Mi querida Sonia 5

Este es el final de la historia. Si vuelvo a escribir algo, será inventado

Mi querida Sonia 5

Allí tenía a Sonia. Atada a la cama y desnuda. Me quedé observándola largo rato. Me excitaba ver cómo bebía y comía de los cuencos, igual que una perra. Después de comer, Raquel la sacó al patio interior y la calentura continuó cuando se acercó a unas matas y se puso a orinar. Me estaba calentando con la situación. Raquel sacó una manguera y la roció “para limpiar a la perrita”. En ese momento, llamaron a la puerta.

-Me olvidé –dijo Raquel-. Ayer me instalaron de nuevo la conexión a Internet, pero la dejaron a medias porque ibais a venir. Les pedí que, por favor, se acercaran un momento hoy.

Guardamos a Sonia en la habitación. Entró el instalador, un joven atractivo, rubio y el pelo largo. Nos aseguró que lo haría en un momento. Efectivamente, tardó pocos minutos en acabar. Mientras preparaba la nota, Raquel me sonrió.

-¿Por qué no traes a tu perrita?

No sabía lo que pretendía, pero obedecí.

El pasmo del instalador a ver aparecer a Sonia, desnuda, a cuatro patas y con correa, fue mayúsculo. Nos miró a Raquel y a mí sin saber qué decir.

-Escucha, cariño –susurró Raquel poniendo su mano en el pecho del joven-, podemos hacer una de estas tres cosas: te pago la factura y tan amigos. O la perrita de mi amiga te hace una buena mamada (las hace de fábula) y sólo te pago la mitad. O tres, te follas a la perrita y nos olvidamos de esta factura.

Casi se podía oír el ruido de las neuronas dentro de su cabeza.

-¿Puede ser por el culo?

-Por supuesto, cariño, lo que tú quieras.

El joven asintió y se dejó hacer mientras Raquel le desabrochaba el pantalón. Su pene había crecido, pero aún no estaba a punto.

-Anda, perrita, ayuda a nuestro amigo con esto.

Sonia, obediente, comenzó a chupar mientras que el aparato casi insignificante se convertía en una poderosa y grande herramienta.

Cuando tuvo la polla dura, la sacó de la boca de Sonia y se colocó a su espalda. Raquel, que había desaparecido un instante, volvió con un tubo de lubricante y embadurnó la estaca.

El joven introdujo poco a poco su polla y, cuando estuvo dentro totalmente, empezó a moverse cada vez más rápido. Sonia jadeaba, lo mismo que el chico, y Raquel aprovechó esta visión para besarme mientras acariciaba mis tetas. Yo fui más allá. Introduje una de mis manos por dentro de su camiseta y comencé a acariciarla.

El joven follaba cada vez más rápido. Sudaba y gruñía, con la cara roja. Estuvo así unos minutos hasta que soltó un grito mientras tenía una corrida salvaje. Se quedó sentado en el suelo mientras intentaba tranquilizar su respiración.

-Te ha follado bien, perrita –dijo Raquel-. Se merece que le limpies la polla.

Sonia acudió solícita y comenzó a limpiar con la lengua la polla del joven.

-¡Vaya sorpresa! –se admiró Raquel-. Se está poniendo dura esta vez. Muchacho, tienes suerte, ya que te van a hacer una mamada de premio.

Sonia, al oír esto, se metió el aparato por completo y empezó a chupar cada vez más deprisa. El joven cerró los ojos para disfrutar mejor el momento. La situación era excitante y, por fin, el joven soltó una nueva corrida que Sonia aprovechó casi por completo, sólo un poco se escapó de su boca.

Ya calmado, el joven se levantó y se vistió.

-Un placer conocerte –dijo Sonia mientras colocaba su mano en el paquete-. Si me prometes que vendrás tú, seguro que me va a fallar el wi-fi más de una vez.

El instalador, como en una nube, le aseguró que iba a encargarse, a partir de ahora, de esta casa.

Cuando se marchó, Raquel llevó de la correa a Sonia hasta el sofá, se quitó los pantalones y el tanga y le ordenó que le comiera el coño.

