MI QUERIDO HERMANO Y YO (Primera parte)

Cumplo el sueño de participar a los lectores mis experiencias sexuales; comienzo por las vividas con mi hermano Oscar, con quién aún hoy mantenemos una maravillosa relación

Compartíamos el departamento que nuestros padres habían alquilado en la Ciudad a pocas cuadras de la Universidad.

Mi hermano Oscar vivía allí durante el período escolar desde hacía cuatro años y yo lo acompañaba desde el comienzo de las clases en marzo de ese año.

Ambos cursábamos la misma carrera (él en quinto año y yo en primero) y teníamos horarios  similares lo que nos permitía mantener una convivencia ordenada y apacible desde el lunes a la mañana hasta el viernes a la noche.

Los sábados y domingos los pasábamos en la casa paterna, en nuestro pequeño pueblo.

Allí manejábamos nuestras vidas en forma independiente, cada uno con su grupo de amigos.

El hecho de tener, en  nuestro departamento de estudiantes, dos dormitorios, nos posibilitaba gozar de privacidad cuando lo deseábamos.

Un jueves a la noche, después de cenar cada uno se retiró a su habitación pues necesitábamos estudiar ya que al otro día ambos teníamos exámenes.

Ya sola,  vestida con el camisón que usaba para dormir me acosté en mi cama con toda la intención de estudiar.

Por alguna razón que no puedo precisar, comencé a soñar despierta.                            l

Estaba particularmente  excitada sexualmente; todo el día habían rondado por  mi mente distintas situaciones de tipo erótico, tanto vividas por mi como vistas en alguna película o leídas en algún libro.

Había creído que una ducha antes de encerrarme en mi dormitorio para estudiar sería suficiente para enfriar mi cuerpo y alejar esos pensamientos, pero bastó encontrarme sola para que mis pezones, en contacto con la suave tela del camisón, comenzaran a endurecerse y provocarme esa deliciosa sensación de ardor que había descubierto en  mi pubertad.

La  necesidad de darme placer se hizo imperiosa.

Me quité rápidamente el camisón y me tendí en la cama boca arriba, desnuda, con las piernas ligeramente flexionadas.

Casi inconscientemente comencé a acariciar mis senos y a darle a mis erguidos pezones, los pequeños pellizcos que tanto los erizaban.

Como si estuvieran unidos por una linea invisible, éstos transmitieron sus sensaciones a mi sexo, que se humedeció rápidamente.

Mientras hacía esto con la mano izquierda, la derecha bajó hasta mi pubis y mis dedos, después de separar los labios de mi vulva, comenzaron a friccionar con suavidad mi clítoris.

Tenía mis ojos cerrados y estaba tan tan concentrada en el placer que yo misma me proporcionaba, que solo  noté la presencia de Oscar cuando éste se encontraba ya  dentro del dormitorio al que había entrado intempestivamente.

Se detuvo bruscamente cuando comprendió mi accionar, balbuceó una excusa y salió tan velozmente como había llegado.

Por  un momento quedé paralizada sin saber que hacer.

Creí morir de vergüenza.

Oscar me había sorprendido masturbándome.

Intenté serenarme pero me era imposible.

Realmente estaba asustada; en mis dieciocho años de vida jamas había pasado por una situación tan difícil.

Temblaba de solo pensar en que en algún momento debería salir de mi habitación y enfrentar a mi hermano.

Debo haber pasado casi media hora intentando encontrar una salida al problema sin encontrarla, cuando escuché que Oscar golpeaba con sus nudillos la puerta de mi dormitorio.

No respondí.

Al ver que no obtenía respuesta me pidió por favor que le contestara, que lo disculpara por haber entrado sin llamar a mi puerta.

Me explicó que solo había pretendido pedirme que le prestara un diccionario; que de ninguna manera había querido invadir mi intimidad, que se sentía muy mal por lo sucedido.

Me dijo que no se iría a dormir sin hablar antes conmigo y que si yo no le respondía entraría a mi habitación.

