Mi querido vecino
La aburrida vida en casa de una joven esposa cambia cuando descubre los efectos que su cuerpo hace sobre un espectador muy especial.
Verónica barría el salón del fastuoso ático donde vivía desde que se casó; con la música de Carlos Baute de fondo como banda sonora de su actividad domestica, barría el parqué de la gran sala de estar con unas pequeñitas braguitas azules de algodón y una camiseta atada por encima del ombligo como toda vestimenta.
A sus 26 años no se podía quejar de la suerte que la había acompañado. Su marido Jaime, trece años mayor que ella, tenía una holgada posición económica y eso le permitía darse toda clase de caprichos: desde la ropa más exclusiva hasta las últimas novedades en cuanto a música y cine, sin olvidar sus mañanas en el gimnasio o su paso por el quirófano para ponerse esas tetas que siempre había deseado.
Siempre había sido una muñeca para su marido, que la conoció como camarera en un simposio de odontología al que asistía. De ahí a casarse no pasaron más de un año de relación, con el beneplácito de los padres de ella, que veían como la acaudalada cuenta corriente de Jaime podía dar a su hija una vida más que satisfactoria.
Ella se divertía barriendo con música de fondo, aunque su marido pagara a una mujer para que fuera dos veces en semana para hacer las labores propias del hogar y así quitar esa carga de su mujercita. Pero ella se aburría y, a veces, sacaba la plata para limpiarla, o fregaba y barría todo el ático… Su marido pasaba mucho tiempo fuera de casa y, a pesar de que ella ocupaba sus días en salir con sus amigas al club más exclusivo a jugar a padel o al gym de la urbanización a hacer Pilates, había días que se quedaba sentada frente al televisor viendo reposiciones de capítulos de series americanas de dudosa calidad.
Aquel día en particular, después de barrer la sala, cogió un paño húmedo y subida a una escalera, le dio por limpiar el marco del balcón. Entonces lo vio de reojo; o al menos, eso creyó. Juraría que había sentido como la miraban desde la ventana del ático de enfrente, pero al fijar su mirada allí no había nadie.
Siguió limpiando el marco de la puerta como si nada y se le ocurrió una idea par confirmar sus sospechas. Colocó un gran espejo de pie que había junto al armario de la porcelana, justo en un ángulo que le permitiera ver el balcón de enfrente mientras estuviera limpiando. Le costó moverlo hasta situarlo en el sitio donde podía observar, más o menos, su objetivo y después siguió con sus tareas como si nada.
Estuvo un buen rato sin ver nada, hasta que se relajó y siguió limpiando casi sin acordarse; entonces, de reojo vio como en el espejo se reflejaba la cara de un anciano, de unos 60 años, que la observaba desde la ventana. Decidió no darse la vuelta corriendo, sino hacerse la despistada para seguir observando a aquel desconocido.
Se pudo fijar en su cara consternada y el movimiento de su hombro por encima de la barandilla le hacía imaginar que ¡se estaba masturbando mientras la veía! Eso más que enfadarla, la encendió. Levantar así la moral de aquel hombre, que podía ser su padre, la hacía sentir orgullosa; al fin y al cabo era normal, ¿no? Ella limpiaba vestida con solo esas braguitas y aquel vecino mirón estaba en edad de salirle las hormonas por las orejas al ver un cuerpo joven como el suyo.
Se dedicó el resto de la mañana a limpiar al ritmo de la música, contoneando su culito de forma exagerada e imaginando como ese depravado aprovecharía esto. Y notaba como sus braguitas se iban mojando; nunca había sentido un morbo semejante y eso que su vida sexual con Jaime era de todo menos monótona, porque su marido le gustaba que su mujercita le excitara con caros modelos de lencería y con provocadores strip-tease a los pies de la cama.
