Mi segunda vez.

Aquí les comento cómo pasé los días entre aquella primera vez de haber tenido relaciones sexuales, deseando siempre que se repitiera, hasta esta, mi segunda vez. Aquí también describo lo que sentí esa segunda vez, con él mismo, un hombre mucho mayor que yo, del cual no estaba enamorada pero sí lo ad

Mi segunda vez.

Resumen: Aquí les comento cómo pasé los días entre aquella primera vez de haber tenido relaciones sexuales, deseando siempre que se repitiera, hasta esta, mi segunda vez. Aquí también describo lo que sentí esa segunda vez, con él mismo, un hombre mucho mayor que yo, del cual no estaba enamorada pero sí lo admiraba y respetaba, el patrón de mi papá.

Nota: se recomienda la lectura de “EL RECUERDO DE AQUELLA PRIMERA VEZ”, publicado en esta revista el 07 de septiembre de 2018.

Al llegar a la casa, vi que no había nadie y me encerré en mi habitación; me desnudé por completo y comencé a mirarme al espejo, como tratando de descubrir en mi rostro algún tipo de cambio, por insignificante que fuera, pero no; todo permanecía igual que la vez anterior.

Comencé a mírame mi cuerpo..., ¡ah...!: ¡había algo que me atraía hacia el espejo!, y comencé a mirarme muy lentamente, observándome con mucho detalle cada rincón de mi cuerpo: mi silueta era fina y muy delgadita, mis senos menudos, mi vientre muy plano, los vellos púbicos apenas me empezaban a brotar: se me veía todavía mi monte de Venus pelón y...,  por debajo, una rajadita menuda, como una cicatricita.

Me giré hacia mi derecha y luego hacia mi lado izquierdo; luego me puse de espaldas, me miraba al espejo, me miraba mis pompas, ¡ya se marcaban!, aunque aún era yo adolescente.

Me miré una de mis nalguitas y luego la otra; me miraba de frente, y luego de lado, de perfil, de tres cuartos, de espalda y volvía a recomenzar, hasta regresar a mirarme de frente. Ahí deslicé mi manita, pasando por mi monte de venus, por encima de mis vellitos, muy suaves y tersos, hasta llegar a mi clítoris, que me comencé a acariciar, con mis dedos. Mi respiración se volvió pesada, mis fosas nasales se dilataron y…,¡volví a sentir un orgasmo!, ¡muy fuerte, muy rico!.

Comencé a sentir una humedad enmedio de mis piernas, que me resbalaba hacia abajo, a lo largo de mis muslos y piernas.

Sin querer me puse a imaginar que el jefe de mi papá, el hombre que acababa de hacerme mujer, me lo estaba haciendo de nuevo, y de inmediato me provoqué yo otro orgasmo, ¡más fuerte que el anterior!, que me hizo sentarme en la cama, a reposarlo, a disfrutarlo, ¡a soñar con el sexo!, que acababa de conocer.

Al día siguiente, al salir de la escuela, uno de los muchachos que andaba conmigo – un amigo con privilegios – se me acercó y me propuso que nos fuéramos para el patio de atrás, y le dije que sí. ¡Ya sabía yo pa’ qué!.

Llegamos a un lado del taller de carpintería y ahí nos comenzamos a besar, pero, no se pudo llegar a más, pues al poco rato llegaron los demás compañeros y…, me tuve que ir a la casa, a postrarme de nuevo al espejo, a quitarme mi ropa y a darme dedo otra vez, ¡pensando en el jefe de mi papá, en el hombre que me había hecho mujer!.

Esto pasó varias veces, en distintos días, con diferentes muchachos, que me abrazaban, me besaban, me acariciaban – siempre por encima de la ropa – mis senitos,  y siempre llegaba a la casa a desnudarme frente al espejo, a darme dedo y a provocar mis orgasmos: ¡los sentía deliciosos!, siempre pensando en el jefe de mi papá.

Justo a los ocho días de mi desvirgación, iba yo con un “amiguito”, de manita sudada, caminando por la calle, luego de salir de la escuela, cuando un carro se detuvo a mi lado: ¡era el jefe de mi papá!, quien se bajó de inmediato del coche y caminó directamente hacia mí.

