Mi segunda oportunidad-1
Una mujer madura que está harta de ver como su vida se marchita. Un día se sincera con sus vecinos y les cuenta sus frustraciones, estos la descubren un mundo nuevo, pleno de gozo y placer desconocido hasta entonces e inalcanzable junto a su marido.
Ante todo ¡¡¡ Feliz año nuevo!!! Y que el 2012 sea más prospero que el año pasado.
Aquí estoy de nuevo, no he podido hacerlo antes ya que el ordenador no es mío solamente; he de compartirlo con mis familiares, además, mis obligaciones no me permiten escribir tanto como quisiera; a veces tengo que robar tiempo a mi sueño para escribir los relatos pero vosotros me direis si ha merecido la pena.
¡¡¡ Gracias por leerme y por buestros comentarios !!!
Mi segunda oportunidad
Por Jaypaka
—1—
Mi primer encuentro, el comienzo de todo
.
¡Hola!, me llamo Pepa tengo 51 años y estoy harta de ver como mi vida se marchita. Sí, es un poco patético empezar así un relato pero es mi realidad y así quiero narrarla. En lo sucesivo iré contando mi pasado desde que empecé a tener sexo con mis vecinos y amigos, hasta llegar a mi día a día por así decirlo. En esta primera parte contaré como empezó mi periplo sexual así como la coartada que utilicé para poder vivir mis aventuras sin comprometer mi matrimonio con Pedro, mi marido.
Como mi marido come en el trabajo, suelo invitarme en casa de mis vecinos para no pasar sola la jornada. Antonio y Laura son de la misma edad que mi marido y yo y no les importa que pase el día con ellos, al revés, están encantados de pasar la velada conmigo y acompañada de mi marido los fines de semana. Coincidimos en muchas cosas; bueno, puntualizaré: coincidimos todos menos Pedro que tiene sus propias ideas; una ideas tan primitivas como arcaicas en lo que respecta a la vida en pareja; mi marido a sus 54 años es lo que los jóvenes llamarían un carroza; ya os iréis dando cuenta.
…../…..
Esa mañana, Antonio estaba tan encantado con mi presencia que tuvo el detalle de llamar a su empresa para decirles que no iría a trabajar, no obstante si surgía algo urgente ya tenían el teléfono de su casa. Fijaos si tenemos confianza entre nosotros. Desayunamos los tres en la cocina y comenzamos una charla intranscendente, no exenta de bromas y chistes pero que poco a poco dio un giro más personal, más íntimo en suma y, sin darme cuenta empecé a sincerarme con ellos. Hablé de la insatisfacción que me produce la aburrida vida sexual que llevamos mi marido Pedro y yo, Antonio y Laura me escuchaban en silencio dejando que me descargara de todos mis pesares.
Al finalizar de contarles mis penas sonreí un poco nerviosa y les pedí perdón si me había puesto pesada, ellos me devolvieron la sonrisa diciéndome que para nada era una pesada, Laura me apretó la mano con la suya en un acto de solidaridad con mis quejas, miró a su marido un momento y Antonio tomó la palabra. Contó que ellos están liberados de prejuicios y tabúes desde hace bastante tiempo; Laura precisó que desde que se casaron, ya que los dos así lo habían hablado antes de la boda. Les miré esperando una respuesta más comprensiva. Y de nuevo fue Laura la que dio las explicaciones: —Pepa nosotros somos libres de acostarnos con quien queramos, juntos o por separado, lo mismo da, el caso es disfrutar del sexo a tope—. Entonces Antonio matizó la respuesta de su mujer — Laura y yo preferimos disfrutar del sexo los dos juntos con otras personas pero ambos hemos tenido citas esporádicas por separado—
A mis 51 años creía que lo había visto y oído casi todo, aún así mi primera reacción fue escandalizarme un poco al escucharles, aunque en realidad lo que me pasó es que me acobardé ante su sinceridad y su libertad de poder disfrutar del sexo como quisieran. —Yo no sería capaz de eso y mucho menos Pedro, ¡impensable! —les dije y me encendí un cigarrillo para aplacar mis nervios, ellos me acompañaron encendiéndose también uno. Mientras fumábamos la conversación siguió por la senda de la sinceridad y en un ataque de valentía les dije: — ¿Sabéis una cosa?, me gustaría hacer algo con mi vida antes de marchitarme definitivamente con la vejez—. Tanto Antonio como Laura empezaron a contar sus “affaires” sexuales logrando que me excitara.