Cuando terminó de limpiar, buscó con la mirada a su voyeur particular, pero ya no había nadie en el balcón… Verónica se fue a la ducha y tuvo que masturbarse de la excitación que sentía; dirigió el chorro de agua templada hacía su coñito, mientras con la otra mano se machacaba el clítoris, hasta alcanzar un orgasmo que la hizo sentarse en la placa de la ducha para recuperar el aliento.
Esa noche, su marido la llevó a cenar a un caro restaurante. Verónica se vistió con un traje corto justo por encima de la rodilla y una blusa que dejaba su espalda al aire por completo; le gustaba vestir con clase cuando salían a cenar, y nunca se había preocupado de las miradas de los hombres. Pero parece que lo sucedido esa mañana había exaltado sus sentidos. Se dio cuenta de la mirada del camarero a su escote mientras le servía el vino; de las miradas cómplices de los ocupantes de la mesa de lado y de las atenciones del aparcacoches mientras le habría la puerta del coche al irse del local.
Empezó a imaginar que pasaría dentro de la mente de esos hombres al verla; las barbaridades que le harían si estuvieran a solas con ella. Y tenía que admitir que eso la ponía muy cachonda porque, al fin y al cabo, no hacía daño a nadie teniendo las mismas fantasías que aquellos desconocidos tenían con ella.
- ¿Te pasa algo, amor? Te veo muy callada.- dijo su marido mientras no quitaba la mirada del parabrisas del coche.
- No, nada… No te preocupes cariño; estaba pensando en mis cosas.
- Bueno, pues nada; es que te he visto muy rara toda la cena.- insistió mientras le ponía una mano en su muslo, desnudo al habérsele subido.
Ella se limitó a sonreírle coqueta mientras abría las piernas como invitación. Jaime aprovechó un semáforo en rojo para darle un morreo a su mujer, que lo recibió con la boca abierta, jugando con sus lenguas. Verónica vio el bultazo que se marcaba en el pantalón de su esposo y lo acarició de forma suave, apretándolo para comprobar su dureza.
- Umm, vaya… Parece que tienes ganas de guerra, ¿eh?- dijo Verónica con voz provocadora.
- Sí, no lo he podido evitar… De ver como te miraba ese jovenzuelo de camarero.
Verónica se quedó sorprendida ante la afirmación de su marido; nunca había pensado que Jaime se excitara viendo como otros hombres la miraban. Pero la dureza de su polla no dejaba lugar a dudas.
- No me digas que te has puesto celoso.- dijo sin dejar de apretar la bragueta de su marido y mordiéndose el labio inferior.
- No, cariño. Me gusta que te miren y que sepan que es conmigo con quien vas a follar esta noche.
- ¡Jaime! ¿Qué es ese lenguaje?
- Vamos cariño, esto es sólo entre tú y yo… Sabes que me gusta jugar contigo.
- Pues mete pronto el coche en el garaje, que te tengo ganas…- provocó hasta el límite a su marido, bajándole la bragueta mientras se abrían las puertas del garaje.
Ella se bajó del coche antes de que fuera a entrar en el garaje y se dirigió a su portal. Subió en el ascensor, quitándose los zapatos de tacón y pensando en lo morboso de la situación; porque si excitante era pensar lo que pasaba por la cabeza de esos desconocidos, más aún era lo que pasaría por la cabeza de su marido. ¿Se la habría imaginado follando con aquel joven y atractivo camarero?
Abrió la puerta de su casa y se dirigió a su dormitorio, donde comenzó a desnudarse hasta quedarse en el tanguita que llevaba totalmente empapado. Se quedó con sus maravillosas tetas al aire, ya que por la apertura de la espalda no había llevado sujetador. Se cambió el tanga totalmente empapado por uno limpio de encaje y un conjunto de lencería que dejaba muy poco a la imaginación.