Entré en pánico y creo que también lo hizo Javier, el “amiguito” que venía de mi mano. Nos la soltamos y nos quedamos estáticos, mirando a ese hombre que avanzaba hacia mí.

= ¿y tú…, quien es este…?

  • ah, ah, ah…, eh, eh, este…, eh, eh, es mi novio…, mi tío…,

alcancé a balbucear, tratando de hacer las presentaciones pero

= ¡no me salgas con pendejadas…, súbete al coche…!,

me gritó, tremendamente enojado.

Me separé de Javier y me fui, casi a la carrera, hasta el coche de Don Ismael, el jefe de mi papá, que se subió por su lado y nos fuimos de ahí, en pleno silencio, sin decir casi nada, hasta que nos detuvimos en un semáforo en rojo, que nos tocó:

= ¡Tengo ganas de estar contigo!,

me dijo ese hombre, tomando mi carita con fuerza, con una de sus manotas y propinándome un beso en la boca, y poco después, continuamos, hasta llegar al mismo motel de la vez anterior.

Luego de que pagó y que corrieron la cortinita, me bajé de mi lado y Don Ismael me tomó de la mano y casi a jalones me metió en ese cuarto, en donde de inmediato me dio una cachetada muy fuerte y:

= ¡así que me andas poniendo los cuernos…!, ¿verdad…?

De la cachetada me hizo llorar; se me estaban saliendo las lágrimas y estaba moqueando y hablando entre llanto, apenas le pude contestar:

  • ¡No Don Ismael…, para nada…!.

Yo ya “andaba” con este muchacho cuando “salí” con usted…

Hice una pausa y como Don Ismael no dijo nada, continué con:

  • pero no hay nada más…, solamente somos “novios”, sólo nos tomamos de la mano, me lleva mis libros…, pero no hay nada más que eso…, ¡yo sólo soy suya…!,

¡de nadie más!. ¡Créame, por favor…!. ¡Se lo juro!. ¡Perdóneme mi tontería…!, ¡perdóneme mi falta…, por favor…!.

Le dije, sollozando y terminando esa frase, me solté a llorar, tapando mi cara con mis manitas, por lo que ese hombre me abrazó tiernamente y me condujo a la cama:

= ¡es que me puse celoso…, no sabes hasta qué punto…!, chiquilla preciosa, ¡mi Chiquis…!.

Me dijo en ese momento, y se me quedó para siempre ese sobrenombre: ¡siempre para él fui “la Chiquis”.

Permanecimos abrazados un rato, hasta que se calmó mi llorar. Él me acarició mi carita, me acariciaba mis cabellos y poco a poco comenzó a acariciarme mis senos que…, ¡de inmediato se me pusieron erectos!, ¡sentía durísimos mis pezones!.

Me levantó mi carita y me dio un cachondo beso en la boca, al tiempo que bajaba su mano y me la introdujo por debajo de mi faldita, recorriendo mis muslos hasta llegar sobre mi entrepierna, en donde comenzó a tocarme mi sexo, por encima de mi calzón, nuevamente, de niña, alto hasta la cintura y de algodón estampado.

= ¡No sabes cómo he extrañado tu rajadita…!; ¡tengo muchas ganas de metértela nuevamente!.

  • ¡También yo…!,

le dije, en voz baja, con cierta timidez al decirlo, acariciándole su mejilla, tratando que me perdonara mi falta:

  • ¿Me perdona…?, ¿verdad que sí me perdona?,

le volví a preguntar, acariciándole nuevamente su rostro, en el que se esbozaba una leve sonrisa, como de complacencia y satisfacción:

= ¡claro que te perdono, Chiquis…, y…, ¿sabes porqué?.

  • Porque quiere meterme su…, pene…

= ¡Es que estoy obsesionado contigo, mi Chiquis…!, ¡me tienes loquito…!.

  • ¿Y me lo quiere meter…?.

= ¡Sí…!.