Al terminar los relatos de sus aventuras se hizo el silencio entre nosotros, pero no era un silencio incómodo, más bien era el típico silencio que se hace cuando deseas pensar lo que vas a decir y Antonio y Laura lo respetaron escrupulosamente. Mirando a un punto indeterminado empecé a darle vueltas a mi cabeza, pensaba si yo sería capaz de hacer lo mismo que ellos o al menos probarlo. La idea de hacer eso me atraía pero a la vez me asustaba pensar en sus consecuencias, era como si mi conciencia me diera libertad para hacerlo pero al mismo me avisara del peligro. No era fácil tomar una decisión, ¡quería decirlo, deseaba lanzarme!, pero los tabúes y sobre todo pensar en mi marido me lo impedían, la lucha interna que tenía en esos momentos me hizo sudar, Antonio y Laura me observaban en silencio. Unos dos minutos después volví a la realidad bruscamente al escuchar mis propias palabras.
—Me gustaría probar pero necesito vuestra ayuda, si no os importa—
Una parte de mí se arrepintió inmediatamente de lo que había dicho, pero otra parte me obligó a seguir adelante. Laura me cogió las dos manos ahora en un gesto muy común entre las mujeres que desean ayudarse.
—Ante todo estate tranquila Pepa, mira vamos a hacer una cosa, te vamos a vendar los ojos así todo será más fácil y mucho más excitante. —me dijo.
Le respondí que confiaba en ellos pero no estaba muy segura de eso. Laura se levantó y caminó hasta la encimera donde abrió un cajón y sacó un trapo de cocina, juntó dos de los picos y dobló el trapo hasta formar una tira ancha, la misma que me puso delante de los ojos anudándola detrás de mi cabeza. Mi respiración se alteró en el momento en que quedé ciega; curiosamente mi oído se agudizó instantáneamente, así adiviné que Laura había colocado una silla a mi izquierda para sentarse muy cerca de mí.
—Lo primero que tienes que hacer es relajarte, nadie va a causarte daño eso lo tienes claro ¿no? —dijo junto a mi oído en un susurro.
—Ya os he dicho que confío en vosotros. –puntualicé de nuevo percibiendo que Antonio se acercaba por mi derecha.
—Pepa si quieres poner límites ahora es el momento. –susurró Antonio en mi oído.
—No entiendo muy bien lo que quieres decir, si no pongo límites ¿qué significa eso? –pregunté.
—Significa que lo admites todo. –susurró Laura a mi izquierda.
—¿Qué es ese todo? –pregunté otra vez.
—“Todo” significa que nos das permiso para hacer lo que consideremos oportuno para darte placer.
—Entonces adelante, no hay límites. –dije un poco excitada.
Inmediatamente sentí unos labios rozando la curva de mi cuello junto a mi hombro izquierdo; era Laura sin duda, lo supe al oler el aroma que desprendía. Una mano me agarró el pecho derecho apretándolo, otra mano me apartó del respaldo de la silla echándome hacia delante, se introdujo por debajo de mi camiseta y me acarició según se dirigía a mi espalda. La carne se me puso de gallina al percibir que me desabrochaba el sujetador. Noté como se destensaban las gomas de mis hombros. Inmediatamente otra mano se introdujo dentro de mi camiseta por delante yendo directamente a mi pecho; bajó el sujetador y me atrapó la teta derecha, apretando y magreando despacio, inmediatamente otra mano atrapó mi teta izquierda sometiéndola a las mismas caricias que la otra. Mi respiración se alteró de golpe.
—¡Siente Pepa!, tú sólo siente, no te preocupes de más— susurró Laura en mi cuello.
Y empezó a lamerlo, su lengua recorrió mi piel despacio; alguien me subía la camiseta.
—Mira Laura que tetas tan preciosas tiene—dijo Antonio.
—Y mira qué pezones tan grandes, como a ti te gustan—dijo Laura.
Sentí aproximarse a alguien a mi pecho, noté el cálido aliento de su respiración y al instante siguiente una boca atrapó mi erecto pezón. Una lengua caliente empezó a abrazarlo y a darle rápidos toques con la punta
—¿Están ricos? —Preguntó Laura.
—Deliciosos— dijo Antonio abriendo la boca para responder.
Acto seguido continuó chupando, lamiendo y mamando mi pezón derecho. Empecé a mojar mis braguitas y llevada por la excitación extendí la mano derecha hacia delante; topé con el estomago de Antonio y bajé la mano hasta atrapar su entrepierna percibiendo el bulto de su sexo.
—¿Cariño dejamos que utilice las manos? –Preguntó éste a su mujer.
—Sí, déjala que sienta también con las manos— contestó Laura un momento y siguió chupándome el pezón izquierdo.
