Mi segunda vez también fue sobre el escenario

En un delicioso trío con mi mejor amigo y mi profesor de teatro.

– Ahora sí estoy seguro de que esto no es un sueño – comenté al tiempo que limpiaba el semen que resbalaba por mis muslos, para después tragarlo –, ahora sé que no estoy delirando.

– ¡Claro que no estás delirando, chiquito! – Sentenció Roberto, abrazándome y besándome en la frente – Sé porque lo dices, pero esa tarde actué como un idiota y te prometo que no volverá a ocurrir. Te prometo que

– ¡Shh! No es necesario hablar de eso. Ya no. Es pasado, no importa. Recapacitaste, te diste cuenta de que soy guapo e irresistible y no podrías vivir sin mí, me cogiste rico

– ¿De verdad te gustó, Ka? ¡Porque a mí me fascinó! Tienes el culo tan apretadito que se sentía chidísimo cada vez que te la metía. ¡Ay, Dios! Nada más de acordarme… ¡me dan ganas de volvértelo a hacer!

– Pues… ¿qué estás esperando?

Roberto y yo nos besamos y empezamos a pasarnos mano por todo el cuerpo, sintiendo como con cada caricia nuestras pollas iban reaccionando, poniéndose duras y frotándose la una contra la otra conforme crecían. Tomé las dos, las apreté con fuerza, ambos suspiramos y comencé a pajearlas suavemente. Fueron creciendo entre mis dedos, y una vez en su máximo esplendor las solté para ponerme en cuatro sobre el entarimado, listo y ansioso por ser culeado otra vez.

– Ven, ¡vuélveme a meter la verga! – Exigí abriéndome las nalgas y repasando el contorno de mi ano.

– ¡Como tú lo ordenes, mi director! – Caminó hacia mí, se arrodillo a mis espaldas y, en lugar de su sexo, me introdujo primero la lengua.

Entre las prisas y la inexperiencia, en la ocasión anterior la penetración había sido directa, por lo que la sensación de su lengua hurgando entre mis glúteos fue tan nueva como placentera. Roberto lamía del centro hacia los lados, mordisqueando de vez en vez mis nalgas y volviéndola a meter, lo más hondo que podía para después moverla en círculos y arrancarme gemidos de un placer que jamás pensé disimular. Mi satisfacción era tanta, mi felicidad al saber que la persona por la que tantas veces suspiré me correspondía, era tan grande que me olvidé por completo de dónde estaba. Para mi desgracia, o al menos eso creí en aquel momento, fue el profesor de teatro quien me lo recordó.

– Con que estos son sus ensayos, ¿no? ¡Qué bonito! – Exclamó el maestro sacándonos un susto que por poco se nos para el corazón – ¿Qué dirían sus padres o el director si se enteraran? – Preguntó con tono amenazante, y pensé que el mundo se acababa

¡Hola de nuevo, amigos de TODORELATOS! Para quien no se acuerde o para aquel que no haya leído "Mi primera vez fue sobre el escenario", primera parte de este relato, mi nombre es Kalim, tengo quince años y estudio el primer semestre de preparatoria. Como les contaba la otra vez, mi amigo Roberto y yo finalmente tuvimos sexo y ¡fue genial! Muchos dicen que la primera experiencia es la peor pues no sabes ni qué hacer, pero en mi caso todo fue perfecto. Y aunque por un momento me sentí como un delincuente al que atrapan con las manos en la masa, el incidente que acabo de redactar en las líneas anteriores a la mera hora fue un golpe de suerte con gratas consecuencias.

