Mi querida hermanita me lo arrebató.

Como llegaba a odiar las reuniones familiares que se prolongaban más de un día.

Como llegaba a odiar las reuniones familiares que se prolongaban más de un día. Me explico: mi hermana y yo con nuestros respectivos maridos, solemos reunirnos una vez al mes con nuestros padres, en la casa que disponían en un bonito pueblo de montaña. Era algo que acordamos mi hermana y yo cuando contrajimos matrimonio y abandonamos la casa familiar. Salvo fuerza mayor, no faltamos a la cita.

¿Qué tenía de particular para odiar esas reuniones? En realidad, no debería aborrecerlas. Con mi padre me veía casi todos los días, cosa que no sucedía con mi madre y me satisfacía verla. Tampoco era ningún desagrado verme con mi hermana, vivíamos en ciudades distintas y esos encuentros eran las únicas veces que coincidíamos desde que nos casamos.

¿Entonces que era? Eran esas malditas noches que nos quedábamos a dormir en casa de mis padres, y sentía en la habitación de al lado esos continuos y frenéticos gemidos de satisfacción, que salían de las gargantas de mi hermana y su marido. Esos sonidos terminaban en unos estruendosos alaridos que se me clavaban en las entrañas.

¿Era envidia? Miraba a mi derecha y allí se encontraba mi marido roncando placidamente, mientras yo tenía una calentura insatisfecha que me recorría todo el cuerpo. Y no es que entre mi marido y yo no hubiéramos iniciado nuestro folleteo particular, casi al mismo tiempo que ellos, pero como siempre, sentía como un pedazo de carne penetraba en mi vagina y en un santiamén se desinflaba después de evacuar su esperma en mi sufrida caverna. No me daba tiempo ni de abrir los ojos. Eso si, mi marido ponía una cara de merluzo después de desahogarse, e inmediatamente se quedaba frito.

Antes de proseguir mi narración convendría daros unas pinceladas sobre el transcurso de mi vida. Puedo decir que no he sido muy afortunada en poder decidir por mí misma aquello que deseaba, y en el terreno sexual para muestra el marido, como os he contado, la mierda de satisfacción que me ofrecía.

Quizás me quejo de vicio, porque nunca me ha faltado de nada, pero si lamento no ser dueña de mis ilusiones. Nacida en un entorno familiar más bien acomodado y en un ambiente muy recatado, no tardé ni un año, desde mi nacimiento, en tener nueva compañía. El parto  debió de ser bastante complicado porque mi madre a raíz del mismo, quedó incapacitada para tener más hijos. Afortunadamente vino al mundo una hermosa niña, con la que me convertiría en su acompañante inseparable a través de los años. Digo esto porque a pesar de ser una niña bonita que desprendía hermosura por los cuatro costados, su salud era delicada y mis padres me encomendaron su protección fuera de casa. En un ambiente familiar donde el recato y las buenas costumbres imperaban, así trascurrió toda nuestra niñez, nuestra adolescencia y juventud. Unas hermanas inseparables, en la que yo ejercía de ángel custodio, que además cedía a todos los caprichos y deseos de mi querida hermanita.

Digo esto porque, entrando en una edad que ya traspasaba mi hermana los veintiún años y yo los veintidós, en una fiesta de fin de curso que se celebraba en mi universidad, en la que estudiaba Farmacia, conocimos un chico guapísimo que en principio parecía interesarse por mí. De hecho fue a la primera que invitó a bailar y se le veía entusiasmado por tenerme entre sus brazos. Su sonrisa era encantadora y de su boca salían palabras que me hacían reír. Una de las frases que más me hicieron gracia fue: “esta noche estoy de suerte porque una princesa se digna a bailar con un plebeyo”. Fueron unos momentos inolvidables. Ese chico tenía esa chispa que te hace vibrar y sentí como cupido clavaba en mí una de sus flechas.

Algo se torció y, ¿quien podía ser la causante?, no podía ser otra que mi querida hermanita. Bueno, algo más se torció, y fue mi pie. En uno de los movimientos mientras bailábamos, tropecé con una botella, di una mala pisada y me torcí el tobillo. No era gran cosa pero impidió que siguiéramos bailando. El chico galante que me había cautivado, no quiso separarse de mí y me acompañó para que me sentara en una de las sillas que no se como se agenció.

-No ha sido nada, enseguida se me pasara- le dije.

-Princesa, no habrá sido nada pero déjame que observe ese tobillo- me respondió al mismo tiempo que hacia mención de agacharse para observar mi pié.

No le dejé, menuda vergüenza ver a un casi desconocido como intentaba ponerse de rodillas delante de mí.

-No, no, déjalo por favor- le imploré.

En esos momentos se acercó mi hermanita que se debió percatar de la escena y se interesó que pasaba. Le expliqué que había sucedido y como el chico continuaba junto a nosotras, tuve la necesidad de presentárselo. Desconocía su nombre, pero no hubo que preguntárselo porque muy resuelto el mismo se presentó.

-Mi nombre es Raúl y estoy a vuestra entera disposición.

