Mi querida Sonia 3
Conocemos a don Tomás y sus amigos
Mi querida Sonia 3
Después del episodio de la calefacción, todo se tranquilizó. Empecé a alternar las órdenes y el comportamiento distante con Sonia, con una actitud más cariñosa. Sonia pasaba casi todas las tardes a mi alrededor. Me encantaba tener ese cuerpo tan hermoso a mi disposición. Una tarde, le pedí que se tumbara en la cama y estuve besándola y acariciándola durante casi dos horas. Me fascinaba ver cómo su cuerpo se arqueaba con mis caricias, los jadeos continuados que salían de sus labios, el brillo de sus ojos al pasar mi mano por todos sus rincones…
En cierta ocasión, cuando realizaba unas compras, encontré un lugar adecuado para lo nuevo que me estaba rondando por la cabeza. Tardé más de un mes en organizarlo todo.
En el mes de abril comenzamos a disfrutar de unos días agradables y puse en marcha mi plan.
Un fin de semana fuimos a un apartamento que alquilé. A la mañana siguiente le conté lo que pretendía. Nos asomamos a la ventana y le señalé un parque que veíamos al frente.
-Hoy quiero que realices un papel que sé que serás capaz de llevarlo a cabo estupendamente.
Le enseñé un book de fotos que le había preparado en las semanas anteriores. Eran fotos de ella en poses sugerentes y con poca ropa. Realmente se veía hermosa.
-Eres una chica que estudia para modelo. Has llegado a esta ciudad con una de tus profesoras para buscarte algún posible trabajo. Ayer te presenté a algunas personas que podrían contratarte y hoy he ido yo a negociar un posible contrato.
Sonia asintió.
-Como estás un poco aburrida has salido a pasear al parque. Te has encontrado con esos viejecitos que juegan a la petanca –les señalé por la ventana-. El juego te va a encantar. Disfrutarás muchísimo viéndoles jugar. Recuerda que ellos tienen que darse cuenta de lo bien que te lo pasas con ellos.
Le mostré la ropa que debía llevar: una camisa escotada y falda muy corta de cuero. El conjunto lo acompañaba unos zapatos con unos tacones altos (a todos los hombres les excita), liguero y medias.
-Llevas el pelo rubio, y jugarás el papel de rubita inocente. Tienes que conseguir que te enseñen a jugar y no lo harás nada bien. Aún así, procura estar contenta en todo momento. O no conozco a los hombres o alguno aprovechará para sobarte un poco.
Sonia atendía a todas mis explicaciones, mientras comenzaba a vestirse.
-Les cuentas la historia que te he explicado y aprovecharás para invitarlos a subir aquí a tomar una cerveza y enseñarles el book. Déjate manosear y protesta un poco sin perder la sonrisa. Espera a que alguno se pase de verdad y, entonces, déjate follar.
Le expliqué que yo estaría en una de las habitaciones grabándolo todo. También le conté que, al terminar, le mandaría uno de los tres mensajes posibles: si era el primero, se despediría amablemente y fin de la historia; si recibía el segundo, les invitaría a cenar esta misma noche porque su profesora le había contado que no iría esa noche. Si recibiera el tercero, les invitaría a cenar con su profesora.
-Depende de ti, de lo excitada que me pongas. Pórtate bien.
La besé y salió del apartamento.
La actuación de Sonia fue memorable. Desde la ventana no podía oír lo que decían, pero los viejitos estaban felices con su nueva admiradora, que aplaudía, dando saltitos, todas las jugadas.
Por fin, uno de esos hombres se acercó y le propuso enseñarle a jugar. Sonia se comportó como una patosa: fallaba constantemente, tropezaba y siempre había dos manos que la sujetaban…
Después de casi dos horas de juego, Sonia consiguió que cuatro de esos jubilados subieran con ella a casa.
-Estas son mis fotos, ¿qué les parecen?
-Se te ve muy guapa. Eres preciosa, y tienes un cuerpo maravilloso –dijo uno de ellos mientras le tocaba una teta.
-Don Tomás, por favor, no sea malo… -dijo ella riendo.
Al ver que no se enfadaba, los otros aprovecharon también la ocasión.
-Estás muy buena, pequeña.
