Mi puta vida (biográfico 05)

Cuento mis andanzas sexuales en la Ciudad Feliz.

Repetimos esos encuentros llenos de placer y diversión. Lupe y Joaquín eran unos maestros en el arte de convertir una simple cojida en toda una fiesta, con ellos aprendí que el sexo sin diversión no te deja tan plenamente satisfecho.

En una de esas fiestas estuvo el “chaval que la dejo mormosa” a Lupe el día que conocí a Joaquín.

Al verlo enseguida la comprendí. Era un muchachón de 2 metros, a su lado yo quedaba petisa. Lupe casi podía chuparle la pija estando de pie.

Si bien su poronga no estaba acorde a su estatura, no dejaba de ser un aparato impresionante, sobre todo por el grosor.

Ese día viví por primera vez la experiencia de tener dos hombres dentro mio al mismo tiempo. No fue totalmente placentero, sobre todo cuando “el chaval” me la metió por el culo.

Yo me dije: si Lupe, que mide 1,50 se la aguanta, como no me la voy a aguantar yo que le llevo dos cabezas.

Pero no fue así, es evidente que la experiencia de Lupe en recibirla por el orto, hacia que éste se acomodara al tamaño de lo que entraba en él.

Yo ví las estrellas, pero no de placer, igualmente me la banqué pero me quedo tan dolorido que estuve dos días sentada de costado.

El otro grupo de buenos polvos que tuve ese mes vino de la mano, mejor dicho de la pija, de Andrés el hijo de Doña Rosa, la dueña del hotel.

Un día, lamentablemente cuando faltaban pocos para que me volviera a la capital, estaba esperando el desayuno cuando veo a un hermoso ejemplar de hombre que se me acerca con la cafetera en una mano y la lechera en la otra.

–Hola, mucho gusto, soy Andrés, Doña Rosa es mi mama.

–Ofelia, encantada –balbucié poniendo la mejilla para que me besara.

Con el contacto de sus labios sentí el primero de los tantos estremecimientos que sentí a partir de ese momento.

El siguió sirviendo las restantes mesas y yo cuando agarré la taza para tomar el café con leche noté que la mano me temblaba ligeramente.

Terminado el desayuno me preparé para ir a la playa. Cuando iba a salir del hotel siento la voz de Andrés que me dice:

–¿Vas a la playa? Esperame un minuto que vamos juntos.

Esperé paralizada.

–Listo, ya le avisé a la vieja, vamos.

Me agarró el brazo y sentí que me transportaba por los aires.

Puso la heladera  portátil en su moderna 4x4 y me invitó a subir.

–¿No vamos caminando? Si son unas pocas cuadras.

–La Bristol queda a unas cuadras, pero adonde voy yo está un poco más lejos.

Arrancamos para el lado de Miramar. En el camino me enteré que también él estaba de vacaciones ya que trabajaba en Córdoba en la fábrica de una conocida marca de autos. Era ingeniero industrial.

Distendida pude observarlo más en detalle. Era alto, más que yo, quizás de 1,85 o 1,90, delgado y músculoso, músculos no de gimnasio sino de esos que forma el trabajo duro. No era lindo pero su magnetismo lo convertía en hermoso. Curtido por el sol, una sonrisa permanente y unos vivaces y pícaros ojos hacían de él uno de esos hombres capaces de hacerte tener un orgasmo con sólo clavarte la vista. Las mujeres que lean esto saben a que me refiero.

No son muy comunes y Dios había puesto uno en mi camino. Me sentí dichosa, tanto que no sabía controlar mi calentura para que no se manifestara abiertamente.

Pasamos Punta Mogotes, el faro, sin intención de detenerse. Pensé que ibamos a Miramar pero poco después de Chapalmalal, casi en pleno campo, se dirigió hacia el mar.

Dejamos el auto bajo unos arboles y caminamos.

–¡¡Esto es playa!! –dijo respirando hondo.

Tenía razón. Kilómetros de arena blanca sin gente, sólo se veían a unos pocos esparcidos con tanta espacio alrrededor que se podían considerar solos en el mundo.

–Aquí podés disfrutar en serio, hasta podés tomar sol en pelotas. Desde chiquito vengo aca. Mi viejo me traía cuando venía a pescar y yo jugaba a que estaba en el desierto. En realidad estaba en el desierto. Mira lo hermoso que es esto –dijo maravillado como si fuera la primera vez que lo veía.

Yo no pensé en el desierto, pensé en el paraiso y si tuviera que jugar a algo, jugaría a Adán y Eva.

–Vamos al agua, dale –dijo, sacandosé la remera… y el pantalón de baño, quedando completamente desnudo. Lo hizo naturalmente, él sabía que las cosas sucedían si tenían que ser y no necesitaba realizar nada con intención de provocarlas.

