Mi secretario
Mazikeen un espíritu libre encaprichada de su secretario Taylor, desde hace bastante tiempo. Pero un día las tornas se giran y todo comienza a ir a su favor.
Era tarde y no recordaba donde estaba, me dolía la cabeza y todo daba vueltas a mí alrededor, miré de casualidad mi carísimo reloj que colgaba de mi fina muñeca y en ese momento entré en estado de alarma.
Llegaba tarde a la oficina, en cinco años que había estado trabajando jamás me había dado el lujo de llegar tarde, aunque fuese la jefa eso no quería decir que pudiera saltarme a la torera lo que quisiera.
Corriendo como pude busqué mi ropa interior que no encontraba por ningún sitio.
- A la mierda.- Murmuré.
Me puse la camisa blanca a toda prisa, después la falda entubada negra, subí la cremallera y cogí los zapatos de tacón junto con mi bolso para salir de la habitación sin hacer ruido. Me miré al espejo y era el caos absoluto con ropa andante. Mi pelo liso negro suelto como si fuese una maraña de nidos de cuervos, la camisa arrugada, los labios hinchados, la falda daleada… todo eso en una especie de pequeña hada blanca como el papel y descalza como una niña pequeña.
Nadie me tomaría en serio así con esas pintas que llevaba, le pediría a Taylor que fuese a casa a por ropa limpia y sobre todo ropa interior, me ducharía en el baño de mi despacho así estaría más presentable para la reunión de las doce. Más me valía apurarme o no llegaría a tiempo.
Miré al desconocido de la cama, ni siquiera recordaba su nombre, creía que empezaba por J pero en fin tampoco importaría mucho, no le volvería a ver, así que, poco daba intentar recordar alguien con quién jamás me cruzaría de nuevo.
Le puse una nota sobre la almohada de la cama.
“Lo siento querido, pero tuve que irme de forma repentina, espero que fuese una buena noche, cuídate, por cierto ahí te dejo 50 euros para el desayuno por las molestias, un placer”
Firmado: M.
Salí con mi bolso y los tacones de la habitación sin hacer ruido cerré la puerta tras de mí, poco a poco iba recordando cosas.
Estaba en un hotel que conocía al lado del trabajo, aquella noche entré en el bar a tomar una copa cuando este chico se acercó empezamos a conversar y de ahí pasamos a la habitación. No era de la ciudad, era Noruego, con suerte de más no volvería a coincidir con él, pero madre mía que Noruego, ojos claros, rubio, piel morena, cuerpo definido, en fin lo que viene siendo un adonis y las mujeres caían rendidas a sus pies, y en la cama… bueno ahí ya si recuerdo que no fue nada del otro mundo pero bueno podía darle un tres. De todas formas no era mi tipo, había caído rendida por el simple hecho de que estaba caliente y borracha…
- Lo sé, fui estúpida. –Me dije a mí misma mientras caminaba a solas por el parking llegando a mi coche.
No se oía nada más que el repiqueo de mis tacones al chocar contra el suelo mientras caminaba de forma desesperada buscando mi coche.
Ahora lo recordaba, plaza 666, bueno he de decir que hacía justicia a mi personalidad.
Y ahí estaba el bebé de mamá, mi Audi R8 Coupé V10 negro. Mi consentido, era mi favorito de todos. Me monté y lo arranqué dirección a la oficina, mientras llamaba a Taylor por el manos libres.
- Taylor, ve a mi casa, coge ropa limpia, zapatos a juego y ropa interior, te veo dentro de diez minutos en la oficina, gracias. –Respondió al segundo tono sin yo darle tiempo a que dijese nada solo escuchar su respuesta nada más terminar de darle la orden.
- Sí señora.
Conduje lo más rápida que pude hasta la oficina, la hora se echaba encima y yo aún tenía que arreglarme.
Entré en el parking del imponente edificio metalizado que había heredado de varias generaciones atrás.
Aparqué en mi plaza de garaje, cerré el coche mientras me dirigía a mi ascensor personalizado que llegaba directamente a mi despacho para no tener que cruzarme con nadie en estos casos.
- Buenos días señora Mazikeen. —Me saludó amablemente Steven, el señor de seguridad.
- Buenos días Steven, espero que tenga buen día. —Le dije pasando rápido.
El ascensor me llevó hasta la última planta del edificio, donde se encontraba mi despacho personal.
Cuando vi a Taylor puntual de pie frente a la mesa de mi despacho con mi ropa en sus manos, me dieron palpitaciones.
Solo de pensar que había estado buscando en mi ropa interior y en mi ropero tocando mi ropa, en mi habitación… Mi respiración se aceleró, mi coño empezó a humedecerse de una forma muy desvergonzada.
