Mi puta vida (biográfico 08)

Reencuentro con un viejo compañero de estudios.

El accidente de Patricia me llamó un poco a la calma. Me dí cuenta que tengo espíritu patotero, me anímo a hacer cosas arriesgadas en compañía, sola soy una persona casi normal.

Estaba terminando el primer año del curso de fotografía y me dediqué de lleno al estudio sublimando en él, mi energía sexual.

Era una buena alumna, aprendía fácil, porque me apasionaba, y tenía un don especial para el laboratorio.

Hacía, y hago, copias en blanco y negro muy buenas. Esto me valía que algunos de mis compañeros me encargaran copias de sus trabajos.

Se sobreentiende que les copiaba todo lo que no tuviera que ver con la promoción de la materia. Ahí tenían que valerse por sus propios medios para aprobar los exámenes.

También algunos fotografos profesionales, recomendados del profesor, me encargaban trabajos e hice muchas copias para exponer.

Sin proponermelo se había convertido en una fuente de ingresos, que unida a los intereses que me dejaban los dolares depositados, me permitían vivir modestamente sin tener que meter mano en mi capital.

Casi al terminar el año un día vi en la pizarra de novedades un aviso pidiendo fotógrafo/a, me presenté con otras personas de la escuela.

En la entrevista me enteré que era para documentar intervenciones quirúrgicas. Ahí entendí porque algunos de mis compañeros salían con el rostro demudado.

Yo no soy impresionable, así que entré en la preselección de tres y luego de una práctica quedé sola porque fuí la única que no se desmayó.

Con ese trabajo redondeé un buen ingreso y me solucionó la parte laboral. No se preocupen que no voy a narrar ninguna de las operaciones de documenté porque no es precisamente el tema de estos relatos.

Yo terminé la escuela secundaria en el año 91, obteniendo el título de maestra, como la enseñanza, aunque les parezca mentíra, no me interesaba y no estaba decidida a convertirme en la abogada que quería mi padre, no seguí estudiando y comencé a trabajar en la empresa de Carl.

En el 96 todos los ex alumnos de mi curso nos reunimos para festejar los primeros cinco años de egresados. Yo no pensaba ir porque no guardaba buenos recuerdos de esa época pero Valeria, compañera mía de promoción, me convenció y fuimos.

Allí me encontré con Ricardo. Como todos los demás muchachos nunca me dió bola como mujer, pero al menos me consideraba como compañera. En consecuencia yo deliraba por él a pesar que no era un lindo chico y yo le llevaba una cabeza de altura. Nos sentamos juntos y rememoramos los viejos tiempos.

–¿Sabías que yo me moría por vos? –le dije de sopetón cuando el vaso de vino que había tomado hizo su efecto.

–No, no sabía. Que lástima, porque a mi también me caías bien. –me contestó para mi sorpresa.

–¿Y por que nunca me invitaste a salir?

–Como te juntabas con las lesbis

–¿Que decís, –lo interrumpí– estas loco? ¿De donde sacaste eso?

–Todo el mundo lo decía.

–Claro, todo el mundo lo decía, y vos te lo creiste, perdoname pero no te creía tan boludo. No eramos lesbis, eramos gordas a las que nadie les daba bola ¿o no te acordás el vacío que nos hacían?

–Si me acuerdo. Vos sabes que yo no estaba de acuerdo.

–Si se, para vos eramos compañeras… pero pensabas que eramos lesbianas.

–Bueno disculpame. Pero Melissa era media rarita, no.

–¿Rarita? Era muy tímida y con la actitud que tenían todos, se retraía más. Pero de ahí a decir que era lesbiana.

–Bueno tampoco es un pecado serlo.

–Si ya se, pero lo que si es jodido es calificar a la gente sin tener verdaderas razones.

–Bueno, entendé, eramos muy chicos

–Y muy boludos.

–Si, tenés razón. Pero me tenés que aceptar que ustedes eran muy raras.

No quise seguir la discusión porque sabía que no actuaba de mala fe. Sólo se plegaba a la opinión general, fuera ésta cierta o equivocada.

La conversación tomo otros rumbos y arribó al que realmente a mi me interesaba.

¡A cinco años de egresada iba a lograr salir con un compañero, mejor dicho ex, de estudios!.

