Mi secreto
Todos tenemos secretos. Os cuento el mío?
Siendo adolescente, no había pasado mucho tiempo desde que descubrí los placeres del onanismo cuando me inicie también en la masturbación anal. Y aunque entonces por mi corta edad, no tenía ni la más remota posibilidad de hacerme con ningún juguete sexual y mucho menos arriesgarme a que mis padres descubriesen mi secreto, fui comprobando que servía cualquier objeto susceptible de poder usarse para ese fin, y creedme que para iniciarse las hay infinitas sin salir de casa. Al principio eran cosas sencillas, como tubos de rotuladores gastados o alguna pieza con forma más o menos cilíndrica de mi caja de juguetes, pero poco a poco fui descubriendo que, como suele decirse, con paciencia y saliva, podía usar cosas algo más grandes como frutas, verduras o frankfurt de diversos tamaños que compraba al tendero de la esquina. Por supuesto tiraba todo lo comestible después de mis aventuras y lavaba bien todo lo demás.
Me encanto desde el principio esa sensación de tener algo dentro de mi cuerpo en el momento de llegar al clímax. Sentir como mis músculos se contraían y se relajaban alrededor de cualquier forma fálica, me volvía loco y me garantizaba los mejores orgasmos. En cuanto tuve edad suficiente, me colaba en algún Sex Shop y compraba algún juguete más aparente. Aun sigo haciéndolo muy de vez en cuando.
A pesar de lo que pueda parecer, no soy gay. Nunca he tenido sexo con otro hombre. Más bien es algo complementario a mi heterosexualidad, un secreto que solo pude compartir con una novia que tuve hace años, porque ella tampoco tenía prejuicios y le encantaba innovar en la cama. Mi pareja con la que vivo actualmente no entra en ese juego, es más digamos "clásica" en ese aspecto y sé que no lo entendería. Alguna vez se lo he insinuado en broma y no he obtenido la respuesta esperada, con lo cual no tengo muchas oportunidades de practicarlo si no es a escondidas como de pequeño.
El fin de semana pasado iba a quedarme solo en casa. Hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación y me apetecía montarme una fiesta la noche del sábado, por supuesto sin invitados. Así que busque en internet algo que me encajase, nunca mejor dicho, y que me llegase al día siguiente.
Y lo encontré. Con sus venas marcadas, sus huevitos, su forma bien definida y según la foto, un poco más grueso en el tronco que en la cabeza. Un consolador realista de silicona con ventosa, del que la traducción del chino no daba medidas concretas, solo que tenía veinte centímetros de largo total. Justo lo que buscaba: era barato, me lo enviaban gratis en un día y por las fotos de los comentarios de la talla L, parecía perfecto. La talla XL en cambio, no tenía comentarios con fotos de compradores y no quise arriesgar, ya que estaba desentrenado y podía aguarme la fiesta su tamaño.
Me había puesto deberes. Excitarme varias veces desde que se me ocurrió la idea, hasta el sábado por la noche, pero sin llegar al orgasmo, con la idea de acudir a mi fiesta cachondo como un mono y con ganas de darme una buena dosis de placer, y así lo hice. El viernes, en varias ocasiones vi algo de porno y me masturbe hasta ponerme casi a punto, pero en todas me detuve justo antes de estallar. El sábado amanecí duro como perro en celo, quizá sabiendo lo que me esperaba por la noche. Otra vez volví a dejarme empezado después de dedicarme unas caricias y me fui a trabajar.
El repartidor me entrego el paquete en mi trabajo temprano. Tenía curiosidad por saber cómo era al natural eso que, horas más tarde iba a satisfacer mis más bajos instintos y fui al baño para comprobarlo. Dentro del paquete, junto con un botecito de lubricante al agua que también pedí, una caja de cartón negra con una pegatina banca con una L, que para nada hacía sospechar lo que contenía. Mi amigo secreto de goma venia encerrado en una bolsita de plástico transparente y un papelito con recomendaciones de uso y limpieza. De unos cuatro centímetros de diámetro en la parte más gruesa, tres y medio en la cabeza y unos diecisiete insertables hasta hacer tope con sus huevitos, parecía perfecto para mis propósitos y lo quise adentro ya mismo, pero me contuve y lo guardé en mi taquilla.
Por la tarde iba a salir a tomar unas cañas y cenar con unos amigos y al terminar de ducharme no pude resistir los deseos de sentirlo, así que salí a buscarlo y lo llevé conmigo a la ducha con la intención de aumentar todavía más, si es que era posible, mí excitación. Lo saque de la bolsa, lo enjabone y frote bien, lo aclare y lo pegué en la pared. La textura y la flexibilidad eran bastante correctas por el precio que había pagado.
Tal era mi deseo de sentir ese trozo de goma en mi trasero, que le puse un poco del contenido del botecito y me coloque de espaldas a él frotandolo entre mis nalgas a la vez que me trabajaba la polla. No hicieron falta muchos intentos para que su cabecita lubricada se colase dentro de mí. Me quedé quieto, mmmmm, aquella dilatación repentina se sentía deliciosa.