Esa disposición fue la causante de perder una vez más mis deseos particulares en pro de mi hermana. Me sentía molesta en que estuvieran los dos mirándome. Iba a decir a mi hermana que siguiera divirtiéndose mientras yo descansaba, pero no hizo falta. Con esa coquetería que le caracterizaba, salieron estas palabras de su boca: “Raúl, que te parece si dejamos que mi hermana descanse y volvemos un poco mas tarde”. El chico que me había deslumbrado desestimo en principio la oferta de mi “hermanita”. Una mirada de imploración, que siempre me obsequiaba cuando quería que cediese a sus deseos, hizo decirles que por mi no se preocupasen, mejor si me quedaba sola. ¡Qué iba a decir!: “hermanita, vete con viento fresco y déjame junto a mi bello galán”. Se fueron. La mano de mi hermana, siempre más decidida que yo, agarró la de Raúl y vi como se alejaban.

Rabia, coraje, enojo. No se que más me entró. No tardé mucho en ponerme de pie. Me dolía un poco el tobillo pero podía andar. Di por finalizada la fiesta y opté por marcharme a casa. Fui en busca de mi hermana para decirle que me iba. No fue fácil encontrarla debido al gentío que había. Al fin pude localizarla. Se encontraba, como no podía ser de otra manera, junto con mi galante doncel en la barra del bar. Le dije que deseaba irme a casa. Esperaba una respuesta mejor, pero mi hermana en voz baja sin que lo apercibiera su acompañante, me dijo: “por fa, por fa, si no te importa quiero quedarme un rato más, ya te inventarás una excusa con mamá”. Di media vuelta y me fui en busca de un taxi. La rabia y furia que esta vez me entró  iba dirigida a ese, ya no doncel sino bellaco, que no se había dignado a despedirme ni acompañarme.

Para colmo, cuando llegué a casa, la bronca que recibí fue monumental, sobre todo por mi madre: “como te has atrevido a dejar sola a tu hermana en esa fiesta”, me decía, no dando importancia a mi torcedura de tobillo ni querer saber las causas de por qué había venido sola. Me sentí impotente, no podía decir nada que desacreditara a “mi querida hermanita”. Los ánimos  se calmaron cuando apareció por la puerta. Entró en casa como una tromba, dando vueltas y vueltas con una sonrisa de oreja a oreja, dejándonos a todos sorprendidos.

-¿Qué te pasa? –preguntó mi madre extrañada.

-¿Que qué me pasa? Ay mamá, he conocido al hombre de mis sueños.

Si me pinchan en ese momento no me sacan una gota de sangre. A mis padres se les olvidó por completo la reprimenda que me habían propiciado y se centraron en la ilusionada hermanita, mostrando interés por el hombre que la había cautivado. En ningún momento mi tobillo adquirió protagonismo. ¿Cómo podía ser que mi hermana pudiera encapricharse del chico que parecía haberse interesado por mí?, una verdadera pena. Adiós a mi dolor de tobillo, adiós a mis ilusiones y adiós al chico que en principio me había encantado y deslumbrado. Una vez más cedería a los caprichos y deseos de mi hermana.

En verdad que en días sucesivos, Raúl hizo por verme mostrando interés por mí, e intentar disculparse por no acompañarme el día de la fiesta. Según él, mi rápida desaparición impidió ofrecerse llevarme a casa. Ya no había remedio. En casa todos estaban encantados de la felicidad que irradiaba mi hermanita y yo no podía romper ese estado. Nadie me lo perdonaría. Muy a mi pesar, mostré a Raúl mi parte más amarga con desaires y menosprecios. Estos eran la contraposición a los tiernos y buenos ojos que mi hermana le obsequiaba. No sabía si fue por despecho hacia mí o en realidad por los encantos de mi hermana, el caso que muy pronto se convirtió en su atrayente novio.

Mi hermanita, cuyo nombre es Rosa, ya no necesitó de mi protección y mis padres viéndola tan feliz, se olvidaron de que tenía que protegerla. Ya tenía quien la amparase. No se olvidaron de decirme que yo también debería echarme novio y como no, con esa manera peculiar que tienen los padres para recomendarte algo que creen de tu interés, me propusieron el hijo de uno de sus amigos que sabían estaba interesado por mí.

Tobías, que así se llamaba el hijo de estos amigos, no me causaba ningún aliciente. Un buen chico, eso sí, pero que no despertaba en mí ese entusiasmo que había provocado  Raúl. Si alguna cualidad tenía Tobías era la persistencia y ella juntamente con la ayuda de mis padres diciendo: “mejor partido no vas a encontrar”, decidí finalmente casarme con él. Mis padres se las ingeniaron para que las dos hermanas contrajésemos matrimonio el mismo día. No creo que haga falta decir cual era la pareja de mi hermana.

Con esto que os cuento, para no cansar más, creo que tendréis una ligera idea de quien os cuenta este relato. Quizás añadir que respondo al nombre de Laura.

Ha pasado casi un año desde nuestros enlaces y mi vida, salvo esos encuentros en la casa de la montaña que he comentado, transcurre con normalidad. Mi licenciatura en farmacia me ha brindado poder trabajar en la farmacia que mi padre regenta, cosa que a mi hermana no le ha interesado. Ella se ha inclinado por el mundo del arte y en eso está.

