Mi reino por un caballo

“Entonces, quiero que escoltéis a mi esposa hasta una de las torres del castillo y os ocultéis allí. Nada debe pasarle a ella. Debéis defenderla aún a costa de vuestra propia vida si es necesario.”

MICRORELATOS (5)

MI REINO POR UN CABALLO.

Un alboroto impresionante extirpó en forma abrupta al monarca de sus sueños y su inquietud se acrecentó cuando alguien solicitó permiso desesperadamente para ingresar a sus aposentos.

"Adelante." Contestó el soberano con su impresionante voz.

"Su majestad. Nos atacan los moros!!!" Dijo el jefe de guardias.

"Pero, cómo? No habíais firmado el acuerdo de no agresión mutua?" Le preguntó sumamente indignado.

"Claro que sí, pero es muy notorio que ellos están obrando de mala fe, ya que el ataque se produjo de improviso y en plena madrugada." Contestó el lacayo.

"Qué tan grave es la situación?" Preguntó mientras se disponía a abandonar su habitación.

"Ay, su majestad! No os recomiendo salir de aquí... En realidad estamos ante una situación desesperada. Nuestros hombres están cayendo como moscas y los invasores están ganando terreno rápidamente. La resistencia es inútil." Explicó.

"Quiero que ensilléis los caballos y que personalmente os encarguéis de llevar a vuestra reina a un lugar seguro." Ordenó.

"Mi señor, lo lamento mucho pero eso no podrá ser." Dijo el hombre apenado. "Nuestros caballos están todos muertos. Nos han sorprendido completamente y no pudimos evitarlo."

El rey se percató entonces de que la situación era aún bastante peor de la que imaginaba.

"Entonces, quiero que escoltéis a mi esposa hasta una de las torres del castillo y os ocultéis allí. Nada debe pasarle a ella. Debéis defenderla aún a costa de vuestra propia vida si es necesario."

"Por supuesto que así será. Ni lo dude, mi señor."

La reina apareció en ese preciso instante desde la recámara contigua y se dirigió a su amado esposo.

"Escuché todo, mi rey... quisiera que no os separéis de mí. Permanezcamos juntos hasta el fin. No podría soportar que..."

"No, amada mía." Dijo interrumpiéndola. "Vuestro bienestar debe prevalecer ante todo."

"Es que si algo le llegara a suceder a su majestad, absolutamente todo habrá terminado para cada uno de nosotros."

El monarca no pudo dejar de reconocer que su bella mujer estaba totalmente en lo cierto.

"No os preocupéis, mi amor. Nada me pasará." Replicó y se dirigió a su guardia nuevamente, haciendo énfasis con suma autoridad. "Haced lo que os he dicho y decidle a mi escudero personal que venga a mis aposentos para que me ayude a resistir el ataque en esta parte del castillo."

Un apasionado beso despidió a la reina que desapareció tras los pasos de su escolta y acto seguido, el soberano evaluó la situación rápidamente. No todo estaba perdido aún.

O sí?

Si la rendición fuera la única salvación de sus vidas, posiblemente lo tendría en consideración, pero no sin antes hacer un esfuerzo postrero por intentar al menos alterar lo inevitable.

"A vuestra orden, su majestad!" Irrumpió el escudero con su arma en mano.

"Salgamos de la habitación. Intentemos por lo menos platicar con el enemigo." Sugirió el rey.

"Es inútil, mi señor. Los moros están dispuesto a todo. Ni siquiera están tomando prisioneros. Nos están masacrando."

"Oh, Santo Dios!"

"Lo siento, su excelencia. No hay escapatoria" Dijo y su cuerpo se vio súbitamente atravesado por la filosa espada de un adversario asesino que apareció abruptamente de entre las sombras.

"Cobarde!" Aulló el irritado rey mientras desenfundaba su propia arma para ponerse en guardia frente al terrible asesino negro. "Por detrás...nunca!... Eso no es de caballeros."

El intruso comenzó a acercarse lentamente blandiendo su filo amenazador en forma temblorosa.

"Sé que tenéis miedo... Se os nota en la mirada. No lograréis hacer que me rinda. Lucharé hasta el final."

Se trenzaron en feroz lucha hasta que el monarca ultimó a su oponente y salió presurosamente de la habitación ya que escuchaba gritos desgarradores provenientes de los pasillos del castillo. Vio con horror que varios negros combatientes flanqueados con sus propios caballos, estaban ejecutando a todos los que se atravesaban en su camino y se disponían a ir en su búsqueda. El rey desesperado, intentó huir corriendo para el lado contrario, consciente de que ya muy poco era lo que podría hacer. Pasó a la habitación contigua y luego a otra más totalmente en penumbras. No había más escapatoria, y si no lograba ocultarse de sus enemigos, estaría totalmente perdido. Tras unos instantes, vio con estupor que los invasores lo estaban acorralando. Ya había sido descubierto y su fin era cuestión de segundos. Estaba completamente rodeado por el enemigo y atrapado contra las paredes de su propio castillo. El suicidio no era una opción.

Los moros se veían realmente espeluznantes cuando hacían su aparición de entre la completa oscuridad de una habitación hacia la brillante claridad de la siguiente. Era como si de pronto irrumpieran de las tinieblas envueltos en esos mantos totalmente negros.

"Esta vez parece que os ha tocado perder." Dijo una voz conocida oculta detrás de uno de los corceles negros, que tras abrirse paso dejó al descubierto al rey moro sonriente. "Además os informo que vuestra reina y su bufón ya han sido atrapados y decapitados."

"Bastardo, eres un vil cobarde!" Le espetó el soberano enfurecido.

"Pero por qué os sorprendéis? Os olvidáis que en este juego todo vale?" Dijo el negro sonriendo. "Ayer habéis vencido tú... Hoy me toca hacerlo a mí... Mañana... quién sabe..." Hizo una pausa y agregó: "Así que decidme... cuál es vuestro último deseo antes de morir?"

"Daría mi reino por un caballo!" Dijo sin pensarlo ni un segundo.

"Jajajaja! Sé que es así. Su majestad es demasiado poderoso con un corcel como aliado, por eso os hemos dejado sin ellos apenas entramos a vuestros dominios. Lo siento, pero no puedo cumplir con vuestra solicitud. Ya no tenéis escapatoria."

"Pues parece que no." Dijo el resignado monarca.

"Pues, entonces..."

"Entonces... qué?"

"Jaque mate!"

Y el rey blanco cayó de bruces contra el tablero.

FIN DE ESTE RELATO FICTICIO.