Raquel entrecerró los ojos. Me acerqué a ella, le quité la camiseta y comencé a besar sus pechos. Recorrí mi lengua por sus hombros y cuello. Raquel intentó besarme pero la aparté. Quiso acariciarme, pero le sujeté las manos a la espalda con una mano. Podía haberse soltado con un simple tirón, pero se dejó hacer. Con la otra mano, yo acariciaba su cara. Por segunda vez intentó besarme, pero tiré de su pelo, apartando su cabeza.

Raquel estaba desatada.

-¡Por favor, hazme tu esclava! ¡Quiero ser tu esclava!

Me paré sorprendida.

-¿Hablas en serio?

-¡Sí!

Retiré a Sonia de su coño y la llevé a la habitación. Después de dejar atada a Sonia, volví al salón. Raquel seguía sentada desnuda, acariciándose el coño.

-Podemos probar desde este momento hasta la noche, si quieres probarlo.

Después de asegurarme que quería hacerlo, le pregunté que esperaba que le hiciera. Castigo y humillación, eso era lo que quería.

-Bien, en primer lugar, deja de tocarte, ponte a cuatro patas en el suelo y espera.

Raquel obedeció al instante, mientras yo salía a recoger una bolsa extra que tenía en el coche, por si hacía falta. Regresé junto a ella y le ordené que me siguiera. Bajamos al sótano, donde Raquel había instalado una serie de aparatos de gimnasia. Utilicé algunos de esos aparatos para dejarla atada con los brazos extendidos. Había colocado las cuerdas de tal manera que Raquel tenía que levantar los talones.

-Ahora te voz a azotar. Porque sí. Me vas a agradecer cada golpe que te dé. Y no se te olvidé llamarme “Señora”.

El primer golpe fue en sus nalgas.

-Gracias, Señora.

Seguí golpeando. En las nalgas, en el vientre, en las tetas, en su coño. Raquel se quejaba del castigo, pero no olvidó ni una sola vez darme las gracias.

Después de una docena de golpes, acerqué mi mano con la fusta a su boca. Obediente, me la besó y volvió a darme las gracias.

Seguidamente, tapé sus ojos con un pañuelo y le coloqué una especie de mordaza con una bola en la boca. Acaricié su cuerpo con la fusta. Raquel se removía, excitada. Por último, coloqué el vibrador que había usado con Sonia, el que podía activar con el móvil, y dediqué unos minutos a encenderlo y apagarlo.

La dejé unos minutos a solas. Volví, la desaté y la até de nuevo, esta vez de rodillas con los brazos a la espalda. Alternaba el vibrador con caricias y golpes de la fusta. Como última cosa, la dejé, esta vez sin el pañuelo, atada y sola durante más de una hora.

A eso de las ocho de la tarde, por fin la desaté. Estaba dolorida por la postura y tuve que darle unos masajes en brazos y piernas. Cuando se activó su circulación fuimos al salón.

-Ha sido increíble –me confesó-. Nunca me había excitado tanto como esta tarde. Tienes madera de dominante y me ha sorprendido esta faceta mía de sumisa.

-Ya sabes que yo he probado los dos papeles, pero lo que más me excita es el juego, cambiar de papeles.

Por la noche, en la cama, Raquel estaba desatada. Besó cada poro de mi piel, mordió mis pechos y mi estómago, lamió mi espalda. Me besó mientras, con la misma mano, introducía tres dedos en mi coño y otro en el ano. Mentiría si dijera que sé cuántos orgasmos tuve esa noche. Mientras nos amábamos, Sonia no perdía detalle a los pies de la cama.

Por fin nos quedamos dormidas. Me desperté cuando noté unos dedos en mi clítoris. Sonia, como le había ordenado nos masturbaba a las dos. Fue un despertar maravilloso. Después de dos orgasmos seguidos, ordené a Sonia que parara. Raquel se abrazó a mí. La besé.

-Déjanos, por favor, se lo merece.

Raquel se levantó al instante con otro beso. Atraje a Sonia, le quité la correa y la abracé.

-Mi amor –susurré.

La llevé a la ducha. Me enjaboné, la enjaboné a ella y me dediqué a mimarla todo el rato. Salí de la ducha, me puse el albornoz y le pedí a Sonia que saliera. La arropé con una toalla y, mientras la secaba, no dejaba de besarla.