Antes de que mi padre me interrumpiera con su urgencia de entrar al baño, estaba por comentarles lo que sucedió cuando un profesor nos descubrió a Roberto y a mí follando. Pues bien, a pesar de que la forma en la que todo comenzó aparentaba lo contrario, en realidad el que nos descubriera ayudó a que se diera entre nosotros algo que por varias razones ninguno se atrevió nunca a insinuar. Eduardo, como se llama mi maestro de teatro, nos confesó que el vernos tan amigos le excitaba, que el que nos lleváramos tan bien lo calentaba al grado de querer estar con los dos al mismo tiempo, pero que debido al hecho de que somos menores y aparte de todo sus alumnos, nunca hizo algo para conseguirlo. Y pues gracias a la escena tan comprometedora en la que nos sorprendió, se presentó la oportunidad que él había estado esperando.

Antes de contarles cómo fueron las cosas, quiero hablarles un poco de él, para que lo conozcan mejor. Tiene veinticuatro años, es bajito, delgado, moreno claro, usa lentes y se viste siempre con jeans y playeras algo ajustadas. Es lindo sin llegar a exagerar. A pesar de que a primera vista aparenta ser algo soberbio y bastante sangrón, es buena onda, de ese tipo de maestros con los que puedes hablar como si fuera tu amigo. No es de la ciudad, creo que se mudó porque un tío le heredó una casa, y si se metió de profesor fue porque no le quedó de otra. Dice que odia dar clases pues se desespera cuando la gente no le entiende, pero, aunque sí le he escuchado uno que otro grito para mis compañeros, a mí siempre me había tratado muy bien, por lo que, tragándome el miedo y los nervios, intenté convencerlo de que no nos acusara. Por su sonrisa supe que no lo haría, sólo que nunca imaginé el precio tan placentero que habríamos de pagar por su silencio. Ahora mismo se los digo. Enseguida retomó la historia donde la dejé.

– El director accedió de muy buena manera a prestarles el auditorio y yo venía dispuesto a ayudarlos, pero ya veo que ustedes sólo lo querían para hacer sus… cosas. ¿Es esto lo que les hemos enseñado? – Inquirió atravesando el pasillo – ¿Eh? ¿Es esto lo que han aprendido aquí en la escuela? – Su tono iba aumentando conforme subía los escalones hacia el escenario – ¡Contesten! ¡¿A esto vienen?! ¡¿Para esto les pagan sus padres la colegiatura?! ¿Por qué no hablan? ¿Acaso dejó su lengua entre las nalgas de su compañero, Señor Hernández? – Interrogó a Roberto, quien se encontraba al borde del llanto – ¿O es que necesita estar frente a alguien de mayor autoridad para explicar lo que acabo de ver? ¿Quiere que llame al director, Señor Hernández? – Volvió a dirigirse a Roberto, conciente de que era él el más asustado – ¿O prefiere que mejor le avise a sus padres? ¿Eh?

El profesor continuó formulando una pregunta tras otra, en una actitud casi perversa que jamás había mostrado. Era como si tratara de aterrorizarnos hasta el punto en que nosotros accederíamos a ser sus esclavos, como si la escena que había presenciado no fuera el verdadero motivo de su indignación sino el haber quedado fuera de ella, el no haber participado. Cada que cuestionaba a Roberto, me clavaba la mirada en los ojos para después ir descendiendo con dirección a mi entrepierna e inspeccionar mis manos como queriendo adivinar lo que éstas cubrían. También, de repente, de vez en vez se acariciaba el pantalón para darme a notar el bulto que se dibujaba debajo. Ahora que los escribo recuerdo todos esos detalles, pero en aquel momento estaba tan nervioso y veía a Roberto tan atemorizado que lo único que se me ocurrió fue rogar para que Eduardo no nos denunciara, despejándole, claro está, el camino a nuestros cuerpos. Pero bueno, la verdad es que no me quejo, jejeje.

