Mi secdleto de la tlompeta

Toda una saga condensada en una sola historia; o como las pequeñas cosas pueden obrar los mayores cambios en la vida de un matrimonio, hasta el punto de aceptar a un tercero en su lecho por una mera cuestión solidaria.

(Nota añadida por el autor a la conclusión del texto)

Cuando recibí el encargo de escribir este relato, poco me imaginé que la única condición de salvaguardar el honor e integridad de la fuente iban a traerme tantas complicaciones. En mi humilde opinión, las reiteradas demandas en lo tocante a no dejar pasar por alto ningún porqué, y a tener que explicar continuamente los sentimientos y motivaciones de las partes implicadas, hacen de esta historia una larga travesía cuyo destino no dejará satisfecho al que no este dispuesto a disfrutar del viaje. Si aun así esta decidido a emprender el trayecto, recomendaría fervientemente tomárselo con calma y empezar a leer con las dos manos sobre el teclado, o dejarlo para un momento de mayor tranquilidad y sosiego. Por último, puede ser de utilidad tomarse el escrito como una saga, equiparando estos siete capítulos a las diferentes partes de esta.

La caridad es un deber; la elección de la forma, un derecho.”

Concepción Arenal

I

Yo mismo tengo algo de friki. Sólo así puede entenderse que considere el cortometraje de Javier Fesser de mil novecientos noventa y cinco titulado “El secdleto de la tlompeta”, como una obra maestra. Lo pueden encontrar en Youtube, y si esta referencia consigue hacer pasar a alguien un buen rato, con una dosis de un humor casi extinto que desde aquí quiero reivindicar, daré mi relato por bien empleado. Lo he visto decenas de veces y siempre me hace reír. Pues bien, justo al final del minuto doce, el narrador comienza a hacerse una pregunta vital para entender la historia, aunque el que ya la conozca sabrá que lo digo de forma irónica. “¿Por qué la vida en la vieja gasolinera del camino que va de Torrevieja de Matute a Miraelrio de las Fuentes, era prácticamente tranquila?”

Bueno, eso es básicamente lo que nos ha pasado a Mireia y a mí. Esa pequeña diferencia, ese quid de la cuestión que de no ser por él, seguramente nos habríamos decantado por otros caminos completamente distintos. Ya por separado, siempre fuimos dos personas prácticamente normales. Cuando nos conocimos y empezamos a salir, tuvimos una relación casi como la del resto de nuestros amigos y conocidos, y al final acabamos siendo un matrimonio rayando lo cotidiano. Habremos de recordar de aquí en adelante que este matiz será la pregunta vital de nuestro secdleto de la tlompeta.

Creo que ya he retrasado demasiado mi presentación. Mi nombre poco importa, como irán comprobando con el paso de los acontecimientos. Espero que perdonen que no me describa con la misma devoción que sin duda voy a emplear más adelante con mi mujer. Soy un recién ingresado en el club de los treinta, ligeramente más alto que ella y cuyo mayor logro físico en esta vida ha sido mantener a raya los michelines hasta la actualidad. Moreno, de complexión fuerte y poco más, eso sí, en el momento que me veo una lorza, a correr al parque. Pelo corto y castaño, ojos marrones, no duele mirarme... en fin, lo normal.

Con Mireia no pasa lo mismo. Faltaría a la verdad si dijera que es el ideal “giracuellos” tantas veces fantaseado, pero tiene su encanto. Vaya si lo tiene. Con una esbelta figura de metro setenta, destacaré en primer lugar el rasgo que a mi parecer es el más distintivo en ella, y es su pelo. Para el avezado que en este punto piense que insinúo que mi chica es siendo generoso, anti-estética, y que se vale de su cabellera como cortinilla protectora, le informo de que se está precipitando. Simplemente doy fe de un hecho contrastado, porque los negros y voluminosos mechones rizados que acaban casi al inicio de su cintura, sí que llaman la atención. Siendo una persona bastante cabal, no tengo miedo de decir que es de portada de revista. El resto, pues como yo. Claro, aquí debo aclarar que la considero más guapa. Obviamente tendré que achacarlo a la fortuna de poseer una sexualidad no demasiado desviada. Sería extremadamente narcisista estar tan enamorado de uno mismo como de la pareja; en mi opinión, vamos. Entonces, como todas las personas que nos conocen dicen que pegamos y que hacemos buena pareja, rebajaré a regañadientes su puntuación (de estas, tan absurdas) y si yo soy un seis, ella es un siete. No pienso igualar su nota con la mía porque Mireia es más guapa que yo, y no voy a entrar en discusión sobre ese asunto.

Para empezar tiene un don y un saber moverse con su cuerpo, que como para competir estoy yo. A ver, no va meneando el culo en plan actriz “Boogie Nights”. El secreto está en la gracia de su esbeltez. Ella, que nunca tuvo problemas con la báscula en su juventud, en vez de seguir la tendencia habitual de aburguesarse y echar un poquito de aquí y otro de allá como me pasa a mí, siempre fue muy activa y la comida nunca le atrajo la atención en demasía. Es una persona que si se salta un almuerzo o cena tampoco pasa nada, se le olvida porque está haciendo vete a saber qué. Incluso desde hace tiempo tengo que pelearme con ella para que se siente a comer conmigo. Me río por no llorar, veintiocho años y se comporta como una mocosa en ese sentido. Gracias para el que haya pensado que lo hago exclusivamente por su salud pero confieso con vergüenza, que no empecé a tomar medidas hasta que empecé a ver tras su piel huesos que creí que no existían. Menos mal que reaccione rápidamente y ahora la mantengo en un peso aceptable. No quiero herir sensibilidades al decir que soy yo el que la mantiene así, pero estoy seguro que de ser por ella llegaría a un punto que podría ser peligroso para su salud. Incluso ahora me dice que tiene el culo grande y no es verdad, lo que pasa es que como poseé la cintura de una adolescente pues la proporción la engaña, o eso quiero yo creer que piensa.

El otro fuerte sobre mí son sus ojos oscuros, con unas pestañas que te hacen divagar con cual será el secreto capilar del ADN de la familia. Hay chicas que tienen bastantes problemas en que se los miren antes que a las tetas, pues en el caso de la mía no es así; claro que tampoco es que tenga un escote destacado. Es lo que tiene la falta de exceso de grasa, buen culo, torneadas piernas, estrecha cintura, peras pequeñas. Bueno, por lo menos eso permite que se mantengan en su sitio, me cabe una en cada mano y con eso ya doy gracias a la madre naturaleza, ni que yo fuera Andrés Velencoso.

Respecto a nuestras relaciones con los demás pues siguiendo nuestra tendencia, prácticamente como las del resto del mundo. Eso sí, recuerden el matiz. Somos un grupo de siete personas, formado por tres parejas incluida la nuestra y un chico. Aquí en la ancestral, y por otra parte inevitable, guerra entre sexos sobre qué genero prevalece, he de decir que primero me hice amigo de Illán, él con el paso de los años conoció a Mario y Damián en la facultad y me los acabó presentando. En todo ese proceso, en el pulso anteriormente mencionado, fuimos nosotros quien acabamos echando novia, “arrancándolas” de forma encubierta y progresiva de sus respectivos círculos de amigas para que fuesen absorbidas por el nuestro. No me odien si no me dan ninguna pena, ellas hubieran hecho lo mismo. En este apartado, ignoro interesada y descaradamente al porcentaje de grupos que nacieron de la democrática fusión entre ambos sexos. Aún así, pienso que somos una peña bastante unida. Eso no significa que no tengamos tiempo para las diferentes vidas en pareja. Me explico, nuestra vida social no se resume a una existencia grupal permanente. Lo más común es que quedemos una media de una vez por semana, que no quiere decir que se tenga que cumplir a rajatabla. Puede ser en día laboral o el fin de semana, o a veces ni eso. Hemos tenido muchas horas para hablar todos ya que es lo que más solemos hacer, en cualquier circunstancia y en el sitio que sea, y nos conocemos de cabo a rabo. Con una confianza tan arraigada no hay tema que no hayamos dejado por tocar. Cualquier viandante distraído que se cruce con Mireia y yo en la vuelta a casa tras una de nuestras reuniones de amigos, probablemente no repare en esa pareja que camina abrazada por la cintura con aire cariñoso y juguetón. Y se sorprendería si viera como ese dúo romántico abandonase de repente el curso natural de la acera para girar bruscamente hacia un pequeño local, apenas visible para el que no sabe lo que buscar. Le extrañaría verlos saludar a los porteros con aire risueño e introducirse en su interior. Hasta allí nos había llevado la primera parada del quid de la cuestión.

Créanme si les digo que no es totalmente de mi agrado destapar aquí las preferencias sexuales de nuestro matrimonio, pero en este caso es importante para comprender porqué mi mujer y yo estábamos en ese antro sin ser la primera vez. Particularmente a mí me chifla el sexo, sé que algunos estarán en mi situación y me entenderán. Sí, yo soy de los que piensa que me gusta más que a la mayoría. En casi todas sus variantes (aquél que le guste en TODAS creo que debería hacérselo mirar). Cosas que no me atrevería a confesar bajo tortura me han llegado a calentar en determinado momento, al buscarlas en la red sólo por aburrimiento. Es extraño que alguien tan tranquilo y pasota como yo sea tan curioso referente a ese tema. El encontrarme con Mireia ayudó a aplacarlo, pero viene a ser como la vicodina de House, y ella tiene cosas más importantes que hacer aparte de estar complaciendo a su marido cuando a este se le antoje. Afortunadamente, mi adicción no es como la del genial doctor y puedo controlarla, yo creo que en parte gracias a la educación típica y tradicional que he recibido toda mi vida, en la que la estabilidad y monogamia es el fin ultimo de todas las cosas. En resumen, mi existencia se ha ido convirtiendo gradualmente en la un perro de presa en moderada tensión. Inmóvil y en silencio, con la correa tirante en todo momento y las orejas levantadas olisqueando de forma ocasional en busca del polvo perfecto, la recreación personal de una de mis top cinco escenas porno, y son incontables. Es mi sueño imposible, mi Dorado, pero de forma irónica lo que me mantiene en el mundo de la realidad y me impide lanzarme a cometer locuras de las que me pudiera arrepentir.

Mireia en cambio, es más pragmática y tiene otras perdiciones y otros frenos. No logra explicarme exactamente el porqué, pero es exhibicionista. Teoriza que la causa podrían ser ciertos complejos que tenía en el colegio que aunque ya superados, ahora la hagan buscar reafirmarse, y termina diciendo que su propósito no es escandalizar a nadie, sólo poner caliente al personal. ¿Qué quiere decir entonces? Que es una chica completamente normal en su vida diaria que muy de vez en cuando, en ocasiones especiales y espaciadas en el tiempo, se deja llevar cual licántropo en luna llena y hace un poco de espectáculo en el local de turno. Y en contra de lo que probablemente se imaginan, los únicos sitios donde se desnuda son en las playas destinadas para ello. Prefiere utilizar sus ojos sabiamente maquillados para estremecer a los fisgones a base de miradas lascivas a la par que demuestra una actitud muy sensual y lanzada conmigo, como si quisiera hacerles soñar que esos besos y esas caricias obscenas que me da deseara tenerlos con ellos. Pero ahí entra su miedo y lo que la echa para atrás. La sociedad y el orden establecido. Lo quiera o no, es una chica buena y decente de puertas para afuera (aunque en confianza tiene un carácter abrumador e indomable); le importa demasiado lo que piensen los extraños y siente muy incómoda cuando las cosas no salen como tienen que salir, y a veces pasa. Se muere de vergüenza cuando algún reprimido la mira mal, o se pone paranoica si el camarero nos vigila demasiado porque piensa que nos van a echar del pub, o incluso llamar a la policía. Yo le digo que deje de alucinar, pero si no va a estar a gusto a partir de entonces, ¿para qué seguir? Por eso, en la época de los locales de moda convencionales, nos contentábamos con los juegos de miradas acompañados de vestimentas provocativas y todo tenía que ser muy light. Era como estar sediento y después de pedirse una cerveza fresca, poder beber solamente la espuma que rezuma por el borde de la jarra.

Estábamos especialmente aburridos la noche del sábado que surgió la idea de acudir a un bar de parejas liberales. Mireia, en una costumbre suya que aborrezco, zapeaba en el sofá de casa sin ton ni son, cambiando canales de forma aleatoria y cada cinco segundos. En esto, no se porqué, le mandé parar en uno en el que emitían un documental sobre este tipo de sitios. A medida que pasaba el metraje yo me iba calentando sobremanera, no porque deseara que se taladraran a mi mujer como decía un tipo de antifaz al que entrevistaban, si no por algo tan fácil como que me excita ver sexo, y si es real mejor, y si es morboso pues para qué quiero más. También hablaba la relaciones públicas, que a la pregunta de qué tipo de gente solía frecuentar su negocio respondió que mayoritariamente de buena clase, que era un error muy común pensar que sólo iban obsesos para montar orgías romanas, si no que era bastante habitual que también lo visitaran personas desinhibidas y un poco voyeurs o exhibicionistas. Gente a la que le gusta mirar y ser mirada sin temor a ser juzgados, más bien todo lo contrario. En ese momento me volví hacia mi esposa y la miré. Se hizo la longuis durante unos segundos fingiendo que no veía más que la pantalla, pero ante mi muda insistencia, al final claudicó y se giró hacia mí con una media sonrisa.

-Bueno, pero para conocerlo nada más, ¿eh? Tú junto a mí todo el rato, y si pensabas meterme en el pasillo de los agujeros en las paredes, ya te puedes ir olvidando.- Acabó con una suave risa.

Yo en principio me quedé sorprendido, pensé que tendría que aplicarme algo más en convencerla, aunque no es menos cierto que intuía que lo haría después de todo. Así pues estaba todo hecho, porque sabía de la ubicación de un sitio parecido, siempre por un camarada de un amigo, claro está.

La primera vez que bajamos aquellas escaleras escasamente iluminadas, llegamos hasta una pequeña barra que en realidad era casi lo único que se veía al acceder a la sala principal. Las mesas que salpicaban parte de la pista solamente contaban con un débil haz en el centro de cada una y la zona de baile, más alejada aún, estaba tan oscura que a esa distancia apenas se intuía si estaba ocupada o no. Nos dirigimos directamente a la barra, más expectantes que nerviosos. Nos tomamos tan en serio el propósito inicial de “solo mirar” que ni siquiera nos arreglamos especialmente para la ocasión. Cuando entramos, nos decepcionó algo el ambiente un poco lúgubre y frío que aparentaba reinar. Personalmente me esperaba más algo glamouroso y animado. Un camarero un tanto estirado a mi juicio, nos informó secamente que si queríamos tomar nuestra consumición en una mesa él nos la llevaría. Viendo que esa parte estaba desolada decidimos ir a una de ellas. Como soy así de perro y rencoroso y me cayó mal el hombre, opté por la más próxima a la zona de baile, que a su vez era la más alejada de donde estábamos, para que así se tuviera que joder y caminar lo máximo posible para acercarlas.

Una vez sentados pudimos verificar que sí había un grupo de personas moviéndose al ritmo de una música barata, de calidad un peldaño por arriba a la utilizada en el hilo ambiental de la consulta del dentista. La escena podía compararse a un baile de instituto desmadrado, la mitad de los dúos estaban más preocupados en morrearse y meterse mano que otra cosa. Había un par de corros y algún que otro parásito solitario pegado a algún miembro de las parejas, siempre al femenino. Más acomodados en nuestros sofás, empezamos a fijarnos en el resto de la sala. Los que estaban sentados como nosotros hablaban relajadamente, bien juntos entre sí, o incluso las chicas sobre las piernas de los chicos. Igualmente algunos de ellos se dedicaban a la placentera tarea del magreo mutuo. Estuvimos un rato comentado la actitud de cualquiera de ellos y como no, su apariencia; si eran guapos o no, o si les veíamos novatos como nosotros.

Como el camarero, me parece a mí que en particular venganza, se estaba tomando todo el tiempo del mundo en traer lo que habíamos pedido, decidimos levantarnos e ir a bailar para disfrutar un poco el uno del otro. Nos sentimos muy a gusto meciéndonos al compás de la canción que sonaba, mientras en nuestra cabeza se empezaba a formar la idea de hacer uno de nuestros shows, pero esta vez en mayor confianza y seguridad ya que allí nadie nos iba a mirar mal por ello. Dicho y hecho, nuestros besos comenzaron a ser menos castos para acabar intentando meter la lengua hasta el fondo de nuestras gargantas, e incluso mi mujer me cogió el mentón con la mano, levantándolo para lamerme el cuello mientras yo le apretaba ambos cachetes del culo. Hasta ahora, en todos los bares donde habíamos hecho algo similar, la respuesta normalmente no solía pasar de disimuladas miradas, condicionadas por la extrañeza de toparse con dos desconocidos en tamaña actitud. En ocasiones se presentaba algún atrevido que mantenía el cruce con Mireia sonriendo de forma lujuriosa. Esos eran los mejores días y los más apasionados al llegar a casa. Pues bien, ahora esos “descarados” se multiplicaron. Los que bailaban a nuestro alrededor eran ávidos espectadores, mientras ellas sobaban los paquetes de sus acompañantes por encima de la ropa. Los ojos cautivados que nos escrutaban encendieron más nuestra excitación, y dos de las mesas lindantes se vaciaron para unirse a nuestro sensual foco de calor. Mireia me tenía agarrado de donde ya saben, apretando rabiosamente mi bragueta, cuando yo quite las manos de sus posaderas y las metí debajo de su camiseta para estrujar el sostén. Ella aflojó su abrazo sobre mí y echó la cabeza hacia atrás incitándome a que la besara en el cuello. Sonreía a los más cercanos y se pasaba la lengua por los labios de forma obscena. Con lo que no contaba es que pudiera ser considerado como una invitación por parte de algunos y, antes de que pudiese siquiera saber que estaba pasando, tenía dos zarpas en sus nalgas que no eran las mías. Noté que se ponía algo tensa, pero no montó ningún número ni se marchó corriendo. Aguantaba con sorpresa y extrañeza los manoseos que ahora estaba recibiendo. Por mi parte, yo seguía como si nada. Y ahí se fastidió todo, de repente empezaron a aparecer un montón de manos que como anguilas, se colaban por las rendijas que dejábamos entre nuestros cuerpos y la exploraban como si sus dueños fuesen todos ciegos. Hubo un momento en que le estaban estrujando desde el culo hasta las tetas y, cuando le empezaron a meter mano por delante pasando los dedos entre las costuras del jean que cubrían su vagina, Mireia se agobió y quiso abandonar esa zona para ir a sentarse de nuevo. Estuvimos un rato más y las bebidas aún no habían aparecido, tenía cojones el tío. Yo la observaba; desplomada sobre el sillón como si estuviera crucificada, respiraba profundamente en un intento de recuperar el aire. Nos miramos el uno al otro y sin decirnos nada, nos levantamos y nos marchamos como alma que lleva el diablo. Hicimos el camino a casa que ni Haile Gebrselassie y al llegar echamos un polvo memorable. Desde entonces, cada varios meses repetimos la experiencia. Yo, que soy siempre el curioso y el instigador, gracias a internet acabé siendo un habitual de los foros liberales y a través de ellos conocí algunos lugares que son recomendables en mi ciudad. Así hemos ampliado nuestros horizontes. Esas son nuestras noches especiales del año.

Estas ocasionales salidas se conocen en el circulo de los siete, así como nosotros sabemos que Illán y la mujer, con su pinta de adictos al gimnasio y a la lámpara, tuvieron un par de cruces de cuernos en su relación. Claro que los ambientes nocturnos donde les gusta moverse tienen sus peligros. A su vez, Mario y África, mucho más hippies y espirituales que los anteriores, nos confesaron que cultivaban hierba y que pagan media hipoteca con lo que ganan pasándola a unos amigos que tienen con los que van de acampada. Parece extraño que unas parejas tan diferentes entre sí tengan una relación de gran amistad que perdure en el tiempo, pero así somos nosotros, casi normales.

Aunque para raro, Damián. No quiero molestar a nadie ya que yo mismo he aclarado al principio que tengo parte de tal, pero es que él es completamente friki. Quiero decir, el estereotipado, de manual. No es que se pase su tiempo libre organizando partidas de rol en vivo o perdido en foros de dragones y mazmorras, que lo hace. Es su carácter infantil y sus claras ansias de ser aceptado por el grupo lo que lo definen así. Es absurdo, porque da igual el tiempo que lleve con nosotros siendo un miembro más; él no supera esa etapa, lo que le impulsa a dedicarnos largos monólogos en los que nos demuestra que él sabe todo de todo. Detalles como ese le hacen ser un poco fantasma, dicho de forma caritativa. Pero aparte de eso es buen chaval y aquí cada uno tiene lo suyo, así que los chicos del grupo lo aceptamos y estimamos. Con las chicas tiene mucho mejor trato que con nosotros. A ellas las encandila con su verborrea porque no están acostumbradas a encontrar un hombre que hable tanto como ellas. Lo siento querida lectora pero es la verdad, las mujeres de esta pandilla hablan la tira. A los tíos nos aburren, menos a Damián, claro. Él se enzarza horas y horas en sus conversaciones interminables. Lo consideran el amigo gay, ya que tampoco se tiene noticia de novia conocida hasta la fecha, ni rollito de primavera, ni nada que se le parezca. Quizá debiera cortarse las greñas y poner un poco al sol su blanquecino cuerpo pero vamos, nada que justifique semejante fracaso.

De hecho, en una de nuestras noches de revelaciones nos enteramos no sólo de que era virgen, lo que ya suponía todo el grupo, si no, y he aquí lo sorprendente, que nunca se había besado con nadie. Ni siquiera había tenido un rollo de fin de semana. No conocía la sensación de magrear a un ligue en los oscuros reservados de una discoteca un sábado por la noche; o de probar unos labios y tocar unas piernas en un coche, cine, descampado, o donde fuera. Nos quedamos todos alucinados, sabíamos que Damián era diferente pero aquello nos superaba. Teniendo en cuenta que ahora estamos cerca de la treintena y esto sucedió al comienzo de nuestra relación, en aquél entonces rondaríamos todos los veinte. Se le hicieron mil preguntas, pero para no eternizar esto diré que se mostró entre resignado y abatido, con una secreta y endémica costumbre de subestimarse a sí mismo. Se notaba que empleaba todas sus energías en ocultar esa debilidad y eso a la larga debía de ser agotador. Las chicas se apenaron por él mucho, realmente se las veía hasta afectadas. A mí no se me escapó que, en un determinado momento, África susurró discretamente algo al oído de Mario. Yo no pude escuchar su respuesta, pero supe por sus gestos que le estaba diciendo algo parecido a “me da igual”. Entones ella se deslizó hasta quedar sentada frente a Damián y extendiendo los brazos hacía él, le pidió que la achuchara. Mientras estaban fundidos en un amistoso abrazo, África le dijo que era un tío que valía mucho y que un montón de chicas se interesarían en un futuro por él, que para su gusto no era feo y que sus amigos no iban a permitir que siguiese yendo por la vida así, sin haber tenido un rollo tonto como el resto de la humanidad. Damián no comprendía nada. Y no era el único, sobre todo cuando vimos como la chica cogía una de las manos de él y la posaba suavemente al costado de su pecho. Todos giramos instintivamente hacia Mario, que estaba tomando todo pancho una cerveza. Él nos devolvió la mirada, aparentemente sorprendido por nuestra reacción y habló.

-¿Qué? Sólo es un beso...

Entonces, como gatos de calendario, volvimos a fijarnos silenciosamente en la recién formada pareja. Damián, desconfiado por experiencia, nos escudriñaba uno por uno tratando de adivinar si le estábamos tomando el pelo como en innumerables ocasiones anteriores. África no le ayudaba para nada, puesto que no hacía otra cosa más que sonreír, mientras hacía bajar la temblorosa mano que tenía atrapada por el flanco de su cuerpo. No le dio lugar a la duda, ni le hizo enfrentarse a la prehistórica disyuntiva sobre si lanzarse o no; es más, ni siquiera le ofreció la oportunidad de echarse para atrás. Empezó juntando sus labios con los de él para, poco después ir abriendo la boca y tratar de invadir la otra con la lengua, cosa que no tardó en suceder. “Sólo es un beso” había dicho Mario, pero eso nos estaba pareciendo algo más que un beso, con esa encarnizada lucha de apéndices y la mano de Damián posada en el culo de África, que era donde esta la había dejado. La escena me estaba poniendo a tono, y eso que a mí particularmente no es que ella me excite demasiado. Es muy guapa de cara, con rasgos afilados, pero es esquelética. Con decir que está más delgada que Mireia ya lo digo todo. Lo dicho, huesos para el caldo. Aunque lo cierto es que para nuestro compadre virgen, tenía que estar siendo un sueño estrenarse en el arte de los besos con una muñeca como aquella. Cuando al fin se separaron, él no pudo más que articular un débil “gracias”. Ella, se besó la yema del dedo índice y le golpeó ligeramente con él la punta de la nariz mientras le guiñaba un ojo. Una vez pasó todo, nos dimos cuenta de que en realidad no acabamos tan escandalizados como lo estábamos cuando empezó la acción. Era como si nos hubiésemos adaptado a velocidad de vértigo y nos volviésemos a sentir en la confianza habitual. Eso sí, siempre me quedé con la duda de hasta que punto le impresionó todo a mi mujer, porque las veces que me había girado hacia ella en el momento del beso la encontraba inmóvil como una estatua, contemplándolo con los ojos abiertos como platos.

