que me lleve nuevamente a las maravillosas sensaciones que experimentara antes con su boca y manos.

Sorprendida por la incontinencia sexual mía, Sandra decide llevar esta relación a su más alta expresión y colocándose nuevamente el arnés, casi sin mediar otra advertencia más que ahora sabrás lo que es el verdadero sexo, apoya la afilada cabeza del falo contra mi vagina y despiadadamente empuja sin darse un respiro.

El falo va ensanchándose progresivamente en forma curva y achatada hasta que junto a la copilla adquiere más de seis centímetros y la superficie toda está cubierta de anfractuosidades que simulan venas y gibosidades.

Sin embargo, el hecho de que el falo vaya separando mis carnes como nunca nadie lo hiciera, provocándome un sufrimiento inédito por los desgarros a mi delicada piel, lejos de provocarme un rechazo, ese dolor introduce  a un nivel de goce que linda con la depravación y el sadismo, estirando mis piernas para envolver instintivamente la cintura de Sandra, proclama con radiante alegría cuanto placer me produce la penetración.

Cuando el consolador excede largamente la estrechez de mi cuello uterino para raspar el endometrio y la copilla choca contra la dilatada vulva, Sandra detiene el empuje e inclinándose sobre mí, inicia un virtuoso juego de labios, lengua, dientes y dedos en un delicioso maceramiento a mis pechos que suscita en mí un apasionado gemir en mimosas alabanzas a ell mientras con los talones apoyados en sus nalgas, se doy impulso para sentir al fabuloso falo moviéndose en mi interior.

La masa oscilante de mis senos seducen  a Sandra, que contempla  las maleables carnes cuya cima están ocupada por unas amarronadas aureolas a las que pueblan disímiles gránulos sebáceos, dando marco a los pezones que, largos y gruesos, ostentan profundos orificios mamarios como sí estuviese parida; obnubilada por tanta belleza, los ciñe alternativamente entre pulgar e índice para darle una morosa rotación al tiempo que su lengua tremola, fustigando la punta de la mama.

Mis grititos alborozados no hacen sino excitarla aun más y a la vez que se solaza en los pechos, acompaña mi pujar imprimiendo paulatinamente a su pelvis el vaivén de una verdadera cópula que termina por enloquecerme que, en medio de entrecortados jadeos y gemidos incontenibles, me pliega al coito con vehementes remezones.

Así nos extasiamos en una refriega sexual en la que ambas dejamos aflorar todo el primitivismo femenino que nos habita, hasta que finalmente soy Yo quien deja de acariciarla con vehemente pasión la cabeza que me provocan tan deliciosas sensaciones de goce en los senos, para reclamarle a Sandra que me posea con mayor vigor porque ya mi excitación excede a ese lerdo hamacarse; Sandra como mujer y conocedora de las virtudes del falo, comprende mí necesidad de ser poseída con la contundencia de los hombres.

Abandonando mi pecho palpitante, se incorpora para hacerme que encoja las piernas bien abiertas y afianzando sus manos en el doblez de mis ingles, flexiona las rodillas para formar un arco que le permita iniciar un balanceo que, con tan sólo hacerlo, suscita en mi  regocijadas exclamaciones de goce por lo que el tránsito del tronco bestial produce en mis entrañas. Agito espasmódicamente mis piernas y mi torso se estremece no sólo al ritmo de los rempujones sino a los retorcimientos que ella misma ejecuta, mesándose los cabellos y profiriendo inconexas palabras de de goce y satisfacción.