  • Ahhh…, yo también…, también quiero que me lo meta…!.

¡Lo estuve deseando todos estos días que pasaron, desde la última vez…!.

Me levantó completamente mi falda, por arriba de mi cintura y luego, tomando mi calzón por el resorte, con sus dos manos, comenzó a deslizarlo hacia abajo de mi cintura, hacia mis muslos, hacia mis rodillas, y terminó por sacármelo por debajo de mis pies.

¡De inmediato lo aventó por ahí y él abalanzó su rostro hacia mi entrepierna, hacia mi rajadita, y comenzó a besarla. Yo estaba toda tensa de la emoción, pues sabía ¡y deseaba! lo que me esperaba: ¡deseaba mucho que me besara mi sexo!:

= ¿quieres que te lo haga?,

preguntó,

  • ¡Sí Don Ismael…, por favor…!.

Sentí que me separaba completamente mis piernas y que comenzaba a toquetearme mi rajadita:

= ¡la tienes completamente mojada, chiquita…!.

  • ¡Sí Don Ismael…, es que…, no sabe cómo estoy deseando que me lo haga…!.

= ¿Te has estado “mojando” estos días…?

  • ¡Sí Don Ismael…, me he estado mojando todos estos días…!,

¡deseando siempre que me la volviera a chupar y a meter…!.

= ¿Y te quedabas con las ganas…?

  • ¡eeehhh…, pues…, me estuve dando dedo, yo sola, en mi cama, en el baño!.

¡Siempre que estaba sola y podía!.

Sentí su aliento en mi rajadita mojada, sentí sus dedos y luego sentí su lengua, que acariciaba mi clítoris:

  • ¡Ahhh…, síiii…!,

le grité, sintiendo esa lengua de manera muuuyyy deliciosa…, y al mismo tiempo le apreté con fuerza su cabeza hacia mi rajadita

  • ¡síiii…, síiii…, por favor…, síiii…!.

Y en ese preciso momento sentía como si me hubieran “abierto la llave”: ¡comencé a tener un orgasmo…, ¡tremendo…!, a venirme en la boca de ese hombre…, sin poder contenerme…, sin importarme más nada…, ¡no podía dejar de vaciarme…!, pero ese hombre tampoco se hizo de lado…, se quedó aguantando todos mis “chorros”, es más, creo que hasta se los estaba bebiendo, pero no tenía tiempo ni intenciones de averiguarlo, estaba disfrutando a lo grande ese orgasmo, ¡hasta el último chorro de mi venida!, que terminé por lanzarlo en medio de fuertes movimientos de mi cadera, convulsionada completamente, para luego de ello, aflojar completamente mi cuerpo y relajarme con las extremidades extendidas, sobre de esa camota de aquel motel.

= ¡Qué “venidota” tan rica, mi Chiquis…!.

  • ¡Don Isma…!,

le dije, entreabriendo mis ojos, tratando de sonreírle, en señal de agradecimiento:

  • ¡Qué cosas tan lindas me hace, Don Isma…!

= ¿Te gustó, mi chiquita…?.

  • ¡Muchísimo Don Isma…!, Ud. me hace cosas maravillosas…

Comentábamos, mientras el Sr Ismael se incorporaba y se recostaba a mi lado, para abrazarme y buscarme mi boca; ¡yo también le buscaba su boca!. Nos encontramos boca a boca y comenzamos un beso muy placentero, quizás lujurioso, aunque no lo supiera. Me estaba besando luego de haberme “besado” mi sexo, de haberse tragado mis “flujos”, y yo, que soy tan “fijada”, no me dio asco, para nada, su boca, se la buscaba con ansias, lo jalaba de su nuca hacia a mí. Me metía su lengua y yo le daba mi lengua, hasta que…, ese beso se terminó; ya no teníamos aire, ni él ni yo y:

  • ¿todavía me la quiere meter…?

= ¡claro mi Chiquis…, estoy suspirando por ello…!. ¡Estaba esperando que te repusieras

de ese orgasmo tan rico que te acabas de echar…!.