II

Entre tanto, Mireia y yo seguíamos a lo nuestro. El problema es que la frecuente repetición de cierta actividad, por excitante que sea al comienzo, conduce a una rutina que con el paso del tiempo va haciendo que se reduzca su impacto y efecto inicial. Viene a imitar los efectos adictivos de una droga. Por eso, al final siempre se quiere ir mas allá, atreverse con algo nuevo, diferente; una dosis de adrenalina mayor que haga revivir la magia de la primera vez. Así, en las siguientes visitas a aquellas estigmatizadas y tórridas pistas de baile los dos nos habíamos ido soltando, por decirlo finamente. Ella ya no sentía el impulso de salir corriendo al sentir una mano extraña en sus nalgas, nos observábamos abiertamente con las otras parejas que teníamos alrededor, e incluso intercambiábamos frases sueltas, halagos o tonterías sin trascendencia. Habíamos bailado con otros en diferentes situaciones; con ritmo, salsa, lentas... había habido tocamientos con desconocidos; a veces tímidos, otras más audaces, nunca exagerados. Por un acuerdo tácito que nunca nos hizo falta concretar de palabra, los besos ajenos nunca duraban más de dos o tres segundos. Al final, ese subconsciente deseo de tratar de superar la experiencia anterior culminó en una noche de primavera que, una vez sopesado el riesgo de hacer con ello mi narración aún más larga, creo que vale la pena detallar.

Toda era, todo espacio en el tiempo tiene su punto culminante. El momento definitorio e irrepetible que le da la trascendencia necesaria para poder denominarse como tal. Aquella madrugada de sábado lo fue en lo referente a las excursiones a locales liberales. Los astros estaban alineados en la mejor época del año para mí con la promesa del verano. Había venido un calor adelantado con lo que eso conlleva, y estábamos los dos últimamente algo traviesos y salidos. Para colmo, ya éramos veteranos en el asunto liberal y nos encontrábamos en ese punto en el que nos dedicábamos a buscar vías alternativas que nos sorprendieran. Por eso nos habíamos propuesto llegar a nuestros límites; sin traspasarlos, eso sí.

Después de cenar en casa, cogimos el coche y fuimos al encuentro de nuestros amigos, que nos esperaban en una cervecería. Yo iba vestido con un pantalón tejano negro y camisa del mismo color de manga corta., soy así de original. Mireia llevaba unos leggings oscuros que sólo eran lo suficientemente gruesos como para no transparentar. Los utilizaba como medias, los combinaba con un vestido suelto color champán que le llegaba hasta medio muslo, y en los pies unas bailarinas del mismo tono con un lazo cada una. Eso sí, perfectamente maquillada y luciendo un elaborado recogido en el pelo que la hacía parecer más alta que yo. La velada con nuestros colegas trascurrió con normalidad y hubiese sido corta si dependiera de nosotros, puesto que teníamos en nuestro interior el gusanillo de ir a una de nuestras guaridas prohibidas. Pero Illán porfió hasta que consiguió que saliésemos todos un rato por ahí de marcha. Nos quisimos negarnos con demasiada vehemencia no fuese a ser que se nos viese el plumero, así que convenimos en beneficiarnos de ello y zorreábamos entre los dos cada vez que se nos presentaba la oportunidad. Serían cerca de las cuatro de la mañana cuando, después de despedirnos de todos y caminar un buen rato llegamos hasta donde habíamos dejado el coche. Lo abrí con el mando y Mireía se metió por la puerta de atrás dejándola abierta. Mientras yo encendía un cigarro apoyado en ella, hacía pantalla para que cualquier mirón no pudiese ver lo que pasaba dentro. Me reí pensando en la paradoja mientras en el asiento, mi chica se sacaba el vestido por la cabeza con sumo cuidado de que no se manchara de maquillaje y se desabrochó el sostén, dejando al tibio aire nocturno unos pequeños pezones que se erizaron inmediatamente. Sacó de una bolsa un llamativo corsé malva con delicados bordados negros y se lo colocó con gran habilidad, aunque al final tuve que ayudarla desde mi posición. Se cambió las inocentes bailarinas por unos botines negros y brillantes con un tacón de vértigo y salió del coche. Me miró con aire inquisitivo y, aunque yo ya la había visto en las pruebas de vestuario que habíamos realizado en casa los días anteriores, quiso saber por última vez mi opinión sobre su atuendo.

-¿Y bien?¿Triunfaré?- dijo girando sobre sí misma con los brazos en jarra, en equilibrio perfecto sobre su elevado calzado.

El corsé era del tipo palabra de honor, permitiendo que el escote y la espalda lucieran en todo su esplendor, a la vez que fijaba su ya marcada cintura y hacía parecer sus caderas mas anchas, lo que me ponía a mil. Los leggings, que con el vestido apenas habían tenido relevancia ahora mostraban una imagen espectacular, la de la nítida forma de las piernas y el culo redondo de mi mujer. Si no fuera porque eran oscuros, sería como si no llevara nada. Con la silueta que tiene Mireia, esas prendas la hacían parecer una pantera, la depredadora definitiva de la noche. Esa fue una de las tres veces que más guapa la vi hasta hoy. Otra fue el día de nuestra boda y en la que queda estaba casi desnuda.

Para aquella ocasión habíamos escogido nuestro local favorito, mucho más parecido a una sala convencional que otros. Con una iluminación más viva, menos aburrida, y música bastante decente que permitía a mi chica explotar al máximo su arte para el baile del chumba-chumba. Vergonzosamente fanática de la MTV, siempre le decía medio en broma que podía ganarse la vida como figurante de video-clips. Cuando digo que Mireia es una mujer llamativa creo basarme en hechos objetivos. De hecho muchas veces era un problema, porque normalmente teníamos que irnos antes de lo previsto por culpa de la irrupción de espontáneos demasiado impetuosos, algo que no le sucede a todo el mundo que va; aunque en honor a la verdad, nosotros ayudábamos a ello más que los demás. Pero no por que esa fuese nuestra intención, simplemente éramos más activos o descarados, desinhibidos, qué se yo. De todas maneras no estoy diciendo que no haya por la calle chicas más atractivas que mi mujer, pero por esos ambientes eran las menos. De treinta para arriba, todos de una apariencia tan normal que parecía imposible que fuera casual, un caramelo que parecía sacado de cualquier plataforma de discoteca era una tentadora presa en la sabana urbana nocturna.

Mientras el camarero nos llevaba lo de siempre a nuestra mesa habitual, saludamos a varios conocidos y nos acomodamos para aguardar tranquilos el momento adecuado para entrar en acción. No tuvimos que esperar mucho para que sonasen los primeros acordes de My humps de The black eyed peas. Ella se levantó de un salto y riendo estiró un brazo hacia mí, pero yo me negué.

-Venga, tía, yo no tengo ni idea de bailar esto y tú hasta te sabes los pasos de memoria. ¿Por qué no haces un baile sexy sola para que te veamos todos un poco?

No tuve que decirlo una segunda vez. Ella amplió más su sonrisa y se alejó de mí, dejándome deleitarme con el contoneo de sus caderas y porqué no, el bamboleo de su culo. En el momento en que comenzó a danzar al ritmo de la música, fue cuando comenzó el espectáculo y nunca mejor dicho. Imitaba a la perfección los movimientos y gestos de Fergie; quien haya visto el video, podrá hacerse una idea del efecto que estaba produciendo en los espectadores. Cuando empezaron a aparecer en lo alto los destellos de las primeras pantallas de móvil grabando la actuación, pensé que era hora de hacer algo. Saqué el mio y me dispuse a hacer lo mismo. Algunas mujeres sacudían los miembros de sus maridos a petición de estos, y cuando algún impaciente quería acercarse a Mireia para compartir su baile y acapararla para sí, eran otros los que lo apartaban para que no molestase a la improvisada estrella que estaba haciendo las delicias de los presentes. Cuando terminó, un espontáneo aplauso resonó en la sala con tanta intensidad que la sonrojó y la obligó a saludar al respetable un poquito azorada.

A mí no me dio tiempo a salir a la palestra para unirme a mi pareja, ya que cuando me quise dar cuenta estaba rodeada de buitres que la asaltaban desde todos los ángulos, provocando un cierto caos que hacía que el encanto se fuera desvaneciendo. Afortunadamente, algunas de las chicas presentes parecieron picarse y se unieron al improvisado corro, engatusando a unos cuantos maromos y dispersándolos lo suficiente para dar cierto orden y atractivo al conjunto. En una rápida disputa parecieron resultar vencedores una pareja y dos hombres, que fueron los que se quedaron al lado de Mireia. Esto era nuevo, en vez de ofrecer ella y yo un show a los demás, estaba disfrutando de uno montado especialmente para mí.

Todo esto sin dejar de mecerse con Lonely de Akon, ella acariciaba la cara y el torso de los dos personajes que tenía a ambos lados mientras alternaba sus ardientes miradas de uno al otro. Ambos, aún un poco incrédulos de su fortuna, se limitaban a acariciar suavemente la cintura de Mireia y lanzaban débiles avanzadillas a las partes del cuerpo que dejaba fugazmente libres el que estaba situado detrás. Muchos lo conocían y yo entre ellos. Hristo; casi metro noventa de venas, bíceps, tríceps, y todo lo que se te ocurra que acabe en “íceps” y “ales”. De aquella nadie sabía como se ganaba la vida, aunque eso no es lo que daba miedo. Lo que realmente acojonaba es que ninguna persona quisiera saberlo. Pelo rubio cortado al estilo militar, cara estilo Tom Berenger en Platoon, había que decir en su defensa que nunca empezó una pelea. Eso sí, el par de ellas en las que participó las terminó de forma amoral. Todavía recuerdo al incauto que importunó a una chica con la que estaba Hristo. Lo que no sé, es si lo reconocería hoy en día si lo viera después de como lo dejó cuando acabó con él. No era un hombre de muchas palabras; en realidad no hablaba con nadie, sus únicos síntomas de sociabilidad era el pibón de turno con el que aparecía, que invariablemente cambiaba cada pocas semanas. Mireia le tenía cierto respeto así que, viendo lo entregada y receptiva que estaba en ese instante, dudé que conociera la identidad del hombre que le estrujaba el culo y los pechos mientras frotaba el paquete contra su parte posterior. La eventual novia del gigante rubio, una morena de pelo corto, de nariz aguileña y no demasiado atractiva pero con un cuerpo de estrella del porno, besaba en el cuello a mi mujer ya que esta no le permitía ir mas allá. El que estaba consiguiendo excitar más a mi esposa era la bestia parda que la sobaba desde atrás sin ningún miramiento. En cierto modo lo comprendía, ya que ella tiene un puntito masoquista del que puede dar testimonio un gancho que tenemos discretamente colgado del techo de nuestro dormitorio.

Estaba desatada, dispuesta a llegar hasta el límite que nos habíamos marcado. Él abarcó su cuello con una de sus manazas y la empujó para delante, obligando a mi chica a poner el culo en pompa. Sin más, maniobró rápida y hábilmente para sacar de su guarida un monstruo tan grande como el antebrazo de Mireia. Con ese tremendo aparato en proceso de erección, la fustigó varias veces en las nalgas. Ella, que no es tonta, pudo intuir el tamaño del miembro que la golpeaba y quiso girarse para ver quién era el dueño de semejante prodigo, pero la garra que la atrapaba por el gaznate no se lo permitió y la mantuvo rudamente mirando hacia delante. La conozco y por la cara que puso, sé que eso le gustó. Hasta tal punto que pasó del manoseo a los tipos que tenía a su vera a atrapar directamente sus braguetas. Ellos se apresuraron a abrírselas, algo que por normal general habría dado tiempo a enfriarse a mi voluble mujer, pero hoy no. Esperó pacientemente a que enseñaran su ropa interior para volver a masajear aquellas barras de acero ardiente. Me miraba con la cabeza ladeada y los ojos bien abiertos en una mueca de sorpresa y vicio, mientras recibía en su centro del placer las caricias del mandoble que Hristo había introducido entre sus piernas. Ella, al sentirlo la primera vez las había cerrado en un acto reflejo, pero el bárbaro la agarró del pelo y tironeó de él como si de una yegua se tratara. Mireia se revolvió con saña y protestó en un tono alto, sin gritar pero cerca.

-¡Del pelo no! ¡Suéltalo, por favor!

Él obedeció a medias, dejó de tirar pero mantuvo firmemente sujeta su melena y reanudó su movimiento de caderas, queriendo hacerse entender. Hasta que ella no relajó un poco la tensión de sus muslos permitiendo otra vez vía libre no dejó de aferrarse a su presa. Esta brusquedad no hizo más que acumular una mayor energía sexual si cabe en el sobrepasado cuerpo de mi mujer. Sólo un minúsculo tanga negro y la etérea tela de los leggings los separaba de una follada épica. Hristo intentó deshacerse de dichas prendas, pero ahí sí que se encontró con una firme e irrevocable negativa. Afortunadamente parece que se conformó con pasar su estaca desde atrás por su vestida vagina. Con lo delgada que es ella no era difícil para semejante instrumento traspasarla de forma completa. Efectivamente, algo más que el capullo asomaba por delante a cada embestida, lo que aprovechó la vampiresa que se había colado en la fiesta y había recibido el rechazo de los besos de mi chica. Lo que hizo a continuación es ir bajando poco a poco mientras la acariciaba hasta meter entre sus labios la polla que brotaba de la entrepierna de Mireia. Su novio aceleró el ritmo, convirtiendo los pausados restriegues anteriores en furiosas acometidas. Desde mi posición pude darme cuenta de que mi esposa, dejándose llevar por la enajenación, había asaltado los calzones del par de secundarios y les estaba haciendo sendas pajas que las malditas telas me impedían ver. La escena era impresionante, los empellones del musculado Hristo habían llegado a tal punto que hasta pensé que le había agujereado los leggings y se la estaba cepillando de verdad. La tremenda lechada que entre gruñidos derramó en la boca de su chica, pronto me sacó de mi error. A su vez, uno de los masturbados aprovechó la coyuntura para vaciarse dentro de su ropa interior. El otro no estuvo tan listo y se quedó con las ganas cuando Mireia sonriendo, llevó una mano a su ingle y la otra la enredó en el cuello de su anónimo jinete. Al tantear su altura se intrigó, y al girarse y encontrarse cara a cara con Hristo hubo un momento en que se quedó parada, pero recuperó pronto la compostura gracias al apabullante aplauso que le brindó toda la sala. Cuando al fin terminó de saludar se sentó a mi lado sin dejar de observarme fijamente, entre temerosa e interrogante. Sin saber muy bien la razón, quise hacerla sufrir un poco.

-Esto es nuevo- murmuré con una voz completamente neutra.

Supe que se había puesto ligeramente a la defensiva por la forma de cruzar sus brazos y sus piernas, las mismas que hace unos minutos abarcaban un falo colosal. Se arrellanó sobre su asiento aparentemente tranquila, esperando que su marido siguiera hablando. Yo en realidad estaba que explotaba y lo único que deseaba era irme de allí cuanto antes. Daría lo que fuera por tener el poder de chasquear los dedos y aparecer en mi camita tirándome a mi hembra. Entonces, un plan perverso empezó a formarse en mi mente para darle más morbo a la ocasión.

-Prefiero hablar del tema en casa, si no te importa.- Mi inescrutable tono zanjó la conversación. Manteníamos un duelo de miradas en el cuál yo no hice ningún gesto. Mireia, por su parte, no pudo ocultar del todo su malestar. Además, percibía por su semblante y unos ademanes suyos que tengo concienzudamente estudiados, que se estaba enfadando por momentos.

-Si quieres, nos vamos ya.- La sequedad de sus palabras me lo corroboró. Ya no se molestó en intentar disimular su disgusto; seguramente había esperado algo más de entusiasmo por mi parte, así que pensaría que estaba en presencia de un repentino ataque de ego masculino.

El trayecto de vuelta lo hicimos en silencio sin siquiera cruzarnos una mirada, sumidos en nuestros pensamientos. Yo, cachondo perdido; ella, cabreándose a medida que pasaban el tiempo y los kilómetros. Lo primero que hizo al traspasar el umbral de nuestra casa fue quitarse los botines con gesto de alivio, mientras tanto me dirigí al dormitorio. Reconozco con vergüenza que estaba un tanto cerdo, la verdad. Su orden y limpieza había caído dentro de mi odioso “calendario de tareas”, el cual había ignorado de forma irrisoria. Obviamente Mireia estaba que trinaba con el tema, osea que más leña al fuego. Tragué saliva ante lo que ahora me parecían unas previsiones demasiado optimistas tomadas en el calor del momento. Quizá hubiese sido mucho más fácil (y seguro) decir en la mesa del club que había estado increíble, que me encontraba como una moto y que por favor, nos fuésemos ya que me moría de ganas por clavársela. No pasaron ni cinco minutos cuando ella, siguiendo mis pasos apareció por el dintel, poniendo la misma mueca de asco de estos últimos días al ver otra vez el descuidado estado de la estancia. Esa expresión yo era capaz de verla hasta con los ojos cerrados. Pasó entonces al lado de la cama donde estaba sentado sin hacerme el menor caso. De la que se alejaba me levante, la agarré fuerte por el brazo y la giré violentamente. Mieria me miró muy seria y con los ojos totalmente abiertos, amenazantes, con esas pestañas que dan miedo.

-¿Pero qué haces, chaval? Qué vas ¿de suicida por la vida?

Lo que hace que hoy Mireia no tenga en su estantería un tarro de formol con mis pelotas dentro, es que por un segundo, bajó la vista hacia la mano que la aprisionaba. Pero al hacerlo captó algo más, la ostentosa carpa de mis pantalones que delataban mi verdadero estado. Si digo que su sonrisa duró un segundo, estoy exagerando. En realidad fue bastante menos. Pero existió. Y más importante aún, sus ojos se entrecerraron y sus facciones se relajaron pasando de la ira a una ¿fingida? indignación. Aproveché esa fugaz bajada de su guardia, para tirar de la extremidad que tenía atrapada en dirección a un punto concreto de la habitación. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando, alcé sus manos y las coloqué dentro de unos anchos grilletes acolchados que teníamos colgando de una cadena que iba a parar al famoso gancho. Estaba a una altura en la cual únicamente tocaba el suelo con las puntas de sus pies descalzos. Era justo como ella lo quería. Sin embargo, hoy no iba a ser un camino tan fácil como de costumbre.

-”Eso”- señaló con un tono cargante al ver donde la estaba encadenando- hace días que no debería estar ahí. ¿Y si tenemos visitas? ¿Cómo las voy a pasar al dormitorio? Qué vergüenza, por favor...

Hubiera seguido hasta el infinito si yo no la hubiese interrumpido dándole un fuerte azote, que restalló exageradamente en unos leggings que pronto iban a desaparecer.

-¡Oye!¡No te pases!- alzó la voz visiblemente escocida. Como respuesta le endosé uno de igual potencia en la otra nalga.

-Como me des otro, no lo cuentas- jadeó.

-Era para igualarlas, mira, ya verás como tienen el mismo color-. Me dejé de rodeos y la desnudé completamente de cintura para abajo, tanga incluido. Ella levantó a regañadientes sus piernas para que yo sacara las prendas y las arrojase al rincón más lejano hechas un ovillo. Por ello me reprendió furibunda.

-¡Hala, más mierda! ¿Qué pasa, que todavía hay poca?

Viendo que se estaba enfriando un poco el tema, abrí los cachetes de su culo y empecé a chupárselo, lo que normalmente la hace delirar. Deslicé la lengua desde ahí por su periné hasta llegar a su vagina, y deshice el camino unas cuantas veces para inmediatamente después volverlo a recorrer, aspirando el fuerte aroma fruto del trajín al que había sido sometida su entrepierna. Estuve así el rato suficiente para conseguir que se empezase a excitar. Ella movía en suaves círculos sus caderas, pero hasta el momento era su único síntoma de rendición.

-No sé si esto va a ser suficiente para que te perdone-. Complacida y autoritaria, estaba empezando a tomar el control.

Eso no era lo que yo quería, así que me levanté y me puse tras ella imitando la situación de Hristo en el club. Entonces tapé su boca con una de mis manos mientras la otra, desde el culo, se iba introduciendo entre sus piernas, hasta que mis dedos llegaron a frotar el clítoris. Atraje su cabeza hacia atrás y le hablé suavemente al oído, mientras iba metiendo el índice y el corazón en su húmeda cueva.

-Te has pasado toda la noche haciendo lo que te ha dado la gana delante de mis narices, ¿y ahora me tienes de rodillas comiéndote el ojete, y me hablas de perdonarme? Mira cariño, te voy a decir lo que va a pasar. Ahora te voy a ensartar mi polla y te voy a violar de forma brutal, que es como me apetece. Puedes colaborar, o puedes hacerte la dura aunque claro, no me gustaría tener que hacerte daño. ¿Me has entendido?- A medida que iba improvisando las frases mis dedos iban introduciéndose más en ella, hasta que al final de la intervención mis nudillos se encontraron acariciando sus labios vaginales. El desarbolado cuerpo apenas mantenía el equilibrio sobre la punta de sus pies, aunque yo en parte estaba aliviando el peso al tenerla empalada en mis falanges. Liberé su boca para permitirla hablar y un “sí” extremadamente largo fue exhalado por su garganta.

-¿Qué dice mi putita? No te oigo, ¿vas a ponérmelo fácil o voy a tener que ablandarte antes?- A todo esto, es sencillo darse cuenta de que yo me estaba creciendo por momentos. Pero ahora ya no importaba, Mireia estaba a tope y podía soltarme sin peligro.

-Colaboraré, dejaré que me folles. Incluso te ayudaré a ello si quieres, pero hazlo ya-. Daba la impresión que estaba a punto de reventar y no me extrañaría en absoluto, ya que era exactamente como yo me sentía en esos momentos. No aguantaba más, jamás había tenido tantas ganas de meterla, cosa que me dispuse a hacer después de realizar unas cuantas pasadas de reconocimiento para encontrar la diana. Pero maldición, cuando estaba a punto de entrar mi chica movió sus caderas traviesa, apartándolas de mí y dejándome con la miel en los labios.

-¡Por el culito!- Me soltó de repente en tono alegre y jocoso.

-¿Cómo que por el culito? ¿Otra vez?- Menudo corte de rollo, hace un segundo era la mayor de las golfas y ahora se comportaba igual que una niña pidiendo una piruleta. Lo mejor para meterse en el papel, vamos. Al final, daba igual lo que estuviéramos haciendo, incluso en un juego de dominación tenía Mireia que acabar imponiéndose, así que me negué en redondo.

-Nada de culo, aquí se hace lo que yo diga y voy a follarte como quiera- mascullé entre dientes intentando retomar mi personaje.

Así que apunté otra vez hacia mi objetivo y empecé a encajarme en mi mujer. Pero nada, no había manera. La muy perra se echó hacia delante escabulléndose otra vez.

-Que no quiero, venga, por favor- alargaba las palabras de modo infantil. El colmo fue tenerla encadenada al techo mientras asemejándose a una mocosa, volvía el rostro hacia arriba con los ojos apretados rogándome que le diera por el culo. Unía un “Porfi” con el siguiente en una letanía torturadora.

  • Pero si te va a gustar más, tonto ¿no ves que está más apretado?

-Pues permite que lo dude, porque vale que te guste el sexo anal pero, ¡joder! casi ni me acuerdo de lo que es un polvo tradicional, por delante, como dios manda- le reprendí un tanto irritado.

-Sabes que cuando estoy tan caliente me gusta así. Va, mañana dejo que me lo hagas por donde te plazca-. Ni todo el encanto acostumbrado de su faceta negociadora lograron convencerme, sobretodo porque sabía que lo que me estaba contando no era más que una burda mentira.

-Ya, como que mañana vas a tener ganas de algo. Así que o es como yo digo, o nada-. Mostré mi póquer de ases.

-Como quieras, bájame de aquí; se acabó la fiesta- ordenó tan tranquila, enseñándome su escalera de color.

