Mi puta vida (biográfico 10)

Les narro algunas de mis experiencias con Quico.

Ya les comenté que Quico era muy gracioso… completamente vestido.

Desnudo era un show. Imaginensé a Woody Allen, con la cara de Quico. Era delgado y de cuerpo menudo, de piel muy blanca y pecho achatado. Un sólo detalle sobresalía, en todo sentido.

Su miembro. No era que tuviera una pija descomunalmente grande, pero si lo era en relación a su cuerpo.

Independientemente de su tamaño, era realmente hermosa.

Quico mismo decía en tono de broma:

–A mi me empezaron a hacer por la pija, se entusiasmaron tanto para hacerla perfecta, que cuando la terminaron se dieron cuenta que les quedaba poco tiempo y el resto lo hicieron de apuro. Así quedé.

Era en verdad divina. El se ponía cerca de la ventana con la pija dura para que el sol dibujara luces y sombras en ella convirtiendola en una escultura. Le saqué muchas fotos y de verdad fotografíaba muy bien. Era una imagen a semejanza de las pijas que fotografíaba Mapplethorpe.

Cuando, desnudos en el dormitorio, se la ví por primera vez enseguida comencé a chuparselá. Con el tiempo me dí cuenta que estaba orgulloso de su pija. Y tenía motivos para estarlo.

No sólo era bella estéticamente, en acción era superlativa.

Quico tenía una vitalidad y una resistencia que me era muy difícil seguirle el ritmo sin quedar totalmente agotada.

Un polvo de él equivalia, y no exagero, a dos o tres polvos de cualquier otro hombre.

En todo el tiempo, un año y meses, que cojimos nunca se echó más de dos polvos en toda la noche. Cada uno equivalía en mí a una infinidad de orgasmos, imposibles de contar porque siempre me perdía en el intento.

Ese primer polvo, además de dejarme literalmente de cama, me enseñó, como en el caso de Carl, que es equivocado prejuzgar a cualquier persona.

Quico para mí era el chico gracioso y pequeñito que siempre decía lo justo para que el resto de los presentes se divirtieran con sus ocurrencias.

Nunca se me hubiera ocurrido pensar que él era capaz de montar un laboratorio como un profesional avezado y menos que era capaz de satisfacer sexualmente con plenitud a una grandota calentona como yo.

La realidad, destructora del prejuicio, demostró que era capaz de dejarme plenamente satisfecha, además de hacerme divertir y sorprenderme con sus payasadas.

Era muy creativo, sexualmente hablando. Un día desnudos en la cama se puso un babero de los que usan los nenes para comer. Cuando le pregunté para que se lo ponía me dijo:

–Para chuparte la concha, porque pensando el ella se me hace agua la boca y me babeo todo.

Yo me derretía cuando me decía algo así, además de divertirme como loca. Era un halago inmenso escucharlo, cualquier mujer que lea esto no dejará de darme la razón, por más que algunas piensen que es una guarangada.

Me fascinaba su manera de hacerme el culo. Tenía una cadencia tan perfecta que te hacía sentir milimetro a milimetro cuando te la metía y te la sacaba. Y aunque me tilden de exagerada, puedo decír que era totalmente distinta a la que tenía cuando me penetraba por la concha. Sólo perdía el ritmo ante la inminencia de su eyaculación.

Intrigada le pregunté porque era así para cojer.

–Echarse un polvo es hacer música. El culo es una sinfonía y precisa de un tiempo de ejecución. La concha es una abertura

–Una obertura, será. –lo corregí.

–No Ofelia, la concha es una abertura negra, divina y profunda

Me dí cuenta que me estaba cargando y le dí una palmadita en la cara riendomé de su contestación.

–Asi que te gusta el sexo rudo, ya vas a ver quien soy yo, ¡¡¡Quico el dominador!!!

Me dió vuelta, con mi ayuda, lógico, y dejandomé culo arriba comenzó a darme chirlitos en las nalgas. Sin darme cuenta me metió un dedo en el culo y al ratito ya estaba gozando de toda la pija, con cadencia sinfónica, metida en mi ojete.

Cada polvo con Quico era toda una puesta en escena. Creo que no nos echamos dos polvos iguales.

Recuerdo cuando se apareció con uno de esos pinceles sopladores que se usan para limpiar equipos fotográficos.

–Gracias Quico, justo estaba necesitando uno.

–Estás equivocada Ofelia, esto es un consolador.

–Yo sólo veo un pincel soplador –le dije.

–Aparenta ser un pincel, pero es un consolador ecológico, no usa pilas que contaminan el medio ambiente. ¿Sabes como funciona?

–No tengo la menor idea.

Comenzó a darme pinceladas y soplarme en el cuello. El suave pelo de marta realmente me producían una agradable sensación. Fue bajando hasta que llegó a las tetas y se dedicó a pincelarme los pezones. Maravillada y excitadisima vi como los pezones iban tomando color y la dureza que sólo les da una real calentura.