Me sentí un poquito apenada y apenas si le contesté, con una voz muy bajita:

  • ¡Es que Ud. me hace cosas encantadoras…!, y ya no pude aguantarme…

¿Me perdona por haberle mojado su cara…?,

le dije en ese momento, acariciándole nuevamente sus mejillas, como tratando de limpiárselas de mis flujos

  • ¿Me perdona mi falta…?,

le pregunté, volviendo a acariciarle su rostro, agregándole un:

  • ¡No sabe cómo lo estuve extrañando estos días…!.

¡Me estuve masturbando con mis dedos…, tocándome mis pezones, mi sexo,

mi clítoris…, soñando en Ud.!.

Y mientras le comentaba cómo me acariciaba yo sola, él me fue quitando mi blusa, mi faldita y me dejó solamente con mi brasier y calcetas. Él a su vez, se desvistió por completo, quedando solamente en calzones, que parecían carpa de circo, pues tenía el pene fuertemente erecto, y así se lo dije:

  • ¡papi…, pareces carpa de circo…, jajá…!,

y también, desde ese momento, toda la vida le dije “papi” a Don Ismael, en la intimidad.

Me hizo ponerme de pie; me desabrochó mi brasier y luego se fue a buscar algo a un sillón, mientras yo me quitaba mis calcetas. Regresó en ese momento con una bolsa arreglada para regalo y me la dio:

  • ¿para mí papi…?.

= ¡sí…, espero te gusten…!.

Y abriendo esa bolsa, con prisa, pude ver lo que contenía: ¡eran unas pantaletas muy lindas!, blancas, de satín, semi-transparentes, de encaje, ¡muy bellas!

  • ¡están preciosas papito…!,

le dije, procediendo a ponérmelas para mirármelas en el espejo: eran muy bonitas y se me amoldaban muy bien.

Eran de corte tradicional, alto hasta la cintura, pero se me veían muy coquetas. ¡Me gustaban muchísimo, y me hacían sentirme muy mujer!.

¡Me emocioné por completo y me puse a llenarlo de besos en ese preciso momento!. Él comenzó a besarme en el cuello y..., comencé a “calentarme” de nuevo, a sentir esas “cosquillitas” que terminan por mojarme mi sexo y a ponerme erectos mis pezoncitos – que también me acariciaba deliciosamente con una mano – y…,¡comencé a estremecerme!:

  • ¡papito…, me gusta mucho cómo me acaricias mis senos…!,

y en ese momento dejó de besarme en el cuello y se puso a chuparme mis senos, mis pezoncitos, que son por demás sensitivos y en un momento me trasmitieron su excitación; me tuve que dejar caer sobre de la cama, pues me estaba llegando otro orgasmo:

  • ¡papito…, qué rico…, papito…, me llega…, me mojo…, papito…!.

Ese hombre se hincó entre mis piernas y se puso a besarme mi sexo, por encima de mis pantaletas nuevas, para luego de un rato bajarlas y darle unos besos a mi rajadita:

= ¡la tienes mojada de nuevo, mi Chiquis…!,

  • ¡sí papi…, me tienes siempre caliente…!; ¿me la vas a meter…?

= ¿quieres que te la meta…?

  • ¡sí papi…, la he extrañado muchísimo…!.

Y en ese momento se acomodó entre mis piernas, colocó su pene sobre de mi rajadita, lo recorrió varias veces, de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo hasta que en una de esas pasadas, encontrado mi entrada, se acomodó en posición y empujó:

  • ¡paaapiii…!,

le grité, pues me estaba doliendo:

  • ¡papito…, me duele…!.

A pesar de que estaba completamente lubricada, mi vaginita aún se encontraba cerrada y estrecha, por lo que me producía algo de dolor esa intromisión.

Don Ismael se quedó quieto por unos momentos y poco a poco comenzó a hacer movimientos con sus caderas, introduciéndome poco a poquito su pene, que se fue acomodando hasta que sentí por completo su cuerpo sobre mi cuerpecito y el contacto de su pubis contra mi pubis:

= ¡Ahhh…!