Volvamos al inicio del relato que es lo que realmente me ha motivado escribir estas líneas. Un día después de esas noches tortuosas que pasaba, oyendo el desenfrenado recital que me brindaba la habitación contigua, le dije a mi hermana:

-Os podíais controlar un poco más con vuestras juergas nocturnas, se os oye desde el último rincón de la casa.

Una risa ruidosa asomó en su cara para después decirme.

-Chica, no sé que le pasa a Raúl, pero llegar a esta casa y entrarle unas ganas desaforadas de follarme, cosa que le cuesta estando en nuestro piso, es todo uno. Debe ser el aire de la montaña. El caso es que me causa un gran placer y no puedo remediar ese fragor. No sé como a vosotros  no se os oye, o es que no folláis estando en casa de los padres.

-Pues claro que lo hacemos, pero somos más prudentes y no montamos ese escándalo –contesté molesta.

-Pues haber si te  desinhibes y de una vez dejas a un lado todos tus prejuicios.

-Vamos a dejarlo, cada una es como es –dije para terminar con el tema. No me interesaba seguir.

Pero aquí no acabó la historia. Por la tarde, después de comer y con el café en la mano, salí al patio trasero de la casa para fumarme un cigarrillo. No tardó en presentarse Raúl para hacer lo mismo. Éramos los dos únicos viciosos del tabaco de todos los presentes y como dentro de casa estaba prohibido, el patio era nuestro mejor aliado.

-Así que te molestan nuestros ruidos nocturnos –me dijo Raúl dejándome boquiabierta. Rosa le había comentado nuestra conversación matinal.

-No me molestan –le contesté enojada-, pero podíais ser un poco más comedidos.

-O sea, que seamos como tú con ese comportamiento frígido que te caracteriza.

-¡Yo no soy una frígida! –exclamé de forma violenta tirando el cigarrillo que tenía en la mano.

No se como, pero me encontré que su boca se fundía a la mía en un apretado beso.

-¿Qué haces? –medio grité, separándome de él.

-Comprobar hasta que punto no eres frígida –respondió sin inmutarse.

-Pues claro que no lo soy y no te tienes por qué comprobar nada conmigo, para eso ya tienes a tu mujer.

Me di media vuelta y me dispuse a entrar a casa, pero antes de abandonar el patio le oí decir a Raúl.

-Esta noche me acordaré de ti.

La propuesta de mi madre para que le acompañase a realizar unas compras esa tarde, me hizo medio olvidar el incidente que había tenido con Raúl. Pensé que no debería repetirse esa situación. El hecho de que armaran esos escándalos nocturnos no era de mi incumbencia y no tenía porque molestarme. A esos pensamientos le seguían otros completamente distintos que quería descartar, pero no podía. ¿A que vino ese beso que me propició Raúl?, nunca había sentido sus labios y a pesar de mi rechazo no me disgustó, ¿qué me pasaba?, ¿en verdad me molestaban sin más sus orgías nocturnas, o era envida por no poder disponer de ese hombre y celos porque mi hermana si lo tenía? Desterré esos pensamientos y me centré en las compras que mi madre iba realizando.

Como al día siguiente se daba por finalizada nuestra estancia en la casa de montaña de mis padres, mi madre nos obsequió con una cena especial, y en un ambiente bastante distendido, bebimos quizás más de la cuenta. Tobías, mi marido, fue uno de los que empinó más de la cuenta y aludiendo que le dolía la cabeza, fue el primero que abandonó la tertulia de sobremesa. No tardamos mucho en desfilar cada uno a su dormitorio. Yo, junto a mi madre, fuimos las últimas abandonar el salón. Nos quedamos a retirar la vajilla y una vez dejada en condiciones en la cocina, también nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.

Si mi marido se había retirado porque le dolía la cabeza por haberse pasado en la bebida, yo también me sentía algo mareadilla. Tenía ganas de acostarme y no tardé en meterme en la cama. Como no, Tobías ya estaba dormido como una marmota y a sus ronquidos le acompañaban unos formidables resoplidos. “Vaya plan”, me dije.

Distinto era lo que pasaba en la habitación de al lado. Comenzaban a oírse los primeros compases del particular concierto, que maldita la gracia me hacía escuchar. El latazo no se diferenciaba de la anterior noche, hasta que algo me hizo poner los ojos como platos y el corazón comenzar a latir más deprisa. Era la voz de Raúl. Nunca en esas noches había sentido que el pronunciara ninguna palabra y su voz en esos momentos era clara y contundente para que mis oídos no dejara de percibirla: “¡Así princesa, así…! ¡Soy tuyo…, tuyo…, tuyo…, mi princesa…, solamente tuyo,,,!

¿Qué era lo que me asombraba? Simplemente que nunca se había dirigido a Rosa diciéndole princesa. Era un apelativo que me había obsequiado cuando estuvo bailando conmigo en la fiesta de final de curso y jamás se la volví a oír. Recordé sus palabras de esa tarde, cuando   abandoné el patio: “esta noche me acordaré de ti”. No podía ser otra cosa, el muy puerco estaba follándose a mi hermana desaforadamente y ponía en su boca como si yo fuera la que aceptaba que mi vagina fuera penetrada por su calenturiento pene.