Ese permiso me bastó para acariciar el bulto buscando los límites del pene de Antonio, al encontrarlo lo abarqué con la mano sorprendiéndome su grosor. La boca de Antonio abandonó mi teta y sus labios se pegaron a mi boca. Besé esos labios carnosos y saqué la lengua para meterme dentro de su boca pero éste no despegó los labios, entonces dejé de insistir para que él tomara el mando. Viendo que me dejaba hacer me mordió los labios y me los lamió con suavidad; cuando noté que su lengua pugnaba por entrar en mi boca separé mis dientes.
El contacto de su lengua con la mía me produjo mucha excitación, absorbí su saliva mientras chupaba la lengua invasora, él hizo lo mismo con la mía después desatando un morreo cargado de lujuria. Mi mano derecha aferraba la polla de Antonio, la tenía muy dura y gorda, jamás había tocado otra polla que no fuera la de mi marido y ahora mi deseo por cogerla sin el estorbo de la tela me hizo expresarlo en voz alta.
—¡Vaya! Parece que nuestra Pepa se muere de ganas por agarrarte la polla— dijo Laura.
En ese momento supe que era con ella con quien me había morreado y no con su marido como pensaba, eso me causó sorpresa pero no rechazo, es más, ahora que lo sabía deseaba volver a morrearme con ella otra vez, pero en vista de que eso no ocurría insistí de nuevo en tocarle la polla a Antonio sin ropa por delante. No me contestaron pero unas manos me desabrocharon los vaqueros bajándome también la cremallera de la bragueta, intuyendo lo que pretendían solté un mo-mento la polla de Antonio y me puse de pie con rapidez. Me sacaron los pantalones por los pies después de descalzarme dejándome las braguitas puestas.
—¿Quieres tocarme la polla Pepa? —me preguntó Antonio a lo que respondí con un sí desesperado por la excitación en que me hallaba.
—De acuerdo, dejaré que me desnudes y me toques la polla, pero antes tienes que enseñarme el coño—dijo Antonio.
Con manos nerviosas me desplacé las braguitas a un lado metiéndolas entre mis nalgas, adelanté el culo al borde de la silla y separé las piernas.
—¡Toma!, aquí tienes mi chocho míralo todo lo que quieras pero luego me dejas desnudarte— dije denotando ansiedad.
—Mira cariño que chocho más bonito tiene Pepa, fíjate qué grande tiene el clítoris— dijo agarrándome el capuchón con dos dedos para retirar la piel que lo cubría.
—¡Joder qué preciosidad!, qué lástima que su marido no lo sepa apreciar—dijo Laura y me metió un dedo en la vagina —Toma cariño prueba la esencia de Pepa— dijo Laura.
—¡Mmmm, deliciosa! —contestó Antonio chasqueando la lengua.
—Bueno ya está bien quiero agarrarte la polla ya— protesté.
Ellos no hacían más que tocarme la vulva incrementando mi excitación, yo también tenía ganas de tocar polla.
—Cielo tranquilízate, hay tiempo para todo, tú sólo siente y goza y si tienes ganas de correrte no te aguantes—dijo Laura.
Y me sujetó la cabeza volviendo a morrearse conmigo. eché las manos hacia delante para cogerla pero otras manos interceptaron las mías dirigiéndolas a un lado: el ansiado sexo de Antonio. La polla estaba ladeada a mi derecha y la agarré dándole apretones y con la izquierda atrapé los testículos apretándolos con cuidado. Era una postura un tanto extraña pero altamente morbosa y lujuriosa pues Laura me morreaba, me magreaba una teta con una mano y con la otra me tocaba el chocho y yo sobando los huevos y la polla de su marido, ¿qué más podía desear?, pero la situación duró unos pocos segundos tras los cuales ellos se separaron de mí y yo me quedé sentada con las piernas separadas y el coño al aire.
—¿Sé puede saber qué pasa, por qué no hacéis nada? —pregunté nerviosa.
—No pasa nada Pepa, es que disfrutamos mirándote, a tu edad tienes un cuerpo que es un regalo para los ojos.—dijo Antonio.
—Pues dejad de mirarme y haced algo ¡joder! —exclamé.
—Está muy excitada, mira como le brilla el chocho— dijo Antonio.
—Venga sigamos—dijo Laura añadiendo— Escucha Pepa, ahora vas a desnudar a mi marido, pero tienes que hacerlo como yo te diga, si me desobedeces el juego acaba aquí ¿me has comprendido?
—Sí ¿qué tengo que hacer? —dije.
—Primero le quitas los pantalones lentamente hasta sacárselos por los pies, él se quedará en calzoncillos y tú podrás utilizar únicamente la nariz y la boca, prohibido usar las manos ¿de acuerdo? —dijo Laura.
