Mi segunda experiencia transexual
Continuación del anterior relato, ambientado hace diez años en Barcelona. Nuevamente acudí a una prostituta, pero esta vez iba a llegar más lejos en el sexo transexual.
Mi segunda experiencia transexual
Pasaron los días y las semanas desde mi primera experiencia con una transexual, y el recuerdo no hacía más que rondarme la cabeza. Había desatado un debate interno sobre mi propia sexualidad. Hasta ese momento en mi vida siempre me habían gustado las mujeres y sólo había tenido sexo con mujeres, aunque tampoco muchas veces, que aún era joven y educado de forma muy tradicional en ambiente rural. De repente me gustaban las pollas y chupar me producía una excitación que jamás habría imaginado. Encima eso hacía que empezase a mirar a los hombres de otra forma, aunque seguían sin gustarme. El cuerpo masculino no me atraía en absoluto, pero sí los miembros viriles y la idea de una mujer con polla me perseguía (por desgracia sólo la idea). Cada día me masturbaba con el recuerdo de aquella experiencia. Para colmo seguía con esa clase por las tardes y salía por la noche con un montón de transexuales exhibiéndose para vender su cuerpo a cien metros de la facultad. Cada día las miraba. En lugar de irme directamente al piso me dedicaba a rondar esa calle. Subía hasta arriba, volvía a bajar, daba una vuelta más Tanto que una de ellas me llamó la atención. Esa calle era un circuito de coches en busca de sexo y mi presencia cerca de alguna de ellas hacía que no se detuvieran y eso la molestó.
Mi mayor problema era que quería repetir pero no quería volver a hacer algo con una prostituta y a cien metros del sitio al que iba a clase cinco días a la semana. Pero no sabía donde encontrar transexuales así que la tentación de pararme era muy fuerte. Finalmente un día decidí que debía volver a probarlo. Seguía sin saber dónde encontrar travestis, así que recurrí al periódico. No quería hacerlo otra vez tan cerca de la facultad, por lo que mi objetivo era esta vez ir a una casa, cualquier piso. Cabe decir que en esa época aún no conocía la presencia de transexuales en pleno centro de Barcelona, en la rambla, aunque ir a buscar a alguien en esas condiciones tampoco me parecía lo más excitante. Las de la zona universitaria de la Diagonal como mínimo estaban más apartadas y la sensación que me dan las de la rambla, desde el momento en que las vi, es de más "guarras" y no en el sentido de estar calientes, aparte que me parecen mucho menos atractivas. A todo eso se sumaban mis pocos recursos económicos. No trabajaba, sólo estudiaba y mis padres me vigilaban la libreta. Las cosas pintaban mal.
Finalmente me decidí por un anuncio en el que una travesti rubia llamada Barby (o no se quería llamar exactamente igual que la muñeca o no sabía cómo se escribía) se ofrecía por una cantidad pequeña, unas cuatro mil pesetas. Sí, parece que fue ayer que quitaron nuestra añorada peseta y fue sustituida por el euro. Cuatro mil pesetas serían unos 24 euros actuales que, aunque es cierto que con la misma cantidad en pesetas antes se hacía bastante más que hoy con esa cantidad de euros, no dejaba de ser una cantidad ridícula que no presagiaba nada bueno. Era una cantidad similar o incluso mayor que la que exigían las que se prostituían en la calle al lado de mi facultad, pero era una cantidad insignificante para un piso. Pero mis apuros económicos pudieron conmigo y la llamé. Me habló una voz femenina, con claro acento catalán, lo que me sorprendió pues esperaba una voz más masculina de una transexual. Me dio la dirección y quedamos para apenas una hora más tarde.
Era por la tarde, hacia las cinco, cuando salí de la boca del metro en la parada de Paral·lel, en la avenida del mismo nombre, el Paralelo en castellano. Desde el S. XIX hasta apenas unas décadas atrás esta avenida había sido un centro de reunión de la intelectualidad bohemia de Barcelona. Como recuerdo, seguían y siguen presentes ahí algunos teatros importantes y otros espectáculos que ahora no recuerdo bien. También estaba allí como recuerdo de esa época la mítica sala de variedades El Molino, plagio del Moulin Rouge parisino y la sala Bagdad, que nada tiene que ver con el mundo islámico como bien saben los barceloneses. A un lado de la avenida se encuentra el Poble Sec (Pueblo Seco), un barrio desde siempre obrero en la falda de la montaña de Montjuïc, donde nació y se crió Joan Manuel Serrat. Al otro, se encuentra el Raval, el "barrio chino" de Barcelona, actualmente y ya hace diez años un barrio de inmigrantes, muchos de ellos subsaharianos. Yo debía ir a un edificio que se encontraba en el lado del Raval. Era un edificio antiguo, no demasiado bien conservado aunque por algunos detalles como la columnata de abajo daba la sensación que en su día no habría sido un edificio habitado por gente de clase social muy baja. Pero el tiempo pasa y al entrar, después de llamar al timbre de abajo para que me abrieran, la sensación que producía ese edificio con baldosas moviéndose bajo mis pies y zonas de las paredes en las que había saltado la pintura era que entraba en un sitio cutre y que lo que me iba a encontrar sería cutre también. En ese momento pensé en dar media vuelta, pero ya había llegado hasta allí y quería sexo. Tenía mucha hambre de polla en un sentido bastante literal.
