Mi SECRETO con MAMÁ

Flora aparenta ser una mujer transparente, pero tiene sombras oscuras escondidas en lo más profundo de su ser. Su jovial simpatía juvenil hace olvidar que ya pasa de los 30, y, si bien tiene poca estatura y está entrada en carnes, la disposición de sus generosas curvas resulta de lo más favorecedora

[David & Goliat]

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Los ronquidos de su marido eran asombrosamente simétricos. Flora tenía la sensación de encontrarse atrapada en un bucle hipnótico que, paradójicamente, le privaba de su propio sueño. Arropada solo por la opaca oscuridad del dormitorio, esa mujer desvelada terminó por desistir en el empeño de simplificar sus pensamientos con el fin facilitar es reencuentro con su tan anhelado letargo nocturno.

Ya con la mente exhausta, se permitió bajar la guardia para dar la bienvenida a aquellos pensamientos que tan a menudo se veía obligada a censurar; unas ideas que la denigraban, sin piedad, poniendo en tela de juicio su condición de buena madre.

No era la primera vez que Flora caía en esa trampa. Andaba sobre aviso, pero la tiranía de su candente lujuria incestuosa no le dejaba demasiadas opciones.

"No le hago daño a nadie si solo está en mi mente"

Se repetía siempre para sacudirse el sentimiento de culpa.

Jamás comenzaba sus expediciones mentales con una fantasía. Solía evocar recuerdos reales antes de echar a volar su imaginación. No eran pocas las escenas familiares a elegir, pues no tenía que remontarse más allá del pasado verano para encontrar un sinfín de instantes morbosos que se escondían debajo de una aparente normalidad cotidiana.

En esa ocasión, la mujer rememoró la fiesta de cumpleaños de la sobrina menor de Cristóbal, su marido. Le bastó con cerrar los ojos para viajar a esa soleada mañana de verano y encontrarse rodeada de parientes políticos, sobre el césped que rodeaba la piscina de los Martínez.

Su enajenación le permitía oler el cloro del agua de la piscina, escuchar los gritos de los niños jugando, sentir el calor del sol sobre su piel... pero lo que de verdad requería de su atención era la cómica estampa de Cristóbal persiguiendo a David, su hijo.

El contraste de los cuerpos semidesnudos de padre e hijo daba forma al paradigma de los polos opuestos: don Costillas contra mr.Lorzas, el peludo frente al pelado, el infantil y el maduro...

Flora no tardó demasiado en revivir una secuencia posterior en la que le aplicaba protección solar en la espalda al mozalbete.

Todavía vestida con una camiseta y unos shorts, la madre le acarició el torso a su hijo con las manos bien untadas de loción. No conforme solo con eso, provocó una juguetona pelea de cosquillas que, entre risas y carreras, no despertó la más mínima suspicacia entre quienes permanecían cerca.

Solo ella tenía constancia de la fogata que la incendiaba por dentro, y el hecho de que nadie más pudiera sospecharlo, aun estando tan cerca, la ponía todavía más cachonda.

Flora, vestida con su pijama lila, no tenía frío; bien al contrario. Aun así, se tapó parcialmente con la fina sábana que compartía con Cristóbal. De algún modo, ansiaba cubrir la vergüenza de sus calenturientas evocaciones estivales, así como el fervor que empezaba a arder en una oscuridad absoluta. Ni siquiera necesitaba usar sus dedos para trepar por aquel truculento sendero inmoral.

Ya inmune a los constantes ronquidos de su esposo, la mujer empezó a tergiversar sus recuerdos reales para transformarlos en una de sus recurrentes fantasías sexuales:

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-Voy a tomar el sol, mamá- decía David tumbándose sobre su toalla.

-No te has puesto crema en el pecho- le advertía ella.

-Pónmela tú, pero sin cosquillas, ¿eh?- proponía el chico sonriendo.

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Ya en bikini, Flora se encaramaba encima de su hijo. Con el envase en su mano diestra, derramaba un buen chorro de loción sobre el pecho pálido de David, y, sin perder un solo segundo, empezaba a esparcir ese blanco viscoso hasta tornarlo transparente.