Fue ahí, cuando decidí transformar todo el cabreo que estaba empezando a acumular en energía sexual. ¿Quería caña? Muy bien, la iba a tener. Entonces le respondí en un tono meloso.

-Claro que sí, mi amor. Espera, que voy a por la llave.

Completé el trayecto hasta la mesita de noche y saqué del primer cajón un tubo de vaselina. Unté un reguero del frío ungüento en mi polla y otro fue a parar a mi diestra. Mientras esparcía el gel en mi miembro erecto, impacté con una gélida palmada en el centro de sus nalgas, las cuales abrí a tope para proceder a lubricar el ano.

-¿Así que esas tenemos, eh? La zorra va a darme problemas, pues lo siento mucho pero voy a tener que ser implacable-. Ahora sí que estaba empezando a meterme hasta el fondo en el papel, porque verdaderamente me estaban dando ganas de darle su merecido; castigar a mi mujer hasta que me pidiera parar y se arrepintiera de haberme tocado tanto los cojones. La actitud que tomó entonces me encendió aun más.

-Ah, ¿vamos a jugar a eso? ¿Vas a querer hacerme pupa?- se rió burlona-. Pues venga, te reto pichón, dale duro a ver si tienes suficiente carne para hacerme gritar.

Luego se giró y me guiñó un ojo con una amplia sonrisa, provocativa y sarcástica al mismo tiempo.

-Hazme pedirte que pares. Y cuando lo haga, dame más fuerte-. Fue lo último que oí antes de que se volviese hacia el frente y dejase su retaguardia dispuesta para mí. Yo meneé la cabeza y me coloqué en posición, apoyando mi glande en su agujero y comenzando a introducirlo.

-Toma, caprichosa, que siempre tienes que salirte con la tuya-. Ella escuchaba mis palabras con una sonrisa de niña satisfecha y meneando sus posaderas impaciente.

Admiro a los superhéroes que son capaces de horadar con un único empellón de sus férreas trancas los ojetes mas cerrados. Lo admito, para mí es imposible, y eso hablando que el de Mireia está bastante trabajado. Así que para evitar males y dolores innecesarios fui abriendo camino poco a poco, cauta y lentamente. Ya cuando supiera por donde iba atacaría con el séptimo de caballería. Mi mujer en tanto, aprovechaba para reírse de mí.

-¡Venga, abuelo!¿Le traigo su pastilla?- me decía con sorna.

Cuando Mireia llevaba medio minuto silbando no aguanté por más tiempo. Era increíble pero su altanería, ese trato humillador hacia mí, más que enfadarme me excitaba. Me moría de ganas por bajarle los humos ensartando mi lanza con toda la furia acumulada. Iba a quitar su corsé pero las pícaras nalgas que jugaban con mi polla no me dejaban concentrarme, así que dejándolo a medio desabrochar me aferré firmemente a su talle y a la vez que la atraía hacia mí, empujé hasta lo más profundo de lo que era capaz. Lo hice rápido y fuerte, y si al final de todo resulta le quedaba el culo escocido tanto peor, ella me lo había pedido. Luego que no viniera quejándose como ya había hecho alguna vez. Por contra, se limitó a soltar un bufido.

-¡Puf! Ya era hora, cabrón.

No la dejé decir más, empecé a embestir frenéticamente con toda mi furia desatada. Tengo que rendirme a la realidad, estos son grandes regalos que me hace mi amada esposa en ocasiones especiales que no tienen que ser las marcadas en el calendario. Es liberador poder estar practicando sexo (sobretodo anal) sin ningún tipo de freno moral sobre lo que pueda estar sufriendo la otra persona, preocupándose únicamente del propio disfrute. Entiendan mi planteamiento, sé que no es correcto, pero como fantasía no creo ser el único que lo encuentre excitante.

Resumiendo, que estaba dando toda la caña que podía. Mireia dejó de parlotear al fin para dedicarse a gemir, pero no de forma placentera y relajada, si no quejumbrosa y entrecortada a causa de mis empellones. Después de un rato yo me encontraba en el séptimo cielo y a punto para correrme, pero decidí vengarme un poco de mi chulesca mujer y porqué no, seguir pasándomelo bomba. Tenía la certeza de que ella ya había tenido su orgasmo y ahora simplemente se recuperaba a la espera de que yo terminase. Pero con lo que no contaba mi saciada hembra era que yo me había tomado en serio el reto de antes y mi principal intención era cumplir su anterior deseo, que era que la hiciera pedirme que parara. Sabía por experiencia (no propia) que no es lo mismo unas cuantas estocadas hasta la empuñadura en plena calentura que cinco o diez minutos de trabajo duro y continuado. Eso era lo que al final dejaba esa pertinente comezón que tanto odiaba mi dama. Lo más rastrero de todo es que no lo hacía para que ella lo pasara genial, más bien todo lo contrario, por el sucio orgullo de demostrar quien manda. Quería vaciarme entre sus ruegos y lágrimas. Efectivamente, al poco empezó a decirme que acabase, que le estaba haciendo daño ya, pero yo seguí (empezaba a dolerme incluso a mí) hasta que me suplicó desesperada que la sacase que no aguantaba más.

-¿No era esto lo que querías?¡Pues aquí lo tienes!- Borracho de triunfo, no tuve piedad-. Hasta que no haya terminado con tu culo vas a tener que sufrir. ¿No era lo que me habías pedido?

Ella, sumisa, no hacía nada por liberarse pero gimoteaba desesperada implorando compasión, pidiéndome perdón y diciendo que sentía haberse quedado tanto conmigo, que no lo haría más. Al final, tonto de mí, me dio pena y además entre tanto lamento se me estaba quedando morcillona, era demasiada dosis de realidad para mí. Que rayos, podía estar haciendo daño de verdad a mí mujer, y eso es lo último. Decidí no correr el riesgo, y si tenía que quedarme a medias pues me estaría bien empleado por rencoroso. Me salí de ella, pasé una mano por su pelo y me preocupé por su estado. Mireia tenía la cabeza baza y parecía llorar por lo bajo, pero sus sollozos se acabaron transformando en unas socarronas carcajadas.

-Sabía que te ibas a rajar, que te ablandarías a las primeras de cambio y que no ibas a tener huevos de ir hasta el final como te pedí al empezar. Nada cariño, ya que tú no das la talla, ¿no tendrás por casualidad el teléfono de Hristo? Antes me pareció que él sí podría darme lo que necesito.

Debería haberlo imaginado. Muy bien, se acabó esto de ahora sí, ahora no que se venía trayendo. Hice un gesto de “me has pillado, muy buena” levantando el pulgar hacia arriba y me volví a colocar detrás, mientras me la zurraba para recuperar la erección. Ella me reclamaba en tono conciliador.

-No te piques, mi amor, sabes que te estoy tomando el pelo. Venga, no más putadas.- Yo ya pasaba de lo que me decía, solamente apunté.

Al momento volvía a sodomizarla, y esta vez no iba a parar por nada. No sé si ella se dio cuenta o es que se apiadó de mí, pero ya no hubo más sorpresas ni interrupciones. Estuve dándole con saña hasta que volvieron las sensaciones que me indicaban la proximidad del clímax. Mireia me ordenó que la levantara por las piernas y, agarrándose a la cadena que la sujetaba, botó sobre mi mástil a la vez que yo se la clavaba con todo el vigor que me quedaba. Era imposible dejarla satisfecha, deseaba... no, necesitaba sentirse más y más llena. Esta percepción me hizo preguntarle con rabia:

-¿Así que quieres otra verga?¿No te basta con la mía?

-No seas bobo, sabes que la única que deseo es la tuya- me tranquilizaba entre brincos.

-¿Seguro?¿No querrías que fuese Hristo el que estuviera aquí en vez de tu marido? Seguro que para él serías una muñeca-. No las tenía todas conmigo, lo cual no significa que fuese a montar un escándalo en caso de que me dijera que sí le gustaría. Más que nada era para saber a que atenerme en ese instante, aunque acepto que me hubiese chocado muchísimo, hasta el punto de la terca incredulidad.

-¡Mira que eres “pesao”! Tú eres el único que quiero entre mis piernas- respondió tan firme que decidí que no era necesario ni prudente insistir más; lo único que faltaba ahora era rematar la faena, así que tras unos frenéticos embates, le anuncié mi inminente venida y ella me susurró zalamera.

-Es una pena que esté encadenada, con la sed que tengo.

Yo no estaba para perder el tiempo con nada y exploté sintiendo su esfínter abrazando mi convulsa polla. Mireia, recargando la cabeza sobre mi hombro, gritó de forma gutural mientras creo que se corría por segunda vez. Después de las pertinentes oleadas de placer y segundos de trance posteriores, no me quedaron fuerzas para más y bajé con delicadeza a mi mujer. La abracé de forma cariñosa mientras le hablaba al oído.

-Chica, ha sido el mejor polvo de mi vida, te lo digo en serio-. Como tío, siento de corazón que es lo más bonito que me podrían decir a mí, aunque reconozco el derecho de cualquier mujer que esté leyendo esto a vomitar sobre mi nombre. Pero Mireia me quiere y me entiende.

-Me alegro, cielo-. Entonces hizo un gesto de incomodidad-. Pero sácame de aquí ya, por favor, que estoy rota.

-Por supuesto, mi vida.- me apresuré a coger la llave que tenía al lado de la cama. Cuando volvía para liberarla, la vi girada hacía mí con ojos reprobadores.

-Y por cierto, no es lo único que debo de tener roto, salvaje. Hoy me va a tocar dormir de lado- me reprochó.

-Mireia, Mireia, no me los toques, que sabía que iba a pasar esto- me revolví mientras abría los grilletes.

-¡Que es broma, tonto! Estoy bien, cari.- Sonreía mientras se frotaba las muñecas tratando de ayudar a normalizar la circulación-. Era para que te fueras a la cama satisfecho de ti mismo, si apenas lo he notado.

Esta era una de las veces en las que no sabía si abrazarla o estrangularla. Siempre opto por lo primero, al fin y al cabo es imposible no quererla. Además tampoco mentía, ya que no dio ningún síntoma de molestia en lo poco que quedaba de velada, lo que me impresionó, ya que habíamos tenido una sesión bastante “hardcore”. Esa noche, recuerdo que me dormí con una sensación de vértigo ante lo que me pareció una clara muestra de la indubitable adaptabilidad humana.

III

Entre todas estas historias, los tiempos fueron pasando. Al final, la mayor parte de los miembros del círculo acabamos en la clase media. Yo, sobreviviendo a base de trabajos eventuales al igual que el resto de chicas que trabajaban; menos Mireia que a base de esfuerzo y eficacia, había conseguido mantener un puesto de forma estable. A los informáticos les iba algo mejor; ironías del destino, el que más éxito tuvo de nosotros fue Damián, ya que su inteligencia resultó ser una realidad más que una pose con lo que acabó siendo un programador de gran talento. Tanto, que por su cuenta y riesgo optó por hacerse freelance

, rechazando así jugosas ofertas de grandes firmas. Aunque en un principio se pensó muchísimo su decisión, el tiempo le ha dado la razón y le ha proporcionado el mejor nivel de vida (con diferencia) del septeto. Los demás continuaron igual que siempre, Mario y África con su hierba e Illán tan hiriente y punzante como de costumbre. A veces siento algo de rencor hacia su persona pues considero, aunque puede que de forma arbitraria, que precisamente él hizo de catalizador para todo lo que vino después. Fue la llama que prendió la cerilla, que encendió la antorcha que alcanzó el bidón de gasolina. Después vino la explosión y todo lo demás pero si no hubiese sido por esa primera chispa, ¿quién sabe si nada de esto hubiera ocurrido? Se entenderá mejor cuando describa la tarde en que empezó todo.

Como tantas otras veces, habíamos quedado los siete para pasar una lluviosa sobremesa en casa de alguna de las parejas escogida de forma aleatoria, en este caso la nuestra. Con el transcurrir de las últimas horas de la tarde los integrantes de la reunión se fueron marchando, hasta que cerca del momento de la cena Damián era el único que seguía acoplado en el sofá con Mireia y conmigo. Eso era algo que solía ocurrir, los pobres desgraciados que les tocaba en suerte hacer de anfitriones ya sabían que tendrían que lidiar con el necesitado chico para que abandonara su hogar. Tanta era falta de cariño y aceptación, que siempre intentaba exprimir y alargar los momentos en los que no estaba solo, e inevitablemente se hacía el remolón con diatribas en las que era imposible intercalar tan siquiera dos palabras seguidas y mucho menos una despedida. Por otra parte, dicen que el hambre agudiza el ingenio y, en un intento por escapar de la precaria vida laboral en la que había caído, se me había ocurrido una idea para un negocio por internet que podría darme algún aporte económico, el cual me ayudaría a revertir mi actual tendencia cuesta abajo. Claro que la programación web es un mundo y una página como la que deseaba requería unos conocimientos que escapan de las posibilidades de un mortal común como yo. Ahí entraba ni recién mejor amigo informático, así que es cierto que la relación empezó con un interés por mi parte, no por el suyo. Que más tarde la tortilla se diera la vuelta puede sólo sea un caso de justicia poética. Yo sabía que era injusto, que las pocas charlas reales que habíamos cruzado entre él y yo no justificaban el dispendio de horas de programación de las que estábamos hablando. De todos los que éramos, era casi con el menos conversaba. Quiero que entiendan que no soy un hipócrita, no me caía mal el chaval y ahora estaba fingiendo. Simplemente lo consideraba un poco pesado pero sobretodo aburrido, y normalmente evitaba quedar enzarzado verbalmente con él en nuestras charlas comunales. Aún así yo tenía la certeza de que me haría el favor, y me sentí culpable por ello.

Mi mujer decidió que sería más efectivo que fuera ella la que propusiera la idea, dado que mantenían una amistad más cercana que la mía. Siendo sincero, pensamos que mostraría un mayor interés si Mireia hacía de portavoz. Sin embargo, Damián no mostraba su verborrea habitual; el motivo era que estaba un tanto abatido. El simpático del grupo (gracias, Illán) estaba siendo últimamente algo pertinaz en sus chanzas hacia su persona y su nulo avance con el sexo opuesto. Esa tarde en particular le había estado martirizando hasta tal punto que, incluso el buenazo de nuestro amigo se había atrevido a demostrar leves síntomas de hastío y cansancio, hundiendo la cabeza entre sus hombros y mirando al vacío con resignación. Daba lástima en ese estado y todos lo percibimos, así que le dijimos a Illán que cerrara el pico, que ya aburría con el tema. Pero eso no reparó el daño que había causado, y ahora Damián estaba más metido en sus pensamientos que atendiendo a las palabras que le estábamos transmitiendo. Mi chica cambió entonces de táctica; le dijo que no se preocupara por lo que había escuchado hoy que el pasado, pasado estaba y que personalmente como mujer, sabía que lo único que le faltaba para triunfar era seguridad y experiencia. Le invitó a cenar y le dijo que después le contaría algunas cosas sobre chicas.

-Ten en cuenta que no te voy a dar un manual infalible para que todas caigamos a tus pies, puesto que eso es imposible. Sepas lo que sepas y te lo montes como te lo montes, las habrá con las que no podrás enrollarte por mucho que lo intestes. Cuando te encuentres con alguna así, cambia rápido de objetivo porque si no te puedes eternizar para nada, ¿de acuerdo? Simplemente quiero que te des cuenta de que no somos más que personas como tú y como cualquier otro, no marcianitos verdes con antenas, y que nos trates con naturalidad y tranquilidad, como eres cuando estás relajado. Ya verás que cambio.

Esto pareció animar a nuestro hombre y pasó la cena escuchando pacientemente mi proyecto, asintiendo, aportando nuevos puntos de vista y también señalándome las dificultades técnicas con las que yo no había contado. En definitiva le pareció una idea con futuro y me comunicó que lo estudiaría a ver que podía salir de todo aquello. Yo me regocijaba de gusto en mi fuero interno, había contratado a coste cero un programador por el cual media ciudad daría un ojo de la cara. Mireia, que se había acomodado en el sofá, toqueteó impaciente el asiento vacío a su lado en una invitación a Damián para que se sentara. Una vez frente a él, comenzó a realizar preguntas de psicología casera para averiguar los fallos en la interacción del chaval con las mujeres. Yo, que ya me estaba aburriendo, recibí una bronca de cuidado cuando intenté jugar una partida a la Play mientras la pareja estaba de charla introspectiva, así pues los dejé mientras me iba a la habitación para rabilar por internet. Cuando más o menos dos horas después se despidieron, salí curioso de mi cubil para interrogar a Mireia sobre lo que habían estado dialogando durante tanto tiempo, pero cuando me lo comenzó a relatar me dí cuenta realmente que no me iba a apetecer escucharlo para nada. Ella se rió complaciente mientras negaba con la cabeza.

-Hombres... todos sois iguales-. Hizo ademán de alejarse pero entonces se giró y, entornando su cabeza hacia arriba mientras apoyaba su mano en la mandíbula, con el estirado índice tocando sus labios, mencionó:

-Menos Damián, mira. Para eso es diferente. Pobre, es un cielo.

Pobre. Eso pensaba yo de él. Esas palabras son siempre las que te dice una tía cuando no quiere nada contigo. Como todas pensaran igual que mi esposa, lo llevaba crudo en esta vida.

A la semana siguiente, nuestro colega apareció por casa con un boceto de lo que podía ser la página que queríamos crear. Aluciné; realmente tenía muy buena pinta, y en un tiempo récord. Este tipo era un genio. Es más, me expresó que cuanto más había pensado en el proyecto más creía en él, que había mirado unas cuantas formas de rentabilidad y que si quería ir al cincuenta por ciento, se encargaría de todo el mantenimiento de la web. Yo, que no tenía nada que perder, acepté. A continuación, Mireia y él se enfrascaron en una de las lecciones sobre seducción que parecía ser que le aún le seguía impartiendo. Ella estaba encantada con la nueva coyuntura, ya que desde que África había obsequiado a Damián con su primer beso, había sido beneficiaria de alguna que otra atención por su parte. Podía ser un vale para un spá o una prenda que previamente habría mencionado desear. Eran regalos sin maldad, como todo en él, desde el más sincero cariño y agradecimiento, pero yo notaba cierta pelusilla en Mireia que a mí no me parecía bien. Estas visitas, con sus avances en mi recién estrenado negocio virtual y en las clases de Damián, tuvieron lugar un par de veces más sin ninguna eventualidad.

Créanme que siento alargar esto una y otra vez, pero vuelvo a verme obligado a hablar de las circunstancias, tan importantes en esta historia. Mireia y yo pasábamos por aquél entonces un periodo de abstinencia. Ella consideraba que tampoco podíamos estar toda la vida yendo a locales swinger un mes sí y otro también. Al fin y al cabo algún día querría tener hijos, y en su cabeza no entraba el conciliar una vida por la otra. Yo no discutí mucho, no porque estuviera de acuerdo en sus planteamientos, pero navegando por un foro había encontrado un hilo en el que se hablaba de forma soez de mi mujer. Por lo visto, varios de los asistentes a esos locales tenían una especie de porra clandestina para ver quién era el primero que se la trincaba. Se escondían tras nicks, así que no podría saber que conocidos estaban implicados. A ella no le dije nada pues temía que la tomara conmigo, pero decidí no darles el gusto de vernos de nuevo por allí. Intentamos suplirlo reservando ciertos días de homenaje marital en la intimidad de nuestro hogar. Ya de mañana vestíamos con prendas más sugerentes, aunque no por ello dejaban de ser de diario. Yo camisetas ajustadas y ella pantalones cortos o de lycra que se ceñían a su figura. Andábamos más mimosos y nos dedicábamos frecuentes carantoñas, y por la tarde nos calentábamos con unos chupitos caseros o incluso unas cervezas, para acabar en el ocaso con una sesión de sexo desenfrenado. Estaba bien y era divertido. Pero no era lo mismo, lo sabíamos. Sin público, sin riesgo, sin espectáculo... en fin, no por ello dejábamos de intentarlo.

Tuvo el destino la gracia de hacer coincidir una de las visitas sorpresa de Damían con una de nuestras jornadas privadas. Mireia se puso a toda prisa unos holgados pantalones de chándal y yo un suéter por encima, aunque unos pequeños vasos vacíos poblaban la mesa del salón y el ambiente hacía rato que se había caldeado. Si nuestro inoportuno amigo hubiese llegado media hora más tarde seguramente no le habríamos abierto, enfrascados como estaríamos en pleno énfasis pero no, tuvo que aparecer justo en ese momento. Él no vio, o no quiso ver mi cara de fastidio al abrirle la puerta. Por el contrario Mireia lo recibió con una sonrisa radiante, apremiándolo para que entrara.

Debería de haberme olido algo cuando la cita transcurría “casi” con normalidad, pero no caí en la cuenta de ese execrable adverbio que ha gobernado los instantes más bajos de mi vida. No todo era como siempre; la charla era más distendida por nuestra parte, con continuas bromas e interrupciones. Damían permanecía a la expectativa sin saber muy bien que hacer. Notaba que estábamos de juerga, un poco chispeantes quizá. Ahora, hasta qué punto se daba cuenta de donde se había metido, eso no podía adivinarlo. Después de la reunión informática más improductiva de la historia, llegó el turno que mi juguetona chica había estado esperando. No crean ahora en sus perversas mentes que estaba urdiendo un plan en su cabeza para llevarse a nuestro invitado al huerto. No, yo veía que solamente tenía ganas de pasar un buen rato; de jugar, entretenerse y tomar el pelo a alguien. Mireia lo intentaba ocultar, pero era evidente que también le estaba costando un poco adaptarse a la normalidad y se aferraba a cualquier novedad, cualquier acto distinto que pudiera apartar la monotonía que amenazaba con reaparecer. En parte era un alivio ver que yo no era el único que tenía que luchar para superarlo, además ¡qué diablos! esa vez también el menda estaba animado, así que me senté en el sillón de al lado para hacer de observador. Mireia palmoteó emocionada.

Estuve todo el tiempo siguiendo su conversación y me estaba dando cuenta de que enfrente tenía un chaval que cómodo, relajado y tratado con familiaridad, en verdad ganaba bastante; podía incluso catalogarlo de “majo”, todo un avance en aquél entonces para mí. Claro que a esa percepción puede que contribuyese el alcohol que, de forma inexorable, había continuado regando nuestros espíritus. A continuación, para echar unas risas todos juntos Mireia propuso hacer un simulacro en el que Damián, con todo lo aprendido, tenía que intentar seducirla como si se la encontrara en una disco. Para crear ambiente pusimos música y ella empezó a bailar de forma distraída por el salón, pero el abordaje de nuestro novato resultó un gran fracaso, una penosa sarta de vaguedades y patochadas sin sentido que le auguraban un oscuro futuro reproductor. Mireia intentó hacerlo bailar pero fue aún peor, créanme si les digo que tanto ustedes como yo saldremos ganando si me salto esa parte. El hombre se fue a sentar otra vez en el sofá enfurruñado, mientras mi esposa se quedaba de pie, abandonada y sin saber que hacer. Con ese punto de euforia que uno tiene justo antes de que la carga de alcohol empiece a ser excesiva, me levanté y me volví hacia él, con una exagerada autosuficiencia que pretendía ser cómica.

-Mira y aprende como se hace, chaval. Es muy fácil si tienes lo que hay que tener-. Mis palabras sonaban como si en ellas fuera implícito que tuviera que grabarlas en unas tablas de piedra, en lo alto de una montaña durante cuarenta días.

Llegué hasta mi danzante hembra amparado en el ritmo de la canción que teníamos pinchada, la agarre del brazo firmemente y hablé con la voz más imponente y autoritaria que se me ocurrió.

-Zorra, ¿quieres polla?

Mireia me miró de arriba a abajo con gesto serio y escrupuloso y me respondió de forma escueta.

-Si.

Comenzamos pues a enrollarnos de forma cutre y arrabalera, ya que nuestra intención no pasaba de ser humorística. Pero al cabo de unos segundos intentó escapar riendo de mi acoso, mientras yo la perseguía en una escena que recordaba el cenit de Alfredo Landa y sus inmemoriales películas, como No desearás al vecino del quinto. Tras un breve pero intenso forcejeo, nos derrumbamos donde previamente habíamos estado sentados. Yo me preguntaba si Damián se atrevería a fijarse en las perlas de sudor que adornaban el pecho de mi mujer y en como se pegaban sus pezones a la camiseta. Ella colocó de forma amistosa una mano en el muslo de él y le acarició en un cariñoso intento por demostrarle apoyo. Eso no quitaba que se mostrara perpleja y contrariada ante lo que había sucedido.

-Mira, chico, no lo entiendo- dijo mirándolo fijamente-. Cuando se trata de entrar a una tía te transformas. Si eres amigo eres divertido, ocurrente, y da gusto hablar contigo; pero si percibes sexo en el horizonte te conviertes en un gilipollas, y siento ser tan cruda. Te veo como bloqueado y así no vas a avanzar nunca.