—De acuerdo—dije aceptando el juego.
—Bien entonces empieza— dijo Antonio.
Obediente, extendí los brazos hacia delante y le agarré las caderas, bajé las manos llegando a la cintura de su pantalón y con un poco de dificultad logré desabrocharle el cinturón, luego el botón de la cintura y acabé bajándole la bragueta percibiendo su excitación en mi mano. Los pantalones cayeron por su propio peso y él se los sacó por los pies. A continuación Antonio me sujetó la cabeza y despacio me fue arrimando la cara a su paquete. Cuando mi nariz chocó con el bulto de su sexo me dijo que le oliera la polla y eso hice, deslicé mi nariz por todo su bulto percibiendo el aroma de su virilidad muy parecido al de mi marido, Antonio me ayudaba con sus manos dirigiendo mi cabeza a sus testículos y a su polla, así estuve hasta que me dijo que utilizara la boca cuando quisiera.
Deslizó mi cara por toda su polla despacio para que yo pudiera besarla, al llegar a la punta percibí en mis labios una humedad, me pasé la lengua por los labios pero no identifiqué lo que era.
—Es el liquido preseminal— me aclaró Antonio.
Me lo figuraba y me sentí orgullosa por haber sido capaz de excitar a un hombre que no era mi marido, guiada por la curiosidad lamí la punta húmeda para familiarizarme con su sabor, tras eso, deslicé la lengua por toda la longitud de la polla hasta llegar al principio del escroto, Antonio me agachó la cabeza, me la torció un poco y pegó mi cara a sus testículos, el slip me facilitó poder besar y lamer el abultado escroto con facilidad; lo más sorprendente es que contra más besaba y lamía el sexo de Antonio más me excitaba yo, no entendía lo que me estaba pasando.
—¿Te gusta besarle los cojones a mi marido?
El susurró de Laura por detrás de mí me sobresaltó un poco, no me lo esperaba. Al decirle que me gustaba mucho lo que estaba haciendo, ella deslizó su mano hasta llegar a mi sexo encontrándolo empapado de jugos y empezó a mover sus dedos por toda mi vulva, tocando el clítoris de vez en cuando pero sobre todo metiéndome dos y tres dedos en la vagina, a los pocos minutos incrementó el ritmo de sus acometidas y el placer se me hizo insoportable.
El orgasmo me hizo gritar, no pude aguantarme, un ¡Ah! prolongado, casi lastimero salió de mi garganta, fue mi respuesta a la explosión de placer que me produjo el fuerte clímax, quedé exhausta, jadeaba respirando con fuerza tratando de normalizar mi desbocado corazón; en medio de esos jadeos noté que Antonio se sentaba a horcajadas encima de mis piernas pegándose a mí y abrazándome la espalda, me abracé a él apoyando la cara en su pecho, sentí perfectamente su sexo contra mi tripa, cuando mi respiración volvió a la normalidad me besó y yo abrí la boca dándole permiso para que me metiera la lengua y cuando lo hizo, levanté los brazos, me sujeté a su cuello y gocé morreándome con él.
Minutos después me di cuenta de una cosa, ¡me estaba excitando otra vez!, me sorprendí a mí misma, yo que hasta ese momento me había conformado con tener un solo orgasmo con mi marido y no siempre, pues a veces me quedaba con las ganas y con la excusa de pasar al baño para lavarme me masturbaba hasta que me corría una sola vez. Al ser enfermera he oído casos de mujeres multiorgásmicas y cuando hablaba con mis compañeras de sexo ellas confesaban sin ningún pudor haberse corrido varias veces, yo callaba y sonreía sin decir nada porque siempre he tenido un orgasmo, nunca más de uno, por eso me preguntaba en este momento cómo podía excitarme otra vez, qué me harían ahora ¿follarme?, o masturbarme de nuevo, o tal vez chuparme el coño ¡Dios!, ¿cómo sería eso, qué se siente cuando te chupan el coño por primera vez?, y si me corría de nuevo ¿cómo sería ese orgasmo, igual de intenso?, esas mismas dudas más la presión de la polla de Antonio incrementaban mi excitación hasta límites insospechados. Pero lo que siguió a continuación no fue lo que yo había pensado.
Antonio se levantó de encima de mí al ver que ya estaba de nuevo a punto.
—Vamos a seguir jugando Pepa, lo que tienes que hacer ahora es dejar que ponga tus manos en mis caderas, pero sólo ahí, si levantas las manos chafas el juego ¿vale? —me dijo y le respondí que entendía todo perfectamente.
