Mi puta vida (biográfico 03)

Comienzo mi nueva vida de vacaciones en Mar del Plata. Febrero caliente.

Había invitado a Valeria y Melissa para que vinieran conmigo a Mar del Plata  pero Melissa no podía por que estaba preparando los últimos examenes de la facultad y Valeria empezaba en un nuevo trabajo. Me acompañó y estuvo el fin de semana pero el domingo se volvía a la Capital.

Llegamos un viernes por la mañana temprano, viajamos toda la noche. Nos costó conseguir alojamiento pero al final conseguimos en un hotelucho a cuatro cuadras de la playa.

Ni deshicimos el equipaje, sacamos los trajes de baño y nos fuimos a la playa. Fuimos a la Bristol que como siempre, estaba colmada. No nos preocupó porque a las dos nos gusta tomar sol caminando y meternos al agua para refrescarnos. No somos de las que se tiran en la arena, como un bife a la plancha, y se cocinan vuelta y vuelta.

Nos dimos cuenta que había dos chicos que nos seguían. Eran bastante ricos pero parecían medios boludos por las cosas que hacían. En realidad eso a mi no me interesaba mucho. El asunto es que estaban bastante bien, pintaban como bien provistos, por el bulto que mostraba el slip y para charlar de estupideces, tomar algo y echarse un polvito si cuadraba, eran más que suficiente.

Nos dejamos atracar y al ratito había confirmado que eran totalmente boludos, pero los bultos me seguían atrayendo.

Caminamos un rato, nos metímos al agua y arreglamos para encontrarnos a la noche, para ir a comer gratis al restaurante del tío de uno de ellos, los chicos no eran turístas, eran de Mar del Plata.

A la tarde dormimos para reponernos del viaje y luego de merendar caminamos, o mejor dicho chocamos con gente, por la peatonal.

A mi me encanta Mar del Plata , hacía un tiempo que no venía, pero todos los veraneos de mi vida los había pasado allí.

A las nueve pasaron los chicos a buscarnos por el hotel y nos hicimos esperar hasta las y media, sólo para hacernos las interesantes. También nosotras estabamos actuando boludamente.

Comimos y tomamos muy bien. A medida que el vino nos soltaba la lengua la conversación iba subiendo de tono. Ya hablabamos abiertamente de pijas, conchas, orgasmos, mamadas y culeadas entre otras cosas. La verdad es que nos divertimos, sobre todo cuando veíamos la cara de lascivia y desesperación calenturienta que tenían nuestros acompañantes.

A los postres uno dijo:

–Bueno chicas, ¿que les parece si vamos a casa a tomar un café? Después ustedes hacen un poco la torta, así entramos en clima y para terminar… bruta garchada, ¿eh?

–Espera, ¿que dijiste? –saltó Valeria.

–Que ustedes juegan un poco juntas, una mamadita, un 69, para ponernos a punto.

–Bueno, y cuando están bien a punto ustedes dos se hacen la cambiadita ¿eh? –dije yo con aire irónico.

–¿Como?

–Si chicos, se garchan uno al otro y después rotan.

–¿Pero vos estas en pedo? –dijo el otro.

–Tan en pedo como ustedes –le contesté.

–Pero raja que aca, loca –me dijo

–Con mucho gusto –le contesté levantandomé de la mesa y agarrando de un brazo a Valeria.

–Esperen chicas, ¿que hacen? –dijo el de la propuesta, tratando de contemporizar.

–Nos vamos, chau –le contesté.

–No, chicas, no se vayan. ¿Y nosotros que hacemos solos?

–Hagansé la paja. –les contesté.

Salimos sin darnos vuelta y caminamos dos cuadras en silencio. Cuando llegamos a la Rambla nos miramos y las dos nos largamos a reir como locas.

–¿Pero viste vos, tremendos pelotudos? –me dijo Valeria.

–Que desubicados, podrían haber sido más sutiles.

–¿Que, si te lo decían de otra manera vos hubieras hecho torta conmigo?

–Sí. De chocolate y dulce de leche, boluda –le contesté y volvimos a cagarnos de risa.

La verdad, yo no tenía idea de lo que era estar con una mujer, quizás si fuera otra persona, por curiosidad, me hubiera prendido.

