MI SARGENTO 2 (Dominación y sumisión)

Montes experimenta lo que es ser sometido y el placer que ello conlleva,ser dominado por su sargento se convierte en el eje de su vida

MI SARGENTO -( 2)- Dominación-sumisión

1

Mi cerebro era un torbellino de dudas y sensaciones encontradas. Tenía una especie de resaca que no me dejaba pensar en condiciones.

Cuando desperté al toque de "Diana", no sabía donde me encontraba. Me costaron segundos para situarme y, aun así, tuve que rebobinar para dar sentido a todo lo que había pasado el día anterior.

Cuando recordé todo lo acontecido, me desplomé, me senté en el suelo y comencé a llorar. Toda mi vida había sido un engaño. No sabía quien era. No entendía cómo me había dejado seducir y disfrutar hasta el orgasmo con una penetración. Qué me había dado, qué ungüento me había puesto en el culo para sentir lo que sentí, qué broma pesada.... Pero había disfrutado como un poseso, me había corrido con un orgasmo que yo mismo no reconocía. ¿Quién era yo realmente?. ¿Qué tenía que hacer en adelante?.

Oí abrirse la puerta. No quería mirar. Sabía que era el sargento, pero no quería mirarle.

-Soldado- me dijo con voz autoritaria -Póngase en pie y deje de comportarse como un chiquillo.

Sólo oír su voz hizo que reaccionara. Me puse en pié en situación de descanso y levanté la cara.

  • Soldado. ¿Ha pasado mala noche?

  • No mi sargento. Ha sido al despertar. No se que me pasa - las lágrimas me caían lentamente- lo de ayer...no se que me pasa mi sargento...

  • Yo si Montes. Lo que  pasa es que has descubierto tu auténtico "yo". Lo anterior era una mentira que te habías creado.

  • Mi sargento...- balbuceé- yo no soy...

  • Soldado, déjate de tonterías y niñerías. Ayer descubriste quién eres en realidad. Lo que te pasa ahora es que estás acojonado. No quieres asumirlo. Eso es todo.

  • Mi sargento... que me puso para sentir lo que sentí...

  • Montes. Ahí tienes el tubo de pomada. Lee.

Lo cogí con la mano temblorosa e intenté leer con la mirada turbia. Me sequé las lágrimas y vi que era un antihemorroidal y antiinflamatorioi.

  • Entonces...

  • Entonces, soldado. Lo que pasó es lo que tu quisiste que pasara, lo que tu deseabas. No hay más.

La cara de Mi Sargento estaba frente a la mía. Me miraba fijamente con esos ojos oscuros y poderosos. Le podía oler. Podía sentir el calor que despedía. Bajé la mirada avergonzado -Entonces....

  • Entonces, Montes. La cosa cambia. Vas a estar conmigo durante veinte días, y durante ese tiempo vamos a llevarnos bien...más que bien. Tu lo deseas y yo lo quiero.

No le respondí, solo tragué saliva porque tenía toda la razón. Lo deseaba. Sólo su cercanía me dejaba sin voluntad. Mis genitales se estremecían y mi polla se inflamaba.

Ante mi silencio, Mi Sargento habló - Montes, tenemos que ver como está esa lesión. Bájate los pantalones y apóyate en la camilla. Te voy a curar. Le obedecí no sin antes mirarle a esa cara viril sin afeitar. Le miré fijamente a los ojos y asentí. Antes de darme la vuelta me fijé que no llevaba el uniforme, tenía puesta una camiseta de tirantes blanca muy usada y vieja y los calzoncillos clásicos blancos en donde se alojaban sus genitales y su miembro en estado de alerta.

Me di la vuelta, me bajé los calzoncillos y ne abrí de piernas dejando mi culo a su disposición.

Mi Sargento se agachó para observar. Me sopló un poco justo en mi entrada. Me dio un pequeño escalofrío. Luego noté que me limpiaba con una gasa y algo húmedo. Me sobresalté. - Sólo es agua oxigenada - pareces María Goretti. Me sonreí por la broma. Luego cogió el tubo de pomada y comenzó a esparcirlo al rededor de mi ojete...

... Volví a sentir la oleada de placer que ya había disfrutado el día anterior. Me iba introduciendo la yema del dedo y yo, con una excitación cada vez mayor, dejé caer todo el peso de mi cuerpo en la camilla, me agarré a ella y abrí más el culo para dejarle paso los quehaceres de Mi Sargento. Me dejé a su antojo.