—Entonces me bajas los calzoncillos, no te preocupes, ya me los quitaré yo, tú solo tienes que seguir con las manos en mis caderas, yo te guiaré la cabeza como antes para que puedas darte un atracón con mis genitales— concluyó.
Yo le contesté excitada que me encantaba ese juego, era lo que estaba deseando. Antonio me cogió las manos y las llevó a sus caderas, palpé la goma de sus calzoncillos y se los bajé todo lo que pude, entonces esperé a que él o Laura se los quitara. Segundos después percibí que se metía entre mis piernas, las separé inmediatamente para cobijarle, me sujetó la cabeza y empezó la aproximación de mi cara lentamente. Se me dispararon los nervios inmediatamente ¿qué sentiría al chupar la polla de otro hombre?, ¿qué sensaciones tendría?, ¿me gustaría más que la de mi marido?, lógicamente no podría evitar comparar esas cosas con las de mi marido. Pero cuando mi cara chocó contra su pubis me llevé un sobresalto.
—¡Coño! — exclamé.
—Lo has adivinado Pepa —dijo Laura— y como premio quiero que me chupes el chocho.
Sorprendida eché la cara un poco atrás diciéndole que yo nunca había chupado uno.
—Mejor así, mi coño será el primero que saborees, te recuerdo que tú quisiste sin límites—me dijo Laura sin soltarme la cabeza.
Efectivamente yo no había querido poner límites a éste encuentro, pero ahora tenía mis dudas, una cosa era haber consentido que ella me lo tocara o me chupara los pezones y otra muy distinta es que yo le chupara el coño, intuyendo mis dudas Antonio se acercó a mí.
—Vamos Pepa, cómele el coño a mi mujer, que se corra de gusto con tu lengua, verás cómo te gusta— me susurró al oído y empezó a tocarme el coño como acompañamiento del susurro.
Había llegado hasta ahí me dije y ahora debía continuar, relajé el cuello y Laura pegó mi cara a su pubis otra vez, mi barbilla chochó con algo tieso y duro desconcertándome ¿qué era eso?, decidida, bajé la cabeza y saqué la lengua para tantear, en cuanto mi lengua palpó aquella cosa dura y tiesa lo supe en el acto ¡era el clítoris!, Laura tenía uno de esos clítoris súper desarrollados que sólo había visto en los libros cuando estudié enfermería.
—Sí Pepa, yo también tengo una picha—dijo ella como si conociera mis pensamientos— aunque más pequeña que la de los hombres, pero la sé utilizar muy bien y si me dejas verás que no te defraudaré—añadió.
Dejándome llevar por el morbo atrapé con mis labios su “picha” como ella misma la había llamado, lengüeteé el clítoris y Laura comenzó a moverse como si me follara la boca. juro que era la cosa más excitante que había experimentado, me quedé quieta dejando que ella penetrara mi boca con sus movimientos mientras gemía y jadeaba, claro que yo también lamía lo que podía de su raja de vez en cuando; mi excitación era tan grande que hasta sus jugos me supieron una delicia y lamí dejándome follar la boca alternativamente hasta que Laura se tensó momento que aproveché para meterle la punta de la lengua un poco más dentro de la vagina.
El orgasmo era patente pues curiosamente noté las contracciones de su vagina en mi lengua y el grito de Laura fue parecido al mío cuando alcanzó la cima del clímax, luego se derrumbó encima de mi pierna quedando sentada de lado, como ya había acabado todo y no estaba sujeta a ninguna regla, decidí explorar por mi cuenta el cuerpo de Laura.
Sus tetas eran más o menos del mismo tamaño que las mías, acaricié sus pezones y dio un respingo, que estuviera tan sensibilizada no me detuvo, agaché la cabeza al tiempo que atraía su cuerpo contra mí y atrapé el duro pezón con mi boca, lo lamí, lo chupé y lo mamé todo lo que me apeteció y como estaba muy cachonda metí la mano entre sus piernas cerradas y se las abrí para adueñarme de su ardiente chocho.