  • ¡Aaaaggghhh…, paaapiii…!,

exclamamos, casi al mismo tiempo los dos.

= ¡Ya quedó, señorita…!. ¡Para todos, serás señorita…, menos para mí…!,

¡para mí eres mi reina…, mi Chiquis…!,

y comenzó a hacer unos movimientos, a entrar lentamente y a meterse con suavidad, haciéndome disfrutar de ese movimiento y de su manera de actuar:

  • ¡papito…, me encanta cómo me la metes, papito…!

= ¡quiero llenarte de leche, mi Chiquis…, vas a ser mi chiquita lechera…!

¡Y en ese momento me viene a la mente!:

  • ¡No papi…, no puedo…, estoy en mis días de fertilidad…!.

= ¿Cómo…?,

me dijo mi papi, poniéndose serio y con aire de enojo:

  • ¿No te pusiste el dispositivo…?.

Y con toda la pena del mundo, con una voz muy bajita, le dije que

  • ¡No papi…!

Esto lo hizo ponerse colérico y sin poderse aguantar, me descargó un par de cachetadas muy fuertes, que me dolieron hasta el alma y me hicieron llorar fuertemente y a llenarme de lágrimas en los ojos, mejillas y en toda mi cara:

  • ¡perdóname papi, perdóname…, te prometo que iré…, ahora sí no se pasa…!,

¡perdóname papi…, perdóname por favor…!.

Se zafó de mi vientre y me hizo voltearme, boca abajo y estando así, procedió a darme de nalgadas, muy fuertes, que me siguieron haciendo llorar:

  • ¡perdóname papi…, perdóname por favor…!,

le decía, sinceramente, aunque ya era la segunda tontera del día.

  • ¡Haré lo que quieras para que me perdones papi…!, ¡dime qué debo hacer…!

Entonces papi se puso de pie, se acercó a la orilla de la cama, justo donde tenía yo mi cabeza y me puso su pene a un lado de mi carita y mi boca:

= ¡quiero que me la mames…!.

  • ¿Qué…?

¡Se me vino el mundo encima de mí!. ¡Nunca había hecho yo eso, y así se lo dije a Don Ismael, pero, por toda respuesta, me dio un nuevo golpe, ahora sobre mi cabeza y me dio el ultimátum:

= ¡No quiero que me digas que no…, mámamela como puedas…,

sólo ten cuidado con no morderla, cúbrela de tus dientes con tu propia lengua y métetela

hasta adentro, que te llegue a la campanilla!, ¿entendiste?,

y volvió a golpearme con fuerza.

Tomé su pene con mi mano: ¡estaba húmedo y “baboso”!, resbaladizo, muy caliente, muy duro y era grueso, me costaba trabajo tenerlo en mi mano.

Lo vi, lo vi de frente, de un lado, del otro, le miré su “cabeza”, su glande, su “ojito” del frente, su rajadita; le miré sus testículos, se miraban muy grandes y gordos dentro de una gran bolsa de carne.

Traté de llevármelo hasta mi boca, ¡pero me daba algo de repulsión!, sin embargo, me lo llevé hasta mis labios y sacando la lengua, le di un rápido chupetón. ¡Me supo salado!, y cerré los ojos y me lo retiré, pero luego, volví a abrir los ojos y volviendo a sacar la lengua, le dio otro rápido lengüetazo, pero al instante sentí un nuevo golpe sobre de mi cabeza, un poco menos fuerte que los anteriores:

= ¡métetelo a la boca… y comienza a mamar…!.

Me lo introduje en mi boca, sacando un poco mis labios para que cubrieran mis dientes y me lo metí poco a poco, pero en un par de segundos, volví a retíralo de ahí, y en una fracción de segundo, sentí un nuevo golpe, muy fuerte:

= ¡te digo que me lo mames…!,

me gritó, ya molesto, mientras yo continuaba lamiéndolo tímidamente, hasta que de pronto sentí cómo me tomó mi carita en sus manos, empujando, para que su verga penetrara en mi boca. Yo solo abría la boca y él la metía y la sacaba, como si mi boca fuera mi vagina. Procuraba proteger ese pene con mis labios, para que mis dientes no lo fueran a lastimar.