Finalmente llegué a la puerta del piso en el que me esperaban. Me abrió la puerta una señora de mediana edad tirando a mayor con un fuerte acento catalán, por lo que me puse a hablar con ella en esa lengua. Le pregunté si era allí donde se encontraba la travesti que andaba buscando. Ella sonrió al verme tan extrañado por el hecho de que me abriese una mujer. Esa mujer parecía actuar de "madame" y me tranquilizó diciendo que efectivamente estaba allí. Me pidió el carné para comprobar que era mayor de edad, la pagué y me llevó a una habitación. No era nada del otro mundo, pero tampoco era especialmente fea o mal cuidada. Tenía una cama de matrimonio y una lámpara sobre la mesita por si fuese necesaria, aunque las ventanas estaban abiertas para que entrase la luz del día. Me dijo que esperase allí, me empezase a quitar la ropa y me asease en el baño, que en seguida la tendría conmigo.
Me empecé a desnudar y entonces entró ella. Era efectivamente rubia aunque se notaba muchísimo que era teñido, llevaba un sujetador negro y también bragas negras con liguero y medias. Rondaría la cuarentena de años y sus pechos no estaban operados. Me imagino que hoy en día ni siquiera la consideraríamos travesti, sino CD. Además, nada más verme se empezó a reír, pero no un poco, se estaba descojonando completamente. El edificio parecía cutre, la transexual era básicamente un hombre vestido de mujer y encima se descojonaba de mí. El comienzo no era alentador. Ella se disculpó de inmediato:
- Perdona, es que le he preguntado cómo eras y me ha dicho que un viejo de unos ochenta años y claro, te he visto y
Yo también me reí, aunque no a carcajadas como había hecho ella. En ese momento su naturalidad hizo que me empezase a caer bien. Además, sus formas y su cara no eran muy varoniles. La ficción de tratarse de una mujer fue suficiente para evitar cualquier rechazo ante un cuerpo masculino. Además, tampoco se quitó nunca el sujetador, lo que ayudaba a la fantasía transexual. Se dirigió hacia la ventana y me dijo que si quería que la cerrase. Yo le dije que no. Había persianas así que desde fuera no se debía ver mucho y yo quería mirar, nada de penumbra. Quería la luz del día.
-Bueno, ¿qué quieres que hagamos? Dijo ella.
- Quiero chupar.