Me sorprendió que estando sensible aún no intentara protegerse cerrando las piernas, era como si se resignara entregándose a mis caricias pese a las convulsiones y estremecimientos de su cuerpo, esa sensación de superioridad me llevó a meterle dos dedos en la vagina y follarla con ellos muy deprisa. Laura se agarró a mi espalda con fuerza clavándome las uñas y gimiendo como si se quejara pero al mismo tiempo dejaba que yo la torturara con mis dedos, mantenía una pierna alzada para facilitarme las cosas o seguramente se la sujetaba su marido contemplando excitado la escena, no lo sé, el caso es que era el primer coño que tocaba y lo hice desesperadamente, sobando la vulva y metiendo los dedos en la vagina sin descanso. El jadeo de Laura era ya un quejido constante, parecía como si la estuviera violando y el morbo que sentí me descontroló obligándome a sobar y follar su vagina sin parar hasta que noté que un liquido me mojaba la mano con un fuerte chorro, inmediatamente le pregunté si había eyaculado pero ella me confesó en voz baja que no, que se había meado de gusto. El tono de la voz al responderme era tan tierno que me levanté la venda para mirarla. Laura me miraba de una forma que no supe interpretar en ese momento pero hice lo que me dictó el corazón: enderezarla para besarla y devorarla la boca con un morreo apasionado. Después esperamos a que se recuperara. Una vez repuesta, Laura continuó sentada en mis piernas abrazada a mi cuello.
—¿Pepa quieres que mi marido te folle o prefieres que te haga el amor? —me dijo.
—¿Qué diferencia hay? Las dos cosas son lo mismo —contesté.
—No cariño estás muy equivocada —y jugando con mi pezón me explicó la diferencia entre ser follada o poseída— si otro hombre te folla será sólo sexo y gozarás en consecuencia, de antemano te aseguro que será increíble, en cambio, si te dejas poseer por ese hombre el gozo será aún mayor, te envolverá el morbo y a la vez la angustia al saber que estás traicionando a tu marido, no podrás evitar comparar a ese hombre con tu marido, se te desataran los sentimientos, te asaltarán las dudas y aún así querrás echarte atrás, pero ya será demasiado tarde para evitarlo porque ese hombre se adueña de tu voluntad a cada minuto que pasa, eres consciente de que otro macho ha desplazado a tu marido y te está dominando con su virilidad, puede que te angustie tu propia cobardía por no hacer nada, pero estate tranquila, será solo un momento porque para entonces ya te has dado cuenta de que lo que más deseas es entregarte cada vez más a este nuevo macho, porque su polla te está transportando a otro mundo, nuevo, desconocido e incomparable con lo que conoces hasta ahora.
La manera que tuvo Laura de explicarlo no me hizo dudar acerca de lo que debía hacer y mirando a Antonio le dije:
—Tómame.
—¿Estás segura Pepa? —me preguntó Antonio.
—al cien por cien ¡adelante! —le dije.
La polla de Antonio dio un respingo al oírme, seguramente no se esperaba mi reacción pero yo ya no era dueña de mis actos. Laura volvió a vendarme los ojos le dije que ya no era necesario pero ella insistió en que era mejor así. Con los ojos vendados Antonio me cogió por un brazo poniéndome en pie y caminamos hasta el salón, el se sentó primero y me hizo sentarme sobre él a horcajadas. Noté que Laura se había sentado a mi lado. Antonio y yo nos abrazamos y comenzamos a besarnos. Él me acariciaba la espalda y el culo. Al poco de empezar me inundó la pasión por el hombre que me estaba besando de forma magistral, luego me invadió el deseo al sentir que su excitación golpeaba contra mi culo. Antonio me tumbó en el sofá apoyando mi cabeza sobre las piernas de su mujer, lo siguiente que sentí fue su boca devorándome el coño. Aquello ya era la gloria de por sí, pero sentir su lengua lamiendo el esfínter de mi culo fue el súmmum. Y no se conformó con eso solo, sino que me obligó a levantar las piernas para follarme el ano con su lengua. Aguanté unos minutos nada más y empecé a correrme, como me suponía, este orgasmo no era tan intenso como el primero pero fue delicioso correrme otra vez.
Antonio no me dejó descansar, se echó encima de mí y empezó a chuparme y mordisquearme los pezones. Le agarré la cabeza con la intención de separarle de mis sensibilizadas tetas, pero él me tenía abrazada por la espalda y me fue imposible despegarle. Lo hizo más tarde para besarme el cuello empezando por el hombro ladeé la cabeza para que accediera mejor y así estremecerme, luego me besó en la boca y volvimos a fundirnos en un morreo apasionado durante el cual no dejé de notar como su polla se restregaba en mi húmeda vulva buscando el agujero de mi vagina. En medio de ese apasionado morreo Antonio me penetró y en un segundo todo mi mundo cambió. La sensación de sentirme empalada por una polla distinta a la de mi marido era tan placentera que me hizo correrme. Antonio comenzó a follarme cuando aún me estaba corriendo y eso prolongó mi orgasmo como si fuera una agonía; contra más me follaba más me corría y contra más me corría más le suplicaba que me follara, era la locura, jamás había experimentado una cosa así, noté la mano de Antonio agarrándome el culo, apretándome las nalgas cuando empujaba; uno de sus dedos penetró en mi ano, con eso y el gusto que me daba su polla gorda volví a correrme, pero él continuó bombeándome el coño sin descanso por lo que tuvo un orgasmo largo.
