MI SARGENTO 5 (Devoción)

Después de que el sargento le diera dos guantazos al soldado en un ataque de celos, follan como nunca lo han hecho.

MI SARGENTO (5)

(Devoción)

Mensaje enviado por el soldado Sergio Montes al Sargento Torres a las 12:45 h.: "Por favor, necesito verle lo antes posible. Le necesito".

Mensaje enviado por el Sargento Torres al soldado Montes, recibido a las 13:00h: "Te espero a las 21:30 h. en mi despacho del calabozo. Como tienes pase pernocta no tienes que dar explicaciones a nadie. Podrás quedarte el tiempo que quieras. Te espero. Se puntual".

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Como ese día no tenía ningún servicio me fui a mi apartamento para hacerme un lavado a conciencia. Me puse el suspensorio negro y el tapón, después de haberlo untado bien de la pomada milagrosa. Solo el hecho de notar como se cerraba mi culo a su alrededor, me empalmé. Respiré hondo para tranquilizarme y esperar a que mi pequeña se relajara. Acabé de vestirme con unos chinos claros, una camiseta blanca y unas deportivas. Me miré al espejo. Estaba francamente guapo. Iba a ponerme colonia pero al final no lo hice. Quería que me oliera a mi, sin máscaras. El ya conocía el olor de mi cuerpo.

Llegué al calabozo a las 21:30h. en punto.

Cuando entré, Flores y Márquez se acercaron con curiosidad a la verja, olisquearon como perros, se miraron retándose.

  • Lo siento chicos, Hoy no os toca cacho.

Se miraron con odio y comenzaron con su liturgia de dominación mientras me alejaba hacia la habitación de Mi Sargento.

Di unos golpes en la puerta y pedir permiso, me contestó que pasara. Estaba sentado en su mesa del despacho. Al verme entrar se levantó. Solo llevaba una camiseta verde militar, sus pantalones de faena y unas chanclas.

Me cuadré:- A sus órdenes mi sargento-.

Se acercó a mi. Mi pulso se aceleraba cada vez más y, de repente, un sonoro guantazo hizo que perdiera el equilibrio. Me llevé una mano a la cara y le miré sorprendido. No entendía nada. Las lagrimas pugnaban por salir, pero no le iba a dar el gusto.

-¡Follaste con el capitán!- me gritó.

  • Me llamó él...

  • ¡Yo soy  TU SARGENTO!- Y volvió a darme otro guantazo.

Las lágrimas se desbordaron.- Y el es el capitán...- le contesté. - Sigo estando en el cuartel. ¿Recuerda?...

Se quedó mirándome. Dio un paso atrás. Me miraba mientras yo me recomponía y me secaba las lagrimas.

Se volvió a acercar y yo, instintivamente, me tapé la cara con los brazos para protegerme.

Me abrazó y me acarició el pelo hasta que me apoyé en su pecho. SU PECHO...fuerte, grande, cálido, protector. Me invadió el sosiego de sentirme protegido por esos brazos. Respiré...y su olor entró en mi. Me dejé abrazar  y me atreví a abrazarle también pero con precaución, débilmente. Al cabo de unos instantes, me levantó la cabeza, me acarició la mejilla que había abofeteado y me la besó.

Me dijo al oído: - Me he puesto muy celoso...muy celoso. No he podido aguantarme. Ese hijo de puta....-. Me limpiaba las lágrimas.- Montes....Montes...

Me levantó la barbilla y acercó sus labios a los míos. Yo ya no era yo. Mi Sargento mostraba ternura hacia mi. Me abrazaba y me acariciaba y estaba a punto de besarme. Y yo me iba a dejar hacer lo que el quisiera... estaba en sus manos...lo único que yo quería era ser suyo, totalmente suyo. Mi ego había desaparecido ante su presencia, su calor, su olor, su fuerza...

Abrí los labios para recibir los suyos y dar la bienvenida a esa lengua que nunca había sido mía. El primer contacto me estremeció con una sacudida que me llegó hasta los dedos de los pies y luego se alojó en mis cojones haciéndolos encoger y enviando una señal a mi polla que se irguió y endureció en un segundo.