Justo en el momento en el que se recreaba en los pezones del niño, la mujer advertía que no eran pocas las miradas extrañadas que, a su alrededor, observaban esa inquietante escena familiar.

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-!Muy bien!- decía Cristóbal desde lejos -Que no pase como la última vez-

-No, papá. Esta vez no voy a quemarme-

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Sin siquiera terminar esa locución, el chaval empezaba a recorrer los muslos de su madre, muy arriba, hasta rodear sus grandes nalgas.

Flora, sentada sobre el regazo del David, notaba cómo crecía la desaprobación de quienes permanecían cerca, talmente como si su marido fuera el único que no viera nada extraño en todo aquello. Su suegra, sus cuñados, los críos… todos susurraban, arrimándose los unos a los otros, con ostensibles muecas de disgusto.

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-¿Qué tienes aquí, cariño? Hay algo muy duro en tu bañador-

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“TOC – TOC – TOC”

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Tres golpes en la puerta arrancaron a Flora de su fabulación, fulminantemente, para traerla de vuelta a la realidad.

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-¿Sí?- contestó ella debatiéndose entre el grito y el susurro.

-Mamá- escuchó justo después de que se abriera la puerta.

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David apareció alumbrado tenuemente por la luz del pasillo. Iba solo con su pantalón de pijama, pues, pese a encontrarse en pleno otoño, atravesaban unas noches inusualmente cálidas.

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-¿Qué pasa?- preguntó preocupada -¿No puedes dormir?-

-Papá, ronca mucho. No sé cómo lo aguantas- declaró el chico.

-Hoy tiene una mala noche. No suele ser así-

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Flora ni si quiera intentó moderar el tono de su voz, puesto que sabía que su marido no se despertaría.

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-Tienes que hacer algo. Dale patadas o bofetones- sugirió el chaval.

-No, no. Tu padre se toma pastillas muy potentes para el insomnio-

-Déjame a mí. Verás cómo le despierto- propuso él acercándose.

-Créeme si te digo que lo he intentado. Es imposible. Podrías saltar en el colchón y el seguiría roncando-

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David interpretó aquella afirmación como un desafío, y se subió a la cama sin perder su verticalidad. En cuestión de segundos, estaba dando botes importunando a su madre, quien no pudo mantener su enfado durante mucho tiempo.

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-!Serás animal!- le reprochó entre incontenibles carcajadas.

-Vengaah, papá. Despiertaah de una vez- le ordenó él jadeando.

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Cristóbal continuaba roncando perfilado hacia la pared. Pese al traqueteo que meneaba su cuerpo obeso, siguió durmiendo profundamente sin que su respiración se viera demasiado afectada.

Finalmente, Flora logró derribar a David, quien, al caer y por accidente, le propinó un manotazo facial a su madre.

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-Ay, perdonaah, mamá- se disculpó arrepentido -Yo no quería…-

-Olvídalo- respondió ella con un tono apático.

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Para evitar un choque más aparatoso, la mujer se había acercado a su marido dándole la espalda al muchacho, el cual yacía, falto de oxígeno, en uno de los laterales de aquel basto colchón.

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-¿Estás enfadada?- preguntó el niño todavía sin ver la cara de Flora.

-No- contestó ella sin ningún interés por resultar convincente.

-Entonces… … ¿por qué no me miras?-

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David, cada vez más sosegado, infiltró su mano por debajo del pijama de su madre para conformar un abrazo parcial. El corazón de Flora se vio, de pronto, martilleado por unos pálpitos que le provocaban una angustiosa sensación de vértigo. Sin embargo, la maniobra de su hijo no era explícitamente sexual. El chico solo estaba estrechando su proximidad mediante un gesto reconciliador que pretendía subsanar su agresión involuntaria.

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-Estamos a oscuras. ¿Cómo quieres que te mire?- respondió ella.