Dejó caer un chorro de saliva por el canalillo de mis cachetes hasta que llegó  al centro de mi placer, se embadurnó el dedo y me lo introdujo lentamente. Creí morir de placer, notar como su dedo entraba me ponía como una moto.

volvió a escupir y me metió los dos dedos, que entraban sin esfuerzo dándome un placer sublime, los metía y sacaba, los abría como si fueran una tijera. Cogió el tubo, me lo introdujo en el ano y me llenó de pomada, luego insartó esos tres dedazos dentro de mi, que me revolcaba de placer, abriendo más el ano para que entraran lo más posible.

  • Tienes un culo asombroso, soldado- me dijo mi hombre.

Entre suspiros le respondí - Me llamo Sergio.

  • No te equivoques, Montes. TU eres MI SODADO, en todo caso, MONTES, y yo soy TU SARGENTO. TU SARGENTO- recalcó. ¡Entendido!.

Lejos de molestarme, me excitó más haciendo que mi capullo se hinchara hasta hacerme daño y haciendo que derramara un chorro de precum.

  • Si MI SARGENTO, lo que usted ordene, estoy a su disposición.

Noté como se reía a la vez que encajó cuatro dedos dentro de mi, hecho que acompañé con un gemido de excitación y placer que me hizo soltar otro reguero por la punta de mi polla.

-Soldado, me la vas a humedecer antes de que te la meta, necesito que me pongas a mil.

Me levantó me puso de rodillas ante su calzón que estaba a estallar y con machas húmedas. Se lo fue a bajar pero le paré las manos. -No...por favor...déjeme hacer a mi- Apartó sus manos, las apoyó en mi cabeza y yo comencé a rebozar mi cara y mi boca sobre su calzónzillo, mientras le metía la mano por la bragueta hasta llegar a mi fruto favorito.

Cuando noté que su miembro había llegado a su tope, le bajé el pantalón para poderlo admirar. Ahora sabía lo que hacía y quería disfrutarlo.

Volví a rebozar mi cara y mi boca en sus huevos y su polla para que el olor y sabor me entraran sin impedimentos. Le lamí los cojones y el tronco de la polla como si fuera un perro. Le limpié el líquido que le empapaba su miembro y le mamé su capullo como si fuera un helado, hasta que me lo metí para succionarlo y luego bajando y subiendo el falo, notando su grosor y su venosidad dentro de mi boca.

De repente, me levantó, me puso contra la camilla me abrió las piernas y me folló de un golpe certero que yo recibí con ansia. Allí lo tenía, todo para mi. El placer que me daba me desbordaba, perdía el sentido. Sólo el receptáculo. que era mi culo tenía vida en ese momento. El ensartamiento  no duró mucho, lo suficiente para hacerme gozar y lograr que me llenase. El placer que me produjo el notar que mi macho se hubiera derramado dentro de mí hizo  que me corriera abundantemente, dejándome agotado.

  • Montes, limpia esto. Me voy a duchar, luego dúchate tu y vienes a mi despacho que tenemos que acordar tus tareas.

  • A la orden Mi Sargento.

2

Cada vez que notaba la presencia de ese macho, que le oía o le olía, mi único deseo era ser sometido por el. Sólo verle, su cabeza casi afeitada, su fuerte mandíbula con barba de días, la nariz partida, los labios carnosos...esa voz cascada...me hacía considerar una piltrafa a la que tenía el derecho a someterme. Cuando aquel cuerpo fuerte, grande, poderoso se acercaba, yo disminuía hasta extremos insospechados por mi.

Me dejó claro cuales eran mis cometidos los días que iba a estar en el calabozo. Debía limpiar su despacho/habitación, hacerle la cama (que, cada vez que la hacía, olía las sábanas con placer para recordar durante el día lo que mi hombre emanaba por la noche), fregar el pequeño cuarto de baño que el usaba y donde guardaba la ropa de deporte usada para que se la lavara ( antes de hacerlo  me deleitaba con el olor de  su camiseta, sus calzones, sus calcetines y sus zapatillas, sobre todo sus zapatillas, que había sido un descubrimiento para mis sentidos,  que hacía que mi polla saltara de excitación cuando aspiraba su olor). Le limpiaba, le cuidaba, incluso, alguna vez, le lavé en la ducha enjabonándole, aclarándole y secándole...y ,por supuesto, follándome, penetrándome y yo suplicando que me dejara mamarle, lamerle sus jugos, chuparle sus huevos...

Un día que venía cansado me atreví a pedirle que me dejara desatarle las botas para darle un masaje en los pies. Aceptó. Le desaté las botas, las olí, el se sonrió, yo me excité, luego hice lo mismo con los calcetines y después con sus pies. Los olí con pasión, los lamí como un perro y le lamí los dedos fuertes, algo deformados y peludos. El placer que sentí no tiene palabras y el que él sintió si tiene palabras porque se calentó de tal forma que me folló a lo bestia.