Me puse muy nerviosa. A mi lado tenía un hombre que jamás había conseguido excitarme y simplemente unas palabras oídas a través de una pared, me enardecían haciendo que mi mano se perdiera en la entrepierna. ¿Qué estaba haciendo…? No podía ser que me tocase en beneficio de un hombre que era el marido de mi hermana. Me levanté, me puse una bata, cogí el paquete de tabaco y rápidamente me dirigí al patio. Mi refugio en el tabaco, era la válvula de escape a la que acudía cuando me encontraba exaltada e inquieta.

La primera bocanada fue aspirada con tal fuerza que hizo ampliar mis pulmones haciéndome toser.

-Habrá que dejar el tabaco –fueron palabras que oí a mis espaldas.

Reconocía esa voz. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me giré y allí se encontraba Raúl. Con una sonrisa en sus labios, se disponía  a encenderse un cigarrillo que llevaba entre sus dedos.

-¿Qué haces aquí? –pregunté porque otra cosa no se me ocurría.

-Ya ves princesa –dijo en tono jocoso-, después del polvo que hemos echado, un cigarrillo resulta confortante.

Qué desfachatez, en esos momentos le hubiera arañado. Venía a mofarse de mí. “Hemos echado”, decía el muy… No lo podía soportar.

Sin mediar palabra me dispuse a marchar, pero Raúl me agarró del brazo y con fuerza me atrajo hacia él y su boca buscó la mía. No pude separarme. Una mano atenazaba mi cintura y con la otra sujetaba mi cabeza. Mi única repulsa la ejercían mis manos golpeándole  donde podía. No debían ser muy fuertes los golpes, porque sus labios no se separaban de mi boca y se esforzaban en que contribuyera a su beso, cosa que consiguió. No se que me pasó, quizás algo ayudo el alcohol que tomé de más en la cena, pero me rendí ante tal fogosidad. Mis manos dejaron de golpearle y se atenazaron a su cuello. Su lengua separó mis labios, se introdujo en mi boca y mi lengua se aferró a la suya en una clara y ardiente ansiedad.

Desde ese momento estaba como hechizada, no percibía nada más que a ese hombre que me tenía a su merced. Me encontré en sus brazos como si fuera una muñeca y no dejando de besarme, me llevó hasta un cobertizo cerrado construido en un extremo del patio.  Recordaba que era mi lugar favorito cuando en mi juventud quería evadirme y en soledad dar rienda suelta a mis pensamientos. Mira por donde me encontraba en ese lugar y en este caso no me evadía con mis pensamientos. Ese hombre que estaba conmigo era real, tan real que suavemente me postró en un sofá-cama que mis padres guardaban en ese cobertizo, por si surgía ocasión de recurrir a él.

Lo que pasó dentro de esas paredes fue más que alucinante, ni en sueños hubiera imaginado el placer que sentí. Lo que Raúl lograba de mi cuerpo, era como si hasta ese momento hubiera sido una mujer virgen. Sí que Tobías, como ya he dicho, penetraba su pedazo de carne dentro de mí, pero esto que me estaba sucediendo no lo había experimentado nunca. Las manos de Raúl acariciaban mi cuerpo y con delicadeza iba despojándome la poca ropa que llevaba. No tenía prisa. Yo cada vez estaba más excitada, cerraba los ojos y me dejaba hacer.

Desnuda completamente y tendida sobre el sofá-cama, la voz de Raúl susurraba diciéndome:

-Mi princesa, eres tan hermosa y tan deseable como siempre e imaginado.

Deseaba ser su princesa y también podía ser su esclava. No tuvo que recurrir a es beso forzado que me propició en el patio. Mis labios esperaban con ansiedad estar unidos a los suyos y no tardé en tenerlos en mi boca. ¡Qué sensación tan placentera! Sus besos pausados  se convertían en caricias que recorrían todo mi cuerpo. Mi cuello, mis pechos, mi vientre… La piel se me erizaba y no era de frio. Me encontraba en una nube.

¿Cómo podía ser que no hubiera tenido ese deleite hasta ese momento? En verdad que pocos hombres habían pasado por mi vida y, debido a la educación recibida, nunca habían pasado de un ligero achuchón y unos besos sin mucha entrega. Y qué volver a decir de lo que me hacía sentir mi marido ¿Era una frígida, tal como me había dicho Raúl esa tarde? El goce que experimentaba decía claramente que no. A la frase “no hay mujer frígida sino hombre inexperto”, yo añadiría “hombre inadecuado” Ese hombre que se explayaba en todos los poros de mi piel era el apropiado, o el que esperaba, para superar es engañada frigidez a la que aludía Raúl.

-Raúl…, que me haces… ¡Aaah…! ¡aaah…! ¡aaah…!

¿Qué me hacía…?  Después de haber recorrido todas zonas erógenas posibles de mi cuerpo, su boca se encontraba aposentada en mi pelvis y con su lengua iniciaba un alucinante recorrido por mis órganos genitales. Mi excitación llegaba a unos extremos insospechables, hasta que un grito que intenté contener se escapó de mi garganta. Podía decir que se producía el primer orgasmo de mi vida, acompañado de un torrente incontenible de flujo que mi ardiente vagina desprendía.

-Amor mió…, esto es maravilloso… –llegué a decir, y lo de amor mío me salio de muy dentro.