Yo lo tenía muy claro desde el principio. Era lo que me había estado excitando durante todo este tiempo. Quería una polla en mi boca y cuanto antes. Ella se acercó a mí y me besó. La vez anterior en el coche ella sólo me dio picos. Esta vez era absolutamente diferente. El hecho de que se tratase de un chico de 19 años y con cara aniñada que me hacía más joven aún, la había excitado de verdad. Nada de picos, me metió la lengua hasta la garganta. Desde el primer momento me dio la sensación que ella iba a disfrutar de esto tanto como yo. Su lengua y la mía se entrelazaron durante unos segundos que se hicieron más largos. Ella iba jugando, claramente llevaba la iniciativa en esos besos. Luego nos acostamos en la cama uno al lado del otro y ella se quitó las braguitas. Su polla ya estaba dura. Me incliné sobre ella y la metí en mi boca. Al fin mis ansias iban a ser satisfechas después de semanas de darle vueltas al asunto. Empecé a chupar con muchas ganas. Tanto que hubo un "ay, que me das con los dientes" así que tuve que calmarme un poco, porque casi ni sabía lo que hacía. Intenté meter la polla más adentro. La otra vez no pude porque no estaba acostumbrado. Ni siquiera había pensado nunca que iba a hacer eso. A mí meterme los dedos me provocaba vómitos con mucha facilidad, no tenía costumbre. No eran dedos lo que esta vez entraba en mi boca. Al principio seguí como la otra vez, usando sólo la lengua y la parte interior de las mejillas. Después me dispuse a meter la polla en la garganta e intentaron volver las arcadas, pero pronto conseguí controlarlas y al cerrarse mi cuello oprimía su polla y se cerraba a su alrededor. Podía oír como ella disfrutaba de la situación. Mi excitación iba en aumento. Entonces ella se acercó a mi polla. Íbamos a hacer un 69. Me la empezó a mamar con gusto y con experiencia diría yo. Poco después ella me pidió que parase un poco, que si no iba a correrse, como me pidió la otra transexual la vez anterior. Se confirmaba que las que se prostituyen no quieren correrse con el cliente, seguramente porque si lo hiciesen con todos no podrían tener sexo muchas veces. Hice un parón para respirar y después se la chupé algo más. Unos pocos minutos después solté su polla y me dediqué a disfrutar de la mía, con lo que ambos nos pudimos poner más cómodos. Me iba preguntando con una sonrisa que si me gustaba y luego volvía a introducir mi miembro en su boca y en su garganta. Ella me chupaba la polla con gusto y después empezó a chuparme los huevos. Se los introducía en la boca y absorbía hacia adentro como si quisiese hacer un chupetón en la piel del escroto. Me preguntó nuevamente que si me gustaba a lo que no supe qué responder y ella entendió que los testículos no eran una zona especialmente excitante para mí, por lo que decidió volver nuevamente a la polla. Me excita que me toquen los huevos con suavidad, como un masaje, pero con la boca en la piel no sentía mucho y no me ponía especialmente. Ella no dejó mis testículos solos y los acariciaba, además se ve que a ella si le gustaban porque volvió.
No se detuvo ahí. Esta vez siguió bajando y de mis huevos pasó a esa zona intermedia entre éstos y el culo, siendo este último sitio donde finalmente se detuvo. Yo me quedé parado y cesé de golpe mi respiración, que sin ser jadeos era acelerada por el placer que me producía ella con el sexo oral. Esta vez sentía nuevamente algo diferente para mí. Su lengua se debatía por entrar en el agujero de mi culo, hasta que ella se ayudó un poco con las manos para separar mis nalgas. En ese momento me di cuenta que la piel de la abertura del culo era muy sensible. Se supone que eso se sabe, pero yo no me había fijado nunca. Haciendo cualquier cosa de las que se hacen de normal por ese lugar nunca había tenido ninguna sensación que me hiciese pensar que sería sensible a la lengua. Evidentemente conocía de hacía mucho la existencia del sexo anal y ya había penetrado a la transexual la otra vez, pero sólo pensaba en que producía placer la penetración, no la lengua. El beso negro no estaba entre mis fantasías ni se me había siquiera pasado por la cabeza hacerlo, mucho menos recibirlo. Me era una experiencia completamente desconocida. Ella me preguntó nuevamente si me gustaba lo que hacía. Yo no supe que decir. Lo primero que se me ocurrió fue "me hace cosquillas". La verdad es que la sensación sí era de gustito, aunque nada del otro mundo. Ella parecía excitarse cada vez más. Entonces ella se decidió a preguntarme algo: "-¿te han follado alguna vez? Mi respuesta fue tímida en el tono y escueta: "No". Ella volvió a reír. Evidentemente nada de carcajadas. Era una risa floja y parecía nerviosa. Se le escapó también un soplido. Mi respuesta la había puesto definitivamente muy caliente. Tenía a un chaval jovencito que podría ser su hijo y con un culo virgen. La siguiente pregunta era evidente: -¿quieres que te folle? Me lo pensé un segundo, a diferencia de la otra vez con el ¿quieres chupar? La experiencia de chupar era nueva para mí y había ido muy bien. Ella estaba excitadísima, más que yo sin duda, aunque también lo estaba bastante y en esas condiciones no iba a negarme. Accedí y ella volvió a reír nerviosa. Claramente tenía muchas ganas de follarme.
