Mi puta vida (biográfico 09)

Empieza el año 98 con buenas noticias.

El 97 terminó bastante bien. Aprobé el primer curso con felicitaciones. El trabajo estaba realmente encaminado. Empezó mi relación con Ricardo, que si bien no prosperó al menos me tenía tranquila sexualmente.

El 98 pintaba con perspectivas interesantes. Lo que les voy a contar son dos hechos relacionados y que me enseñaron a no prejuzgar a la gente.

En los primeros días de enero, más exactamente cuando se cumplió el primer aniversario de la muerte de mi padre, recibí un llamado de Carl.

Supuse que era para saludarme. Era, pero además me pidió si podía pasar por su oficina.

Yo hasta ese momento me hacía el siguiente planteo.

Mi padre era un mal tipo. Carl era amigo de mi padre. Carl es un mal tipo.

Y con eso viví todo el tiempo que trabajé en su empresa.

Al otro día lo fuí a ver esperando que me saliera con cualquier barrabasada. Durante la noche había fantaseado con un montón de ellas.

–¿Como estás Ofelia? ¿Tus cosas?

–Bien, bastante bien. Estoy trabajando y estudiando algo que me gusta, asi que se puede considerar que anda todo bien.

–Me alegro, sinceramente me alegro. A nosotros nos costó mucho reemplazarte, pero al final lo conseguimos. Claro, no es lo mismo que cuando estabas vos, pero fuimos adaptándonos a las circunstancias.

Luego de la flor, viene el palo, pensé para mis adentros.

–Quería hablar con vos de una cosa.

Empecé a temblar en mi interior

–Yo fuí muy amigo de tu padre. Era un hombre difícil, muy difícil. Se que ustedes nunca se entendieron y te comprendo perfectamente.

Tu padre me ayudó mucho, a mi y a otros compatriotas que vinimos en años muy duros. Independientemente de lo que era él, conmigo también tuvo sus encontronazos, yo le estoy tremendamente agradecido. De alguna manera estoy decidido a retribuir todo lo que hizo por mi en tu persona.

–No es necesario Carl, no tiene ninguna obligación conmigo.

–Dejame a mi determinar eso. Lo que quiero en este momento es ofrecerte un lugar para que vivas. Estas en la casa de tu amiga pero supongo que te gustaría tener un lugar propio.

¡¡Zas!! Ahora el loco me quiere poner un departamento para que sea su amante, pensé.

–Yo tengo un departamento, modesto por cierto, que estaba destinado para Alberto cuando se independizará. Entre paréntesis, mi hijo ha cambiado mucho, ahora realmente es un hombre, y se que tuviste mucho que ver en ese cambió y te estoy muy agradecido.

¡¡Claro!! El boludo del hijo le contó como me lo cojí y ahora el viejo viene por su parte, seguí pensando.

–Ahora se está por casar, ¿sabías? Pero según su madre el departamento no está a la altura de lo que se supone es la novia. O sea que esta disponible y yo pensé en ofrecertelo a vos.

–¿A cambio de qué? –pregunté con mal tono.

–A cambio de que lo cuides, pagues los impuestos y fundamentalmente, que lo disfrutes. –me contestó– Nada más. –agregó con intención y yo me sentí tocada.– Andá a verlo y si es de tu agrado hago los papeles necesarios para que lo usufructes mientras yo viva. Luego los herederos decidirán.

Lo fuí a ver y quede entusiamada. Era un departamento ideal para mí. Tenía lugar para armar un laboratorio y con eso ahorrarme todo lo que gastaba en el alquiler del de la escuela.

Era chico pero cómodo y el barrio era tranquilo. Estaba en Flores pero cerca del subte que me comunicaba con el centro de la ciudad en pocos minutos.

Carl se puso realmente contento de que lo aceptara y arregló todo para que me me pudiera mudar inmediatamente. Tuve que reconocer para mí que siempre lo prejuzgue por ser amigo de mi padre. Realmente era un buen tipo.

Valeria y su madre se alegraron y entristecieron a la vez, luego de un año iban a estrañar no verme continuamente.

Ya ubicada comencé a preparar el laboratorio, para esto conté con la incondicional ayuda y compañía de Quico.

Quico era un compañero de estudios al que bautizamos así por su parecido con el personaje de El Chavo.

Tenía 19 años pero parecía menor, era muy divertido y nadie lo tomaba muy enserio. Yo lo apreciaba mucho porque siempre estaba dispuesto a darle una mano a cualquiera desinteresadamente.

A pesar de su apariencia, era un sensible fotógrafo y manejaba la luz de manera admirable. Yo le hacía las copias de sus fotos y cuando ganaba algún premio siempre me reconocía un porcentaje de mérito en esa obtención. La verdad que se lo agradecía porque mi aporte era infimo y siempre era un placer copiar sus fotos.

–Yo te ayudo –dijo inmediatamente cuando comenté que iba a instalar mi laboratorio.

Compramos todos los elementos y Quico, con maestría impensada en él, armó la mesada, hizo la instalación eléctrica, colocó la cañería para traer el agua y desagotarla. Tapió las ventanas, colocó el estractor. Instaló la ampliadora nivelandolá impecablemente. Con un modular viejo que estaba para tirar me hizo un armario para los materiales.

Nuestros compañeros de curso, cuando lo vieron casi terminado, no podían creer que todo eso fuera obra pura y exclusivamente de Quico.

El día que estuvo terminado, listo para usar, dijo:

–Bueno, sólo falta inaugurarlo, y para tan magno acto se establece que la señorita Ofelia Wagner Lutz, maestra indiscutida de las fine prints, copie una obra maestra que el insuperable artísta Néstor Raimundes, alias Quico, presentará en el próximo salón internacional. Aplausos.

Me reí con ganas

–Para mi es un honor maestro que la primer copia que salga de aquí sea una obra suya –le contesté sonriendo.

Me dió un poco de trabajo pero la foto quedó hermosa. Se estaba fijando cuando sentí que Quico decía detrás mío:

–Me gusta mucho

–Si, realmente quedó sensacional, seguro que algún premio va a ganar. Es una hermosa foto, te felicito.

–No, entendiste mal Ofelia. Me gustas mucho, dije –y me rodeó la cintura con sus brazos.

Me sorprendí y al darme vuelta para mirarlo, me estampó un beso en la boca.

–Disculpame Ofelia, estoy tan emocionado con todo esto, que no me pude controlar, disculpame.

–No Quico, no hay nada que disculpar, fue muy dulce lo que hiciste.

Invadida por una sensación de ternura lo abracé y le retribuí el beso.

El lo aceptó introduciendo su lengua en mi boca. La ternura se transformó en calentura. Puse la copia a lavar y sin pensar que era Quico lo arrastré al dormitorio.

Además de inaugurar el laboratorio, Quico también inauguró la cama. Ese fué el primer polvo que me echava en el nuevo departamento.

Los pormenores de esa cojida inaugural y de mi relación con Quico son motivos del próximo relato.

Como les dije al principio, esta fué la segunda vez que me equivoque al prejuzgar a alguien, ya verán por que.