-Pues yo puedo verte; bueno: veo las ondas de tu pelo-

-Vete a dormir, cariño. Es muy tarde-

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La voz de la mujer sonaba enigmáticamente neutral. Después de su enfado por los botes de su hijo, y de las risas consiguientes, aquella frialdad resultaba de lo más inquietante.

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-Ya sé lo que te pasa-

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Dada la vehemencia de los constantes ronquidos de su marido, Flora apenas pudo descifrar los susurros de David. Guardó silencio, por unos segundos, observando la cercana silueta de Cristóbal mientras notaba cómo su hijo le masajeaba la tripa amorosamente.

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-¿Me oyes?- insistió el niño viéndose huérfano de respuesta.

-Tú no sabes nada- dijo ella con el desdén de la víctima incomprendida.

-Sé que me encanta tu barriguita, y que soy David. Lo único que no sé es quién es Goliat.

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A Flora se le congeló la sangre al escuchar aquella referencia. La incógnita que planteaba el muchacho hacía alusión al título del último de los relatos eróticos que había escrito su madre; o, al menos, eso creía ella. Pensó para sí misma:

"No es posible que lo haya leído"

No en vano, había escondido el documento, cuidadosamente, en medio de un laberinto de carpetas de su ordenador portátil; un dispositivo que, en teoría, estaba disponible solo para ella.

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-Goliat es un personaje mitológico- le explicó con vana precaución.

-No- rebatió él aún susurrando -Me refiero al Goliat de tu historia-

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Flora se sintió más desnuda que nunca pese a estar arropada por la oscuridad, y vestida, todavía con su fino pijama morado. Empezó a notar como la lascivia manchaba las persistentes carantoñas de David en su tripa, e incluso el tonto del chaval parecía corromperse por momentos. Lo único que le daba cierta seguridad era la profunda somnolencia de su marido, quien, al igual que en su fantasía más reciente, estaba lejos de sospechar nada.

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-¿Lo ha leído papá?- preguntó él con cierta malicia.

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Flora perdió el habla. No sabía cómo afrontar la más embarazosa de las situaciones que había vivido en su vida.

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-¿Desde cuando entras en mi ordenador?- preguntó ella en voz baja.

-Eso poco importa, ahora, ¿no?- respondió el niño aún más sutilmente.

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La mano de David abandonó el vientre en el que se estaba recreando para trepar, por debajo de aquel pijama lila, hasta encontrar uno de los nutridos pechos de su madre.

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-N0oh- exclamó Flora sumamente incómoda.

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Nada más verbalizar su escueta negativa, la mujer intentó obstaculizar aquellos progresos digitales por encima de su ropa. No obstante, ese impertinente chaval no cesaba en su empeño.

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-¿Quieres que te diga quién es Goliat?- le preguntó ella con prisas.

-Sí, por eso te lo preguntaba- contestó él apaciguando su magreo.

-Es una metáfora. Tú eres pequeño, como David, y el obstáculo para realizar lo que describe mi relato es enorme, como Goliat.

-Pero la leyenda dice que David supera a Goliat- replicó el chico.

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Flora temió que su alegoría se estuviera volviendo en su contra, pero pronto encontró nuevos matices que le devolvieran la razón:

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-Aquello fue un hito irrepetible; un golpe de suerte irreal. En la inmensa mayoría de las veces, el gigante vence al hombre. Sobre todo, en nuestro caso. Nuestro Goliat es enorme, David-

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Como aquel ejército que se bate en retirada, los dedos del niño descendieron por la cintura de su madre recuperando su recato.

Los persistentes ronquidos de Cristóbal llenaron esa pausa modulándose de una forma extraña, talmente como si quisieran tomar parte de aquella bochornosa charla.

