Mi segundo cliente me convierte en wc

Soy Tamara, estando de vacaciones en un hotel me he metido en un gran lío. Mi marido no está y encima me ha dicho que mi hija viene de camino. He tenido que convertirme en la puta del hotel y los clientes hacen lo que quieren conmigo. Recomendado leer los relatos anteriores.

—¡No puede ser que Zoe ocupe tu plaza en el hotel! —exclamé nerviosa ante la llamada de mi marido.

—¡Claro que puede ser, yo mismo llamé ayer para arreglarlo! El director me atendió personalmente, con muchísima amabilidad. Y me dijo que como no está al cien por cien de ocupación y nuestra cama era de matrimonio, le ponía a nuestra hija una habitación individual por un suplemento ridículo que ya he pagado. Además nuestra hija debe estar a punto de llegar ha salido muy pronto con el chofer.

Mi cuerpo temblaba por dentro, mi hija no podía ver en qué estado me encontraba. Mi cliente de ayer me había puesto un cinturón de castidad con un plug anal integrado y unas abrazaderas en los pezones que no podía quitarme, pues iban con una minúscula llave que solo poseía él. Para quitármelas él las debía liberar o arrancarme los pezones.

Ese cabrón de director lo había hecho adrede, estaba convencida. Tenía que hablar con el director antes de que mi hija se percatara de nada.

—Vale, vale, está bien. ¿Tú cuando vendrás?

—Ya sabes que voy muy liado así que ya veremos, ¿vale cielo? Te prometo que te compensaré.

—Cómo siempre —refunfuñé.

—Podrás quejarte de la vida que te doy y las vacaciones que te estás pegando. —«No tienes ni idea», pensé.

—Haz lo que puedas por venir, ¿vale?

—Está bien cariño y tú disfruta.

Busqué algo que ponerme. Un vestido holgado. No podía ponerme sujetador pues cualquier roce me dolía, incluso el del suave vestido.

Caminé por los pasillos mordiéndome los labios. El plug me molestaba y el cinturón me estaba haciendo rozaduras en las ingles.

Para tener acceso al director debía pasar por recepción, así lo hice. El chico en cuanto me vio se fijó en mis tetas y sonrió. No podía disimular demasiado lo que había debajo.

—Dice que espere un momento, está reunido, tardará unos veinte minutos. —Resoplé. Eso era justamente lo que necesitaba.

—Vale gracias.

—E-espere. Me ha dicho que no se marche, que pase por la habitación trescientos que tiene un cliente esperándola. Después Antonio irá a por usted.

Las mejillas se me encendieron por el tono que usó el muchacho. Me aclaré la garganta.

—Entendido.

Preferí ir a la trescientos antes que quedarme en recepción bajo la mirada de aquel chaval. Además tampoco es que pudieran hacerme demasiado en el estado que me encontraba.

Llamé al cuarto y me abrió un hombre delgado, muy blanco de piel, de nariz aguileña y mirada tétrica.

—Pasa, puta —me dijo en cuanto me vio. Agaché la cabeza y entré.  E cuanto cerró la puerta me dio un puntapié en el culo que me lanzó contra el suelo.

Chillé sorprendida.

—Calla, puta.

El vestido se me había subido y podía ver qué llevaba.

—Interesante… —murmuró pasando la palma por el cinturón—. Quítate el vestido y mantente arrodillada. Te dirigirás a mí con la palabra amo y me hablarás de usted, puta. ¿Comprendes?

Las rodillas me escocían.

—Sí, amo.

Levanté el torso y me quité la prenda.

—Buenas tetas y unas preciosas abrazaderas.

Con la palma abierta azotó mis pezones y yo aullé.

—Te he dicho que silencio, puta. —Me cruzó la cara con fuerza y noté un sabor metálico en la boca. Me había partido el labio. Levantó mi rostro y me pasó la lengua por la herida para después succionar—. Deliciosa.

—Me han dicho que tu especialidad son las gargantas profundas, así que estás de suerte conmigo.

Se desabrochó el pantalón y sacó un gran miembro de casi treinta centímetros. Abrí los ojos asustada.

—Es demasiado.

—Nada es demasiado para una puta como tú. Abre.

Ordenó agarrándome con fuerza el rostro.

—Me ahoga….

No pude acabar, su monstruosa polla empujó con una brutalidad inhumana. Le agarré de las piernas tratando de zafarme y lo único que conseguí es que se volviera más violento y empujará hasta el final agarrándome por la parte posterior de la cabeza. Mi glotis se cerraba ante la invasión, me faltaba el aire y tenía ganas de devolver.

Él se quedó ahí, quieto, encajado totalmente mientras yo me debatía contra las ganas de echar el desayuno.

—Magnífica garganta, respira puta, solo acabamos de empezar.

Hizo un movimiento de pelvis circular que me dio una arcada profunda, los ojos me ardían igual que la garganta.

—¿Te gusta eh, gata? Pues estás de suerte, porque no sabes cuanta leche he reservado para ti…

Las caderas volvieron a moverse pero esta vez hacia fuera para empujar hasta traspasar la campanilla. Le clavé las uñas.

Y él bajó una mano para tirar de mi pezón.

Traté de gritar pero con su polla quedó ahogado.

—Aquí el único que golpea, muerde o araña soy yo, ¿entendido?

Asentí sin mucho margen de movimiento.

Y él regresó a aquel agónico vaivén, lento para salir, duro para entrar.

