Mi regalo de bodas

Hasta donde llegan los celos, de la mano de la locura...

La vecina que todos deseamos alguna vez y, quien es al mismo tiempo, la chica mas linda de la cuadra; esa que en la charla posterior a cualquier partido de fútbol entre todos los niños del barrio acaparaba los comentaros sobre tal o cual vestido floreado, alguna que otra remera con vivos colores, o quizás algún pantalón que, para nuestra edad, era de sobrada justeza. Leticia era su nombre, y el mismo nombre que resonó en mi cabeza durante varios años. Durante la escuela primaria casi ni la veía, porque varias cuadras separaban nuestras escuelas, ambas estatales. Pero el primer día escolar, ya en la escuela secundaria, mi sorpresa fue más que grata: Ella estaba en la formación de mi curso.

Miradas eternas y enormes nervios de su parte al hablar conmigo, hicieron que crezca en mí aun más las esperanzas de que algo que, durante tiempo estuve esperando, se hiciera realidad.

El amor crecía y crecía durante nuestra culminación en la escuela secundaria. Las miradas se hacían obvias ante cualquier profesor, auxiliar o compañero nuestro, y nuestra relación no podía ser ocultada por mucho tiempo más. El tiempo siguió transcurriendo para los dos, y siempre uno acompañando al otro, inseparablemente junto. Toda la relación era bella, cada beso que ella me daba lo sentía tan hermoso como el primero. En cada abrazo que nos dábamos, era como experimentar un tornado de emociones.

A los 17 años, cualquier chico como yo, de esa edad, tiene enormes deseos sexuales. Leticia era una chica bien educada y con modales de primer nivel, pero ella también los tenia. De común acuerdo y sin falta de respeto alguna, se encontraron en la casa de sus padres, quienes estaban de mini vacaciones en la costa por fin de semana largo. Después de unos sorbos pequeños a los vasos servidos con jugo natural, devino un enorme y desenfrenado fuego interior.

Mis manos deseaban cada centímetro de su bello cuerpo, sin dar lugar a palabras. La ropa fue cayendo lentamente, mi remera, la suya. Su pollera, mi pantalón. Su ropa interior, la mía; hasta que las medias eran lo único que nos vestía. En mi debutante falo se asomaba la lujuria juvenil, hasta enfrentarse con su vergonzosa feminidad, pero ninguno de los dos estábamos reprimidos a la iniciación. El primer movimiento fue una brusquedad de mi parte, y me lo hizo notar en su cara, pero en cada empuje vibrante nuestras sensaciones iban tomando otro tono. El ir y venir de nuestras pelvis hacían que el dolor natural de toda primera vez sea totalmente satisfactorio. Leticia me susurraba al oído las cosas que siempre deseo hacer, hasta que de pronto sus labios fueron besándome cada vez mas en descenso, y culminaron en lo mas alto de mi vertiginosa locura sexual; tan solo verla disfruta de ese momento y escucharla gozar me contagiaba. De pronto, un gran cosquilleo empezó a recorrer mi cuerpo, desde la punta de mi cabeza hasta el último centímetro de mis dedos en los pies. No se me ocurría que podía ser, y sin darme cuenta, la culminación del acto se estrello contra su cara

Un día como cualquier día, al salir del trabajo, el recorrido del colectivo que me deposita en el trabajo y me trae de regreso hacia mi casa, pasa por una bella plaza llena de árboles, juegos para niños y, por supuesto, ellos ocupándolos. Al mirar asombrado por la cantidad de bancos que hay en ella, me llamo la atención una persona en particular, muy conocida para mí en su aspecto físico a Leticia, pero a su lado estaba un hombre totalmente desconocido para mí. Me llamo tanto la atención, que decidi bajar del colectivo apresuradamente y tratar de investigar un poco mas sin ser visto. Gracias a dios, nunca me queje de mi visión y esta vez no me fallo: Era ella con un hombre sentados en un banco.

"Te agradezco la invitación, pero no puedo tomar un café con vos. Me parece bien que tengamos una charla, y lo dejemos acá. Yo estoy muy enamorada de mi novio, y pronto nos vamos a casar".

