Mi querida Sonia 4

Visitamos a Raquel y cuento lo que sucedió

Mi querida Sonia 4

A primeros de mayo fuimos a visitar a una amiga mía: Raquel. Raquel era un encanto, tenía una figura preciosa, ya que se cuidaba mucho. Rubia, con melena corta, unos ojos azules que te taladraban, un poco más bajita que yo.

Últimamente había pasado una época un poco difícil. Después de unos años manteniendo una relación con una mujer y con un hombre, estos se enteraron y terminaron rompiendo con ella. Parecía que lo había superado poco a poco, pero, por si acaso, tenía en mente que pasáramos un estupendo fin de semana.

Al vernos, me besó en los labios y retrocedió un poco para ver mejor a Sonia.

-Vaya, ¿esta es Sonia?

Estábamos un poco cansadas y, después de cenar, nos retiramos a dormir.

A la mañana siguiente, Sonia preparó y nos sirvió el desayuno. Cuando Sonia fue a limpiar la casa, me acerqué a Raquel:

-Tengo un regalo, pero sólo es para ver. Después me lo llevaré, espero que lo entiendas.

Encendí el televisor y coloqué un DVD en el reproductor. Raquel soltó un grito de alegría.

Ya le había comentado las aventuras pasadas, pero lo que estábamos viendo era un montaje con las mejores escenas que había grabado este tiempo atrás.

Raquel estaba excitada y metió su mano dentro de mi pantalón de pijama. Comenzó a acariciarme suavemente el clítoris con sus dedos. Pausadamente. Yo notaba cómo el calor me envolvía. Cerré los ojos para disfrutar mejor, mientras Raquel, sin dejar de jugar conmigo, encendía un cigarrillo y se dedicaba a comentar algunas escenas.

Mi respiración se entrecortaba. Empecé a arquear mi cuerpo, pero Raquel continuó absorta en la película. Seguía fumando y, de vez en cuando, bebiendo a sorbos un café que le había pedido a Sonia. Por fin exploté en un orgasmo. Raquel me besó, me quitó la camiseta y comenzó a mordisquear mis pechos mientras metía tres dedos en mi vagina. Yo me dejé hacer. Estaba disfrutando enormemente dejándome llevar. Me colocó tumbada en el sofá con mi cabeza en su regazo mientras seguía explorando mi clítoris, aunque no dejaba de observar la pantalla. Cuando terminó la película (casi una hora) yo había experimentado otros tres orgasmos y me encontraba agotada.

-Cariño -me susurró-, ¿sería posible que me dejaras un rato a Sonia? Tengo ganas de conocerla.

-Por supuesto.

Mientras Raquel llevaba a Sonia a su habitación, aproveché para recoger el DVD y fui a darme una ducha.

Ya vestida, me acerqué a la puerta de Raquel. Las dos estaban haciendo un caliente 69. No pude evitar acariciarme con la visión de esas dos criaturas hermosas. No quise molestarlas, pero aproveché para masturbarme mientras las observaba. Sus cuerpos brillaban por el sudor, el placer que sentían llenaba la estancia.

Después de correrme dos veces, me alejé para calmarme un poco.

Cuando Raquel salió del cuarto, estaba feliz.

-Es una criaturita maravillosa. Cómo disfruta. Se nota que le gusta follar.

Un pensamiento malvado me pasó por la cabeza, y Raquel lo notó.

-¿Qué ocurre, cariño? Parece que estás pensando alguna maldad.

-¿Dónde está Sonia?

-Arreglando mi cuarto, por qué? –preguntó Raquel.

-Sígueme la corriente. Vas a ser testigo de un ataque de celos.

Llamé a Sonia.

-¿Sí, doña Marta?

-¿Qué tal con doña Raquel? ¿Ha estado bien?

-Muy bien, doña Marta, ha sido maravilloso.

-Vaya, ¿te ha gustado?

-Sí, doña Marta.

Me quedé callada un momento para, acto seguido, levantarme rápidamente. No se esperaba el bofetón que le hizo caer al suelo.

-¡Perra! ¿Te ha gustado? ¿La prefieres a ella?

-Pero…

-¡Ni una palabra, perra. Quédate ahí hasta que vuelva.

Raquel y yo salimos del salón. Me ayudó a llevar un colchón pequeño que colocamos a los pies de mi cama. Seguidamente, recogimos dos fuentes de cristal. En una de ellas puse trozos de fiambre que corté con unas tijeras y el otro lo llené de agua. Colocamos las dos fuentes al lado del colchón. Saqué una correa con collar que até a los pies de la cama. Por último, fuimos a ver a Sonia. Seguía sentada en el suelo, con los ojos llorosos.

-¡Ven! –ordené.

Entró en la habitación con la cabeza gacha, mientras Raquel y yo la observábamos.

-Me has hecho mucho daño.

Con un gesto de la mano, corté de raíz sus protestas.

-Voy a hablar yo. Te explicaré lo que quiero y tú vas a tener la posibilidad de elegir. Cuando termine de hablar, la señora Raquel y yo saldremos de la habitación. Volveré a los diez minutos y tú estarás de una de estas dos formas: si te encuentro con la maleta en la mano, lo entenderé perfectamente. Te acercaré a la estación de autobuses, te pagaré el billete y te daré algo de dinero para que puedas llegar a tu casa. En este caso, entenderé que prefieres que nuestra relación sea estrictamente de profesora y alumna, y así será a partir de ahora.

Sonia tenía los ojos rojos mientras se aguantaba las ganas de llorar.

-Te has portado como una perra. Si lo asumes, serás una perra hasta mañana. Las perras no llevan ropa, las perras no andan erguidas, sino a cuatro patas. Las perras no hablan. Te quedarás atada a la cama hasta que yo decida sacarte al patio a hacer tus necesidades. Serás una perra educada, así que si no te sacó, nada de ladrar ni de molestar. Harás lo que hacer todas las perras: te lo harás encima. Por la noche…

Me volví a Raquel.

-¿Quieres pasar la noche conmigo?

Raquel se abrazó a mí:

-Por supuesto.

-Por la noche, doña Raquel y yo nos amaremos en esa cama. Tú nos mirarás todo el tiempo sin decir nada y sin perder detalle. Por la mañana, nos despertarás a las dos a la vez: quiero que nos despiertes con una paja a cada una, a la vez, y que no dejes de hacerlo hasta que terminemos.

-No te prometo nada –continué-. Pero si haces todo esto es posible, sólo posible, que termine perdonándote. Tienes diez minutos para pensarlo.

Raquel y yo salimos de la habitación.

-¡Qué fuerte! ¿Crees que hará todo lo que le acabas de decir?

-Estoy segura. Pero si dice que no, la llevaré a la estación. Me gusta, pero no espero que esta relación dure eternamente.

Nos quedamos saboreando un vaso de vino. A los diez minutos, entramos en mi habitación. Sonia aparecía a los pies de la cama, desnuda, a cuatro patas y con el collar de perro en el cuello.

-Perrita buena –le dije mientras acariciaba su cabeza.