Estaba comiéndomelo con la mirada, era imponente, moreno corte undercut reeditado, la barba bien rasurada daban ganas de morderlo, ojos verdes, hombros anchos haciendo que el traje quedase como un guante. Era alto y su cuerpo atlético pero sin ser definido. Su rostro… Podrías desear arder en el mismo infierno solo por besar aquellos labios carnosos mientras lo mirabas y lo montabas una y otra vez.
Pestañeé repetidas veces e intenté controlarme dado que me estaba poniendo nerviosa y no quería que notase nada.
- Señora Mazikeen, aquí tiene su ropa. –Me dijo entregándomela y rozando sus manos con las mías.
- Gracias Taylor, espero que no hayas tenido mucha dificultad para encontrarlas.
- No se preocupe señora, todo estaba perfectamente ordenado y organizado, era fácil de encontrar. —Sonrió mientras quitaba las manos de mi ropa interior.
No sabía si lo había hecho a posta pero se veía de lo más inocente y mi mente estaba saturada de miles de perversidades.
- Se encuentra bien Maze. –Creí oír.
Parpadeé para salir de mi ensoñación, y sacudí la cabeza.
- ¿Dijiste algo? –Pregunté.
- Que si se encuentra bien señora Mazikeen. –Dijo perplejo.
- Sí… Sí. –Balbuceé.
Creía haber oído el apelativo cariñoso con el que mis amigos me llaman en su boca, y realmente sonaba genial.
Me fui directa al baño, preparé una ducha de agua bien caliente. Me recogí el pelo en una coleta alta una vez lo sequé y me vestí.
Ahora sí estaba presentable, un poco de maquillaje y perfume y lista para la reunión de las doce.
Nada más salir del baño me encontré en el mismo sitio donde dejé a Taylor cuándo entré al baño.
Sorprendida le miré, estaba tan guapo, tan alto y olía tan bien como una mezcla de madera y dulce que me embriagaba. Yo me sentía tan pequeña, aún llevaba los tacones en las manos y me sacaba una cabeza. Me sentía como una niña descalza delante de un adulto que está a punto de ser regañada por alguna trastada que hizo.
Cambie mi mirada, yo era la jefa, nadie podía regañarme, me coloqué mis altos tacones negros finos y vi como él bajaba la mirada a mis piernas. Levanté la barbilla con gesto altivo. Ahora si me sentía empoderada, como una reina.
- Por favor Taylor, encárgate de llevar mi ropa a la lavandería. –Le dije con tono neutro.
- Sí señora, ¿la ropa interior también? –Preguntó con deje de sorna en la voz.
- No te preocupes por eso solo la camisa y la falda gracias. –Dije mirando a otro lado mientras un rubor cubría mi rostro. –Ah y reúnete conmigo después para ir juntos a la reunión.
- Sí señora. –Asintió de forma militar.
Eran las doce, la sala de reuniones estaba lista y preparada, solo quedaba esperar que llegase los posibles socios. Taylor se reunió conmigo antes de que llegase todo el mundo.
- Gracias Taylor por todo, pediré que este mes te den un aumento.
- No tiene que hacerlo señora, me gustan mis funciones. –Sonrió de forma ladina y mi respiración se aceleró.
- Bueno, solo quiero agradecerte todo lo que haces, eres muy servicial y creo que lo mereces. –Dije frotándome las manos de forma nerviosa.
- Se lo agradezco pero en vez de aumentarme en sueldo compénsemelo con una buena cena y todos contentos.
No podía creer lo que estaba oyendo, era una proposición de cita… Bueno una cena entre colegas de trabajo no tiene nada de malo.
- De acuerdo. –Asentí.
Astrid, la recepcionista, una impresionante y despampanante rubia de cuerpo de modelo; nada que ver con el mío, lleno de curvas, pecho voluptuoso y culo grande. Lo que es la genética pensé suspirando por desear tener un cuerpo tan perfecto como el de ella.
- Buenos días Mazikeen, traigo café para la reunión de las doce, ya llegan. –Dijo servicial.
- Gracias Astrid.
Miré de reojo a Taylor pero ni siquiera se había fijado en Astrid, como no podía inmutarse ante tal mujer, era una diosa. Cuando miré a Astrid mientras se despedía y entraban los posibles socios vi de reflejo en el cristal de la puerta como Taylor se quedaba mirando mi trasero un gemido apenas audible escapó de mi garganta, sé que él se dio cuenta. Me miró, y sonrió de forma cómplice.
Cuando vi entrar por la puerta a los inversores no me lo creía, allí volvía a estar el Noruego de la cama de esta mañana que no recordaba su nombre.
- Buenos días caballeros siéntense. –Les dije de forma educada con cara de póker.