Los pensamientos que recorrían mi mente luego de ver esa imagen, tan singular y chocante para mi, al mismo tiempo, me inundaron de opresión, angustia, desazón. Ese día, Leticia terminó con sus tareas laborales y, al desocuparse, me llamo para que pase por la casa de sus padres, mis futuros suegros, a cenar. Mi estado de ánimo me llevo solamente a levantar el tubo del teléfono, intercambiar unas palabras y negarme a su invitación, alegando un cansancio inventivo.

Al día siguiente, las sabanas de mi cama me aprisionaban contra la cama, el pecho no me dejaba respirar, sentía como si una manada de elefantes bailaran sobre él. Las paredes me atrapaban en una prisión de soledad. Nada que podía pensar me ayudaba a evitar ese recuerdo. Nada sobre este mundo podía llevarme a pensar todas las cosas que habían sucedido a mis espaldas, el tiempo transcurridote esa o esas relaciones que ella tenia. Las veces que ella me dijo que tenía reuniones con amigas podía ser un encuentro más con ese hombre, o quizá con otros, quien sabe. O tal vez los regalos de sus amigas, podían ser regalos de él, de citas a ciegas, de encuentros virtuales. Las acercadas en autos desconocidos, tal vez era que él cambiaba de auto para que yo no me de cuenta, o quizá él o quien fuese, se hacia pasar por el chofer del remis, o contrataba a algún amigo para que lo haga. De alguna manera tenia que hacerle saber que yo sabia de esas cosas que mi mente no es la de un niño de poca edad y que yo me daba cuenta de cómo eran las cosas, que mis ojos no habían visto algunas veces la verdad de las cosas, pero en mi interior la sentía.

El tiempo transcurrió y las alegrías que cosechábamos juntos seguían, pero dentro de mi de secaban con solo pensar y recordar. Hasta que la boda fue un tema de conversación y decisión: La fecha fijada seria en poco tiempo, tan solo cinco meses.

Mi presencia era impecable; el traje importado quedaba hermoso ante la mirada de cualquier persona, mí peinado obra de un gran peluquero que desde niño hizo lujos en mi cabello; y mis zapatos combinaban extrañamente con la totalidad.

La boda había sido planeada con mucho tiempo de anticipación, de modo que todo debía salir perfecto esa noche

"Nuestra señora del Lourdes" se llamaba la iglesia en donde se realizo la boda. Una gran puerta de entrada con unos vittreou hermosos y extraños a la vez, asombraba la visión al bajar del auto a la novia. El vestido lucia un brillante blanco, con un minúsculo escote a causa de la agradable temperatura de primavera. La caminata hacia el altar resulto eterna para Leticia, y cada paso le daba más seguridad en su decisión. Todo lucia una desbordante belleza, pero una inesperada noticia la puso nerviosa: Carlos no la esperaba en el altar. Sorpresivamente, corrió hacia el baño aludiendo las preguntas frecuentes para ese momento tan importante en su vida, con una urgencia estomacal.

El sudor recorría rápidamente por su frente y su corazón se aceleraba cada vez más. Los minutos transcurrían y seguía encerrado en el baño

"Tus caricias están en mi memoria, los besos que me diste, los que no voy a recibir más…"

Golpeaban la puerta, pero un llanto desolador le ganaba al silencio. Todos los invitados se encontraban muy asustados, respirando un tenso aire. La iglesia entera se refugiaba en las palabras de aliento del padre Daniel, el responsable de realizar la boda. Hasta que un pequeño grito de ahogo callo a todos; la desesperación de Leticia hizo que la puerta temblara de un gran golpe donde acudieron los familiares a ayudarla para forzar la puerta, hasta ver la imagen

"Tenia pensado que esta situación seria menos traumática y con menos sufrimiento. No quería sentir como me falta el aire de a poco, con esta soga raspante, y como las imágenes se me van borrando de la mente. Solamente quería que ella supiera todo el odio escondido que tenia hacia ella. De esta manera espero que se de cuenta que, desde esa vez en que la encontré con ese amigo, muchas verdades recorrían mis pensamientos. Cuantas cosas guarde para ella, y esperé regalárselas justo en este momento. Si querida, este es mi regalo de bodas".