Y era cierto que lo estaba. Digo más, parecía catatónico, con los ojos cerrados e inmóvil. Si no fuera por el sudor que le corría por la frente diría que estaba muerto.

-Mamma mía, ¡Damián!- La voz sorprendida de Mireia me sobresaltó y sacó al aludido de su ensimismamiento. Entonces comprendí que de catatónico nada, que lo que el pobre chaval estaría haciendo sería algo parecido a imaginarse a Margaret Tatcher en bolas (receta de mi ídolo Ford Fairlane) para bajar la copiosa erección que tenía. Ella, como si quemara, quitó la mano de su pierna con gesto de vergüenza y se hizo un breve silencio incómodo, hasta que lo rompió la amarga sinceridad de Damían.

-Lo siento, pero es que esto es lo más cerca que he estado de follar en mi vida.

Esta vez sí, la tensión se quebró definitivamente con un torrente de carcajadas. Cuando todos nos calmamos y algunos secado nuestros llorosos ojos, mi esposa volvió a mirar a su amigo con una ternura especial y le pasó una mano por la mejilla en una caricia maternal.

-¿De verdad que nunca te ha tocado una chica? ¿Cuál es la zona más intima que te han acariciado?- quiso saber curiosa.

-Esto es lo máximo que me ha pasado, como te he dicho. No te mentí, soy así de triste- respondió él cariacontecido.

Mireia se giró hacia mí; no me daba la impresión que me estuviera pidiendo ningún tipo de permiso para nada, simplemente me miraba con detenimiento. Yo recordé el gesto que vi hacer aquella vez a Mario en el bar y lo reproduje en ese momento. Se volvió de nuevo hacia el intrigado Damián y sin previo aviso cubrió con su mano la erección, dándole un susto de muerte. Él, paralizado, la observaba como si le estuviera apuntando a la cabeza con el magnum 44 de Harry, el sucio mientras ella se tapaba la boca con la mano que le quedaba libre sin poder contener la risa. A todo esto, el hombre no se atrevía ni a respirar. Obviamente, la dureza de su polla decayó. Mireia se dio cuenta y pudo recomponerse lo suficiente como para disculparse.

-Lo siento, no me estoy riendo de ti, pero es que tienes ahora mismo una cara que es de foto. Tranquilo, ¿ves? Ahora ya puedes decir que una pava te tocó el paquete.

Damían no parecía especialmente dichoso, lo que corroboró con su contestación.

-Para lo que lo estoy disfrutando...

Mireía cambió de registró, aparentaba estar algo picada en su orgullo femenino. Normalmente una mujer no acaricia a un hombre para que se le baje el empalme, o no creo que espere eso como resultado. Así pues, se concentró en realizar pequeños círculos con la palma a la altura de su bragueta. Al tiempo, él no apartaba de mí sus ojos de cordero degollado.

-Me estas dando mal rollo, tío- le recriminé-. ¿Por qué no la miras a ella y estás a lo que tienes que estar?

Mireia salió en su defensa y me mandó callar.

-Déjalo en paz, ¿no ves que está nervioso?- Sonrió a Damián entonces y continuo con un tono más dulce-. Tchsssss, tranquilo... a ti lo que te pasa es que estás bloqueado ¿verdad? Llevas toda la vida en la nevera y te has quedado congelado. Tú ahora no te preocupes por nada y dedícate a gozar. Para una vez que te meten mano en la vida, por lo menos que te lo pases bien, ¿de acuerdo?

El receptor de sus atenciones asintió con la cabeza espasmódica, enmudecido. Con la última resistencia derribada, mi mujer pudo dedicarse exclusivamente a intentar proporcionar el mayor placer posible. Sus gráciles dedos bailaban en la entrepierna de Damían y al cabo de un rato ya estaban aferrados a una silueta bastante imponente, que originó una expresión de sorpresa en el rostro de Mireia.

-Oye, parece que tenemos aquí una buena herramienta- comentó pensativa, casi como para sí misma. Pero entonces esbozó una amplia sonrisa, en la que la lengua tocaba un incisivo superior, y le pidió que se la enseñara.

Otra vez la callada por respuesta y una mirada de pescado, inmóvil, clavada en mi persona. Yo, que ya estaba curado de espanto gracias a mis años de experiencia en un tipo de vida que estaba intentando dejar, le comuniqué a mi chica que como no se la sacara ella misma, el parado este no iba a ser capaz de hacerlo. Pero ella frunció el ceño y se detuvo en sus caricias, permaneciendo frente a nosotros desafiante.

-De eso nada, él tiene que poner de su parte, no puede esperar siempre que se lo den todo hecho. Algún día vas a tener que echarle valor si quieres ganar, cariño. Mira- colocó otra vez la mano en su paquete-, si te atreves a enseñarnos lo que escondes ahí dentro, te hago una mamada.

-Sí, ¿y qué más?- protesté.- Te está vacilando, Damían, es una perra.

Ella se rió como si la hubieran cogido en una travesura y replicó:

-Bueno, vale, me habéis pillado. Pero una paja sí te la hago-. Volvió a adoptar ese aire retador, a la espera de una respuesta-. La pelota está en tu tejado, cielo. Si quieres, te abres la bragueta y te masturbo hasta que te corras en mi mano. Sin malos rollos ni complicaciones, con la confianza que tenemos de nuestra amistad de hace tanto tiempo, y mañana todo seguirá como siempre. ¿Te apetece?

Por segunda vez en la tarde, la cabeza de Damián se balanceó convulsa en un gesto afirmativo. Temblaba tanto, que le supuso un esfuerzo cumplir el mandato de su amiga. Cuando se estaba bajando trabajosamente los pantalones, ella dio por superada la prueba y lo apartó con impaciencia para tomar personalmente el control. El chaval llevaba un slip bastante ridículo y hortera, pero Mireia sólo tenía ojos para el grueso mástil que sobresalía de ahí. A la par que yo pensaba en eso de que Dios da pan a quién no tiene dientes , mi chica agarró su prenda interior para apartarla y descubrir el resto de la verga que la tenía cautivada. La agarró y la masajeó, primero con una mano y luego con las dos puesto que había espacio para ello. Hablaba entre divertida y excitada.

-¡Guau! Chico, si supieras usar esto, te aseguro tu problema con las tías sería el tener que quitártelas de encima.

A mí, tanta alabanza a su falo estaba empezando a tocarme la moral, pero Damían no parecía escucharla. Estrujaba los cojines que tenía a cada lado con la cabeza echada hacía atrás, dedicado solamente a su placer personal. En buena hora había decidido hacer caso a los consejos de mi amada, que se esmeraba en recorrer todo el rugoso tronco con una cadencia que iba acelerándose en vista de los resultados obtenidos. El glande brillante cada vez tardaba menos en reaparecer entre los delicados dedos que lo aprisionaban, en un cuadro que particularmente me impactó. De pronto, él abrió los ojos y tragando saliva varias veces anunció su corrida. Mireia se dirigió entonces hacía mí y me encargó que le acercara un rollo de papel de cocina porque no quería que se manchara el sofá. Fue cuando me dio un repentino ataque de celos que me cogió por sorpresa hasta a mí mismo, así que repliqué ofuscado:

-Una cosa es que acepte estar aquí de sujeta velas, pero que tenga que ir a buscar papel para que que el cabrón se corra en mi salón, tiene cojones. Así que si lo queréis, vas tú a por él.

En esto que se oyó un suspiro estremecedor a la vez que Mireia tapaba la polla con su propio slip, que estiró hasta límites seguramente dolorosos (se notó en la cara de Damían). No tardaron en aparecer manchas húmedas que terminaron por formar un gran pantano en el calzoncillo; daba asco con sólo mirarlo. Ahora nada más que se escuchaban los gruñidos de pesar de nuestro amigo y a Mireia repetir una y otra vez “lo siento” mientras me fulminaba con la mirada. Él se recuperó como pudo y después de mucho limpiar y lamentar, acabamos despidiéndonos un rato más tarde con una promesa inesperada de resarcimiento realizada en la puerta de casa, en el momento del adiós.

-Siento mucho que este borde lo haya fastidiado todo al final, con lo especial que debería haber sido para ti. Te prometo que te lo compensaré y que la próxima vez será todo perfecto. ¿Nos perdonas?

Yo iba a apuntillar algo al comentario de mi esposa, pero una ojeada asesina por su parte me disuadió de hacerlo. Damían estaba todavía un poco anonadado y se marchó balbuceando algo así como que no había nada que perdonar. Estoy convencido que esa noche y las siguientes le dio muchas vueltas a la cabeza.

La ocasión en que Mireia cumplió su promesa no os la puedo describir, por la sencilla razón de que no estuve presente. Bastante trabajo me costó que no me hiciera bajar a tomar una cerveza en el bar de la esquina. Fue algo tan banal como que una de las veces en que Damían vino a nuestro hogar con otra de sus novedades, ella me “sugirió” que fuese al ordenador de la habitación a dedicarme a mis cosas mientras ellos hacían lo propio con las suyas. Oyendo tras la pared los gemidos de mi socio, yo pensaba que estaba muy bien que el chaval se volcase tanto en nuestro proyecto, pero que tampoco hacía falta que nos hiciera una visita cada vez que le cambiaba el diseño al contador de la página, por poner un ejemplo. No me subestimen si les confieso que aún así no sabía que buscaba él con estos encuentros; cuáles eran sus verdaderas motivaciones. O díganmelo ustedes, ¿era pura satisfacción sexual, algo tan obvio? ¿O por el contrario debía empezar a preocuparme que se estuviera enamorando de ella? Aunque también quedaba la posibilidad de que no fuera más que el ansia de aceptación que siempre había regido su conducta. En todo caso era más claro que el acicate de mi mujer no pasaba de ser meramente caritativo, y que si yo pretendía entrar en su burbuja lo justo para tenerlos controlados me convenía aparentar ser más diplomático y solidario. Cuando salí de mi cuarto, en la mesilla del salón reposaba un puñado de pañuelos de papel; pringosos y hechos pelotas, eran como un jardín de rosas mosquetas. Damián me miraba relajado con cara de felicidad y yo le devolví la mía sin saber muy bien que hacer o decir, así que me fui a servir una cerveza de la nevera para dejar que se despidieran en la intimidad. Si ese era el precio que tenía que pagar para ahorrarme cientos de euros en asesoramiento informático, podía soportarlo.

Con el paso de los meses, estos trueques de servicios acabaron por normalizarse. Damían nos proporcionaba el soporte gratuito de una página que empezaba a tener éxito y algún que otro de los caprichos que Mireia había envidiado en África, y nosotros lo acogimos en nuestra vida mientras de vez en cuando recibía desahogo físico. Claro que si todo eso lo disfrazas como una gran amistad queda menos frío y superficial. Yo, que había aceptado mansamente el nuevo orden, pude entonces hacer de discreto observador mientras deambulada casualmente en el momento en que se realizaban los encuentros. Desde mi posición nunca observé nada raro, quitando el hecho de tener en la sala a tu mujer pajeando al invitado, pero nada que clavara una daga de celos en mi corazón. Para mí, que ya había visto a Mireia en peores situaciones, no había novedad alguna en lo que tenía delante. Al contrario, era todo más formal, sin pasión; podría decir que hasta mecánico. Era como si él mismo se estuviera masturbando aunque con otra extremidad que no era la suya. Pero hubo un día, uno sólo, que no fue así.

Se acercaba el cumpleaños de Damían y nos estaba resultando complicado decidir lo que íbamos a regalarle. No es que no conociésemos sus aficiones (la tecnología y el Warhammer) pero en ambos temas el cupo estaba cubierto, porque tenía de todo. Y lo que no podía permitirse, imagínense nosotros. Yo, que me había desprendido de muchos de mis recelos iniciales, me había relajado ante su insólita amistad y con ello empecé a sentirme bastante mejor. Les dejaba más a su aire porque me daba cuenta que sin tener en consideración los posibles sentimientos de Damián, los de mi esposa si estaban claros, y esos eran lo que iban a imperar en caso de disyuntiva. Es por eso por lo que en un arrebato de pragmatismo, como quien no quiere la cosa, le planteé a Mireia una idea que al principio la cogió en fuera de juego. Inicialmente la rechazó, puesto que no sabía en que punto estaba nuestro conocido y no quería confundirlo, ni incitarlo a que se montara películas de cosas que no existían. Yo le dije que si todo esto lo estábamos haciendo por ahorrar dinero...

-Y ayudar a un amigo- completó mi chica.

-Claro, claro- terminé-. Pues eso, que no es nada del otro jueves y además puede hasta molar. ¿Recuerdas aquellas noches locas? ¿Te acuerdas de las que liábamos?

A ella le chispearon los ojos y sonrió fugazmente, pero me dejó con la palabra en la boca al alejarse y dar por terminada la conversación. No quise insistir, en una relación en que uno es el que pincha y corta, el otro suele conocer donde está el límite. Como siempre, ella decidiría sin más intentos de persuasión por mi parte.

Fuera como fuese, el día señalado Damían sostenía nervioso en el regazo una caja envuelta en papel de regalo que por su tamaño parecía ser de colonia. Las piernas saltaban compulsas sobre las puntas de sus playeros, y cada una de las células de su sentado cuerpo estaban con la atención puesta en la puerta cerrada que daba a nuestro aseo. La luz de su interior se filtraba por el borde rectangular del marco cuando Cream (del por aquél entonces denominado Prince) empezó a sonar en nuestro equipo.

Cuando apareció delante de nosotros a mí, que la conocía desde hace tanto y la había tenido desnuda y ensartada en todas las posiciones imaginadas, me impactó. Así que no quise ni imaginar lo que estaría sintiendo el otro ahora mismo. Mireia se había conjuntado con unos zapatos negros de tacón, tanga negro, un top de una pequeña rejilla y haciendo juego, medias que estaban sujetas con su correspondiente liguero. Lo remataba con una minifalda que no le llegaba ni al muslo. Tampoco es que hubiese servido de mucho, ya que era prácticamente transparente, adornada sólo con unas estrechas lineas malvas horizontales y unas tachuelas. ¡Ah! Se me olvidaban los guantes cortos, también de rejilla, que completaban el atuendo. De todas formas, ese pelo suelto y salvaje que la adornaba suponía el mejor de los complementos. Lista para seducir, se empleó en dedicarle un lap dance a nuestro homenajeado en toda regla.

Su contoneo alrededor de Damián lo estaba volviendo loco. No sabía donde mirar mientras ella deslizaba el brazo por su torso y cuello al girar sobre él. Como una bailarina, lanzaba su cabello de un lado a otro a la par que sus caderas marcaban el ritmo. Colocó un tacón sobre su muslo, flexionando la pierna para acariciar la media que la cubría con sus dos manos, desde el tobillo para ir subiendo poco a poco hasta su cintura y acabar en los pechos. Se apoyó en las rodillas del hombre, se arrodilló y bajó la cabeza hasta casi el suelo; después volvió a subirla arqueando la espalda como una serpiente aprovechando para lamer de forma fugaz la bragueta, lo cual casi hace saltar al chaval de la silla. Girándose y dándole la espalda, movía el culo en enérgicos círculos que fue aproximando al bulto que se había formado bajo ella hasta llegar a rozar con él. Damían sostenía a duras penas la caja que saltaba en sus manos enloquecidas. Hubo unos segundos en que Mireia torturadora, botaba suavemente y permanecía pegada a aquella montaña, intentándola dominar con el zarandeo circular de sus nalgas. Si soy sincero, diré que me prepare mentalmente para oír a nuestro amigo bramar mientras regaba los bajos de mi mujer, pero consiguió aguantar de manera heroica. Así pues, ella se levantó y le quitó con una mueca divertida su camiseta de El señor de los anillos (lo prometo). Dejándola caer a un lado, puso los brazos en jarra y así se quedó, enfrente y sin hacer nada. Únicamente observándole con atención. Damían estaba descolocado con el torrente de sensaciones, saltaba sus interrogantes retinas entre mi chica y yo sin atreverse a tomar ninguna iniciativa. Tras una eternidad, Mireia le dijo cuatro palabras.

-Puedes abrir tu regalo.

En menos de dos segundos, el desgarrado papel agonizaba en la alfombra y Damián miraba entre extrañado y decepcionado una botella de aceite corporal. Con un mohín que parecía forzado, agradeció el gesto.

-Muy amables, chicos. No teníais que haberos molestado, yo no uso mucho de esto pero por probarlo después de la ducha...

Cuando vi que estaba leyendo las instrucciones tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no soltar una sonora carcajada. Mireia, en cambio, le hizo ver pacientemente que el aceite era para que se lo echara a ella por el cuerpo. En ese momento. Damián miro la botella, luego a mi mujer y después otra vez a la botella. Poco a poco pareció comprender y torpemente, abrió el tapón y le echó una generosa cantidad por todo el torso no sin antes haberle pedido permiso, como si no lo creyera posible todavía. Ante su posterior pasividad, ella tuvo que animarle.

-Venga, extiéndelo.

Él dejó el envase a un lado y la obedeció, pero lo hacía con la misma maña que si le estuviera esparciendo crema solar a su madre. Por primera vez vi un atisbo de impaciencia en el rostro de mi amada que, soltando un largo suspiro, agarró las manos que la estaban acariciando y las guió por zonas más comprometidas de su anatomía. Cuando arribaron a sus pequeñas tetas, fue cuando ¡aleluya! Empezaron a cobrar vida. Los dedos se agitaron y comenzaron a estrujar esas duras y redondeadas masas ante la algarabía de Mireia, que había llegado a dudar que pudiera ofrecerme el espectáculo que pretendía. A partir de ahí nuestro hombre necesitó poca ayuda. Repasó con deleite cada recoveco del grácil cuerpo que tenía ante él, dejando su piel brillante a cada pasada. Ella se sentó entonces sobre Damían casi a la altura del paquete, dejando así al alcance los cachetes de su culo que no tardaron en ser hostigados por unas manos invasoras. De la timidez inicial poco quedaba ya y los apretaba como si fueran bolitas antiestrés, en un frenético esfuerzo por colocarla disimuladamente sobre su dura vara. No sé si mi mujer se dio cuenta de la maniobra, el caso es que se dejó hacer, y cuando me di cuenta estaban frotando los genitales entre sí con sus cuerpos unidos en una película de sudor. Él la miraba anonadado sin pestañear, pero Mireia sólo tenía ojos para mí; curiosa de saber si el show era de mi agrado no dejaba de sonreír lasciva. Había llevado una mano al escondrijo de sus sexos y yo desde mi posición no podía saber si simplemente le tocaba sobre su ropa interior, o si le había sacado la polla para sentirla mejor contra su tanga. Lo que fuese, estaba volviendo majara a nuestro amigo, por lo esta le preguntó si estaba listo para correrse. Ante la respuesta positiva, se fue deslizando hasta quedar otra vez arrodillada, ahora ya con la pringosa polla entre sus guantes. El líquido preseminal chasqueaba cada vez que las manos de Mireia aterrizaban en la base del tronco para inmediatamente después volver a subir. Ella tenía situado el rostro a escasos centímetros de la acción, aspirando el ardiente aroma que de allí se desprendía. Bastaría que sacara la lengua para que pudiera tocar el capullo con ella pero en vez de eso, seguía a esa nimia distancia sonriendo a sus dos espectadores.

-Damían, como hoy es tu cumpleaños, puedes pedir lo que quieras. ¿Vale?- informó mi chica.

Él como respuesta, puso cara de estupefacción. Ni reaccionó, ni le dijo ni le pidió nada. Se limitaba a mirarla como un lémur. Por eso ella se encogió de hombros y siguió con lo que estaba haciendo.

-Sólo quería que lo supieras -terminó Mireia.

Me hubiese gustado que Damián le hubiese pedido que se la chupara, aunque sólo fuese para saber como se las arreglaba mi esposa para escabullirse del farol lanzado. Pero creo que ella era demasiado lista en ese sentido, y que si lo había soltado era porque estaba segura que él no se iba a atrever a solicitarle nada. Los estridentes gemidos del informático me confirmaron que no iba a tener oportunidad de comprobarlo. La verdad es que siempre eran estremecedores, parecía que lo estaban estrangulando. No sé si es que ciertamente sentía tanto placer, o si lo hacía como parte de un plan de aviso destinado a Mireia y así evitarse situaciones posiblemente embarazosas. El caso es que ella no se había alejado ni un ápice del futuro géiser, entreabría la boca golosa y sacaba la lengua como si estuviera lamiendo un helado. Afortunadamente había tomado la precaución, eso sí, de cubrir la expulsora fuente con una de sus enguantadas manos, mientras la otra estaba atareada en proporcionarle las últimas y definitivas sacudidas. Lo que pasa es que con Damían ocurre otra historia que no había contado antes, y es que suelta unas lechadas impresionantes. El muy cabrón debe de aguantar sin tocarse desde dos semanas antes para ir acumulando, porque Mireia siempre me comenta que queda alucinada con todo lo que echa. Dice que son como varias de las mías en una, y yo tengo visto personalmente paquetes enteros de pañuelos de papel agotados en un abrir y cerrar de ojos. Esta vez no fue distinto, y aunque los guantes quedaron completamente empapados, algunas gotas habían escapado y habían ido a parar a su mejilla izquierda y la barbilla. Incluso labios y nariz habían sido levemente alcanzados. Mireia tenía los ojos abiertos como platos y comentó divertida:

-Da igual lo que haga contigo Damián, siempre me coges por sorpresa - y acabó por reír.

Ya digo que sólo fue esa vez en que las cosas se salieron un poco de madre, el resto eran como ya las había descrito antes, funcionales y desapasionadas. Incluso en esta única ocasión ella había estado más pendiente de su marido que de él, por lo cual no era de extrañar el poso de amargura que parecía haber dejado en el programador su regalo, al comprender realmente que ella nunca sería suya en cuerpo y alma, si no que ya tenía “dueño”. Esa reflexión no le impidió seguir disfrutando de las posteriores reuniones que fueron goteando en el tiempo, a la par que nuestro negocio seguía creciendo y comenzando a dar pingües beneficios. Había llegado al punto en que me procuraba un buen sueldo y, como Damían se ocupaba de todo, sin hacer absolutamente nada veía como nuestro nivel de vida se iba incrementando, y con él mi aprecio por mi socio y sus artes que estaban contribuyendo notablemente al despegue. Mireia no sólo tenía eso que agradecerle si no también innumerables detalles, como costosas entradas para las mejores butacas de musicales o conciertos, ropa de exclusivas marcas, joyas preciosas incluso y muchos, muchísimos aparatos de tecnología que él descartaba porque había salido la ultima versión. Les hablo de televisor, consola, cámara de fotos y video, móvil, tablet, portátil, ordenador de sobremesa, decenas de accesorios... en fin, todo lo que a uno se le pueda ocurrir. Y me refiero a aparatos que eran punteros hace menos de un año, o lo que es lo mismo, unos pepinos aún cuando pasaban a nuestras manos. Nos los traía a brazadas, como si fuera un Papá Noel perdido en el mes de julio. Llegó incluso a pagar la entrada de un coche que Mireia ansiaba desde hacía tiempo. Cuando se había ofrecido a hacerlo mi chica se negó en redondo; así pues, realizó el desembolso igualmente sin decirle nada y al entregarle la llave del precioso auto rojo que la esperaba en el portal, le informó que de ella dependía si quería seguir abonando las mensualidades o no. Emocionada y con lágrimas en los ojos aceptó y se lanzó a sus brazos. Estaba que se lo quería comer a besos, lo que estaba encantando al protagonista, tan poco acostumbrado a recibirlos. Estoy seguro que en aquellos momentos él estaba dando por bien empleado todo el dinero que se había gastado en el concesionario.

Fueron días felices en los que como pareja estábamos en un gran momento. No deja de ser irónico que la presencia de Damián hubiese contribuido a tal estado, elevando mis ilusiones empresariales y dándole a Mireya un amigo fiel, abnegado y generoso. Sus juegos de masturbación unilateral no afectaron a nuestra sexualidad a la baja. Al revés, ella satisfacía la exhibicionista necesidad de saber que excitaba a un “extraño” (qué menos, era quien daba el placer) y como estábamos de mejor humor los dos, practicábamos el sexo con mayor frecuencia y plenitud. Yo me aferraba a estos instantes porque la vida para bien o para mal siempre es cambiante, y suponía que esto no duraría para siempre. Como seres independientes y más tarde como matrimonio, habíamos quemado y superado diferentes etapas para después caer en otra. La única duda que me asolaba era el cómo sucedería, porque algunas veces ocurría en forma de lenta evolución, o bien podía deberse a la mediación de un acontecimiento lo suficientemente transcendental para dinamitar una época y dar así comienzo al nacimiento de una nueva.