Una vez pasado el orgasmo, comenzó la relajación y me inundó una sensación de vergüenza, otro hombre seguía montándome y eso me hizo darme cuenta de cuánto le estaba traicionando a Pedro, por un momento pensé en rechazarle pero al mismo tiempo quería seguir, esa disyuntiva me avergonzó aún más porque aunque yo no quisiera mi cuerpo reaccionaba al placer. Y es que Antonio me estaba matando de gusto, me estaba arrancando sensaciones que mi marido jamás había conseguido arrancar, tenía razón Laura, estaba sintiendo todo lo que ella había descrito y más cosas, todas nuevas para mí en ese momento, en mi interior se estaba librando una batalla entre abandonarme a las acometidas de Antonio o rechazarle e irme corriendo a mi casa a llorar por lo que había hecho. Antonio no dejaba de besarme el cuello jadeando también de placer y cuando me dijo que tenía un cuerpo para gozar no sé lo que me pasó pero me abracé a él como si fuera mi tabla de salvación, algo en mi cabeza me avisaba del peligro pero lo ignoré porque en ese momento las sensaciones que sentía daban paso a los sentimientos y éstos afloraban poco a poco. Sentí amor pero no tenía nada que ver con el enamoramiento, éste sentimiento ya lo conocía pero se me había olvidado con el paso del tiempo. La sensación era la misma que sentí cuando Pedro me desvirgó y me hizo suya por primera vez, sin embargo no sé por qué resurgía ahora con más fuerza centrándose en el hombre que me estaba poseyendo. No quise pensar más, busqué la boca de Antonio desesperadamente y me fundí con él en un apasionado beso.
—Te lo dije, aparearte con otro macho es la locura misma —susurraba Laura en mi cabeza— ahora ya no puedes echarte atrás, la sensación es tan fuerte, tan distinta a lo que sientes cuando yaces con tu marido que te tiene atrapada y anula tu voluntad.
—No sé si Laura era bruja o no pero estaba leyéndome el pensamiento. No pude seguir pensando pues sentía la necesidad de correrme otra vez. Me agarré al cuello de Antonio pegando mi cara a la suya, echándole el aliento de mi jadeo y me abandoné al nuevo orgasmo que me inundó con tanta fuerza que me sorprendió, era tanta la necesidad de gozar que contra más me corría más deseaba que este hombre siguiera jodiéndome como lo hacía. Tantas sensaciones juntas me saturaban, sentía tantas cosas que incluso tenía ganas de llorar.
Al ver la manera de jadear de su marido Laura me volvió a hablar: —Ahora tu nuevo macho se va a correr, abandónate al placer y siente como te inunda por dentro con su esencia, abraza esa felicidad que te ofrece.
Lo único que se me ocurrió en esas circunstancias fue espatarrarme todo lo que pude y esperar para abrazar esa felicidad que decía Laura. De repente Antonio empujó con fuerza hincándome su polla profundamente, se tensó encima de mí emitiendo un fuerte jadeo y comenzó a correrse. Yo estaba atenta a todas las sensaciones pero lo que sentí cuando su polla empezó a contraerse me superó, le abracé con fuerza y acompañé su eyaculación con un orgasmo tan intenso como increíble, durante todo el proceso noté perfectamente su semen caliente inundando mis entrañas, algo que hasta ese momento jamás había percibido o al menos no lo recordaba. Las convulsiones de Antonio iban acompañadas de empujones, jadeaba, se hundía en mi coño y descargaba ¡Menuda descarga! enseguida noté la humedad de su lefa chorreando por mi culo. Al terminar de correrse se derrumbó apoyando su cabeza en el hueco de mi cuello, me quité la venda, le busqué la boca y nos volvimos a fundir en húmedo beso, mientras me besaba con él me asaltaban todo tipo de sensaciones; las que más: ternura y cariño pero la que más notaba era ese amor que he descrito antes, me avergonzaba por sentirlo pero es que no podía luchar contra ese sentimiento.
Tanto Laura como él me explicaron más tarde que sentir amor en un acto tan intimo y tan nuevo para mí era normal, ellos también lo habían sentido la primera vez que probaron con otra persona y según me dijeron, ambos se asustaron al pensar que su matrimonio podía correr peligro. Es una exageración naturalmente, no me creo que fuera para tanto, si un matrimonio se quiere de verdad el amor es demasiado fuerte como para que se diluya por follar con otra persona; de todas formas me dijeron que no me preocupase porque si seguía follando con otras personas al final separaría el amor del sexo. ¡Vale! Entonces no debo preocuparme me dije porque pensaba repetir la experiencia tanto como pudiera.