En susurros Raúl me confirmaba que era su princesa y su amor eterno. Me sonaba a música celestial. Su boca de nuevo la tuve junto a la mía y se unieron. Era un beso distinto, o por lo menos eso me pareció, un beso cargado de ternura y amor. Un amor que se antojaba inalcanzable pero que ahí estaba. Ese hombre en esos momentos era mío, muy mío y más cuando su dilatado pene se fue acercando a mi vagina.

No era un pedazo de carne, era un miembro viril, que en todo su esplendor jugaba entre mis labios genitales. No podía más, deseaba ansiosa que penetrara en mi húmeda cueva y así se lo hice saber.

-Amor…, soy tuya…, poséeme…, entra dentro de mí…

Su contestación fue inminente, con suavidad introdujo ese pene impresionante en mi conducto vaginal. Lo recibí con delirio. Mis nalgas y piernas temblaban, pero pronto se unieron a esos movimientos acompasados que ejercía sobre mí, ese fascinante miembro. Mis manos se aferraban a su cuerpo y mis uñas se clavaban en su piel, pero no debían de producirle ninguna dolencia porque sus palabras lo atestiguaban.

-Así princesa… así…

Los movimientos se acrecentaron en rapidez y creía que mi cabeza iba a estallar. Giraba de un lado para otro y mi boca no dejaba de decir: “amor, amor, amor…”, hasta que de mi boca salió un grito ahogado. Hubiera preferido que ese grito se manifestara con la magnificencia de la felicidad que me embargaba. Pero pude contenerme.

No me quedé sola en ese grito silencioso. Una especie de sonidos guturales o gruñidos salían de la garganta de Raúl al mismo tiempo que notaba como sus líquidos seminales bañaban mis entrañas.

Soberbio, maravilloso, insuperable… Me sentía pletórica de felicidad como nunca hubiera imaginado.

Raúl, tras su adorable descarga, me abrazaba y me colmaba de besos por toda mi cara. Nos mantuvimos abrazados, dejando que nuestros corazones aminoren sus pulsaciones, que con tanto ardor se habían disparado.

Tanta felicidad no podía ser posible y como ocurre en las grandes tempestades, después viene la calma. Esa calma en brazos de Raúl, hizo que mi mente se despertase y recriminara que mi cuerpo hubiera sido capaz de entregarse a ese hombre que no me pertenecía. Me negaba a admitir ese pensamiento, pero me martillaba más y más hasta que no pude más.

-¿Qué hemos hecho, Raúl? –dije, al mismo tiempo que se empañaban los ojos.

Raúl me cogió la cara con ambas manos y mirando fijamente esos ojos en los que emergía alguna lágrima me dijo:

-Mi dulce princesa, hemos hecho lo que debíamos haber realizado hace tiempo.

-¡Qué estás diciendo, eres el marido de mi hermana!  -exclamé asombrada por su respuesta-. Y por favor, no me llames princesa.

La cara de Raúl se arrugó y la seriedad apareció en su rostro.

-Muy bien Laura. En verdad soy el marido de tu hermana, pero porque tú me rechazaste y no tuve cojones a  intentar poseerte como hoy he conseguido. Sé que parece absurdo que en el poco tiempo que te tuve en mis brazos me prendara de ti, pero así fue. Ante tus continuos desaires y no querer dejar de verte, opté por salir con tu hermana por si había alguna posibilidad de hacerte cambiar. Tu inesperado compromiso con Tobías me desconcertó y eso indujo a que también tu hermana y yo contrajésemos el mismo día matrimonio. Sí, me casé con tu hermana y me tildarás de hipócrita, pero cuando dije las palabras “sí quiero” mi pensamiento estaba en otra persona y puedes imaginar en quien. Otra cosa, con respecto a lo de princesa, siempre serás mi princesa y más desde hoy, que me has convertido en el más rendido de tus vasallos.

No podía ser, no podía ser. La confesión de Raúl me dejó confundida. ¿Era verdad lo que decía? Si era cierto, los dos habíamos cometido la misma insensatez, pero no se lo podía decir, mi hermana estaba por medio.

-Pero tú ahora te sientes bien con mi hermana y para muestra lo que oigo por las noches.

-De tu hermana mejor no hablar, tú la conoces mejor que yo. Sí que follamos desenfrenadamente, pero solo aquí en casa de tus padres, y solo una razón me mueve, sentir que estás tan cerca y pensar que es tu figura la que me recibe.

No podía oír más. Si mi pensamiento me impedía seguir, mi cuerpo deseaba tomarlo entre mis brazos y pedirle que penetrase otra vez, en mi dilatada vagina.

Mi reacción fue otra. Me levanté rápidamente, me enfundé la bata, recogí con apresuramiento el pijama, que de forma tan delicada me había sido desprendido de mi cuerpo, y salí del cobertizo disparada. “Princesa…”, oía a mis espaldas. No quería oír más. En ese refugio quedaría la dicha, el placer y el gozo de los momentos más sublimes de mi vida.

Entré en casa con sigilo, pero nadie debió notar nuestra ausencia. En toda la casa reinaba el silencio absoluto, salvo los ronquidos que procedían de la habitación de mis padres y por supuesto, los que emitía Tobías.