Flora respiraba más tranquila. Su alivio auguraba una salida relativamente honrosa para ese embrollo tan humillante. Sin meditarlo demasiado, quiso rematar su alegato con un último argumento sin sospechar que el tiro pudiese salirle por la culata:

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-Además, el David de la Biblia tenía una honda. ¿Qué tienes tú?-

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Nada más formular aquella pregunta retórica, la mujer se dio cuenta de su desatino. Sin tiempo para enmendar el error, notó cómo su hijo le bajaba los pantalones del pijama, con un par de firmes tirones, y cómo una dura erección caliente se confrontaba con sus enormes nalgas. El muchacho no tardó en pronunciarse:

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-Esto es lo que tengo. ¿La notas? Es mejor que cualquier honda; por muchas y muy buenas piedras que la acompañen; por muy buena que sea la puntería del tirador-

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Algo se había roto en la mente de Flora. Sentir la dura polla de su hijo restregándose en su culo marcaba un antes y un después en aquella relación maternofilial; un punto de no retorno después del cual nada volvería a ser lo mismo.

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-¿Qué haces, David?- susurró con toda su urgencia -!Soy tu madre!-

-Sí, lo sé. Por eso te quiero tanto- contestó él meando fuera de tiesto.

-¿No ves que esto no puede ser? Además, eres demasiado joven aún-

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La oposición verbal de Flora no se correspondía con una resistencia física, pues la mujer apenas intentaba volver a subirse el pijama mientras censuraba el comportamiento del chaval.

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-Si tan disparatado es, ¿por qué lo describes en tu relato?- preguntó él.

-!Es ficción! También expliqué una historia de Jack el Destripador, y no voy matando a mujeres por la calle-

-Entonces, no te importará que papá lea "David y Goliat", ¿no?-

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Flora se estrujó el cerebro en busca de una réplica ágil que la defendiera de ese revés argumental, pero no se le ocurrió nada. Falta de palabras y de oxígeno, sintió cómo su hijo volvía a tocarle las tetas con un ímpetu apasionado que insinuaba un deseo acumulado durante años.

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-Cariño… … ¿Me estás amenazando? ¿Me haces chantaje?-

-No, mamá, claro que no. Soy un niño bueno. Tú me conoces-

-Necesito que lo hagas. Hazlo o no podré dejar que me folles-

-Entonces… … Sí. Deja que te la meta o le enseñare tu relato a papá-

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La reñida disyuntiva incandescente de Flora empezaba a decantarse hacia la más insensata de las alternativas. A medida que su lujuria se incendiaba, su honor caía en barrena, e incluso la vergüenza cambiaba de bando para tornarse combustible para ese fuego concupiscente.

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-!Ala! Estás mojada- dijo David indagando en la intimidad de Flora.

-Noo- respondió ella en un tono casi inaudible, negando lo obvio.

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La mujer no tenía aplomo suficiente para mirar a su hijo a la cara; ni tan siquiera hubiera podido encender la luz sin renunciar a lo que estaba sucediendo, pero la penumbra de su dormitorio ejercía de cómplice a la vez que sus ojos cerrados le ayudaban a ignorar la demencia del disparate que tan pasivamente estaba tolerando.

De pronto, Flora notó cómo el ariete fálico del chico se abría paso en ella con una puntería propia del David de las sagradas escrituras.

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-Ho0Oh… … Mmmmh… … Aaaah- gimió ella contenidamente.

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La actitud del chaval era todavía más discreta. Había metido uno de sus brazos por debajo del cuerpo de su madre para que su abrazo fuera completo. Como la mayoría de quienes pierden la virginidad, estaba flipando en colores y ni siquiera tenía la facultad de emitir sonido alguno con sus cuerdas vocales.

Dándole la espalda en todo momento, Flora no lograba salir de su asombro. Nunca hubiera podido imaginar que a su hijito le hubiese crecido tanto el pene. Aquella pichulina infantil se había convertido en un trabuco de aquí te espero, mucho más firme y grande que el de su marido, pues, si bien él nunca estuvo muy bien dotado, la crecida de su barrigón se había comido gran parte de esa longitud eréctil.