– ¡No, por favor! ¡Por favor no se lo diga a nadie! – Imploré juntando las manos a la altura de mi pecho, como si estuviera por orar, dejando al descubierto mi sexo, que extrañamente, al mi profesor mirarlo, comenzó a ponerse duro – ¡No sea malo! Si el director o nuestros padres se enteran nos iría muy mal, nos correrían de la escuela y

– ¡A ver, a ver, a ver! ¿Qué dijiste? – Inquirió olvidándose de Roberto y caminando hacia mí – ¿Que no sea malo? ¡Por Dios! Explícame una cosa, muchachito: ¿por qué habría yo de ser el malo nada más por denunciar lo que ustedes dos hicieron sin ayuda ni presión de nadie y aún sabiendo que estaba mal, que los podrían castigar por ello? ¿Por qué, eh? ¿Por qué me llamas malo y me echas la culpa de algo que tú y tu compañero hicieron? Yo mismo habría de reprenderlos, por faltarme al respeto e intentar convertirme en cómplice de sus obscenidades, jovencitos. Yo mismo debería cortarles esto – apuntó apretando mi verga, que a pesar de mi preocupación terminó de endurecerse en su mano –, para que no vuelvan a hacer lo que estaban haciendo, mocosos degenerados.

– ¡No, profe! ¡Por favor perdóneme! No quise ofenderlo ni tampoco

– ¡Cállate! – Ordenó sin soltar mi inflamado pene – No quiero escuchar tus mentiras, Kalim. Ahora mismo voy a ir con el director – amenazó dando media vuelta – y

– ¡No! ¡Se lo ruego! ¡Por favor no nos acuse! – Supliqué poniéndome de rodillas – ¡Haremos lo que usted nos pida! – Finalmente pronuncié las palabras mágicas que todo abusador desea escuchar, ésas que le dieron autorización para lo que siguió.

– ¿De verdad están dispuestos a hacer lo que les pida? – Preguntó aún de espaldas – ¿Cualquier cosa? – Volvió a darme la cara, y se quedó parado en espera de mi respuesta.

– Lo… que sea – contesté por los dos, algo inseguro pero conciente de que nada podía ser peor que mis padres se enteraran de que Roberto me había follado.

Eduardo sonrió maliciosamente, sabiéndose victorioso, en ventaja. Caminó hasta ponerme su bulto frente al rostro, me ayudó a incorporarme, recorrió mi falo con la yema de sus dedos y con Roberto como único y atónito testigo, me besó. Sus labios se abrieron como las fauces de una bestia y abarcaron por completo los míos, metiéndome de inmediato la lengua, hasta la campanilla, con verdadera y extrema lujuria. Me besó de manera muy distinta a Roberto: sin inocencia, clavándome los colmillos con el placer que le daba el sabernos a su merced. Pero a pesar de eso, a pesar de la forma tan animal en que sus manos empezaron a tocar cada rincón de mi cuerpo y de haber caído en cuenta que su actitud no fue más que una farsa para conseguir tenerme como me tenía, no pude evitar excitarme. De habérmelo pedido, me habría sentado sobre él y lo habría cabalgado hasta exprimirle la última gota de semen, pero en lugar de eso, lo que hizo fue apartarse, bajar del escenario y sentarse en una butaca de la tercera fila, y ya desde ahí, en su papel de director, nos ordenó qué hacer.

– Quiero que te lo cojas, Kalim. Y tú Roberto, quiero que gimas como una puta al tenerlo dentro – dictó con total naturalidad, y nosotros nos paralizamos, nos sorprendimos (la verdad no tanto) por el rumbo que habían tomado las acciones –. ¡Rápido, que no tenemos todo el día! – Exclamó dando un aplauso, y entonces sí le obedecimos.

Roberto se puso en cuatro y yo me lancé directo a penetrarlo, pero Eduardo nos detuvo con un grito.

– ¡No, no! Está bien que dije rápido, pero no es para tanto. Quiero que primero se acaricien, se besen. ¡Así! – Expresó complacido al ver nuestras lenguas enredarse y nuestras manos moverse – Quiero ver esa saliva… Y ahora métele un dedo por el culo… Tú muérdele el cuello. ¡Así!