El Noruego de ojos claros me miró sorprendido mientras tomaba de la cintura a lo que suponía que sería su secretaria personal y algo más, lo cual no me interesaba lo más mínimo, de hecho me hacía un favor.
La reunión procedió sin más acontecimientos de los que esperaba, todo lo que había sucedido es que no habría acuerdo.
Todo el mundo salió de la sala menos Jan, el noruego rubio, que esperó a que yo me quedase sola.
- Taylor espera en mi despacho ahora voy. –Le pedí.
- Sí señora. –Acató la orden.
Nada más salir Jan me miró.
- ¿Podríamos repetir lo de anoche no crees? –Me dijo arrastrando las palabras.
- Lo siento querido, no mezclo placeres con negocios. –Le dije con una sonrisa en los labios muy superficial.
Me fui de la sala a mi despacho directamente, mientras pasaba por el puesto de Astrid.
- Astrid querida, el señor ya se iba, muéstrale la salida. –Le dije con una sonrisa.
Astrid asintió con una bonita sonrisa.
Regresando a mi despacho pasé primero por la mesa de Taylor y vi que Taylor estaba ocupado haciendo cosas así que no quise molestarle ya tenía bastante por hoy el pobre.
- Antes de irte a casa pásate por mi despacho por favor.
- Sí señora. –Asintió.
La mañana transcurrió larga y atareada, todo en perfecto estado. Era viernes y los empleados salían antes.
Taylor tocó mi puerta antes de pasar.
- ¿Necesitaba algo antes de que me vaya? –Preguntó con voz firme y el ceño fruncido. –No queda nadie en la oficina.
- No nada más, puedes irte si quieres solo agradecerte todo lo de hoy.
Cerró la puerta tras de sí, y se aflojó la corbata, y sacó un pitillo de la cajetilla de cigarrillos, se lo encendió y caminó hasta mi sofá gris elegante, se sentó con las piernas abiertas mientras le daba una calada a su cigarrillo. Se quedó un momento pensativo y exhaló el humo al aire echando la cabeza hacia atrás.
Me quedé anonadada por su imponencia masculina, era hipnótico y sexual verle.
- No se puede fumar en la oficina. –Le dije recuperando la compostura.
- ¿Sabes? Ha llamado Jan, dice que te espera en su hotel y que gracias por los cincuenta euros que le dejaste para el desayuno pero que no era necesario. –Le dio otra calada al cigarrillo.
- Es una tontería, no tienes que darle importancia. –Hice un ademán con la mano para quitarle importancia.
- Ya, bueno, también dice que dejaste tus bragas mojadas sobre la cama. –Se llevó una mano a su polla y se la acarició por encima. –También dice que follaste de lo lindo.
- No te consiento que hables así. –Me levante de la silla iracunda y me senté al borde de la mesa para encararlo, mi pecho subía y bajaba como un fuelle y crucé los brazos sobre este, al ver como su mirada iba directa hacía esa zona.
- Pero si consientes que otro te folle y apague el calentón que yo encendí. –Dijo dando otra calada a su cigarro sin inmutarse.
Mis mejillas se sonrojaron, y no sabía dónde meterme. Él volvió a llevar la mano a su polla ya erecta y empezó a tocarse por encima del pantalón.
- Me estás diciendo, que estás cachonda, que te llevo poniendo cachonda desde que entré aquí por primera vez, se como me miras, como se te acelera la respiración cuando me ves entrar por la puerta, tu pecho sube y baja como si hubieses corrido una maratón, gimes muy bajito si ves que miro tu culo o tu escote y te acuestas con otro por no decirme que te mojo las bragas. ¿Eso sí lo consientes? –Dijo poniéndose de pie y apagando el cigarrillo sobre el cenicero y acercándose lentamente hacia mí, dejé caer los brazos a los costados indefensa.
Me sentía acorralada entre su mirada y la mesa, no tenía escapatoria, pero tampoco la necesitaba. Le aguanté la mirada fijamente mientras humedecía mis labios con la lengua y me mordía el inferior. Olía una mezcla de tabaco, una capa fina de sudor y perfume, mis pulsaciones se dispararón.
- Recuerda querido que soy mayor que tú y que a este nivel pierdes. –Le dije sonriendo.
- Creo que puedo apañármelas. –Me dijo mientras se acercaba más a mi cuerpo y apenas me dejaba espacio para respirar.
Pasó una mano por mi cintura para atraerme más a su cuerpo, mis pechos rozaron su torso y mis pezones se pusieron duros al contacto con él, yo llevé mis manos inconscientemente a sus brazos agarrándome a ellos.
Un gemido escapó de mis labios y entonces él me besó de forma frenética e intrusiva, como si estuviera penetrándome con la lengua. Mis bragas se humedecieron en ese instante, más bien chorreaba.
