Mi secreto
Observando a mi mujer en el salon de casa, sin que ella supiera que yo estaba alli.
Hola, este es mi primer relato, espero que os guste.
El sonido de la puerta al cerrarse me despertó. A obscuras y como pude, mire el reloj, me había quedado dormido. He de decir que la siesta es mi tótem sagrado, pero maldita sea, aquel día me pase.
Aun hice pereza para levantarme. Entre en el aseo para darme una pequeña ducha, con el ánimo de refrescarme y despejarme. Me puse un pantalón corto y una camiseta, y baje las escaleras lentamente. A medida que descendía, oía un zumbido proveniente del salón. Las persianas estaban bajas, dejando entrar una suave luz, que le daba un ambiente agradable. Entre en el y ahí estaba ella, tendida sobre el sofá, descansando después del trabajo pensé. El ventilador funcionaba a su máxima potencia. Su pelo agitado por el aire, estaba alborotado y esto aún la hacía más bella. Vestía una camiseta de tirantes, de color amarillo y una minifalda vaquera que me encantaba.
No se percató de mi presencia, así que me senté como pude y sin hacer ruido en el sillón, me quedé observándola.
Estaba medio adormecido pero pude sentir como su respiración cambio el compás. Hasta ese momento, era suave, tranquila, reposada, pero de pronto, se torno algo más rápida, mas profunda.
Está soñando pensé. La notaba agitada, intranquila. Puso su mano derecha sobre la frente, quien sabe por qué, quizá tratando de retener el pensamiento que la invadía. Bajó la mano lentamente sobre su cuello, un cuello largo y estilizado que me fascina.
Me puse nervioso. De pronto sentí que no debía estar allí. Ella estaba ajena a mi presencia y yo estaba invadiendo su descanso. Posó la mano sobre sus pechos y comenzó a acariciarlos con tal delicadeza, que hizo que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo. Vi como sus pezones emergían bajo la camiseta. No daba crédito a lo que estaba presenciando. Estaba totalmente inmóvil, con un miedo atroz, no quería hacer ningún ruido que acabara con ese momento. Su mano descendió lentamente por su vientre y lo acariciaba en círculos, mientras separaba algo las piernas. Por un momento pensé que oiría el sonido de mi corazón, que ya latía de forma desbocada.
Volvió a subir la mano pero esta vez, lo hizo por debajo de la camiseta, y podía ver como sus dedos se movían mientras volvía a acariciar sus pechos. Ladeo la cabeza mientras exhalaba un leve gemido. Lentamente, como quien degusta una buena onza de chocolate, desabrochó el botón de su falda y encogiendo las piernas, se deshizo de ella, lanzándola a los pies. Que bonita estaba con aquellas braguitas amarillas, resaltaban aun más, el color dorado de sus muslos. Cuando recuerdo aquella escena, aun me sigo agitando. Lentamente, fue bajando la mano desde el vientre hasta su pubis, acariciándolo de forma delicada. Muy despacio llego hasta su sexo, y con la misma delicadeza, movía sus dedos índice y corazón en pequeños círculos. Esto hizo que de su garganta salieran pequeños gemidos. Separó y arqueo las piernas. En esta postura, su sexo estaba totalmente accesible. Introdujo los dedos debajo de las braguitas y continuo moviéndolos mientras acariciaba sus pechos con la otra mano. Podía oír el sonido que producían sus dedos empapados con sus fluidos. Ahora los gemidos eran claros, estaba disfrutando realmente. Se despojo de las braguitas. Sus dedos, entregados por completo a la búsqueda de placer, acariciaban suavemente su sexo. Pude distinguir como los introducía en su interior, y al hacerlo, su cuerpo tembló de placer. La otra mano se unió a la búsqueda, acariciando al tiempo su clítoris, y esto hizo que profiriera gemidos que me excitaron por completo. Su vientre se endurecía en cada movimiento, cada vez más rápido de sus dedos. Sentía como gozaba, y de pronto, como una tormenta de verano, su cuerpo se arqueo, y mientras exhalaba un gemido intenso, sentí su orgasmo, un orgasmo largo e intenso.
Poco a poco, su cuerpo se fue relajando. En ese mismo momento, habría corrido a abrazarla, pero me tuve que contener. No podía saber que yo estaba allí.
Desde aquel día, cada vez que duerme en el sofá, no puedo dejar de pensar en aquella escena y solo ella sabe, que ocurre, en las siestas de verano.
Este es mi secreto inconfesable. Nunca podré decirla que estaba a su lado.
Magm. 2011.