Mi puta vida (biográfico 07)

Cuento los “excesos” cometidos con Patricia.

Les quiero aclarar, si no parece que lo único que hago es pasarme el día cojiendo, que mientras sucedía lo que aquí les narro, seguía estudiando y practicando fotografía con muy buenos avances, pero esto es tema de otro relato.

Aclarado esto, les voy a narrar algunas de las cosas disparatadas que hice en la época que salía con Patricia.

Un día viene con la noticia que en un negocio de ropa femenina atendian todos hombres.

Fuimos a ver de que se trataba. El negocio estaba en una zona sofisticada, cercano a Las Heras y Callao. Los vendedores eran unos chicos realmente hermosos, elegidos expresamente para atraer a todas las mujeres potenciales clientas.

No sé si vendían mucho pero en el negocio siempre había gente.

El asunto era ver a los chicos y algunas, como nosotras por ejemplo, tratar de conseguir algo, no de ropa precisamente.

Una amiga de  Patricia le contó que había ido y además de comprar una linda blusa, se enganchó al vendedor y a la noche fueron a comer y después a garchar.

Entramos a mirar y cuando un vendedor nos atendió elegí un pantalón. Me fui al probador, me saque toda la ropa y esperé. Al rato me preguntó si me quedaba bien, le dije que pasara, que quería ver que le parecía a él.

Al entrar y verme desnuda no se sorprendió, era como si supiese que me encontraría así. Me empezó a tocar la concha pajeandomé suavemente.

Recontra exitada por la situación tuve un orgasmo rápidamente.

Le agarré la pija y me la puse en la boca. Mi intención era hacerle una mamada rápida por si alguien sospechaba algo y se armaba lío.

El estaba muy calmo a pesar de los riesgos que corría, lo que me hizo sospechar que en los probadores ya se habían producido encuentros como ese.

Se la dejé lustrosa y nos acomodamos para que me la metiera. Nos costó un poco porque el espacio no estaba diseñado para echarse un polvo y aunque bastante cómodo para probarse ropa, era muy chico.

Logró metérmela toda y comenzó a bombear. Al rato de sentír el tibio roce de su verga en las paredes de mi vagina acabé, él la sacó y la apuntó al culo.

El habérmela ensartado de primera fué un milagro porque parada como estaba no lograba dilatar bien el orto. Por esa misma razón la sentía muchisimo, como si fuera más gruesa de lo que en realidad era. También él sintió más la presión de mi ojete en su pija y al ratito me dijo que iba a acabar. Me llenó el culo con su leche.

Le pedí que no me sacara la pija, busqué en la cartera un tampón y cuando me la sacó me lo metí en el ano así no goteaba la leche hasta que no estuviera en un baño y ademas sentía una agradable sensación al tenerlo allí metido.

Me vestí y él me dijo:

–¿Estás conforme con la atención? ¿Encontraste lo que venías a buscar?

–¿Cómo te diste cuenta?

–Linda, agarraste un pantalón talle 2. Con tu lomo lo único que podés encontrar aquí que te sirva es un pañuelo… O una verga juguetona…–me contestó sonriendo.

Cuando salí Patricia  me esperaba ansiosa.

–¿No me digas que te echaste un polvo en el probador?

Asentí con la cabeza.

–¡¡Que hija de puta!! ¿Estuvo bueno?

–Si, un poco incomodo nada más. Vamos a tomar algo, necesito ir al baño porque tengo el culo lleno de leche.

–Andá vos, yo me quedo, necesito una pija urgente. Después nos vemos.

Cuando se me pasó toda la excitación del momento pensé de donde sacaba la audacia para hacer una cosa así. Hasta hace poco era sólo capaz de pensarlo como una loca fantasía de mi mente calenturienta.

Otra de las locuras de esa época fué cuando le aposté a Patricia que era capaz de chuparle la pija a un curita de la parroquia.

Yo soy creyente pero no religiosa. Mis padres eran protestantes y yo crecí en esa fe pero nunca fuí activa practicante.

El curita en cuestión era católico y Patricia acostumbraba ir a misa a pesar que no era muy observante de los mandamientos, sobre todo el de no fornicar.

Un domingo me invitó para que viera a su amor imposible.

La verdad es que estaba bueno.

–Ya que te gusta tanto, cogeteló –le dije

–¡¡Estas loca!! ¿Como voy a hacer eso? Es un cura.

–Porque, ¿los curas no cojen?

–No digas barbaridades.

–Te juego cien pesos a que le mamo la pija en el confesionario.

Patricia se espantó cuando dije eso pero como es muy morbosa, aceptó.

Fuímos un día de semana por la tarde. Había unos pocos fieles sentados orando y algunos otros, mayormente mujeres, esperando para confesarse.

Esperamos a que se fueran todas y en cuanto se levantó la última, me senté yo.

El cura me invitó a contarle mis pecados. Yo le empecé a contar una historia de que me encamaba con mi novio, y no podía parar de coger. Cada vez quería más y más. El me pedía detalles y yo se los daba. Le estaba contando el último polvo paso a paso cuando sentí como un leve jadeo.