Continué en silencio, cubrí mi desnudez con la sábana y apagué la luz; si entraba no quería que sus ojos se encontraran con los mios, temía no poder enfrentar su mirada.

Tal como lo había dicho, abrió la puerta suavemente,  entró al dormitorio y se sentó sobre el costado de la cama.

Contra mi creencia, no estábamos totalmente a oscuras; la luz que se filtraba desde la sala por la puerta abierta, permitía que nos distinguiéramos con claridad.

Cerré los ojos para evitar mirarlo y las lágrimas brotaron sin que yo pudiera contenerlas.

Comenzó a acariciar suavemente mi rostro mientras me pedía perdón prometiéndome que nunca volvería a entrar a mi dormitorio sin llamar primero; que jamás se repetiría lo sucedido.

Me rogó que no llorara.

Me dijo que lo que yo estaba haciendo cuando el  entró no era nada malo, que él también lo hacía.

Que en todo caso ese iba a ser, a partir de ahora, nuestro secreto.

Me habló con palabras tiernas, suaves.

Me suplicó que no llorara mas; me pidió que intentara sonreír.

Las caricias de sus dedos en mi rostro hicieron que me sintiera mas relajada y mis lágrimas fueron disminuyendo paulatinamente.

Cuando Oscar notó que me serenaba, me pidió que abriera los ojos y lo mirara.

Obedecí y lo miré.

Algo había cambiado entre nosotros; una sensación de afinidad nunca sentida anteriormente me provocaba una agradable placidez.

Mirar sus ojos me otorgaba calma y bienestar; notaba su presencia como nunca lo había hecho anteriormente.

Su mirada me otorgaba protección y seguridad.

Como leyendo mis pensamiento Oscar continuó acariciando mi rostro y pronunciando palabras dulces.

Hubiera querido que ese momento no terminara jamas.

Cerré mis ojos y me abandone a mis sensaciones.

De pronto noté que había acercado su rostro al mio y besaba suavemente mis párpados.

Me estremecí de placer; sus cálidos labios enjugando mis lágrimas me conmovieron profundamente.

No pude evitar entregarme a la voluptuosidad del momento.

Sus labios recorrieron todo mi rostro.

En un suave aleteo pasaron de mis párpados a mis mejillas, luego a mi barbilla y por último se posaron sobre mi boca.

Se entreabrieron ligeramente y permitieron que su lengua lamiera suavemente mis labios.

Me estremecí.

Oscar me estaba besando con una suavidad y ternura inigualables.

La excitación interrumpida tan bruscamente momentos antes volvió a apoderarse de mi cuerpo y él pareció notarlo; deslizó la sábana que me cubría hacia abajo, sus labios abandonaron los mios y comenzaron a juguetear con mis  pezones. Se detuvo largo rato con ellos y los amó con su boca como nunca nadie los había amado.

Luego sus labios trazaron  un camino de fuego hasta mi pubis.

Me sentí desfallecer cuando su boca tomó contacto con mi vulva y su lengua comenzaba una deliciosa invasión, mientras sus manos separaban delicadamente mis muslos.

Buscó una posición mas cómoda arrodillándose sobre la alfombra que cubría el piso y su lengua se abrió paso entre los labios de mi sexo hasta alcanzar mi clítoris.

Estremecida, con mi cuerpo vibrando descontrolado, gemí de placer.

Uno de sus dedos se adentró en mi, mientras su lengua continuaba el dulce martirio.

No podía evitar respirar cada vez en forma mas agitada.

Mis manos, fuera de control, aferraron su cabeza queriendo hundirla en mi cuerpo.

Perdí el control y estallé en el mas intenso y maravilloso orgasmo.

Oscar continuó dándome placer hasta que una dulce laxitud se apoderó de mi.

Casi entre sueños noté que separaba su cuerpo del mio con intención de retirarse.

Le pedí que se quedara a mi lado e intenté retenerlo tomando su mano con la mía.

Sonriendo me besó suavemente el los labios y me dijo que tratara de dormir; que al otro día teníamos examen.