Pero se trataba de Valeria, mi amiga del alma, con la que compartiamos todo, nos contabamos todo pero nunca nos habíamos cambiado juntas.

Y creo que Valeria pensaba lo mismo.

Caminamos hasta Punta Iglesias y volvimos a acostarnos.

–Lastima, la verdad es que eran medios boludos, pero estaban buenos. –fue lo último que dije antes de dormirme.

Esas cosas que tiene el clima en Mar del Plata, el sábado amaneció lloviendo. Se nos frustró la playa.

Tantos veranos había pasado en esa hermosa ciudad, totalmente reprimida y temerosa de mi padre, que ahora no estaba dispuesta a perder ni un minuto de disfrutarla en libertad.

Valeria no quería salir, pero la convencí. Nos pusimos nuestra peor ropa y salimos a caminar. Después de una hora volvimos al hotel totalmente empapadas y convencidas de que no era un día para pasear. Comimos algo y nos fuimos a dormir la siesta.

Cuando nos despertamos, a eso de las 4 y media, ya no llovía y el cielo se había abierto totalmente. Salimos a caminar. La Rambla estaba llena de gente como nosotras que quería aprovechar aunque sea lo que quedaba de la tarde.

Llegamos al negocio de Havanna y entramos a tomar un café y comer unos alfajores, Valeria es adicta a los de dulce de lecho y yo a los de chocolate.

En la mesa de al lado había un señor de unos 40 años, bastante aparente y cuidadosamente vestido.

­–Que ciudad maravillosa e insolente –dijo con marcado acento español.

Como estaba sólo y no tenía aspecto de loco, supuse que se estaba dirigiendo a nosotras.

–¿Por que lo dice? –le pregunte.

–Por que es totalmente arbitraria, fijese usted, que en cinco minutos puede cambiar totalmente de clima. Pasa del calor al frio sin importarle nada de la gente. Yo hace 4 meses que estoy en ella y es como si viviera simultáneamente en el caribe y el polo norte.

Seguimos filosofando sobre el variable clima y otras cosas. Nos enteramos que era de Madrid, trabajaba en la Telefónica de España  y lo habían trasladado a la Argentina como supervisor. Había estado 5 meses en la casa central de capital, y ahora desde hace 4 meses estaba radicado en la Ciudad Feliz.

Se pasó a nuestra mesa y seguimos charlando animadamente. Tomamos varios cafés más y cuando nos quisimos acordar, ya era de noche.

–Supongo que aceptareis mi invitación a cenar.

–Por supuesto, Joaquín –respondí presurosa. La verdad que el galaico me caía muy bien, tenía una conversación muy agradable y toda la gracia que tienen los españoles para hablar.

–Yo te agradezco, pero me voy a ir a acostar, no me siento muy bien. La mojadura de esta mañana me resfrió.

–¡¡Pero coño!! Una buena paella  regada con buen vino, y el resfrío a joder. Vaños niña, ya vas a ver que te vas a mejorar.

No hubo caso, no logró convencerla. La verdad que se la veía mal. Además estaba preocupada por que el lunes se debía presentar en el nuevo empleo, y no quería empezar con parte de enferma.

Compramos unos analgésicos, la llevamos al hotel.

Le encargué a Doña Rosa, la dueña que le preparara un té y que le echara un vistazo.

–Quedate tanquila, anda a cenar que yo me ocupo.

Fuimos a uno de los restaurantes del puerto, del que Joaquín era habitué porque todo el mundo lo saludaba y lo llamaba por su nombre.

Nos comimos una sensacional paella acompañada con buen vino.

Salimos satisfechos y chispeantes con rumbo a mi hotel… pero terminamos en su departamento.

En el camino, estiró la mano para hacer un cambió y terminó apoyandolá en mi pierna. Como no dije nada siguió subiendo con dirección a la concha. Cuando sus dedos llegaron a destino paró el auto.

Estabamos por Cabo Corrientes. Nos besamos metiendonos las lenguas profundamente, intercambiando salivas. Sus dedos expertos seguían la labor entre mis piernas. Tuve un orgasmo. Estaba tan caliente que me decían ¡pija! en voz alta y acababa.