Nuestras lenguas se conocieron y se saludaron, se abrazaron y se lamieron. Nuestros labios se chuparon y se mordieron. Su lengua era fuerte y dura como su polla, Sus labios poderosos. Me sujetaba la cabeza y yo su cuello fuerte como el de un toro, Parecía que no queríamos separarnos que nos queríamos comer las bocas y las lenguas allí mismo.

Dejó de hacer presión y nos separamos lo suficiente para mirarnos. Sus ojos estaban fijos en mi. Me intimidaba. Bajé la mirada. -No, no me quites la mirada- dijo- No quiero intimidarte...quiero que seas mio...pero sin miedo.

Le miré a los ojos y sonreí, me acerqué y le bese en los labios.

Aquél hombre espléndido demostraba ternura. Aquél cuerpo grande y fuerte que impresionaba, con esa cabeza afeitada y esa barba de candado que imponía, con esa nariz rota de boxeador. Aquél ser humano que irradiaba fuerza bruta...estaba siendo tierno conmigo.

Eso ya me desarmó completamente. Lo abracé con fuerza y lo besé con más fuerza aún ...y el me correspondió.

Me sentía como un perro al que el amo le zurra después de haber cometido una fechoría, pero luego le abraza y le besa y el perro, agradecido, le lame la cara y las manos. Yo nunca había entendido esa reacción que tenían los perros...hasta ese momento en el que comprendí el amor ciego del animal hacia el amo.

Me apretaba el culo hacia el, sintiendo como las dos pollas se apretaban y se reconocían debajo del pantalón. Me quitó la camiseta de un tirón y luego se fue quitando la suya, pero mientras lo hacía no puede dejar de admirar sus velludos pectorales y sus sobacos, a los que me tiré para olerlos y lamerlos, para recordar toda su esencia a macho dominante que me volvía loco. Metió una mano entre las piernas para agarrarme los huevos y la polla, mientras me apretaba el culo con la otra mano hasta hacerme daño.

Me separé un poco de él, lo suficiente para poder desabrocharle el pantalón,  bajarle la cremallera y poder meter mi mano por la bragueta, que guardaba mi ansiado botín. El calor que le inundaba me puso más cachondo de lo que estaba y mi macho aprovechó para meter la mano por la cintura del pantalón, hasta llegar a mi ano y sobarlo.

  • Has traído puesto el tapón.

  • Si. Es tuyo. Tu me lo debes quitar si quieres.

  • Quiero.

Y lentamente me lo fue quitando mientras yo gemía de placer.

-Te estas convirtiendo en una auténtica puta.

  • Si. Pero solo tuya...solo quiero ser tuyo

Me bajó el pantalón, me agarró del pelo dejando mi cuello a su disposición y después de mordérmelo me dio un morreo salvaje mientras me acariciaba quitaba el tapón. Gemía de placer en su boca. Urgaba el húmedo hueco dejado por el tapón para ir metiendo los dedos poco a poco.

Yo aproveché para meterle la mano bajo el calzoncillo y comenzar a sobarle los huevos y su tranca que ya mojaba, y comencé a pajearle.

  • Ven, vamos al catre.

Nos acabamos de quitar los pantalones y mientras nos dirigíamos a la cama. Mi Sargento me abrazaba y me besaba el pelo. Llegamos. Se tumbó boca arriba y me dijo: - bésame y lámeme todo el cuerpo desde los dedos de los pies. Quiero volver a vivir esa sensación. No sabes las veces que he deseado que lo volvieras a hacer.

Me arrastré por la cama hasta llegar a sus pies, sus inmensos pies con unos dedos fuertes y algo deformados pero bellos. Los olfateé y los besé, plantas, dedos, empeine, tobillos para luego comenzar a lamérselos. Gemía y se tensaba mientras le metía la lengua entre los dedos y luego me los metía en la boca. Así estuve un rato hasta que me hizo un gesto y fui subiendo por sus pantorrillas, rodillas, muslos, hasta llegar a la entrepierna. La olí, aspiré, pero decidí dejarlo para el final. Seguí el recorrido por un costado, llegué al ombligo, subí por el vello del estómago hasta llegar a sus pechos que apreté con las manos para luego morderlos y lamerlos. Mi Sargento respiraba agitado y gemía. Le levanté los brazos para llegar a los sobacos y volver a lamerlos y olerlos. Necesitaba saciarme. Me tumbé encima de mi hombre, con los cipotes abrazándose y dándose calor, y acerqué mi boca a la suya para que nuestras lenguas se volvieran a encontrar. Y así lo hicieron durante un tiempo, a la vez que se reconocían, se saludaban y se humedecían nuestros miembros, ahora en estado de gracia.