Eduardo continuó dirigiéndonos, y luego de no dejar un solo rincón de nuestros cuerpos sin ensalivar, decidió que era tiempo de follar. Regresamos a la posición inicial, ésa que no le gustó, y frente a mis ojos se mostró orgulloso el delicioso culo de Roberto. Entre sus nalgas blancas y algo peludas, descubrí un canal de tono rosa oscuro que desembocaba en un estrecho orificio que se abrió como flor al contacto de mi lengua. Su sabor era algo fuerte y extraño pero también adictivo, no podía parar de lamerlo y lo habría hecho por una eternidad si el profesor no me hubiera dado la siguiente orden.

– ¡Ya estuvo bueno de tanto beso, Kalim! – Gritó sacándome de la hipnosis en la que me tenía sumergido aquel ano rosadito – Ahora es tiempo de que

No fue necesario escuchar la frase completa, de inmediato acomodé la punta de mi erecto pene en la entrada trasera de Roberto y de golpe le enterré un buen pedazo. Él grito al sentirme dentro, desgarrándolo por la forma tan violenta en que lo atravesé, pero no me importó y seguí avanzando. Más allá de que así me lo pidió Eduardo, la sensación que me provocó el ver mi sexo perderse entre sus glúteos fue tan placentera que no pude pararme, y en cuanto la tuvo toda dentro empecé a embestirlo como si lo odiara. El chasquido de mis huevos contra su cuerpo se fue alternando con sus gritos, con esos gemidos de dolor que tanto complacían al profesor.

– ¡Sácamela, por favor! – Me rogó con voz quebrada – ¡Me estás lastimando!

– ¡Ni madres! – Se negó Eduardo – Bien que tú se la metiste antes, ¿no? Aún teniéndola más larga y gorda. ¡Ahora te aguantas, Hernández! Y no dejes de gritar, que así disfruto más la escena.

La verdad es que a pesar de oír sus voces, no entendía muy bien lo que decían. Nada me importaba, todas mis energías estaban concentradas en bombear aquel maravilloso culo, porque ya no vi más a Roberto sino a un simple culo con el cual saciar mis instintos. Entré una y otra vez en Él, cada vez más rápido, más fuerte, sintiendo como cientos de hormigas recorrían mis conductos subterráneos buscando el exterior. Mis manos en su cadera, sus quejidos en mi cabeza, las órdenes de Eduardo, adentro y afuera, adentro y afuera, el clímax aproximándose, los músculos tensándose, la verga cada vez más inflamada y

– ¡Alto! ¡Detente ahora mismo! – Demandó el maestro con malicia, gozando con mi cara de frustración – Ya fue suficiente de coger, ahora vengan aquí y arrodíllense ante mí. Quiero que me la mamen, par de cabrones. Y quiero que lo hagan bien.

Al menos para mí, la situación había dejado de ser preocupante o humillante, por lo que gustoso bajé las escaleras y corrí hasta la fila donde se sentaba el profesor. Lo descubrí con la polla de fuera, escurriéndole de tan caliente. Mis ojos se clavaron en aquel trozo de carne y lentamente me acerqué, hasta tenerlo a unos centímetros de mi boca y engullirlo entero.

– ¡Ah! – Suspiró Eduardo al llegar la punta de su falo a mi garganta – Eres un goloso, Kalim. Siempre lo supe, por eso te trato bien. ¡Ah! ¡Sí! ¡Qué bien la mamas, escuincle! ¿Estás seguro de que tienes quince? ¡No quiero ni imaginar cómo serás a los veinte! Seguro

El maestro continuó hablando, pero teniendo entre mis labios la dureza de su palpitante miembro lo que dijera me tenía sin cuidado. Le chupé la verga a mi antojo, hasta que sentí otra lengua ayudándome con la tarea. Se había tardado un poco más, sobre todo porque el culo aún le dolía y se le dificultaba algo el caminar, pero finalmente Roberto estaba ahí y entre los dos se la mamamos a mi profe.