Se fue al salón para preparar el escenario perfecto para recibir a su marido que subiría enseguida. Y entonces lo vio. Su querido vecino estaba en el balcón, fumando un cigarro y apoyado en la barandilla. Ella no desvió la mirada y le pareció que el mirón se devolvió una sonrisa; echó un poco la cortina para que no fuera muy evidente su presencia ante su marido, pero dejando la suficiente visibilidad para el extraño.
Su marido entró en el piso y se sorprendió al ver a su mujer esperándolo en el salón y con ese conjunto tan provocador.
- Cariño, ¿qué estás tramando?- le sonrió mientras se quitaba la chaqueta.
- ¿Qué te parece si hoy cambiamos de sitio?- le contestó sentada en el sillón, con las piernas abiertas y mordiéndose un dedo.
- Estás loca, pero me tienes a mil…- dijo aproximándose a su mujer y acariciando sus muslazos desnudos.
Verónica supo situar el sillón en la posición justa para que su viejo vecino no se perdiera detalle de la sesión de sexo que le esperaba. Jaime se metió entre sus piernas, sentándose en el suelo y, levantándole un poco los tobillos, le ayudó a quitarse el tanga. Después abrió su coñito con sus dedos pulgar e índice y comenzó a lamer el tesoro que tenía su escultural mujercita entre las piernas.
- Así mi vida… Que buenoooo.- gemía ella acariciando el pelo de Jaime
Mientras sus ojos estaban fijos en la silueta del vecino de enfrente que había comenzado con aquel cadente movimiento de mano. Sintió que le llegaba el primer orgasmo en menos de dos minutos, por la excitación de la situación
- Ahhhh… Me corrooo, mi vida, me corrooo, diooos- gritó moviendo las caderas para darle más juegos a las chupadas de su esposo que sonreía complacido por su supuesta pericia.
- Umm, que rico nena… Al final es verdad que estás muy caliente…- susurró Jaime con la cara aún entre sus piernas.- Seguro que te estás imaginando que te lo está comiendo tu amiguito camarero.
- ¿Eso estás pensando? Umm, ¿que me lo come aquel chico?-contestó sin dejar de jadear Verónica.
- Sí, nena… Y ahora tu amigo quiere que te lo folles, jeje- contestó llevando la fantasía más allá y sentándose en el sofá, fuera del campo visual del mirón.
Verónica se dio cuenta y no estaba dispuesta a dejar que su admirador se perdiera el espectáculo. Miró de reojo, para observar sorprendida como el vecino estaba usando unos prismáticos para ver la escena con toda nitidez. Sonrió satisfecha del efecto de causaba en aquel viejo verde.
- Cariño, siéntate en este sillón, que es más cómodo para mí…- mintió Verónica para llevar a su marido a donde ella quería.
- Tú mandas mi amor…- contestó Jaime mientras se levantaba con su polla mirando al techo y se acomodaba en el sillón indicado.
Una vez colocado su marido en el sitio adecuado, Verónica se puso a horcajadas sobre él y comenzó a introducirse la polla de su marido, de un tamaño bastante respetable, en su mojadísimo coñito.
- Jooder, que rico…Uffff- exclamó Verónica poniendo los ojos en blanco.
- Así, clávate la polla de ese camarero...- le pedía su marido mientras amasaba sus tetazas con sus manos.
El gesto como respuesta de Verónica no se hizo esperar, dejándose caer, hasta que sus glúteos hicieron tope con los cojones de su marido. Cogida a su cuello comenzó a cabalgarlo muy despacio, haciendo círculos con la caderas, para que su amigo tuviera un digno espectáculo con el que masturbarse.
- Joder, hoy estás creativa, cariño…- flipaba su esposo agarrado a los brazos del enorme sillón.- ¡Qué manera de mover el culo!
Ella simplemente jadeaba con una risa morbosa en la boca y sintiendo, aunque lo tenía a sus espaldas, la mirada de aquel anciano en los movimientos de su cuerpo sobre la polla de su marido.
- Tengo ganas de probar algo nuevo…- anunció Verónica mientras desmontaba a su marido que protestó débilmente.