IV

-¿Pero cuando te vas?- Mireia acababa de enterarse de que Damían se mudaba a Londres y se la veía afectada.

-En un mes- respondió su interlocutor con un suspiro resignado.

Una pesada atmósfera cayó sobre los tres. Damián había recibido una oferta de una multinacional que no había podido rechazar. El dinero para él ya no era un problema, pero ingresar en esa sociedad le permitiría afrontar nuevos retos en proyectos que grandes corporaciones sólo confían a otras grandes compañías. Tras varios minutos de información, de números y de aspiraciones pasamos sin darnos cuenta a temas más personales; en como llevaría la falta de contacto con una mujer, si se habría soltado lo suficiente para iniciar una relación en otro país (aunque el inglés lo dominaba perfectamente) o por el contrario su falta total de experiencia sería un lastre irremediable en sus futuras intentonas. Él más bien creía esto último. Aparentaba estar bastante deprimido por el asunto y a Mireia le partía el corazón verlo así. Entonces Damian nos sorprendió con lo más aproximado a una declaración de amor que le habíamos oído desde que lo conocíamos. Alabó mi suerte por poder estar cada noche con una excepcional persona como era mi esposa y, que fuera al país que fuera, nunca iba a encontrar para sí a ninguna mujer que le hiciera sombra. Que no le entendiera mal, que él conocía los sentimientos de Mireia y que estábamos hecho el uno para el otro, que hacíamos una gran pareja. Vino a lamentar que él nunca, ni una sola vez en su vida podría estar con alguien como ella y que apreciara mi fortuna porque Damián daría lo que fuera por probar, aunque únicamente fuera por una noche, lo que yo tenía de forma habitual. A mí me empezaba a dar la impresión de que, dentro de sus limitadas capacidades, estaba intentando liarnos para que accediéramos a... ¿una proposición indecente? Yo estaba alucinando, pero mi estupor fue aún mayor cuando oí a Mireia responder de forma tan franca.

-Cariño -cogió la mano de él delicadamente entre las suyas-. Aunque como muy bien dices ya conoces mis gustos, si por mí fuera y si estuviera soltera, como amiga, ten por seguro que no dudaría en ayudarte. Pero somos dos; estoy casada mi amor, tendrás que preguntar también a mi marido, aquí presente.

La muy cabrona se estaba librando del marrón pasándomelo a mí, qué bonito. Se produjo un momento de silencio en el que es posible que Damián estuviese con su atención puesta en mí. Pero de haber sido así yo no me dí cuenta, ya que estaba muy distraído arrancando con los dientes padrastros en mis uñas. Aunque tenía por seguro que mi mujer tampoco tenía ninguna gana de acceder a su ruego, no me apetecía ser yo el malo de la película y el que le diera la negativa final. Por mi carácter solía evitar ese tipo de situaciones, y parecía que la zorra de mi chica disfrutaba metiéndome en ellas. La conversación derivó entonces hacía otros derroteros para mi alivio. Cuando, avergonzado (sin saber muy bien el porqué) me atreví a mirar a los ojos de Mireia, ella me sonrió reconfortante y acarició mi muslo con ternura. En los días que siguieron ninguno de los dos le dio la mínima importancia al tema, y sólo lo sacamos a colación un par de veces de manera trivial en las comidas.

Pero quince días más tarde Damián, cómo no, se pasó otra vez por nuestra vivienda. Lo que ocurre es que aquella noche, esa visita cambió la vida de nuestro matrimonio. Portaba con él unos documentos en los que me vendía su parte de la empresa que teníamos por la simbólica cantidad de un euro. No aceptó negativas, él debía irse en breve y no tenía tiempo de buscar compradores, y además quería hacernos ese regalo de despedida y no íbamos a poder impedirlo. Me informó que me lo dejaba todo arreglado, incluso me confeccionó una lista de informáticos que posiblemente estarían encantados de ocuparse del mantenimiento de la página por un acuerdo económico. Me sobraría el dinero si quedaba como único propietario y doblaba lo que estaba ganando ahora, podría pagar un sueldo sin ningún tipo de problema. En definitiva, Damián nos acababa de solucionar la existencia, ni siquiera Mireia se hizo la digna atreviéndose a rechazarlo por exagerado. Personalmente, tenía ganas de llorar. ¿Alguien ha visto el anuncio en el que una conocida marca de cafés regala un sueldo para toda la vida? Pues así me sentía yo entonces. Se lo agradecí hasta el infinito y más allá; es más, fue ahí la primera vez en los que los papeles en nuestra relación se invirtieron por unos momentos. En aquella oportunidad, él fue el macho alfa. Dando silenciosos saltos de alegría los dejé, pues quería que aprovecharan el poco tiempo que les quedaba para tener una de las conversaciones que tanto echarían en falta. No sé lo que hablaron esa noche, pero cuando más tarde estábamos los dos solos en la cocina preparando la cena yo veía a Mireia muy callada y apática. Le pregunté si le ocurría algo.

-Nada mi amor, estoy bien-. Levantó la vista hacía mí y me pasó una mano por la mejilla sonriendo-. Estaba aquí distraída, pensando un poco.

-¿Y en qué pensabas?- Ni por asomo me imaginaba yo lo que iba a escuchar entonces.

-¿Sabes? Cuando hace dos semanas Damián nos insinuó el tema este... ya me entiendes... de que lo “estrenara”, tú estabas delante cuando le respondí. Quiero decirte que sigo pensando lo mismo, somos un matrimonio y cuando son cosas importantes que nos pueden afectar como pareja tenemos que estar los dos de acuerdo. Pero si quisieras... perdón, quiero decir, si no te importara mucho que lo hiciera, estaría dispuesta a ello. Me acostaría con él.

Cualquier buen observador percibirá que era lo mismo que había dicho hace quince días, pero que no sonaba exactamente igual. Ella me lo contaba sin mirarme a la cara, pero con el tono trivial de quien está relatando como le fue la compra en el supermercado. Contraataqué con la pregunta que habría hecho el noventa por ciento de las personas que estuvieran en mi situación.

-¿Qué pasa? ¿Que te gusta?

Mireia apoyó una mano en la cintura, mientras posaba la otra en la encimera. Torció el gesto que hasta ahora había sido dulce y me escupió su respuesta.

-¿Crees que te estaría planteando esto si así fuera? Bueno, déjalo, no tenía que haber abierto la boca- volvió a su tarea culinaria de mucho peor humor con que la había dejado. Yo, para aplacarla más que otra cosa solté:

-Lo pensaré, anda. Vamos a cenar que ha sido un día de locos-. Ni aún viendo una débil sonrisa en las facciones de mi mujer, me enteré de hasta que punto me había comprometido ese último comentario.

En la semana que siguió, Mireia se comportaba en todo momento de forma afectuosa y creando un cálido ambiente en el hogar, clima que yo rompería en cuanto quisiera cerrar el asunto que tan a la ligera había dejado en el aire. Por eso lo postergaba para un poco más adelante, decidiendo disfrutar el máximo de tiempo posible del buen rollo antes de coger el toro por los cuernos. Fui consciente a su vez de que a cada oportunidad que pasaba sin hablar el tema, la siguiente entrañaría más dificultad. En esta circunstancia, mi forma de ser jugó en mi contra cuando, a falta de una semana para la partida de Damián el humor de mi esposa comenzó a volverse áspero y beligerante. Yo no había calculado que la medida tomada en la cocina aquella noche no era más que un parche temporal que ya había cumplido su función, y que ahora debía tomar una decisión. Había tenido una visión en estos siete días de lo que podría ser nuestro matrimonio durante un largo periodo si le dijera que sí. Y empezaba a tener una muestra de lo que podría ser si le contestaba que no. Eran muchos años juntos y conocía perfectamente los engranajes de nuestra relación. ¿Qué quería yo entonces? ¿Qué estaba dispuesto a soportar? Ya saben de mí que soy una persona bastante objetiva y para el asunto infidelidades, me ocurre como a las mujeres en ese sentido. Le doy muchísima más trascendencia a la parte emocional que a la meramente física.

-Ya sabes como nos comportamos cuando le masturbo, esto sería igual, lo único distinto es que utilizaría otras partes de mi cuerpo. Opino que a Damián le daría mucha más confianza y seguridad en sí mismo; además, no va a cambiar nada en nuestra relación- me tranquilizó.

Fue al tenerla delante de mí intentando convencerme, cuando comprendí que mis opciones para dar marcha atrás en todo el asunto se me estaban escurriendo como agua entre los dedos. Al considerarme un sujeto bastante cabal y racional, si todo transcurriese tal y como aseguraba Mireia, hasta me veía capaz de aceptar lo que tuviera que pasar. Pero, ¿cómo podía tener la certeza de que fuera a ser así? No me entiendan mal, no desconfiaba de mi mujer si no de la enrevesada y maquiavélica mente humana, capaz por naturaleza de imaginarse lo peor. Se me aparecía un futuro en el que yo, día tras día, me castigaba con visiones de una lujuriosa cabalgada hasta el amanecer llena de pasión y magia, daba igual que fueran reales o no. Entonces poco importarían sus palabras de consuelo y juramentos de fidelidad, nada podría apartar de mi cabeza esa desazón, esa sombra de incertidumbre. ¿Cómo saltar este obstáculo que me impedía dar el paso? Le transmití esa duda a Mireia. ¿Realmente me interesaba superarlo? Eso no se lo dije.

-Podríamos intentar grabarlo- sugirió, no muy convencida de nuestras capacidades audiovisuales.

De todas formas no era una solución aceptable para mí. De ninguna manera pensaba en confiarlo todo a su narración posterior y la volatilidad de la tecnología.

-De eso nada, tengo que estar allí. Lo siento, pero es la única forma de que quedéis- sentencié. No trataba de sacar pecho ante ella ni imponer mi autoridad de macho, lo que hacía era mostrarle mis sentimientos y decirle con el corazón que sólo así me veía con las fuerzas necesarias para afrontarlo. Mi esposa lo comprendió y rebajó la tensión del diálogo.

-¿No será que eres un vicioso mirón?- ante mi amarga sonrisa por reprenda, ella se acercó con la intención de mimarme un poco. En el fondo le gustaba la idea de tenerme allí con ellos, y me estuvo proponiendo lugares donde ocultarme que yo desechaba por incómodos, arriesgados o simplemente imposibles. Al final, cansada y un tanto suspicaz, me dejó con la misma facilidad con la que había llegado, no sin antes lanzarme un aviso que más bien sonaba a advertencia.

-Pues si lo quieres hacer a tú modo, tú verás cómo te lo montas. Pero recuerda que tienes siete días para ello.

Yo abrí los brazos extendidos mientras levantaba mi mentón desafiante para responder.

-¿Y si no qué? Siete días dice la pava... ¿qué es esto, The Ring ?

Pero ahora el aire era el único que escuchaba mis palabras.

No sabría decir si por un extraño conjuro me había convertido en Naomi Watts pero verdaderamente me sentía como ella, estrujando mi cerebro para escapar de un destino que se antojaba ineludible en una carrera contrarreloj de una semana. Había llegado la hora de dejar de engañarme a mí mismo y asumir lo que iba a ocurrir, así que volqué mis esfuerzos en idear el mejor modo de saber realmente lo que se cocería aquella noche. En la víspera del penúltimo día antes de la marcha de nuestro amigo, Mireia me seguía malhumorada por el pasillo camino de nuestra habitación. Su enfado no era cosa del momento, si no que había ido gestándose y creciendo con el paso de los días ante mi aparente falta de iniciativa (lo que no sabía es que por aquél entonces yo me estaba devanando los sesos para hacerla feliz). Cuando llegó a la amplia estancia matrimonial le enseñé el motivo por el cual me había ido esa tarde a comprar; por supuesto, ella no había querido acompañarme. Dos altas lámparas de pie estaban colocadas a unos pocos metros de la pared del fondo, una a cada lado del dormitorio. Eran de diseño; inspiradas en los focos que se utilizan en el cine, estaban dirigidas hacía el centro de la habitación y por ende, a nuestra cama.

-Horrorosas, devuélvelas- juzgó tajante e hizo ademán de volverse para irse, pero la detuve.

-Lo haré, pero antes quiero que veas una cosa.

Encendí las nuevas lamparas que despidieron una luz bastante potente, cegadora si se miraba al área cercana a la fuente. Cogí a Mireia desprevenida, que protestó ásperamente ante semejante molestia. Haciendo caso omiso de sus quejas, me acerqué a la pared que quedaba detrás de los focos y me pegué a ella en su punto central.

-¿Me ves?- pregunté con aire triunfal, pues ya conocía la respuesta.

Mi esposa puso una mano sobre la frente a modo de visera, pero negaba con la cabeza.

-No- acabó por reconocer al cabo de unos segundos.

Yo, en cambio, tenía una vista perfecta de la habitación y de todo lo que en ella se desarrollase. A mi derecha el cabecero del lecho, a mi izquierda obviamente los pies, y en el centro a Mireia, sonriendo al fin.

La mañana siguiente nos dedicamos a trasladar un destartalado sofá negro que normalmente tenemos abandonado como criadero de trastos en una de las habitaciones. Su destino era el punto en el que yo ayer había resuelto finalmente la prueba de luz. Era pequeño y manejable pero no demasiado cómodo, pensar que me tendría que tirar ahí toda esa noche me producía una sensación de vacío en el estómago. Encima tenía que aguantar las continuas amenazas de Mireia por haberlo dejado todo para el último día, con la posibilidad de que Damián rechazara la invitación, ya que su avión salía al mediodía siguiente y conociéndolo, seguramente querría estar en el aeropuerto temprano. Yo pensaba que entonces para que demonios estábamos cargando con el pesado mueble sin tener la certeza de que fuera a venir, pero la prudencia me hizo mantener la boca cerrada. Ella en cambio me reprochaba que lo había hecho a propósito (acertaba) y me advertía que como no viniera, me fuera preparando para una larga cuarentena. Si las pocas veces que he osado alzarme contra su estricto poder, aún recuerdo las desérticas travesías de masturbación que he tenido que padecer; conjeturando por su humor de aquel entonces, la resultante de aquel mísero acto de rebeldía habría de ser de proporciones bíblicas. Pero no, sobre a la hora de comer la vi venir hacia mí con los ojos muy abiertos llevando el teléfono móvil entre sus manos.

-Viene a cenar y a pasar la noche, le dije que estaríamos solos y él no me pidió ninguna explicación- me informó con cara de susto.

A mí me dio un vuelco el corazón. Desde ese momento, la tarde se volvió acelerada y confusa; de hecho apenas la recuerdo. Cuando me quiero dar cuenta me veo sentado en el sofá que pusimos en el dormitorio, con una botella de agua y un sándwich para pasar la noche, teniendo prohibidas las ruidosas bolsas de aperitivos. Estoy a la espera de acontecimientos, entreteniéndome en cada detalle de mi dormitorio nunca antes estudiado desde esa perspectiva, ni con esta potente iluminación casi industrial. He desistido de intentar descifrar las lejanas voces de Mireia y su invitado, y solamente distingo el tintineo de las copas en sus continuos brindis. Al cabo de un rato de la cocina me llega el ruido de un grifo y platos y al momento más diálogo, que va desplazándose hasta el salón para acabar seguramente en el sofá. Más entrechocar de copas, risas, charla... pasa el tiempo. Empiezo a aburrirme y acabo cayendo en un estado cercano al sopor. Otro brindis... entre una nebulosa de vigilia, las lejanas palabras se acaban perdiendo en un monótono y arrullador murmullo. Me incorporo y agito la cabeza. Silencio. Debido a mi estado, no tengo claro el tiempo que ha pasado desde el fin de la conversación ni que está ocurriendo en esos momentos, aunque puedo imaginarlo. Lo único que espero es que Mireia se acuerde de su pobre marido y convenza a Damián para trasladar la acción al dormitorio como habíamos convenido. Me sorprendí del bajo concepto de mí mismo que podía inspirar el tener ese pensamiento, pero necesitaba verlo todo, cerciorarme de que el encuentro se desarrollaba bajo los términos acordados.

El recuerdo de las horas que siguieron no se me olvidará mientras viva. Mireia iba delante de su amigo llevándolo de la mano. Una vez llegaron a la altura de la cama se giró hacia él, jugueteando con un mechón de su rizada melena a la par que lo observaba. Para Damián la percepción de mi mujer, aún vestida de forma casual con una holgada camiseta deportiva, braga culote haciendo juego y unos gruesos calcetines de andar por casa, parecía tenerlo cautivado; ni siquiera prestó atención a la novedosa y estrambótica iluminación. Se acercó y agarrándola envalentonado por la cintura, empezó a propinarle apasionados besos por el cuello. Ella jadeó y, volviendo la vista sorprendida hacia arriba con una sonrisa nerviosa lo apartó dulcemente.

-Céntrate fiera, que estamos a lo que estamos. No vaya a ser que te emociones demasiado pronto y al final ni chicha ni limoná . Anda, vete quitándote la ropa y túmbate- indicó Mireia mientras abría el cajón de la mesita de noche y extrajo de su interior nuestro tubo de lubricante.

El hombre se desvistió torpemente bajo la atenta mirada de mi chica, que subió las comisuras de sus labios en una afectuosa sonrisa mientras se frotaba sus untuosas manos. Damián quitó su penúltima prenda con cierta vergüenza mientras quedaba echado, totalmente expuesto boca arriba. No sabía como ponerse e intentó tapar sus intimidades, a lo que Mireia contestó con una negación silenciosa. Lentamente, deslizó los dedos por su torso hasta bajar a los muslos y a un área mas calurosa. No era plan de darle un erotizante masaje ni alargar la cosa en exceso, estaban por un motivo y había que ceñirse a él. Así pues acarició de manera suave durante unos segundos sus peludos e hinchados huevos hasta llegar a su vara, que estaba adquiriendo un buen tamaño y consistencia. No quiso prodigarse en atenciones y tras unas breves sacudidas la soltó para evitar accidentes, a los cuales Damián era tan proclive. Este, se quedó sin respiración cuando la hembra que tenía ante él se bajó la bragas con total naturalidad y las sacó por sus piernas, dejándolas caer al lado de la cama. Se colocó de rodillas apenas a medio metro de su nariz y levantándose la camiseta hasta la altura del ombligo le enseñó un conejito completamente rasurado, ya que tenía por costumbre llevarlo depilado en su totalidad. El chaval tragó saliva y su polla dio un involuntario espasmo. Levantó el brazo en dirección al tesoro que le mostraban pero en esto, se detuvo y alzó unos ojos imploradores hacia su maestra, su dueña, su diosa.

-¿Puedo tocar?- preguntó con devoción.

Mireia dudó unos instantes, pero al final se apiadó de él. Dejó escapar un largo suspiró y descansó su cuerpo sentándose sobre los talones, permaneciendo aún de rodillas y bajando la camiseta de nuevo. La tela sólo dejaba un pequeño túnel entre sus muslos del tamaño de una bola de billar. Ella tomó la temblorosa mano del chico y lentamente la guió por aquella oscura abertura.

-Pero sólo un poquito, ¿eh?- concedió finalmente en un alarde de benevolencia.

Yo desde mi atalaya no podía ver gran cosa, así que tuve que intuir lo que pasaba por ahí abajo fijándome en las reacciones de mi mujer, que observaba traviesa a Damián en sus primeras andanzas en los temas de alcoba. Más tarde, ella empezó a poner cara de circunstancias mientras advertía a su aprendiz.

-Cuidado, ¿eh? No te pases demasiado-. No lo soltó en un tono cortante ni autoritario, más bien era una invitación a no tomarse excesivas libertades. O por lo menos así lo percibí yo, ya que me percaté de ese “demasiado” al final de la frase; hubiese sido menos alentador para Damián el no haberlo pronunciado.

A continuación Mireia cerró los ojos y permaneció aparentemente impasible durante un rato, con alguna que otra mueca como única excepción. Aparecía ante mí hermosa como pocas veces, con un mechón rizado cayendo por su rostro. No sé por qué, pero ese día la había encontrado especialmente guapa, y en esos momentos esa sensación de tener delante a una mujer distinta, nueva y más bella se había acentuado. Como dije se la veía casi imperturbable, sólo la fragilidad de sus palabras débiles como una suave brisa, punzaban mi estado de calma.

-Despacio... baja el ritmo- casi susurró.

Al principio quise creer que eran imaginaciones mías, pero cuando los inconfundibles chasquidos se intensificaron tuve que rendirme a la evidencia de que no, que era real. Damián le estaba metiendo un dedo a mi esposa; o dos. El problema no era que ella se lo permitiese, eran esos húmedos sonidos los que no entraban en el guión; aunque no quise pecar de ingenuo, suponiendo que ante la estimulación lo normal sería mojarse. Pero tampoco contaba con que Mireia tuviera que pararlo con una brusquedad inusitada y sospechosa, abalanzándose con ambas manos al brazo de él para interrumpir su avance y alejarlo de aquella cálida guarida.

-Bueno... vale, creo que es el momento. Yo ya estoy lista, ¿y tú?- exhaló mas que habló.

Iba apañado, y tanto que estaba lista, eso ya lo había oído yo antes de que ella lo dijera. El colmo fue ver como Damián olía sus dedos indice y corazón (osea, que fueron dos) para después chuparlos con gula hasta los putos nudillos. La mirada cómplice que cruzaron ese instante me dolió más que todo lo que acaba de observar hasta entonces. Afortunadamente fue un espejismo, pues una vez pasado el calor momentáneo, las cosas volvieron a encauzarse a la sistematización que yo había llegado a apreciar, retomando los roles de maestra y alumno. Esta, cogió un preservativo y se lo colocó hábilmente, se subió sobre su cuerpo y frotó el sexo contra la enfundada herramienta. Posó entonces una mano en su torso y con la otra, agarró la virilidad de Damián para introducirla en su vagina. Siguió un rato haciendo los movimientos anteriores aunque en esta ocasión con la diferencia de que él comenzaba a entrar en su interior. O al menos eso supuse yo cuando ella se recostó sobre su amante y poniendo las manos delicadamente en sus mejillas, le susurró dulcemente mientras le miraba a los ojos desde muy cerca.

-Te he desvirgado, cielo.

El muy osado intentó besar sus labios, pero para aquel entonces mi mujer había vuelto a enderezarse y cogiendo las torpes zarpas de su compadre, las introdujo por debajo de su camiseta para dejarle sobar sus firmes pechos sin ningún tipo de barrera. Pero al infeliz se le salía la verga cada poco y la vez siguiente estaba más blanda que la previa, eso hacía que los intentos de ella para volver a meterla fueran paulatinamente más complicados.

-Es que a mí siempre me ha gustado más estar arriba, quiero decir... en mis pensamientos. Prefiero dominar, si no te importa- se excusó el chaval.

Mireia puso cara divertida ante esta revelación y de buen talante, se apeó de su compañero para tumbarse a su lado, hincando el codo en la cama y apoyando la cabeza.

-No pasa nada, es normal que estés algo nervioso pero así me gusta ¡con iniciativa! Claro que sí cariño, tú pide lo que quieras. Espera, que te pongo otra vez a tono- dijo cuando le agarró el miembro y retomó el masaje.

Quise entender que ese “pide lo que quieras” era meramente una frase hecha, aunque desde que comenzó la fiesta tenía la mosca detrás de la oreja y mucho me extrañaba a mí que Mireia no tuviera preparada una de las suyas, alguna broma marca de la casa de esas que tanto le gustan. Pero en esos momentos ella tenía otras preocupaciones.

-¿Qué pasa, que con la gomita se te afloja?- preguntó.

Efectivamente, la polla de Damián estaba perdiendo rigidez y el profiláctico estaba ahora enrollado e inservible. Mi chica se lo acabó de quitar compresiva y volvió a acariciarlo, ahora sin el obstáculo del látex. Hizo que él se colocara sobre ella y continuó con la masturbación apoyando el glande en la entrada de su cueva. Con la mano que le quedaba libre subió la camiseta enseñando la esbeltez del torso desnudo y sus tetas, apenas dos firmes colinas en esa posición.

-Haz con ellas lo que se te ocurra- le anunció complaciente.

Antes de tener la oportunidad de repetirlo, Damián ya se había arrojado sobre sus mamas cubriéndolos de besos, lametones y saliva, mientras los amasaba con las manos desenfrenado. Hasta yo podía oír los chapoteos desde donde estaba; era un tanto asqueroso, pero a Mireia no parecía molestarle. Pasó la mano tras la nuca de su colega y enredando los dedos por su pelo, continuó con la otra el trabajo de reanimación de su fláccido órgano. Y por cierto, parecía funcionar por que él empezó a mover el culo hacia delante, iniciando simulacros de penetración cada vez más serios. Solamente cortó el intenso intercambio de miradas para pedir otro condón, pero ella rehusó traviesa con la cabeza mientras se mordía el labio inferior.