La saliva se me acumulaba y había comenzado a babear. Las tortitas que había desayunado, subían y bajaban, subían y bajaban al compás de sus embestidas. No aguantaba, no podía era demasiado bestial.

Palmeé con suavidad sus muslos, si seguía así no podría contener el vómito y eso que la polla no estaba erecta del todo. Debía ser difícil empalmar algo tan enorme.

Él buscó mis ojos, de los cuales no podían caer más lágrimas y sonrió.

—Sé cuánto te está gustando, puta. Nunca te habías comido una igual, mira como encharcas e suelo de baba.

Mientras hablaba cambió el ritmo a uno más rápido. No podía, no podía… La garganta se me cerraba, la bilis subía, la arcada era tan pronunciada que a la siguiente penetración mi desayuno salió proyectado en su entrepierna.

Pensaba que se detendría que le asquearía, pero no, soltó una carcajada y siguió follándome mientras vomitaba.

—Eso es, eso es, báñame en caliente, puta, que después te compensaré.

Aquel hombre estaba loco, pero ¿qué le pasaba?

Mi garganta era un maldito infierno, ya no me quedaba nada en el estómago, estaba envuelta en vómito, babas y lágrimas y aquel animal seguía y seguía.

Creí poder desmayarme, pero eso hubiera sido demasiado bueno.

Tardó quince minutos en tenerla lo suficientemente rígida como para poder eyacular.

—Lo notas, puta. Ya llega tu recompensa, está cerca, muy cerca…

Yo rogaba porque así fuera y terminara ya.

Aquel larguirucho con pinta de vampiro gritó, tensándose ante la descarga que tomó mi laringe y bajó. Era caliente, espesa y abundante, muy abundante. Y cuando creía que ya acababa algo más líquido empezó a descender por mi glotis.

¿Qué era? ¿Qué era? Abrí los ojos al reconocer el olor.

¡El muy cabrón estaba orinando!

Las arcadas volvieron al sentirme usada como váter y vomité sobre él llenándolo de pis y semen.

Esta vez no se alegró.

Me miró con gesto adusto.

—Muy mal puta, los regalos no se rechazan, ahora mismo vas a limpiarme con la lengua, te lo comerás todo y después harás lo propio con el suelo. No quiero que nadie sepa lo cerda e incompetente que eres.

Sacó la polla flácida y yo le contemplé con horror.

—No amo, no por favor, eso no.

—¿Cómo dices?

—Haré lo que quiera, lo que quiera pero eso no, tengo que ir a ver al director, me está esperando. —Llamaron a la puerta—. Lo ve, debe ser Antonio, que viene a buscarme.

El hombre se dirigió a la puerta de mala gana, yo me levanté mientras Antonio aparecía y ambos cuchicheaban. «Salvada por la campana», pensé, nunca me había alegrado tanto de que viniera a buscarme.

Él cerró la puerta y acompañó al cliente hacia donde yo estaba.

—Eres una gata puta inútil. El cliente está muy enfadado con tus servicios, mira cómo le has puesto y cómo lo has dejado todo…

—Pero, pero... —Traté de excusarme.

—No hay peros, vas a terminar, lo vas a dejar impoluto y cuanto más tiempo tardes, más rato estará tu querida Zoe a solas con el director.

Mi cara cambió.

—¿Zoe? ¿Mi hija Zoe?

—¿A cuántas Zoes conoces, puta?

—Si antes no te atendió es porque estaba con ella.

—¡No, mi hija no! —Fui a pegarle pero él me dio un guantazo que me hizo caer sobre la amalgama de fluidos.

Si quieres verla ya sabes lo que tienes que hacer.

Llena de rabia, indignación, repulsión y dolor. Me agaché y puse la lengua contra el suelo.

—Eso es puta, si te dejas un solo tropezón te garantizo que hoy no la verás, así que limpia bien.

Lamí aguantándome las ganas de volver a echarlo todo de nuevo. El sabor era horrible y la humillación máxima. Antonio se bajó los pantalones y comenzó a pajearse mirándome. Cada vez me quedaba menos, cuando tuve listo el suelo me levanté.

—Ya, ya está.

Antonio vino hasta mí y dijo:

—Saca la lengua, puta.

La saqué, él se corrió en ella e imitando al cliente se puso a mear con cara de advertencia.

Esta vez no dejé caer nada.

—Bien, despojo, ahora termina con él y límpiale el culo, acaba de ir de vientre y le he dicho que no usara papel.

Apreté los ojos y los puños dispuesta a hacer lo que nunca creí posible.

Lo aseé de arriba abajo, sus pelotas chorreantes, el abdomen, su polla flácida y por último el ojete mal oliente y con restos.

Al finalizar no podía sentirme más baja.

—¿Puedo ducharme? —supliqué—. No quiero que mi hija me huela.

—Si no quieres que te huela lámete, las gatas no se duchan.

Abrí los ojos horrorizada.

—No pretenderás…

—Yo no pretendo nada, solo enseñarte tu lugar. Y si tardas mucho más no sé con qué vas a encontrarte…

Me aseé lo más rápido que pude y cuando estuve lista me puse el vestido encima. Seguro que olía muy mal.

Ya estoy.

Antonio me miró con disgusto y el cliente sonrió.

—Pediré repetir,  gata puta, todos merecemos una segunda oportunidad.

No quería ni pensarlo. Me limité a agachar la mirada, dar las gracias y seguir a Antonio.

Solo esperaba que a mi hija no le hubiera pasado nada.

Continuará…

Espero vuestros comentarios.

Miau.