Mi querida Sonia 1

Cómo encontré a Sonia

Mi querida Sonia, 1

Deseo contarles algunas experiencias que viví durante el curso pasado. Mi nombre es Marta y actualmente tengo 28 años. A pesar de mi edad, trabajo en una universidad privada en Imagen y Sonido. Al comienzo del curso pasado, de entre todos mis alumnos, empezó a destacar por su interés una alumna de 1º, de nombre Sonia. Cuando terminaba la clase, aprovechaba para acercarse a mí y preguntarme toda clase de asuntos de la asignatura. Un día, la invité a mi casa para continuar la conversación. Se quedó fascinada con las fotografías que había colgado en las paredes. Confieso que me quedé subyugaba por la pasión que notaba en sus palabras. Sin pensármelo, le di un largo beso en los labios. Aunque ya había tenido alguna experiencia con mujeres, soy fundamentalmente hetero, pero realmente solamente pensaba en acariciar a este maravilloso ser. Noté, mientras la besaba, que levantó todas sus defensas y, en menos tiempo que se tarda en contarlo, estábamos amándonos en mi cama.

-Me va a costar tutearte, Marta –dijo Sonia después de varios orgasmos continuados.

Aquí tengo que explicar el sentido de sus palabras. Trabajo en una universidad privada muy estricta que, para mantener el principio de autoridad, exige que los profesores tuteemos a los alumnos, pero que, estos, nos traten de usted. Se da la paradoja que, en el último curso, tenía un alumno de 30 años que me llamaba como todos, doña Marta.

-Me va a costar tutearte, Marta.

Al oír esto, un pensamiento morboso, aún poco claro, me vino a la cabeza.

-Sería mejor que sigas tratándome de usted, así evitamos que se te escape delante de alguien.

-Lo que usted diga, doña Marta.

Oír a Sonia llamarme a doña Marta mientras permanecíamos desnudas en la cama me excitó.

En los siguientes días fui poniendo en claro el pensamiento original. Nunca había tenido ninguna experiencia de sumisión, pero Sonia me pareció un excelente caso para probar. De entrada, y aunque le di una llave de mi casa, le dejé claro que vendría sólo cuando se lo ordenara. Cuando llegaba a mi casa, alternaba los besos y caricias con una actitud más fría: me levantaba la camisola que solía llevar en casa y le ordenaba que se arrodillara y que me comiera el coño, mientras yo seguía leyendo una revista (o lo intentaba, claro).

En cierta ocasión le dejé claro que no volviera a usar pantalones, lo que cumplió a rajatabla.

Otro día, le dije que se desnudara y, le afeité el coñito. Seguidamente, le ordené que hiciera lo mismo conmigo.

-A partir de ahora, tienes que llevarlo así.

Una tarde me presenté en su piso: vivía sola, ya que su familia disponía de mucho dinero y se lo habían comprado para que estudiara. Fui a su habitación y le ordené que sacara toda su ropa. Dejé claro qué ropa podía usar y cuál no. Al llegar a su ropa interior, descarté la mayor parte de sus sujetadores y las bragas.

-A partir de ahora, dejarás de usar braguitas, sólo tangas.

-Pero no tengo –casi sollozó Sonia.

-Pues no lleves nada bajo la falda hasta que consigas.

Esa tarde, la acompañé a unos almacenes donde compró sujetadores y tangas. Estábamos mirando un vestido, cuando me di cuenta que la dueña no dejaba de mirar a Sonia. Dejamos el vestido y nos fuimos rápidamente.

En una cafetería cercana, decidí forzar un poco las cosas.

-Sonia, dices que me quieres y lo pruebas obedeciéndome en todo.

-Por supuesto, doña Marta. Sé que lo que me ordena que haga es lo mejor para mí.

-Veamos si es cierto. Ahora quiero que hagas algo, ya que quiero comprobar hasta dónde eres capaz de obedecer.

Le expliqué lo que quería y, aunque noté un cierto rechazo inicial, terminó bajando la cabeza.

-Lo haré, doña Marta.

Lo que le había ordenado era lo siguiente. Había notado el interés que despertaba Sonia en la dueña de los grandes almacenes, así que lo que tenía que hacer era lo siguiente: esperaría escondida a que cerraran para, acto seguido, llamar a la puerta para que la abrieran. Tenía que conseguir entrar. Tenía que explicarle a la dueña que quería comprar el vestido pero que, antes, tendría que probárselo. Si la dueña era como yo creía, mandaría a sus chicas a casa y se quedaría a solas con Sonia.

Así fue como pasó. Una Sonia llorosa consiguió entrar en la tienda y quedarse a solas con la dueña. Lucía (así se llamaba) ayudó a ponerle el vestido y, al poco tiempo, follaban en el probador. Lo que no me esperaba era lo que ocurrió a continuación.

-¿Diga?

Una mujer que dijo llamarse Lucía, dijo que era la dueña de los almacenes, que Sonia le había dejado mi teléfono, y quería que nos viéramos en una cafetería. Sorprendida, acepté.

-Ella no me ha dicho nada, pero sospecho que la tal Sonia es tu sumisa, ¿verdad?

Se lo confirmé, ya que no iba a conseguir nada negándolo.

Me contó que ella y tres amigas solían reunirse los miércoles en la trastienda del negocio de una de ellas. Aunque lo que solían hacer era beber y chismorrear, se le había ocurrido que Sonia encantaría a sus amigas.

-Es una gran comedora de coños. Por supuesto, tú estás invitada.

Como era jueves, aún tenía varios días para pensarlo. El lunes siguiente, llamé a Lucía y acepté la invitación.

El lunes me presenté con Sonia en la dirección que me habían proporcionado. Ya estaban las cuatro y, todas, por lo que pude comprobar después, iban con el traje para la ocasión: camisa, falda y sin ropa interior.

Después de las presentaciones, coloqué disimuladamente el bolso en un mueble. Comprobé con el móvil que la cámara grababa toda la sala donde nos encontrábamos…