Mi Resonancia
-¿Y tengo que ingresar la noche anterior para hacerme esta prueba? No tenía porqué, pero en consideración a que yo trabajaba en ese hospital, me aconsejó mi médico:
-¿Y tengo que ingresar la noche anterior para hacerme esta prueba?
No tenía porqué, pero en consideración a que yo trabajaba en ese hospital, me aconsejó mi médico:
-Mira, ya que estamos ante tanto recorte, me da la gana que pases aquí tranquilamente la noche, te hagan la extracción de sangre los de laboratorio central antes de las 8h. y te vengan a buscar los de la ambulancia sobre las 9h para llevarte al centro donde te harán la Resonancia Magnética. Sólo faltaría que después de tantos años de trabajar con nosotros, se te tratara peor que a cualquier otro paciente.
Hombre, visto así, pues porqué no. Tantos años trabajando de noche, se me daba muy mal lo de madrugar. Si duermo en mi casa, seguro que no me levanto a tiempo para hacer todo lo que tenía programado.
Ingresé por la tarde anterior al día de la prueba, cené en la habitación, me tomé una infusión con mis compañeras enfermeras a la hora de su café, e intenté dormir con una de las pastillitas mágicas que tenemos allí, más un rollo de programa que daban en uno de los canales telebasura.
Me despertaron las vampiras (las extractoras de sangre) y después de una ducha y un mini-desayuno, pues no tenía que estar en ayunas para dicha prueba, esperé vestido (como quien va a un evento) a los de la ambulancia. Eso sí, dentro de mi estilo: vaqueros, camiseta básica y zapatillas deportivas.
Llegaron dos ambulancieros: el conductor y el otro. Trajeron silla de ruedas, pues es lo mínimo cuando recogen a un paciente ingresado. Cuando me vieron, aparte de reconocerme como el enfermero de noche de varios servicios, me preguntaron si era necesaria la silla. Era su obligación, pero les sabía mal. Por supuesto, quise bajar con ellos andando en el ascensor.
Era una ambulancia de transporte, por lo que había atrás unos asientos incómodos, pero un poco abatibles como los de las furgonetas o monovolúmenes. Debería haber ido solo, pero al ser de confianza, el compañero del conductor me propuso ir conmigo para hacer el viaje un poco más entretenido. Entretenido, quizás no sea la palabra, pero incomparable e inolvidable, sí.
Estuvimos charlando de tonterías, de los turnos tan alocados que a veces tenemos, bla, bla, bla, hasta que el chico-hombre (morenazo con cuerpo impecable, 178 cm de estatura y 33 años), se dio cuenta de los cabezazos que yo daba porque me iba durmiendo. Me dijo que me pusiera cómodo, que abatiera un poco el asiento y que me relajara. A mí me encantaba conversar con él, pues me gustaba un montón el susodicho. Le hice caso: me relajé, abatí un poco el asiento y, con gran atrevimiento, pasé mi brazo izquierdo por detrás de su asiento que seguía sin abatir. Me dijo que si así estaba cómodo, que sin problema, que eso era lo importante.
La temperatura empezó a subir cuando él, dando cabezazos también, se fue haciendo el dormido y acabó con su cabeza sobre mi pecho. Yo creo que mi taquicardia fue tan evidente, que él se fue acomodando sobre mi pecho de una forma tan cálida y excitante, que sin saber cómo, sus ojos miraron a los míos, sus labios y los míos se rozaron, hasta acabar en un beso cálido, que terminó como uno de los mejores besos de cualquier película erótica, de amor o porno, no sé…
Allí se fue calentando más la cosa. Las caricias, los besos, los tocamientos “indebidos”, fueron en aumento hasta que le dije que qué iba a pensar su compañero conductor. No contestó, sólo sonrió dándome a entender la complicidad que entre ellos existía. No me preocupé más y seguimos con nuestro inesperado revolcón. Su boca terminó succionando, lamiendo y, prácticamente comiendo, mi duro pene a punto de explotar. Mi mano iba jugando con sus partes nobles, penetrando su ano con mis dedos, acariciando sus perfectos testículos y masturbando ese precioso, duro y grande pene que él poseía.
Pero todo tiene un final, bueno o malo, pero en este caso superbueno. Acabé corriéndome en su boca, mientras él se corría por todos lados mientras yo lo masturbaba y se bebía gota a gota todo mi semen. Nos quedamos unos minutos o una eternidad sin cambiar de postura, después del agotamiento que nos produjo tal juego. Éramos incapaces de reaccionar, pero el viaje estaba llegando a su fin.
Nos recompusimos y, antes de bajar de la ambulancia, decidimos que esto se iba a repetir en otras circunstancias. Toma mi móvil, dame el tuyo y ya quedaremos. Desde luego que quedamos, pero ése será otro relato que ya os contaré…