Lo sentí llegar hasta el fondo de mi garganta: ¡su verga era tan gruesa que, apenas podía entrar en mi boca!.

Me quedé quieta, mientras él movía sus caderas, empujando su verga, sintiéndola entrar y salir de mi boca.

La tomé con mis manos: ¡necesitaba ambas manos para cubrirla!, y aun así…, su punta salía  por encima, dejando que mi boquita la saboreara. Le besaba su glande, lamiéndolo por completo.

Empecé a masturbarlo, recorriendo la piel de su miembro con mis manos, lentamente, hasta sentir que no podía bajar más; su miembro se estiraba: ¡lo sentía “palpitar” de vez en cuando en mis manos!.

Apreté mis labios en la punta, empujando mi cabeza hacia su abdomen. Su miembro entró lentamente, separando mis labios. Mientras él gemía despacio, yo trataba de apretar mi boca lo más que podía..., conservando mis labios entre mis dientes y su pene, para no lastimarlo, como me lo había previamente avisado.

Continué devorando aquel miembro enorme, sintiendo un calorcito rico en mi abdomen: ¡me sentía pervertida!, como una niñita portándose bien para su hombre. Me sentí perderme: por un instante mi mente comenzó a fantasear en lo delicioso que sería poder tener nuevamente a aquel hombre dentro de mi cuerpo.

De repente sentí que se alejó de mí... Creí que había hecho algo mal y me asusté  un poco.

Me indicó que me girara; lo hice despacio, gateando, mientras meneaba mi colita de un lado a otro, completamente excitada, buscando provocarlo con mi cuerpo: ¡me sentía hermosa, seductora y provocativa!.

Se puso de rodillas detrás de mí. Mis nalgas quedaban justo a la altura de sus labios: los sentí pegarse a la piel de mis glúteos, apretándome de una manera muy insinuosa... Sus besos se apoderaron de mi cuerpo: ¡era imposible resistirse a tan deliciosas caricias!.

Su lengua jugueteaba al pasar despacio por entre mis nalgas. ¡Sentí cómo mi vagina se humedeció de golpe y no pude reprimir un gemido, muy placentero al sentirlo en ese lugar!

  • ¡aaaggghhh, papi…, ya…, me vine de nuevo…!.

Sus labios se posaron en mi ano, justo en la entrada, mientras su lengua masajeaba mi esfínter, lamiéndolo de una forma deliciosa. Mis gemidos continuaban, sin poder contenerme ante esa maravillosa y extraña sensación de placer, morbo y excitación:

  • ¡aaahhh…!.

Llevó un dedo a mi boca, haciéndolo entrar… Lo lamí y chupé como si fuera su verga, dejándolo lleno de mi babita. Colocó ese dedo humedecido por mis labios en mi ano y lo empujó, con fuerza, ¡de golpe!. Sintiéndolo entrar en mi recto, gemí suavecito, apretando mis labios:

  • ¡aaaggg!.

Un dolorcito “sabroso” se apoderó de mi cuerpo... Él movía su dedo dentro de mí, dentro de mi ano, mi recto, excitándome sin medida, sin imaginar el dolor que me esperaba con lo que venía a continuación...

Me tomó por detrás, cargándome entre sus brazos; metió una almohada bajo mi abdomen y me dejó caer, recostándome de panza sobre la almohada.

Llevó mi cabeza hasta abajo..., en una posición bastante relajada. ¡Yo aún le coqueteaba!, moviéndome mi cola sensual y provocativamente.

De pronto sentí cómo su miembro caliente y duro se pegaba contra mi culo; para entonces estaba completamente relajada y mi papi, con sus dos manos, me separó mis nalguitas y su pene consiguió posarse en el esfínter de mi ano, y casi inmediatamente, sentí un empujón: ¡un dolor muy intenso recorrió por completo mi cuerpo!, y yo ni siquiera imaginaba que aquello no había conseguido entrar, sino que había hecho un intento, pero que aún esperaba la oportunidad de penetrarme por esa vía.