El resto de la noche, como era de suponer, la pasé en blanco. En blanco es un decir, porque imágenes y pensamientos se apelotonaban en mi mente. Mi mirada se giraba a la derecha y no podía por menos que cerrar los ojos. Cerrar los ojos de pena por tener a ese hombre que no significaba nada para mí. Lo más penoso era que él no tenía ninguna culpa, yo únicamente era la causante de que estuviera en esa cama. Sí que no le puse una pistola en el pecho para que contrajese matrimonio conmigo, al revés, me perseguía para conseguir de mí el sí. Me casé con Tobías por despecho o resentimiento. Mi hermana se llevaba el hombre que yo deseaba y creí que con Tobías conseguiría olvidarlo. No fue así. Raúl siguió estando en mis pensamientos.

Pero qué demonios, en esa noche había sido mío y yo completamente suya. Noche para no olvidar. Me toqué mi vulva. Todavía quedaban esparcidos restos del semen recibido y de mis flujos vaginales. “Raúl tú eres mi hombre”, me decía cuando mis pensamientos recordaban el goce, el placer y el deleite que me había causado. Eran los pensamientos gratos, porque enseguida a éstos contrarrestaban otros que no quería admitir, pero que resonaban como un eco: “es el marido de tu hermana, es el marido de tu hermana…”.

Una ducha fría consiguió calmarme, a la vez que decía adiós a esos líquidos que con gusto los hubiera retenido en mi vagina.

Desperté a Rafael y le dije que deberíamos marcharnos lo antes posible. Aludí que tenía algo urgente que realizar durante ese día en la ciudad y como siempre, no ponía pegas a mis exigencias. Nos despedimos de mis padres, que a esa hora estaban despiertos, pero no lo hicimos de mi hermana y Raúl. Dije que mejor no molestarlos y siguiesen durmiendo placidamente. A mi padre le extraño, era el que más me conocía y pensó que algo raro me pasaba. “Ya me contarás mañana en la farmacia a que se debe esta huida” –me dijo en voz baja cuando le di el beso de despedida. Claro está que no le iba a decir la causa, algo me inventaría.

La constate actividad en la farmacia de los días siguientes ahogaba mis pensamientos deshonestos y me centraba en mi labor, salvo esas llamadas de Raúl a mi móvil, que no contestaba. Que no contestase a sus llamadas, no quería decir que lo apartara de mi pensamiento. Si durante el día conseguía alejar su imagen, no sucedía lo mismo durante la noche. Volvía con mayor intensidad. Volvían sus besos, abrazos, mi entrega, su penetración en lo más intimo de mi ser y como no sus palabras. Esas palabras en las que confesaba que cuando follaba con mi hermana, era mi imagen la que le impulsaba a poseerla.

El ser su imagen no era nada gratificante, no me hacía sentir en mi cuerpo su piel, en mis labios los suyos y en mi vagina su miembro. Tuve que recurrir a algo que no acostumbraba. Mi mano aposentada en la vulva y mis dedos acariciando los labios vaginales hasta estimular el clítoris, originaba delicias a falta de ese hombre que cada vez lo echaba más en falta. Sí que tenía un hombre a mi costado y pedía con insistencia poseer lo que le era licito, pero el dolerme la cabeza y estar cansada, era la excusa para que desistiese. Mi centro no era él, estaba lejos, pero mi pensamiento lo acercaba y mis dedos se convertían en su pene que suavemente entraba en mi conducto vaginal.

Cuanto lo echaba de menos y cuantas veces quedaban mis pensamientos turbados cuando otra imagen aparecía: “mi hermana…, mi hermana…, mi hermana…” Era ella la que se interponía y hacía que esa muralla fuera imposible de escalar.

Así iban trascurriendo mis días. Durante las horas del día, serenidad y por la noche, desasosiego. Uno de esos días llegó la hora de cierre de la farmacia y como casi todos los días, invitaba o bien a mi padre o bien a la auxiliar de farmacia que teníamos contratada, que al marcharse cerrasen la puerta, mientras yo me quedaba a ultimar el pedido de fármacos para el día siguiente.

Estaba enfrascada en mi trabajo cuando sonó el timbre de la puerta. Sin apenas levantar la cabeza dije en voz alta: “está cerrado”. No se debió quedar muy conforme quien llamaba porque insistió diciendo: “por favor, es muy urgente”. Era una voz varonil. Podía decirle que buscase la farmacia de guardia más cercana, pero mi espíritu servicial hizo que me acercara a la puerta para ver que necesitaba tan urgente. La sorpresa fue mayúscula. Era Raúl. ¿Qué hacía ese hombre fuera de la ciudad donde vivía? Me quedé muda hasta que oí de su voz:

-¿Me vas a invitar a pasar?

-¿Qué quieres? –le pregunté, sin abrir del todo la puerta.

-A ti, princesa- respondió con firmeza.

Estaba tan azorada que no sabía que decir y hacer. No, no y no. No podía ser. Bastante desasosiego tenía por las noches, que encima echar más leña al fuego.

-Mejor será que te marches, yo no estoy en venta –respondí.

Con una fuerza que yo no pude neutralizar, empujo la puerta, entro dentro de la farmacia, cerró tras de si y abalanzándose sobre mi, al igual que había hecho en casa de mis padres sus labios buscaron los míos. Si aquel día, me pilló de sorpresa y mis golpes no consiguieron separarle de mí, esta vez le empujé con fuerza y me deshice de él.