Pensé que se estaba pajeando, me dije que no podía ser, pero como el jadeo continuaba, me paré y me metí en el cubículo del confesionario donde estaba él, corriendo la cortina detrás mio.

No me equivoque, el cura, caliente por lo que le estaba contando, tenía su pija en la mano derecha y se estaba haciendo una furibunda paja.

Me agache delante de él y sacándole la mano de la pija, se la agarré y me la metí en la boca.

Empecé a hacerle una mamada pero la paja debía estar muy avanzada, porque enseguida acabó, le saqué hasta la última gota.

Me levanté y fuí adonde estaba sentada Patricia. Le hice poner la manos formando un cuenco y le escupí toda la leche que tenía en la boca.

Durante un tiempo tuve cierto remordimiento por lo que había hecho pero se me pasó cuando descubrieron que el curita se cojía a todas las feligresas. El muy guacho tenía carne asegurada.

Pratricia se lamentaba de no habérselo cojido por ser tan respetuosa de la investidura que él no respetaba. El cura desapareció, pero no lo echaron del sacerdocio, lo mandaron a otra iglesia donde seguramente se siguió cogiendo a todas las pecadoras que le contaban sus pecados en busca de perdón. Un día me lo encontré en un colectivo vestido de cura. Cuando me reconoció, disimulando, miró para afuera a través de la ventanilla.

Me dió lastima, era un pobre tipo que se plegaba a la hipocresía general, en lugar de pelear abiertamente por reformar una estructura arcaica, como lo hacían muchos otros, que sí recibían castigos de la jerarquía por sus acciones.

Quizás lo peor que hice en esa alocada etapa de mi vida fue lo que les narraré a continuación.

Patricia vivía con su madre separada y el padre de esta, es decir su abuelo.

Muchas veces la iba a buscar a su casa. Invariablemente me atendía el abuelo. La madre trabajaba todo el día y ella nunca abría la puerta, aunque estuviera al lado de ella.

El viejo me comía con la vista. Tendría unos 70 años pero se conservaba muy bien. Era un viejito coqueto, impecablemente arreglado que aún le podía mover la estantería del corazón a una mujer de su edad, y de menos también. En su juventud debió ser muy buen mozo.

–Tu abuelo me desnuda con la mirada.

–Es un viejo baboso, me tiene podrída. A mi me manosea y a mis otras amigas también les mete mano. Vos te salvas porque seguramente te tiene miedo.

–¡¡Que espiritu!!

–Lo peor que si alguna se lo aprieta, seguramente no se le para la pija.

Había algo en Patricia que hacía que yo siempre redoblara la apuesta. Me sentí diciendo:

–¿Si le damos una lección?

Esto potenció el morbo de ella. Ideamos un plan y yo sería la encargada de ponerlo en marcha.

Fuí a buscar al abuelo y comencé a provocarlo haciendolé todo tipo de insinuaciones. Patricia escondida observaba.

El viejito respondía. Enseguida metió mano en mis tetas. Se las saqué afuera y me las empezó a chupar con ahinco juvenil.

Me bajó el pantalón para meter mano en la concha. Enseguida percibí que esos dedos habían estado muchas veces en esos parajes. Se movian con la rápidez y precisión de los expertos conocedores.

Como no tengo espíritu discriminador, la calentura me ganó como si enfrente tuviera un tipo joven. Le manotié la pija y estaba un poco más que fláccida. Quizás ese era el mayor grado de ereción que conseguía, pensé. Me equivoqué, cuando se la empecé a mamar comenzó a erguirse hasta lograr una aceptable dureza.

Me saqué el pantalón para poder sentarme a horcajadas sobre él metiendomé la pija en la concha. Empecé a cabalgarlo suavemente. El disfrutaba con la cabeza metida entre mis las tetas. Esta situación me causó cierto morbo. Estaba garchandomé al abuelo de mi amiga y lo disfrutaba. Sentí un orgasmo que arrastró el de él. No se porque me salí y lo pajié hasta que acabó. Largó unas gotas de leche y se quedó como paralizado.

Al minuto seguía igual y yo me asusté. Apareció Patricia que había visto todo y le metió una pastilla en la boca. Reaccionó al ratito, por suerte.

–¿Se siente bien?

–Maravillosamente, gracias chiquita –me contestó– me rejuveneciste 40 años. Aprendé vos como se trata a un abuelo –le dijo a Patricia.

A pesar de la tensión que sentía no pude dejar de lanzar una carcajada.

Cuando pasó todo la agarré a Patricia y la insulté con ganas.

–Pedazo de boluda, ¿como no me dijiste que tenía problemas de corazón?. Pelotuda de mierda. Por tus boludes estuve a punto de matar a un tipo, sos una pendeja inconciente. Y yo soy una reverenda boluda por seguirte el tren.

Me fuí furiosa y estuvimos una semana sin vernos. Volvimos a salir de joda pero ahora estuba más atenta y podía parar a tiempo.

No se si al viejo le sirvió la lección, pero les aseguro que a mí sí.

Al poco tiempo pasó lo de Patricia, y eso marcó el final de los meses más alocados de mi vida. Producidos seguramente como reacción a tantos años de represión vividos con mi padre.