Aquí termina la historia de Sonia. Al terminar el curso, me comentó que su padre le había dicho que había conseguido plaza en una universidad, en otra ciudad. Ella no quería irse, pero la animé, ya que donde iba a continuar sus estudios era una universidad prestigiosa y esto sería muy bueno para su futuro. Prometí que procuraríamos vernos pero, hasta el momento presente no ha podido ser.

Esta historia tiene un epílogo y, aunque no interviene Sonia, no quiero dejar de indicarlo:

Pocos días después, Raquel se presentó en mi casa.

-Llevo estos días dándole vueltas, no sé si te enfadarás conmigo, pero tengo que contártelo.

La tranquilicé para animarla.

-Verás, Marta –continuó-. No he dejado de darle vueltas a todo lo que pasó este fin de semana pasado, sobre todo a lo del sábado por la tarde.

Se calló un momento, como buscando fuerzas para seguir.

-Me excitó mucho ser tu esclava, y me gustaría seguir la experiencia.

Dudé un instante acerca de lo que debía contestar, y ella aprovechó para decirme todo lo que había pensado.

En resumen, ya lo tenía todo organizado. Quería que la convirtiera en mi esclava durante un tiempo. Ella podía seguir trabajando desde mi casa (trabajaba de intermediaria para una compañía de compra y venta de artículos de alimentación. Su trabajo lo hacía casi todo con el móvil y el ordenador).

Después de pensarlo un momento, di mi consentimiento si se seguían una serie de normas que le detallé. Ella aceptó.

La rutina que establecimos era la siguiente: si la usaba por la noche, después se iría a dormir a la habitación de invitados. Por la mañana debía despertarme lamiendo mi coñito. En ese momento, le indicaría si quería que siguiera hasta el orgasmo o que parara. Seguidamente, me traería el desayuno a la cama. Lo recogería mientras me duchaba para proceder a vestirme. Era excitante dejarse vestir por alguien.

Por la mañana, se dedicaría a limpiar la casa totalmente desnuda. Más tarde, haría su trabajo: se sentaría frente al ordenador después de colocarse dos consoladores, uno en cada agujero y se pondría una braguita para evitar que se salieran. En cada pezón se colocaría una pinza de la ropa y así trabajaría, con dos excepciones. Si tenía que conectarse a Skype, se quitaría las pinzas y se pondría una camiseta mientras durara la conferencia. La otra excepción era si llamaban a la puerta. Entonces se quitaría las bragas, los consoladores y las pinzas e iría a abrir la puerta desnuda.

Estuve observándola unos cuantos días a través de una cámara que ella no sabía que estaba conectada y cumplió a rajatabla mis órdenes.

Hubo algunas consecuencias. Los muchachos que repartían la compra se rifaban por acudir a mi casa. Dependía de Raquel si les hacía caso o no, pero casi siempre acabó dejándose follar por ellos. El portero se presentó un día en casa, pero Raquel tenía órdenes estrictas para él: sólo una mamada. El portero terminó siendo un especialista en inventarse excusas para acudir a mi casa.

Un señor mayor que vivía enfrente de mí, se quedó fascinado con la visión de Raquel y se presentó en casa. Obtuvo el premio de acariciar las tetas y de una mamada.

En una ocasión se presentó una cartera con una carta certificada. Raquel se insinuó. Si esto fuera inventado, ahora describiría un caliente acto lésbico, pero, la verdad es que no pasó nada. La funcionaria se puso colorada, pero terminó yéndose casi a la carrera.

Al volver a casa, Raquel había preparado la comida. Me servía un plato con más comida de la que yo necesitaba, siguiendo mis órdenes, y se arrodillaba a mi lado, mientras me contaba lo que había ocurrido en la mañana. De vez en cuando, le daba un bocado que ella tomaba en la boca, sin tocarlo con las manos.

Después de la siesta, llegaba la sesión de azotes. A la noche, comentábamos lo que había ocurrido, y establecíamos qué le gustaba y qué no. Me servía la cena, recogía y, seguidamente, la usaba. A veces se acostaba conmigo. En ocasiones, sólo quería que me mamara un rato mientras yo veía la tele.

Por fin, después de casi tres meses, di por finalizada esta historia. Seguimos siendo amigas, pero no hemos vuelto a hacer esto, aunque he llegado a pensar que me gustaría probar de nuevo, siendo yo la sumisa.

Gracias por todo.