Y como todavía había tiempo la repetimos después de la comida y en su cama, y sin venda que me tapara los ojos, quería ver todo lo que pasaba; por cierto, la cama de ellos me gustó un montón, era de de esas que miden 1,80 de ancho por 2 metros de largo, ideal para follar tres y hasta cuatro personas. En ella tuve mi primera experiencia lésbica con Laura que resultó maravillosa.
A la hora de follar le pedí al marido de mi amiga que volviera a tomarme igual que lo había hecho la primera vez y, no me defraudó, además de ser un amante insuperable Antonio es un hombre increíble, despide amor por los cuatro costados; me poseyó por segunda vez con exquisita ternura, diciéndome en susurros bajitos lo buena que estaba, lo maravilloso que era follarme e incluso ¡llegó a decirme que me quería, Dios mío! Me hubiera reído de eso último pero no era el momento, sólo estaba atenta a los abrazos, caricias y penetraciones de Antonio. Me cambiaba de postura cada poco; me folló estando yo de lado, me hizo montarle y cuando me puse a gatas en la cama me lamió el culo masturbándome a la vez; tuve que pedirle que parara pues deseaba correrme con su polla dentro, no antes. Por lo menos estuvo media hora follándome, inundándome más tarde el coño hasta que me rebosó, Laura no quiso que se desperdiciara así como así el semen de su marido y se encargó de chupármelo directamente del coño ¡Alucinante!
Dormimos una siesta de hora y media y al despertar merendamos. Estaba tan encantada y satisfecha de este primer encuentro que cuando me propusieron participar más adelante con ellos en orgias les dije que aceptaba inmediatamente pero teníamos que pensar en cómo nos íbamos a apañar, sobre todo yo y de repente se me ocurrió una idea genial y muy sencilla: —<< Les dije que cuando tuviéramos que ir a una orgia, no tenía más que decirle a Pedro que tenía turno de noche, bien de urgencia o por hacerle un favor a un compañero; en realidad yo saldría a las tres de la tarde, como siempre y en vez de volver a casa en el transporte público Antonio se encargaría de recogerme en su coche para trasladarme a su casa donde nos esperaba Laura; yo me ocultaría en el vehículo agachándome en los asientos traseros al llegar a mi casa, como son chalets adosados nuestras casas están pegadas pared con pared y nunca sabes quién te ve; Antonio metería el coche en el garaje y listo. Y para asegurarnos que mi marido no nos molestaba con una inesperada visita, yo le recordaría con disimulo el día anterior que Antonio se iba de viaje, como Pedro es tan retrogrado, no se atrevería a entrar en casa de Laura y estar a solas con ella ¡qué diría la gente por dios! >> — Era la coartada perfecta para estar juntos los tres y gozar del sexo a tope.
Laura aplaudió riendo diciéndome que era una perversa, Antonio aceptó pero dijo que quedásemos los lunes y viernes como días fijos porque así tendría tiempo para descansar y reponerse, y, si se terciaba algún día más entre semana, pues haría un esfuerzo ya que con 54 años no era ya un jovencito. Eso me hizo pensar de nuevo hasta que di con la solución: le dije que yo podría arreglar su “problemilla”. En el hospital los comerciales de los laboratorios daban muchas muestras de viagra que nadie controlaba, yo podría traerle algunas, ellos se miraron de nuevo y él aceptó. Era increíble ver hasta que punto se compenetraban Laura y Antonio.
Ya estaba todo arreglado para un futuro inmediato pero de momento, ese día teníamos tiempo de sobra para seguir disfrutando. Laura y yo nos encargamos a la vez de hacer gozar a Antonio que permaneció quieto mientras nosotras nos lo comíamos por delante y por detrás. Esa misma tarde hice muchas cosas por primera vez, aparte de correrme más de una vez o tener sexo con una mujer; Antonio me desvirgó el culo, el mismo que mi marido no se ha atrevido a tocar por escrúpulos por mucho que él dijera que es por no causarme daño ¡Ah y otra cosa! Por primera vez en mi vida un hombre que no era mi marido se corrió en mi boca y saboreé su lefa. Más tarde, estando en mi casa viendo la tele con mi marido abrazándome, no me arrepentí de nada de lo que había hecho, de lo único que podía arrepentirme en todo caso, era de la lamentable vida sexual que había llevado hasta ese día con Pedro, mi marido.
—Fin de la 1ª parte—
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