  • Te estás convirtiendo en una auténtica perra- me dijo.

Se lo agradecí lamiéndole los restos de lefa que le quedaban en su trofeo.

Su posesión y dominación había llegado al extremo que, a los dos o tres días de tenerme a su servicio, entró en el calabozo donde yo dormía porque Flores y Márquez todavía estaban en tratamiento. Me entregó un paquete y me dijo - Soldado, al botiquín, y trae el paquete.

El envoltorio contenía dos suspensorios de color negro y un tapón anal también de color negro. La verdad es que no sabía muy bien que es lo que quería que hiciera porque nunca lo había visto. Mi cara de ignorancia le hizo reir.

  • Montes, esto lo vas a llevar puesto mientras seas mío. ¿Entendido?.

  • Si mi sargento...pero no se lo que es...

  • Bájate los pantalones y los calzoncillos-. Le obedecí. Rompió la carcasa que albergaba el tapón de forma cónica y terminaba en una especie de ventosa. La parte más ancha del tapón tendría unos cuatro o cinco centímetros de diámetro.- Esto lo vas a llevar metido en el culo para que sepas que sólo eres mío, y no te lo quitarás a no ser que yo lo ordene. Y esto - enseñándome los supensorios - Los vas a llevar puestos en vez de los calzoncillos para que yo sepa que estás dispuesto en el momento que yo quiera y pueda follarte con facilidad. ¿Entendido?.

  • Si, Mi Sargento- . Pero me quedé mirando el tapón con expresión dudosa.

Se sonrió. - Te voy a enseñar como se pone esto, pero luego lo harás tu solo a no ser que yo quiera jugar con el. Ahora ponte un suspensorio y abre las piernas como si fuera a follarte.

Así lo hice. Me puse el suspensorio y sólo con la sensación de tener los genitales apretados y el culo al aire, me empalmé.  Cogió el tapón lo untó con la pomada milagrosa puso la punta en la entrada de mi culo y comenzó a introducirlo al comienzo me daba placer pero a la vez que lo introducía y el diámetro se hacía más grueso el placer iba dando paso a la excitación. Cuando entró del todo y mi esfinter se cerró  de golpe quedando taponado, no pude reprimir un gemido de placer. Me llevé la mano al culo y noté que la base del tapón me cerraba el culo como si fuera  un sumidero.

Mi verga y mis cojones apretados por la gruesa tela del suspensorio, las tiras que me tiraban de las cachas como si dos tirantes tiraran de ellas y el tapón en el ano, me hicieron sentir como un esclavo de los romanos.

  • Mi sargento - le dije. ¿Me lo puede hacer otra vez?. No me ha quedado muy claro.

  • Cada vez eres más puta Montes-. Pero me lo sacó causándome una sensación maravillosa, lo fue sacando poco a poco y, cuando estaba todo fuera, lo introdujo de nuevo. La sensación de dilatarme y de repente cerrarse mi entrada de golpe era otra experiencia tan sublime que siempre le agradeceré ese descubrimiento.

Estos nuevos adornos interiores me acompañaron en mis días de arresto (Siguen siendo mis adornos favoritos).

A los pocos días volvieron Flores y Márquez. Estaban desconocidos porque estaban medicados (drogados) hasta las cejas. Mi Sargento me ordenó que debería suministrarles la medicación tres veces al día para que estuvieran tranquilos. Era prescripción facultativa y no podía olvidarme de hacerlo. Yo encantado por tenerlos dopados y que no me dieran problemas.

Un día me, Mi Sargento me llamó a su despacho y me dijo - Montes, esta noche vamos a tener visita. Va a venir alguien que quiere conocerte...bueno, no exactamente. He hablado de ti y quiere follarte. Le he dicho que si. Lo único es que cuando llegue te tengo que vendar lo ojos porque no quiere que le veas. Es un superior. No puedo decir más. Ni debo, ni tengo porqué porque tu haces lo que yo te ordeno. ¿No es así?.

Me sorprendí. No me podía imaginar que Mi Sargento me pidiera algo así. La decepción o la preocupación debió reflejarse en mi cara, porque después de que un emotivo gesto de dulzura cruzara por su pétreo rostro, me dijo - Montes, no te preocupes. No va a pasar nada, es un gesto de cortesía. No tengo más remedio.

Me di cuenta que a el tampoco le hacía gracia el tema. No estaba a gusto pidiéndomelo, debía ser orden superior.

Tragué saliva, sorbí las lágrimas que pugnaban por salir, me puse firme y le contesté: - A sus ordenes MI SARGENTO. Se hará lo que usted mande.

Mi correo es karl.koral@gmail.com