Sandra fascinada por mis pechos que suben y bajan temblorosos, trata de profundizar aun más la penetración y en medio de mis gritos, entre doloridos, asombrados y alborozados la aliento a hacerla disfrutar aun más, va haciéndome colocar de costado y elevando su pierna izquierda, la sostiene derecha contra mi cuerpo y el sexo, así dilatado, parece acoger mejor la inmensidad del falo;  colaboro con ella encogiendo cuanto puede mi otra pierna y mirándola fijamente a los ojos con angustiada lascivia, le musita que me haga mujer de la manera más placentera y en todo sentido. Esa inconsciente palabra de la que ni ella misma debe conocer su alcance, termina por despertar en la mente de Sandra un demonio al que ella prudentemente ha tratado de evitar convocar; sin cesar el intenso vaivén que ha impreso a su pelvis, va haciendo colocarme de rodillas y en esa posición parece encontrar el espacio justo para que la copilla plástica se estrelle ruidosamente contra mis nalgas de su y Yo, apoyada en mis codos, hamaca mi cuerpo con la misma cadencia a que ella me somete.

El espectáculo de haber sido incomparable, ya que mi cuerpo delicadamente esculpido, se mece al ritmo de la cópula a que Sandra me somete que, cual una mitológica amazona, me jinetea con embravecido ímpetu y juntas proclamamos a viva voz lo sublime y espantoso de esa unión sexual antinatural pera exquisitamente placentera, y con la verga ocupando completamente mi vagina, se inclina sobre mí, apresando entre sus dedos mis pechos oscilantes, macerándolos en feroces estrujamientos a la vez que restriega los suyos contra mi espalda. Como fundidas una en la otra, nos  balanceamos al tiempo que de nuestras bocas surgen recíprocas promesas de amor y sexo hasta que le pido a Sandra que me haga alcanzar un orgasmo tan fantástico como el que obtuviera ella.

Comprendiendo mi necesidad animal, se endereza para reafirmar sus rodillas y retoma lentamente el ritmo de la cópula pero esta vez, un dedo pulgar comienza a estimular los esfínteres anales, obteniendo como respuesta una entusiasta aprobación de mi parte repito insistentemente que lindo es aquello y cuánto me gusta. Pronto, sin aminorar la penetración de mi vagina, todo el dedo entra y sale de mi recto y ante mí requerimiento que le exijo más y más, suma el otro pulgar no sólo para penetrar mi ano sino que, juntos, estiran y dilatan los esfínteres para hacer lugar a un pensamiento obsesivo de su mente pervertida.

Entremezclando mis jadeos con el hipar de mis sollozos y apremiantes pedidos por el anhelado orgasmo y Sandra, enajenada por la pasión, saca el falo de mi sexo para apoyarlo contra los esfínteres que ablandaran sus dedos y dejando caer una abundante cantidad de saliva, apoya la pequeña cabeza y empuja.

Mis repetidos yes, yes o si, si se fueron convirtiendo en clamorosos pedidos de cuidado y finalmente, cuando gran parte del curvado y ensanchado falo dilata la tripa, van convirtiéndose en francos sollozos de sufrimiento, a pesar de lo cual, le reclamo que me sodomice más profundamente y que me conduzca finalmente al anhelado orgasmo, pero ese despertar animal no se limita a las palabras sino que mi cuerpo se retuerce y una de mis manos toma contacto con mi sexo para frotarlo con vehemencia y a medida en que la verga completa su penetración, dos dedos introduzco en mi vaina en desesperadas entradas y salidas.

Mi voluptuosa incontinencia sorprenden a Sandra y dispuesta a satisfacerme satisfaciéndose, modifica la posición de sus piernas para pasar de arrodillada a acuclillada y desde ese nuevo ángulo, atenazando los dedos en mis caderas, se da tan poderosos impulsos que no sólo Yo emito doloridas exclamaciones de placer, sino que ella misma se ve conmovida por la violencia con que me agrede y las dos nos hundimos en un vórtice mareante de goce y dolor en el que ambas expresamos todo el bagaje primitivamente sexual de las hembras hasta que, casi simultáneamente y en medio de desaforados gritos, rugidos y bramidos, alcanzamos el apogeo del acto.

Sandra desplomada sobre mi cuerpo exánime, con el falo todavía ocupando mi y en tanto aun siento fluir por el sexo el alivio líquido de mi útero, en tanto se sumerge en el maravilloso sopor de la satisfacción sexual, visualiza la promesa de un futuro venturoso.

Espero no haberlos aburrido