Salimos varias veces pero cuando percibió que lo único que podía lograr era meter mano en las tetas y con suerte, hacerme una paja quedandosé recaliente y terminar pajeandosé él, no me llamó más.

Cuando yo lo llamaba, me daba cualquier excusa y al final también dejé de hacerlo.

Cuando murió mi padre me llamó.

–En la oficina me dijeron que no trabajabas más y me dieron este número. Siento mucho lo de tu viejo.

–Te agradezco, pero mejor así. Estoy viviendo en lo de Valeria, de aquí es el teléfono.

–Se que está mejor así, pero ya murió, perdonalo, no gastes energías en odiar a un muerto.

Charlamos un rato y quedamos en hablarnos. Paso casi un año y en ese año todo lo que ustedes saben.

Para las fiestas volvió a llamarme.

–¡¡Hola Ricardo!! Que alegría escucharte, desde el pesame no me hablaste más –le recriminé

–Vos tampoco, estamos empatados.

Recibí la estocada. Quedamos en encontrarnos para despedir el año.

No se porqué, lo hicimos en la confitería de la esquina de la escuela, donde, en la época de estudiantes, parabamos siempre a tomar una coca.

Charlamos un rato y como ya no existía ninguna traba concretamos lo que, al menos yo, deseé durante tanto tiempo.

Terminamos encamados en un hotel cercano.

Yo venía con varias semanas de ayuno, razón por la cual estaba realmente famélica.

Fantasié con que todavía eramos estudiantes y creo que se me fué la mano pero el respondió perfectamente a mi “feroz acoso”. En realidad tenía los elementos, o el elemento necesario, para hacerlo.

Como les dije, le llevama una cabeza de estatura pero eso se compensaba con el tamaño de su pedazo. Era justo mi medida. Parecía hecha especialmente  para mis cavidades.

Se la chupé ansiosamente, tanto, que le saqué la leche sin darle tiempo a reaccionar.

También casi sin darle tiempo a recuperarse, volví a la carga y la verga respondió alzandosé en todo su explendor. Hicimos un 69 y me pidió que no fuera tan expeditiva porque quería disfrutarme toda.

Lo logró porque me hizo acabar varias veces ya sea metiendomela en la concha o haciendome el culo.

Yo me imaginaba que recién habíamos salido de la escuela y estabamos cogiendo en su casa, aprovechando la ausencia de sus padres.

El teléfono avisando que el turno terminaba me arrancó de la fantasía.

En ese momento estabamos disfrutando de una hermosa culeada y decidimos no apurarla quedandonós otro turno.

Su explosión dentro de mi orto fue divina. Chorros y chorros de leche me goteaban por las piernas y en el baño largué una cantidad impresionante. El fantasma de Andrés se presentó pero logré alejarlo al verlo a Ricardo con intenciones de aprovechar lo que nos quedaba de tiempo para reiniciar la apasionante  tarea de echarse un hermoso polvo.

Charlamos un rato y allí disparó la bomba que disolvió toda mi calentura como un balde de agua helada.

Ese año se había casado.

–¡¡Hijo de puta!! ¿Ahora me lo decís?

–Y, no cuadró antes –se excusó debilmente– pero que importancia tiene, ¿acaso no disfrutamos igual?

–Si igual disfrutamos, pero no es lo mismo. No me gusta meterme en propiedad ajena.

–Yo no soy propiedad de nadie

–Es una manera de decir, boludo. ¿Te lo traduzco? No me gusta tener quilombos con hombres casados.

Ahí empezó con la historia de la imcomprensión y que no le veía futuro a su matrimonio.

En síntesis, en cualquier momento se separaba. Me la quise creer y seguimos saliendo, y entrando por supuesto, durante un tiempo pero como no veía indicios ciertos de esa separación, la corté.

Me pidió tiempo, que al menos nos vieramos más espaciado, así el resolvía su situación.

Como él realmente me gustaba accedí a que nos encontraramos cada año.

–En marzo, para festejar tu cumpleaños. –me dijo y estuve de acuerdo.

Como en la película, que no recuerdo como se llama, hace cinco años en marzo nos encontramos y nos echamos unos lindos polvos, cargados de recuerdos de adolescencia y de ternura. Son realmente placenteros y revitalizadores.

El, por supuesto, sigue casado y yo cumplo con el rito gracias a la amplitud de mi actual pareja, que consiente mis encuentros con mi viejo compañero de estudios.