Aquella escena debía ser hermosa para él, admirando por detrás a su mujercita, que arqueaba su espalda gustosa de tenerlo.

Empujó suavemente y el dolor que ya sentía, me aumentó de golpe: la cabeza de su miembro logró penetrar en mi esfínter, con dificultad.

  • ¡aaayyyhhh…, aaayyyhhh…, papitooo…!.

Dejé escapar un gritito que no pude contener, e inmediatamente llevé mis manos atrás, hasta su abdomen, tratando de impedirle que entrara... Él tomó mis manos con las suyas, apretándolas para apartarlas de su camino, y empujó nuevamente.

  • ¡aaayyyhhh…, aaayyyhhh…, papitooo…, me duele, papitooo…!.

Volví a gritar intensamente, sintiendo cómo aquella verga majestuosa se abría paso en mi ano, separando mi carne y venciendo mi esfínter, en un movimiento lento y profundo... Se recargó sobre de mi cuerpo, dejando caer su peso sobre de mí;

  • ¡aaayyyhhh…, aaayyyhhh…, ay, ay, ayayay…, papitooo…!.

Su miembro entró hasta lo más profundo que pudo, pues su pubis se estampó contra mis nalguitas.

Me dejé caer sobre de la cama y empecé a patalear del dolor, ahora sí, como niña chiquita haciendo berrinche: ¡gritaba gimiendo y a punto de llorar, porque no podía soportarlo dentro de mí!.

  • ¡sácala papi, ya sácala…, me duele papito, me duele…!.

Su aliento suave en mi oído comenzó a tranquilizarme; besaba mi oreja con cariño..., susurrándome suavemente:

= “tranquila mi Chiquis”, ya todo está bien.

Yo mordía la sábana, queriendo amortiguar el dolor.

Me quedé quietecita, hasta sentir cómo mi ano increíblemente se acomodó al tamaño y al diámetro de su enorme vergota.

Me moví un poquito, a lo que él respondió, tomándome entre sus brazos. Me levantó un poco, dejándome nuevamente en la posición de “perrito”. Tomó mis nalgas con sus manos y comenzó a empujarme su verga contra mi ano, que ya estaba dilatado, dejando que su pene me rompiera el alma con cada movimiento, sintiéndolo entrar durísimo por mi culito, recién desvirgado.

Sus movimientos pasaron de ser lentos y profundos a rápidos y superficiales. Prácticamente toda su verga quedaba fuera de mi ano..., solo la cabeza, enorme y gruesa me partía el culo en pedazos.

De repente sentí cómo lo sacó por completo y luego, me lo metió de nuevo, ¡hasta el fondo!, de golpe:

  • ¡ayayay…, no, no…, duele mucho…, papito…!,

¡grité muy fuerte!, y él, lejos de detenerse por mi dolor, empujó una y otra vez intensamente.

Me sentí perderme en aquella sensación y sin darme cuenta, el dolor fue cediéndole paso a una sensación hermosamente placentera: un calorcito rico se apoderó de mi cuerpo, por completo; un escalofrío intenso me recorría por mi espalda, sintiéndome completamente perdida y entregada al jefe de mi papá.

Me tenía tirada en la cama, como su perrita, penetrándome en esa posición placentera. Colocó una mano en mi espalda, haciéndola arquearse y la otra sobre mi cabeza, pegándomela a la cama... ¡completamente entregada a él!. Mi cuerpo entero vibraba al sentir tan deliciosa sensación apoderarse de mi ser: ¡volvía a sentirme mujer nuevamente!, una mujer entregada, sumisa, dejando que ese hombre me montara como a su hembrita, que ya era.

Continuó moviéndose por un buen rato; me sentí perderme en el tiempo... ¡Aquello era formidable!: su impulso, su fuerza: ¡cada penetración llegaba hasta lo más profundo de mi ano…!, ¡y de mi alma!, sintiendo aquel miembro enorme chocar contra mi carne interior, de mis intestinos.