-¿Qué haces?, yo no soy ningún juguete a tu merced -le manifesté con enojo.

Su mirada se clavó en la mía y sin perder la sonrisa dijo:

-Eres preciosa y cuando te enfadas más.

-No estoy para cumplidos. Dime que haces aquí y si me vas a repetir lo mismo, será mejor que te marches.

Su cara cambió de expresión al igual que su voz.

-Si vas a ser totalmente sincera y me dices que no piensas en mí como yo lo hago contigo, ahora mismo doy media vuelta y me voy.

¡Que fuera sincera!, me decía. Si fuera sincera, en esos momentos me echaría a sus brazos y me perdería en ese cuerpo que me atraía. Todo en él me fascinaba, su cara, su pelo, sus ojos. Era para mí una divinidad. Además, enfundado en ese traje con corbata, que no acostumbrada a verlo, todavía ensalzaba más su porte.

-¿Y qué adelanto si soy sincera? No debes olvidar que eres el marido de mi hermana y es a ella a la que te debes, lo que pasó ese día no debería haber pasado.

-¿Y si te digo que estamos en trámites de separación?

Si me pinchan no me sacan ni una gota de sangre. ¿Era yo la causa de esa separación? No lo podía permitir. Jugaba en ello la felicidad de mi hermana y aunque sus antojos y sus caprichos siempre me habían perjudicado, no dejaba de ser mi hermana, además, que  gran disgusto se llevarían mis padres al saberlo. Me costaba que no eran conocedores de esto, porque si no mi padre me lo hubiera contado. Nos veíamos todos los días y no notaba en él ningún desasosiego.

-No puede ser, no puede ser… –repetía porque no daba crédito a lo que oía.

-No se por qué te extraña –salió al paso Raúl ante mi asombro-. Tú conoces mejor que nadie a tu hermana. Sabes que cuando se encapricha de algo no para hasta conseguirlo y una vez obtenido deja de interesarle.

-Pero tú no eres un capricho –respondí-, tú eres su marido y te quiere. Sé que es caprichosa, pero es una buena chica y se merece que la tengas en consideración.

-No hace falta que la defiendas, ella se defiende sola. Si te digo que ha partido de ella el separarnos, ¿te lo creerías?

Aunque no quisiera, me podía creer eso y cualquier cosa de mi hermanita. El haber sido toda la vida mimada y consentida por mis padres y yo ejercer de ángel custodio, no creía que fuera muy correcto en su formación. Hasta ahí bien, pero me resultaba difícil creer que el matrimonio con Raúl fuera solamente un capricho. Casarse era mucho más serio… Llegar a esta última conclusión casi me hace llorar, reír y yo que sé. ¿Quién era yo para decir que el matrimonio era cosa seria, si me había casado con un hombre que no quería y que apenas lo tenía en consideración?

-No se si creérmelo –le respondí por decir algo-. Hasta ahora os he visto muy unidos. ¿Qué le incita querer separarse?

-Quiere sentirse libre. Se ha enrollado con un grupo que quiere ir a Estados Unidos para conocer nuevas corrientes artísticas y nuevas tendencias. Esa es su actual voluntad por no llamarlo capricho.

-¿Y tú la vas a dejar marchar?

-No se por qué me haces esa pregunta, bien sabes que la única mujer por la que lucharía eres tú y bien sabes por qué me casé con tu hermana. Sí que la he respetado, salvo esa noche en la que me entregué a ti, pero no puedo más. Fue una equivocación casarme con ella por estar cerca de ti y me da igual lo que haga tu hermana, no voy hacer nada por retenerla.

¡Libre, Raúl era libre…! Mi querida hermanita ya no se interponía ¿Qué hacía falta para echarme a sus brazos…? ¿Tobías era la causa? Sí que era mi marido, pero también había sido un error contraer matrimonio con él. ¿Le propondría también la separación?

No me dio tiempo a seguir pensando, Raúl se acercó a mí, me abrazó, buscó mi boca y no hice nada por rechazarlo. Mis brazos aprisionaron su cuerpo y mis labios se ofrecieron a los suyos en un ardiente beso. Quería más y esta vez llevé la iniciativa. Cerré la puerta de la farmacia con llave y cogiéndole de la mano le llevé a la trastienda. Un camastro que utilizábamos para descansar las noches de guardia nos esperaba. Le desnudé, me desnudó y nuestros cuerpos libres de ropa, se enfrascaron en una pasión desenfrenada.

Libre de inhibiciones me centré en ese cuerpo que me pertenecía. Ese bello cuerpo que tenía ante mí y que quise explorar. Fui besando cada centímetro de su piel y oía sus gemidos armónicos que llenaban la estancia. No había temor a ser escuchados por nadie que no fuera yo. En ese aposento podíamos gemir, suspirar y gritar sin que llegase a otros oídos.