Nos alternamos entre tronco y glande o polla y bolas, o en ocasiones la envolvíamos en un beso que de tan mojado pronto empapó su pantalón. El sabor de aquel instrumento era diferente al de mi compañero, era más salado y su aroma más penetrante. No la tenía muy grande, por lo que resultó un poco complicado que alcanzara para ambas bocas, pero a fin de cuentas nos las arreglamos y logramos conducirlo al borde del orgasmo, momento en que nos pidió parar.

– ¡Alto! ¡Alto! – Exigió llevándose la mano a la entrepierna, apretando su sexo por la base para evitar correrse – Lo hacen muy bien, chicos. Ya voy comprendiendo por qué hacían lo que hacían cuando llegué. Y como que me dan ganas de ya no denunciarlos, pero aún tengo mis dudas. Para despejármelas, ¿por qué no te abres las nalgas y te sientas sobre mí? – Propuso meneando su pene de arriba abajo – ¿Eh, Kalim? ¡Quiero que te montes ahora mismo! Quiero averiguar que tan rico está tu culo.

Desde que Eduardo nos sorprendió desnudos arriba del escenario, la mirada de Roberto había expresado miedo todo el tiempo, pero cuando me volteé de espaldas al maestro y, apoyándome de una de las butacas de la fila de enfrente, me fui ensartando yo mismo su falo, los celos reemplazaron el temor en los ojos de mi amigo. Se le notaba claramente que aquello le molestaba, y eso, tal vez por el hecho de sentirme querido, hizo que me excitara aún más. En cuanto percibí sobre mis glúteos el suave roce de la fina mata de vello que coronaba aquello que dilataba mis esfínteres, comencé a subir y bajar violentamente, siempre mirando a Roberto, gozando con su desagrado. Él se mantuvo estático por un largo rato, hasta que, harto de presenciar la forma tan descarada en que me burlaba de su enojo, se aproximó a Eduardo y éste, ni tardo ni perezoso, atrapó la verga que orgullosa se erguía frente a su boca.

A partir de ese momento, comenzó una especie de guerra entre aquellos que minutos antes a punto estuvieron de jurarse amor. Roberto tomó al profesor de ambas mejillas y empezó a masturbarse con su boca, enterrándole la polla hasta el fondo sin contemplación alguna mientras que yo seguía con la furiosa cabalgata. Eduardo fue el más beneficiado con nuestra infantil pelea, pues de pronto tuvo sobre él a dos adolescentes dispuestos a complacerlo por el simple hecho de molestarse el uno al otro. A la vez que se la mamaba a Roberto me follaba a mí, y cuando se cansó de aquella posición sólo tuvo que cambiarnos de lugar. Entonces fue mi compañero el que se le sentó en la verga y yo el que se la metí en la boca, y así estuvimos por alrededor de diez minutos, hasta que, al avecinársele el orgasmo, de nuevo nos pidió parar.

– Tienen unas herramientas deliciosas – afirmó dejando de chupar la mía – y unos culos más que ricos – agregó vaciando el de Roberto –, pero ahora lo que se me antoja… ¡es que me claven! – Expresó extasiado, y enseguida mi mejor amigo y yo comenzamos a pelearnos por follarlo – ¡A ver, a ver, a ver! ¡Nada de discusiones, por favor! – Decretó al tiempo que nos separaba – No hay necesidad – aseguró tomándonos a ambos de la mano –. Vengan, acompáñenme – nos encaminó de regreso al escenario, y una vez arriba de éste se quitó la ropa y se acostó de lado, sobre nuestros pantalones y camisas –. ¿Qué pasa? – Preguntó al ver que nos quedamos parados, como esperando a que él mismo nos dijera quién sería el primero en penetrarlo – ¿Por qué no se acercan? ¿Por qué no vienen y me ensartan?

– ¿Al mismo tiempo? – Inquirimos en coro Roberto y yo.