Al final, uno de ellos, don Tomás, no pudo aguantarse más y se desabrochó el pantalón. Tenía una polla bien hermosa: dura y gorda.
Sonia se agachó ante él y se metió la polla en la boca. En unos momentos, Sonia fue desnudada completamente. Los viejos empezaron a acariciarla. Uno de ellos sujetó su culo y la ensartó con su aparato.
Yo veía en la pantalla cómo era follada mientras seguía chupando. Don Tomás acabó primero, y Sonia no desperdició ni una gota. Otro de los compañeros ocupó su lugar en la boca de Sonia, que comenzó a chupar con hambre y deseo.
Cuando se corrió el que estaba detrás, el cuarto le metió la polla (no tan grande como la de don Tomás, pero estaba bien) y le folló el culo.
La verdad es que los viejitos aguantaron muy bien. Cada uno de ellos la folló y consiguió una mamada.
Al fin se sentaron agotados y jadeando. Mientras pasaba esto, yo me había masturbado furiosamente. Lo que había presenciado me había puesto muy caliente. Envié el mensaje al teléfono de Sonia.
-¡Qué bien! Doña Marta, mi profesora me cuenta que ha conseguido un contrato para mí. ¿Por qué no vienen a cenar con nosotras?
-¿Tu profesora es tan cariñosa como tú? –aventuró uno de ellos.
En este momento, Sonia decidió salirse del guión.
-¡Qué va! No creo que le interese participar en algo parecido a lo que ha ocurrido.
Las caras de desolación de los cuatro fueron increíbles.
-No importa, se me ocurre una cosa –dijo Sonia-. Un rato después de que lleguen, pondré música y les pediré a cada uno de ustedes que bailen conmigo. Todos rechazarán hacerlo. Entonces, insistiré en que doña Marta baile conmigo. Estoy segura de que conseguiré calentarla lo bastante para que ustedes hagan con ella lo que quieran.
¡La muy puta! Su plan era mejor que el mío, y quedaría más creíble.
Todos aplaudieron la propuesta y quedaron en venir a las nueve de la noche.
Cuando salieron todos, la felicité.
-Siento haberlo cambiado, doña Marta, pero pensé que de este modo quedaría mejor.
-Has hecho muy bien, cariño. Anda, vamos a prepararlo todo.
Mientras yo salí a comprar más cervezas y algo de picar, Sonia se pasó buena tarde descargando música romántica. Lo grabó en un disco, que colocó en el aparato.
Cuando dieron las nueve, los cuatro aparecieron. Hicimos las presentaciones y saqué unas cervezas. Descubrí que don Tomás repartió algo a sus compañeros y todos se lo llevaron a la boca. Parece que habían traído Viagra para dar la talla.
Llegó el momento del baile. Por descontado, todos rechazaron la oferta y yo, después de dos negativas, accedí a regañadientes.
La música era lenta. Enseguida, Sonia comenzó a besarme en el cuello y a mover sus manos por mi cuerpo. Ninguna de las dos necesitaba fingir: nos besamos mientras nuestras manos iban recorriendo ese cuerpo que cada una de nosotras tanto conocía.
Sonia forzó la situación y comenzó a desabrocharme la camisa. Mordió delicadamente mis pezones. Yo le quité la camiseta, y me pegué a ella mientras le desabrochaba la falda.
No pasó demasiado tiempo en quedar las dos solamente con el tanga. Sonia se agachó, mordió el tanga y así me lo quitó.
En ese momento me volví y vi a los cuatro, completamente desnudos, y luciendo sus herramientas preparadas, que acariciaban con lujuria.
-Vamos con ellos –me dijo Sonia mientras me empujaba delicadamente.
Me arrodillé frente a uno y besé la punta de su aparato. Poco tardé en tener la polla entera en mi garganta.
La orgía fue grandiosa. Perdí la cuenta de las corridas que recibí, tanto en la cara y boca, como en mi coñito. Casi siempre había dos para cada una de nosotras, excepto una vez: don Tomás se encontraba tumbado en el suelo mientras yo lo cabalgaba y chupaba la verga de otro. Sonia se encontraba con los otros dos cuando, de repente, uno de ellos sacó su polla de la boca de Sonia y se acercó a mí. Pude sentir como taladraba su culo. Tenía tres pollas para mí (era la primera vez que me ocurría, lo confieso), aunque el pobre no duró mucho en mi culo. Los orgasmos que experimenté fueron incontables.