-Pero...- empezó a replicar sorprendido, aunque mi esposa no lo dejó acabar.

-¿Ves a alguien aquí?- miró a todos los lados de la habitación, incluida la zona oscura donde yo me parapetaba-. No te preocupes tanto, será nuestro secreto.

Qué mala pécora; no es que me crea el ombligo del mundo, pero a mí me dio la impresión de que en parte no era más que otra coña de las suyas que se inventaba con el único fin de joderme, Dios sabe porqué. Aunque tome la píldora, le había dejado claro mis preferencias en ese tema, por eso me alegré cuando le salió el tiro por la culata. El pobre Damián se puso tan nervioso con la perspectiva de follarse a pelo a mi mujer que de ansias que tenía no acertaba ni a meterla, con el mismo resultado de la vez anterior, el progresivo decaimiento de su hombría. No sé si alegrarme en aquel entonces me convierte en mezquino pero igualmente lo reconozco, así lo hice. Reía para mis adentros observándolo forcejear de manera inútil y me regocijé cuando él, derrotado, se tumbó boca arriba al lado de mi hembra y se cubrió avergonzado los ojos con el antebrazo. Ella intentó consolarlo, pero su amigo se apartó frustrado y enfadado consigo mismo. Mireia se limitó entonces a apagar la luz, acurrucarse sobre el brazo que le quedaba más cerca y le confortó con palabras suaves, diciéndole que era normal, que se exigía demasiado y que no se rindiera tan pronto. Le aconsejó relajarse y descansar por el momento ya que la noche era muy larga. Por desgracia yo coincidía con ella. Apenas los veía, ya que la luz de las farolas de la calle que se colaba por las rendijas de la persiana no daba para mucho, pero por mí si se dormían ahora mismo y no se despertaban hasta mañana, a la hora en que el genio de la informática tuviera que pirarse pitando al aeropuerto, sería el hombre más feliz del mundo.

Tras esa ingenua esperanza, transcurrieron los suficientes minutos para que yo empezara a plantearme la idea de dar cuenta de mi espartana cena. Estaba en la tesitura de si saciar el hambre en ese momento o reservar el bocado para más adelante, cuando la voz de mi esposa rasgando la oscuridad me sobresaltó.

-Damián, ¿si te hago una pregunta, serás sincero?

-Sí... bueno...- respondió dubitativo. Aun así, Mireia se lanzó a la piscina.

-¿Cuáles son tus fantasías? ¿En qué piensas cuando te la pelas?

Hubo una pausa en la que me imaginé a nuestro invitado tragando saliva y poniéndose como un tomate.

-En ti, en hacerte el amor, en acariciarte y besarte, no se... cosas de esas- contestó al fin.

-Sí, vale, muy bonito todo. Pero ahora de verdad, ¿qué te gusta en el sexo?- cortó mi chica con tono escéptico.

-No lo sé, era virgen hasta hace cinco minutos.- Hasta yo en mi ceguera podía ver como Damián intentaba capear la situación, pero mi leona no dejó escapar su presa.

-Mira, para entendernos, cuando te pones delante de la pantalla del ordenador buscando material para pajas, ¿qué escribes? Puede ser lésbico, tríos, anal...- Mireia lanzó incansable una batería de posibilidades, tantas que llegó a escandalizarme.

-Suelo buscar sexo normal, corridas... o dominación como mucho- se rindió él.

A continuación, oí una sofocada risa femenina en la negrura del cuarto.

-¿Así que nuestro tímido ratón de biblioteca es un poco guarro en el fondo? Pues que se relaje, ya veremos que podemos hacer por él, ¿de acuerdo?

-No quiero que hagas nada que no desees hacer- recitó Damián en un alarde de fingida caballerosidad (se olían sus ganas de que le llevara la contraria). Mi mujer no le defraudó, con un “calla, tonto” cerró la discusión y de nuevo volvió a reinar el silencio. Yo ya no fui capaz de comer.

Pero el tiempo pasó sin nada que alterara la calma. Se habían quedado abrazados como dos compañeros de acampada en una fría ventisca y parecían dormitar. Finalmente había terminado por ceder a mi hambre y hacía un buen rato que el sándwich había desaparecido. Puede que aún transcurrieran un par de horas más después de eso, pero yo ni me atrevía a encender en móvil para confirmarlo. Comenzaba a dormirme entre la infantil creencia (aunque increíblemente reconfortante) de que tras cualquier largo pestañeo, abriría los ojos en la claridad del día y toda esta... experiencia habría terminado ya. Entonces alguien se levantó de la cama y entre penumbras caminó por la habitación. Oí abrirse el armario y un par de cajones. La desenvoltura con la que se movía a través de la estancia me hizo suponer que sería mi chica la que deambulaba por allí; estaba revolviendo y haciendo acopio de algo que no podía adivinar, ¡Diablos, como podía ver nada en esa oscuridad! Escuché el tintineo de una cadenilla y me temí lo peor. Recordando lo que pensaba hace cinco minutos, me descubrí como el mayor iluso del mundo al sentirla pasar delante de mí hasta alcanzar el cuarto de baño del dormitorio y cerrarse en él. La luz de dentro se encendió y a continuación Mireia se tomó una ducha y se secó el pelo. Lo sé, porque zumbaba al otro lado de la puerta el secador. ¡Qué inusual! Se lo habían regalado y normalmente era un aparato condenado al destierro porque mi chica objetaba que le resecaba el cabello. Y ahora no sólo lo estaba utilizando, además lo hacía a conciencia a juzgar por el tiempo que estaba invirtiendo. Después, ruido de botes y frascos, un spray durante mucho rato (¿laca? ¡Imposible! ¿Desodorante? Exagerado), el deslizar del nailon, tacones, el inquietante cascabeleo de la fina cadena... entre uno y otro llevaría una hora encerrada, y no exagero. Yo no tenía ni idea de lo que estaba tramando. Esto se escapaba por completo de lo acordado y me debatía entre el desazón, deseo y curiosidad por orden de intensidad. Iba a tardar poco en averiguarlo. Una dulce y juguetona voz atravesó la madera de la puerta para acariciar melosa los sentidos del hombre que estaba tumbado sobre la cama.

-Damián- alargó su nombre en un canto de sirena-, ¿listo para cumplir tus fantasías?

-Sí- respondió el aludido ansioso por ver lo que se ocultaba dentro del aseo. No le podía culpar. Por lo menos tuvo la lucidez suficiente para encender los nuevos focos, inundando el cuarto de un fulgor cegador. Y allí estábamos, a punto de presenciar otra actuación de nuestra estrella privada.

En estas últimas fechas, me ha bastado con recurrir a la cómoda formula de culpar a Mireia sin más de todo lo que pasó para justificar mis ocasionales flaquezas emocionales. Argumentar que fue ella quien lo provocó resume la historia para hacerla más sencilla, más fácil de comprender, aunque inexacta. Además, siento que me exonere de mi inamovilidad, de mi falta de carácter, como si una posible intervención por mi parte aquella noche fuera inútil a la vez que catastrófica. Pero por otra parte visto en retrospectiva, una molesta esquirla en mi alma sabe que no ocurrió simplemente así. No porque Mireia me lo diga y yo la crea, que así es; si no porque recordándolo sé que mi amada esposa lo inició todo teniéndome a mí, y sólo a mí en la cabeza. Quizá su error fue el intento de hacerme partícipe de lo especial de la ocasión con su espectáculo más memorable, cuando puede que yo no estuviera preparado para ello.

V

Nunca había visto a mi mujer tan guapa como el día que nos casamos, dentro de un precioso vestido blanco adornado discretamente con una elegante pedrería. La vez en que nos desmelenamos en el local de intercambio, con aquél sugerente corsé y los leggings marcando culo también estuvo espectacular, pero con otro estilo obviamente. Ahora, casi no había necesitado ropa para aparecer sublime e inolvidable.

Se abrió la puerta por fin y Mireia caminó como si fuera una modelo por la pasarela hasta entrar en el charco de luz. No pude evitar repasarla de abajo a arriba. Calzaba unos zapatos negros y brillantes con un fino y elevado tacón. Solamente unas elásticas medias de lycra negra y traslúcida completaban su atuendo, con lo que su culo con forma de pequeña manzana bailaba libre ante mis ojos. Recuerdo pensar en ese momento como era posible que fueran tan tragonas unas nalgas de aspecto tan tierno e infantil, aunque la mayor sorpresa la tuve cuando llegué a ver su pelo. No estoy muy ducho en el mundo de la peluquería, así que no sé muy bien como describirlo o como denominar técnicamente lo que vi, pero lo intentaré porque vale la pena. Lo llevaba digamos que a lo afro, con un volumen que yo creía impracticable en ella. Los mechones aún seguían el curso natural de la melena hacia su espalda, pero aún así era como si un aura oscura flotara alrededor de su cabeza; además, se había aplicado un toque de purpurina en él, y parecía que sobre sus hombros había un bosque de espeso follaje que ocultara en su interior una ciudad de hadas. Al darse la vuelta pude evaluar el resto de sus preparativos, que incluían su conejito rasurado como siempre y un maquillaje descarado y muy visual. Era casi exagerado, pero no del tipo puta barata de carretera. Se asemejaba más a una corista del Moulin Rouge , con una extensa sombra de ojos malva, labios color azul eléctrico e incluso se había echado rímel en las pestañas, potenciando todavía más su atractiva naturaleza. Como último detalle, al cuello llevaba un ceñido cinto de cuero del cual salía una delgada cadena de medio metro de largo, como si fuera la correa de un perro. Mireia jugaba con el extremo dando vueltas sobre sí mismo cuando miró al vacío en donde yo estaba sentado petrificado y, para mi sorpresa empalmado. Me dirigió una discreta señal apuntándome con el dedo y diciendo con los labios algo acabado en “ti”. Supuse que sería algo parecido a “esto es para ti”, “va dedicado a ti” o “te quiero sólo a ti”. Nunca lo supe.

Cuando se dio la vuelta y se acercó a Damián a este le temblaban las piernas. Ella dejó colgando ante él el final de la cadena que había estado volteando, ofreciéndole el poder. Su tímido amigo lo aceptó y poco a poco inició su definitiva transformación que tanto habría de cambiar las cosas. Mireia le lanzó un ficticio zarpazo.

-¡Miau!- canturreo traviesa.

Pensé que la primera reacción del anhelante hombre sería acercarla hacia sí para poder robarle ese tan buscado beso, por eso me sorprendió cuando tironeo de su amiga hacia abajo forzándola a arrodillarse enfrente suyo. La melosa gata obedeció zalamera, y agarró el bastón de mando con agrado. Se entretuvo en observar de cerca las enrevesadas venas que lo recorrían y cómo la piel se arrugaba en la base de un glande brillante de jugos. Lo palpó con parsimonia, sabiendo que contaba con todo el tiempo del mundo para dedicarse a realizar con esmero su tarea. El afortunado receptor de tales cuidados lo estaba disfrutando como nunca, ya que una gran sonrisa de satisfacción adornaba su rostro. Normal; yo que sólo lo estaba viendo, tenía una calentura como pocas veces en mi vida, así que un chico casi virgen e inexperto debería de estar en trance. Pensé que acabaría siendo demasiado para él como había sucedido antes y, en una absurda ironía del destino, casi hasta me daba pena que así fuera. Los acuosos sonidos hacía rato que habían hecho acto de presencia y un hilo de baba caía varios centímetros desde la punta del nardo, por lo que me imaginé que el final de la película estaría cercano; aunque Mireia ni siquiera había tenido que acelerar sus maniobras para lograrlo, se contentaba con frotar el resbaladizo pene con una mano y con la otra las peludas (e imponentes) pelotas. La verdad es que el que habla estaba tan cachondo que inconscientemente intentaba aliviarme frotando mis partes sobre la tela del pantalón.

No sé en que momento nuestro cargante e inofensivo friki decidió mandarlo todo a tomar por saco, ni en decirse a sí mismo que si solamente iba a tener a este pedazo de mujer una vez en su vida que mejor que aprovecharlo al máximo, pero algo cambió. Dicen que el diablo siempre espera, que aprovecha las debilidades humanas para atacarlas en el momento adecuado. Una mente racional como la mía no cree en esas tonterías, pero no encuentro mejor manera de explicar lo que pasó a continuación. El primer detalle revelador fue ver como la cadena que antes estaba lo suficientemente holgada para formar una “u” ahora estaba tensa, paralela al suelo. Mireia hacía una sutil resistencia hacia el lado contrario, pero entre uno y otro cada vez estaba más próxima del miembro que la enfrentaba. Era como pescar, soltar y recoger sedal pero a cada instante más cerca de la barca. Hasta que llegó el punto en que se quedó frente a ese falo baboso, acariciándolo en una posición en la que podría recoger el espeso líquido que goteaba con sólo estirar la lengua. Ahí se produjo un punto muerto. Yo permanecía a la expectativa y había dejado de tocarme a la espera de nuevos movimientos. Entonces Damián se decidió por un ataque frontal y agarró de la nuca a mi mujer, lo que hizo que curiosamente se me erizara a mí el vello de esa misma parte ya que sabía lo que seguiría después. Mireia también lo intuyó y me buscó con la mirada disimuladamente. ¡Vaya putada! No sabía si me pedía permiso, o si esperaba una señal por mi parte de consentimiento o negación. ¿Qué hacer? Por la actitud apremiante de él sabía que no disponía de apenas segundos para pensarlo. Lo poco que se me ocurrió en ese lapso es que a ella la idea no le molestaba, ya que si así fuera se lo haría saber por mucho juego que hubiese por medio. Estaba claro que me pedía permiso pero, ¿qué responder? Necesitaba tiempo para decidir, no era para nada justa la situación en la que me estaba poniendo mi esposa. Tenía que enviarle un mensaje aunque sin descubrirme y ¿cómo? Quizás si encendía el móvil y tenía la suerte que sólo ella lo viera... era posible, ya que ahora no hacía otra cosa más que buscarme con los ojos insistentemente a pocos centímetros de otra polla a la que machacaba. Eché una mano al bolsillo pero la voz de Damían me dejó paralizado como un animal silvestre ante unos faros aproximándose hacía él.

-¿Qué pasa? ¿Qué estás mirando?

Ya no tuve que dudar a partir de ahí, ni nada que sopesar; la boca de Mireia envolvió el trozo de carne que tenía ante sí sin molestarse siquiera de apartar antes el espeso afluente que brotaba de él, que quedó aposentado su mejilla izquierda secándose ante los asombrados ojos de los hombres que estábamos allí presentes. El rugido de triunfo que profirió el tío cuando invadió la garganta de mi esposa penetro entre mis costillas para clavarse tan profundamente en mi corazón, que aún hoy puedo sentirlo. Comenzó entonces una suave cadencia en la que los azules labios de Mireia dejaban el brillante tronco a la vista para a continuación volvérselo a tragar. Tenían los ojos clavados el uno en el otro y Damían parecía sentir la suave brisa de las majestuosas pestañas que tenía ante él, abanicándolo en cada parpadeo. Yo lo notaba diferente. Normalmente las veces que lo había visto disfrutar de mi hembra cargaba con una cara de alelado placer que no podía con ella, pero hoy no; tenía un rictus serio y concentrado, era como los actores que veía en algunos de los videos porno que me descargaba de internet. Estaba claro que trataba de alcanzar los límites de su aguante para disfrutar todo lo posible de este especial regalo, maldita la hora en que se le ocurrió la idea. Me revolví intranquilo en mi asiento, intentando acomodar en mis pantalones la dura estaca que trataba obstinadamente de asomar la cabeza por el lateral de mi ropa interior, como si tampoco ella quisiera perderse el espectáculo. Entre tanto, Mireia había apoyado las manos en sus propias rodillas y se dejaba guiar por la férrea presa de su aprendiz, que con una paciencia y tranquilidad inusitadas acercaba lentamente las mandíbulas de la gata a su golosina en continuados y pausados viajes. Obscenos ruidos de succión y deglución, sumados a los repetidos espasmos de la garganta de mi mujer, me daban una pista de a donde iban a parar los abundantes líquidos que vomitaba el mandoble que estaba chupando. En determinados momentos, Damián la alejaba lo suficiente para separarla de su rico caramelo que aparecía viscoso y mojado; entonces ella esperaba obediente bien quieta, con la boca abierta y devolviendo una mirada suplicante hasta que era conducida de nuevo a tragarlo lentamente, cosa que no le suponía ningún reparo. Por mi parte, yo me estaba adaptando a la nueva situación. Si alguien me preguntara en ese momento si estaba disfrutando de la escena que había montada ante mí, sin dudar contestaría que no; pero el caso es que tenía una irreductible erección y unas ganas horrorosas de aliviarla, algo que decidí no hacer por un incomprensible, y a día de hoy inexplicable impulso moral.

Mi “amigo” por el contrario, no parecía tener ningún dilema ético que superar, e iba moviendo de atrás a adelante la cabeza que tenía entre sus piernas aumentando la velocidad progresivamente, hasta que terminó por envalentonarse lo suficiente para traspasar la frontera que separa la decencia de la depravación. Llevó la mano que tenía abandonada en el costado para, hundiéndola hasta el codo en la voluminosa melena de Mireia, ayudar a la otra a sujetar su nuca. Entonces decidió cambiar las tornas y ser él quien, adelantando sus caderas, volviese a horadar esa cálida boca mientras la tenía inmovilizada. Yo apreciaba que las técnicas de concentración que estaba usando Damían, cualesquiera que fuesen, iban perdiendo efecto según el ritmo de la mamada se iba acelerando. Seguramente diera el cuarto de hora de placer por bueno y estuviera a punto de rendirse ante la apabullante demostración que estaba recibiendo; ya mostraba los síntomas del cercano clímax, haciendo gestos y poniendo esa cara de idiota que yo había llegado a temer más que a la mayor explosión de ira de Hristo. Embestía como un poseso el rostro amoratado de Mireia con tal ímpetu que los peludos huevos rebotaban sonoramente contra su barbilla, la cual estaba rebosante de fluidos que sus castigados labios habían sido incapaces de contener. Personalmente no tenía ni la más remota idea de como iba a acabar todo esto, lo único que tenía claro es que pasase lo pasara iba a ocurrir de un momento a otro. Además, el comportamiento de mi chica me tenía desconcertado. Vale que en el fondo era un poco más salvaje que yo, pero... ¿hasta el punto de dejar que un pavo le follara literalmente la garganta sin ningún tipo de consideración? Por supuesto que a mí, su marido, también me la había chupado, pero nada parecido a lo que estaba sucediendo delante de mis narices. Había estado contentándome con sus amorosos cuidados y me habían parecido insuperables pero, ahora que estaba viendo como era capaz de gastárselas, sentía sobretodo envidia. Claro que me encantaban sus raciones de sexo oral, pero como esposo amante y respetuoso de su pareja jamás se me hubiera pasado por la mente darle un trato similar al que estaba recibiendo aquella noche. Eso lo dejaba para mis pajas y mis sueños inalcanzables. Pero ahí delante tenía, no un adinerado galán o un apuesto heredero, si no un cualquiera que no había sido ni capaz de quitarse los calcetines para follar con esa diosa de marfil y que usaba a mi mujer para cumplir su propia fantasía, para encontrar su Dorado. No sabía en que momento exacto Mireia había pasado de ser una elegante dama a una sucia ramera, ni cuanto iba a ser capaz de aguantar sin levantarme y acabar con aquello o correrme. Por una vez estaba decidido a no hacer caso a la pusilánime voz que me aconsejaba no montar un número para lo poco que quedaba ya, pero mientras estaba haciendo acopio de todo el empuje necesario, mi siempre salvadora compañera se me adelantó y echó su cabeza hacia atrás tomando una gran bocanada de aire y rompiendo el cerco que la tenía apresada. Miró a su amigo con unos ojos acuosos y enrojecidos, con el maquillaje no tan perfecto como hace quince minutos. Cuando la vi apartar las manos que intentaban volver a agarrarla pensé que gracias a Dios había entrado en razón, pero está claro que el género humano jamás se cansa de equivocarse.

En una imagen un tanto grotesca para mi gusto, ella volvió al trabajo de masturbación con una extremidad mientras con la otra sacaba algún que otro rizado y grueso pelo de su boca. No tardó demasiado en volver a la carga y engullir la polla, ahora ya con el único fin de hacer que el otro se corriera. Pude ver la determinación en sus movimientos enérgicos, algo que Damián debió intuir igualmente; y si mi mujer quiere algo lo consigue ipso facto, da igual lo que uno haga o la concentración que tenga. De todas formas me sorprendió verlo comportarse como un profesional y empujar levemente la frente de Mireira hacia atrás cuando sintió la cercanía de su orgasmo, dejando descansar el grande sobre la lengua de ella, que abrió la boca sedienta. Definitivamente quedaba claro que las cosas son mucho más fáciles si uno sabe lo que quiere. Yo no sé donde tenía intención el hombre que fueran a parar sus disparos, pero si su propósito era hacerle un facial a mi chica, daban ganas de arrodillarse ante él y hacerle la ola. Quiero aclarar que no fueron salvas ni gotas acuosas, ni salpicaduras como si fueran escupitajos; no. Fueron chorros gordos, compactos y completamente blancos, tan pesados que hacían ruido al impactar sobre el rostro que tenían debajo, atravesándolo completamente de arriba a abajo como si fueran latigazos. Incluso algunos habían llegado a enterrarse en su cabello, cosa que normalmente la ponía como loca (y no en el buen sentido). Y tampoco fueron uno, ni dos los que soltó. Baste decir que cuando Mireia dejó de poner cara de zorra para comenzar a sonreír incrédula todavía seguían cayendo sobre su faz. Al final, la leche que tenía en su cara comenzaba a crear chorretones por sus mejillas, formaba burbujas en los agujeros de la nariz y una cascada que iba desde las delicadas pestañas a los pómulos. Como una buena viciosa abrió la boca y los hilos de esperma que se formaron entre sus labios los recogió con la lengua, para hacerlos desaparecer y mostrar después una sonrisa más blanca que nunca. Alzó entonces los brazos de manera grácil y él la aupó hasta ponerla de pie. Se miraron durante largo rato mientras ella aún se relamía y en un alarde chulesco, se besó el dedo índice para golpear ligeramente la nariz de Damían, como había visto hacer un día a África en el bar. Yo me alegré de que todo hubiese terminado, más que nada porque ya me dolían los huevos de la presión que sentía en mis partes.

-Madre mía, lo que guardabas ahí- suspiró Mireia mientras trataba de recobrar el aliento-. Espera, esto hay que inmortalizarlo.

Diciendo esto, cogió el teléfono móvil y se lo tendió a su amigo para que le sacara una foto con la cámara integrada en el aparato. El fugaz destello del flash iluminó a mi esposa dándole un aspecto fantasmal, entre el blanco de su piel y del semen que la cubría formando lentas goteras que caían hasta sus pechos, y encima, el emborronado maquillaje le daba un aspecto aún más grotesco. Recuperó entonces el móvil para ver como había quedado y alucinó con el resultado, dejándome a mí mismo con una gran curiosidad malsana. Mientras ella estaba entretenida observando la instantánea Damián, acechador, acariciaba su cintura de forma disimulada haciéndose el distraído. Pero sus intenciones no pasaron inadvertidas para mí, que había detectado con asombro que su erección no había decrecido en ningún momento. Estaba como ido, serio, silencioso, con el ceño fruncido y devorando con la mirada el pringoso cuerpo que tenía delante. Mireia pasaba su peso de un tacón a otro mientras se dejaba sobar, absorta en la congelada imagen de su propio rostro embadurnado cuando se dio cuenta de que estaba siendo inexorablemente empujada hacia la cama. Al encontrarse tumbada sobre ella intentó reaccionar hincando los codos en el colchón y levantando el torso, justo a tiempo para ver a Damián colarse entre sus piernas y apoyar su verga en los entreabiertos labios de su vagina. En esa fracción de segundo lo buscó con una mirada desconcertada y demandadora de compasión o al menos delicadeza pero como dije antes, era como si un velo de locura y oscuridad hubiese caído sobre él y ni siquiera se percató de esos suplicantes ojos. Puede también que simplemente decidiera ignorarlo, el caso es que estaba penetrando a mi mujer; podía verlo en la expresión de ella, en esa absoluta sorpresa como cuando en la playa yo la salpicaba con el helada agua del Cantábrico y mi chica gritaba sobresaltada.