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-Mmmh… … Mmmmmh… … O0h… … Mmmh… … Aiix…-

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Flora seguía gimoteando discretamente al tiempo que los embistes traseros de su hijo alcanzaban velocidad de crucero. Escuchaba sus jadeos muy cercanos, en su nuca, mientras notaba cómo las manos del niño recorrían sus generosas carnes maternas.

La cama se movía de un modo alarmante, pero Cristóbal continuaba profundamente dormido y no dejaba de roncar.

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-Cuidado0h- susurró ella con urgencia -Vas a despertar a tu padre-

-Si no0h… hhh… Si no se ha despertadoh cuando… Cuando botabah…-

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El chico no practicaba la más mínima contención en sus empujes. Entregado al mayor de los gozos, se dejó llevar por sus más bajos instintos para follarse a su madre como si no hubiera un mañana.

A Flora no se le escapaba que la cercana presencia de Cristóbal, junto con el peligro de que pudiera despertar, añadía más leña a su depravada hoguera interior.

La tierna edad de David, su estrecho parentesco con él, la extinción de una longeva fidelidad intachable, la bondad infinita de un marido que confiaba plenamente en ella…

Cuanto más consciente era de lo abominables que resultaban aquellos actos delictivos más cachonda se ponía.

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-Mmmh… … O0Oh… … hhh… … Dio0s mío0h… … Mmmh.

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Flora se mordió el labio a la vez que volvía a cerrar sus ojos. De algún modo, se estaba escudando en su pasiva actitud para obtener cierto grado de exculpación. No en vano, todavía no le había puesto las manos encima a su hijo, no se había desnudado y no había hecho nada, más allá de poner su gordo culo en pompa.

"Es delito abusar de un menor, pero ¿también lo es dejarse follar por él?"

Los pensamientos de la mujer se volvieron caóticos a raíz de los virulentos azotes emocionales que no paraban de detonarse desde sus puntos más erógenos. Mientras notaba cómo el duro pollón de David entraba y salía de su chocho empapado, se vio abrumada por un inminente y catártico advenimiento orgásmico.

Al mismo tiempo que Flora trepaba hacia la cúspide de su deleite, aquella vieja cama de matrimonio superaba, entre sonoros chirríos, la prueba de estrés más dura a la que jamás se había enfrentado. No solo Cristóbal estaba gordo como nunca, sino que la suma de un tercero en discordia, el más inquieto del trio, no paraba de propiciar un peligroso movimiento lateral que amenazaba con romper el somier y propiciar una aparatosa caída que despertara, al fin, a ese cornudo durmiente.

La ociosa y flamante adultera de la casa ya no podía más:

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-Me corro0h… … hhh… … Me v0y a correeer-

-Síiíh… … hhh… … Síiìh… … y0 también.

-No0h… … Tú n0oh… … cuidado c0n…

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Demasiado tarde. La preocupación de Flora se difuminó entre un clamoroso orgasmo bilateral que sincronizó a los dos integrantes más jóvenes de la familia Martinez. Justo en ese instante, los ronquidos de Cristóbal se ahogaron desatando el pavor entre aquellos amantes extasiados que yacían en su misma cama. Ambos se quedaron inmóviles; regodeándose en los ecos de un clímax degenerado que todavía se sentía más placentero alentado por el miedo al inoportuno despertar del hombre de la casa.

Ese confiado dormilón cambió de postura para quedar bocarriba. Puede que hubiera despertado fugazmente, pero su respiración no tardó en tornarse profunda y unos nuevos ronquidos, más tenues que los anteriores, volvieron a certificar su estado inconsciente.

El chico no cabía en sí mismo. Había tenido que superar un notable miedo escénico para llegar hasta ahí, pero, gracias al empuje de una lujuria desmedida y a la ventajosa seguridad que le daba el haber leído el escrito de su madre, pudo, finalmente, disfrutar de ella como tantas veces soñó.

La realidad de Flora era muy distinta, pues la culpabilidad se estaba cebando en ella con todo su peso. Sin embargo, no podía negar el gustoso placer que todavía la embriagaba debilitando cualquier arrepentimiento habido y por haber.