Cuando todo terminó y ya se despedían, don Tomás habló conmigo aparte.
-¿Tenéis pijamas de tela?
Me sorprendió la pregunta, pero le dije que, efectivamente, así era.
-¿Me invitarías a veros mañana con los pijamas y a desayunar? Digamos, a las nueve y media. Preferiría que los demás no se enteraran…
Ignoraba lo que pretendía, pero acepté.
A la hora acordada, don Tomás se presentó. Venía con una bolsa de churros.
Nos sentamos en el sofá.
-Verás -dijo dirigiéndose a mí, e ignorando a Sonia-, mis compañeros están entusiasmados con vosotras. Creen que les ha tocado la lotería. Yo sé que estas cosas no nos pueden pasar, así que he pensado mucho en lo que ha ocurrido. Mis compañeros están haciendo planes para ver cuándo nos volvemos a ver, pero sé que eso no ocurrirá. Sospecho que, o bien sois amigas juguetonas con ganas de probar algo nuevo o que tú mandas en Sonia y ella es tu sumisa. En cualquier caso, hoy desapareceréis y no volveremos a veros.
Me sorprendió la perspicacia de don Tomás. Así que le dije la verdad, aunque omití que les había grabado.
-Mi petición es la siguiente –continuó-. Vais a desaparecer y me gustaría un último favor, pero tendríais que confiar en mí. A ciegas.
Este señor me estaba gustando, así que acepté. Al momento, comenzó a organizarlo todo. Preparamos un café con leche (sólo para él), dos botellas de agua y un vaso en la mesa. Ordenó a Sonia que se quitara el pantalón del pijama y que se colocara a su lado, de pie, mientras él tomaba el café. A mí me dijo que tenía que chuparle la polla, pero muy despacio. Lo suficiente para mantenerla dura, que me tomara mi tiempo. Me arrodillé a su lado, le desabroché la bragueta y saqué su pene, fláccido todavía. Comencé a lamerlo y besar su cabeza y, al ratito, ya estaba preparado.
Don Tomás comenzó a comerse los churros, mientras acariciaba el coño de Sonia. De vez en cuando, le metía los dedos pringosos con los que agarraba los churros. Sonia gemía con los ojos cerrados. Cambió de pronto su proceder: empezó a mojar el churro en los fluidos de Sonia para, después, morderlo él, dárselo a Sonia e, incluso a mí, que dejaba por un momento la polla de don Tomás para morder el churro.
De vez en cuando llenaba un vaso de agua, se lo bebía, volvía a llenarlo y se lo ofrecía a Sonia, diciéndole que se lo terminara.
El desayuno, con mamada incluida, duró mucho tiempo. De pronto, me ordenó que lo hiciera más aprisa y, cuando estaba a punto de correrse, se levantó y se corrió en mi cara.
-Tu profesora se ha portado bien –dijo a Sonia-. Se merece que la limpies.
Sonia se agachó a lamer la corrida, pero él la detuvo.
-No, así no. ¿No tienes ganas de mear?
Por fin comprendí lo de los vasos y lo del pijama de tela. Había visto en Internet películas en las que se hacía lo mismo. Como habíamos quedado en obedecer sin rechistar, Sonia se puso encima de mí y soltó una larga meada que me cayó en la cara y el cuerpo. Era la primera vez que yo asistía a una experiencia semejante pero, recordando las películas, cerré los ojos y abrí la boca. Procuré no tragar nada, pero no lo conseguí del todo. Me sentía sucia y despreciable, pero muy excitada.
-Límpiale el coño, que lo ha hecho bien.
Obedecí. En mi boca sentía el pis de Sonia, mezclado con el aceite de los churros.
-Ahora me toca a mí –continuó don Tomás, mientras le hacía gestos a Sonia para que se tumbara a mi lado.
La meada de don Tomás fue más larga. Seguro que se había estado aguantando desde casa. Al terminar, las dos le limpiamos.
-Sois unas niñas encantadoras. Nunca os olvidaré –afirmó al despedirse.
Nosotras limpiamos el estropicio, nos duchamos y regresamos a casa.