Mi cara pegada a su cuerpo fue deslizándose hasta encontrar una protuberancia que mi boca fue escalando milímetro a milímetro hasta llegar a la cumbre. Aunque pareciese mentira, era la primera vez que hacía ese tipo de escaladas y la completé con éxito. Como premio, mi boca besó esa cima resplandeciente y no conforme con ese beso, mi boca fue adueñándose poco a poco de esa magnificencia con movimientos pausados. Los jadeos de Raúl sonaban como aplausos. Significaban que a pesar de mi inexperiencia cumplía con el objetivo. Éste no era otro que hacerle sentir goce y placer.

Gemidos…, jadeos…, jadeos…, gemidos… Es lo que salía de su boca hasta que se transformaron en palabras.

-¡Ay mi princesa…! ¡Ay amor mió…! ¡Para, para, para…, me voy a correr…!

Era su princesa, su amor, su dueña y no le hice caso. Un torrente de lava desprendió ese volcán que inundaron las paredes de mi boca. Me supo a gloria. Era la recompensa que recibía por el trabajo bien hecho. Y más recompensa al impulsar Raúl mi cara hacia la suya y su boca unirse a la mía, en la que todavía había restos de su esperma.

-Princesa, no sabes que tremendo placer me ha causado el que  hayas ingerido mi semen. No creía que fueras capaz o que te iba a gustar y por eso te he avisado –me dijo sin dejar de besarme.

-No sabía si me iba a gustar o no, pero no podía y no quería dejar de saborearlo. Tu miembro ha sido el primero que ha estrenado mi boca y no debía desaprovechar todos sus jugos.

Como si mis palabras fueran el pistoletazo de salida, Raúl emprendió su particular recorrido, que ya conocía y me hacía estremecer de placer. Esos labios que se posaban en mi cuerpo eran como dulces picaduras que hacían erizar mi piel. Al igual que erizados estaban los pezones de mi pecho cuando su boca quiso engullirlos.

Me retorcía de placer. Siguió con sus incursiones recreándose en mi monte de Venus. Estiraba con sus dientes el vello púbico que lo rodeaba y no me hubiera importado que lo arrancase pelo a pelo. Era suya…, completamente suya… Como no me hubiera importado que hubiera mordisqueado mi dilatado clítoris, excitado con esa lengua que hacía florituras. Pero no, sus dientes respetaron tanto el vello como el clítoris, se conformaba con rozar y estimular toda mi acalorada zona vaginal. Susurros, jadeos, gemidos y gritos salían de mi boca, mientras, un tremendo orgasmo acompañado de un torrente flujo vaginal, se produjo en mi estremecido cuerpo. Si yo trague su liquido seminal, mi hombre no fue menos con mis flujos.

Me permitió un descanso, pero su boca no dejaba de besarme, lo que también me permitió probar el líquido que había desprendido mi vagina y que portaba sus humedecidos labios. De su boca partían esos tiernos besos y de su boca salían palabras para ponderar las excelencias de mi cuerpo. Todo para él era esplendido y majestuoso. Mi cara, mi pelo, mi cuello, mis pechos, mi vientre, mis muslos, mis piernas y como no, la zona más íntima de mi cuerpo, mi vulva con todo su conjunto de órganos sexuales.

Mi acelerada respiración algo había descendido y me abracé a él para susurrarle al oído.

-Quiero tenerte dentro de mí.

No hubo necesidad de insistir. Su miembro, ya en plenitud de erección, hizo los honores previos rozando mis labios genitales, para después penetrar con suavidad en esa húmeda cueva, que orgullosa lo recibía.

Mis nalgas acompasaron sus movimientos y sus nalgas eran aferradas por mis manos con el deseo de que esa magnifico miembro quedase atrapado en lo más profundo de mi vagina. Era tal mi excitación que creía desvanecer en cualquier momento.

-Así mi vida, así…, así… –susurraba entre dientes ese hombre que me tenía hechizada.

-Amor…, amor…, amor…, me matas…, me matas…, -era mi respuesta unida a estruendosos jadeos.

Un grito salió de mi garganta, y esta vez no fue un grito ahogado ni enmudecido. No había problemas de que nadie nos escuchase y fue un grito desmesurado con el que descargaba todo el gozo y placer que me envolvía.

No tardó en oírse un “aaaaaag…, aaaaaag…, aaaaaag” sonoro, de la boca de Raúl. Mis manos apretaban sus nalgas queriendo que su cuerpo no se separase de mí para que su chorro de semen quedase asentado en lo más profundo de mi vagina.

Nuestros cuerpos sudorosos, unidos a una respiración descontrolada, precisaban de un descanso y abrazados nos quedamos dormidos. Fue Raúl el primero en despertarse. Eran cerca de las ocho de la mañana y no quedaba margen para repetir algo que con ganas hubiera deseado. Solo quedaba tiempo para asearnos, desayunar en un bar cercano y yo volver a la farmacia. Ese día mi padre se asombró al ver que había llegado antes que él. No digo nada si llega a saber cual había sido la causa.

Epilogo:

Los días han ido pasando y las noches son una autentica bendición. Se acabaron mis pesadumbres nocturnas y mi escasez sexual. Solo decir que tanto Raúl como yo, estamos esperando se cumpla un tiempo prudencial, desde que nos divorciamos de nuestras respectivas parejas, para unirnos en matrimonio.

El que no espera es el niño que llevo en mi vientre que pide a gritos salir a la luz. Su padre, por supuesto, no es otro que Raúl.