Y aunque parecía inevitable, ya que mi excitación me decía que debía poner más lubricante, relajar los músculos, seguir acercándome despacio a la pared y acabar de una vez con el sufrimiento voluntario que me había impuesto, eso suponía echar por tierra la fiesta nocturna que había imaginado. Así que muy a mi pesar y con la polla aun durísima, deje que saliesen de mí los escasos centímetros que consiguieron entrar, me duche de nuevo y me quede bajo el chorro de agua fría hasta quedar más o menos relajado. Me vestí y salí a tomar esas cañas. Hacía bastante calor ese día, y no colaboraba nada a rebajar el que yo sentía en mi cuerpo.
Iba a llegar el momento. De regreso a casa comencé a notar esa ligera molestia en mis testículos por la acumulación de fluidos al no haber eyaculado cuando debía, y que no recordaba desde los calentones con mi primera novia, en la zona oscura del pub que frecuentaba de adolescente. Nunca me ha gustado esa sensación y sabía que no tenía mucho tiempo antes de que se convirtiese en algo desagradable y doloroso. Iba imaginando como y donde lo iba a hacer y eso me volvió a excitar, y de qué manera. Me cruce en el rellano con mi vecina que creo que no paso por alto lo abultado de mi pantalón a la vez que me saludaba sonriente.
Cerré la puerta, era el momento y me moría de ganas. Sin pérdida de tiempo me quite toda la ropa, busque a mi amigo, moje la ventosa con un poco de agua y lo pegue al asiento de una banqueta. Después de pasar por higiene, me tumbe de lado con una pierna flexionada, lubriqué bien mis dedos y comencé a acariciarme la zona para relajarme e ir dilatando y lubricando mi culo, primero con uno, luego con dos dedos, más lubricante, más dedos… uuffff. Estaba nervioso, como la primera vez. Pasé un buen rato con los preliminares y con unos deseos irrefrenables de sentirlo entero dentro de mí, hasta que creí que estaba preparado para recibirlo y lo busqué con ansia. Puse una cantidad generosa de lubricante en mi mano que estaba libre y comencé a acariciarlo tal y como lo haría conmigo. Sin dejar de hundir los dedos de la otra mano una y otra vez en mi trasero ya algo dilatado, me incorporé y me coloqué de pie sobre la banqueta, con las piernas entreabiertas y las rodillas flexionadas. No había vuelta atrás, mi amigo de goma iba a cumplir con el propósito para el cual llegó a mi casa, esta vez sí.
Y comencé a dejarme llevar, muy despacio. Sentí como su cabeza iba abriéndome. Mmmmmm, igual que por la tarde pero ahora iba en serio. Un poquito de dolor en el primer momento, pronto dio paso a un placer exquisito. Sentía como cada centímetro de aquella polla iba llenándome y notaba cada pliegue, más adentro cada vez, arriba y abajo sin ninguna prisa, acostumbrándome a él. Comencé a jadear, me temblaban las piernas por la tensión de la postura y los escalofríos recorrían mi cuerpo sudoroso. Uuffffff.
Continúe así algunos minutos que parecían no tener fin, hasta que de mi pene comenzó a gotear ese líquido espeso y dulce por la fricción del consolador con mi próstata, una verdadera delicia que casi había olvidado. Mis piernas ya no eran capaces de mantenerme en esa posición y cuando me di cuenta, el peso de mi cuerpo descansaba sobre el asiento de la banqueta. Ya nos habíamos acostumbrado el uno al otro, así es como lo había imaginado estos días.
Ahora era cuando estaba bien cachondo y mi culo bien lubricado y dilatado. Faltaba el final de fiesta, debía follarme como un poseso y terminar con esta deliciosa tortura. Conseguí soltarlo de la banqueta, incorporarme y moverme sujetando el consolador dentro de mí, para devolverlo a donde había estado por la tarde, a la pared de la ducha. Esta vez sus huevitos de goma estaban bien pegados a los míos como si fuésemos uno. Me acerque a los azulejos de la pared y deje que la ventosa cumpliese su función.
Y así, de pie con la espalda arqueada hacia atrás y las manos apoyadas en la pared, buscando la penetración más profunda, comencé a mover las caderas hacia adelante y hacia atrás, después en círculos, subiendo el ritmo a medida que mi excitación llegaba al límite y aumentaban mis jadeos. No tarde demasiado en llegar a ese punto de no retorno y apreté tan fuerte como pude, como para no dejarlo escapar.
Fue en ese momento en el que ya no era dueño de mis actos, entre jadeos y sudor, cuando se desencadenó un orgasmo brutal con espasmos que lo aprisionaban rítmicamente en mis entrañas y todo el esperma que había retenido comenzó a brotar a chorros. Uno de esos orgasmos que solo conocemos quienes hemos probado esta deliciosa experiencia.
Me quede inmóvil por unos instantes, deleitándome y esperando a que cesasen mis contracciones. Aun casi sin aire, me separe de la pared lentamente, para sentir sus formas por última vez y dejarlo salir de mi. Y me deje caer plenamente satisfecho y exhausto sobre el suelo de la ducha.
Permanecí unos minutos así hasta recuperar el ritmo de mi respiración. Volví a lavarlo bien, me di una ducha relajante y lo guarde a buen recaudo, deseando volver a sentirlo la próxima vez que espero sea pronto. O quizá pida la XL, quien sabe.
Como ya os dije, es mi secreto. No le digáis nada a nadie.