- Ufff, me tenías a punto de correrme, amor.
- Se paciente, camarero mío… Que tu puta hará que te corras enseguida.
Esa última frase de su mujer lo puso aún más caliente. Sentado en el sillón vio como su mujer se la empezó a clavar pero de espaldas a él; podía ver perfectamente ese culo, entre los cachetes del cual se perdía su durísima polla.
- Ufff como la siento así, mi vida…- exclamó su mujer totalmente excitada.
- Sí, es genial… Mi zorrita siempre tiene sorpresas para mi.
- Síiiiii, madre mía… ¿Te gusta? Mira como me folla, así, así…- decía Verónica fuera de control.
Jaime se extrañó de la actitud de su mujer, pero creyó que el juego con el camarero la había excitado tanto que le hablaba a él como si formara parte de ello; como si lo estuviera viendo desde otro ángulo. Eso lo excitó más aún.
Pero Verónica hacía un rato que ya no hablaba con su marido, sino con su vecino; estaba allí botando como una loca sobre el rabo de Jaime mientras, sobándose las tetazas operadas con pezones de punta rosados, miraba hacía el balcón del ático de enfrente. El anciano había encendido una especie de lamparilla y, ahora, podía observar perfectamente sus facciones arrugadas. Quizás sería mayor de lo que ella imaginaba, pero el morbo también iba en aumento.
Los prismáticos en una mano y la otra mano machacando aquello vieja polla, que Verónica trataba de imaginar cuantos coños se habrían follado durante su vida. El hombre comenzó a dar fuertes sacudidas anunciando una inminente corrida. Justo a la vez, Verónica sintió nacer en sus ovarios uno de los orgasmos más grandes de su vida.
- Cariño… Dios mío… Me corro… Así, así…Ufff… Échalo todo… Arghhhhh.- empezó a gritar Verónica acelerando el ritmo de la cabalgada al imaginarse al viejo verde corriéndose.
- Sí, mi vida… Me corro, síiii… El camarero te va a preñar, joder… Así, Tomaaaaa…- contestó Jaime mientras se corrió en el coñito de su joven mujercita.
Verónica sintió en su coñito una abundante corrida como hacía tiempo no había sentido y se quedó pegada a su marido mientras éste le besaba la espalda. Vio perfectamente como el hombre apagaba la lucecita, casi a la vez que ella desmontaba su montura.
- Bufff, menuda idea la del sillón, amor… Que polvazo… Nunca te había visto así de cachonda.- resoplaba Jaime que a sus casi 40 años, sentía que las fuerzas se le iban por la boca.
- Voy a limpiarme, que parece que también venías cargadito, jiji.
- Tendremos que poner un sillón en el dormitorio.- bromeó Jaime guardándose su morcillona polla en el pantalón.
- O una cama en el salón…- le guiñó un ojo mientras iba a la ducha.
Jaime se quedó allí sentado un instante; fijo su vista en la ventana del balcón abierta y creyó ver una pequeña llamarada de un encendedor durante un segundo. Se asomó al balcón, mientras se abrochaba el botón del pantalón, y pudo ver con toda claridad la figura de un hombre de unos65 a70 años que lo miraba con una sonrisa tras encender una lamparita.
- Gracias, muchacho… No sabes cuando os agradezco estas cositas…- dijo el hombre con la respiración agitada, mientras le daba una calada al cigarro.
Jaime sólo pudo contestar con un gesto amable con la mano mientras mil ideas bullían en su cabeza... Aquel hombre los había visto follar; había visto las tetazas de Verónica botando mientras se clavaba su polla en su maravilloso coñito. Quiso enfadarse pero, mirando hacía abajo, se dio cuenta que volvía a estar totalmente empalmado.
- Si Verónica se entera de esto, se muere de la vergüenza…- dijo en voz alta mientras andaba hacia la ducha para compartir un baño con su joven esposa.