-Oye, ¡oye!- comenzó a protestar, pero la última “e” se alargó hasta convertirse en mitad suspiro, mitad gruñido en el instante en el que Damián introdujo la base de su polla en mi hasta ahora hembra; porque yo creo que ese fue el momento en que la empecé a perder, ensartada por nuestro amigo, con las manos crispadas en su espalda y las esbeltas piernas flexionadas facilitando la penetración. El informático, una vez que había introducido su miembro totalmente parecía estar inactivo, aunque desde donde estaba podía ver la tensión de sus nalgas, indicadora de que el muy canalla debía de seguir empujando aún habiendo rellenado por completo a Mireia, como en un alocado intento de meterle también los huevos. Ella correspondió a tal ímpetu cruzando las piernas, aún vestidas con las elegantes medias, tras la espalda de Damían y creando un inconcebible cuadro en el que se estaban clavando el uno en el otro con todas sus fuerzas. Sería un hipócrita si dijera que la escena me escandalizaba, puesto que ya había vivido lo suficiente como para ello, pero no negaré que todos mis sentimientos subieron unos grados. Me sentí más celoso, más inseguro y temeroso... pero también mucho más cachondo. Ahora lamentaba no haberme provisto con algo de papel, pero lo que menos me había imaginado yo era que iba a tener tantas ganas de hacerme una paja viendo a mi mujer pegar un polvo con otro.

Perdido en mis cavilaciones no capté muy bien algo que Damián dijo, pero sonó a algo como “podría estar así siempre” o “podría estar dentro de ti siempre”. Mireia sonrió como respuesta y entonces pasaron dos cosas que nunca supuse que fuera a ver. La primera es que ella intentó besarle. Efectivamente, estiró su cuello y acercó sus labios a los de él pero entonces sucedió la segunda. La rechazó. No me lo podía creer y por lo visto no era el único, ya que mi pareja intentó un nuevo acercamiento con el mismo resultado. Incrédula y ligeramente ofendida (para mi gozo, por qué no decirlo) preguntó:

-¿Te doy asco con la cara cubierta de tu propia lefa, cabrón?

Damián respondió con actos, más que con palabras. Se arrancó con unos suaves y lentos vaivenes de sus caderas dando inicio a la cópula en sí. El delicado cuerpo que tenía debajo comenzaba a balancearse y a estremecerse ante su empuje mientras una voz se quejaba interrumpida a cada empellón.

-No voy a dejar que me hipnotices con la pedazo de polla que te gastas, quiero que me lo cuentes. Dime, ¿acaso te doy asco?

Acto seguido volvió a su juego del gato y el ratón, persiguiendo los labios de Damián que la esquivó un par de veces más; hasta que decidió que la broma ya había durado bastante y en un acto que ni en mis más disparatados sueños pensé que se atrevería a hacer, se recargó sobre ella y succionando un pezón limpio de esperma, la agarró del pelo y violentamente le echó su cabeza hacia atrás alejando aquella viscosa boca de la suya. Tonto de mí, supuse que tal osadía tendría como consecuencia el enfurecimiento de Mireia y su correlativa negativa a seguir follando, pero me confundí. Se contentó con lanzar un gutural aullido definitivamente sometida, pero... ¿a qué? No creo que los pálidos y fláccidos músculos del hombre que la estaba poseyendo fueran la causa. Podría denominarse un cuerpo escombro con la espalda llena de granos, y no había que ir a un cachas tipo Hristo para compararlo, no. Conmigo mismo ya se encontraba en clara desventaja, y recuerden que soy una persona harto objetiva. ¿Su dominante actitud quizás? Puede, porque en nuestros juegos de alcoba, daba igual que intentara apropiarme del rol más autoritario que al final acababa siendo yo el que agachaba las orejas; aunque siempre he detectado esa vena masoquista en ella, insatisfecha por la fuerza de su carácter y mis reticencias a cualquier tipo de enfrentamiento. Así que igual este repentino vuelco de los acontecimientos le proporcionaba al fin ese anhelo de ser sometida que tanto había deseado. Claro que quedaba una posibilidad más carnal. Ahora que Damián se había echado completamente sobre Mireia podía ver con claridad el tamaño del falo que se calzaba el muchacho, aprisionado y ahogado entre los irrisoriamente estirados labios vaginales de ella. No pude confirmarlo entonces ni puedo ahora, pero dudo que en toda su vida haya tenido dentro de sí un trozo tan enorme de palpitante carne. Personalmente, como hombre civilizado y racional que soy, de primeras me negué a dar validez a una razón tan básica y animal; que mi hembra hubiese sido subyugada simplemente a base de rabo era demasiado burdo para aceptarlo. Hoy no pienso igual.

Entretanto el ritmo había ido in crescendo y el coito, que al comienzo había consistido en un elegante y pausado baile de caderas, había evolucionado ante mis narices hacia un apareamiento desesperado más propio de bestias. Damián la agarraba de la cintura para hacer sus estocadas más profundas, y las propinaba con tanta potencia que llegó a saltar los zapatos de tacón de Mireia haciéndolos caer al piso ruidosamente. Yo veía como aquel portento salía por completo de su cálida guarida, para volver a resbalar otra vez con pasmosa facilidad hacia el interior de mi mujer, y deseaba ladinamente que en una de estas no acertara con el camino y se la partiera contra una ingle de mi chica, pero obviamente no pasó. Por su parte ella estaba como ida, con los ojos vidriosos mirando sin ver, enmarcados por un rostro irreconocible de corrido maquillaje y esperma medio reseco. En una cruel ironía, parecía que la prematura advertencia de que no iba a ser hipnotizada no se había cumplido, ya que precisamente ese parecía ser el estado en el que se encontraba. Qué atrás quedaban los tiempos de las charlas, los sentimientos y todos los demás añadidos de la sociedad humana. Ahora mismo, sólo eran dos animales dando desahogo mutuo a sus instintos más primarios. El macho cabalgando furibundo mientras resopla con la cara enterrada en el cuello de su hembra, que aguanta estoicamente las tremendas lanzadas a la espera de un final que la misma vehemencia declara próximo a concretarse. Sin ardientes cruces de miradas ni palabras de amor. Sin caricias ni arrumacos. Únicamente penetración, lo demás no les era necesario. Yo echaba mano de mis últimas reservas de voluntad para no sacármela allí mismo y masturbarme, pero me pasaba todo el tiempo sobando mis partes en un frustrante intento por acomodarlas y que dejaran de atormentarme , casi pudiendo sentir mi propio semen burbujear en sus calderos.

Damián por el contrario se encontraba a las puertas del paroxismo, liberado de toda disyuntiva moral. Ella debió sentir las convulsiones del órgano que la atravesaba porque se apresuró a pedirle entre estertores que aguantara un poco más. Pero ya era tarde, nuestro amigo se corrió berreando dentro de mi chica. Afortunadamente sus gritos fueron ahogados, quizás porque parecía morderla el cuello mientras tanto. Un blancuzco líquido fue escurriendo de entre sus sexos hasta las sábanas en las estocadas finales, que valieron para que Mireia se sumara al orgasmo. Sé que fue uno de los más intensos de su vida (por su propia boca más adelante), pero eso no significa que se dejara la garganta dando alaridos ni vociferando “más, más”. Su rictus cambió hasta ser una mueca, pero no conseguía determinar si de placer por la culminación o si de dolor por el mordisco. La única prueba visible para mí fue el encogimiento de los dedos de sus pies, costumbre que he ido observando en ella con el paso de los años. Al final nos corrimos todos. Si, han leído bien, he dicho todos. En realidad nunca he necesitado tan poco para conseguirlo, de hecho ni quería. Pero de tanto sobar y colocar, cuando quise reaccionar ya sentía las corrientes eléctricas en el bajo vientre. Fue entonces cuando derrotado, libere a Willy justo a tiempo para que el vómito que expulsó no dejara una incómoda humedad en mis pantalones toda la noche. El primer chorro saltó hasta la madera del suelo e impactó con un sonido que a mí temerosa mente le pareció el de un gran globo de agua al estrellarse. El resto quedó esparcido por mi mano, pero yo sólo me preocupaba de no haber sido descubierto. De todas formas, mis miedos eran infundados puesto que creo que ni una bomba les hubiese sacado a los dos de su estado de mutuo trance. Me limpié como pude con la pobre ayuda de la servilleta de papel de la cena y dejé lo que había caído en el suelo para mejor ocasión. Me jodía abandonarlo ahí porque me parecía una guarrada pero no me iba a poner a buscar en ese momento, así que no me quedaba otra. Lo que hice por contra fue esperar pacientemente una seña de Mireia, algo que me indicara que sabía de mi existencia y que contaba con mis sentimientos, como había hecho antes; que me compensara por el número que había tenido que soportar y me recordara que nada había cambiado. Tardó un buen rato en volver a parecer ella misma, pero ni aún cuando descompuesta, atravesó tambaleándose toda la estancia en dirección al baño pareció acordarse de su marido. Pasó a un par de metros de mí con la mirada perdida y confusa, ignorándome por completo. Otra vez estuvo largo tiempo encerrada allí dándose la tercera ducha de la jornada. A la media hora por fin salió fresca, limpia y totalmente desnuda y se tumbó en el lecho, acurrucándose con su amante. Ya no parecían dos compañeros de excursión campestre, si no dos enamorados descansando el uno junto al otro en total conexión y armonía. Cuando se hizo el silencio y la oscuridad absoluta volvió a reinar, tuve mucho en lo que pensar.

VI

Las horas posteriores consistieron en un estado de duermevela amargo y solitario, salpicado con una extraña mezcla de sueños, recuerdos, miedos y fantasías. Recuerdo haber tenido la sensación de frío a mitad de la noche y taparme con una manta que cogí del montón que tenía al lado del sofá, pero aún así no conseguí entrar en calor. Por si fuera poco el viejo mueble estaba resultando ser bastante más incómodo de lo que recordaba, casi no podía estirar las piernas y la espalda era una condena a estas alturas. Hubo momentos en los que me decía que qué cojones estaba haciendo ahí, que cornudo vale, pero dejarse apalear ya era de idiotas. Nada me impedía marcharme cuando me diera la real gana, incluso veía la posibilidad de hacerlo en completo sigilo para evitar cualquier movida. Otra cosa era hacerlo; cada vez que me inclinaba por la opción de levantarme e irme, un impulso me obligaba a esperar un poco más.

Tras una eternidad envuelto en esa visicitud, creí percibir algo de claridad que entraba por las rendijas de las persianas, casi cerradas en su totalidad. El día ya se acercaba y por fin el trato estaba próximo a expirar. Mi optimismo fue interrumpido por un suave siseo, tan imperceptible que tardé en darme cuenta de que era algo más que el producto de mi cansada imaginación. Oía algo pero no lograba identificarlo, aunque estaba convencido de que provenía de la cama. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo resucitó; menuda patraña. El puto minino sigue aplastado en el arcén de la carretera con las tripas fuera. Y claro, un tío que decide pasar la noche en un tresillo de la época de “Cuéntame” con el único propósito de supervisar como se trincan a su esposa, no va a contentarse con permanecer sentado mientras oye unos extraños sonidos que vienen del epicentro de la acción. Debía decidirme rápido antes de que el cuarto continuara llenándose con la claridad diurna aumentando las posibilidades de ser cazado, con lo que echando un rápido vistazo a mi alrededor, descubrí un recodo en el cual podía mantenerme oculto en la sombra detrás de una estantería. Lo malo es que estaba situada a un par metros escasos de ellos, haciendo que la maniobra de aproximación fuera ciertamente arriesgada. De tomas maneras tenía que intentarlo, debía hacerlo. Así pues, ahondando en el error que me había llevado hasta allí, me levanté atento a cualquier crujido y con sumo cuidado recorrí el trayecto hasta mi nuevo escondrijo sin que repararan en mi presencia. Una vez fueron bajando las pulsaciones y dejando de latir mis sienes, pude concentrarme en el rumor que había atraído mi atención. Lo que sucedía era que estaban hablando tan bajo que a duras penas podrían entenderse entre ellos; eso entremezclado con el roce de las sábanas al estar restregándose suavemente los cuerpos que albergaban. Aún con mis pupilas ya adaptadas a la oscuridad, no lograba distinguir más que el contorno de sus cuerpos. Vi a mi esposa tumbada boca arriba con las manos descansando en el pecho de su hombre mientras este estaba mitad junto, mitad sobre ella. Lo que estaría haciendo con sus pezuñas en la anatomía de mi chica quedaba oculto por la ropa, bendita combinación de poliéster y algodón. Por más que afiné mi oído no conseguí captar con claridad la conversación en curso. Lo que sí puedo confirmar es que ella estaba animándole, vaticinándole un gran futuro con las novias que tuviera en adelante y asegurando que con un poco más de experiencia sería un amante espectacular, ya que la naturaleza le había dado las condiciones necesarias para ello.

En un momento dado, parecieron sentir frío y mi esposa se levantó a por una de las mantas que había en el otro extremo de la estancia, siendo concreto del montón de al lado del sofá que habíamos trasladado ese día y en el que se supone que yo debería estar en ese instante. Supongo que quizás quisiera asegurarse de paso de que su esposo seguía dormido, saludarlo o despertarlo para que no se perdiera la última escena, qué se yo. El caso es que cuando palpó la ausencia de mi cuerpo se quedó inmóvil por unos segundos, extrañada y confusa. Yo, inerte como una piedra, creí inocentemente que lo siguiente sería una búsqueda exhaustiva por el dormitorio hasta dar conmigo, pero me llevé el chasco de sentirme otra vez olvidado al girarse Mireia y volver corriendo de nuevo al lado de su pareja, con la manta entre sus manos y un almohadón que había decidido recoger también a última hora. A medio camino, deteniéndose a mi altura se volvió hacia mí. Al verme cazado me preparé para saludar con una mano, y efectivamente me hubiese delatado entonces si una milésima antes de hacerlo, ella no se hubiese dirigido hasta la mesita de noche para recoger el ya odioso tubo de vaselina. Aún hoy manejo dos opciones. O hizo como que no me vio, o lo que es más probable desde mi criterio; estaba tan cegada y cachonda con lo que tenía en mente que ni siquiera reparó en mi presencia. En cierto modo era lógico, no hacía mas que confirmar la tendencia de estas últimas horas. Más que tumbarse, se tiró sobre el colchón riendo como una colegiala el día de reyes.

-¡Hala! Qué bestia- reprobó Damián-. ¿Y el juego de que el que haga ruido pierde, qué pasa con él? ¿Ya te aburre?

-¡Bah!- objetó ella con desinterés-. Paso de él, ganaste.

-¿Ah, sí? ¿Y qué he ganado?- observó él en una deriva evidente de la conversación, ni creo que lo dijera con una ambición especial (el objetivo del polvo de despedida lo tenía más que asegurado, y eso lo sabíamos todos los que estábamos allí). Ella ronroneó complacida, la verdad es que venía todo rodado para que pasara lo que a mí no me hacía ni pizca de gracia.

-Pues mira, te lo voy a decir. En agradecimiento a lo buen alumno que has sido y a lo bien que te has portado, te voy a obsequiar con algo que, con el aparato que gastas pocas se atreverán a darte. Además, quiero que vayas a Londres más preparado y que dejes el listón bien alto, al fin y al cabo yo como maestra me juego mi prestigio- acabó Mireia con sorna.

Yo a estas alturas ya sabía que le iba a regalar su culo con forma de manzana verde, y me jodía. Me jodía porque ya se había dejado hacer cualquier cosa por ese menda. Había realizado incontables pajas, se había bañado con su esperma y había permitido que la follara hasta quedar como un pan de leche. Pero pensé que sus posaderas las respetaría, que las dejaría como símbolo de “mira, he hecho de todo con este tío pero esto es sólo para ti”. La necedad del iluso no tiene límites. Por su parte, Damián volvía a ser el de siempre, el aplomo de anoche había sido un mero espejismo producto de la testosterona (y yo siempre sospeché que de algún químico más) y aceptaba turbado los elogios.

-¿Qué dices, loca? Soy yo el que tiene que agradecerte todo lo que me has enseñado. Que hayas perdido el tiempo en ayudar a un pardillo como yo dice mucho de tu persona, supongo que para ti habrá sido un rollo...

Mireia se volvió hacia él cogiendo su barbilla suavemente y, dirigiendo su rostro para que quedara frente al de ella, le cortó tajante.

-No soy una golfa, pero sí he tenido unos cuantos novios y parejas sexuales cuando era aun más joven. Y lo que me pasó contigo hace un rato no lo había sentido nunca. Ese placer y el orgasmo que me invadió cuando te vaciaste dentro de mí, ni sabía que existían. ¿Entiendes lo que quiero decir con eso? Con nadie, ni con mi marido y mira que le quiero con locura. Créeme, no tienes nada que agradecerme y serás, si no lo eres ya, un amante de la hostia.

Esto pareció insuflar aire al chaval que, después de ver como Mireia se tumbaba boca abajo con la pelvis sobre el almohadón que había cogido, dejando así su grupa completamente expuesta, se abalanzó sobre ella para lamer y estrujar cuanta carne podía, hasta acabar comiendo el ojete que tenía delante siguiendo las indicaciones de su dueña. Esta, en un perverso juego, le hacía meter su lengua en el hoyuelo para cerrarlo de repente y atraparla entonces. Daba la impresión de que les hacía una gracia tremenda puesto que no dejaban de repetirlo, ajenos a mi dolor. Yo apenas podía oír sus despreocupas risas; perplejo, apuñalado y traicionado en mi propia casa. No daba crédito a lo que acababa de enterarme. Si hubo un momento en que estuve a punto de salir de mi escondite para romper con todo (incluida la cara de Damián) fue ese, pero ni entonces lo hice. Preferí esperar pacientemente a que acabara todo para así recopilar más actos que echarle en cara a Mireia, a la vez que anulaba la probabilidad de que pudiera reprocharme algo a mí, como el haber interrumpido su apoteósica despedida. Una postura bastante estúpida vista ulteriormente, aunque de aquella no fui capaz de suponerlo. Dejé pues que la acción continuara casi sin ser consciente de mi propia existencia allí plantado entre las sombras, espiando a mi esposa a punto de ser sodomizada por el amenazador falo de mi ex-socio. El sonido del tubo de vaselina escupiendo su viscoso contenido me sacó de mi sopor y me preparó para lo que estaba por venir.

Mireia, tumbada boca abajo y con las piernas abiertas, se dejaba untar su entrada trasera y le pedía a su amante que le fuera metiendo los dedos con el fin de ir preparándola para el reto que se le avecinaba. A juzgar por sus exclamaciones el chaval parecía estar cumpliendo a la perfección con su cometido pero, como ya mencioné, volvía a ser el timorato y apocado personaje de costumbre y le comentaba repetidamente que si le dolía o le estaba molestando podía meterle menos falanges (a saber cuantas llevaría ya, no alcanzaba a verlo). De todas maneras pobre iluso, cómo se notaba que no conocía a mi mujer, sí así fuera confiaría más en su capacidad anal que vaginal, por muy inusitado que suene contarlo. Mireia ni se molestaba en responder, se limitaba a aplicar aquello de quien calla otorga, espatarrada en silenciosa complacencia a los avances de Damián en su recto. Cuando consideró que estaba lista, bañó de vaselina el pene de él en una masturbación que, por el recorrido de la mano recordaba su tamaño aún en penumbras.

-Bueno, vamos allá-. Yo notaba una excitación contenida en el tono de voz de ella, pero no se lo reproché. Después de tanto tiempo conformándose con la aburridamente común verga de su marido era lógico que se le despertara el morbo y la expectación por algo completamente nuevo, como la perspectiva de ser traspasada en breve por semejante misil. Al fin y al cabo no sería humana si no lo sintiera. Se apoderó de la almohada que habían usado para dormir y, apoyando un lado de su cara sobre esta se abrió los cachetes del culo con ambas manos, esperando ser invadida por un Damián que ya estaba situado entre sus piernas y llamando a la puerta con un picaporte mas gordo de lo normal.

Como reconoció ella misma, yo sé que ha tenido más novios o ligues, dependiendo del caso antes que yo. Nunca he sido tan masoquista como para preguntarle por el tamaño de sus pollas, pero por pura estadística supongo que algunos la tendrían más grande y otros, más pequeña. Pues bien, desde lo más profundo de mi ser apostaría que Mireia no se había enfrentado hasta ahora a nada semejante. Digo esto porque sus nalgas son engañosas, uno no es capaz de imaginarse cuando ve esas tiernas y pequeñas porciones de tocinillo de cielo, que sean capaces de tener la voracidad de un agujero negro, y perdonen la comparación. He visto como se tragaban de golpe no sólo mi pene (estaría bueno) si no también varios consoladores (de a uno), auténticas exageraciones que yo compraba en ese afán de quebrar su resistencia anal y lograr su rendición, cosa que por supuesto nunca he conseguido, teniendo que acostumbrarme ya al amargo sabor de ser derrotado una y otra vez. Pero esa mañana estaba siendo diferente. Ni con la ayuda adicional del lubricante la incursión fue fácil, ni rápida. Sin hablar de la longitud, ya sólo el grosor estaba trayendo complicaciones, y no tardó en llegar el momento en que Mireia apartó las manos de sus nalgas para ponerlas en los muslos de él a modo de freno.

-Salte un momento- respiró profundamente-. Ponte más crema, vamos a hacer una cosa. Mete la punta y no te muevas, voy a ser yo la que lo vaya haciendo, ¿vale? Así voy controlando la penetración.

Estaba claro que no se daría por vencida. No sólo ansiaba que le diera por el culo, aspiraba a acoger en su interior la total inmensidad del ariete de Damián, lo cual me parecía una irresponsabilidad aparte de un peligro. Pero yo, que había convivido con semejante carácter durante años, tenía la certeza de que nada ni nadie conseguiría frenarla. Por eso se balanceaba con suavidad y prudencia tragándose esa engrasada anaconda, maniobra no exenta de esfuerzo y en momentos puntuales un extra de voluntad para soportar el dolor cada vez que un centímetro más se metía con cada embate. Llegó un momento en que simplemente, no pudo seguir. Por más que lo intentaba ahí ya no entraba más carne. Por fortuna para ella su semental acudió en su auxilio comenzando a menearse también, forzando y ensanchando el ano de mi esposa en una cadenciosa marcha que ella soportaba entre el cielo y el infierno. Afuera, el día empezaba a cobrar más fuerza y los rayos de luz que se colaban por las rendijas de las persianas dibujaban estrellas ondulantes en sus cuerpos, prorrogando en mí al observarlas la mística ensoñación de hace unas horas cuando veía a Mireia disfrutar del mejor polvo de su vida bajo el fulgor cegador de los focos. Se notaba que esta disfrutaba del tratamiento de Damián pero que le faltaba algo, y yo intuía lo que era. Su ego era demasiado grande para dejar pasar por alto un matiz: no estaba sintiendo los muslos de su macho golpear contra sus nalgas. Por más que incrementaron la intensidad, existía una barrera infranqueable que convertía el posible éxtasis de ella en pobre frustración. Acabó por levantar un poco la cabeza para dirigirse a él.

-¿Cuánto falta para que entre toda?- preguntó con la voz quebrada.

-Eeeh...- el hombre paró entonces para mirar allá abajo e hizo una rápida estimación-. Un par de dedos mínimo.

-¿De los tuyos o de los míos?- quiso saber Mireia esperanzada.

Para su desgracia, resultaron ser de los de su amante. Esto la desanimó por un momento y dejó caer pesadamente la cabeza sobre la cama, pero no tardó en rehacerse y dar nuevas instrucciones.

-Vale, yo he llegado hasta aquí pero no puedo ir más allá. Ahora te toca a ti, cielo, no me falles.

Damián no pareció entender y le preguntó que quería que hiciera. Desde luego, estaba claro que sin la ayuda de atajos químicos la iniciativa no era uno de sus puntos fuertes.

-¡Que me la metas entera, hostia!- explotó mi esposa. A su invitado, este repentino acceso de agresividad le cogió totalmente desprevenido y a duras penas se atrevió a replicar, cauteloso.

-Oye, que a mí también me duele, ¿no te parece suficiente ya? Es que no entra más, a ver si va a pasar algo-. Esas últimas palabras eran compartidas por mí, temía que de llevar adelante Mireia su idea acabáramos en urgencias, y aún hoy sigo sin entender esa obsesión con meterse hasta el fondo un rabo cuanto más grande mejor. En este caso creo que la respuesta hay que buscarla en el orgullo; si no, no habría replicado a su amigo de semejante manera.

-Mira Damián, yo te aprecio mucho, pero no ha habido tío que haya conseguido derrotar este culito- apretaba un cachete mientras lo nombraba-, así que no va a venir ahora un friki de provincias a fastidiarme la estadística. A mí también me duele y me aguanto, osea que tú verás como te lo montas pero si quieres follar ya sabes lo que tienes que hacer; si no te vistes y te largas que en lo que tardo en llamar a mi marido, ya lo tengo aquí de rodillas suplicándome hacer lo que tú no quieres (menudo pedazo de la gran puta).