– ¿Al mismo tiempo? ¿Al mismo tiempo? – Repitió Eduardo en tono de burla – ¡Claro que al mismo tiempo! ¿Pues qué pensaban, que tenemos tiempo para un par de palos? ¿No han visto la hora? ¡Son casi las cuatro! – Indicó golpeando débilmente su reloj – Si de verdad quieren cogerme, pues váyanse apurando que ya no tardan en echarnos – sugirió levantando la pierna para mostrarnos su agujero, y al instante corrimos a su encuentro.

En cuestión de segundos y casi sin hablar, decidimos que Roberto, al tenerlo más largo, se acostaría de frente a Eduardo y a mí me tocaría la espalda. Ambos nos acomodamos, colocamos la punta de nuestras armas en aquella engañosamente estrecha entrada, y siguiendo las indicaciones de nuestro profesor fui yo el primero en empujar. Para mi sorpresa, mi polla se deslizó como cuchillo en mantequilla y antes de siquiera reaccionar ya estaba toda adentro. Enseguida fue el turno de Roberto, y aunque entonces sí las cosas se tornaron complicadas, al punto en que Eduardo tuvo que morder mis jeans para callar sus gritos, logramos encontrar lugar para ambos miembros. Y una vez dentro, los dos empezamos a movernos, agarrando poco a poco el ritmo.

La sensación que tuve al penetrar a Rober, no fue nada comparada con lo que sentí al penetrar ambos a Eduardo. Al placer que me provocaba el que algo tibio y suave me envolviera la verga, dándole de vez en cuando ligeros apretones, se sumó el que me produjo el continuo roce de nuestros falos. Fue increíble que Eduardo fuera capaz de aguantarnos a los dos, y considerando la forma en que se convulsionaba cada que arremetíamos contra su trasero, y lo abierto de su ano, más increíble aún que se esforzara por sacudir la cadera y manejar su esfínter para darnos un goce mayor. Pero sin duda, lo que más estaba disfrutando era el friccionar de ambos sexos, el ir y venir de los glandes acariciando uno el tronco del otro. Era tal el regocijo que el frotamiento de nuestros duros e inflamados instrumentos me proporcionaba, que llegó el momento en que me olvidé del profesor, y creo que a Roberto le pasó igual, porque sus ojos se cruzaron con los míos para no volver a separase. Nos concentramos en sentirnos el uno al otro y ni siquiera pusimos atención cuando Eduardo avisó de su venida. No fue mi vientre sobre el que cayó su espeso semen, pero aunque Roberto lo recibió tampoco lo notó. Continuamos con el mete y saca hasta finalmente derramarnos, hasta que su esperma mojó mi pene y mi leche bañó el suyo. Hasta que quedamos secos y de nuevo enamorados, libres de celos y con la seguridad de que no seríamos denunciados.

– Perdónenme por haberlos forzado – pidió Eduardo una vez que nos desacoplamos –, pero ustedes han de comprender que me fue imposible resistir la tentación. ¡Gracias, chicos – exclamó besándonos a los dos en la mejilla, mostrándose otra vez como ese maestro buena onda que hasta antes de ese encuentro había sido –, de verdad me la pasé muy bien! Y quédense tranquilos, que cumpliré mi palabra y no le diré nada a nadie – aseguró al tiempo que cubría su desnudez –, ni al director ni a sus padres. Les prometo que todo, TODO queda entre nosotros. Que pasen una buena tarde. Me despido, pero antes una última cosa: ¿se pueden dar un beso?

Es curioso, podríamos habernos negado, podríamos haberlo incluso amenazado con acusarlo por abusar de unos menores, pero todo el coraje, toda la molestia e indignación que existió en un principio simplemente se esfumó. Otra vez lo único que me importaba era Roberto, y a él le sucedía lo mismo. Complaciendo a nuestro profesor, nos besamos derramando amor. Entonces él se fue contento, y nosotros, al quedarnos solos… volvimos a empezar.

Aquí termina una historia que se sigue escribiendo con el día a día. Espero haya sido de su agrado.