Bajé hasta el manjar maduro que me esperaba erecto y ansioso, y allí dirigí mi hocico en busca del sabor y el olor que reconocería como de mi propiedad. Y comencé a marcarlo con mi saliva. El escroto, el prepucio, el capullo, el tronco. Metí cada uno de sus cojones en mi boca mientras bajaba la piel dejando el glande al aire para que manara a su antojo. Subí la boca lamiendo las gruesas venas hasta llegar al sensible valle y lamérselo con la punta de la lengua y continuar hasta el pequeño caño por donde fluía el ansiado líquido. Lo lamí y lo metí en la boca. Dios mió. Que maravilla sentir su capullo dentro de mi. Lo sorbí y fui pajeándolo  con la boca subiendo y bajando, tratando de darle el mayor placer posible. Mi Sargento se retorcía de placer y yo respiraba con ansiedad por el gustazo que me estaba dando.

Me sujetó la cabeza. Paré. -Espera- me dijo, -Tengo una sorpresa para ti. Espera.

Mientras se alejaba hacia un armario pude escuchar como en el calabozo se estaba desarrollando una lucha feroz de poder y sexo. Se oían gemidos de placer. Golpes de dominación. Sonidos guturales que podían ser de dolor o placer, o las dos cosas a la vez. La verdad es que era una relación tan fuerte que a veces la envidiaba.¿Quién habría ganado esta vez?.

Mi Sargento se aproximaba a mi con una especie de paraguas plegable en las manos. Llegó hasta mi.

-Se que el placer anal es especial para ti. Tienes una sensibilidad especial y quiero hacerte un regalo. Darte ese placer.

Ese placer quiero que me lo des tu, pensé.

Quitó la funda y apareció un objeto negro como una espada. La punta era una protuberancia parecida al tapón anal pero mucho más pequeña. Según iba bajando hacia la empuñadura, las protuberancias se hacían más grandes  hasta la última que tendría unos seis centímetros de diámetro.

Le miré con estrañeza.

  • Ponte a cuatro patas o boca arriba, como quieras. Te voy a dar un placer que te hará gritar de gusto.

Me puse a cuatro patas. Cogió el artilugio y lo untó con la famosa pomada. Metió el tubo por mi culo y soltó un buen chorro en mi interior. Me abrió el culo y puso el primer nudo en la boca de mi ano. Empujó un poco y entró. Gemí. Siguió empujando. Entró el segundo que me dio más placer al cerrarse mi anillo. Suspiré y abrí algo más el culo para recibir el siguiente. Entró y el placer hizo que gimiera con más intensidad.

  • ¿Te gusta verdad?

No pude hablar, sólo le indiqué que si con un gesto de la cabeza.

Fue empujando y fueron entrando las protuberancias cada vez más gordas y a medida  que entraban mi excitación iba en aumento. Notaba todo el armamento dentro de mí pero quería más. Mi dilatación pedía mas grosor, no me conformaba con lo que tenía, quería más.

Entró la penúltima y mi anillo se cerró provocándome un callado grito de placer. Llegó la última, la más gorda. Mi ano se abrió para recibirla. Mi Sargento apretó suavemente. Mi culo se fue abriendo hasta abrazarlo. fue entrando poco a poco hasta que mis labios anales se cerraron dejando sólo la empuñadura fuera. Ahora si grité de placer y excitación, Mi polla dejó escapar un chorro de precum.

  • ¡Dios mio!....Diosssssss

Mi Sargento me acarició la espalada y el culo. Había soltado el mango. Tenía toda la herramienta dentro de mi.

  • Ahora te toca a ti. Tienes que expulsarla tu sólo. Como puedas o quieras, Rápido o lento. Como más te guste.

Estaba empalado con un trabuco que me taponaba el culo. Estaba incómodo , pero a la vez me había dado un placer bestial y quería volver a sentirlo.