Pasó por el ombligo y siguió hasta la concha, de ahí al ojete y de vuelta a la concha, acariciandome toda la raya y deteniendosé en el clítoris. ¡¡Que orgasmo, Dios!! Me volví loca. Casi levantándolo en vilo lo acosté en la cama y lo monté, cabalgándolo con impetu y ansiedad. Después de un rato plagado de orgasmos me la cambié para el culo. Lo seguí cabalgando. De frente a él, aprovechaba para pincelarme mientras apretaba el soplador en el clitoris y producirme tal estado de desesperación que pensaba que iba a explotar, y exploté. Me la saqué del culo y le pedí que me llenara la boca con su pija primero y con su leche después. Era tan complaciente que me la inundó con una acabada interminable.

Siempre estaba innovando, le gustaba cojer en distintos sitios y lo hicimos en cada rincón del departamento. Cuando ibamos a un hotel, elegíamos las habitaciones más sofisticadas y él le encontraba aplicación a todos los elementos que allí había.

Un día me dijo.

–Gorda, nunca nos echamos un polvo en un auto, y la verdad es que tengo ganas.

–Pero Quico, es muy incómodo, con mi tamaño tendría que ser un coche especial –le contesté pensando en la 4x4 de Andrés, cuyo fantasma Quico logró alejar considerablemente.

–Tengo un amigo que tiene un Torino y me lo presta.

(El Torino es un auto que se fabricaba en la Argentina, era grande y poderoso, se usaba para competencias automovilísticas y actualmente es un auto de colección)

Se consiguió el Torino del amigo y esa noche salimos decididos a probar si para coger era tan eficiente como lo era para correr.

Nos fuimos a la Costanera Sur, lugar que muchas parejas  usan como albergue transitorio.

Estacionamos en una calle paralela a la avenida, donde la oscuridad invitaba al sexo. Comenzamos los jueguitos previos y cuando le estoy mamando la pija sentimos  un golpe en la ventanilla.

–Policia, ¿que están haciendo?

–Nada, charlando –dijo Quico mientras disimuladamente intentaba meterse la pija adentro del pantalón sin lograrlo porque la tenía recontra parada.

–¿Charlando? Por favor, salgan del auto. Me parece que ustedes estaban infringiendo la ley de moralidad pública –dijo el policía sin saber de que estaba hablando pero con tono imperativo– Eso es muy grave, me van a tener que acompañar.

Generalmente cuando un policía dice eso es para sentir como respuesta “Escucheme agente, como lo podemos arreglar” y empezar así una negociación que tiene por finalidad, de parte de él, sacarte lo más que pueda y por parte del que lo dijo, pagar lo menos posible.

Ante mi sorpresa Quico respondió.

–Esta bien agente, si usted lo considera necesario, estamos a su disposición. Así yo puedo hacer mi descargo y llamar a mi abogado.

Me quedé helada, en lugar de polvo en la costanera a la luz de la luna me imaginaba pasando la noche a la sombra, en un calabozo.

Ante la firmeza de los dichos de Quico, el policía dijo:

–¿Esta seguro? Mire que se crea un problema, papeleos, averiguaciones quizás tenga que pagar una multa, que no es nada barata.

–No se preocupe agente, usted cumpla con la ley. Si la justicia determina que nosotros cometidos un delito lo justo es que paguemos nuestras culpas.

Mientras escuchaba lo que decía Quico, pensaba en la manera en que lo iba a matar. Debía ser lenta y agónica, igual a la agonía que yo estaba viviendo.

Como el policía sentía cada vez más lejos la posibilidad de conseguir sacarle una coima, aflojó su posición.

–Bueno, la verdad es que ustedes me caen simpáticos y yo hoy estoy en un día bueno. Por esta vez los disculpo, pero vayansé ya.

–No agente, agradezco su gesto, pero cumpla con su de

No lo dejé terminar la frase. Lo empuje adentro del coche y le cerré la puerta en la narices. Me senté al volante y comprobé personalmente la potencia del Torino ya que en un minuto estabamos subiendo la cuesta de la Avenida Garay.

–Sos un hijo de puta, Quico. ¿Mirá si el cana nos llevaba? ¿Como te haces el loco de esa manera? ¿te imaginás en el quilombo que nos metíamos por hacerte el vivo?–le grité en la seguridad de mi casa, cargada de bronca.

–¡Ay gordita como me caliento cuando te enojas de esta manera! ¡Someteme! ¡Hazme tuyo sin piedad! ¡Pegame y llamame Marta!

El enojo se diluyó, me reí y terminamos echándonos un polvo en la mesa del comedor.

Ese era Quico, mi gracioso compañero de estudios… y de cama. Podría pasarme horas recordando y escribiendo anécdotas de él.

Cuado en el país empezó a sentirse más la crisis, perdió el trabajo y se fué a vivir a España, donde tenía familiares. Se ubicó bastante bien y ganó cierto nombre, hoy es un fotógrafo reconocido en casi toda Europa.

Quería que me fuera con él, pero, a pesar que lo quería como amigo y teníamos buena química en la cama, nuestra relación no iba más allá de eso. Lo nuestro era mucho pero no lo suficiente para pensar en una convivencia, eso sin tener en cuenta los años que le llevaba.

La verdad es que sentí profundamente su partida, lo mismo que todos los compañeros del curso. Sobre todo las chicas que, con el tiempo me enteré, casi todas habían fotografiado la hermosa pija de Quico… antes de comérsela.