Don Ismael me pasaba una mano por debajo de mi vientre y me acariciaba mi clítoris, me lo estimulaba de manera muy sabia, que, junto con la sensación de tener ese pene en mis intestinos, aunada a la sensación de su dedo en mi clítoris me estaba haciendo “venirme” en repetición, alcanzando un orgasmo múltiple…, ¡delicioso!.

La sensación era tal que comencé a venirme en su mano, de manera abundante, y él, luego que terminé, llevo su mano hasta mi boca, y me comenzó a introducir sus dedos por entre mis labios.

Lamí sus dedos devorando mis propias “venidas” de su mano y sus dedos, mientras sentía su verga dura derramarse dentro de mi colita, en mis intestinos.

Empujó muy fuerte y se dejó caer sobre de mi cuerpo. Su líquido caliente y espeso rellenaba mis intestinos, derramándose lentamente, haciéndome suspirar del placer:

  • ¡papito…, papito…, qué rico…, papito…!.

Se tumbó sobre de mi cuerpo, descansando.

Nos quedamos así, por un buen rato, calladitos disfrutándonos el uno al otro. Nuestros cuerpos sudorosos y exhaustos se relajaban mutuamente, sintiendo el calor del otro, hasta que finalmente él rompió el silencio preguntándome del novio que me conoció;

= no quiero que termines con él…, nos conviene que “andes” con alguien.

Y en ese momento le comenté:

  • es que…, “salgo” con varios…, “amigos”…

= ¡Bueno…, está bien…, sigue con todos ellos…, sal con cuantos tú quieras… ,

pues es mejor que tengas varios “amigos con derechos” que un sólo novio,

¡pero eso sí…, los amiguitos y novios son sólo de manita y de besos en la mejilla!,

¡nada de besos cachondos!,

me recomendó, dándome una nalgadita de cariño, luego de la cual nos levantamos y nos fuimos a duchar, juntos.

Al salir, luego de secarme, me pidió que me pusiera nuevamente la pantaleta que me acaba de regalar.

Lo hice y él se me quedó viendo, contemplándome, hasta que luego de un buen instante, se lanzó sobre de mí y me condujo de nuevo a la cama y se puso a besarme mi sexo otra vez, por encima de aquella prenda.

Me hizo a un lado la pantaleta y me volvió a mamar mi “cosita”, hasta sacarme otro orgasmo.

Me volví a lavar mi “panocha” y luego de eso comencé a vestirme, con mi ropa de colegiala y con mis calzones de niña.

= ¡Llévate los otros calzones…!, ¡los compré para ti…!.

  • Es que…, no puedo papi…, ¡me los vaya a “encontrar” mi mamá…!, ¿y qué le digo…?,

si es ella quien siempre me compra y me arregla mi ropa…

Escóndela por algún lugar que no te revise tu mami… Es para que me recuerdes cada vez que los mires, cada vez que los uses… ¡Y nunca los laves…!, ¡me los traes así, sucios…!, para olerte tus calenturas…, ¡para oler cómo me has estado deseando…!.

Y…, una vez convencida, me quité mis calzones de niña y me puse las pantaletas que me acababa de regalar. ¡Me sentía yo importante, deseada…, mujer!.

Guardé los calzones de niña en mi portafolios y me bajé mi faldita. Nos fuimos hasta su coche. Nos subimos y nos volvimos a besar, ¡delicioso!. Me volvió a acariciar mi “panocha” por encima de aquellos calzones y, dándole un apretón a mi sexo, me preguntó:

= ¿de quién eres, todita…?,

y yo, embelesada, le contesté:

  • ¡toda tuya mi papi…!,

y después de eso, nos salimos de aquel motel.

Me llevó hasta un sitio de taxis y, antes de despedirnos me recomendó:

  • ¡Ve con el ginecólogo!. ¿Todavía tienes el dinero?

Le dije que sí, a las dos cosas y luego nos dimos otro beso para despedirnos, pero después de bajarme de su auto, con un poco de temor, volví también a pedirle:

  • ¡por favor…, no le vayas a decir nada a mis padres…, me vayan a regañar!.