Ella se dirigió al cajón de la mesita al lado de la cama y sacó un condón y un botecito. Se trataba de lubricante. Se puso en los dos dedos de la mano izquierda y me los pasó por la raja del culo. Estaba muy frío y sentí algo extraño cuando sus dedos tocaron con la abertura de mi agujerito. Yo estaba tumbado boca arriba en la cama y ella delante de mí poniéndose el preservativo. Se acercó a mí y levantó mis piernas, poniendo los tobillos encima de sus hombros. Al ver que no le venía bien para penetrarme así, cogió un cojín y me lo puso en la parte final de la espalda, ya tocando con mis nalgas. Volvió a poner mis tobillos sobre sus hombros y esta vez sí, me penetró. Empezó muy suave, muy despacito, a penetrar el agujero de mi culo, que jamás había recibido una polla. La primera sensación que tuve fue que no cabía. Ella no estaba especialmente bien dotada, aunque no la tenía pequeña. Todos medimos en función de lo que conocemos y tenemos y yo la ganaba seguro, pero mi culo no estaba preparado para recibir nada. Sentía que iba a estallar por algún sitio, pero entró. Una vez superado el principio fue fácil, lo demás entró sin problemas. Por un momento me pasó por la cabeza la idea que en lugar de pagarle le debería haber cobrado. Entonces empezó con pequeñas embestidas. Seguía sintiendo el dolor en la abertura pero no era lo único que sentía. Aunque mi erección había desaparecido por completo mientras me la metía, yo sentía también placer. Sus embestidas se empezaban a acelerar a medida que se iba soltando un poco y se olvidaba que lo hacía con un novato. Yo gritaba y jadeaba intensamente, con jadeos rápidos y breves. No podía evitar que mis piernas intentasen bajar de donde estaban y deshacerse de lo que me causaba dolor, pero ella sujetaba mis tobillos con firmeza mientras me follaba. Me preguntó:
- ¿Te duele o te gusta?
-Las dos cosas. Su cara volvía a ser nerviosa, entre excitada y preocupada esta vez.
-¿Pero más de qué?
-No lo sé, pero no pares.
Aceleró el ritmo de sus embestidas un poco y me oyó gritar. Efectivamente me había dolido. Entonces se detuvo sin sacar su polla de mi interior y me dijo:
-¿Quieres que pare?
-Nooo (dije en voz alta y rotunda). Sigue.
Y ella siguió con sus embestidas, cada vez más rápidas. Me empezó a follar bastante duro. A medida que pasaba el rato la balanza entre el placer y el dolor se fue inclinando claramente. Mi cuerpo se había acostumbrado a la penetración pero el placer iba en aumento. Me di cuenta que el placer no residía sólo en la abertura del culo. Desde que había acelerado el ritmo su polla había entrado bien, tocaba con una pared en el interior de mi ano y sentía que al otro lado estaban mis testículos. En ese sitio fue donde empecé a sentir un placer intenso. Seguía sin erección, pero al otro lado de esa pared de mi cuerpo mis huevos parecían tener ganas de entrar en acción. El dolor tampoco había desaparecido, pero el placer ganaba ya por goleada. Entonces surgió algo que no esperaba. Ella se detuvo casi en seco y sacó su polla. Levanté la cabeza para mirarla. Nuevamente estaba nerviosa y me dijo:
-Lo siento.
-¿Qué es lo que pasa?
-Me he corrido. No me he dado cuenta hasta que era tarde.
Le dije que no pasaba nada, que había sentido mucho placer cuando me penetraba. Eso confirmaba algo que tenía claro desde el principio: ella se lo estaba pasando en grande. Simplemente me estaba follando con tanto gusto que olvidó que no podía correrse y dejar al cliente a medias. Ella se acercó y empezó a masturbarme. Después de haberme penetrado mi polla parecía no responder. Ni siquiera cuando sentía los huevos en acción mientras me follaba se intuía una reacción de mi polla. Finalmente consiguió que entrase en erección, aun sin estar al máximo pues estando grande no la notaba bien dura. Como mis huevos ya tenían desde que me penetraba ganas de eyacular, me corrí ampliamente y mientras me corría mi polla se endureció para después volver a bajar rápido. Ella puso su boca para recibir mi semen aunque se levantó, me dio la espalda y lo escupió en una servilleta que le tapaba la boca.
Dimos por acabada la experiencia morreándonos. Ella claramente lo había pasado bien, quizá mejor que yo. Yo me iba de ese piso del Paralelo de Barcelona con una nueva experiencia. El sexo anal producía dolor pero por encima de eso un gran placer. El dilema sobre mi sexualidad se complicaba más. Primero había descubierto que me excitaban las pollas y chuparlas. Esta vez me había dejado follar, perdiendo la virginidad de mi culo y encima quien me lo había hecho no estaba operada. Eso empezaba a dar la impresión de tratarse de homosexualidad. Nunca me habían gustado los hombres. ¿Iba a cambiar de acera ahora?