Le manotié la poronga, y estaba bien dura. Se la saqué, me incliné sobre él y se la empecé a chupar. Puso el coche en marcha a paso de hombre, por si algún policía se le ocurría interrumpir la mamada. Se la chupé con ganas y me dí cuenta que estaba por acabar porque volvió a detener el coche.

Me llenó la boca con su acabada, que me tragué totalmente. Se la seguí mamando hasta la última gota.

Cuando se repuso gritó:

–¡¡Coño, joder niña, que mamada!!

Arrancó y en dos minutos estabamos en su departamento, un hermoso semipiso con vista a la Plaza Colón.

Nos desnudamos desaforadamente y comenzamos a toquetearnos. Se lanzó a mis tetas llenandose la boca, primero con una y luego con la otra hasta dejarme los pezones rosados y parados.

Note que tenía un poco de pancita, pero ahora también note el tamaño de su verga. Debía estar cerca de los 20 cm. Parada como la tenía aparentaba más.

Nos trenzamos en un 69 que me hizo gozar hasta que le llené la boca con mi flujo. Estabamos tirados sobre la mullida alfombra del living, por la ventana del balcón entraba la luz de la luna que dibujaba más las redondeces de mi cuerpo.

Con su pija bien húmeda por mi saliba y sus lubricantes me puso de rodillas y desde atrás me la clavó integra en la concha. Era tan cálida y dura que luego de un orgasmo sentí la necesidad de tenerla en el culo.

Me la metió en cuanto se lo pedí y comenzó un acompasado bombeo que duró casi media hora. Yo acababa, acababa y el no daba la sensación de que pensara en hacerlo.

–Niña, me dejas que te acabe en la cara?

–Dale gallego –le dije ansiosa de sentir su chorro golpeandomé el rostro.

Me la sacó del culo y comenzó a pajearse estuvo un rato largo refregandoselá mientras yo le acariciaba las bolas hasta que salió el primer chorro que me hizo cerrar los ojos. Los demás borbotones bañaron mi cara y mi pelo.

Joaquín era de esos hombres que tienen tanta producción de semen que nunca terminan de acabar.

Aún con los ojos cerrados sentí que apoyaba la punta de su pija en mi boca para que se la limpiara.

Me alcanzó una toalla para que me limpiara la leche de la cara, cosa que logré, pero el pelo me quedó todo pegoteado.

–Joaquín, ¿vamos a la cama? –le pregunté porque estaba rendida y quería descansar, antes de empezar de nuevo la acción.

–No niña, porque se va a despertar mi mujer y no estoy de animo para lidiar con las dos.

Me quedé helada, una fría sensación me fué subiendo por la espalda a medida que lo escuchaba.

–¿Está tu mujer?

–Si, durmiendo, al menos eso creo. –fue hasta una puerta, la abrió con suavidad mirando adentro, volvió su cara hacia mí y asintió con la cabeza.

Yo había recobrado en parte mi presencia.

–Llevame hasta el hotel

–Pero niña, si recién comienza la diversión.

–Si Joaquín y todo esta muy lindo, pero sinceramente no puedo hacer nada sabiendo que tu mujer esta durmiendo a tres pasos. Yo creí estabas solo, que no eras casado.

–Casado, y felizmente casado, la Lupe es una mujer fantástica. Me gustaría que la conocieras.

–Si Joaquín, otro día. Dale, llevame al hotel.

–Te tomo la palabra, quizás podamos organizar algo divertido los tres.

Nos vestimos volando y sólo cuando estuve sentada en el coche, recobré la normalidad de mis pulsaciones.

En el viaje me contó que son un matrimonio liberal, que cada uno tiene lo suyo y que a ambos les encantan los intercambios, los tríos y todo lo que le de sabor y diversión al sexo.

Cuando entré al hotel traté de que nadie me viera con el pelo almidonado. Por suerte el empleado de la noche no estaba visible.

Entre en el cuarto y Valeria al verme así me preguntó:

–¿Que te pasó?

Le conté todo con detalles y reconozco, con cierto morbo. Cuando terminé me dijo:

–Que cosa más loca y excitante, me hiciste subir la temperatura.

–Bueno, vos me pediste que te contara. Date una ducha o hacete una pajita. Yo me voy a bañar para sacarme el pegote, tengo leche hasta en la oreja.

Me dí una buena ducha y cuando salí, Valeria estaba dormida, seguro, había optado por la paja.