Lleve una mano a su polla y comencé a acariciarle por encima del pantalón. Un suave gemido escapó de su garganta. Apartó sus labios de los míos.
- Joder… Llevaba tiempo queriendo hacer esto. –Me dijo con voz ronca. –Agáchate y cómeme la polla, -me ordenó mientras agarraba mi barbilla con dos dedos- y lo vas a hacer lento, como una buena chica y te va a encantar comérmela.
Sin más me arrodille mientras él se sentaba en el sofá gris se abrió el pantalón y sacó su polla ya erecta, mientras le miraba a la cara, lamía mis labios y los mordía mientras agachaba la cabeza hacía la longitud de toda su polla, primero lamí toda la extensión de está desde la base hasta la cabeza, y con lengua hice círculos sobre ella, para luego meterla entera en mi boca hasta los huevos.
Él agarró mi coleta y empujaba su polla dentro de mi boca una y otra vez simulando una penetración, cada vez lo hacía más rápido, apenas me daba tiempo a respirar y a tragar saliva.
De golpe me levantó en volandas y me subió la falda, me arrancó la camisa dejando mis pechos expuestos a su boca, mientras lamía una y otra vez mis pezones.
Arrancó mis braguitas de un tirón y me puso a horcajadas sobre su polla pero de espaldas a él, tan dura, caliente y mojada por mi saliva.
Mi coño estaba chorreando deseando su polla dentro de mí, empalándome una y otra vez, con cada estocada cada vez más intensa, más fuerte.
Me la metió de una, entera. Una estocada certera que me hizo gemir, pidiendo más. Fui a moverme, para montarlo, pero el agarro mi coleta haciendo que mi cabeza cayera hacia atrás.
- No pensarás que iba a dejar que te movieras así como así, ¿verdad? –Dijo dándome un azote en el trasero, primero en una nalga y luego en otra algo que me hizo gemir de placer.
- ¿Te gusta esto verdad? Te gusta sentirla bien dentro, hasta el fondo. –Dio un embate haciendo que mi culo sonase contra él. –Dios cabrona, se siente tan estrecho, se siente tan bien… Que me gusta.
Yo apenas lograba pensar, todo estaba siendo tan primitivo, tan salvaje y me gustaba tanto que me daba miedo volverme adicta a él.
Mientras agarraba de mi pelo, me volvió a dar una cachetada en el culo.
- Ahora muévete cabrona, córrete una y otra vez para mí, quiero escucharte gemir, quiero escucharte gritar, quiero follarte como nunca nadie lo ha hecho. –Dijo entre dientes.
La verdad es que nadie me había follado con tanta intensidad, solo él se estaba asegurando de hacerlo. Mientras lo montaba una y otra vez, no podía controlar mi cuerpo, era una lenta agonía que solo deseaba llegar al punto culmen de todo aquello.
- Vas a parar ahora, porque si seguimos así me voy a correr rápido de lo que me estás haciendo maldita bruja. –Me alistó a ponerme de pie.
Puso mi torso sobre la mesa, la fría madera rozó con fuerza mis pezones haciéndome gemir de puro placer. Agarró con una mano mi hombro y con otra la cintura para penetrarme más fuerte si cabía.
- Toca tu clítoris, frótalo y córrete, quiero sentir como te corres maldita bruja.
- ¿Y sí no? –Pregunté retándole entre gemido y gemido.
- Entonces igual es que no lo deseas tanto, no te gusta tanto como parecía. –Masculló respirando trabajosamente.
Me toqué como una adolescente que está totalmente desfasada, jamás había sentido este nivel de conexión con alguien, que solo mirarme me mojase las bragas. Hacer que quisiera arrancarle la ropa como nunca antes se lo había hecho a otro.
Salió de mí me giró para encararme, sentándome sobre la mesa, me agarró del trasero y de una estocada me penetró de nuevo.
- Ahora tócate y córrete para mí. –Me dijo mientras me mordía el cuello e hincaba los dedos en mis nalgas haciendo que las penetraciones fuera cortas pero duras.
Me agarré a él como si fuese mi salvavidas con una mano mientras la otra no hacía más que rozar mi clítoris en una tortura exquisita.
No pude resistirlo más y me deje llevar, fue como probar el deleite absoluto, un trozo de ambrosía, tocar el cielo con las manos.
Con un gruñido el echó la cabeza hacia atrás y se dejo ir dentro de mí. Me dio un dulce beso y me ayudó a colocarme la ropa.
- Ahora dime que no ha sido lo mejor de tu vida y que no quieres volver a repetirlo. –Se abrochó el pantalón, cogió un pitillo se lo encendió y salió por la puerta de mi despacho dejándome en estado de shock.
No sabía como había sucedido, ni siquiera en qué momento todo se desmadró pero había sido el orgasmo, más satisfactorio de mi vida.