Me incorporé un poco sobre mis brazos y comencé a hacer fuerza para que fuera saliendo. Poco a poco, mi ano se fue abriendo. Me dolía pero la esperanza del placer que me daría cuando saliera hacía que me esforzara. Poco a poco me fui dilatando hasta que noté como iba saliendo. Mi culo se abrió y salió el primer nudo, el placer casi me hace desmayar. -Ohhhhhhhhh, siiiiiiii- . Paré pare coger fuerzas y comencé  con el segundo nudo.

Nunca había sentido un placer igual. Cada salida de un nudo con su dilatación y su estrechamiento me hacía estremecer de placer. Al fin llegaron los más pequeños, que salieron a la vez porque mi dilatación ya no los retenía, pero la sensación que tuve de que salían resbalando uno tras otro me hizo volver a soltar otro chorro de precum y caer sobre la cama con una sensación de agotamiento placentero.

  • ¿Te ha gustado?

  • Si....mucho...pero ahora te quiero a ti...fóllame tu....Fóllame. (En ese momento me di cuenta que le había tuteado y no sabía cual iba a ser su reacción.)

Mi Sargento me dio la vuelta, Levantó mis piernas y metió su trabuco de un solo golpe en mi agujero.

Verle frente a mi follándome con esa cara de placer intenso me hacía el hombre más feliz del mundo. Mi hombre, mi macho, Sintiendo el placer de follarme y yo viéndolo. Viendo como le cambiaba  el gesto, como se tensaba, como se relajaba en los momentos de más placer. Miraba embobado cómo un animal tan espléndido disfrutaba con la penetración  a la que me estaba sometiendo.

Se tensó, me apretó las piernas, metió su trabuco hasta el final, se echó hacia atrás y se corrió dentro de mi. Un, dos, tres, cuatro, cinco trallazos de fuerza, luego fueron varios mas débiles hasta que paró. Se relajó y, poco a poco, la polla fue saliendo de mi interior. En ese instante me corrí como un burro. La lefa me llegó hasta los labios. Tuve varios espasmos debido a la excitación que había tenido durante todo el tiempo.

Mi Sargento me abrazó y me acarició para relajarme. Aquello había sido un orgasmo en toda regla. Mi organismo se había destemplado haciéndome estremecer, pero era de placer, de un placer sin precedentes. Y unas lágrimas se escaparon de mis ojos.

Nos abrazamos.

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Eran las seis de la mañana cuando Mi Sargento me despertó.

  • Anda, vístete, que el toque de diana está a punto de sonar.

Me levanté y me vestí.

  • ¿Que vamos a hacer?

  • Montes, no podemos hacer nada. Ya sabes mi situación. Lo siento.

  • Ya...Mi sargento, me licencio en cuatro días.

  • Lo se.

  • Yo vivo aquí. Tengo un apartamento. Vivo solo...yo...

  • Montes, no puede ser.

  • No quiero perderle Mi Sargento. No puedo estar sin usted. No puedo...no quiero...- Y lloré.

  • Montes...Montes...No te puedes imaginar lo que significas para mi, no te lo puedes ni imaginar,  pero....

Cogí un papel de su escritorio y le escribí mi dirección.

-Esta es mi dirección y mi teléfono. Se lo ruego...piénselo...no quiero ser una carga para usted ni hacerle el menor daño. Piénselo, lo estaré esperando.

Salí de la habitación. Cuando pasé por el calabozo, vi a Márquez y Flores abrazados y  dormidos en la misma cama. Me sonreí. Márquez entreabrió los ojos y me dedicó una tímida sonrisa.

  • Suerte - les dije

Márquez, esbozando media sonrisa me guiñó un ojo.

Me fui.

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Esperé durante días, pero no hubo ninguna llamada. Caí en una depresión. Nada tenia sentido para mi, ni mis estudios, ni mis amigos, ni mi familia. Me encerré en casa frente a la televisión. Sólo me calmaban las pajas que me hacía pensando en Mi Sargento. Cuando ya daba todo por perdido...Sonó el teléfono y era el.

Espero que os haya gustado y excitado. Por lo menos, esa era mi intención. Un abrazo para todos mis lectores.

karl.koral@gmail.com