Sin preocuparme mucho también me desnude y corrimos por la arena caliente  para meternos en un mar frío. Luego del primer impacto se tornó más cálido y los disfrutamos.

Jugamos como chicos con las pequeñas olas que se producían a pesar de la amplitud que tenía el mar allí.

Cuando salimos yo me iba a poner la bikini.

–Quedate en bolas, así te emparejas. Mirá tenes las tetas y la cachucha todas blancas, sos una chica a dos colores –me dijo riendosé de la malla que tenía dibujada en mi cuerpo. El de él mostraba claramente la costumbre que tenía para tomar sol, un sólo color de pies a cabeza lo hacía aún más atractivo.

–Voy al auto a buscar el filtro solar, sino se me van a calcinar –dije señalandomé el pecho.

El se rió y me dijo:

–Te acompaño.

Cuando llegamos al coche sin decir palabra nos abrazamos, nos besamos profundamente y nuestras manos recorrieron los cuerpos. Pronto sentí en mi vientre la dureza que había logrado su pija. Se la comencé a acariciar. Sus dedos se perdían en mis agujeros y su boca jugaba con los pezones que respondian endureciendosé.

Acomodó los asientos de tal manera que el auto se convirtió en una gran cama.

Era evidente que lo tenía acondicionado especialmente porque este tipo  de situaciones debía ser bastante habitual.

Como adivinandomé el pensamiento aclaró:

–Lo preparé así porque siempre ando acampando y no me gusta ni armar, ni dormir en carpa.

–Si, claro –le dije yo con toda intención.

–Bueno, muchas veces no ando solo. –me contesto sonriendo.

Nos acostamos y comenzó a chuparme toda hasta que llegó a la concha. Allí de detuvo dedicandolé una mamada genial que pronto me hizo sentir un profundo orgasmo. Yo lo estaba pajeando y me acomodé para chuparsela enlazandonos en un intercambio de mamadas que nos llevó a los dos a la cumbre del placer. Su verga colmó con su leche mi boca mientras tanto yo derramaba mis jugos en la suya.

Intercambiamos nuestros gustos en un prolongado beso mientras él me acomodaba encima suyo para meterme toda la pija en mi concha que la recibió feliz.

–¿No descansas? –le pregunté sorprendida.

–Si, pero adentro tuyo.

Comenzó un suave movimento metiendola y sacandola en toda su extensión. No la tenía muy grande, más bien era normal, pero si era muy sólida. En ningún momento sentí que se ablandara por la acabada reciente. Siempre se mantuvo dura.

Mientras seguía bombeando, comenzó a masajearme el clítoris con su dedo y me metió otro en el culo. Fué impresionante el nivel de acabada que me produjo, pense que iba a perder el conocimiento.

Luego reemplazó el dedo que tenía en mi culo por su pija y siguió trabajando con ahinco en mi clitoris.

En un momento le pedí que parara porque me faltó el aire. Me recompuse y seguimos garchando intensamente por varios minutos hasta que totalmente enajenada  por la sucesión de orgasmos que tuve le pedí que me llenara con su leche.

Me complació con amplitud. Parecía que terminaba y volvia a comenzar. Sentí que los intestinos me iban a explotar y necesité evacuar urgente.

Se lo dije. Salimos del auto todavía ensartados y afuera me la sacó. Un torrente de leche fluyo de mi culo. Para mi tranquilidad sólo fue leche lo que expulsé.

Ya aliviada lo abracé y besandoló le dije:

–¡Dios mio! Sos un super macho.

–Y vos sos una super hembra, nunca acabé así, como hoy.

Nunca más en toda mi vida, salvo con él, volví a tener una experiencia similar. Con ningún hombre de todos los que conocí gozé tanto al punto de perder la razón. Sólo Andrés consiguió volverme loca garchando. Tuve buenos amantes, pero Andrés era superlativo.

Tomamos sol, jugamos, nos metimos en el mar.

Durante el día repetimos las visitas al auto, para ser exactos, dos veces.

Cuando el sol se puso, no necesitamos ir.

En medio de la playa, ahora más desierta que durante todo el día, nos garchamos con la misma intensidad que a la mañana.

Lamentablemente  sólo fueron 10 los días que compartimos casi totalmente.

En ese tiempo, paseamos mucho, conocí lugares inpensados y, fundamentalmente, cojimos.

La nuestra fue una relación netamente física. Nunca se planteo nada a nivel de sentimientos. No tuvimos tiempo y tampoco necesidad. Lo nuestro pasaba no a la altura del corazón, sino a la altura de los genitales.

Si Andrés hubiera estado en el hotel el día que llegue, ese hubiera sido el mes más inolvidable de mi vida.

Hoy, mientras recuerdo esto y lo escribo, vuelvo a sentir el mismo escozor entre mis piernas y seguramente cuando ponga el punto final, me haré una hermosisima paja acordandomé de esos momentos.