Él no se mostró particularmente ofendido pero claro, quería meter. Lo que pasó es que Mireia, en su ofuscación cometió un error de bulto. Imagínense a un mecánico cambiando una bujía o a un dentista extrayendo una muela. Ahora piensen en esas situaciones pero con la vecina jubilada del quinto como protagonista. El resultado no será el mismo, ¿verdad? Sólo hay que recordar que Damián había sido desvirgado la noche anterior.

-Vale, vale. Tú misma- contestó tranquilamente. Dicho esto, sin preocuparse para nada por la integridad de mi mujer, quitó las manos que estaban soportando el peso de su pálido cuerpo sobre el colchón y las apoyó en los hombros de ella, dejando caer ahora todos sus quilos sobre la frágil anatomía de Mireia, que mordió la almohada con un grito ahogado pero desgarrador y sus dedos retorciendo la tela casi hasta el punto de romperla. Tenía a Damián completamente echado sobre ella, así que cabía suponer que su deseo se había consumado. Yo no sabía en ese momento si sus expectativas se estarían cumpliendo, pero su única celebración era permanecer inmóvil boca abajo. Ni siquiera podía ver su rostro, oculto bajo la rizosa melena.

-¿Continuamos?- inquirió él temeroso de que se hubiese acabado la fiesta, a tenor del escalofriante alarido que había pegado la mujer hace un minuto. Empezó a moverse un poco pero entonces ella, aún con la cara escondida, levantó una mano extendida a modo de señal para que parara. Pensé para mis adentros que menos mal que había recuperado la cordura, que más valía tarde que nunca.

-¿La saco entonces?- siguió preguntando el informático. Mireia respondió cerrando todos los dedos de la mano a excepción del indicé y la meneó de un lado a otro. Mierda. Transcurrió un breve lapso y no observé que hiciera nada, pero algo sí que debía de estar pasando porque Damián empezó a gemir pesadamente.

-Eres maravillosa, no sé como puedes darme tanto placer- balbuceaba mientras ahora sí, eran evidentes los círculos que hacían esos pequeños glúteos. La morena cambió la direccionalidad de su contoneo y comenzó a clavarse (si era factible hacerlo aún más) el gran falo que abrasaba sus entrañas. Animó a su compañero a activarse y poco a poco, eso que hacía cinco minutos se antojaba imposible estaba tomando forma. Cada vez le estaban poniendo más pasión y énfasis al asunto, y yo no hacía más que esperar el instante en que Mireia no pudiera seguir soportando el castigo al que estaba siendo sometido su ojete e hiciera parar a su semental, pero nunca llegó a hacerlo. Cuando Damián se estaba literalmente dejando caer con toda su fuerza sobre el tierno culo de ella, haciendo palmotear su incipiente tripa cervecera contra las firmes redondeces que estaba forzando, me consolé pensando que las cosas ya no podían ir a peor.

-¡Buá, tía, eres increíble, creo que me vas a arrancar la piel de la verga!- exageró el friki completamente exaltado-. ¡No aguanto más, me voy a correr!

Por lo menos en esta ocasión había tenido la decencia de avisar, pero eso a ella no le supuso ninguna diferencia; siguió sin decir nada y sin cambiar de postura, dando permiso tácito para que su antiguo alumno le llenara los intestinos de una caliente ola de savia. De forma mezquina anhelé que su deseo de terminar se debiera a una falta de resistencia y no a los orgasmos que sin duda había tenido. Él, al expulsar los numerosos chorros se pegó tanto a sus posaderas que, cuando Mieria alzó la testa, temí que la mancha húmeda que su boca había dejado en la almohada fuera de semen y no de saliva. Lo mas triste de todo fue que la despedida no estuvo en consonancia con todo lo acaecido hasta ese punto, me explico. Tras pasar un par de minutos para recuperar el aire, Damian se estiró por curiosidad para comprobar la hora en el móvil, descubriendo con horror que la había sobrepasado con mucho.

-¡Mierda! ¡Voy a perder el avión!- con esas alarmadas palabras se levantó como un rayo y no tardó ni diez minutos en ducharse y vestirse.

-¿Ni siquiera te quedas a desayunar?- trató de tentarlo Mireia, pero fue inútil. Tras unos apresurados besos en la mejilla, recuerdos para mí y promesas de mantener el contacto, un portazo apresurado cerró el más tórrido encuentro sexual que ella había tenido la oportunidad de experimentar. Maldije mi suerte; quién sabe si el idiota de Damián se hubiese molestado en mirar su condenado reloj bastante antes, muchas de estas cosas no habrían pasado con sus correlativos disgustos. Y allí se quedó, la hembra que yo idolatraba y que hacía que me temblaran las piernas sólo con mirarla, usada y abandonada como una vulgar furcia después de cumplir su función. Se incorporó con desgana y subió las persianas del dormitorio, permitiendo que toda la fuerza del sol irrumpiera en él. Pude ver los blanquecinos ríos que corrían por la parte posterior de sus muslos mientras se hacía una cola de caballo en el pelo. Al darse la vuelta confiada se encontró conmigo frente a ella y aunque intentó disimularlo por todos los medios, supe que mi repentina presencia la había dejado noqueada.

-Ya era hora, llevaba rato esperando a que salieras de tu escondite- improvisó, pero nunca hasta entonces había pillado a mi cónyuge en una mentira tan descarada.

La discusión que siguió fue demasiado descarnada para reproducirla aquí tal como fue, además creo merecerme el derecho de reservarme algo para mí en toda esta historia. Baste decir que hubo gritos, insultos y reproches por ambas partes. Resultó derivar hasta una de esas antológicas disputas en las que los cajones de mierda más antiguos y olvidados se abren de par en par. Lo peor de todo es esa habilidad de Mireia de darle la vuelta a las cosas; así pues yo, que era en principio el ofendido y el que había abierto fuego pidiendo cuentas al otro, me vi defendiendo a ultranza mi posición y rebatiendo a duras penas hirientes ataques contra mi persona. Ella argumentaba que si tan mal me parecía lo que había pasado podía haberlo interrumpido cuando hubiese querido, y que pretendía cargar sobre sus espaldas la rabia que sentía contra mí mismo por no haber tenido el coraje necesario para hacerlo. Me escupió ofendida que si prefería que me hubiese mentido sobre lo que de verdad sintió, y que si no había sentido nada similar hasta ahora quizá debería mirarme en el espejo antes de machacar a los demás, incluida ella y un amigo que me había dejado la vida solucionada. De nada me valió recordarla que en realidad no me había contado nada, más bien yo lo había oído en un renuncio. Para colmo de males en una de sus idas y venidas por nuestro cubil, su pie desnudo topó con la mancha reseca de la leche que el menda había soltado la noche anterior y no se había molestado en buscar. Ahí ya pasé a ser un hipócrita egoísta y un maltratador emocional, un gañán de tiempos pasados digno del más casposo de los retiros, capaz de gozar en secreto mientras le niega el placer a una mujer liberada del siglo XXI. Tenía narices que incluso en esta tesitura Mireia consiguiese aparentar estar más enfadada que yo, librándose así de mi ira. O eso creía en su complacencia.

No ha sido así. Por mi parte entiendo que utilice esa táctica, ya que le ha sido efectiva siempre en nuestras diferencias conyugales hasta la fecha. Cuando en ocasiones ha habido un intercambio digamos acalorado de opiniones, la cuestión es siempre enojarse más que yo. Me quedo entones con la impresión de no saber muy bien lo que ha pasado y, con el paso de las horas o días dependiendo de la gravedad del asunto, se nos va diluyendo el cabreo y nos vamos olvidando de porqué nos distanciamos. El roce habitual de la convivencia acaba enterrando otro problema que va a parar ya saben donde, a esos famosos cajones que están cerrados, pero no limpios.

Pero esta vez es distinto, en esta ocasión yo no puedo superarlo. Han pasado semanas desde los hechos relatados y la relación se ha normalizado, sí. Pero porque mi mujer tiene razón y soy un hipócrita. La adoro y no quiero tirar todos nuestros años de relación a la basura. Por eso finjo que las cosas siguen igual. Ella percibe algo en mí de vez en cuando, pero la mayor parte del tiempo consigo enmascarar lo bastante bien mis dudas y sentimientos como para darle una vida tranquila y sin abrasivos chantajes emocionales. Ahora bien, sé que no es justo que cargue sobre ella todos los males que asolan mi trastornado cerebro pero, ¿quién me escucha a mí? Reconozco que esta es una película sin héroes ni villanos y que teóricamente no hemos hecho otra cosa que ayudarnos los unos a los otros, como en un maravilloso y utópico mundo hippy. ¿Entonces por qué me siento tan mal? ¿Por qué me creo estafado y el único que ha salido quemado de todo este asunto? ¿He sido alguien que aprovechó su oportunidad o un inconsciente? ¿Estaría dispuesto a volver atrás y dejar de ganar lo que he ganado, para no tener que perder lo que perdido? Son cuestiones que soy incapaz de responderme ya desde hace una temporada y que hacen que esté a punto de explotar.

Es duro seguir con tu rutina como si no pasara nada cuando parte de tu vida se ha vuelto del revés. Por ejemplo, algo tan simple y que tanto desahogo me daba en mis ratos de intimidad como es el porno, a cobrado un cariz desalentador para mí. Ese polvo bestial que siempre recreé y que gozaba ensimismado, deleitándome con las escenas que descargaba en las que las chicas disfrutaban como perras de los polvos más salvajes que yo fantaseaba protagonizar, ya no tiene sentido. Ahora todas poseen la cara de Mireia, y si a los actores les enfocaran alguna vez, no me cabe ningún genero de duda de a quién me recordarían. El irrisorio friki de Daimán, que ha hecho enloquecer a mi chispeante esposa convirtiéndola en una fiera digna de la mejor producción Bangbros. ¿Y qué había necesitado para ello? ¿Una magnética personalidad o un rostro de galán de película? ¿Quizá un estilo cool y que marca tendencia? ¿O un cuerpo escultural machacado a base de ejercicio? Pues no, nada de eso. A semejante pardillo a la par que afortunado en la lotería genética, le bastó con un badajo a lo Rocco Siffredi. Ahora díganme como diablos se puede competir contra eso. Puedo ensayar mi carisma delante de un espejo y leerme todas las revistas de moda. Estoy dispuesto incluso a apuntarme a un gimnasio y sudar allí lo que haga falta pero por favor, no me digan que el Jes Extender va ser la solución a mis problemas. Mireia me dice que el sexo sólo es una parte de la relación entre dos personas, y ni siquiera la más importante; por eso, que haya disfrutado más con otro hombre (yo corregiría, con otro pene) que conmigo no deja de ser una anécdota. Obviamente no pienso igual. Puede que sea un defecto del género masculino, siempre bajo el asfixiante yugo de la testosterona, pero para mí el sexo sí es primordial, y si me lo pasara mejor con otra en la cama desde luego que le daría muchas vueltas al coco. Por eso desde entonces estoy en competencia continua con el fantasma de su pasado. Cada vez que tenemos relaciones es otra oportunidad para mí de superar aquella mágica e inolvidable sesión que tuvieron ellos dos. No quiero pasar los días que me quedan con la medalla de plata, pero es posible que tenga que ir haciéndome a la idea. Da igual lo que prepare o lo que haga; desde cenas románticas en paradores hasta sesiones de sexo duro con todo tipo de juguetes, no consigo hacerla vibrar como Damián lo hizo entonces. Como reconocí antes no tengo armas para combatir. Lo sé, y por ello muchas veces ya estoy derrotado antes de empezar. Antes nos iba bien en la cama ¿por qué narices tuvimos que buscarnos entonces estas complicaciones? Ahora ni eso puedo gozar con mi mujer. Quiero que llegue el día en que Mireia, con los ojos vidriosos y rota por el placer, me diga que lo ha pasado como nunca hasta ahora y que soy el que mejor la ha follado, ¿es tanto pedir? Y para empeorarlo, ni siquiera me atrevo a aburrirla a ella con esto por miedo a que por pura presión psicológica me acabe diciendo lo que quiero oír. Enterarme de eso ya me remataría.

Y así deambulo, dejando pasar los días y mi existencia. Sin decidir qué hacer ni en qué dirección remar. Sin poder pedir consejo a mi mujer, o simplemente apoyo. Sin saber si he sido un avispado hombre de negocios que se aferró al tren del éxito cuando pasaba junto a él o el mayor calzonazos de la historia. Hasta ahora, lo único que me mantiene en pie es la esperanza de que pasado el tiempo suficiente, pueda dejar todo esto atrás y sea capaz de reanudar mi vida desde el punto que en que la dejé; es posible que algún día lo consiga. Ojalá.

EPÍLOGO

Al final resulta que la separación ni fue tan transcendental, ni tan definitiva como nos vendió Damián la vez que vino a contárnoslo. Suponer que ello formaba parte de un plan mayor que le acabó saliendo a la perfección es demasiado insidioso y retorcido como para pensarlo. Así pues, será mejor dejarlo en que las cosas son distintas una vez las vives, a como te las habías imaginado antes.

Ha pasado algún tiempo desde la última vez que hablé con ustedes a través de mi buen amigo. Doy por sentado que la impresión final que he podido causar habrá sido un tanto lastimosa y miserable. El caso es que visto el precio del puente aéreo a Londres y teniendo en cuenta como le estaban yendo las cosas a nuestro exiliado allí, pasadas unas semanas de adaptación a su nuevo hogar, volvimos a tenerlo de cañas con nosotros cada dos fines de semana tras sus plácidas siestas de dos horas en el avión. Yo contaba con cicatrizar mis heridas lejos del hombre que las había infligido, y verlo ahora cada dos por tres como si no hubiera pasado nada era como echarles sal a cucharadas. De haber sabido que iba a tener que soportar su careto un par de veces al mes, ni en broma hubiese dejado que se tirase a mi esposa. Claro que ya estaba hecho y ahora tocaba apechugar con ello, pero eso no evitó que lo pagase con Mireia aumentando la frecuencia de las riñas en nuestra convivencia y haciéndolas más agrias. Ella lejos de achantarse, no lograba comprender que no lo hubiese superado todavía. Me recriminó que ya estaba cansada de repetirme que sólo había sido un juego de caridad con un colega y que más valía que me lo tomara así también, porque ya se estaba cansando de mi tontería (otra vez la estrategia de enfadarse más que yo). No me quedó más remedio que volver a meter la cabeza dentro de mi viejo cascarón y aguantar la tormenta, poniendo cara de idiota en nuestras reuniones del sábado noche y partiéndome la caja como si los chistes de Illán fueran tronchantes.

Hubo una de estas quedadas nocturnas de nuestro círculo en que reinaba el ambiente de esas veladas especiales entre nosotros. Claro que con nuestra experiencia anterior, a algunos miembros del grupo estos maratones de confesiones les parecería un inocente juego de niños pero para mí, el hecho de estar todos juntos con otras protagonistas que no fueran Mireia para variar, me reconfortaba y me animaba a compartir la experiencia. Todos íbamos un poco perjudicados por la bebida, en el punto perfecto, y ya se habían tanteado algunos temas interesantes. En uno de estos quiebros que suelen hacer las conversaciones entre siete personas, se tocó el asunto de lo bien que veían las chicas a Damían y lo que había cambiado en tan poco tiempo, para concretar desde que se había ido a Londres. Efectivamente, el chaval se había cortado el pelo, y de estar de un lado para otro todo el día por culpa del trabajo parecía que había cogido algo de cuerpo y todo. Se le veía más hecho, más... hombre. Unos conjeturaron que era por causa del curro, otros se decantaron por el cambio de estilo de vida y alguno incluso mencionó la alimentación. Fue África, la más observadora y perspicaz de todos ellos, la que dio con la tecla.

-Eso sólo puede ser una cosa. Es una tía, tú...- se le quedó mirando fijamente a los ojos, como buscando algo en su interior- ...has follado. Ya no eres virgen, ¡enhorabuena!

Diciendo esto se levantó y le obsequió con un beso y un abrazo ante los presentes, que estábamos boquiabiertos. Damián tragó saliva y aparecieron unas rojas manzanas en sus mejillas dando veracidad al dictamen de su amiga. La peña rió y le felicitó de forma efusiva lo que contribuía a su vergüenza, que se volvió negación cuando se vio asediado a preguntas sobre la identidad de la chica en cuestión y de cómo se habían conocido.

-Dinos al menos cómo es- sugirió África-. Eso sí puedes hacerlo, ¿verdad?

El exitoso programador dejó rodar sus ojos hasta la jarra de cerveza que tenía enfrente y comenzó a hablar como en un sueño, con la voz algodonosa por la bebida y la emoción.

-Es guapísima, o al menos a mí me lo parece. Muy sexy, pero a la vez dulce y encantadora. Puedes hablar con ella de lo que quieras o puede llevarte al séptimo cielo con su cuerpo si se lo propone. De hecho es mi mejor amiga, y fue la mejor amante que tendré nunca; lo confirmo además porque ya he estado con otras después y ni parecido. Al fin al cabo me espabiló y me dio una seguridad en mí mismo que me ha transformado como persona, y lo hizo sin pedirme nada a cambio, así es de generosa.

-¡Joder! tú, pareces enamorado. Oye, pero si es tan maravillosa, ¿cómo es que sois amigos y no estás saliendo con ella? ¿No serás un pagafantas? No me jodas- la sutileza de Illán ya era legendaria. Damián negó con la cabeza.

-No, enamorado no. Simplemente... la admiro. Además aunque así fuera ella pasa de mí, está loca por su marido. No os confundáis- se apresuró a añadir viendo la cara de asombro de algunos-, él es un tipo genial que estaba al corriente de todo y aceptó como favor personal. En realidad, los dos son mis mejores amigos, les agradezco todo lo que han hecho por mí.

Yo a estas alturas ya tenía los pelos como escarpias. Estaba convencido de que una de dos: o la estupidez de Damián destapaba el pastel, o la vanidad de Mireia destapaba el pastel. Ella había seguido al dedillo el discurso de su amigo en un estado de emocionada embriaguez altamente peligroso, teniendo en cuenta sus antecedentes.

-Mira, pues parecen dignos de conocer. Llámalos un día si quieres si son tan buena gente y que vengan con nosotros. Si son majos igual pueden incorporarse a nuestro círculo si queréis- aventuró la siempre animada y amistosa África.

En este punto, mi mujer no pudo contenerse más y rompió a reír sin poder evitarlo. ¡Vaya! Parecía que la vanidad había ganado la batalla a la estupidez. Todos se dieron cuenta de que sabía algo y la interrogaron sobre la identidad de la misteriosa dama, pues daban por sentado que la conocía. Ella se hizo de rogar el tiempo suficiente para que pareciera que le estaban sacando la información contra su voluntad.

-En realidad soy yo- anunció “dándose por vencida”.

Me encantó ver el fastidio en su semblante cuando un torrente de estruendosas carcajadas acompañó su afirmación. Ella, que había esperado una reacción de pasmosa admiración ante tal revelación y no soportar la chanza de los demás.

-¡Ah! ¿Que no me creéis?- dijo contrariada-. Pues hicimos una foto de esa noche, es más, la tengo aquí en el móvil.

Al escucharlo, Illán y Mario saltaron de sus asientos como si tuvieran bajo ellos un resorte que les impulsara.

-¡Queremos verla!- corearon al unísono sin importarles las irritadas miradas que les lanzaban sus parejas.

Mireia se lo pensó durante unos segundos con el teléfono entre sus manos pero, ante la desilusión de los chicos, concluyó que era mejor no hacerlo. Era demasiado gráfica y además no serviría como prueba, ya que solamente se la veía a ella.

-Muy buena- dijo Illán para picarla, considero yo que con el único propósito de ver la dichosa imagen-, si te lo hubieses montado un poquito mejor igual hasta hubiera tragado pero no cuela, hermosa.

-Me da igual- mintió mi esposa-, no tengo que convencer a nadie.

Todos dieron por bueno el resultado de la batalla dialéctica entre ellos y volvieron su interés a otros asuntos, no sin aprovechar para lanzar algún que otro dardo envenenado ocasional a la supuesta derrotada, que me contemplaba fijamente con esa cara de “no te estoy pidiendo permiso, te estoy avisando de que lo voy a hacer”. En esto se levantó y antes de que nadie pudiera reaccionar, agarró a Damián de la mano apremiándolo para que la siguiera al baño. Él, que ya tenía constancia de quién llevaba los pantalones en nuestro matrimonio, ni se volvió a mirarme y la obedeció presuroso delante de nuestros amigos, que no sabían que pensar.

El tiempo que ellos estuvieron encerrados en el aseo, el resto me estuvo agobiando a preguntas respecto a lo que había confesado Mireia, si era verdad lo que decía y como habían transcurrido los hechos de ser así. Yo me conformaba con degustar la fresca cerveza, mientras esperaba tranquilamente a que esos dos volvieran y dieran las correspondientes explicaciones. Cuando lo hicieron, él venía con el rostro encendido y acalorado. Ella se sentó sin decir una palabra y cogiendo un vaso de chupito que había sobre la mesa, escupió discretamente en su interior el inconfundible “jugo de informático” que había traído en su boca. Desafió al resto del grupo con la mirada, limpiándose triunfante con el indice un grumoso hilo que se le había quedado pegado a la comisura de los labios. Un manto de silencio cayó pesadamente sobre los congregados alrededor de la mesa, rasgado únicamente por el eco de mis carcajadas.

Irónicamente, lo ocurrido en aquella velada mitigó un poco mis penas. Es innecesario que cuente con detalle todo lo que siguió al revuelo que se montó tras la exhibición de Mireia, pero baste decir que no salió como ella había pensado. Podría decirse que a partir de entonces está más unida a los chicos del grupo que a las chicas, supongo que porque ellas saben que ahora estos sueñan con ser el próximo Damián. No le hace mucha gracia la situación actual, pero como reconoce que ha sido la única responsable de esta, tiene la decencia de no venirme con quejas ni lamentos. En cambio yo estoy encantado con mi nuevo estatus. De los dos integrantes del grupo masculinos que podrían burlarse de mí, Mario es demasiado respetuoso como para hacerlo, y de Illán todos sabemos que tiene más cuernos en la cabeza que un ciervo. Pero sus novias me ven ahora como un tipo distinto; sensible, comprensivo y que haría cualquier cosa por su pareja o amigos. Hoy por hoy, son mucho más abiertas conmigo que con Mireia y no serán pocas las veces que quedo con una de las dos en plan cita (sin roce, pero con muy buen rollo). Seguramente estaré siendo un patán por montarme la película pero a veces incluso creo que me ponen ojitos. Mi cónyuge se ha dado cuenta de estas y muchas más cosas, le ha visto las orejas al lobo y está de lo más suave. Creo que por fin piensa que merece la pena luchar por conservarme. Incluso una tarde cenando, me dijo que había estado recapacitando y me pidió perdón por su aventura con Damián. Para mí esas palabras significaron mucho y esa noche hicimos el amor como hacía mucho tiempo que no lo habíamos hecho, claro que sin llegar a las cotas de su antiguo amante. Cada día que pasa estoy más cerca de aceptar que nunca las alcanzaré. Lo que ocurre es que cuando él habló sobre mi mujer en el bar comprendí algo. La quiere y desea estar con ella, por mucho que lo intente disimular. Hasta que punto estará enamorado de mi esposa es una incógnita, pero que siente algo muy especial ha sido evidente hasta para el tarugo de Illán. El problema para él es que Mireia está conmigo, me ama a mí y eso me hace pensar que vuelvo a tener algo por lo que pelear. Está claro que Damían se quedó con su vagina, pero yo me he quedado con su corazón, y me da igual si soy mala persona por esperar que al menos esté tan jodido como yo. En fin, no sé los escollos que esperan en el futuro a este matrimonio ni como los solventará. De todos modos, deseo de forma sincera que los próximos caminos que escojamos no separen nuestros destinos y que sigamos siempre juntos. Creo que ese es un buen comienzo.

A todo el que haya llegado hasta aquí, sólo me resta darle la gracias y desearle que haya dado por bueno todo el tiempo que ha invertido para hacerlo. Es un descargo tener la seguridad de que las personas reflejadas en esta historia han quedado satisfechas con el resultado, amén de las múltiples rectificaciones y aclaraciones que he sido compelido a añadir antes de obtener el permiso definitivo para la publicación de la misma. Decir a modo de despedida que siempre me he considerado mejor transcriptor que creador, por ello recuerdo la disponibilidad de mi dirección de correo electrónico en mi perfil para cualquier contacto, pues nunca se sabe de donde puede venir la inspiración. Eso sí, no me comprometo a garantizar el mismo grado de complacencia ante futuras imposiciones ya que prefiero que mi próximo trabajo no sea tan exhaustivo, ni tan extenso como para aburrir al personal. Puede incluso que me tome alguna que otra licencia literaria, que uno también tiene derecho a divertirse un poco, ¿no? Muchas gracias de nuevo y hasta la próxima.